FÉLIX DE AZARA 

 

VIAJE POR LA AMÉRICA MERIDIONAL

Capítulo VII. De los insectos

 C

 

omo el Paraguay y la provincia del Río de la Plata, en que se hallan las hormigas de que voy a hablar, no son países fríos, estos insectos salen y trabajan todo el año, y se puede aún creer que el tiempo de su puesta dura más que en Europa. Por la misma razón, las especies son más variadas, cada una de estas especies tiene mayor número de hormigueros, y éstos contienen acaso cien veces más individuos. Esto parece probado si se considera que dos especies de cuadrúpedos muy grandes y muy fuertes no se alimentan más que de hormigas.

      Pero se debe presumir que esta familia de insectos disminuye a medida que se aproxima al estrecho de Magallanes, y que aumenta, por el contrario, cuando se va del Paraguay hacia el hemisferio septentrional.

      La hormiga llamada en el Paraguay araraá es muy abundante, porque no sólo se encuentra en todos los grandes árboles de los bosques, sino también en los pequeños, con tal de que estén secos y su corteza resquebrajada. Se encuentra igualmente en los trozos de madera cortados; y como en el campo los muros de las casas están construidos de postes clavados en tierra, cuyos intervalos se hallan rellenos de arcilla, que se resquebraja fácilmente, las araraás entran y salen continuamente por las aberturas. Son de la misma talla que las mayores de España, y acaso algo mayores, aunque esta talla varía mucho con frecuencia en un solo y mismo hormiguero. Su color es de un pardo oscuro, que se esclarece un poco en la parte posterior, donde parece ser velluda. Su marcha es ordinariamente rápida y se detiene como para observar si hay alguna sorpresa que temer y como si fuera a la descubierta. Corre por los troncos, por las ramas, por los muros, y desciende a tierra; pero yo nunca la he visto hacer provisiones; no dudo de que se limita a comer en el lugar mismo en que encuentre lo que necesite. Ignoro de qué se alimenta en el campo, donde no come ni semillas ni hojas. En las casas come azúcar, a la que comunica un muy mal olor y mal gusto, y no sé que toque a ninguna otra cosa. No fabrica hormigueros echando fuera la tierra ni pedazos de madera, y no habita más que en las grietas. No forma tampoco procesiones ordenadas, como otras; no se encuentra ninguna con alas, o al menos yo no la he visto; lo que debe hacer presumir que todos los individuos son fecundos y que cada pareja cuida a sus pequeños, como he dicho de las avispas que viven en sociedad . Algunos habitantes, para desembarazar sus casas, han llevado hormigas grandes de los bosques, de color rojo, que se han batido con ellas; pero como las araraás eran mucho más numerosas, se reunían muchas frente a una sola de las rojas, hasta que conseguían arrojar sobre ellas una gota de licor que las hacía perecer al instante. 

       Una de las más pequeñas especies no habita, como el araraá, al exterior de los muros de las casas, sino que, por el contrario, se mete en el interior. Aunque habita los campos, se la encuentra también en las grandes ciudades, sin tener morada fija, al menos que se sepa. Yo nunca las he visto aladas; ignoro si las hay y si esta hormiga hace provisiones. Todo esto me hace pensar que todos los

individuos son machos o hembras y que su puesta es semejante a la de las avispas. No obstante, obran de acuerdo y marchan en procesión cuando alguna de sus centinelas les advierte que ha encontrado carne, y principalmente azúcar o  confituras, porque éste es el alimento que prefieren; y aunque comen frutas y carne, no sé que toquen a las semillas ni a las hojas. Hay casas donde es imposible conservar azúcar ni jarabe. Para preservarlos de estos insectos es necesario colocarlos sobre una mesa de la que cada pie esté metido en un cacharro lleno de agua. A veces basta con esto; pero también he visto a estas hormigas formar, cogiéndose las unas a las otras, un puente ancho de un dedo y largo de un palmo, por encima del cual pasaban las otras. Si se toma el partido de suspender la mesa o la tabla, las hormigas suben por la pared al techo, hasta llegar a la cuerda que les sirve para descender al sitio donde está el azúcar, etc.

      Yo mismo he tratado de evitarlas envolviendo los pies de la mesa en un círculo de lana o crin, sin obtener lo que deseaba. No hay más que la brea que les impida el paso, en tanto está blanda. Se pueden también poner los confites en una habitación alejada, porque las hormigas tardan mucho tiempo en descubrirla; pero si por casualidad ha quedado alguno de estos insectos, advierte en seguida a los otros, que le siguen todos. Hay, pues, en estos insectos razonamiento y un lenguaje o signos para la comunicación de ideas. Seguramente las naciones indias que describiré a continuación no son capaces de más.

      La especie llamada Tahy_ré, es decir, hormiga apestosa, porque huele muy mal cuando se la aplasta, no tiene habitación conocida y se ignora su alimento ordinario porque no se la ve más que cuando sale. En el Paraguay (pero no en Buenos Aires) sale casi siempre de noche, dos días antes de cualquier cambio de tiempo, y se extiende de manera que cubre el suelo, los muros y el techo de una habitación, por grande que sea. Se comen en un instante todas las arañas, grillos, escarabajos y cuantos insectos encuentran. No dejan sin visitar ningún cofre, ni grieta, ni hendidura. Si estas hormigas encuentran un ratón, al instante sale corriendo como un loco, y si no puede salir de la habitación pronto está cubierto de hormigas, que le pican, lo detienen, lo roen y lo comen en seguida. Se dice que estas hormigas hacen otro tanto con las víboras; y lo que hay de seguro es que obligan a los hombres mismos a salir de la cama y de la habitación en camisa y corriendo. Afortunadamente, se pasan meses, y aun años, sin verlas. Se me dice que para expulsarlas de una habitación basta arrojar al suelo un pedazo de papel encendido; yo lo he hecho, y al cabo de algunos minutos no quedaba ya una sola.

      Otra vez se me ocurrió escupir sobre algunas que estaban en el suelo, y huyeron todas en muy poco tiempo. Yo he experimentado el mismo efecto en dos ocasiones diferentes. No he notado ninguna hormiga alada entre los individuos de esta especie, y no he observado que hagan provisiones. Son negras; su forma es la ordinaria; su talla, media; ignoro el resto. Presumo que todos los individuos son machos o hembras y que se multiplican como el araraá.

      Otra especie, de tamaño mediano, color negruzco y tan blanda que se aplasta fácilmente, no habita más que sobre los árboles, y principalmente en las viñas, de las que no come las uvas, pero las ensucia con sus excrementos, que son negros y blandos. Creo que no tiene otra habitación, que no hace provisiones y que no tiene individuos alados.

      La mayor de todas es tres veces y media más que las de España; pero es muy rara. Yo, sin embargo, he visto una centena, ya en el Paraguay, ya en las Misiones jesuíticas, pero siempre solas. Por tanto, ignoro si se reúnen por parejas, si forman hormigueros y si hay individuos alados. Yo no sé de qué se alimenta esta especie y jamás la he visto transportar alimentos ni otra cosa. Es negra con

lindas manchas de un rojo vivo .

      En los terrenos bajos expuestos a las inundaciones se ven montones de tierra poco duros, cónicos, casi de tres pies de alto y muy próximos los unos a los otros. Pertenecen a una pequeña hormiga negruzca, que creo no sale jamás de su hormiguero para ir a buscar vegetales o cualquiera otro alimento. En la época de la inundación permanecen todas fuera del hormiguero, formando una masa redondeada, apelotonada, de un pie de diámetro y cuatro dedos de altura. Así se sostienen sobre la corriente del agua durante todo el tiempo que dura dicha inundación. Uno de los lados del pelotón que forman se agarra a una brizna de hierba o trozo de madera, y cuando las aguas se retiran vuelven a su habitación.

      Yo las he visto con frecuencia, para pasar de una planta a otra, formar un puente de un dedo de ancho y dos palmos de largo, que no tenía apoyo más que en sus dos extremos. Se creería que su propio peso debía sumergirlas; pero sea que la corriente misma del agua las sostenga, sea por cualquier otra causa, es seguro que los pelotones se sostienen sobre el agua durante toda la inundación, es decir, durante algunos días. No he observado entre estas hormigas individuos alados; si los hubiera habido no habrían podido conservarse más que en algún sitio impenetrable al agua. Creo que esta hormiga es el principal alimento del nurumy o tamanduá.

      Hay otra más pequeña, rojiza, cuyo nido forma una pequeña elevación de tierra, redondeada, de pie y medio próximamente de diámetro y la mitad de altura.

      Lo construye con la misma tierra que saca cavando. No he observado que salga a buscar alimentos, y presumo que come tierra. Para multiplicar los hormigueros parte de noche una colonia, que fabrica un camino subterráneo, pero tan cerca de la superficie de la tierra que se ve con frecuencia la bóveda hundida. Se observa también en muchos parajes que estos insectos han procurado perforar su hormiguero y que han renunciado, sin duda porque era demasiado difícil. Yo no he observado que las que son aladas hagan las mismas salidas que la siguiente, pero la analogía me persuade a ello. Lo que hay de seguro es que estas hormigas aladas no parecen conocer el amor paternal, porque cuando se destruye el hormiguero se aturden sin saber casi ocultarse y sin dar ningún socorro a sus crisálidas, mientras que las otras hormigas, sin turbarse, no pierden un momento para reunir sus crisálidas, reparar el daño hecho por el agresor y aun para atacarlo. Se observa igualmente en esta ocasión que las hormigas aladas no tienen ninguna autoridad sobre las otras. Cuando las crisálidas están ya bien formadas, las hormigas sacan del interior de sus nidos pequeñas partículas de tierra, que ponen sobre el hormiguero, de manera que forman una costra que puede ser penetrada por los rayos del sol, o al menos calentada por su calor, que debe animar a las crisálidas. Las colocan, en efecto, bajo esta costra, que no podría aplastarlas, porque tienen cuidado de hacerla sostener por pilares convenientes. Cuando se observa por la mañana que las hormigas han colocado así sus crisálidas no se debe temer la lluvia para este día aunque se vean nubes, porque la hormiga conoce el tiempo al menos con un día de antelación.

 

      La que se llama cupiy es extremadamente numerosa, blanquecina y muy grande. Sus patas están más separadas que las de todas las demás, y ésta es la especie que tiene la marcha más pesada. Hace hormigueros, llamados tacurúes, según el lugar en que se fija. Si es sobre un árbol _es necesario que sea grueso, grande, viejo o seco_, esta hormiga fabrica su hormiguero en el tronco o sobre una

rama muy gruesa. Se reduce el hormiguero a un bulto o joroba, redondeada, que tiene a veces dos pies de diámetro, compuesta de un gran número de capas separadas por una multitud de caminos anchos, bajos y barnizados. El todo está formado por la sustancia misma del tronco, porque esta hormiga no sale y no se la percibe nunca. Estos caminos conducen a diferentes galerías, del grueso del tallo de una pluma, colocadas por encima a lo largo del tronco o de las ramas y recubiertas de una bóveda de cola que el cupiy sabe preparar. Continúan su trabajo de la misma manera hasta que el árbol se consuma y caiga. No debe olvidarse que esta hormiga no come ni frutos, ni hojas, ni ramitas. Si se fija en una casa, perfora los muros de tierra o de adobes y forma su tacurú sobre cualquier poste o viga. Destruye todas las maderas de la casa y es imposible echarla o exterminarla enteramente. Si se establece sobre terrenos arcillosos construye su  tacurú con la arcilla misma y forma cúpula próximamente de dos pies de diámetro; pero estos tacurúes son muy duros, y tan cerca los unos de los otros que a veces no están alejados más que doce pies en una extensión de terreno considerable. Si se coloca sobre colinas, el tacurú es cónico, de tres pies de diámetro y a veces de cinco de altura.

      El cupiy no come más que madera o tierra, según el lugar donde está. Las hormigas de esta especie que son aladas tienen seis alas  y el color negro. Yo noté una vez que estas hormigas aladas salían por enjambres de una gran tacurú, por una hendidura horizontal de un palmo hecha expresamente. Me detuve a mirarlas sin ver el final, si bien llenaban la atmósfera a más de una milla. En otra ocasión vi el techo de una pequeña casa cubierto de una capa de una o dos pulgadas de espesor formada por estos insectos, puestos unos encima de otros.

     Casi todas las aves, sin exceptuar los milanos ni los halcones, comen muchas de estas hormigas aladas. Los tatuejos perforan los tacurúes y se meten a comer cupiys.

      Se podría presumir que los cupiys expulsan a las hormigas aladas y les abren la puerta porque su excesivo número los incomoda o porque los alimentos les faltan.

      Pero como estos insectos encuentran siempre tierra o madera (su único alimento), y se observa que las erupciones de los individuos alados preceden siempre a algún gran cambio de tiempo, esto indica que hay algunas otras razones. Se confirmará más esta idea si se pone atención en que estas hormigas aladas están tan contentas en el momento de su partida que las hay que se acoplan en seguida en el aire. He visto con frecuencia en el campo masas de un centenar de alas de estos insectos, y me imagino que eran el resto de las comidas de las arañas y de los grillos, que no comen más que los cuerpos de estas hormigas. Algunas personas del campo creen que estos insectos pierden sus alas para convertirse en simples cupiys; pero para esto era necesario que cambiaran de color, de talla y aun de formas, con ciertas consideraciones que no se pueden creer; y me parece mejor pensar que todas estas hormigas aladas perecen. He visto igualmente salir las cupiys de debajo del pavimiento de mi habitación y del de una iglesia, y seguramente no pudieron llegar hasta allí más que haciendo una mina de más de 45 pies de largo. Esto me hace creer que este insecto multiplica sus tacurúes minando por debajo de tierra, porque es seguro que no sale jamás de su hormiguero.

      Se podría objetar que parece imposible que el cupiy haya podido poblar por medio de estas minas los millares de leguas cuadradas en que he visto yo mismo ue se le encuentra, visto sobre todo que los tacurúes están generalmente alejados uchas leguas los unos de los otros. La fuerza de este argumento es evidente, y se puede aplicar lo mismo a otras especies de hormigas, y aún con más razón a los tiques, a las arañas y a todos los insectos de Europa que existen en el país, aunque no sea posible creer que hayan venido en los buques ni hayan pasado del Norte, pues que no resisten al frío, ni, en fin, que hayan podido extenderse mucho desde un lado para ocupar tanto país atravesando las enormes distancias que los separan, así como los ríos y los lagos. Se evitarían muy cómodamente todas estas dificultades si se pudiera creer que todos los insectos, cada uno en su especie, no proceden originariamente de una sola y única pareja, sino de varios individuos dénticos que nacieron en lugares alejados unos de otros, donde se han multiplicado sucesivamente. Así, por ejemplo, las arañas, los grillos, las hormigas, etc., de Europa, deben su origen a insectos de su especie que nacieron en esta parte del mundo, y los de la misma especie que se encuentran en América deben su origen a individuos idénticos nacidos en el país mismo. Se puede decir otro tanto de los que e encuentren en cualquiera parte del mundo, sea la que sea, en islas o en regiones tan alejadas las unas de las otras que no se encuentra ninguno en el intervalo que las separa. Siguiendo estas ideas, habría tal especie de insectos (los cupiys, por ejemplo) que provendrían de mil individuos idénticos primitivamente, aunque de diferente origen, y lo mismo sucedería con las otras especies, a proporción.

     Resultaría que estos individuos primitivos habrían sido más numerosos que aquellos que han sido el tronco de las especies realmente diferentes, y esto probaría que la Naturaleza es más dada a multiplicar los tipos idénticos que a variar la especies.

      Creemos convencernos de esta idea cuando vemos que la presencia del hombre hace nacer malvas y ciertas especies de plantas, pero nunca especies nuevas, como ya lo he dicho en el capitulo V.

     Se debe, naturalmente, preguntar a los que adoptan esta idea si los diferentes tipos de cada especie fueron contemporáneos o no. Algunas personas acaso tomen la afirmativa: que no la ha habido y que no ha podido haber creación posterior a la del Globo. Pero otras sostendrán la negativa, fundándose en los hechos siguientes.

     Según Charpentier de Cossigny, hace diez años que no se conocían las babosas en la Isla de Francia; nadie las ha llevado, y hoy se encuentran en abundancia. La chinche y la nigua parecen, como veremos, muy posteriores al mundo y al hombre.

     Las plantas parásitas no nacieron hasta que los bosques eran ya grandes: en cualquier parte donde se plante un bosque o se cave un estanque se tendrán musgos, agáricos y otras plantas parásitas, sapos, anguilas, insectos y plantas acuáticas; y si el hombre se establece en un desierto, se verán en seguida nacer plantas que no existían antes y que no se habrán sembrado. Todo esto, dirán ellos, indica que la Naturaleza produce todos los días nuevos tipos de especies ya conocidas, sea en insectos, sea en plantas. Añadirán que las inundaciones de escarabajos, azote de que hablaré más adelante, las de saltamontes y otros insectos, y aun las de sapos y ranas, de que dan cuenta los historiadores, son, puede ser, el producto de una creación reciente. En efecto, no se puede apenas creer que sean resultado de la generación ordinaria de individuos de la especie, porque esta idea no parece conforme al sistema seguido por la Naturaleza, que ha puesto límites fijos e invariables a la fecundidad de cada hembra, de cuyos límites estas hembras no podrían separarse, al menos de un modo tan monstruoso como sería necesario para que ellas, que en el curso de un año no producen más que el número de individuos necesarios para la conservación de la especie, estuvieran al año siguiente en

estado de cubrir un reino o una provincia con el resultado de su cópula . 

      Para volver a la descripción de mis hormigas, diré que hay otra rojiza y grande, que forma, con la tierra que saca de sus excavaciones, segmentos de esfera o motas cuyo diámetro tiene a veces doce pies en la base y tres en su mayor altura. Se ve en la superficie una multitud de puertas bien distribuidas, y cada una conduce a un camino de dos pulgadas de ancho y muy limpio, que lleva en línea recta al menos a trescientos pasos. De cada uno de estos caminos sale una procesión que vuelve cargada de pedacitos de hojas. No dudo de que coman también semillas, pero son raras en los países incultos. Como hay tantas procesiones como puertas y caminos y éstos son todos divergentes, como los radios de un círculo, se puede suponer que cada hormiguero está compuesto de diferentes sociedades. Una de las mulas de mi expedición, pasando sobre un hormiguero que la lluvia abundante había ablandado, se hundió de tal manera que a veinte pasos de distancia yo no le veía más que la cabeza, aunque la mula estaba en pie. Tal es el tamaño del subterráneo formado por estos hormigueros.

      Viajando un día, en el mes de enero, hacia los 32° de latitud, donde esta hormiga es muy abundante, vi en el aire una erupción tan considerable de estos individuos alados, que anduve tres leguas en medio de su enjambre. Los habitantes de la ciudad de Santa Fe, que está en esta región, van a la caza de dichas hormigas aladas. Se coge la parte posterior, que es muy crasa, se la fríe y se come en tortilla, o bien después de fritas se les echa jarabe y se comen como gragea.

     He observado que otra especie, que vive en la linde de los bosques o en los matorrales del Paraguay, saca de sus excavaciones mucha tierra, que adquiere una gran dureza, y que se eleva sobre la mota a la altura de pie y medio, formando un tallo cilíndrico de tres pulgadas de diámetro, hueco, y que se asemeja mucho a los tubos de hierro de algunas chimeneas de París. A veces hay dos, uno al lado el otro, y por allí salen las hormigas, que son grandes y rojizas; pero yo no he observado en esos hormigueros caminos dispuestos como los de la precedente e ignoro todo lo demás.

      Hay también otra especie que en los campos construye subterráneos de tres pulgadas de diámetro y de la mitad de profundidad. Se encuentra en la parte superior una abertura redonda, de cerca de un pie, y que no está recubierta más que de un haz de pajas largas de cerca de una pulgada, de manera que la lluvia no entra. Reúne muchas hojas, y aunque no las he visto aladas, presumo que las hay.

      Otra, de talla media y rojiza, es abundante por todas partes, y hace tan grandes estragos en los jardines y los campos cultivados, que en una sola noche se lleva todas las hojas de una parra, de un divo o de un naranjo, por espesos que sean. Para conseguir su objeto, unas suben a lo alto, desgarran las hojas y las dejan caer, y las otras las transportan al hormiguero. En los parajes donde se las persigue (como en Buenos Aires), ocultan tan bien sus nidos, que con frecuencia no es posible encontrarlos, porque perforan los muros de ladrillos y de tierra para hacer sus crías en el interior de las habitaciones, bajo el suelo. Aunque el hormiguero estuviera colocado en un jardín, no es fácil descubrirlo, porque tienen gran cuidado de colocarlo en un lugar alejado de la vista y donde no se trabaje.

      Además, perforan profundamente y depositan esparcida y lejos del agujero la tierra que sacan, y hay sólo algunas que salen de día para ir a la descubierta. Los individuos alados son muy abundantes.

      Aunque yo no creo haber hablado de todas las hormigas y que mis observaciones sobre estos insectos no han estado hechas con tanto cuidado y aplicación como las relativas a los cuadrúpedos y a las aves, lo que yo he dicho debe bastar para hacer ver, al menos, que esta familia merece ser observada con más atención; porque es evidente que las especies son muy variadas; que hay entre ellas grandes diferencias; que las unas construyen hormigueros y las otras no; que éstas se establecen en las hendiduras de los muros y de los árboles; que las hay que no salen nunca de sus habitaciones, donde viven de tierra y madera, y que otras salen; que las unas reúnen ciertas provisiones y las otras no; que hay algunas (provistas o no de individuos alados) que obran con reflexión, como si tuvieran un alma y uso de razón; que se comunican sus ideas, sea por sonidos, sea por signos; que conocen infaliblemente y por adelantado los cambios de tiempo, de modo que si se las observara bien podrían acaso darnos medios más seguros que los que tenemos para las investigaciones de esta clase.

      Lo que he dicho demuestra igualmente que algunas al menos de mis hormigas difieren mucho de las de Europa. Se nota como cierto de éstas que cada hormiguero está compuesto de individuos neutros o sin sexo y de individuos  alados; que entre estos últimos no hay más que un pequeño número de hembras; que son éstas las que lo ordenan y dirigen todo, y que para ser fecundadas tienen una cantidad innumerable de machos igualmente alados, y que éstos, después de haber llenado sus funciones, son expulsados por las neutras. Pero en verdad, yo desconfío de todo esto, porque no es muy natural que una hembra tenga necesidad de tantos machos y que su fecundidad sea tan prodigiosa. Si estos que se supone ser los machos fueran expulsados por los otros, no estarían tan dispuestos en la época de su salida para acoplarse inmediatamente con sus hembras, como yo lo he visto; las hembras no esperarían para expulsarlos precisamente en el momento de un cambio de tiempo, y las hembras que se unieran a los machos volando deberían igualmente ser consideradas como expulsadas; y cada una de éstas no puede tampoco tener muchos machos, porque su cópula dura muy largo tiempo, como yo he observado. También me es muy difícil creer que las que se suponen hembras tengan alguna autoridad sobre las otras, porque si así fuera, ellas la usarían cuando se destruye un hormiguero, cosa que no sucede .

      Por otro lado, se da como un hecho incontestable que estos individuos alados producen no sólo hormigas que se les asemejan, sino también otros seres muy diferentes por su tamaño, su color y su forma; tales son los individuos neutros. ¿Y por qué no había de ser lo contrario? ¿Por qué estos pretendidos neutros no habían de producir a todos los demás?  Lo que hay de seguro es que cuando

se destruye un hormiguero estos pretendidos neutros dan señales evidentes de un gran amor paternal, mientras que los individuos alados muestran la mayor indiferencia, lo que indica que éstos no son los padres, sino más bien los otros .

      Además de esto, parece más razonable atribuir la familia a los individuos más numerosos, más vigorosos, a aquellos que parecen tener la autoridad, a aquellos solos que saben y pueden alimentar a esta familia, defenderla, fabricar la habitación y el nido, que a las hormigas aladas, que ignoran todas estas cosas, que no pueden ejecutarlas y que sólo saben vivir comiendo el alimento que se les da.

      Si se admiten las conjeturas, se podría suponer que los individuos alados y los que se supone neutros son dos especies diferentes; que los que son alados son parásitos que han sabido asociarse a ciertas especies de hormigas, y que entonces comenzaron a vivir y multiplicar su especie a expensas de las hormigas.

      Como ello no sería posible más que tratándose de hormigas de las que hacen provisión de víveres, debe resultar que las que viven de lo que encuentran no pueden tener individuos alados, y creo que es así. En este supuesto, no sería extraño que hubiera algunos hormigueros pertenecientes a hormigas de la especie de las que hacen almacenes cuyos individuos alados no se hubieran establecido todavía.

      La diferencia de talla, de consistencia, de color, de facultades y de instinto que se observa en todas esas hormigas aladas y las otras con que viven parece indicar una diferencia específica; y como las unas destacan de las legiones de sus compañeras para formar otros hormigueros cuando el tiempo es favorable, se podría creer igualmente que los individuos alados escogen ciertos momentos para establecerse por enjambres en estos hormigueros. Pero abandono esta materia, que es tan oscura, y voy a hablar de otros insectos.

Capítulo X.  De los cuadrúpedos y de las aves

 Y

o había tornado notas sobre los cuadrúpedos de estas regiones; pero no sabiendo si merecían que se les hiciera caso, las mandé a Europa, para someterlas, en particular, al juicio de algún naturalista; y tuve cuidado de advertir que no creía mi manuscrito en estado de ser publicado, porque esperaba aumentarlo y corregido todo en los viajes que iba a emprender, y que debían proporcionarme nuevos cuadrúpedos, nuevos datos y nuevas reflexiones. No obstante, se publicó la obra en francés, incompleta corno estaba, sin comunicármelo y contra mi voluntad. Por consecuencia, yo no puedo ser responsable de las faltas y errores que se encuentren en ella, sobre todo en la parte crítica, que yo había redactado muy de prisa. De regreso a Europa publiqué en español mis noticias, corregidas y muy aumentadas.
      A esta última obra remito a mis lectores, y me contentaré con dar aquí una idea de los cuadrúpedos del Paraguay e indicar los
puntos principales de la crítica o de mi manera de juzgar a muchos autores citados por Buffon. Pero corno yo no he leído otra obra que la de este último autor, en treinta y un volúmenes, con doce de suplemento, también de él sacaré las citas. El objeto que me he
propuesto en esta crítica no ha sido decidir ni pretender ser creído bajo mi palabra, sobre todo cuando empleo estos términos: yo sospecho, yo me inclino a creer, yo creo, etc., porque todas estas expresiones no tienen nada de afirmativo. Cuando yo quiero afirmar digo esto es. No he tenido intención de lastimar a nadie; he querido sólo destruir errores, despertar la atención de los sabios y excitarlos a esclarecer la verdad consultando a los autores. Por lo demás, daré la noticia de los animales que he podido reconocer en el magnífico Gabinete Imperial de París, que es tan variado como curioso, a fin de que puedan ser examinados, comparados y conocidos. Es cierto que no todos son adultos, que los colores de la mayoría están alterados y que no se han podido conservar todos con sus formas naturales.
      Los nombres no han sufrido menos alteración, como lo manifiesto en mi obra en español, de manera que serían ininteligibles en el país habitado por estos animales. En fin, corno he reconocido algunos errores que había cometido en mi obra, haré en ésta confesion de ellos y se verá también que considero como dudosas cosas que yo babía afirmado al principio .
      El mborebi o tapir es uno de los mayores animales de América: robusto, de formas redondeadas, longitud de 73 pulgadas, de las que la cola hace tres y media, y altura de 42 pulgadas desde las patas hasta lo alto de las espaldillas, o sea hasta la cruz. Su color es oscuro plomizo, a excepción de la parte inferior de la cabeza, de la garganta y del extremo de la oreja, que son blanquecinos. Todo el pelo es corto.
      La hembra tiene cinco pulgadas más de largo que el macho y su color es más claro. El hijo (no tienen más que uno de cada vez) es del mismo color, con manchas blancas en las cuatro patas y bandas de un blanco amarillento a lo largo del cuerpo. Esta librea desaparece a los siete meses. El cuello es largo, más grueso que la cabeza, y presenta por encima en toda su longitud una arista curva que empieza en el omóplato y remonta hasta las orejas, donde tiene más de dos pulgadas, descendiendo desde allí hasta la altura de los ojos, y  estando acompañada en toda su longitud de una crin ruda y larga como de pulgada y media. La parte superior del hocico forma un saliente de dos pulgadas y media; pero el animal tiene la facultad de ilatarlo al doble y retraerlo o encogerlo; en una palabra, hace de este ocico el mismo uso que el elefante de su trompa. Los dientes no denuncian animal carnicero y la cabeza es muy comprimida porlos lados. Los dedos son gruesos y cortos. Hay tres en las patas posteriores y cuatro en "las anteriores, pero el dedo o espolón exterior de estas últimas no toca el suelo. Su carne es buena para comer y no hay animal más fácil de domesticar. Pero, sin embargo, éste es un animal dañino, porque se come todo lo que encuentra, incluso las telas, si bien en el estado de libertad sólo vive de vegetales. Nada perfectamente. No sale más que de noche, ocultándose durante el día en los bosques. Se dice que sus uñas, reducidas a polvo, curan la epilepsia.
      Hay en el Museo de Historia Natural de París dos individuos de esta especie, cuya piel está bastante estropeada. Uno de ellos,
número 448, conserva la arista que se eleva a lo largo del cuello: en el otro se ha dispuesto de mala manera esta arista y no se conoce,
      Llevan el nombre de tapir, dado a este animal por Buffon, que le llama también anta y maypuri, como en Cayena .
      Se conoce con el nombre de cures o tayazús toda la familia de los cerdos y de los jabalíes. Al norte del Río de la Plata hay dos especies salvajes, que difieren apenas del puerco o cochino ordinario. La sola diferencia está en que estas dos especies americanas tienen la cabeza, el cuello, el cuerpo y la oreja más cortos, que carecen de  , cola y también les falta el espolón superior en las patas de atrás. Otra diferencia consiste en que tienen sobre el lomo, por encima de las nalgas, una hendidura, de donde destila o rezuma continuamente un licor lechoso . Cuando se los coge jóvenes se domestican fácilmente. Sería conveniente transportarlos a Europa porque su carne es buena. Es cierto que estos animales no dan a luz de cada vez más que dos crías. Se dice que los hijos, en el momento del parto, están los dos unidos por el cordón umbilical. La especie mayor, llamada tañicati, es de 40 pulgadas de largo y toda negra, excepto la mandíbula inferior y los dos labios, que son blancos. Sus cerdas son aplastadas. En el Museo de Historia Natural de París se ve un ejemplar de esta especie con el nombre de pecarí de Guyana.
            La pequeña especie llamada taytetú es cinco pulgadas más corta; sus cerdas son más redondeadas; más cortas y más espesas. Su librea es gris, porque cada cerda tiene rayas tranversales blancas y negras. El extremo de estas cerdas es negro, y este color domina igualmente en la parte inferior de las cuatro patas. Además de esto, se nota en algunos individuos más que en otros una banda blanquecina, de una pulgada, que pasa por la cruz y termina, en línea curva, en el nacimiento de las costillas, en el cuello. Debe observarse que estos animales no dan ningún grito aunque se les atraviese el corazón con un cuchillo. En el Museo de Historia Natural de París hay un individuo de esta especie llamado pecarí.

    Hay cuatro especies de ciervos, llamados, en general, guazús en el Paraguay, donde se los distingue por sobrenombres. La mayor, llamada guazú-pucú, tiene 62 pulgadas y media de largo, sin contar la cola. Las hembras no tienen más de 61 pulgadas y están desprovistas de cuernos, como todas las de esta familia. Los cuernos tienen 14 pulgadas  media de alto en los individuos adultos y no tiene cada uno más que cuatro divisiones o candiles. El contorno del ojo es de un color blanco, que se extiende por los lados del hocico y rodea la boca; pero se ve una mancha negra en cada labio. La parte inferior de la cabeza y el interior de la oreja son igualmente blancos; el estómago y la entrepierna posterior son blanquecinos. El resto del cuerpo es rojizo, excepto las cuatro patas y la parte inferior de la cola, que son negras. Los jóvenes, en el momento de nacer, no tienen las mismas manchas blancas que las especies siguientes. Yo creo que ésta es la cierva de los mimbrales y la cierva de los manglares de Laborde. Pero dudo que sea el cujuacu, etc., de Pison , el corzo de Luisiana de Dumont y el aculliama de Recchi .
      El guazú-ti tiene 45 pulgadas de largo; sus cuernos, once y tres candiles; tiene la oreja más estrecha y puntiaguda que todos los otros. La parte inferior del cuerpo, de la cola y de la cabeza, el interior de a oreja y la parte posterior de las nalgas son muy blancas. El resto de los pelos es de un bayo rojizo en la punta, y el interior, de un pardo aplomado. Yo no dudo que la cierva de los prados de Laborde sea de esta especie; pero no aseguraré la misma cosa del cujuacuapara de Pison y de Maregrave , y tampoco el mazame y el tlathietmazame de Recchi .
      El guazú-pitá tiene 47 pulgadas; sus cuernos, cinco, y no tienen  ramificaciones, La parte anterior de la cabeza es de un rojizo oscuro, sin blanco alrededor del ojo; pero este color ocupa los labios, la parte inferior de la cabeza y de la cola y la parte posterior. del vientre. El resto es de un rojo dorado vivo. En el Gabinete Imperial de París hay y un ciervo rojo, sin nombre ni número, y que está un poco pelado en el lomo. Lo creo de esta especie, aunque no sea, acaso, completamente adulto. Creo igualmente que se le debe referir al cariacu de Buffon y Daubenton, llamado en Guyana la cierva de los bosques, la  cierva de los bosques de Barrére y la cierva roja de los bosques de Laborde . El quauthlmazume de Recchi  ¿le corresponde igualmente? No hago más que presumirlo, y me quedan aún muchas dudas,
      El guazú-bira tiene 40 pulgadas y sus cuernos sólo una. Su color es de un pardo azulado; pero observándolo de cerca se nota que los pelos tienen una mancha clara cerca de la punta. Además, la cola es blanca por debajo; los labios y la parte inferior de la cabeza son blanquecinos; el contorno del ojo, el interior de los brazos y el pecho hasta la los muslos son de un blanco tirando al color canela. Estas cuatro especies difieren también en que la primera no habita más que los lugares inundados; la segunda, las llanuras rasas y descubiertas, y las otras dos, la parte más espesa de los bosques. Refiero a esta especie los pequeños cariacus de Guyana, de Buffon y Laborde; pero no sé si hacer otro tanto con el Temamazame de Recchi y el Cervus minor de Barrere.
       Hay dos animales solitarios, estúpidos, dormidores, pesados, que tienen ni la mitad de velocidad que el hombre, que no huyen y
esperan a su agresor sentados para recibirlo en sus brazos y apretarlo con las uñas, que son sus únicas armas y sólo les sirven para defenderse; por consecuencia, desaparecerán del mundo a medida que estas comarcas se pueblen. Estos animales no producen más que un solo hijo, que permanece agarrado al lomo de la madre, y el vulgo cree equivocadamente que no hay machos en esta especie. Sólo se alitamentan de hormigas; para esto rompen el hormiguero y pasan rápidamente la lengua sobre las hormigas que salen, y la retiran cargada de las que se les han pegado. Pero la pequeña especie, que sube a los árboles y que se sostiene con su cola, come también miel y abejas. La forma de estos animales es singular: el cuerpo, la cola y el cuello  son muy gruesos; las orejas, muy pequeñas y redondas; el ojo pequeño; la cabeza, en forma de trompeta, larga, acarnerada y  no gruesa que el cuello; la boca se reduce a una pequeña hendidura y no está provista de ninguna especie de dientes; la lengua es flexible, no exactamente redonda, carnosa, y la sacan de un pie de largo cuando quieren. Las patas de delante parecen muñones más que manos; no hacen uso de ellas para andar, porque se apoyan sobre la parte dura de la carne o sobre la uña exterior, que es la más gruesa; las otras tres, muy cortas, no tienen ni apariencia de dedos ni apenas pueden abrirlas un poco. Las patas de atrás están mal formadas y tienen cinco dedos, de los que el interno es el más corto y más débil. .
      La especie mayor, llamada ñurümi o tamandua , tiene 53 pulgadas y media de longitud, sin contar la cola, que tiene 28 y media, independientemente del manojo de pelos que la termina, y que alcanza 11 pulgadas. Aparte de estos pelos, el tronco de la cola es comprimido por los lados; no tiene más que dos pulgadas de ancho en la raíz y cuatro en la otra dimensión. Toda la cola está cubierta de pelos tan largos que alcanzan hasta 18 pulgadas, y el total forma un plano vertical de 30 pulgadas de alto, y que no es más grueso o más ancho que el tronco mismo de la cola. La uña del dedo interior de las patas de delante tiene seis líneas y media; la que está junto, y que es un poco encorvada y muy fuerte, tiene 21; la del siguiente tiene 30, y la del exterior, cinco. Entre las orejas empieza una crin que va aumentando y que a la mitad de la espina dorsal .tiene seis pulgadas. En la parte posterior del cuerpo los pelos son bastante largos; en la otra mitad son cortos y dirigidos hacia adelante. Hacia el fin de los lomos se ven nacer, de un solo punto, dos rayas negras, que van ensanchándose a cada lado, y terminan por ocupar la mitad inferior de los lados del cuello, la parte inferior de la cabeza y del cuerpo y las dos piernas. Estas dos rayas negras van acompañadas por debajo de otras dos blancas, hasta la espaldilla. Bajo ellas se ve una mezcla de color blanco y oscuro, y lo mismo sucede en el resto del cuerpo, hasta la espina dorsal. Esto es lo más notable del color de estos animales. En la gran colección imperial de París, número 429, hay varios individuos de esta especie, de los que ninguno es adulto, con el nombre de tamanoir.
      La especie llamada caguaré tiene más de 25 pulgadas de largo, sin contar la cola, que llega a 16 pulgadas y media. Esta cola es cónica, no tiene pelos largos y está desprovista de ellos en el tercio de su longitud próximo al extremo, porque el animal se sirve de ella para sostenerse sobre los árboles. Huele fuertemente a almizcle. La uña del dedo interno mide cinco líneas; la inmediata, 12; la siguiente, 25, y la exterior, siete. Su cuerpo está cubierto de lana. El contorno del ojo es de un negro que se reúne al del hocico. La cabeza, el cuello y el pecho son de un blanco amarillento que se termina en las nalgas, donde este color forma una especie de capuchón puntiagudo; los costados están envueltos en forma de corsé, así como todo el tronco, por dos bandas negras, que comienzan en los hombros. Sólo los brazos, las piernas y la cola son amarillentos. Las hembras tienen menos negro alrededor del ojo, y a veces nada, y el color negro que forma el corsé se extiende hasta los dos tercios de la cola. En el Museo de Historia Natural de París; número 432, hay un individuo macho adulto de esta especie; pero los colores están muy debilitados. Al lado se ve otro que parece totalmente negro; y aunque tiene las formas y todo el aspecto del caguaré, constituye una variedad que yo no he visto nunca y que acaso puede ser una especie diferente. Lleva el nombre de tamandua porque Buffon se lo ha dado creyendo que así se le llama en el Brasil, en lo cual se equivoca, tanto como cuando nos da por la figura de este animal la del coafi. Linneo lo confunde también con el ñurumi, que es el verdadero tamandua . Bufforr describe otra especie que llama hormiguero. Yo presumía que podría ser apócrifa o que no era más acaso que un caguaré recién nacido; pero no hay duda de que me equivocaba, porque hay en el Museo, números 435, 436 y 437, varios hormigueros de Buffon diferentes de los míos.

      En el país que describo, la familia de los gatos es la más numerosa entre los cuadrúpedos, porque conozco nueve especies. Hay tres que son grandes y robustas, las otras se podrían amansar cómodamente; serían más bellas que el gato ordinario y más útiles para
librarse de los ratones. Sus formas, sus gestos y sus maneras son absolutamente semejantes a las del gato, y, por tanto, es inútil hablar de ellas.
      El jaguarete, que los españoles llaman tigre, no difiere, por el color, de la pantera, que todo el mundo conoce; pero tiene 55 pulgadas y un cuarto de largo, sin contar la cola, que alcnza cerca de 24, independientemente de los pelos. Es imposible de domesticar, y acaso sea más fuerte y feroz que el león, porque no sólo mata a todo animal, sea el que sea, sino que además tiene bastante fuerza para arrastrar un caballo o un toro entero hasta el bosque donde lo quiere devorar, y también atraviesa a nado cargado con su presa un gran río, corno yo lo he visto. La manera como mata a losanimales que come indica igualmente su fuerza. En efecto, salta sobre un toro o un caballo; le pone una pata sobre el cerviguillo, con la otra le coge el hocico y en un instante le retuerce el cuello. No obstante, no mata más que cuando tiene hambre, y satisfecho su apetito, deja pasar, sin tocarla, a cualquier especie de animal. No es ligero en la carrera. Es solitario, y pesca durante la noche; pero no entra más que en las aguas paradas y en los lagos. Para atraer a los peces deja caer en el agua su saliva y su baba, y cuando acuden, los echa fuera de un zarpazo. Nada admirablemente y sólo sale de noche. Pasa el día en el interior de los bosques o en medio de las grandes espesuras de hierba que se encuentran en los terrenos inundados. No teme a nada, y sea cualquiera el número de hombres que se presenten a él, se aproxima, coge uno y empieza a comerlo, sin tornarse la molestia de matarlo previamente. Lo mismo hace con los perros y animales pequeños. Cuando quiere tomar el fresco sube sobre los árboles un poco inclinados, y también cuando está aturdido por los ladridos de muchos perros que lo persiguen; entonces es cuando se le puede tirar de cerca. No hay que creer que cien perros basten para reducirlo. La hembra da a luz de dos a cuatro hijuelos.

      Algunas personas llaman a este animal jaguarete-pope, y creen que hay otro, que llaman simplemente jaguarete. Se dice que sus diferencias consisten en que el primero es más feroz y más fuerte, más grueso de cabeza, cuerpo y piernas; que tiene las patas más gruesas; que su talla es igualmente larga, pero menos alta, y que su pelo es más corto, lustroso, aplastado y más rojizo. Se añade que los anillos o rosas negras de que se halla manchado están más aproximados y son más limpios y menos desiguales en su contorno, y que en su interior no hay ninguna o casi ninguna mancha negra. Se dice también, por último, que no sale casi nunca de los lugares más espesos y de la vecindad de los ríos, sino para cazar en sus orillas; en tanto dicen que la otra especie habita sin repugnancia las alturas y aun las llanuras. Pero otros habitantes del campo igualmente juiciosos dicen que solo hay una especie, y que si algunos individuos tienen colores más bellos es que habitan lugares más oscuros, donde el sol no penetra nunca, y que las diferencias de que hemos hablado en los caracteres y proporciones no existen; que, por lo demás, la especie no tiene colores constantes y que varían mucho en todos los individuos, así como en los ocelotes o chibiguazús. Efectivamente, es seguro que en algunos las dos filas de manchas negras que comienzan en la raíz de la cola se prolongan hasta la mitad de los lomos, y en otros apenas pasan del muslo y están más o menos marcadas según el individuo. Examinando las pieles se observa aún que las hay con el fondo más o menos rojizo y que en otras es blanquecino. El tamaño de los anillos varía singularmente en algunas y son más o menos hendidos o estrellados en su contorno. Las hay cuyos anillos están más o menos separados o aproximados, y estos anillos tienen a veces el centro moteado de manchas negras y otras veces son del color del fondo. En fin, es difícil encontrar dos pieles enteramente semejantes o una sola cuyos anillos y manchas se correspondan con perfecta simetría a los dos lados, siendo su belleza tan variable como todo lo demás.
       También hay gentes del país que dicen que se encuentra otro animal feroz llamado onza. Se asegura que es mucho más pequeño
que el jaguarete, que sólo mata a los caballos y que para esto se ayudan el macho y la hembra; además, que aunque su piel tiene pintas del género de las del jaguarete y de los mismos colores, se observan, sin embargo, siempre algunas diferencias, que no han podido explicarme con claridad ni de una manera fija y precisa. Pero se encuentran también gentes que conocen perfectamente el país y que aseguran que esta onza no existe, y que se toman por ella jaguaretes no adultos y aun acaso el chibiguazú. Estas noticias. pueden servir a los naturalistas que tengan a su alcance los medios de aclarar las dudas que aún hay en estos respectos.
      Buffon y Daubenton suponen que hay en África tres animales feroces llamados pantera, onza y leopardo. Describen la primera, y Buffon censura fuertemente a muchos naturalistas que la han confundido con las otras dos y con otros animales de América. Pero
pueden ciertamente disculparse a estos naturalistas considerando lo expuesto que se está a equivocarse acerca del país natal de los animales y reflexionando acerca de la gran semejanza entre los de este género, por las formas, las costumbres y los colores, y sobre la gran variedad de colores que se observa entre los individuos de la misma especie. El tamaño no basta para decidir, a menos que se conozca de una manera segura el del individuo adulto, lo que se sabe rara vez. En cuanto a las proporciones de la longitud del cuerpo, de la cola, etc., es raro encontrarlas determinadas con exactitud por los naturalistas y por los viajeros. De manera que yo soy uno de los que han creído que la pantera de Buffon era mi jaguarete, como puede verse en mi obra española sobre los cuadrúpedos, y yo me fundaba en que encontraba una identidad absoluta en los colores, la forma y las proporciones. Es verdad que el individuo de Buffon era más pequeño, menos feroz y menos fuerte que el mío; pero yo creí que la primera diferencia podía proceder de la edad o de que su pantera había sido criada en una jaula, y que la segunda procedía de una falta de exactitud en la relación de las costumbres de la pantera. En fin, es tan difícil hoy disitnguir bien estas tres especies de animales, que algunos aseguran que hay tres especies en América, mientras que otros las reducen a una sola. Acaso suceda lo mismo con las tres especies de África. Existen hoy en el Jardín Zoológico Imperial de París, y a la vista de los más sabios naturalistas del mundo, tres animales feroces: uno cuya etiqueta dice Pantera macho; otro, Leopardo macho, y el tercero, sin etiqueta aún, pero se dice que acaba de llegar de América . Ignoro el juicio que han formado los naturalistas franceses. En cuanto a mí, los tres me parecen ser jaguaretes, aunque ninguno tenga
las dimensiones del mío, aunque yo encuentre algunas diferencias en el color, y aunque el último tenga las patas antesíores más fuertes. El animal del Museo de Historia Natural de París que lleva el nombre de pantera de África es, a mi modo de ver, un jaguarete, aún no del todo adulto, pero no obstante es hermoso. Considero también como tal la pantera de Santo Domingo del mismo Museo, y poco falta para que no diga otro tanto de las panteras números 250 y 251, aunque sus anillos o rosas sean sensiblemente más pequeños y más aproximados que lo que he observado en los individuos de América. Todas estas cosas me persuaden, al menos, de que es bien difícil hacer la distinción de semejantes animales y de que los naturalistas debe estudiarlos con mucho cuidado. Sería conveniente que examinaran también la uncia de Caius apud Gesner y los tigres descritos por Ios señores de la Academia Real de Ciencias , porque podrían ser muy bien jaguaretes no adultos. Cuando Buffon quiso describir este último animal, lo llamó jaguar , pero se equivocó tomando por tal un ocelote o chibi-guazú.
      El jaguarete negro no existe, que yo sepa, más que en los bosques de la frontera del Brasil desde los 29° de latitud hacia el Norte. Yo no he visto de este animal más que una piel que, sin contar la cola, medía 57 pulgadas de largo, y se decía que el individuo no era adulto; pero de lo que no se puede dudar es de que se había alargado esta piel, como sucede siempre. Creí, sin embargo, ver que tiene la cabeza más grande que el que he descrito, y sus bigotes son más largos y doblemente más gruesos y más fuertes. Además de esto, todo el pelo era más brillante, más espeso, más largo y menos apretado contra el cuerpo. Los pocos pelos, largos y rectos, que tenía alrededor de los ojos eran blancos; todo lo demás, de un negro azabache; pero poniendo esta piel al sol se observan algunas manchas de un negro más oscuro, como en la especie precedente. Se dice que éste animal tiene las piernas más cortas que el otro, pero que su cuerpo es más largo y más grueso y que es más fuerte y más feroz. Buffon le llama jaguarete y lo considera como perteneciente a la misma especie que el precedente, o al menos como una simple variedad . Si esto fuera cierto, se encontrarían en el mismo país individuos negros y otros de color ordinario, y no se podría atribuir esta variedad al clima. Pero se trata indudablemente de dos especies diferentes. Dudo, no obstante, que el tigre o coguar negro, de que habla Buffon, sea de esta
especie .
      El guazuará tiene 47 pulgadas. de largo, sin contar la cola, que mide un poco menos de 26. Así, tiene el cuerpo más corto y la cola más larga que el jaguarete. Añádase a esto que es, en proporción, más delgada, más ligera y más movible. Vive también mucho más en las campiñas y sube igualmente con más facilidad a los árboles. Oculta bajo la paja el resto de sus comidas; huye siempre del hombre, y solamente mata pollinos jóvenes, becerros, carneros y otros animales aún más pequeños, pero no deja de matar a cuantos animales encuentra, y no se detiene a comerlos, sino que les chupa la sangre. La hembra da a luz dos o tres hijos; tiene una mancha negra sobre el bigote, y desde la cabeza a la cola inclusive está cubierta de pelos de una pulgada de largo, suaves y de un color mezcla de rojo y negro. Hay individuos más o menos rojos, pero todos tienen negro el extremo de la cola. En la gran colección del Museo de Historia Natural de Paris, número 268, hay un hermoso individuo adulto de esta especie con el nombre de coguar que le da Buffon . Este autor describe como diferente un coguar de Pensilvania , pero es la misma especie.
      El chibi-guazú tiene 34 pulgadas de largo, sin contar la cola, que alcanza aproximadamente 13. Vive por parejas y muy oculto durante el día. Mata todas las aves y todos los perros más pequeños que él, así como los gatos; pero cuando come la carne de estos últimos animales se pone sarnoso. Come igualmente culebras y sapos, pero este núltimo alimento le produce vómitos y muere. Cuando se le encierra en jaula hace siempre sus necesidades en el bebedero. La hembra da a luz dos pequeños, que se domestican fácilmente, pero que no dejan nunca de matar cuantas aves domésticas encuentran. Cerca de cada oreja, en el intervalo que las separa, nace una banda negra que se extiende hasta la línea de los ojos; entre esta raya y la de la otra oreja hay dihujos negros. De la nuca salen cuatro rayas negras, que continúan por el cuello, y sobre el hombro hay pequeñas manchas negras irregulares. Desde allí hasta la cola se ven en lo alto del cuerpo dos rayas negras interrumpidas. Por lo demás, el fondo de la parte superior del cuerpo es de un blanco rojizo; pero hay a cada lado una fila de manchas más separadas, que desde el medio del cuerpo hasta junto a la cola están vacías en el centro, de manera que asemejan eslabones negros. Estos mismos eslabones ocupan el resto de los costados del cuerpo, cuyo fondo es de un color más claro. Lo que acabo de decir basta para dar a conocer este animal .
      En el Museo de Historia Natural de París, números 261, 263 y 264, hay varios individuos de esta especie con el nombre de ocelote que les ha dado Buffon . Es verdad que imaginándose que era un jaguarete lo describe como tal con el nombre de jaguar. Creo que debe referirse a esta especie el jaguar de Nueva España donado a M. Le Brun y el gato tigre de la Carolina de Collinson ; pero dudo que se deba hacer otro tanto con el gato pardo descrito por los señores de la Academia de Ciencias y el pichu de Duprat.
      El mbaracayá tiene 22 pulgadas de largo, sin contar la cola, que alcanza unas 13. No tiene más que dos mamas a cada lado. Yo no he visto más que una hembra de esta especie, en las fronteras de Brasil, hacia los 32° de latitud. Sé que da a luz sólo dos pequeños en cada parto, y que estos hijos se domestican fácilmente. Habita las cañadas y los bosques y sube a los árboles. La parte superior de su cuerpo presenta, sobre un fondo muy claro y tirando al color canela, una multitud de gotas o pequeñas manchas negras, que pueden tener tres líneas de diámetro. El fondo del color del cerviguillo es el mismo; pero en lugar de las manchas tiene bandas longitudinales negras, de las que cuatro se prolongan sobre la frente.
      En el Museo de Historia Natural de París, número 254, hay dos gatos cervales que tienen muchas semejanzas con el individuo que describo, y aunque se observan entre ellos algunas diferencias, mucho menos considerables que las semejanzas. He dado a M. Cuvier, célebre y sabio naturalista, la descripción completa del mbaracayá, traducida al francés, a fin de que pueda comparar este animal con los cervales, y como es probable que se ocupe de ello y dé a conocer su opinión, a él me refiero .
      Supongo igualmente que mi mbaracayá podría ser muy bien el margay de Buffon. Este autor cree que se debe referir a esta especie el maraguá y maracayá de Abbeville y de Maregrave, el malakaya de Barrère, el tepe-maxtlacori de Fernández, el Felis silvestris tigrinus ex Hispaniola de Seba y el Felis ex gríseo flavicans maculis nigris variegata de Brisson. Buffon refiere aún a esta especie  el gato tigre de Cayena de Laborde; pero yo supongo que algunos de estos gatos acaso sean ocelotes o chibiguazús.
      El gato negro llamado el negro tiene todo el cuerpo del color que indica su nombre. Su longitud es de 23 pulgadas, sin contar la cola, que tiene próximamente 13. No tiene más que dos mamas a cada lado. Yo he cogido cuatro en los mismos lugares que el precedente.
      El yagudrundi tiene las mismas dimensiones de la especie a que me refiero, pero posee tres mamas a cada lado. El conjunto de su color es de un grís que proviene de que cada pelo está dividido transversalmente por bandas negruzcas y blanquecinas de manera
que domina el negro.
      En el Museo de Historia Natural de París, número 289, hay dos yaguarundis adultos bajo el mismo nombre .
      El eyrá tiene 20 pulgadas de largo, sin contar la cola, que mide 11. Todo el pelo es fuertemente rojo, a excepción de la mandíbula inferior y de una pequeña mancha a cada lado de la nariz, que son blancas. No se le encuentra más que en el Paraguay.
      La última especie de gato es el pajero; yo no lo he visto más allá de los 30º Sur, y siempre en medio de los pastos. Su longitud es de 22 pulgadas y media, sin contar la cola, que es de 10 y media. Su pelo es suave y más largo que el de todas las otras especies. Yo no le he encontrado más que un solo hijo en el vientre; no obstante, no dudo de que su embarazo sea dé dos; tiene dos mamas a cada
lado. El color de la parte superior de su cuerpo es de un pardo tan claro que en Francia le llamarían gris. Se notan sobre su garganta y sobre su vientre bandas transversales de un pardo tirando al color canela, y se ven anillos oscuros en las patas anteriores y posteriores. El pelo del borde interior de la oreja es tan largo que sobresale cinco líneas de la oreja misma.
      Aunque tenga muchas relaciones con el gato salvaje descrito por Buffon y Daubenton, actualmente creería yo que son dos especies diferentes. Casi lo mismo digo del gato salvaje llamado hayrá en la Guyana, y cuya piel se envió a Buffon.

       Conozco en el país tres animales que tienen las formas de la marta, de la fuina y del turón, pero que son mayores y más fuertes.
Comen insectos, pequeños lagartos, víboras, ratones, apereás, pájaros, etc. Hacen agujeros en tierra que les sirven de refugio y para
criar a sus hijos, que son siempre macho y hembra; pero aprovechan también los agujeros hechos por otros animales. No sabrían subir sobre los árboles.
      El que yo llamo hurón mayor tiene 22 pulgadas de largo sin la cola, que es de 13. Cuando se le irrita, lanza, yo no sé cómo, un olor de almizcle muy incómodo y muy fuerte, que no se disipa sino al cabo de cuatro horas. Tiene todo a lo largo de la garganta, hasta el pecho, una mancha de un amarillo blanco. El resto del cuello y la cabeza son enteramente de un blanco sucio, que comienza a oscurecerse hacia el omóplato, de tal suerte que la rabadilla es de un negro intenso, así como el cuerpo.
      En el Museo de Historia Natural de París, número 203, se ven dos individuos, desfigurados en sus formas, bajo el nombre de marta tayra. Yo no dudo de que sea la Mustela atra de Holmes; pero encuentro muchas razones para dudar de que sea el ysquiepatl de Seba, el pekan de Buffon, el tayra de Barreré  y la pequeña fuina de la Guyana de Buffon .
      El pequeño hurón (Huron minor), cuando se le irrita lanza el mismo olor que la especie precedente. Tiene 18 pulgadas y media de largo, sin contar la cola, que mide un poco más de seis. La frente es de un blanco amarillento, que forma un ángulo a una pulgada del extremo del hocico. Este color se prolonga a los dos lados, formando una raya muy notable sobre los ojos, sin tocarlos, y envolviendo las orejas por el lado del cuello, a cuyo nacimiento termina insensiblemente y en disminución gradual. Toda la parte de encima es gris, porque el extremo de los pelos es blancoamarillento y el interior es negro. El resto es de un negro iñtenso. Se pueden ver dos en la colección de París, números 201 y 202, bajo el nombre de martegrison. Es necesario referirlo a la especie de la galera de Brown , al animal de Cayena enviado al Gabinete de Aubri y al grisón de Allamand . Todo lo que supongo consiste en que podría ser el ysquiepatl de Hernández, que Charlevoix habrá confundido con el caguaré, describiendo su hijo del diablo, y Ferrillée hablando del chinche del Brasil .
      El yaguaré, que los españoles llaman zorrillo, es otra especie de fuina, que sólo habita desde los 29º,5 hacia el estrecho de MagaIlanes. Vive en los campos, no huye y aparentemente no hace caso de nadie; pero si observa que se le persigue, se comprime, se hincha, dobla la cola sobre el lomo y lanza, con perfecta puntería, sobre el que se le acerca, próximamente a una vara, un licor fosfórico de un olor tan apestoso que no hay hombre ni perro que no retroceda y evite aproximarse al yaguaré. Una sola gota caída sobre las ropas obliga a tirarlas, porque si no el olor hediondo apestaría la casa y no se disiparía aunque se enjabonase la ropa veinte veces. Con frecuencia me ha molestado mucho este olor a más de una legua de distancia, y se puede asegurar que si el yaguaré lanzara uno de sus chorros en el centro de París se olería en todas las casas de la gran ciudad. Se dice que este licor tan extraordinario está contenido en una pequeña bolsa cerca del conducto de la orina y que los dos líquidos salen al mismo tiempo. Su longitud es de 17 pulgadas y media, sin contar la cola, que tiene cerca de seis, independientemente de los pelos. Es enteramente negro y sólo a dos pulgadas del extremo del hocico comienzan dos líneas de un hermoso blanco, reunidas en su origen, y que algunas veces se separan sobre la frente, continuando a cada lado, por encima de la oreja, sin tocarla, y prolongándose por los costados del cuello, del cuerpo y aun de la cola. Algunos individuos carecen de estas líneas y rayas, otros no las tienen más que a los lados del cuello, y en otros aún están más o menos extendidas. Se pretende que este olor apestoso es un específico contra la jaqueca, y que el mejor remedio para el dolor de costado es tomar una pequeña cantidad de hígado de yaguaré seco a la sombra y reducido a polvo. Se dice también que este mismo polvo, tomado en vino o caldo, es el mejor sudorífico que se conoce.
      En la colección de París hay un animal en extremo semejante al yaguaré, con el nombre de mofeta de Chile, y yo no dudaría de que sea el mismo animal si no observara que el blanco de la frente y del occipucio es mucho más ancho que en el mayor número de los individuos que yo he visto en el país. Se creería que para caracterizar a este animalito bastaría decir que es de la familia de las martas, de las fuinas y de los turones, que es americano y que emite a voluntad un olor de una hediondez increíble. Pero como muchos autores hablan de animales que tienen caracteres semejantes, y no están de acuerdo unos con otros, se debe presumir que los hay de diferentes especies, bien difíciles de reconocer hoy, a causa de los caracteres que se les asignan. Añádase a esto que mis dos turones precedentes expanden también muy mal olor, y esto basta para que la exageración, tan frecuente en los viajeros, iguale este olor al del yaguaré. Por lo demás, no teniendo esta especie los colores muy constantes, es un motivo más para que las relaciones no estén de acuerdo. En mi obra española me había propuesto aclarar muchas dificultades; pero habiendo reflexionado luego, no afirmo nada, como no sea que el gruñidor y soplador de Wood es un yaguaré . Por lo demás, se debe presumir que los zorros de Garcilaso, el Putorius americanus de Kalm y el de Gemelli Carrieri  pertenecen igualmente a esta especie. Esto me parece al menos más probable para éste que para el suizo de Sagard Theodat (3), la mapurita de Gumilla, el animal hediondo de Page du Pratz y el ortohula de Fernández . Presumo también que Charlevoix y Feuillée lo han confundido con mi especie precedente, como ya he dicho.
       Los naturalistas llaman sarigüeyas o jilandres a los animales que yo nombro en general fecundos, porque lo son mucho. Conozco seis especies, y como estos animales no se encuentran más que en América, debo dar a conocer los caracteres comunes a todas las especies antes de hablar de aquellos que distinguen a cada una en particular.
      Su cola es muy larga, nerviosa y crasa, desprovista de pelo casi toda y aun enteramente, cubierta de escamas, y se sirven de ella para sostenerse sobre los árboles, adonde suben fácilmente, así como por los muros cuya superficie es desigual. Los dedos son muy cortos, desprovistos de pelos y flexibles, con uñas agudas. Hay cinco en las patas anteriores y el pulgar no se distingue de los otros. En cuanto a las patas posteriores, el número es el mismo, pero el pulgar es redondo, grueso, desprovisto de uña y muy alejado de los otros dedos. Estos animales tienen la cara triangular, muy aguda y larga; los ojos, oblicuos y salientes; la boca, muy hendida y con más dientes que ningún otro animal. En efecto, en la mandíbula superior hay diez incisivos y cuatro caninos, y en la inferior, ocho de los primeros y cuatro de los últimos. Tienen largos bigotes y las orejas redondeadas, desnudas y transparentes. El cuerpo es largo; el cuello, corto, y el escroto, tan colgante que casi toca al suelo. El miembro se oculta en el orificio y está dividido en dos en la punta, presentando la forma de Y. En las hembras los dos conductos no tienen más que un solo orificio. Las mamas están colocadas en forma de elipse o círculo alargado, y hay una en el centro. Apenas realizado el parto, las hembras aplican sus hijos cada uno a una mama, que no sueltan nunca hasta que están en estado de andar y comer por sí solos. Entonces cada uno se agarra a la madre como puede, y ésta los lleva con mucho trabajo, unos sobre el lomo y otros arrastrando por el suelo.
      Cuando se irrita a estos animales emiten su orina y sus excrementos, que esparcen malísimo olor. Habitan los campos más que los bosques, donde no se internan nunca. Se ocultan en los matorrales o masas de hierba, o bajo los troncos de los árboles, o en agujeros que hacen en tierra. Su marcha es muy pesada. Son estúpidos y no son ni feroces ni inquietos. No salen más que de noche. Se alimentan de insectos, huevos, lagartijas, ratones y creo que también de sapos y cangrejos. Comen igualmente frutos, y cuando matan un pájaro se limitan ordinariamente a chupar la sangre. Esto mismo hacen las especies mayores con los pollos, cuando pueden atraparlos penetrando en las casas. Se los mata fácilmente a palos, aunque no dejan de morder si pueden, pero nunca atacan. Con estos caracteres será siempre fácil asegurarse de si un animal pertenece o no a esta familia de cuadrúpedos. Pero la distinción de las especies es muy difícil, porque hay varias que tan sólo difieren por las proporciones respectivas del cuerpo y la cola. Vamos a dar los caracteres de cada especie.
      Se encuentra el micuré en toda la extensión del país que describo. Tiene 17 pulgadas de largo, sin contar la cola, que mide 13 y que no está cubierta de pelos más que en un espacio de cuatro pulgadas, a partir de su raíz. El pelaje está constituido por dos clases de pelos. El más corto y más abundante es de un blanco amarillento negro en el extremo; el otro es de dos pulgadas de largo, blanquecino y más grueso. Una mancha oscura rodea alojo y se extiende hasta el bigote; otra aún más oscura sale del centro del occipucio y se extiende sobre la. frente. Las patas anteriores y posteriores son negras. A lo largo del vientre de la hembra adulta hay una hendidura formada por dos bordes o pliegues muy notables, que se abren y cierran a voluntad. Bajo cada pliegue hay una cavidad, que aumenta hacia atrás, de suerte que la reunión de los pliegues en la parte posterior forma sobre el pubis una bolsa que tiene bastante capacidad; en esa cavidad hay doce mamelones, colocados en circulo y uno en medio; allí es donde el animal encierra sus hijos los primeros días. Monsieur Cuvier, naturalista muy estimado en Europa, me ha mostrado, en la sala donde se preparan los animales para el Museo de Historia Natural, una piel de micuré recién llegada de Cayena; pero había perdido una gran parte de los pelos blancos, los más largos que guarnecen los costados del cuerpo del animal. En el mismo Museo, números 298 y 299, he visto tres pieles con el nombre de Didelphis manicu virginiensis, que al primer golpe de vista me han parecido también micurés, vista su forma, su tamaño, su mezcla de dos pelos, de los que los más largos son blancos, así como el color de las patas de delante y atrás, y aun el de las orejas en ambos individuos.
      Esto es lo que dije al pronto a M. Cuvier; pero como después le aseguré que el individuo recién llegado de Cayena que él me mostró era un micuré y que tenía dudas con respecto a los otros, debo esperar que comparará estos animales y decidirá la cuestión. Entretanto, considero estos tres individuos como diferentes del micuré, porque el blanco domina mucho más en su pelo sin estar mezclado de amarillo; además, la cara es incomparablemente más blanca, no hay nada negro en la parte alta del hocico, ni entre las orejas, ni en el occipucio; apenas se distingue en el ojo y no se prolonga hasta e bigote. El pelaje me parece más compacto y menos suave y los pelos blancos me parecen menos tendidos, más cortos y más espesos. Además, uno de los individuos tiene las orejas enteramente negras. Daubenton nos da la descripción de la sarigüeya, y sospecho que ha reunido muchos animales diferentes que él creía eran de la misma especie. En mi obra sobre los cuadrúpedos he procurado aclarar este asunto, imaginándome conocer casi todas las especies de esta familia; pero los conocimientos que he adquirido en el Museo de Historia Natural de París me han demostrado que me falta aún mucho que conocer. Por consecuencia, es necesario no referirse por completo a lo que he dicho antes, sino esperar a que naturalistas hábiles aclaren la materia. Daubenton refiere a la sarigüeya que describe  otro individuo de 15 pulgadas y media de largo, sin la cola, que tenía 16, y estas medidas me hacen creer que se trataba de mi micuré. Otro tanto digo de la sarigüeya de Tyson , de la sarigüeya de Ximénez, del taiibi de Maregrave y del Philander brasiliensis de Brisson. Mucho sospecho también que la nomenclatura de la sarigüeya de Buffon está embrollada y que las frases de los autores relativas a este animal son confusas y equívocas. Buffon describe también su cangrejero y en seguida otros dos animales de esta familia. En mi obra sobre los cuadrúpedos llegué a creer que eran micurés, pero hoy dudo. En el Museo de Historia Natural de París, números 295, 296 y 297, hay tres cangrejeros muy estropeados y mal preparados, que no parecen ser los de Buffon y que yo no conozco. No obstante,
el último podría ser mi coligrueso.
      Llamo lanoso al segundo fecundo porque está cubierto de una lana muy suave. No he tenido hembras de esta especie, pero se me asegura que la bolsa y las mamas eran como en la especie precedente. Ésta de que hablo es de ocho pulgadas y dos tercios de largo sin la cola, que tiene 13 y media y que está toda recubierta de pelo a excepción de cuatro pulgadas y media en el extremo. Se ve que nace sobre el hocico una pequeña raya oscura que va hasta el occipucio; el contorno del ojo es de vivo color canela; el espacio que media entre este último color y la raya es de un pardo claro. El occipucio, parte anterior y exterior de las patas de delante y anterior de las posteriores son rojizos. Lo mismo sucede en los riñones, aunque el color sea en ellos un poco más oscuro. El resto del cuerpo es de un pardo blanquecino, y el blanco domina en las partes inferiores.
      En el Museo de Historia Natural de París se ve un individuo, sin nombre ni número, que es el décimo contando de derecha a izquierda del que mira a la fila de los didelfos. Se distingue de los otros por la gran suavidad de su pelo, y yo creo que es mi lanoso, aunque los colores hayan perdido mucho. Monsieur Cuvier opina lo mismo, comparando mi descripción con un individuo un poco mejor conservado que acababa de llegar de Cayena, y que estaba en la sala donde se preparan y disecan los animales para el Museo. Monsieur Geoffroi (otro naturalista igualmente muy conocido), que estaba presente, me dijo que él había visto las hembras de esta especie y que no tenían bolsa. Esto me ha hecho rectificar el error en que me habían hecho caer los que me habían asegurado que la tenían. Por consecuencia, como es sobre este error donde me había fundado para referir a mi lanoso la figura 46 que Daubenton da de su sarígüeya hembra, yo veo ahora que me equivoqué en el juicio que había formado a este respecto y en la crítica que puede verse en mi obra española sobre los cuadrúpedos. En la misma obra yo no dudaba de que éste fuera el cayopollin de Buffon descrito por Daubenton; pero yo creo que hoy son animales diferentes, porque aunque no haya gran diferencia en los colores, el cayopollin tiene negro en el ojo, la cola menos provista de pelo en su raíz y considerablemente más corta a proporción. Esto me parece suficiente para establecer una diferncia específica entre animales que presentan un gran número de caracteres generales de semejanza, y de los que, por consecuencia, las especies son poco diferentes unas a otras.
       Dudo de si se debe referir o no a esta especie el Philander de Suriman, de Sibille Marian, que era una hembra. Seba da el macho con una figura y una descripción que lo aproxima mucho a mi lanoso; es verdad que dice cosas que parecen alejarlo bastante.
      Llamo a la tercera especie coligrueso. El animal tiene 12 pulgadas de largo, sin contar la cola, que mide 11, y está cubierta de pelos, a partir de la raíz, en los dos tercios de su longitud. Su pelo no es, a lo más, tan largo como en las especies precedentes, y no lo es más que el de un ratón ordinario. La parte inferior del ojo es de un color canela claro que envuelve el ángulo de la boca y ocupa luego la parte inferior de la cabeza y todas las partes inferiores del cuerpo. Las patas y la cara son de un color oscuro; el resto, como en el ratón doméstico. En lugar de bolsa este animal tiene entre las piernas dos pliegues abiertos en elipse, que contienen una pequeña cavidad, donde hay ocho mamelones formando un círculo alargado. No me sorprendería que el Didelphis cangrejero, número 297 del Museo de Historia Natural de París, fuera mi coligrueso. Pero creo que la murina de Linneo pertenece a esta especie, y supongo que Daubenton, en la descripción de la sarigüeya, ha confundido mi coligrueso con el micuré. Estoy igualmente persuadido de que el mismo autor, describiendo la marmota, ha confundido con el colilargo la especie de que yo hablo en el presente artículo, como precedentemente he dicho.
       Doy a la cuarta especie el nombre de colilargo. No he visto más que un individuo, que no era adulto. Tenía tres pulgadas y tres cuartos de largo, sin contar la cola, que medía cinco, y que estaba enteramente desprovista de pelo. Entre las dos orejas y toda la parte alta del cuerpo es del mismo color que el ratón doméstico y el pelo no es más largo. El ojo está rodeado de un anillo negro, seguido de otro blanquecino, y en el espacio que se extiende de un ojo a otro se ve una línea oscura. Las partes inferiores son blancas. Se verá en el número 23 que tengo algunas sospechas de que cuatro individuos del Museo de Historia Natural de París podrían pertenecer a esta especie. Daubenton  describe la misma marmose que Buffon, describiéndola por dos individuos que tuvo a la vista, y aún cita un tercero, que le sirvió para la disección. Pero yo creo que la proporción de medidas que les da indica que no son todos de la misma especie, como él cree, y que el primero es un coligrueso no adulto, y los otros, colilargos. No me sorprende nada que un naturalista tan hábil y exacto haya podido caer en semejante error, pues en la familia de los didelfos o fecundos las especies se aproximan de tal manera las unas a las otras que es muy difícil distinguirlas, aun tratándose de los individuos vivientes, y esto es casi imposible cuando los ejemplares están conservados en los gabinetes. Si mi conjetura es verdadera, como creo, y estos tres individuos pertenecen a dos especies diferentes, no sería extraño que se hubieran confundido los caracteres en la descripción. En .efecto, todos los colores de que se habla pertenecen al colígrueso más que al otro, a excepción de la banda negruzca que, según Daubenton, rodea al ojo, y se ensancha por encima en la parte anterior de manera que forma un anillo negro . Este último carácter pertenece al colilargo, y otro tanto digo de las catorce mamas y de la cola, que no tiene pelo más que en su raíz y en una longitud de tres líneas. Es verdad que Buffon dice que una gran parte de la cola está cubierta de pelo, lo cual pertenece al coligrueso. Lo que yo considero como cierto es que este animal no es la murina de Linneo; pero no conozco el philander de Brisson, que Buffon refiere esta especie. El individuo que enviaron de Cayena a este último autor  me parece ser también un colilargo.
      Llamo colicorto al quinto fecundo. Tiene cuatro pulgadas y media de largo, sin contar la cola, que alcanza dos y cuarto y que sólo tiene pelos en la raíz. El cuerpo es, en proporción, más grueso que en todas las demás especies y el pelo no es más largo que el del ratón común. La parte inferior del ojo, y aun un poco de la superior, los lados de la cabeza y del cuerpo, son de un color de canela vivo. La parte alta del hocico es parda, y todo el resto, de un pardo aplomado. Este animal no tiene bolsa; pero su seno, colocado entre las piernas, es hinchado y presenta catorce pezones, tan pequeños que apenas pueden contarse. Su parto es de catorce hijos, que se fijan a los pezones y la madre los lleva consigo sin que suelten jamás la presa.
      En el Museo de Historia Natural de París se ven en una misma fila varios fecundos con el nombre general de didelfos. Los dos individuos más a la derecha del que mira, llamados touan, sin número, son de esta especie. Empiezo también a sospechar que se podría referir a ella la musaraña del Brasil de que habla Buffon .
      Llamo enano al último fecundo porque no tiene más que tres pulgadas y media de largo, independientemente de la cola, que tiene tres y dos tercios y que está enteramente desprovista de pelos. No he tenido en mi poder más que dos machos, que tenían el pelo corto como un ratón y la cola más delgada que las otras. Entre las dos orejas, toda la parte de arriba y los costados son de un aplomado un poco más oscuro que en el ratón, y toda la parte de abajo, de un blanquecino muy claro. Pero el contorno del ojo es de un negro que se extiende hacia el ángulo mayor. Las regiones superciliares son blanquecinas en la parte superior y las dos están separadas por un triángulo, un poco oscuro y poco perceptible. En la serie de los didelfos del Museo de Historia Natural de París se ven cuatro individuos de edades diferentes, sin contar los que están sobre el dorso de la madre. Estos cuatro últimos, que no tienen ni nombre ni número, me parecieron al principio ser de la especie de mi colilargo, y así lo dije a los señores Cuvier y Walckenaer: pero examinándolos después más cómodamente y con más atención he modificado lo que pensaba y creo más bien que pertenecen a la especie que he llamado enana. He aquí en lo que me fundo. La mancha del ojo no es redonda,como en el colilargo, sino en forma alargada; no se observa la línea oscura vertical sobre la frente ni el blanco en la parte anterior del brazo, y el tamaño y las proporciones me parecen a la vista aproximarse más al enano que al otro. Es verdad que la mandíbula inferior, por debajo del ojo, es blanca, sin que se perciba el amarillo; pero como esta tinta es muy poco sensible, no me sorprende que bardesaparecido, así como el color oscuro del centro de la frente, que es poco perceptible aun en el animal viviente. Si se midiera la logitud total y la de la cola es posible que se disiparan nuestras dudas.
      Nada más conocido que las formas de los zorros. El que se llama aguará-guazú tiene 41 pulgadas de largo, sin contar la cola, que alcanza 15, independientemente del pelo, que mide cuatro. Desde la parte inferior de la pata hasta la cruz tiene 34 pulgadas y media. Resulta que es tan grande como un perro de la más alta talla y mayor que un lobo, y no cede a ninguno de estos animales en la ligereza de su carrera ni en la fuerza de sus dientes. He visto un individuo adulto muerto y he poseído otros muchos pequeños, y que intenté criar dándoles carne cruda de vaca; pero pronto advertí que no la digerían y la expulsaban casi como la habían comido. Gruñían y ladraban como perros, pero con más fuerza y en tono más confuso. No mostraban poner atención alguna hacia los pollos que pasaban a su alcance, pero comían pájaros pequeños, ratones, huevos, naranjas y caña de azúcar. Como esta especie no habita más que los terrenos inundados, sin pasar al sur del Río de la Plata, yo creo que se alimenta principalmente de caracoles, babosas, sapos, cangrejos y víboras. Este animal huye siempre y no hace mal alguno a los ganados; es nocturno y solitario, y muchos habitantes del campo aseguran que se encuentran en el corazón, en los riñones y en las entrañas de algunos individuos de esta especie abejas, gusanos y hasta víboras. Esto me hizo examinar con cuidado al individuo adulto que yo poseía y a otros pequeños, pero no encontré nada semejante. Los jóvenes murieron todos. Mi amigo don Pedro BIas Noseda no encontró nada tampoco en el cuerpo de un individuo joven de esta especie; pero examinando el cuerpo de una hembra vieja observó que el riñón derecho, que en apariencia no difería del otro, formaba una bolsa que contenía seis gusanos vivos que se veía moverse. El mayor de estos gusanos tenía 15 pulgadas de largo y el tamaño de los otros disminuía progresivamente. Todos se alimentaban de sangre mezclada con agua, donde nadaban. Considero a Noseda como hombre muy verídico. Los anatómicos pensarán lo que quieran de este hecho. Esperando otras explicaciones, podría creerse que estos gusanos son el producto de una generación espontánea irregular. El pelo, bello y suave, no está acostado; es, por el contrario, un poco crespo, largo, de cuatro pulgadas, de un bello rojo tirando algo a amarillo. Pero su crin, de seis pulgadas de alto, no es de este color más que hasta la mitad de la longitud del pelo y el resto es negro hasta la extremidad. La parte inferior de las cuatro patas es igualmente negra, así como el hocico. Se ve una gran mancha blanca en la parte inferior de la cabeza, y la parte posterior de la cola es igualmente de este color. Es indudablemente el ocoromo de Moxos, y también creo que es el koupara de Barreré.
      El aguarachay es muy común en todas estas regiones. Tiene las pupilas de los ojos como las de los gatos. Es nocturno y sus formas y sus hábitos no difieren nada de las de los zorros de España. Noseda domesticó uno, que acabó por ser tan familiar como un perro, pero se comía todos los pollos. Tiene 25 pulgadas y media de largo, sin contar la cola, que alcanza 12 y media de longitud, y los pelos del extremo, de pulgada y media. La parte de fuera, de la oreja y el exterior de las patas anteriores y posteriores, hasta por encima de la corva, son de color rojizo tirando al de la canela; el hocico es negro hasta los ojos. Sobre el resto de la parte alta de la cabeza se ven pequeños pelos, color de canela, cuyo extremo es blanco. Todas las partes inferiores del cuerpo son blanquecinas. El resto de la piel es gris, .porque cada pelo tiene alternativamente dos rayas blancas y dos negras. El extremo es de este último color. En el Museo de Historia Natural de París, número 278, hay un animal llamado zorra tricolor, llevado del norte de América, y que me parece ser mi aguarachay. Si esto es así, cosa que no dudo, se puede concluir que el clima no tiene sino muy poca o ninguna influencia, porque el aguarachay es el mismo en toda América, desde el estrecho de Magallanes hasta el polo ártico, aunque en general el zorro varíe mucho en sus colores.
      El popé es de 23 pulgadas y media de largo, sin contar la cola, que tiene 13 y media, ni los pelos, que tienen dos. El hocico es más puntiagudo que el del zorro y un poco arremangado en el extremo. Los ojos son muy grandes y un poco saltones, y las orejas un poco inclinadas al costado. Tiene en las patas anteriores cinco dedos, desprovistos de pelo, separados, callosos por debajo, más altos que gruesos, que no le sirven para desgarrar, pero sí para llevarse el, alimento a la boca, cosa que hace con las dos patas a la vez. Las patas de atrás están dispuestas del mismo modo. Hay tres mamas a cada lado. Su pelo es suave y un poco crespo. Toda la parte inferior del cuerpo es de un amarillo pálido; las patas son negras, así como el último tercio de la cola, de la que el resto alterna en anillos negros y blanquecinos. Los arcos superciliares son blancos, así como el borde de los labios, y hay detrás del ojo una mancha del mismo color. El resto de la cabeza es negro. Todo el resto del pelaje es mezcla de dos clases de pelos: los más largos, negros, y los otros, blanquecinos, lo que da al animal un color gris. Creo que no pasa de los 30º y que es nocturno. Algunos dicen que tiene todas las costumbres del zorro; basta considerar sus formas para ver que no es ni tan ligero ni tan activo. Parece que prefiere los lugares acuáticos y que sube a los árboles. No dudo de. que en ocasiones coma de todo, pero creo que se alimenta principalmente de insectos, frutas, huevos, cangrejos y de las aves pequeñas que puede cazar. Se le domestica teniéndolo amarrado. Es muy pesado; el cuerpo y el cuello son gruesos y cortos; la cola, recta; permanece encogido, con el aire tímido; la boca es muy hendida. Tiene en la mandíbula inferior seis incisivos, de los que los exteriores podrían pasar por caninos; hay luego un intervalo vacío, seguido de dientes caninos que tienen siete líneas. En la mandíbula inferior hay seis incisivos, y en seguida, caninos. En el Museo de Historia Natural de París, números 197 y 198, hay dos popés con el nombre de ratón cangrejero, que le ha dado Buffon; pero el mismo había ya descrito este animal con el nombre de ratón.
      El cuatí tiene 22 pulgadas y media de largo, sin la cola, que alcanza 20 y media, y que con frecuencia levanta verticalmente, dirigiendo el extremo por detrás. El cuerpo y el cuello son gruesos y cortos; el hocico es muy largo, agudo, en forma de trompeta, y el extremo, que sobrepasa más de 16 líneas de la mandíbula inferior, tiene alguna movilidad en todos los sentidos. En la mandíbula superior se encuentran cuatro incisivos, después un vacío y luego un diente canino, separado por un gran intervalo de un canino de cinco líneas que presenta dos filos, como una espada; siguen luego seis molares. El número de incisivos de la mandíbula inferior es el mismo, y les siguen caninos de dos filos, con ocho líneas de largo, muy separados de los molares. La oreja es pequeña y redonda. Todas las patas tienen cinco dedos, reunidos por una membrana que se extiende hasta la mitad de cada dedo. Las hembras miden casi tres pulgadas menos que los machos; tienen de seis a diez mamas y dan a luz cuatro a cinco hijuelos, de los que los machos son el mayor número. Este animal tiene una pequeña mancha blanca bajo los ojos, otra detrás y una tercera en la parte posterior del ojo, que da una vuelta y se prolonga a lo largo del costado del hocico. El resto de éste es negro y este color se introduce en forma de punta aguda en la mancha blanca que tiene sobre el ángulo mayor del ojo.
      La frente es de un blanco amarillento, así como toda la parte superior del cuerpo y los costados; pero el extremo del pelo es de un color oscuro y la cola tiene anillos de este último color y otros blanquecinos. Los pelos de debajo del cuerpo son oscuros en el extremo y de un anaranjado pálido en el interior. Hay algunos individuos que tienen blancas estas regiones, en vez de ser anaranjadas, y que sonblanquecinos en la parte superior del cuero en vez de ser blancoamarillentos. Este animal sólo habita los bosques; sube a los árboles, y se dice que basta golpear el tronco para hacer caer toda la banda, que está sobre las ramas. Hay también personas que le atribuyen todas las astucias y todos los hábitos del zorro, pero su poca ligereza demuestra que se engañan. Su hocico no anuncia un animal que tenga fuerza para morder, y se ve que a lo sumo está en estado de comer huevos o los animales pequeños que encuentre en los nidos. Lo que sí es seguro es que no come ratones. Sin embargo, cuando está domesticado (lo que no es difícil) come pan, carne, frutas y de todo, indistintamente. Se le tiene amarrado porque es muy turbulento y para evitar que se escape, porque no se encariña con nadie. En el Museo de Historia Natural de París se ven reunidos varios cuatis, de los cuales, a mi parecer, ninguno es adulto, y los de los números 186 y 188 son de la variedad cuyo color es más oscuro.
    Llamo nutria al animal que en el país llaman lobo de río, y que se encuentra en todos los lagos y en todos los ríos del Paraguay, y creo que hasta en el Río de la Plata. Cada sociedad de estos animales vive en un gran agujero que excavan al borde del agua, y donde nacen y crían a sus hijos. No viven más que de peces, que comen generalmente fuera del agua. Permanecen todo el tiempo que quieren debajo del agua, sin ahogarse, y muestran a veces la cabeza detrás de los buques y ladran como perros; pero el sonido de su voz es ronco y nunca muerden a los que están nadando. En tierra su marcha es pesada y avanzan casi arrastrándose sobre el vientre. No he tenido más que ocho individuos vivos, y voy a dar las dimensiones del mayor, sin asegurar que fuera adulto, porque me parece haberlos visto más grandes en mis navegaciones por los ríos. La longitud es de 24 pulgadas y media, sin contar la cola, que tiene 18; esta cola es gruesa, puntiaguda, flexible y redonda, aunque se nota en ella un pliegue formado por la piel todo a lo largo de sus lados. El cuerpo y el cuello son gruesos; la cabeza, corta y plana; pero su parte alta es en forma de semicírculo y más levantada que las orejas, que son pequeñas y redondas. El hocico no es puntiagudo; está bien provisto de bigotes; los ojos son pequeños. La mandíbula superior tiene seis dientes incisivos, seguidos de un diente canino a cada lado; después, un intervalo. Estos caninos tienen siete líneas de largo y están separados de los molares por otro intervalo. Se observa el mismo número de incisivos en la mandíbula inferior; no hay caninos, y solamente molares, separados de los otros por un espacio vacío. Las cuatro patas tienen cinco dedos, reunidos por una membrana. La mandíbula inferior es de color de paja o amarillenta; todo el resto del pelo es de un color oscuro brillante y suave al tacto.
      En mi obra sobre los cuadrúpedos no dudé en asegurar que mi nutria era el animal que Buffon llama saricovienne. Pero habiendo visto después esta especie en el Museo de Historia Natural de París, muchas razones me llevan a dudar de la veracidad de mi aserto. En efecto, aunque el país y las formas parecen ser los mismos, la saricovienne es mucho más grande que los ocho individuos que yo he visto y he tenido entre las manos. Añádase a esto que el pelo de mi nutria me parece mucho más suave, más perpendicular a la piel y más oscuro, mientras que el de la saricovienne es de color de canela. Es verdad que este último color es con mucha frecuencia más oscuro que en mi nutria no ocupa más que la parte inferior de la cabeza, y subido en las pieles viejas de algunos de estos animales; pero además, he aquí otra diferencia: el color de paja o blanco amarillento se extiende mucho en la saricovienne y cubre la garganta hasta el pecho. Es verdad que los hijuelos de la saricovienne que se ven en el Museo, al lado de su madre, no presentan esta diferencia tan sensible, pero siempre es más clara de notar que en mis individuos. Estas dudas me han confirmado en otra que al principio me había hecho poca impresión. Yo había visto de lejos, navegando por algunos ríos al norte del Paraguay, nutrias que me parecieron más grandes que los ocho individuos que había visto y descrito, y yo vi en el país una piel de nutria disecada de 46 pulgadas de logitud, sin la cola, que tenía 21. Todo esto me hizo sospechar que estos individuos grandes pertenecían a otra especie; después me persuadí de que la diferencia de tamaño venía de la edad y no de una diferencia específica. Pero como veo ahora que es probable que la saricovienne sea una especie diferente de los ocho individuos que he medido y descrito, encuentro igualmente probable que los grandes individuos de que he hablado deban ser referidos a ella; y tanto más cuanto que el animal disecado tenía la misma clase de pelo y el mismo color que el del Museo. Es verdad que ignoro si tenía también la mancha por debajo de la cabeza y la garganta, porque el pelo se había caído. Si se asegura que existen efectivamente en el país dos nutrias diferentes, es decir, la mía y la saricovienne, será necesario examinar de nuevo la nomenclatura de Buffon  y mi crítica.
      No obstante, yo creo siempre que la sariguebesú de Thevet es mi quiyá, y que la lutra atri coloris macula subgutture flava de Brisson es mi nutria, vista la relación de los colores. En cuanto a los otros autores citados por Buffon, no puedo decir nada, ni tampoco de las nutrias que indica a continuación.
      Llamo quiyá, así como los indios, a un animal que los españoles llaman impropiamente nutria. No pasa de los 24° de latitud hacia el Norte; pero en la provincia del Río de la Plata se le encuentra abundantemente en todos los arroyos y en todos los lagos. Excava agujeros a orillas del agua para esconderse y criar a sus hijos, que son en número de cuatro a siete. Nada perfectamente y lo mismo bucea; pero tiene necesidad de salir frecuentemente del agua para respirar. Vive sólo de hierbas. Su longitud es de 19 pulgadas, sin contar la cola, que tiene 16, y que es gruesa, escamosa y desprovista de pelos. Sus patas son muy cortas y su marcha es pesada. Tiene en las patas anteriores cinco dedos, todos separados, y los de las posteriores, en el mismo número, unidos todos por una membrana. Se parece mucho a una liebre por la cabeza y el hocico, pero sus orejas son mucho más pequeñas y sin pelos. No tiene más que dos dientes en cada mandíbula; son de color naranja y de una pulgada de largos. La boca es como la de la liebre. El contorno de la boca y la punta del hocico son blancos. Por lo demás, la parte de encima es oscura, aunque se percibe bien distintamente el rojizo en los costados de la cabeza y del cuerpo y en los alrededores de la oreja. Las partes inferiores son más claras. Sospecho mucho que el sariguebesú de Thevet pertenece a, esta especie. Me fundo sobre lo que dice de que este animal habita en el Río de la Plata, que su carne es buena para comer, que el color del pelo es una mezcla de gris y de negro y que tiene membranas en las patas. En mi obra sobre los cuadrúpedos formé la misma suposición respecto a la pequeña nutria de agua dulce enviada de Cayena a París ; pero hoy estoy por la negativa.
      El cápibara no pasa al sur del Río de la Plata, pero se le encuentra frecuentemente a orillas de todos los ríos, arroyos y lagos, donde vive en familia, no alimentándose más que de hierbas y no haciendo cuevas. Nada mucho y bucea; pero solamente en tanto en cuanto la necesidad de respirar se lo permite. Corre poco; es pacífico, tranquilo y pesado, y permanece sentado mucho tiempo. Su carne es buena y muy crasa. Sale principalmente de noche. La hembra da a luz de cuatro a ocho crías. Tiene de largo 45 pulgadas y media y carece de cola. El cuerpo es más corto, más grueso y más redondeado que el del cerdo. Su cabeza tiene menos ancho que alto; la oreja es corta y sin pelo. El hocico es extremadamente obtuso. Su boca se asemeja a la de la liebre, y tiene, como este animal, dos grandes dientes arriba y otros dos abajo. Presenta sobre el hocico una especie de lupia muy aplastada y sin pelos. Tiene cuatro dedos en las patas anteriores y tres en las posteriores; tanto en unas como en otras, unidos por una membrana. La hembra no tiene lupia y su longitud cuenta dos pulgadas menos que el macho. El pelo es grueso y apretado contra el cuerpo, de un color oscuro, pero el extremo rojizo. Toda la parte de debajo es de un pardo blanquecino. En el Museo de Historia Natural de París, número 337, se puede ver un individuo joven con el nombre de cabiai.
      El pay es muy raro en el Paraguay, y yo creo que no se le encuentra más allá de los 30º de latitud. Se me aseguró en el país que tenía la misma manera de vivir que el acuty; que, como él, es nocturno y lo roe todo; que habita los bosques, donde se oculta en los
huecos de los árboles y también bajo su tronco; come hierba y cañas de azúcar; tiene la carne delicada, y da a luz dos crías, o una sola, cada vez. Yo no tuve en mi poder más que dos machos de esta especie, que tenían 24 pulgadas de largo; la cola o el cóccix sólo tenía seis líneas. El cuerpo se parecía al del cochino, por su redondez y su aspecto. El hocico era obtuso, con dos grandes dientes arriba y abajo; la cara, plana, y la oreja, sin pelos. Tienen cinco dedos en las patas anteriores, y de ellos el interior es tan pequeño que se reduce a una uña; todos están un poco unidos en su raíz. Las patas posteriores son del todo. semejantes a aquéllas. Sólo hay una mama a cada lado. El pelo es corto, pegado al cuerpo y muy blanco en toda la parte inferior. El de encima es de un pardo oscuro; pero a cada lado del cuerpo hay bandas blancas muy notables y colocadas a lo largo. En el Gabinete de París, número 344, lleva el nombre de paca.
      El acuty no es raro en el Paraguay, pero no se extiende hacia el Sur. Es nocturno, y en las casas lo roe todo, hasta la madera de las puertas. Tiene los mismos hábitos que la especie precedente, pero es mucho más ligero. No hace cuevas; vive de vegetales, pero en poder del hombre come de todo. Cuando tiene miedo eriza sus pelos sobre la grupa y se le caen a puñados. Toma las mismas actitudes que el conejo, y se diría que tiene joroba. Levanta las dos patas a la vez y se sirve de ellas para sostener lo que come. Tiene 20 pulgadas de largo. La cola, a lo sumo, tiene una, es rígida, sin pelos y casi cilíndrica. La cabeza, la boca y los dientes son próximamente como en la liebre. Tiene en las patas anteriores cinco dedos, de los que el exterior se reduce a la uña. Sólo tiene tres en las patas posteriores, cuyos tarsos son muy largos. La hembra tiene tres pares de mamas y da a luz ordinariamente dos crías, que nacen por octubre. La parte inferior de la cabeza, hasta el pecho, es de color de paja, y el resto, por debajo, casi blanco. Toda la parte superior y los costados son de color gris o de una mezcla de oscuro y amarillo verdoso, pero el amarillo domina por delante de las patas; la parte posterior es anaranjada; las patas son oscuras. En el Museo de Historia Natural hay dos individuos de esta especie, con el nombre de cavia-aguty . Buffon separa este animal del que él llama acouchi, y en mi obra sobre los cuadrúpedos he creído que se equivocaba, o al menos que opinión no estaba bien fundada. Pero pues que en el mismo Gabinete, número 341, hay un cavia-acouchi a la vista de los más hábiles naturalistas, debo creer que me equivocaba. Es verdad que este anímal me parece ser también un acuty o aguti por todos sus caracteres y yo no le veo la cola que le da el autor. Puede ser que mirándolo con buena luz se descubriera, así como otras diferencias que no se advierten, dada la manera como el animal está colocado en el Gabinete.
      Nunca he encontrado el tapity al sur de los 30º de latitud. Nada de más semejante en todo al conejo salvaje; pero la cola es más corta y su pelo le da la forma de una bola. Además, no hace cuevas y no tiene otra habitación que los matorrales. La hembra da a luz tres o cuatro hijos, que deposita, por septiembre, en cualquiera masa de hierbas. Tiene 14 pulgadas de largo, sin contar la cola, que no llega a una aun contando los pelos. La parte posterior del ojo está rodeada por una raya de color blanco y canela, que se extiende hasta por encima. Los labios y la parte alta de Ia cabeza son blancos; este color se introduce en forma de punta detrás de la mandíbula, hacia la oreja, sin llegar, sin embargo, a ella. El pecho es igualmente blanco hasta la cola, así como la parte de delante de las patas de atrás y la de detrás de las patas delanteras; pero la parte baja, desde la mitad de la tibia, es de color de canela parda, así como la posterior de los muslos y del cuello. La garganta y el hocico están en el mismo caso. El resto del pelo difiere poco del del conejo; pero considerándolo con más atención se ve que la punta es negra; se observa luego un poco de blanco descolorido; después, negro y la raíz blanca. Éste es el tapeti de Buffon, Sue está persuadido, así como yo, de que es el citli de Nueva España.
      El apereá es muy común por todas partes. Se oculta en los cardos y en las pajas más altas del país, que se encuentran en las llanuras bajas, así como en los cercados y matorrales. No hace cuevas y no se aprovecha de las de otros animales; come hierba; es nocturno, estúpido, nada salvaje, poco ligero, y su hembra da a luz sólo uno o dos pequeñuelos. Su longitud es de 11 pulgadas, y no tiene cola. Su cabeza y todo el resto de sus formas se asemejan por completo a las del cuí o conejillo de Indias, que no es más que el apereá domesticado. El pelo es duro, sobre todo en el occipucio. El color de encima y el de la garganta son como en la rata común, pero un poco más oscuros. La parte de debajo de la cabeza y del cuerpo es blanca. En el Gabinete de París, número 338, hay un pequeño animal, incontestablemente doméstico, y conocido vulgarmente con el nombre de cuin, cochino de Indias y pequeño conejo de Indias. No obstante, la etiqueta dice cavia-cobayá , quizá porque Buffon creía que se le nombraba así en el Brasil , y en esto creo que se engaña. El mismo autor describe separadamente del apereá, y como una especie diferente, el conejo de Indias; pero yo no dudo de que sea la misma especie y que sus diferencias proceden del estado de domesticidad del conejo de Indias, mientras que el apereá vive en libertad. No obstante, nosotros somos de opinión de referir a esta especie los corís y los cois de diferentes autores.
      La vizcacha no existe al este del río Uruguay, sino solamente al oeste, desde los 30° de latitud, yendo hacia el Sur. Es muy común al sur de Buenos Aires. Este animal hace madrigueras como el conejo, con una multitud de salidas aproximadas unas a otras, y colocadas con frecuencia en los caminos, en los jardines y al lado mismo de las casas. Habita allí reunido en familia; consume toda la hierba de los alrededores y causa grandes daños en los huertos de legumbres yen los campos de cereales, causa de que se le persiga. Se asegura que si se cerraran las salidas de las cuevas todos los animales que estuvieran dentro de ellas perecerían si otros individuos de la misma especie no vinieran a visitarlos, como de ordinario, para abrirles. Para contenerlos, un amigo mío amarró un perro en cada cueva que quería destruir, y todas las vizcachas perecieron sin osar salir. Se pretende también que para expulsados basta con hacer ciertas necesidades en la puerta de la cueva. Tienen la manía de recoger en el campo y depositar a la entrada de la cueva cuantos huesos y estiércol encuentran. Reúnen tantos objetos diferentes, que cuando se pierde alguna cosa hay seguridad de encontrada allí .No salen más que de noche y en el momento del crepúsculo, sin alejarse mucho. Su carne es medianamente buena. Marchan a pasitos menudos y sin saltar, pero no tienen la mitad de la ligereza del conejo, al cual se parecen por su actitud encorvada, Este animal parece ser de la familia de la marmota. Tiene la vizcacha 22 pulgadas de longitud, sin la cola, que mide cerca de siete, y sin los pelos, que alcanzan a más de una. El cuerpo es rechoncho; la cabeza, gruesa y muy mofletuda; la oreja, grande, elíptica y un poco puntiaguda; ojos grandes, y el hocico muy obtuso y velloso. La boca y los dientes, como en la liebre. Tiene cuatro dedos, sin membranas, en las patas anteriores, y en la palma una gran callosidad, sobre la que se apoya el animal, y no sobre los dedos. En las patas posteriores no hay más que tres dedos, y el de en medio presenta, por el lado interno, una glándula cubierta de pelos más duros que los del cerdo. Los costados de la cabeza son muy negros y muy provistos de cerdas largas, duras y fuertes, que ocupan el lugar de los bigotes, excediendo a todos los pelos en longitud, pues las hay de siete pulgadas. Una raya blanca de una pulgada de ancho se prolonga paralelamente a la barba hasta el punto que corresponde a los ojos. El borde superior de esta raya es oscuro y atraviesa los ojos. Toda la parte superior del cuerpo es gris o de un color oscuro mezclado del blanquecino; la parte inferior es blanca, pero la superior e inferior de la cola son negras, mientras que los costados de ésta son de un pardo claro, Los pelos que la cubren le dan el aspecto de comprimida lateralmente. La hembra tiene cerca de tres pulgadas menos de longitud. Carece de la gran barba del macho, pero tiene largos bigotes. Todos los colores de su cuerpo son más claros.
      La liebre patagona no se encuentra más que después de los 35° de latitud, yendo hacia el estrecho de Magallanes. Se la llama liebre, aunque sea mayor y más rechoncha que la de España, y no corre tanto porque se fatiga en seguida. Vive por parejas de individuos, que corren y obran en común, pero que no se acuestan juntos, sino a veinte pasos próximamente de distancia uno de otro. Su grito es fuerte y muy agudo. La hembra da a luz dos pequeñuelos. Don Joaquín Maestre tenía en su casa, en los 41º de latitud, dos de estos animales domesticados, que andaban en libertad por las habitaciones y salían y entraban a voluntad. Me los regaló. Su longitud es de 28 pulgadas y media, sin contar la cola, que tiene una y media y es gruesa y sin pelos. La cabeza se parece en todo a la de la liebre, así como la boca. Las patas anteriores tienen cuatro dedos, y hay por debajo una callosidad, en forma de trompo o de corazón y del grueso de una nuez. Presenta una callosidad semejante en las patas posteriores, que sólo tienen tres dedos y el tarso sin pelos. La hembra se parece al macho y no tiene más que cuatro mamas, de las que un par está situado en medio del vientre y las otras dos tres pulgadas y media más adelante. Lo que hay de más notable en el color es una banda blanca, bien determinada, que comienza en uno de los flancos, donde es muy estrecha, y va a buscar al otro por encima de la cola; se introduce en seguida entre las piernas y ocupa la parte inferior. La rabadilla es de un color oscuro en el lugar en que toca a esta banda. En el resto de la parte superior del cuerpo y los costados los pelos son pardos y sólo su extremo es blanquecino.
      Yo no be encontrado el cuiy más que en los grandes bosques del Paraguay. Anda flemáticamente y sin turbarse sobre el tronco y las  ramas de los mayores árboles. Tuve uno durante un año en mi habitación; había sido cazado cuando ya era adulto, y observé que corría muy poco y no mostraba nunca ni alegría, ni tristeza, ni agradecimiento, sino, por el contrario, la mayor estupidez, indiferencia, pesadez y tranquilidad, y que a lo sumo sabía comer y beber. Pasaba veinticuatro horas, y a veces cuarenta y ocho, sin moverse una línea, en lo alto de un postigo, donde permanecía constantemente sin cambiar de sitio, sostenido sólo por las patas posteriores, con las de delante juntas y en el aire, pero casi tocando al hocico y a las posteriores, a causa de lo encorvado que ponía el cuerpo. No miraba nada y le importaba poco que entrara o gritase; nada le impresionaba. Descendía al suelo una vez al día, y sólo por un instante, para comer frutos de toda especie de vegetales y aun ramas secas de sauees. No bebía nunca y comía muy poco. Cogía los alimentos con los dientes, y después de haberlos levantado del suelo los sostenía con sus patas para comerlos. Sube con facilidad a lo largo de un pedazo de madera y se mantiene firme sobre la punta de un palo vertical, aun sin sostenerse con la cola, que, no obstante, podría servirle para este uso, así como a los monos, pero no recurre a ella más que para el descenso. La hembra da a luz un hijo, que difiere del padre y de la madre en que tiene color de caña o amarillo canario. Alcanza 11 pulgadas y un tercio de largo, sin contar la cola, que tiene nueve. Es gruesa, nerviosa y desprovista de pelos desde los tres cuartos de su longitud hasta el extremo. Tiene cuatro dedos en todas las patas; un par de mamas sobre los músculos pectorales y otro un poco más de una pulgada más abajo. Las cuatro líneas hendidas de la punta del hocico son cilíndricas y provistas de bigotes; la boca y los dientes son como en los ratones. Los ojos son muy pequeños y un poco salientes; las orejas, cortas y sin pelo, están completamente ocultas por púas o espinas. Estas púas comienzan sobre el cilindro del hocico y son más largas del lado del occipucio. Desde allí a la espaldilla alcanzan dos pulgadas, pero no son tan fuertes como sobre la cabeza. Sobre el dorso y la cola hay espinas en abundancia sin mezcla de pelos. Estas púas son de una pulgada de largo, más fuertes que las otras, y las más están de través o colocadas oblicuamente con relación a las otras; pero esto sólo se advierte cuando el animal quiere defenderse. Para esto levanta las espinas de la cabeza y eriza horizontalmente las del cuerpo y de la cola, las cuales en estado de reposo cubrían a las del dorso. Estas púas que cubren a las otras están muy mezcladas de pelos largos y pardos. Todas son muy agudas y fuertes, amarillentas en la parte inferior y la extremidad y de color oscuro en el centro. No las tiene ni en las patas ni en la palie inferior del cuerpo, donde sólo se encuentran pelos pardos.
      He creído y hasta he asegurado en mi obra sobre los cuadrúpedos que mi cuiy era el coendou de Buffon; pero debo confesar aquí con franqueza que actualmente creo lo contrario y que pienso que son dos animales diferentes. He aquí mis razones: no solamente Daubenton da al animal que describe un dedo más en el pie, púas de pulgada y media más largas, y el cuerpo cinco pulgadas más largo, sino que, habiendo visto yo el coendou en el Gabinete de París, número 328, le encuentro las púas más espesas, más gruesas y más fuertes y no están entremezcladas de tan gran cantidad de pelos como en el cuiy. Además, los bigotes de este último apenas tienen la mitad del grueso y de la longitud de los del coendou. No obstante, se asemejan por la fisonomía y el color. Acaso Buffon haya caído en un error semejante al mío reduciendo a una sola especie los dos coendou de Pisson y otros autores, porque yo no dudo de que los autores hayan podido hablar del coendou y del cuiy, animales diferentes, pertenecientes ambos a América. Así, sospecho que hay confusión en la nomenclatura de Buffon, porque no la ha corregido, cuando ha dicho después (2) que había en la Guyana dos especies de coendous. Creí que esta noticia era poco segura, y aun falsa, por proceder de un hombre en quien tengo muy poca confianza; pero hoy la creo verdadera, excepto en algunos puntos relativos a la manera de vivir que atribuye a estos animales.

   Todo el mundo conoce los caracteres de los ratones, pero se sabe raras veces distinguir las especies unas de otras, porque esto es más difícil de lo que parece; si no se conocen bien las relaciones entre la longitud del cuerpo y de la cola es inútil meterse a clasificarlos, porque todas las explicaciones del mundo no harán reconocer una especie que no se haya visto. He observado en el país las once especies siguientes:
      Hay una llamada tucutuco, a la que se da este nombre porque cuando se duerme sobre sus cuevas se les oye con frecuencia repetir este sonido. Se la halla por todas partes donde el terreno sea de arena pura y no esté expuesto a las inundaciones. Como estas condiciones no se encuentran satisfechas más que en ciertos lugares, sus cuevas están muy alejadas unas de otras, a veces a más de veinticinco leguas, sin que se conciba cómo estos animales han podido pasar de un paraje a otro. En medio de la arena, a un palmo de la superficie, este animal hace un agujero o almacén de dos o tres palmos de diámetro. De la circunferencia salen galerías en todos sentidos; cada una de ellas conduce a otro almacén semejante, que tiene otras galerías como las del primero, y así sucesivamente. Resulta que es muy difícil de atrapar el animal que, por otra parte, se aloja en terreno donde se hunden las patas de los caballos. Estos animales forman terreros y toperas con la arena que sacan al hacer sus excavaciones, y tienen cuidado de cerrar siempre la entrada. Viven de raíces y legumbres, y lo que recogen cuando salen lo depositan en los almacenes que hemos descrito, pero nunca salen de día. Aunque son muy comunes, nunca he podido coger más que uno. La longitud es de siete pulgadas y media, sin contar la cola, que tiene tres, y que está provista de pelos hasta seis líneas en su nacimiento. El resto de esta cola es desnudo y sin escamas, pero muy grueso. La cabeza es más corta, más aplastada y más ancha que en todas las otras especies. Los ojos son mucho más pequeños que en las ratas ordinarias. La oreja es muy especial, desnuda de pelos; se reduce a un tallo hueco y largo de dos líneas de diámetro y una de alto. Tiene cinco dedos en las patas anteriores y además presenta otro pegado a la parte posterior del pulgar, pero más grueso, redondeado y sin uña. Las patas posteriores tienen cinco dedos, y la parte de debajo, o planta, es más ancha que en todas las otras especies. Los dientes son extraordinariamente anchos. El pelo es muy suave. La parte alta es enteramente gris de plomo, y. el extremo del pelo es de color canela dorado. La parte de abajo está en el mismo caso, pero blanquecina. El pelo del interior de las patas es blanco. Creo que éste es el tukan de Nueva España, de que habla Buffon ; pero dudo mucho que sea igualmente el topo rojo de América, de Seba .

      No he podido procurarme más que tres hembras y un macho de la especie a que llamo el espinoso, cerca del pueblo de Atirá, en el Paraguay. Los cogí destruyendo su cueva, que tiene cinco pies de longitud horizontal y nueve o doce pulgadas de profundidad, en un terreno arenoso que nunca se inunda. Su longitud es de ocho pulgadas, sin contar la cola, que tiene tres, es muy gruesa y cubierta de pelitos cortos, que ocultan las escamas. Tiene cinco dedos en todas las patas. La cabeza, el cuello y el cuerpo son más fuertes que en la rata ordinaria; las patas son también más cortas; el vientre casi arrastra; la marcha, menos ligera, y la oreja, más corta. Toda la parte de encima es gris o mezclada de oscuro y rojizo, y toda la parte de abajo, blanquecina. Pero examinando el animal con cuidado se observa que el color gris procede de la diferente naturaleza de los pelos: unos son finos y blancos; otros son propiamente púas de a lo sumo diez líneas, en forma de espada de dos filos, con una canal por debajo y una arista arriba en el sentido de la longitud. Estas púas son blanquecinas hasta los tres cuartos; luego se vuelven oscuras y la punta, rojiza. Lo que tienen de particular es que están terminadas por pequeños pelos que les impiden clavarse y que caen muy fácilmente, como lo he dicho hablando de los del acuty. Las hembras tienen casi una pulgada menos de largo. Yo maté a un individuo de esta especie a la entrada de su agujero cerca de un arroyo, y le di el nombre de hocicudo porque su hocico es tan largo y tan puntiagudo que esto distingue a esta especie de todas las otras. Tiene cinco pulgadas de largo, sin contar la cola, que mide tres y media, y que está recubierta de pelos que se extienden a tres líneas de su raíz. El conjunto de la cabeza se parece un poco a la de un cochino, porque el hocico es largo, recto, en forma de trompa y agudo, aunque sin reborde. La hendidura de la boca está más alejada del extremo del hocico que en todas las otras especies, porque tiene cinco líneas desde esta punta hasta la parte más avanzada del labio superior. La oreja es en semicírculo y tiene cinco líneas de radio. Posee cinco dedos en las patas posteriores; en las anteriores, otros tantos; pero el pulgar se reduce a la uña y todos son más cortos. El pelo es un poco rudo, de color oscuro desde el hocico hasta la cola; el extremo, tirando un poco al color canela; el resto de la parte superior del cuerpo es de color rojo canela. Lo mismo por debajo, aunque un poco blanquecino.
      Llamo orejón a un ratón que vive en los campos, y que se refugia, sin embargo, a veces, en las casas que en ellos existen. Este animal tiene cuatro pulgadas y tres cuartos, sin contar la cola, que alcanza más de tres y media, y que es más delgada que la de la rata ordinaria. La cabeza es mofletuda; los ojos, grandes; las orejas, levantadas nueve Iíneas sobre la cabeza y casi circular en la punta. Los tarsos, de color oscuro por debajo; tiene cinco dedos en las patas posteriores y cuatro en las anteriores, con un tubérculo en el lugar del pulgar. Estas patas anteriores son cortas; el pelo, corto y suave. Toda la parte inferior del cuerpo es de color canela claro; el resto de la piel se parece a la del ratón ordinario, aunque un poco claro alrededor de los ojos. En las llanuras de Montevideo los perros cazaron un ratón que yo llamo colibreve, porque su cola es, en proporción, más corta que en todas las otras especies. El animal tiene cuatro pulgadas y cuarto de largo, sin contar la cola, que tiene dos y cuarto. El cuello es muy corto; la cabeza, un poco mofletuda; los ojos, de mediano tamaño; la oreja, en semicírculo, muy pequeña; las patas anteriores, muy cortas, con cuatro dedos y un tubérculo en el lugar del pulgar; las patas posteriores, más largas; el tarso, de color oscuro por debajo, de nueve líneas de largo, comprendidas las uñas; tiene cinco dedos. Toda la parte inferior es de color perla; el resto, oscuro.
      Yo llamo a otro ratón cola igual al cuerpo porque, efectivamente, tienen uno y otra cuatro pulgadas de largo. Está provista de largos pelos hasta cuatro líneas de su raíz y no es tan gruesa como en la rata ordinaria. Además, este animal tiene la cabeza más corta y más gruesa, en proporción; los ojos, menos salientes y más próximos uno a otro; las orejas, más cortas, casi circulares y más alejadas; los bigotes, mucho más finos y más cortos; las patas posteriores, más largas, en comparación con las de delante; el tarso, trece líneas más largo, contando las uñas, y la rabadilla, más obtusa. Las patas anteriores tienen cinco dedos y un tubérculo en el sitio del pulgar; las posteriores, igualmente cinco dedos. Toda la parte inferior del cuerpo es blanquecina y el resto está cubierto de pelos de color de plomo, de los que el extremo es de color canela.
      Se da en el Paraguay el nombre de anguyá a toda especie de ratones. Yo aplico este nombre a una especie que pudiera ser la misma precedente, aunque no es ésta mi opinión. Este animal tiene cinco pulgadas y media de largo, sin la cola, que tiene seis. El hocico es poco puntiagudo y no está desnudo de pelos; los bigotes son espesos, y algunos de los pelos pasan del extremo de la oreja, que tiene nueve líneas de alto, cinco de ancho, y cuyo extremo es redondo. Los ojos, algo saltones; los dientes, anaranjados. Tiene cinco dedos en las patas anteriores, pero mirando de cerca el pulgar se reduce a la uña. Las patas posteriores tienen cinco dedos; el tarso es de color cetrino, largo de catorce líneas, comprendiendo la uña o garra. Toda la parte inferior del cuerpo es blanquecina; el resto es pardo tirando al color canela.
      A falta de otro nombre mejor, llamo colilargo a un pequeño ratón de que poseí dos individuos en el Paraguay. Su longitud es de dos pulgadas y dos tercios, sin la cola, que tiene dos y cinco sextos de pulgada, y que es más gruesa y más suave al tacto que la del ratón ordinario. Tiene también la cabeza mayor, más larga y más gruesa; el hocico, igualmente más grueso y más obtuso; ojos y orejas, más pequeños; la frente, más levantada y acarnerada; el cuello, más corto, y también más cortos las patas y dedos; los tarsos, más largos y por debajo negros como la tinta. Las patas anteriores tienen cuatro dedos y un tubérculo en el lugar del pulgar; las posteriores, cinco dedos. Toda la parte inferior del cuerpo es blanquecina, y la de encima, más oscura que en el ratón ordinario.
      Llamo agreste a un ratoncito campesino que cogí a los 30º,5 de latitud. Tenía tres pulgadas y media de largo, sin la cola, que medía dos y cinco sextos, y que era de color oscuro y más corta que la del ratón común. Las partes inferiores son de un blanquecino sucio, y el resto, de una especie gris, porque los pelos, de cuatro líneas de largo, tienen la punta de color canela, y el resto, oscuro. La cabeza no es acarrierada, pero es tan gruesa como el cuerpo; los ojos, ni grandes ni salientes; las orejas, pequeñas, en semicírculo, y gruesas; los carrillos, poco salientes; el cuello, corto; el cuerpo, redondo y muy grueso; las patas anteriores, cortas; los dedos, como en la especie precedente; hay tres pares de mamas.
      La laucha es un pequeño ratón de campo que se introduce en las casas, donde se comporta como el ratón ordinario de Europa; pero me parece menos vivo y menos ligero. La hembra da a luz seis hijuelos. La longitud es de dos pulgadas y tres cuartos, sin la cola, que es de dos y no es gruesa. La cabeza es algo pequeña; las orejas, redondas y poco grandes; ojos, pequeños y nada salientes; los carrillos, arqueados; el cuerpo, más grueso que el del ratón común, al que se parece por el número de dedos. Toda la parte inferior es blanquecina, y la superior, gris o mezcla de oscuro y canela.
      Doy el nombre de blanco-debajo a un pequeño ratón porque tiene la parte inferior del cuerpo más blanca que ninguna otra especie. Vive en el campo, y si se establece alguna huerta, se instala en ella y vive entre las judías, los tomates, etc., sin hacer agujeros. Tiene tres pulgadas de largo, sin la cola, que alcanza dos y es blanquecina. Toda la parte inferior del cuerpo es blanca; el resto, gris oscuro y blanquecino. La cabeza, un poco más gruesa que la especie precedente y más aborregada; el hocico y el cuerpo, gruesos; orejas, un poco más grandes y más anchas; cola, del mismo grueso, pero más corta; dedos, en todo semejantes.
 

       He observado en el país hasta ocho especies de tatuejos (armadillos). Todos tienen la piel de debajo de la cabeza y toda la parte inferior del cuerpo sembrada de tubérculos escamosos, de donde salen largas sedas, excepto sobre las patas, que están provistas de escamas de naturaleza ósea, duras y recubiertas de una película que hace el efecto de un barniz. Un mosaico de escamas de la misma naturaleza recubre las partes superiores, las costillas y la cola, excepto el cuello de todas y la cola de una sola especie, que carecen de ellas. Las escamas de la frente forman un conjunto que no es susceptible de ninguna flexibilidad ni movimiento. Éste es también el caso del escudo de la espalda y de la grupa; pero los del tronco están dispuestos por bandas' transversales separadas por una piel que permite a los tatuejos alargar y encoger el cuerpo a voluntad. Las escamas de la cola son también susceptibles de algún movimiento. La cabeza tiene un hocico puntiagudo; la oreja, encubierta de muy pequeñas escamas, que no les impide ser flexibles; ojos pequeños; carecen de dientes incisivos y caninos; lengua muy larga y flexible, cuello muy corto; cuerpo muy grueso, así como las patas; dedos cortos y muy fuertes; uñas muy largas, ganchudas, muy fuertes, sólo a propósito para escarbar la tierra, y la cola, larga y muy gruesa. No tienen escroto, pero la verga es mayor que en ningún animal, proporcionalmente al cuerpo. Estos animales son robustos y perforan con facilidad, como el conejo, cuevas, donde se meten y son su único medio de defensa; pero como estas cuevas son poco profundas y la velocidad de estos animales es a lo sumo igual a la del hombre, estas especies serán exterminadas pronto o tarde por los habitantes del país, que los buscan a causa de su carne, buena para comer. La de algunas especies es tan delicada, que se haría bien en transportarlas a Europa, donde se las podría criar, infaliblemente y sin, dificultad alguna, como animales domésticos. Son muy fecundos, no beben jamás y viven de gusanos, insectos, hormigas y carne, aunque esté podrida. Se dice que comen también raíces y legumbres, pero lo dudo.
      Todos los naturalistas han creído que el número de bandas o cinturas móviles era fijo en cada especie y diferente en cada una de ellas. Con esta idea han adoptado el número de bandas por carácter esencial y distintivo de las especies, pero se han equivocado grandemente, porque muchas especies diferentes tienen el mismo número de bandas y el número de estas bandas varía en la misma especie. Se debe, pues, reformar la clasificación establecida sobre este principio.
      El gran tatuejo, o tatuejo gigante, es raro, y no se encuentra más que en los grandes bosques desiertos, desde los 24° de latitud hacia el Norte. Se cuenta que en el país en que se encuentra es necesario enterrar los muertos en fosas muy profundas y provistas de grandes troncos de árboles como defensa, sin lo, cual los desentierra y los devora. Este tatuejo es tan fuerte y tan robusto, que lleva cómodamente un hombre montado encima. Tiene 38 pulgadas y media de largo, sin la cola, que alcanza 18 y media, contando su origen, como en todos los demás, desde las escamas más próximas del cuerpo. La cabeza es en forma de trompa. Tiene a cada lado de las dos mandíbulas 17 dientes molares, lo que hace un total de 68. El escudo de la espalda tiene en la parte superior nueve filas transversales de escamas, de las que las dos primeras son algo movibles, y a los bordes hay hasta 10 u 11 de estas filas. El escudo de la grupa tiene 17 filas paralelas a las bandas móviles del tronco, que son en número de 12 y separadas por una piel negra. La forma de las escamas es próximamente cuadrada, pero las de la cola son redondeadas y no están dispuestas en anillo más que en la raíz; en todo el resto, los intervalos forman espirales. Tiene cinco dedos en todas las patas.  Las mayores uñas están en las patas anteriores; tiene cuatro pulgadas y media de largo y su ancho mayor es de pulgada y media. La cabeza, la cola y una ancha banda de cada lado son de un blanco amarillento, y el resto de las escamas de encima del cuerpo, de un negro intenso.
      En la gran colección de París, número 414, hay una piel del tatuejo llamado gigante que pertenece indudablemente a la especie que yo llamo máximo, o gran tatuejo. Pero sea por efecto de la preparación, sea por la injuria del tiempo, no conserva sus colores naturales, y además le faltan las grandes uñas. Como Buffon seguía la opinión general de la invariabilidad del número de bandas y veía que este tatuejo y mi tatuay se parecían en esto, los ha reunido en su descripción como un solo y mismo animal, bajo el nombre de kabassou.  Es verdad que tuvo repugnancia de confundirlos, vistas las grandes diferencias que observaba, y por esto dio la figura de cada uno de estos animales en particular. La 41 representa el tatuejo máximo, pero no es buena.
      El tatu-poyu empieza a encontrarse hacia los 33, se extiende hacia el Norte y se encuentra con mucha frecuencia en el Paraguay. Es de todos los tatuejos el que, a proporción, tiene la armadura más sólida y las escamas más grandes y más gruesas; el que tiene la cabeza más ancha y más plana y el hocico menos puntiagudo; en fin, aquel cuya velocidad se aproxima más a la del hombre, si no es que la supera. Sólo sale de noche, para devorar los cadáveres que encuentra en los campos. Es el único tatuejo de que nadie come la carne, que se dice tener mal gusto y mal olor. Algunos dicen que la hembra da a luz cuatro hijuelos, otros aseguran que diez. Tiene 18 pulgadas de largo, sin la cola, que alcanza nueve. Sobre el occipucio, entre las orejas, hay una fila de nueve escamas semejantes a las del tronco, y que recubre el cuello. El escudo de la espaldilla está formado en su parte superior por cuatro filas de escamas; pero las del medio se separan sobre los costados y dejan un espacio triangular cubierto de escamas semejantes a las demás. Tiene sobre el tronco siete bandas móviles. El escudo de la grupa es de diez filas, que ocupan toda la extensión. Todas estas escamas son grandes, en forma de rectángulo, y cada una presenta en su interior dos rayas longitudinales dispuestas aproximadamente como en la especie precedente y en olaque sigue. A cada lado de la mandíbula superior hay nueve dientes molares, y diez a cada lado de la inferior. Comparando varios individuos adultos, he visto que las filas de escamas del escudo de la espaldilla varian entre los números de cuatro a cinco; los de la grupa, de diez a once; los del tronco, que son móviles, de seis a siete, y yo no dudo de que en los individuos jóvenes estas filas no estén reducidas a cinco. La diferencia de sexo no influye en nada. Hay cinco dedos en las patas de delante y de detrás. Las mayores uñas, que alcanzan 14 líneas, se hallan en el dedo de en medio de las patas de delante. El miembro, en su estado de inacción, tiene cinco pulgadas de largo y seis líneas de diámetro medio; estirándolo sin esfuerzo se le encuentran más de ocho pulgadas. Está encorvado en espiral, lo que evita que arrastre. No hay más que un mamelón sobre cada músculo pectoral. Nacen muchas sedas, largas y blancas, sobre los bordes posteriores de las bandas móviles del tronco; están dirigidas hacia atrás y hay también algunas sobre los diferentes escudos; las de las partes inferiores son negras. La piel es de un pardo pálido. En las escamas domina el color amarillo sucio, excepto en las cuatro patas, que son de un naranja pálido.
      En el Museo de Historia Natural de París hay una piel de tatoupoyú; pero el individuo no era adulto; las orejas, las cuatro patas
y la cola están mutiladas; en cuanto a los colores, no están sensiblemente alterados. Lleva el nombre de encubieao, que le ha dado
Buffon. Este autor cree que es el tatuejo de Bellon, el Echinus brasiliensis de Aldovrandí, el Sexinctus de Linneo y el Armadillo mexicanus de Brisson. Yo no oso afirmar ni negar nada a este respecto; pero creo que se debe referir a esta especie el tatupeba de Pisson y Marcgrave, el kabassou de Barreré y el que Nieremberg dijo tener la carne malsana. Creo igualmente de esta especie del cirquinzon de Buffon , y me parece que Grew se ha equivocado diciendo que no tiene escudo sobre la grupa y que sus bandas móviles siguen hasta la cola.
      El tatuar es raro desde los 27° hacia el Norte. Su longitud es de 20 pulgadas, sin la cola, que tiene siete y un tercio. Ésta es la única especie de tatuejo cuya cola no está cubierta de escamas, sino de una piel de color oscuro y suave al tacto. El cuerpo es menos grueso y más redondeado que en la especie precedente; la cabeza es más pequeña, más estrecha y más puntiaguda, y las escamas de la frente, así como las orejas, son mayores que en todas las otras especies. Las cuatro patas son más cortas y más gruesas, y las uñas, considerablemente mayores que en la especie precedente; las mayores uñas tienen 22 líneas y se encuentran en las patas anteriores. Tiene cinco dedos en las cuatro patas. No tiene más que una sola mama a cada lado. El cuello está cubierto por tres bandas móviles y estrechas. El escudo de la espaldilla está compuesto de siete filas de escamas en forma romboídal, que la llenan enteramente. Tiene trece bandas, móviles, sobre el tronco, recubiertas de escamas que son un poco más anchas de través. Éste es el caso contrario de la especie precedente, cuyas seis o siete bandas ocupan sobre el lomo tanto espacio como las trece bandas de la que describo. El escudo de la grupa tiene diez filas, y todas las escamas, dos rayas profundas en su interior. El amarillento sucio es el color dominante en todas estas escamas. Hay en el Gabinete de París un individuo de esta especie, cuyos colores están alterados, con el nombre de kabassou, que le da Buffon, confundiéndolo con mi gran tatuejo, como he dicho antes. Nos da, número 40, una figura que tiene algunos defectos, de los que el mayor es representar al animal con la cola escamosa. Él cree (y yo creo que equivocadamente) que el kabassou de Barrére es de la misma especie . Refiere a éste, igualmente, el Tatu seu armadillo africanus de Seba y de Brisson, cuyas frases son indeterminadas. La de Dasypus tegmine tripartitus de Linneo me parece aún más vaga.
      El tatuejo velloso no se encuentra más que desde los 35º hacia el Sur. Está muy extendido; sale de día; es muy activo para devorar los cadáveres de caballos y de vacas; su carne es delicada. Se dice que la hembra da a luz de cuatro a diez pequeñuelos. Tiene 14 pulgadas de largo, sin contar la cola, que es de cinco. Se ve sobre el cuello una fila transversal de cuatro pequeñas escamas. El escudo de los hombros tiene en la parte superior seis filas, de las que las de en medio se separan un poco para dar lugar a otra que se ve al costado. Tiene sobre el tronco ya siete, ya seis bandas. El escudo de la grupa tiene seis bandas, como en el poyú. Las escamas del borde del escudo de la frente tienen puntas agudas que sobresalen desde el ojo hasta la oreja, y también las hay sobre el festón o contorno de la grupa. El escudo de la espaldilla está en el mismo caso, así como las escamas que están por debajo de las bandas del tronco. En general, todas las escamas tienen la forma cuadrangular, y se diría que están divididas en tres en el sentido de su longitud; la del medio es de un solo trozo y las otras parecen estar formadas por diferentes piezas. Hay en total 32 dientes molares, y cinco dedos en todas las patas. Sólo hay dos mamas. El miembro en su estado de inacción tiene tres pulgadas y media. Los costados del cuerpo y de la cola están cubiertos de sedas pardas, unas finas y más largas que en el poyú. También las tiene especialmente en la parte superior del cuerpo, pero son más cortas y gastadas por el frotamiento que experimenta el cuerpo contra las paredes de las cuevas. Las de debajo de la cabeza y del cuerpo, un pincel que está colocado bajo cada ojo y las sedas de las cuatro patas son muy largas' y de color oscuro. La piel es amarilla en estos parajes. La que separa las bandas del tronco es negra, así como la del hocico. Todas las escamas son de un pardo oscuro, y las de las cuatro patas, de un anaranjado pálido.
      El tatu-pichy comienza en los 36º de latitud y se le encuentra hasta el 42. Este tatuejo se parece al precedente por la bondad de su carne y por sus hábitos. También se le parece en que tiene el cuerpo rechoncho y la cabeza y los flancos anchos. El miembro, el número y disposición de los dedos y el conjunto del cuerpo son también los mismos, pero es más pequeño y menos velloso; la cabeza, más estrecha; la cola, más larga, y difiere aún por otros aspectos. Su longitud es de 10 pulgadas, sin la cola, que tiene cuatro y media. Sobre el cuello se ve una fila de escamitas, como en la especie precedente, pero más larga y más visible. El escudo de los hombros está casi dos pulgadas sobre la cruz. Las bandas móviles del tronco varían según los individuos, y hay ya siete, ya seis. El escudo de la grupa es como en la especie precedente, y se parece igualmente a ella por la punta de las franjas de los escudos y de las bandas. Cada escama en particular está formada por otras más pequeñas, irregulares y que parecen piedrecitas; pero las que forman las bandas del tronco tienen forma rectangular. Cada una de estas escamas presenta tres surcos: el de en medio, entero, y los de los costados, divididos en otros muchos. Las sedas están dispuestas como en el poyú. Todas las escamas son de color oscuro.
      Nunca he visto el tatuejo oscuro al sur del río Paraná o de los 27°, pero es muy común en el Paraguay. Su carne es buena. Se dice que la hembra da a luz de cuatro a diez pequeñuelos. Su longitud es de 16 pulgadas y media, sin la cola, que tiene 14. El escudo de la espaldilla está compuesto de dos especies de pequeñas escamas; las más grandes, casi ovales, de dos lineas y media de largo y un poco elevadas por encima de las otras. Están colocadas por filas transversales, un poco alejadas las unas de las otras. Los intervalos que separan estas grandes escamas, así como los que quedan entre las filas, están ocupados por las pequeñas. El escudo de la grupa se parece al primero, y ambos se asemejan mucho a las bandas del tronco por el borde que se aproxima. Estas últimas están cq¡npuestas de grandes escamas triangulares, cuyas bases son opuetas. La cubierta del frente es irregular y formada por grandes piezas, pero que distan mucho de alcanzar la solidez de las especies precedentes. Tiene la cabeza más pequeña y en forma de trompa, las orejas más altas, y en total 32 molares. Difiere también en que no tiene más que cuatro dedos en las patas anteriores y las uñas son más pequeñas; también tiene más altas las patas posteriores; su cuerpo es más redondeado. Además de las mamas que tiene sobre los músculos pectorales posee otro par a dos pulgadas de la matriz. El miembro en su estado de inacción es de pulgada y media y está terminado por dos grandes, que tienen en medio otro pequeño miembro de cuatro líneas. Todas las escamas son negras. El número de las bandas dorsales varía mucho, de seis a nueve inclusive.
      En el Museo de Historia Natural, número 417, hay dos pieles de tatuejo que pertenecen indudablemente a esta especie, y que provienen de individuos adultos, aunque hayan perdido enteramente su color negro natural por la injuria del tiempo, o más bien por efecto de la preparación. Se les ha conservado el nombre de cachicán, dado por Buffon, tomándolo de Gumilla . Creo con Buffon que es necesario referir a esta especie el ayotochtli de Grew, Wormius y Nieremberg, el Armadillo americanus de Seba, el T'atu porcinus de KIein, el Erinaceus loricatus cingulis 9 de Linneo, los dos Dasypus con nueve fajas del mismo Linneo y el Cataphractos de Brisson, que tiene el mismo número. Pero Linneo se equivoca no dando a uno de sus Dasypus más que tres dedos en las patas anteriores. Yo creo también que Buffon ha hecho un doble empleo de mi tatuejo negro llamándolo tajuete con Rey y Marcgrave . Yo no veo tampoco un gran inconveniente en reunir a la misma especie el tatuejo de Gesner, el armadillo de Dutertre, el ayotochtli mexicano de Hernández y de Nieremberg, el tatuejo de Clusius y de Laet y el Armadillo brasiliensis de Brisson. Pero la frase de este último autor, Cataphractus, scutis 2, cingulis 6, y la de Linneo, Septemcinctus, son indeterminadas.
      Según he observado, el tatuejo-mulita no pasa al norte de los 26°,5; pero del lado sur se le encuentra, al menos, en los 41°. No se puede distinguir del tatuejo negro más que por la diferencia de habitación; por las piernas, que son más cortas; por las bandas dorsales, que son más separadas y que nunca pasan de siete y no son nunca menos de cinco en los. individuos recién nacidos; por la cola, más corta en proporción, y por la talla, que es mucho menos considerable, pues no tiene más que 11 pulgadas de largo, sin la cola, que alcanza seis y cuarto. Es un manjar delicado. Se le. caza fácilmente, porque sale de día, y colocándose delante de él se detiene y se deja coger con la mano. La madre prepara en su cueva un lecho de paja que reúne con las patas y que transporta arrastrando su fardo y marchando de espaldas. Hacia el mes de octubre da a luz de siete a once pequeñuelos, con la singularidad de que en cada parto son todos o machos o hembras. Yo no sé si la que da a luz en el primer parto individuos hembras sigue lo mismo durante toda su vida. Otra particularidad extraña es que la madre, aunque sólo tiene cuatro mamas, alimenta a todos sus hijos, cosa que sucede en todas las especies de tatuejos. El tatuejo-mulita, cuando está cansada de dar de mamar a sus hijos, se mete bajo la paja donde están acostados, y así vienen a quedar encima de la madre. Cuando ésta sale para ir a buscar su alimento tapa cuidadosamente con paja la puerta de su cueva y espera un instante para ver si los hijos intentan seguirla, y en este caso refuerza el tapón de paja. Esta especie no come pan, y solamente carne, gusanos, etc.
      El tatuejo-mataco habita al sur de los 36°.Es el único de esta familia que cuando tiene miedo esconde la cabeza, la cola y las cuatro patas, formando con todo su cuerpo una bola que no se podría separar con las manos; pero se le mata fácilmente dándole un golpe contra el suelo. Marcha siempre con el cuerpo encogido y más lentamente que las otras especies; las patas anteriores y posteriores son más débiles, y las uñas, tan poco apropiadas para cavar la tierra, que dudo que lo haga. Su longitud es de 14 pulgadas, sin la cola, que tiene dos y dos tercios. La raíz no es redonda, como en las otras especies, sino plana y cubierta de escamas en forma de granos gruesos o botones salientes. Hay tres bandas dorsales, anchas en la parte central y estrechas en los extremos: las escamas son irregulares, rudas y de un color plomizo oscuro. Tiene cinco dedos en las patas posteriores y cuatro en las anteriores.
En el Gabinete de París está la piel de un individuo adulto, que ha perdido el barniz de todas las escamas y no conserva más que el color del hueso. Lleva el nombre de apar, que le ha dado Buffon.
  He observado en el país tres especies de monos. El carayá no pasa al sur de los 31°; no habita más que los grandes bosques, por pequeñas familias de cuatro a diez individuos, dirigidos por un macho, que se sitúa siempre en el lugar más elevado. Pasan de un árbol a otro sin saltar y sin balancearse sino muy lentamente, porque son pesados, tristes y serios. Cada macho tiene tres o cuatro hembras. Cuando alguna persona se aproxima a ellos el miedo les hace arrojar todos sus excrementos. La hembra, hacia el mes de junio, da a luz un solo pequeñuelo, que lleva de un lado a otro montado en su espalda. Los indios y los portugueses comen la carne de este mono. Hace un gran uso de su cola para sostenerse. Nadie lo domestica, sin duda a causa de su seriedad. Se oye a más de una milla de distancia su grito, que es fuerte, triste, ronco e insoportable. El macho tiene 21 pulgadas y cuarto de largo, sin contar la cola, que suma otro tanto; es enroscada y desnuda de pelos a un palmo del extremo. La cara es rectangular; las narices son grandes, mípticas y muy alejadas una de otra; las orejas, pequeñas y redondas; la nuez, muy saliente; el cuello, grueso y corto; el cuerpo, ventrudo. Tiene en las patas anteriores cinco dedos, cuyo pulgar es semejante a los otros por su forma y su posición y es el más débil de todos. Tiene igual solamente cinco dedos en las patas posteriores, pero el pulgar está separado de los otros. Tiene en cada mandíbula cuatro incisivos, seguidos de caninos. Toda la piel es muy negra, así como el pelo, a excepción del vientre y el pecho, que son de un rojo oscuro. Además, tiene una barba espesa y obtusa, guarnecida de pelos de tres pulgadas de largo. El cuerpo de la hembra es una pulgada más corto; la nuez y la barba son más pequeños y el color del pelo es pardusco.
      En mi obra sobre los cuadrúpedos he creído positivamente que los uarinas de Buffon y de Abbeville  eran carayás machos y que
era lo mismo el arabate de Gúrnilla; pero que este último era un individuo albino. Persisto en mi opinión, pero dudo hoy de una cosa
que creía entonces, y era que el guariba de Marcgrave y de Brisson y los monos de Campeche de Dampier debieran igualmente referirse a esta especie. La misma idea tenía respecto al Panicus de Linneo y de los monos que Gentil y Oexmelin observaron en la isla de San Gregorio y en el cabo de Gracias a Dios. Estaba igualmente inclinado a considerar como carayaes hembras los aluates de Buffon, de Barrere y de Brisson, y los monos de La Condamine  y de Binet; pero hoy estoy persuadido de que son de otra especie, que M. Cuvier me ha mostrado en la sala de preparación de animales para el Gabinete de París. En cuanto al coaita de Buffon , yo creía que era una especie diferente del carayá, y en este respecto me quedaba una ligera duda, que se ha disipado enteramente viendo el coaita en el Gabinete, números 5 y 6. El autor ha formado este nombre del de caytaya, que se da en el Brasil a otro mono que me parece ser indudablemente un carayá macho. Está persuadido de que se debe referir a los coaitas el cayú de Abbeville, los monos negros barbudos de Dampier y el mono araña de Edwards. Pero creo que todos estos animales son carayaes; dudo solamente que se deba referir también a esta especie el quoatá de Barreré.
      El cay es otro mono que habita los mismos lugares que el precedente; pero su carácter es del todo opuesto, porque es extremadamente ligero, vivo y en continuo movimiento. Vive por parejas y por familias, saltando ligeramente de árbol en árbol. Nace de cada vez un solo hijo, que la madre lleva sobre la espalda, y él se sostiene con la cola. Se le domestica y se. le tiene amarrado. Si le pegan lanza gritos insoportables. Su voz, ordinaria, suena como una carcajada o como la de una persona que gritara con todas sus fuerzas ¡hu!, ¡hui, ¡hu! Su longitud es de 17 pulgadas, sin contar la cola, que tiene 19. Los nasales están distantes el uno del otro; la oreja es redonda; los incisivos y los caninos están dispuestos como en la especie precedente. Las cuatro patas tienen cinco dedos, cuyos pulgares están bien separados. Se tomaría a la hembra por un macho porque del ángulo anterior de la vulva se ve salir una especie de miembro, susceptible de erección. La parte alta de la cabeza es negra; este color pasa por delante de la oreja y termina sobre la mandíbula en una raya. El pelo de la frente, de la región temporal y de Ia cara es blanquecino y viene a terminar, en forma de punta, hacia lo alto de la oreja, que es igualmente blanquecina, así como la parte anterior de las patas de delante y el tobillo. Todo el resto es pardo, más claro en los costados, y tirando un poco al color de la canela en las nalgas, en el vientre y en la parte inferior de la cola. En la hembra, el color blanquecino de la cara es más claro, y el color oscuro de la cola y las cuatro patas es más extendido. Este mono, por su tamaño, sus hábitos, su clase de pelo, sus colores y sus formas, tiene tantas relaciones con los llamados sapaius, a los que Buffon da el nombre de sajou y say , que yo he creído que eran la misma especie; pero habiendo visto en el Gabinete de París este sajou y el animal que está al lado, número 9, así como el say, número 8, y habiéndolos comparado con la descripción de un cay, no me queda duda alguna sobre la diferencia de las dos especies. Por consecuencia, no hace falta referirse
a las notas críticas que he hecho a este respecto en mi obra sobre los cuadrúpedos, número 62. Creo aún que los monos sin barba que Dampier coloca en el istmo de Panamá pueden ser cayes, y que Buffon puede haber confundido mi cay en su nomenclatura de los dos sapajous de que he hablado. Sospecho, sin embargo, respecto a la de su sapaju saimiri; pero carezco de los datos necesarios para aclarar este punto. No es, pues, necesario referirse enteramente a lo que he dicho del saimiri en mi obra, y añado que los tres animales de esta especie que se-ven en el Gabinete, números 12, 13 y 14, no son ciertamente cayes comunes ni albinos.
      El miriquina es un mono que se encuentra en el Chaco o al oeste del río Paraguay, pero no al este. Vive sobre los árboles, pero no se sostiene con la cola. Parece estúpido, pesado e imbécil. Su longitud es de 14 pulgadas y un tercio, sin contar la cola, que tiene 16, independientemente de los pelos, que miden dos. Esta cola es recta y de pelo espeso. El cuello es extremadamente corto, y en apariencia, tangrueso como la cabeza. Ésta es pequeña y casi redonda. Las aberturas nasales no son laterales, como en las especies precedentes, sino hacia abajo y menos separadas; los ojos, grandes, y el iris, rojizo. Los dientes y los caninos se parecen también a los de las otras especies; las patas posteriores tienen cinco dedos, de los que el pulgar está bien separado; no sucede así con las de delante, que tienen igualmente cinco dedos. Por encima de cada ojo hay una mancha blanquecina en forma de punta aguda, sobre un fondo oscuro, así como la parte de la cara que está desnuda de pelo. El de la mandíbula es igualmente blanquecino, como una pequeña parte de lo de encima de la barba. Las partes inferiores son de color canela; el resto es gris; esto procede de que los pelos tienen el extremo blanco y el resto oscuro. Los pelos de la cola son rojizos en el interior y negros en el extremo.
      En mi obra sobre los cuadrúpedos he creído que el miriquina era el saki de Buffon y de Daubenton, porque se aproximan por su
tamaño, su pequeñez y la redondez de la cara; por la naturaleza de su cola, que no es prensil; por sus pelos suaves, de color oscuro o
negros, con el extremo blanco, etc. Pero habiéndome mostrado M. Cuvier un saki en la sala de preparación de los animales, le dije que no era el miriquina. Habiendo visto a continuación un animal, número 15, con el nombre de saki de vientre rojo, me he confirmado en esta última idea y no dudo de que sean dos especies diferentes. Me fundo en que el saki no tiene la cola tan espesa de pelo, que los pelos no resultan más largos en la extremidad, y que no son rojos en el interior. Su pelaje es más largo, menos suave y los pelos menos perpendiculares a la piel. En fin, hay mucho menos blanco en la punta del pelo que en el míriquina, y aun hay otras diferencias. Buffon forma el nombre de saki del de sakee que Brown da a una especie de mono, y refiere a esta especie el cagui mayor de Marcgrave y el Cercopithecus pilis nigris, etc., de Brisson. He sido de su opinión en mi obra, pero hoy creo que el animal de Brown es un miriquina y el de Brisson un saki, sin decidir nada sobre el de Marcgrave.
      El tití es otro mono que yo no he visto en este país, pero sí en el Brasil. Tiene ocho pulgadas de largo, sin contar la cola, que suma once. Tiene una mancha blanca en el entrecejo, y este color es igualmente el de los pelos, largos y rectos, que contornean las orejas. La cabeza y el cuello son oscuros; el resto de la parte superior del cuerpo, amarillento, con el extremo de los pelos blanco. Así es también el color de los flancos, pero el interior es oscuro. La cola es suave, no prensil, y sus pelos presentan alternativamente anillos blancos y oscuros.
      En el Gabinete de París, número 17, hay un individuo de esta especie que no me parece completamente adulto. Lleva el nombre Saguin uistití, que le dio Buffon . Cree que es de la especie del saguin de Brisson y del Jacchus de Linneo, y yo soy de su opinión; pero no osaré decir otro tanto del Galeopithecus de Gesner, del Cercopithecus Brasiliensis tertius de Clusius, del pequeño cagoui de Marcgrave y de Edwards y del Cebus sagoin dictus de Klein.

      Después de haber indicado los cuadrúpedos salvajes de estas regiones voy a hacer sobre ellos algunas reflexiones que se presentan a mi espíritu, sin detenerme a determinar cuál podrían domesticarse y transportarse a Europa, porque creo haber dicho bastante a este respecto.
      Algunos de mis cuadrúpedos, como el mborebi, el ñurumi, el yaguaré, los fecundos, el cuiy y los tatuejos, no tienen ninguna analogía con los del antiguo continente, y no pueden tenerla porque todos están casi sin defensa y sin recursos contra las persecuciones del hombre y sólo pueden existir en países desiertos.
      Parece que algunas personas creen que el continente americano no sólo disminuye el tamaño de los animales, sino que además esincapaz de producirlos de la talla de los del antiguo mundo. En cuanto a mi, observo que mi jaguarete es el más fuerte de toda la familia de los gatos y que no cede a ningún otro por el tamaño; que mis tres primeros ciervos no ceden ni a los ciervos ni a los corzos
de Europa; ni el aguará-guozú al lobo ni al chacal, ni el aguarachay a la zorra, ni el tapiti al conejo, ni los ratones a los de España. Si los monos que describo no se aproximan a los africanos ni los curés al jabalí, en cambio mis hurones exceden a los de África, así como las martas y las fuinas. La nutria no es inferior a la de Europa, ni la vizcacha a la marmota, ni los tatuejos a los pangolines, ni el toro de Montevideo al de Salamanca. Si no se encuentra en América un animal comparable al elefante, no se encuentran tampoco en el antiguo mundo otros que, teniendo la dentición y boca del conejo, sean del tamaño del capibara y del pay. Además de esto, se ha encontrado con frecuencia, en el interior de las tierras de la provincia del Río de la Plata, osarnentas de cuadrúpedos que disputan el tamaño al coloso asiático. Y sobre todo, las razas o especies de hombres de la más alta talla, de formas y proporciones más elegantes que haya en el mundo, se encuentran en el país que describo.
      Si consideramos la situación local, consultando mis observaciones y los relatos de los viajeros y los naturalistas, encontraremos que una gran parte de mis cuadrúpedos existe y se multiplica en las dos Américas o en la mayor parte de este continente, es decir, en una extensión, sin comparación, más grande que la que ocupan los cuadrúpedos en Europa. Esta diferencia puede venir de que, estando casi desierta la América, los cuadrúpedos han podido extenderse fácilmente en todos los sentidos, lo que no puede verificarse en Europa, donde una gran población persigue y extermina los cuadrúpedos, excepto el pequeño número de ellos que se encuentra relegado en cierto modo a lugares determinados e inaccesibles.
       Se considera en general como una verdad incontestable que todos los cuadrúpedos tienen su origen en el antiguo mundo, de donde han pasado a América. En consecuencia, se busca el lugar por donde ha podido efectuarse este paso, y como los continentes se aproximan al Norte más que en ningún otro lugar, se cree que es por allí por donde pasaron. No parece difícil aplicar esta idea a aquellos de mis cuadrúpedos que pueblan toda la América o la mayor parte de este continente, tales como el mborebi, los tayasus, los ciervos, el jaguarete, el guazuará, el chibiguozú, el mbaracayá y otros muchos que se ve constituyen una serie no interrumpida desde el norte hasta el sur de América, serie que parece indicamos el camino seguido; y aunque se esté inclinado a creer que nunca han existido en el antiguo continente, porque no se los encuentra hoy, se puede presumir que el hombre los ha exterminado.
      Por natural que parezca este modo de pensar, se le pueden hacer varias objeciones:
      l.ª Parece imposible que el ñurumí, el yaguaré, el cuiy, así como varias especies de fecundos y de tatuejos que se encuentran en las dos Américas, hayan podido hacer un largo viaje, vistas su pereza y su poltronería excesivas, y no se concibe qué causa haya podido determinarlas a viajar. Por ejemplo, estos animales encuentran en los 20° de latitud un buen clima para ellos, pues allí viven y hallan alimentos de sobra: no han tenido, pues, necesidad de avanzar hacia el Sur, donde no encontrarían más ventajas que en el país que abandonaran.
      2.ª La transmigración de algunas especies parece imposible. Por ejemplo, mi capibara y mi nutria no entran en el agua del mar, y nunca he visto ni oído decir que estos animales se alejen más de treinta pasos de la orilla del río o lago en que viven. Así, no es fácil creer que hayan salido de la extensión de los lagos y de los ríos que habitan; aún menos si se considera que tienen un instinto sociable y estacionario, pues que se ve que viven por familias y que cada una de ellas ocupa un lugar fijo y separado. No obstante, se los encuentra no sólo en el país que describo, sino en todo el Brasil, la Cayena y muchos otros parajes que no tienen comunicación por agua con los lugares en que los he visto, y allí mismo viven en lagos diferentes, que no comunican entre sí; y no se encuentra razón que pueda obligarlos a viajar, porque no les faltan alimentos ciertamente,
      3.ª El tucutuco no sale de su habitación subterránea; no se encuentra más que en terrenos casi enteramente compuestos de arena
pura, y ésta es la más pesada y menos ágil de todas las ratas. ¿Cómo, pues, de Nueva España, donde existe igualmente, ha podido pasar al país que describo? ¿Dónde encontrará un camino de arena pura, de varios miles de leguas, que le haría falta, así como una infinidad de ramificaciones de igual naturaleza, para establecerse en las orillas opuestas de ríos, dado que no sabe nadar? En el país mismo que describo no se concibe que haya podido establecerse por transmigración en todos los lugares arenosos, pues vemos que estos parajes están alejados unos de otros a veces por cincuenta leguas, y no obstante jamás se encuentra un· tucutuco en sitio donde no hay arena.
      4.ª Tres especies de gatos, a saber: el mbarracoyá, el negro y el pajero, el yaguaré, el quiyá, la vizcacha, la liebre patagona, los
tatuejos llamados pichy peludo, mulita y mataco, todos animales del país que describo, se encuentran al sur de los 26° 30' de latitud, como yo lo he visto, y ninguno al norte de este paralelo. ¿Cómo armonizar este hecho con el paso de estos animales de un continente a otro? Sería necesario para esto que hubieran pasado por el Norte a la América y después que la hubieran atravesado toda entera de Norte a Sur. ¿Pero cómo comprender que esto se haya verificado sin dejarse ningún rezagado en el camino? Si se imagina que los climas por donde pasaban no les permitían establecerse, ¿cómo no sentían la influencia de ellos en el curso de su viaje? Añádese a esto que el clima del extremo de la América septentrional es precisamente semejante al de la meridional, y, sin embargo, ni aun por enfermo permaneció en ella ninguno de los individuos de estas especies. Parece también inútil buscar otras causas, porque todas resultarían insuficientes. En efecto, ellas no han impedido a las otras especies de gatos, de tatuejos, de fecundos y de otros muchos animales el encontrarse por todas partes, y lo mismo debería suceder con aquellos que no existen más que en el confín meridional de América. Si para resolver esta dificultad se supone que los continentes estaban unidos por la parte sur y que es por allí por donde se ha verificado el paso, caemos en los mismos inconvenientes, porque ninguno de estos animales existe
en África. Se pretenderá quizá destruir la fuerza de las reflexiones precedentes diciendo que no es necesario hacer ningún caso de las apariencias, de los razonamientos ni de los discursos; que basta saber que estos cuadrúpedos existen en el pais donde yo los he encontrado, y concluir que han pasado de un continente a otro. Otras personas creerán que los cuadrúpedos que yo no he visto más que desde el paralelo 26° 30' hacia el Sur pueden encontrarse igualmente más al norte de la América septentrional; porque mi argumento es puramente negativo, pues se reduce a decir que ni los naturalistas ni yo hemos encontrado estos animales en parajes más septentrionales que este paralelo. Es verdad que esto no sería sorprendente con respecto a alguno de los once cuadrúpedos que sólo he visto al sur de los 26° 30'; pero no es fácil de creer otro tanto de todos los demás, pues nadie los ha encontrado nunca más al Norte que yo. Añadamos a esto que todos los que se encuentran en la América meridional y no en la otra están en el mismo caso, y que si la Historia Natural hace progresos se encontrarán probablemente otros muchos ejemplos, y que aunque esto mismo que yo he dicho no se hubiera verificado más que con respecto a un solo cuadrúpedo, no subsistiría menos la objeción y se podría siempre decir que este cuadrúpedo único no ha pasado de un continente a otro, sino que ha nacido en el mismo país donde se encuentra; que lo mismo sucede con todos los animales del nuevo continente, y que puede ocurrir que sea equivocado creer que los dos continentes hayan tenido nunca comunicación alguna antes de que Cristóbal Colón descubriera el Nuevo Mundo.
      La situación local de mis cuadrúpedos ofrece además algunas consideraciones referentes a su origen que yo no debo omitir, pues nadie ha hablado de ellas. Pero para comprenderlas bien es necesario consultar mi carta y conocer bien los lugares que voy a citar. La vizcacha del número 39 habita las llanuras que bordean las dos orillas del Río de la Plata, que es uno de los mayores del mundo. No es fácil creer que lo haya atravesado a nado, pues encontrándose al oeste del Uruguay no ha ido a establecerse en su orilla oriental, del lado de Montevideo, donde no se encuentra este animal. No puede suponerse , tampoco que, remontándolo hasta por encima del nacimiento, la vízcacha se haya extendido por las dos orillas, porque este río tiene su nacimiento en la zona tórrida y este animal no puede soportar un calor más fuerte que el de los 30° de latitud.
      No es creíble que los indios lo hayan transportado de un lado a otro antes de la época de la conquista, porque ellos mismos no pasaban el río. Tampoco puede presumirse que el transporte haya sido hecho por los españoles, cuyo carácter es más bien inclinado a la  destrucción, y que saben bien que la vízcacha es dañina a los pastos, a los campos cultivados y a los jardines.
      El yaguaré, número 20, está en el mismo caso que la vizcacha; la sola diferencia es que se le encuentra también en las dos orillas del Uruguay, y además es todavía más increíble que se le haya transportado de un lado a otro si se tiene en cuenta su insoportable hedor.
      El gato pajero habita los mismos lugares que el yaguaré, así como el tatú-mulita del número 61. Hay también otra dificultad relativa a este último número, y es que como se le encuentra desde los 26° 30' hacia el Sur, es preciso suponer que ha atravesado el Paraná. En fin, la especie de rátón llamado tucutuco, del número 43, que no existe más que en terrenos arenosos, no parece haber podido atravesar cincuenta leguas de tierras arcillosas, que a veces se encuentran, como he visto, entre los terrenos arenosos.
      Todos estos hechos parecen confirmar la opinión de los que piensan como he dicho con respecto al cupy y de todos los insectos (capítulo VlI), es decir, que cada especie de insecto y de cuadrúpedo no procede de una sola pareja primitiva, sino de varias idénticas, creadas en los diferentes lugares en que hoy los vemos. Así, por ejemplo, en esta hipótesis, ha debido nacer al menos una pareja de vizcachas, de yaguarés, de gatos pajeros y de tatús-mulitas en cada orilla de los ríos de que hemos hablado, y una pareja de
tucutucos en cada arenal . Si esto fuera cierto, se podría presumir otro tanto de los demás cuadrúpedos. Se puede dar más extensión a esta idea meditando sobre el pasado. En efecto, si la creación que concierne a la zoología hubiera sido instantánea y de una sola pareja de cada especie, ¿quién hubiera podido proveer y alimentar a las que no viven más que a expensas de otras? Se hubieran muerto de hambre o hubieran exterminado a las que les sirven de alimento. La primera de estas proposiciones es falsa, pues que las especies destructoras existen; la segunda es bien difícil de creer, porque no es regular que las primeras especies que fueron víctimas, y debieron continuar siéndolo hasta que las especies débiles que quedan fueron suficientes para servir de alimento a los carnívoros, hayan desaparecido del todo. No parecería sin fundamento, en la hipótesis de una creación instantánea, imaginarse que cada especie zoológica proviene de varias parejas primitivas que, aunque perfectamente semejantes y reducidas a una unidad específica, hubieran sido creadas en diversos parajes, y de este modo todas las especies creadas podrían haberse conservado a pesar de la destrucción necesariamente operada por las especies devoradoras. Puede admitirse que al principio no hubo más que una sola pareja de cada especie, admitiendo que la creación de las débiles haya sido muy anterior a la de las otras, a fin de haber tenido tiempo de multiplicarse mucho. Entonces el hombre, el jaguarete, el león, el tigre, etc., habrían sido creados posteriormente, después de un lapso de años y aun de siglos, indispensables para que las especies destinadas a ser sacrificadas hubieran podido multiplicarse en suficiente número para alimentar a las otras. Según estas observaciones, la creación instantánea resulta incompatible con la unidad de una sola pareja de cada especie; pero esta unidad de una sola pareja no se opondría a su creación sucesiva, admitiendo siempre que las destructoras fueran las últimas. No se debe tener más repugnancia en combinar una creación sucesiva con la multiplicidad de tipos o parejas en cada especie, y esto es lo que las reflexiones precedentes sobre la existencia local de los insectos, de las aves y de los cuadrúpedos parecen indicar.

 

 En mi Historia Natural de los cuadrúpedos del Paraguay he dado algunas indicaciones sobre aquellos que los conquistadores españoles llevaron de Europa; y voy a dar un extracto. Desde los 30° de latitud hacia el Sur se encuentran muchos caballos que se han hecho salvajes y viven en estado natural. Pero aunque descienden de la raza andaluza, me parece que no tienen ni la talla, ni la elegancia, ni la fuerza ni la agilidad. Atribuyo esta diferencia a que en América no se escogen los caballos padres. Estos caballos viven en estado de libertad en las llanuras, por tropas de varios millares de individuos, y tienen la mania de preferir los caminos y el borde de los senderos para depositar sus excrementos, de los que se encuentran montones en dichos parajes. Tienen también la de formar en columna no interrumpida para embestir al galope a los caballos domésticos tan pronto como los perciben, aun a dos leguas de distancia. Los rodean, o pasan a slt lado, los acarician, relinchan dulcemente, y acaban por llevárselos con ellos para siempre, sin que los otros muestren ninguna repugnancia.
      Atacan también a los hombres a caballo, pero se limitan a pasar delante de ellos. Los habitantes del país los persiguen vivamente
para alejados de sus manadas, porque sin esto los caballos salvajes se llevarían a todos los otros. Corren con una increíble ceguera, y si se los fuerza a separarse se rompen a veces la cabeza contra la primera carreta que encuentran. Se ve un ejemplo tan admirable de esta fuga en los años secos, en que el agua es sumamente rara al sur de Buenos Aires. En efecto, parten como locos todos cuantos hay en busca de cualquier laguna o lago; se hunden en el barro, y los primeros llegados son aplastados y destrozados por los que siguen. Me ocurrió más de una vez encontrar más de mil cadáveres de caballos salvajes muertos de este modo. Todos tienen el pelo castaño o bayo oscuro, mientras que los caballos domésticos lo tienen de toda especie de colores. Esto podría hacer pensar si el caballo original o primitivo sería bayo pardo, y que, si se juzga por el color, :la raza de los bayo oscuros es la mejor de todas.
      Los caballos domésticos también se han multiplicado mucho. El precio de un caballo común, ya domado, no es más que de dos pesos, y aun menos, en Buenos Aires. En el Paraguay una yegua con su cría no cuesta más que dos reales fuertes . Se maltrata mucho a estos animales y se los hace a veces trabajar tres o cuatro días sin darles de comer ni beber, y jamás se los pone a cubierto. Para empezar una yeguada se reúne un gran número de yeguas y se pone un caballo entero por cada veinte o treinta yeguas. Estos caballos se las disputan y se las reparten en seguida, como los caballos salvajes. Cada macho conserva a las suyas reunidas y asiduamente vigila su piara y la defiende a mordiscos y coces.
      Todos estos ganados recorren los campos en libertad, sin que nadie los guarde, los dome ni los domestique. Todo el cuidado se reduce a conducirlos y reunirlos de tiempo en tiempo en un gran parque y a no dejarlos salir de la extensión del dominio del amo; para esto no se los reúne más que una vez por semana. Como no se montan los caballos enteros, se castra a los potros cuando tienen uno o dos años, y se los doma a la edad de tres. Esta operación se reduce a montarlos y hacerlos correr hasta que no pueden más, lo que se repite durante varios días. Se pretende que los caballos píos o manchados son más difíciles de domesticar, y que, en general, los que tienen las orejas duras y rectas son los más indomables de todos. En el verano es cuando se los acustumbra al freno, porque dicen que haciéndolo en invierno se les pone la boca babosa y espumosa para toda la vida. Se ha observado también que los caballos
blancos, y sobre todo aquellos que tienen un gran número de pequeñas manchas de un rojo oscuro, son los que nadan mejor, lo cual indica que deben ser específicamente menos pesados y que puede ser que el peso varíe según el pelo y el color.
      Yo he hecho en estas regiones algunas observaciones sobre los cambios de color que se ven algunas veces en los hombres, los cuadrúpedos y las aves. Me parecen probar que la causa que las produce es accidental, pasajera, y que el principio reside en las madres; que no altera ni las formas ni las proporciones y que no disminuye la fecundidad; que sus efectos se perpetúan y que no dependen de los climas. Otras observaciones que yo he hecho parecen probar que los negros de cabellos largos y lacios son más antiguos que los de cabellos cortos y crespos, y que la causa que ha producido algunos perros sin pelo es igualmente accidental e independiente de los climas. Se puede ver todo esto en mi Historia Natural, de que ya he hablado.
      En el país que describo no se hace casi ningún uso ni caso del asno, que alcanza como precio más alto dos reales y medio. Nunca
he visto ninguno blanco, pío o de pelo crespo; de manera que su color y su especie son mucho más inalterables que los del caballo.
Difiere de él mucho por la forma, y además es más lento, más paciente, más tranquilo, más fácil de alimentar, porque sus alimentos son más variados. Sigue siempre los senderos, y pasa sin tropezar aun por los sitios más difíciles. Su paso es más seguro y marcha con más precaución y atención que el caballo. Repugna mucho nadar, y en lo referente al amor no conoce la fidelidad ni adhesión conyugal, como el caballo, y sólo aspira a su satisfacción.
      Como la mula es el resultado de la unión de las especies del asno y del caballo, y como la primera es mucho. más constante y más inalterable que la otra, se sigue que la mula se parece más al asno, y el mulo, en calidad de mestizo, es más fuerte.
      Hay en estos países un gran número de rebaños de vacas salvajes y domésticas que no difieren de las de Andalucía y Salamanca más que en que son menos feroces. Se exporta anualmente para España cerca de un millón de pieles o cueros, y se puede decir que estos rebaños bastan a todas las necesidades de los habitantes del país. Las piaras salvajes viven en libertad y a veces se reúnen a las domésticas, que se escapan todas con ellas; pero estas vacas salvajes no emplean para esto tanta destreza como los caballos. El color de las domesticadas varía mucho; el de las salvajes es invariable y constante, es decir, pardo rojizo en la parte superior del cuerpo y negro en el resto; uno de estos dos colores domina más o menos. Esto puede hacer sospechar que la pareja primitiva de la especie fuera de este color que se llama hosco. En 1770 nació un toro mocho o sin cuernos, cuya raza se ha multiplicado mucho. Debe observarse que los individuos procedentes de un toro sin cuernos carecen de ellos aunque la madre los tenga, y que si el padre tiene cuernos los descendientes los tendrán también aunque la madre no los tenga. Este hecho prueba no sólo que el macho influye más que la hembra en la generación, sino, además, que los cuernos no son un carácter más esencial para las vacas que para las cabras y los carneros, y que se ve perpetuarse a los individuos singulares que la Naturaleza produce a veces por una combinación fortuita . Se han visto también en el mismo país caballos con cuernos, y si se hubiera tenido cuidado de hacerlos multiplicarse acaso se tendria hoy una raza de caballos cornudos. He hablado en mi obra de un toro hermafrodita, así como de un español y dos aves que lo eran igualmente y yo he visto.
      Los carneros y cabras crecen tanto como en España y dan al menos tres hijos por año en dos partos. No tienen otros pastores que los perros llamados ovejeros. Estos perros hacen salir por la mañana el rebaño del corral, lo conducen al campo, lo acompañan todo el día, impidiéndole separarse, y lo defienden de toda especie de ataque. Al ponerse el Sol lo conducen a la casa donde pasan la
noche. No se exige que estos perros sean mastines; basta que sean de raza fuerte. Se separan de la madre antes de que abran los ojos, y se les da de mamar de diferentes ovejas que se sujetan y tienen a la fuerza; no se los deja salir del corral mientras son pequeños, y cuando están en estado de seguir al rebaño se los hace marchar con él. Por la mañana el dueño del rebaño tiene buen cuidado de dar bien de comer y beber al perro pastor, porque si sintiera hambre en el campo traería el rebaño al mediodía. Para evitar esto se pone con mucha frecuencia al cuello del perro un collar de carne, que come cuando tiene hambre; pero es necesario que no sea carne de carnero, porque ni el hambre más violenta se la haria comer. Se comprende que estos perros sean siempre machos y castrados, porque si fueran enteros abandonarían el rebaño para buscar a las perras, y si fueran hembras atraerían a los perros. Hay perros que, aunque nacidos en el campo en una casa,. no se encariñan con el lugar de su nacimiento ni con las personas que los han criado y siguen al que pasa o al primero que llega; pero lo dejan con la misma facilidad y van a veces a reunirse con los perros cimarrones o salvajes, de que hay una infinidad desde los 30º de latitud hacia el Sur. No puede haberlos más al Norte, según he dicho en el capítulo VII. Ninguno padece rabia o hídrofobia, enfermedad desconocida en América. Estos perros cimarrones provienen de animales domésticos de su especie transportados de España. No hay razas pequeñas, y me parece pertenecen a la que Buffon llama gran danés. Ladran y aúllan como los perros domésticos, levantando la cola; las hembras dan a luz en agujeros que hacen en tierra; huyen siempre del hombre y viven en sociedad. Se reúnen varios para atacar a una burra o una vaca y espantarlos mientras que otros matan al borriquillo o al becerro; de modo que hacen mucho daño en los ganados.
En mi obra sobre los cuadrúpedos he descrito trece especies de murciélagos que se encuentran en este país, porque estos animales tienen más relación con los cuadrúpedos que con las aves. En realidad, se asemejan a éstas por la facultad de volar, por su pecho ancho y carnoso, y en particular a algunas aves acuáticas, por la situación de sus patas posteriores, colocadas en la extremidad del cuerpo; pero no obstante, la cabeza y todas sus partes, los pies y la cola, el pelo, las mamas y las partes sexuales, la manera de dar a luz y amamantar a sus híjos, su marcha a cuatro patas, son enteramente conformes con lo que se observa en los cuadrúpedos. Yo no creo necesario detenerme a describir la originalidad de sus formas generales, la dificultad que causa a sus movimientos la membrana que une sus brazos con el cuerpo y la cola, así como la manera de alimentarse, y su adormecimiento en la estación fría, porque son cosas conocidas de todo el mundo. Yo conozco cuatro especies desprovistas de cola, pero que tienen sobre el hocico una cresta, donde están colocadas las narices; las otras nueve especies, por el contrario, tienen una cola y no tienen cresta. Sorprenderá acaso esta relación extraña entre la cola y la cresta. En efecto, todo murciélago que tiene cresta carece siempre de cola, y a la inversa: como si la cola hubiera estado formada a expensas de la cresta y, recíprocamente, la cresta a expensas de la cola.
      Buffon describe varios murciélagos, y entre otros dos de los míos, que son el vampiro y el hierro de lanza. En cuanto a la primera especie, ha copiado las noticias de muchos autores. Según creo, son exageradas y aun falsas, como puede verse en mi obra, de que ya he hablado, y a la que me remito para detalles. Monsieur Cuvier me ha mostrado diferentes murciélagos recién llegados de Cayena y que están destinados para el Gabinete Nacional. Si hubiera tenido tiempo acaso habría reconocido algunos, como me ocurrió con respecto a mi primera especie. Como no tengo a mano mis Noticias para servir a la Historia Natural de las aves del Paraguay y del Río de la Plata, obra manuscrita, me es imposible dar un extracto, y no lo haría aunque la tuviera, porque la obra es dos veces mayor que mi Historia de los cuadrúpedos. Así es que me limitaré a decir muy poca cosa, en tanto en cuanto mi memoria me la recuerde. Esta obra contiene cuatrocientas cuarenta y ocho especies de aves, divididas en clases o familias, según los caracteres que me han parecido deber diferenciarlas.·No me he contentado con indicar las especies que habían ya sido descritas, sino que además he corregido los errores de los autores que me han precedido.
      Las especies de aves de rapiña son mucho más numerosas en el país que describo que en el resto del mundo, porque aquí hay una por cada nueve especies de otras aves y en el antiguo continente no hay más que una por cada quince. Además, las aves de rapiña que yo he descrito no son ni tan feroces ni tan carniceras como las otras, pues la mayor parte viven de insectos, ranas, sapos, víboras, etc., más que de cuadrúpedos y de otras aves. No es fácil saber si obran así por consecuencia de la flojedad natural que puede producir el clima de América o porque les sea demasiado trabajoso cazar en país tan cubierto de vegetación. En general, se puede decir que casi todas las aves son insectívoras, pues aquellas mismas cuyas formas anuncian que son granívoras comen más insectos que ninguna otra cosa, porque los granos de que podrían alimentarse son muy raros en aquellas regiones incultas.
      Como las aves de paso no viajan más que para buscar alimentos, que dependen siempre de la influencia del Sol, siguen constantemente a este astro, o sea sobre el mismo meridiano, con corta diferencia. No deben encontrarse, pues, en América, que se extiende de un polo a otro, las aves de paso del antiguo mundo, y, recíprocamente, tampoco las del nuevo en el antiguo; esto es lo que he observado. Parece, por tanto, que este mismo principio nos indica que las aves de paso de América son originarias de esta parte del mundo y nunca habitaron el antiguo continente; y se podrá, si se quiere, extender esta observación a todas las otras especies.
      He visto en este país un gran número de aves que no son de paso y que existen también en otras partes del mundo. Como sus proporciones, sus formas y sus colores son los mismos en todas partes, parece que puede concluirse que el clima no tiene influencia comprobada. Entre estas mismas aves, que habitan regiones muy diferentes, hay un gran número cuyo vuelo es débil y no parece poder extenderse a grandes distancias; que, por otra parte, no pueden soportar grandes fríos; parece, pues, imposible que hayan podido franquear distancias tan considerables.
      Debe causar admiración ver algunas especies muy multiplicadas, mientras que otras lo están tan poco que yo no he encontrado más que uno o dos individuos de algunas de ellas. La admiración aumentará si se considera que otras especies que tienen mucha relación con ellas y que son de la misma familia están muy multiplicadas; que las unas y las otras gozan de la misma libertad, del mismo clima y los mismos alimentos; que tienen las mismas proporciones, y que no se ha observado ninguna diferencia en su fecundidad ni en la duración de su vida. Hay también especies que se encuentran al Sur y no al Norte, y otras que están como aisladas, como he dicho hablando de los cuadrúpedos.
      Las especies que habitan los bosques más espesos no vuelan más que a una pequeña distancia; sus alas son cóncavas y débiles; las plumas del cuerpo, largas; las barbas, separadas y desordenadas; no pueden andar más que saltando. Al contrario, las aves que habitan los campos andan ligeramente; sus alas son rígidas y firmes, el resto del plumaje es más corto, las plumas son más redondas, las barbas  más unidas y vuelan a mayores distancias. Las que se elevan hasta la cima de los árboles más altos, sin ocultarse entre las ramas bajas, participan de las unas y de las otras; éstas son las que tienen el vuelo más rápido y los colores más hermosos.
      Hay algunas aves singulares que parecen no conocer los celos, porque se reúnen en bandadas para hacer un nido, en que todas las hembras sacan al mismo tiempo su pollada. De este número es el ñandú o avestruz; pero éste tiene algo singular, y es que un solo
macho se encarga de incubar los huevos y conducir los pollos. Otra especie de ave se pone sus pequeñuelos bajo las plumas escapulares y los lleva siempre así.

CAPlTULO X  De los indios salvajes

 A

unque el. hombre sea un ser incomprensible, y sobre todo el hombre salvaje, que no escribe, que habla poco, que se expresa en  una lengua desconocida, a la que faltan una multitud de palabras y expresiones, y que no hace más que lo que le imponen las pocas necesidades que experimenta, no obstante, como ésta es la parte principal y la más interesante en lf! descripción de un país, daré aquí algunas observaciones que he hecho sobre un gran número de naciones indias, libres o salvajes, y que no están ni han estado nunca sujetas al imperio español ni a ningún otro. No me he de extender mucho, para evitar el aburrimiento y para no parecerme a los que, por haber visto una media docena de indios en la costa, dan una descripción acaso más completa que la que podrían hacer de sí mismos. Añadamos a esto que no gusto de conjeturas, sino de hechos, y que no tengo tanta instrucción y talento como otros.

       He vivido durante largo tiempo entre algunas de estas naciones salvajes, menos tiempo con otras. Diré también alguna cosa de las que no he visto, a fin de que se sepa con certeza las que han existido y las que existen aún en el país que describo, y para que los viajeros, los geógrafos y los historiadores no los multipliquen tan enormemente como han hecho hasta ahora. Los conquistadores y los misioneros nunca pensaron en hacer una verdadera descripción de las diferentes naciones indias, sino sólo en realzar sus proezas y exagerar sus trabajos. Desde este punto de vista han aumentado al infinito el número de indios y de naciones y los han hecho antropófagos. Se equivocaban por completo, porque hoy ninguna de estas naciones come carne humana, y no recuerdan haberla comido, siendo, como son, tan libres ahora como a la primera llegada de los españoles.

       Se ha escrito también que se servían de flechas envenenadas, lo que es otra positiva falsedad. Los eclesiásticos han añadido otra diciendo que estos pueblos tenían una religión. Persuadidos de que es imposible vivir sin tener una, buena o mala, y viendo algunas figuras dibujadas o grabadas en las pipas, los arcos, los bastones y los cacharros de los indios, se figuraron al instante .que eran sus ídolos y los quemaron. Estos pueblos emplean aún hoy las mismas figuras, pero no lo hacen más que por diversión, porque no tienen religión alguna.
      Antes de hacer la descripción de cada nación en particular, debo advertir también que llamaré nación a toda reunión de indios que se consideren ellos mismos como formando una sola y misma nación, y que tienen el mismo espíritu, las mismas formas, las mismas costumbres y la misma lengua. Poco importará que se componga de pocos o muchos individuos, porque esto no es carácter nacional. Advierto aún que cuando marque los lugares habitados por estas naciones no se debe creer que sean estables, sino sólo que el paraje designado como el centro del país que habitan. Porque todas son errantes, unas más y otras menos, en la extensión de un cierto distrito; pero es muy raro que pasen al territorio frecuentado por otra nación. Por el contrario, están casi siempre separadas por un desierto, a veces considerable.
      Prevengo, por fin, que cuando diga que la lengua de una nación es diferente de la otra, debe entenderse que esta diferencia es al
menos tan grande como entre el inglés o el alemán o el español, de manera que no hay una sola palabra en que se parezca la una a la
otra, en lo que yo he podido asegurarme. Los indios hablan ordinariamente mucho más bajo que nosotros; no llaman la atención con
sus miradas; para pronunciar mueven poco los labios y hablan mucho de garganta y nariz. Es lo más frecuente que sea imposible expresar con nuestras letras sus palabras y sus sonidos. Resulta, pues, muy difícil aprender semejantes lenguas y aun saber una sola de modo que se pueda hablar. Al menos, yo no he encontrado más que un solo español que hablase el idioma mbayá, porque había pasado veinte años entre ellos, y don Francisco Amancio González, que habiendo tenido en su casa (como tiene aún) algunos indios del Chaco, entendía un poco sus lenguas. Ambos convienen (y en ello no hay duda) en que estas lenguas son muy pobres y carecen de relación las unas con las otras. Sería, pues, muy embarazoso el pretender hacer Investigacioaessobre su origen y sus relaciones .

 

      CHARRÚAS._Es una nación de indios que tiene una lengua particular, diferente de todas las demás, y tan gutural que nuestro alfabeto no podría dar el sonido de las sílabas. En la época de la conquista era errante y habitaba la costa septentrional del Río de la
Plata desde Maldonado hasta el río Uruguay, extendiéndose a lo más a treinta leguas hacia el Norte, paralelamente a esta costa, Sus fronteras del lado del Oeste tocaban en parte a las de la nación yaro, que habitaba hacia lá desembocadura del río de San Salvador, y hacia el Norte estaba separada por un gran desierto de algunos poblados de indios guaraníes.
      Los charrúas mataron a Juan Díaz de Solís, que fue el primer descubridor del Río de la Plata. Su muerte inicia la época de una
sangrienta guerra, que dura aún hoy, y que ha hecho derramar mucha sangre. Desde luego los españoles trataron de fijarse en el país de los charrúas y levantaron algunos edificios en la Colonia del Sacramento, un pequeño fuerte y luego una ciudad en la embocadura del río de San Juan y otra en la confluencia de los ríos San Salvador y Uruguay. Pero los charrúas lo destruyeron todo y no dejaron a nadie establecerse en su territorio, hasta que los españoles, que fundaron en 1724 la ciudad de Montevideo, fueron rechazando insensiblemente estos salvajes hacia el Norte, alejándolos de la costa, operación que ha costado un gran número de combates sangrientos.
      Por ese tiempo los charrúas habían atacado, y exterminado las naciones indias llamadas yaros y bohanes; pero se aliaron y contrajeron una íntima amistad con los minuanes para sostenerse mutuamente contra los españoles. Éstos, cuyo número aumentó de modo considerable en Montevideo, ganaron continuameate terreno hacia el Norte a fuerza de batallas y empezaron a establecer puestos para sus ganados. En fin, los españoles consiguieron su objeto de forzar a una parte de los charrúas y de los minuanes a incorporarse a las partes más meridionales de las Misiones de los jesuitas sobre el Uruguay; otros han sido forzados a venir a habitar a Buenos Aires, y se ha reducido a algunos a vivir tranquilos y sometidos en Cayastá, cerca de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz. Pero queda aún una parte de esta nación que, aunque errante, habita ordinariamente al este del río Uruguay, hacia los 31 o 32° de latitud. Ésta continúa la guerra a sangre y fuego, con la mayor obstinación. sin consentir que se hable de paz y ataca también a los portugueses. Cuando yo viajaba por este país para reconocerlo, estos indios atacaron con frecuencia a mis exploradores, que eran en número de cincuenta o ciento, y mataron a varios.
      Su talla media me parece pasar de una pulgada sobre la de los españoles, pero es más igual. Son ágiles, derechos y bien proporcionados, y no se encuentra uno solo que sea demasiado grueso, demasiado delgado o contrahecho. Tienen la cabeza levantada, la frente y la fisonomía abiertas, signos de su orgullo y aun de su ferocidad. Su color se aproxima más al negro que al blanco, casi sin mezcla alguna de rojo. Los trazos de su cara son muy regulares, aunque su nariz me parece un poco estrecha y hundida entre los ojos. Estos ojos son un poco pequeños, brillantes, siempre negros, nunca azules y jamás enteramente abiertos; pero tienen sin duda la vista doble más larga y mejor que los europeos.. Tienen también el oído muy superior al nuestro. Sus dientes están bien colocados, son muy blancos hasta la edad más avanzada y jamás se les caen naturalmente. Sus cejas sorr escasas; no tienen barba y escaso pelo en las axilas y en el pubis. Tienen los cabellos espesos, muy largos, gruesos, brillantes, negros y nunca rubios. Nunca se les caen, ni se llegan a poner más que medio grises hacia la edad de ochenta años. Sus manos y sus pies son más pequeños y mejor formados que en Europa, y la garganta de sus mujeres me parece ser menor que la de otras naciones indias.
      Nunca se cortan los cabellos. Las mujeres los llevan colgando; pero los hombres se los amarran y los adultos se ponen sobre el nudo que los reúne plumas blancas colocadas verticalmente. Si pueden procurarse algún peine, lo usan, pero ordinariamente se peinan con los dedos. Tienen muchos piojos, que las mujeres buscan con gusto para procurarse la satisfacción de tenerlos durante algún tiempo en la punta de la lengua, que sacan al efecto, y para crujirlos con los dientes y comerlos en seguida. Esta costumbre asquerosa existe generalmente entre todas las indias y entre las mulatas y las pobres del Paraguay. Otro tanto hacen con las pulgas. Las mujeres no tienen alhajas ni otros adornos parecidos y los hombres no se pintan el cuerpo. Pero el día de la primera menstruación de las muchachas se les pintan en la cara tres rayas azules que caen verticalmente sobre la frente, desde el nacimiento del pelo hasta el extremo de la nariz, siguiendo la línea media, y se les trazan otras dos que cruzan las mejillas. Se señalan estas rayas picando la piel, y por consecuencia son indelebles; son signo característico del sexo femenino. La menstruación de estas mujeres, así como la de todas las indias, es menos considerable que la de las españolas. El sexo masculino se distingue por el barbote. Voy a explicar lo que es. Pocos días. después del nacimiento de un muchacho su madre le perfora de parte a parte el labio inferior, en la raíz de los dientes, e introduce en el agujero el barbote. Es éste un pequeño pedazo de madera de cuatro o cinco pulgadas de largo y de dos líneas de diámetro. No se lo quitan en toda su vida, ni aun para dormir, a menos que se trate de reemplazarlo por otro cuando se rompe. Para impedirle caerse, se hace de dos piezas, una ancha y plana en uno de sus extremos, a fin de que no pueda entrar en el agujero, donde se coloca de modo que la parte ancha se encuentra en la raíz de los dientes; el otro extremo de la pieza sale apenas del labio, y está perforado para sujetar el otro pedazo de madera, que es más largo y que se hace entrar a la fuerza.
      Ignoro cuáles eran sus antiguas habitaciones cuando no tenían pieles de vacas ni de caballos. Las que tienen hoy no les cuesta mucho trabajo construirlas. Cortan de cualquier árbol tres o cuatro ramas verdes y las encorvan hasta clavar los dos extremos en tierra. Sobre los tres o cuatro arcos formados por estas ramas, y un poco alejados los unos de los otros, extienden una piel de vaca, y he aquí una casa suficiente para el marido, la mujer y algunos niños. Si es muy pequeña se construye otra al lado, y cada familia hace otro tanto. Se comprende bien que no puedan entrar más que como los conejos en su agujero. Se acuestan sobre una piel y duermen siempre sobre la espalda, como todos los indios salvajes. Es inútil advertir que no tienen sillas, bancos ni mesas y que sus muebles se reducen a casi nada.
      No sé nada tampoco de su antiguo traje . Hoy los hombres no llevan ni gorro ni sombrero y van, enteramente desnudos; pero si pueden procurarse algún poncho o sombrero, lo usan cuando hace frío. Por esta misma razón algunos de ellos se hacen con pieles suaves, y aun con la de jaguarete, una camiseta muy estrecha, sin cuello ni mangas, que les cubre apenas las partes, y esto no siempre. El  poncho es un pedazo de tela de lana, muy basta, de siete palmos de ancho y doce de largo, con una hendidura en medio para pasar la cabeza. Las mujeres se cubren con un poncho o llevan una camisa de algodón, sin mangas, cuando sus padres o sus maridos han podido procurarse o robar una. Pero no lavan nunca sus vestidos, ni sus manos, ni su cara, ni su cuerpo, como no sea a veces en los grandes calores, cuando se bañan; de manera que no se puede encontrar nada más sucio, ni, por consecuencia, oler nada más apestoso. Tampoco barren jamás sus habitaciones, y no cosen ni hilan, acaso porque en su país no hay algodón ni se crían carneros.
      Yo creo que nunca han cultivado la tierra, al menos no lo hacen hoy, y se alimentan únicamente de la carne de vacas salvajes, que abundan en su distrito. Las mujeres guisan, pero todos sus guisos se reducen al asado sin sal. Atraviesan la carne con un palo aguzado, y clavan la punta en tierra; encienden fuego al lado y le dan vuelta a aquélla una sola vez para hacerla asar por igual. Ponen a la vez varios palos con carne, y cuando uno está despojado ya de ella se le sustituye por otro. A cualquier hora que sea, el que tiene hambre coge uno de estos palos, lo coloca ante sí, y sentado sobre los talones come lo que le parece, sin prevenir a nadie ni decir una palabra, hasta cuando marido, mujer e hijos cómen del mismo pedazo, y no beben más que después de haber concluido de comer.
      No conocen ni juegos, ni bailes, ni canciones, ni instrumentos de música, ni sociedades o conversaciones ociosas. Su aire es tan grave que no se pueden conocer en ellos las pasiones. Su risa se reduce a entreabrir ligeramente las comisuras de los labios, sin lanzar jamás una carcajada. Nunca levantan la voz y hablan siempre muy bajo, sin gritar, ni aun para quejarse cuando se los mata. Esto llega hasta el punto de que si tienen que tratar algo con alguno que vaya diez pasos por delante, no lo llaman, y prefieren andar hasta alcanzarlo. No adoran a ninguna divinidad ni tienen ninguna religión: se encuentran, por consecuencia, en un estado más atrasado que el del primer hombre descrito por algunos sabios, pues que le dan una religión. No se observa entre ellos ni acción ni palabra que tenga la menor relación con las atenciones de respeto y cortesía. No tienen, igualmente, ni leyes, ni costumbres obligatorias, ni recompensas, ni castigos, ni jefes para mandarlos. Tenían otras veces caciques, que en realidad no ejercían ninguna autoridad sobre ellos y que desempeñaban allí el mismo papel que en las otras naciones de que hablaremos. Todos son iguales; ninguno está al servicio de otro, a no ser alguna mujer vieja que, por carecer de recursos, se reúne a una familia o que se encarga de amortajar y enterrar a los muertos.
      Los jefes de familia se reúnen a la entrada de la noche para convenir entre ellos cuáles deben pasarla de centinela y los puestos que deben ocupar; son tan astutos y previsores, que no olvidan nunca esta precaución. Si alguien ha formado algún proyecto de ataque o defensa, lo comunica a esta asamblea, que lo ejecuta si lo aprueba. Se colocan todos en círculo, sentados sobre los talones. Pero a pesar de esta aprobación, ninguno está obligado a concurrir a la ejecución, ni aun el mismo que ha propuesto el asunto, y no hay ninguna pena que imponer a los que faltan. Son las partes mismas las que arreglan sus diferencias particulares; si no están de acuerdo se pelean a puñetazos hasta que uno vuelve la espalda y abandona al otro, sin que jamás se vuelva a hablar del asunto. En estos duelos jamás hacen uso de armas, y nunca he oído decir que hubiera ningún muerto. No obstante, con frecuencia se derrama sangre porque se aplastan las narices, y aun a veces se parten algún diente.
      Tienen caballos y yeguadas. La mayoría poseen bridas guarnecidas de hierro, que los portugueses, cuando están en paz con ellos, les dan en cambio de los caballos que reciben. Los hombres montan generalmente en pelo, y las mujeres en una especie de gualdrapa muy sencilla. Si alguno de ellos pierde sus caballos en la guerra, no debe esperar que sus compañeros le presten otros. Si sólo queda uno, monta el marido, mientras que su mujer y su familia lo siguen a pie cargados con el resto del equipaje. La mayoría no tienen por toda arma más que una lanza de once pies, armada de un hierro muy largo, que les facilitan los portugueses, y los que no las tienen se sírven de flechas muy cortas, que llevan en un carcaj suspendido del hombro.
       Cuando han resuelto hacer una expedición militar ocultan sus familias en un bosque y envían a la descubierta, cuando menos seis leguas por delante, exploradores bien montados. Éstos avanzan con las mayores precauciones; tendidos todo a lo largo sobre los caballos. Van lentamente y se detienen de tiempo en tiempo para dejarlos pacer. A causa de esto no les ponen bridas, y se contentan con amarrarles a la mandíbula inferior una pequeña correa, a la cual unen otras dos que les sirven de riendas. Añadid a estas precauciones la ventaja de ver antes de ser vistos en estas inmensas llanuras, porque su vista es muy superior.a la nuestra. Cuando están muy cerca, es decir, a distancia de una o dos leguas, se detienen. A la puesta del Sol traban sus caballos y se aproximan a pie, encorvándose y ocultándose en las hierbas, hasta haber reconocido bien la situación del campo enemigo o de la casa que quieren atacar, así como de sus puestos avanzados, de sus centinelas y de su caballería. Aun cuando no tengan intención de atacar, sus exploradores siguen siempre a las tropas españoles que atraviesan el país; de modo que aunque no se vea un solo indio, el comandante debe suponer que se siguen todos sus pasos y que será infaliblemente atacado si no toma todas las precauciones necesarias. Por tanto, debe constantemente estar acampado durante el día y no emprender las marchas más que por la noche.
      Los exploradores, después de tomar los datos necesarios, parten a galope para avisar a los suyos; pero si han sido vistos, huyen en la dirección contraria a la de su tropa y no hay que pensar siquiera en alcanzarIos, porque sus caballos son mucho más ligeros que los nuestros. Cuando, por el contrario, esperan tener ventaja, después de recibir las noticias se distribuyen en los puntos escogidos para el ataque y marchan lentamente. Tan pronto como están cerca profieren grandes gritos, se dan sobre la boca golpes redoblados, se precipitan contra el enemigo como el rayo y matan a todo el que encuentran, no conservando más que las mujeres y los niños menores de doce años. Estos prisioneros los llevan consigo y los dejan en libertad entre ellos. La mayoría se casan y se acostumbran a su género de vida, siendo raro que quieran dejado para volver entre sus compatriotas. Estas expediciones las hacen siempre antes del amanecer, pero atacan también en pleno día si notan que el jefe enemigo tiene miedo o que hay desorden en su tropa. Además saben amagar falsos ataques, hacer fugas simuladas y preparar emboscadas; siendo cosa segura que ninguno de los que salen huyendo se les escapa, a causa de la superioridad de sus caballos y de la destreza con que los manejan. Felizmente, se contentan con una sola victoria, como el jaguarete, y no se les ocurre aprovecharse de sus ventajas; sin esto acaso los españoles no hubieran podido extender su población por las llanuras de Montevideo. Cada uno se aprovecha del botín que hace personalmente, porque no efectúan reparto.
      Cuando se piensa que los charrúas han dado más que trabajar a los españoles y les han hecho derramar más sangre que los ejércitos de los Incas y de Moctezuma, se creerá sin duda que estos salvajes formen una nación muy numerosa. Debe saberse, sin embargo, que los que existen actualmente, y que nos hacen tan cruel guerra, no forman hoy, seguramente, más que un cuerpo de unos cuatrocientos guerreros. Para someterlos se han enviado con frecuencia contra ellos más de mil veteranos, ya en masa, ya en diferentes cuerpos, para envolverlos, y se les han dado golpes terribles; pero en fin, el caso es que ellos subsisten y nos han matado mucha gente. Se ha observado que cuando atacan conviene echar pie a tierra y esperarlos formados en fila, contentándose con hacer algunos disparos unos después de otros; ésta es la única manera de hacer que las armas de fuego les infundan respeto. Entonces se van, luego de haber caracoleado con sus caballos y sin acercarse mucho. Si se les hace una descarga general todo está perdido.
      Jamás permanecen en el celibato, y se casan en cuanto sienten necesidad de esta unión. Nunca he visto ni oído que se casen entre hermanos. Les he preguntado la razón, y no me la han sabido dar; pero como no tienen ninguna ley que lo prohiba, se debe presumir que si tales alianzas no se verifican es porque cuando la hermana es mayor no espera que su hermano llegue a la edad necesaria, y se casa con el primero que se presenta, y en el caso contrario el hermano hace otro tanto. Como son naturalmente taciturnos y serios, y no conocen ni el lujo, ni diferencias jerárquicas, ni adornos, ni juegos, etc., cosas que son el principal fundamento de la galantería, el casamiento, este asunto tan grave y que se impone de un modo tan intenso por la Naturaleza, se concierta entre estos salvajes con tanta sangre fría como nosotros cuando se trata de un espectáculo cualquiera. Todo se reduce a pedir la hija a los padres y llevársela si éstos lo permiten. La mujer no se niega nunca y se casa con el primero que llega, aunque sea viejo y feo.
      Desde que el hombre se casa forma una familia aparte y trabaja para alimentarla, porque hasta entonces ha vivido a expensas de sus padres, sin hacer nada, sin ir a la guerra y sin asistir a las asambleas. La poligamia es permitida, pero una sola mujer nunca tiene dos maridos; y aún más: cuando un hombre tiene muchas mujeres, éstas lo abandonan en cuanto encuentran otro del que puedan ser únicás esposas. El divorcio es igualmente libre para los dos sexos; pero es raro que se separen cuando tienen hijos. El adulterio no tiene otra consecuencia que algunos puñetazos que la parte ofendida administra a los dos cómplices, y esto solamente si los coge in fraganti. No enseñan ni prohiben nada a sus hijos, y éstos no tienen respeto alguno a sus padres; siguiendo en esto su principio universal de hacer cada uno lo que le parece, sin estar limitado por ningún miramiento ni ninguna autoridad. Si los niños quedan huérfanos se encarga de ellos algún pariente. Los jefes de familia, pero no sus mujeres ni sus hijos, se emborrachan lo más frecuentemente que pueden con aguardiente, y a falta de este licor, con chicha, que preparan diluyendo en agua miel salvaje y dejándola que fermente . Yo no he advertido que estuvieran sujetos al mal venéreo ni a ninguna otra enfermedad particular, y su vida me parece más larga que la nuestra. Pero no obstante, como a veces se ponen malos, tienen sus médicos. Éstos no conocen más que un remedio universal para todos los males, que se reduce a chupar con mucha fuerza el estómago del paciente para extraer el mal; tal cosa han sabido hacer creer estos médicos para procurarse gratificaciones.
      Tan pronto como muere un indio transportan el cadáver a un sitio determinado, que es hoy una pequeña montaña, y lo entierran con sus armas, sus trajes y todas sus alhajas y objetos. Algunos disponen que se mate sobre su tumba el caballo que más querían, cosa que se ejecuta por algún amigo o pariente. La familia y los parientes lloran mucho al muerto y su duelo es muy singular y muy cruel. Cuando el muerto es un padre, un marido o un hermano adulto, las hijas y las hermanas ya mujeres se cortan, así como la esposa, una de las articulaciones de los dedos por cada muerto, empezando esta operación por el dedo meñique. Además se clavan varias veces el cuchillo o la lanza del difunto, de parte a parte, en los brazos, el seno y los costados, de la cintura para arriba. Yo lo he visto. Añadid a esto que pasan dos lunas metidas en sus chozas, donde no hacen más que llorar y sólo toman poquísimo alimento. Yo no he visto una sola mujer adulta que tuviese los dedos completos y que no llevara cicatrices de heridas de lanza.
      El marido no hace duelo por la muerte de su mujer ni el padre por la de sus hijos; pero cuando éstos son adultos, a la muerte de su padre se ocultan dos días, completamente desnudos, en su choza, sin tomar casi alimento, y éste solamente puede consistir en carne o huevos de perdiz. Después, por la noche, se dirigen a otro indio para que les haga la siguiente operación: coge al paciente un gran pellizco en la carne del brazo y la atraviesa por distintas partes con pedazos de caña de un palmo de largo, de manera que los extremos salen por los dos lados. El primer pedazo se clava en el puño, y los otros, sucesivamente, de pulgada en pulgada, sobre toda la parte exterior del brazo, hasta el hombro y aun sobre él. No se crea que estos pedazos de caña son del grueso de un alfiler, sino que son astillas cortantes de dos a cuatro líneas de ancho y cuyo grueso es igual por todas partes. Con este triste y espantoso aparato sale el salvaje que está de duelo, y se va solo y desnudo a un bosque o a cualquier altura, sin temer al jaguarete ni a los otros animales feroces, porque están persuadidos de que huirán viéndoles ataviados de tal modo. Lleva en la mano un palo armado de una punta de hierro, y se sirve de él para cavar, con ayuda de sus manos, un hoyo donde se mete hasta el pecho y donde pasa la noche en pie. Por la mañana sale para ir a una cabaña, semejante a las ya descritas y que está siempre preparada para los que están de duelo. Allí se quita las cañas, se acuesta para descansar y pasa dos días sin comer ni beber. Por la mañana y los días siguientes los niños de la tribu le llevan agua y algunas perdices, o sus huevos, en muy pequeña cantidad; los dejan a su alcance y se retiran corriendo, sin decir una palabra. Esto dura diez o doce días, al cabo de los cuales el doliente va a buscar a los otros. Nadie está obligado a estas bárbaras ceremonias; pero no obstante, es muy raro que dejen de realizarse, porque el que no se conforma exactamente a ellas es considerado como débil; este concepto es su único castigo; y aun no le daña en la sociedad a que pertenece.
      Los que creen que el hombre no obra nunca sin motivo y que pretenden descubrir la causa de todo podrán ejercer su curiosidad
en buscar el origen de un duelo tan extravagante entre esta nación de indios.

 YAROS._ Estos indios habitaban en tiempos de la conquista la costa oriental del río Uruguay, entre el río Negro y el San Salvador. Del lado del Este tenían por vecinos a los charrúas, y por el Norte, los bohanes y los chanás. Las noticias que he podido recoger respecto a ellos se reducen a que su lengua era muy diferente de todas las otras; el número de sus guerreros no llegaba a ciento y sus armas eran arcos y flechas. Debían de ser valientes, puesto que atacaron y mataron a un número muy considerable de españoles de los que acompañaban al capitán Juan Alvarez, primer navegante del Uruguay. Por último, fueron exterminados por los charrúas.
      BOHANES._Esta nación, en la época de la conquista, habitaba el borde del Uruguay, al norte del río Negro, y lindaba por el Sur con los territorios de los yaros y de los chanás. Todo lo que yo he podido encontrar respecto a ellos en los antiguos manuscritos es que su lengua era diferente de todas las otras, que esta nación era aún menos numerosa que los yaros y que fue exterminada por los charrúas.
      CHANÁS._Cuando los primeros españoles llegaron al país, esta nación vivía en las islas del Uruguay frente al río Negro. De allí
pasaron a la orilla oriental del Uruguay, un poco al sur del río San Salvador, cuando los españoles abandonaron la ciudad de San Salvador; después, acosados por los indios de la vecindad, volvieron a sus islas. Habitaban la que se llama hoy isla de los Vizcaínos cuando, temiendo la vecindad de los charrúas, que habían ya exterminado a los yaros y a los bohanes, buscaron la protección de los
españoles de Buenos Aires, suplicándoles que los defendieran y que les formaran un poblado que estaría bajo su dependencia. El gobernador accedió a su demanda, los sacó de su isla y formó con ellos el pueblo que se llama. hoy Santo Domingo Soriano. Pero como se han mezclado con los españoles, casi todos pasan hoy por tales. Existen, no obstante, algunos aún, entre ellos uno que pasa de cien años, y que dice que su padre y su abuelo vivieron todavía mucho más tiempo. Se ve por las noticias de este viejo, confirmadas por algunos escritos antiguos, que el lenguaje de esta nación era diferente del de las otras; que tenía aproximadamente cien guerreros; que vivía principalmente de la pesca; que usaba canoas y que no cedía a los charrúas por su talla y buenas proporciones. Como los que existen hoy han nacido en el pueblo, ignoran las costumbres de sus antecesores salvajes.
      MINUANES._Es una nacion que al tiempo de la conquista vivía en las llanuras septentrionales del Paraná. No se alejaba más de una treintena de leguas, y se extendía de Este a Oeste, desde la reunión de este río con el Uruguay hasta frente a la ciudad de Santa Fe. El Uruguay la separaba de las naciones de que hemos hablado. Por la parte norte estaba limitada por grandes desiertos, y tenía por vecinas al sur diferentes hordas que vivían en las islas formadas por el Paraná. Los minuanes mataron a Juan de Garay, capitán renombrado entre los conquistadores de América, así como a la numerosa tropa que mandaba. Cuando los charrúas empezaron a. pasar al lado norte se aliaron del modo más estrecho con los minuanes. Durante algún tiempo las dos naciones vivieron juntas y se reunían para atacar a los españoles de Montevideo. Estas naciones pasaban y repasaban el Uruguay, y aunque se separasen frecuentemente, como reinaba entre ellas la mayor armonía, los españoles las confundían y las confunden aún hoy, llamándolas indistintamente charrúas o minuanes. Hoy están reunidas y no se las puede distinguir con relación a su estado actual ni a la manera de hacer la guerra; por tanto, todo lo que he dicho de los charrúas debe entenderse de las dos naciones reunidas. El jesuita Francisco García comenzó a formar un poblado de minuanes llamado Jesús María, cerca del río de Ibicuí; pero la mayor parte de los indios volvió a su antiguo modo de vivir, y sólo quedó un pequeño número, que se reunió al poblado de guaraníes llamado San Borja. Los minuanes son hoy menos numerosos que los charrúas, tienen un lenguaje particular muy diferente, que no guarda relación con el otro, y su talla es semejante a la de los españoles; además, me parece que sus mujeres tienen el seno más grueso. Su cuerpo es menos carnoso, su cara más triste, más sombría y menos espiritual; su carácter, menos activo, menos orgulloso y menos entero; pero se asemejan completamente en el color, las facciones, los ojos, la vista, el oído, los dientes, los cabellos, el pelo, la falta de barba, la mano, el pie, la seriedad, la taciturnidad, el tono de la voz, la costumbre de no reír nunca, la suciedad y el barbote. Como ellos, no gritan ni se quejan nunca, y se les asemejan además. por la igualdad, que no admite ni clases ni jerarquías; por los vestidos, los muebles, la falta de adornos, la poca menstruación; por los caballos, las armas, la manera de hacer la guerra, los casamientos, la falta de agricultura, y por la manera de alimentarse y de emborracharse, Así como los charrúas, no sirven a nadie, no se prestan nada unos a otros, no reparten el botín y tienen, igualmente, un cementerio común.

      Otro. tanto digo de su falta de religión, de educación, de leyes, de recompensas, de castigos, de danzas, de instrumentos de música, de juegos, de sociedades y de conversaciones ociosas; de la costumbre que tienen de reunirse a la puesta de Sol, y de terminar a puñetazos sus diferencias particulares. Pero difieren en otros aspectos de la vida, porque rara vez hacen uso del divorcio y de la poligamia. Los padres y las madres no se ocupan de sus hijos más que mientras están mamando; luego los entregan a cualquier pariente casado, sea tío, primo o hermano, y no vuelven a vivir con ellos ni a tratarlos como a hijos; tampoco ellos los consideran como padres y no hacen dudo por su muerte, sino por la del pariente que los ha criado.
      Sus mujeres, en la época de su primera menstruación, se aplican las mismas pinturas que las de los charrúas, de los que han tomado esta costumbre después de su reunión; pero hay aún muchas que, según su antigua práctica, suprimen las rayas de las mejillas. Muchos hombres imitan hoy a los charrúas y no se pintan; pero otros conservan su antigua costumbre de trazarse tres rayas azules indelebles, que pasan de una mejilla a otra" atravesando la nariz a la mitad de su longitud, y otros se embadurnan sólo de blanco las mandíbulas. Curan a sus enfermos chupándoles el estómago, como los charrúas, pero no son sólo los hombres los que ejercen la medicina, habiendo también algunas mujeres de edad que se dedican a esta profesión. Consiguen a veces persuadir a hombres que carecen de mujer de que ellas tienen en sus manos la vida y la muerte; inspirándoles así miedo consiguen casarse con alguno.
      A la muerte del marido la mujer se corta una falange de un dedo; también se cortan el extremo de su cabellera y el resto sirve para cubrirse la cara. Se tapan el seno con cualquier trozo de tela o de piel, o aun con sus vestidos ordinarios, y permanecen durante varios días ocultas en su choza. Las doncellas adultas hacen otro tanto, no a la muerte de su padre natural, sino del que las ha criado. El duelo de los hombres adultos es tal como el que hemos descrito de los charrúas, pero dura la mitad del tiempo, y en vez de clavarse pedazos de caña en los brazos se perforan con una espina gruesa de pescado las piernas y los muslos por delante y por detrás, así como los brazos, hasta el codo, pero no el hombro. Clavan la espina por un lado y la sacan por el otro, como una aguja de coser, y esto, al menos, de pulgada en pulgada.

 

          PAMPAS._Así es como llaman los españoles a una nación de indios, porque vive errante, entre los 36 y 39° de latitud, en las llanuras inmensas a que llaman pampas. Los primeros conquistadores los conocieron bajo el nombre de querandíes, y parece que se dan hoy a sí mismos el nombre de puelches, y aun otros, porque cada división de la nación tiene el suyo. A la primera llegada de los españoles erraban estos indios por la orilla meridional del Río de la Plata, frente a los charrúas, sin comunicar los unos con los otros, porque no tenían ni barcos ni canoas. Por el lado oeste lindaban con los guaraníes de Montegrande y del valle de Santiago, llamados hoy San Isidro y las Conchas, y por los otros lados no tenían ningún vecino próximo.
      Esta nación disputó el terreno a los fundadores de Buenos Aires con un vigor, una constancia y un valor admirables. Los españoles, después de pérdidas considerables, abandonaron la plaza; pero volvieron por segunda vez para repetir' la fundación de la ciudad; y como entonces estaban los españoles fuertes en caballería, los pampas no pudieron resistirlos y se retiraron al lugar que hoy ocupan. Vivían, como antes, de la caza del tatuejo, de la liebre, del ciervo y de los avestruces, que se ,encontraban en grande abundancia; pero habíénose multiplicado mucho los caballos cimarrones o salvajes, empezaron a cogerlos para comerlos, cosa que hacen todavía hoy, pues se alimentan de la carne de estos animales y de los otros de que hemos hablado. Las vacas salvajes se multiplicaron en el país después de los caballos, y como los pampas no tenían necesidad de ellas para vivir, nunca han pensado en comerlas, y no las comen aun hoy. Así, este ganado no encontró obstáculo alguno para su multiplicación, y se extendió hasta el río Negro hacia los 41° de latitud, y a proporción, hacia el Oeste, hasta los límites de Mendoza y hasta las cimas de la cordillera de Chile. Los indios salvajes de estos cantones, viendo llegar vacas a su país, empezaron a comerlas, y como las había en abundancia, vendían las que les sobraban a los araucanos y otros indios, y aun a los presidentes de aquella Audiencia que hacían esta especie de comercio.
      Así es como el número de estos animales disminuyó en las regiones occidentales, y lo que quedaba se corrió hacia el Este, concentrándose en el país de las pampas. De esto vino el que varias naciones de indios de la vertiente oriental de la cordillera, y otros del lado de Patagonia, vinieran a establecerse en los cantones en que había ganado y se unieran en amistad con los pampas. Éstos tenían ya una gran cantidad de caballos de silla, de que los recién venidos se apoderaron en gran número, así como de vacas, que iban a vender a otras naciones de la cordillera y a los españoles de Chile. Así acabaron de destruir el resto de las vacas salvaje. A la verdad, en esto les ayudaron los habitantes de Mendoza y de Buenos Aires, que por su parte hicieron un gran estrago para alimentarse y para procurarse cueros y sebo.
      Los pampas y las otras naciones coligadas, al faltarles el ganado, que era una parte de su alimento y único artículo de comercio, comenzaron, a la mitad del siglo anterior, o un poco antes, a robar el ganado domesticado que los habitantes de Buenos Aires poseían en sus pastos o parques. Tal fue el origen de una guerra sangrienta, porque los indios no se limitaban a robar los ganados, sino que mataban a todos los hombres adultos, no conservando más que las mujeres y los adolescentes, que se llevaban consigo y que trataban como he dicho que lo hacían los charrúas; es verdad que les exigían algunos servicios y los tenían como esclavos o criados hasta que se casaban, pero entonces eran tan libres como los demás.
      En el curso de esta guerra quemaron muchas casas de campo y mataron millares de españoles. Con frecuencia han saqueado el país e interrumpido durante mucho tiempo las comunicaciones de Buenos Aires con Chile y el Perú, y forzado a los españoles a cubrir la frontera de Buenos Aires por once fuertes, guardados por setecientos veteranos de caballería, sin contar las milicias. Lo mismo ha sucedido, proporcionalmente, en los distritos de Córdoba y Mendoza. Es seguro que en esa guerra había varias naciones indias coligadas; pero los pampas han constituido siempre la parte principal, y es indudable que son muy valientes. El siguiente hecho puede dar una idea. En una batalla se habían hecho prisioneros cinco pampas; se los llevó a un buque de guerra de setenta y cuatro cañones y seiscientos cincuenta hombres de equipaje, para conducirlos a España. A los cinco días de navegación el capitán les permitió pasearse. por el buque, y desde el mismo instante resolvieron apoderarse de él, matando a toda la tripulación. Para este efecto uno de ellos se aproximó a un cabo de mar, y aprovechando que estaba descuidado, le quitó el sable y en un instante mató a dos pilotos y catorce marineros o soldados. Los otros cuatro indios se lanzaron a apoderarse de las armas; pero como la guardia las defendió bien se arrojaron al mar y se ahogaron, así como el primero, que los imitó. Los jesuitas comenzaron a formar con estos indios dos poblados: uno cerca del río Salé y el otro más al Sur, cerca de una montaña que se llama ímpropiamente Volcán; pero ni uno ni otro subsistieron.
      Hace unos trece años que los pampas concertaron la paz con los españoles. No obstante, son tan desconfiados, que cuando recorrí su territorio observaron escrupulosamente todas mis marchas, sin presentárseme nunca delante ni dejarse ver, porque yo llevaba una buena escolta. Así es que lo que he dicho procede de informes que he tomado y observaciones que he podido hacer sobre los que he visto en Buenos Aires. Tienen una gran cantidad de excelentes caballos y los montan como los charrúas, Compran sus trajes de pieles y las plumas de avestruz a otros indios que viven al sur del país, por el lado de los patagones; y en cuanto a sus mantas y sus ponchos los adquieren de los indios de la cordillera y de Chile. Agregan a todas estas mercancías otros pequeños objetos que son de su uso, como hebillas, lazos, riendas de caballo, sal, etc., y vienen a venderlos a Buenos Aires, de donde llevan en cambio aguardiente, hierba del Paraguay, azúcar, dulces, higos y uvas pasas, espuelas, bocados, cuchillos, etc. Con frecuencia van acompañados por indios de Patagonia y de la cordillera de Chile, y de tiempo en tiempo los caciques hacen una visita al virrey para obtener algún presente.
      Yo creo que esta nación puede tener a lo sumo cuatrocientos guerreros. Su lenguaje es diferente de todos los otros, pero no tiene
ningún sonido nasal ni gutural; así es que podría escribirse con letras de nuestro alfabeto. Me parece que son menos silenciosos que las otras naciones y que su voz es más sonora y más llena. En efecto, aunque algunos hablan muy bajo en una conversación ordinaria, cuando pronuncian una arenga ante el virrey el orador refuerza su voz, y después de haber dicho tres o cuatro palabras hace una pequeña pausa, apoyando con fuerza sobre la última sílaba, como un ayudante que manda el ejercicio. Su talla no me parece inferior a la de los españoles, pero en general tienen los miembros más fuertes, la cabeza más redonda y más gruesa, los brazos más cortos, la cara más ancha y más severa que nosotros y que los otros indios y el color menos oscuro. Nadie entre ellos se pinta ni se corta los cabellos. Los hombres levantan todas las puntas de éstos hacia arriba y los amarran con una correa o cuerda, con la que se ciñen la cabeza, sobre la frente. Las mujeres dividen sus cabellos en dos mitades iguales, de cada una de las cuales hacen una coleta, gruesa, larga y apretada, como la de los soldados. Esta doble coleta no les cae por detrás, sino sobre las orejas, y parecen dos largos cuernos colgando sobre las mismas y a lo largo de los brazos. De todas las mujeres indias, éstas son las más limpias y las que se lavan con más frecuencia; pero· las creo también. las más vanas, más orgullosas y menos complacientes.
     Los hombres no tienen el barbote, y no usan traje alguno cuando van a la guerra o a la caza ni cuando están en su casa, a no ser que haga mucho frío; pero para entrar en Buenos Aires se ponen un poncho. Ya he dicho lo que es esta prenda. Los más ricos llevan
un sombrero, una chaqueta y alguna cubierta amarrada a los riñones. Los capitanes o caciques tienen un vestido, que les regala el virrey, y un cinturón de bayeta. Ninguno posee camisas ni calzones, y advierten que no se los den porque les molestan mucho. Las mujeres no se pintan la cara, y usan zarcillos, collares y alhajas de poco valor. Se envuelven el cuerpo en un poncho, que les cubre completamente el seno y no deja ver más que la cara y las manos. Quizá entre sí estén menos cubiertas. Las casadas con indios acomodados, y sus hijas, se adornan mucho más. Se cosen al poncho una docena de placas de cobre, delgadas y redondas, de tres a seis pulgadas de diámetro, poniéndolas a igual distancia unas de otras. Además llevan botas de piel o de cuero delgado, muy guarnecidas de clavos de cobre, de cabeza cónica y seis líneas de ancho en la base. Sus bridas, como las de sus maridos, están también cargadas de placas de plata, y lo mismo sus espuelas.
      Yo no he observado entre otras naciones indias esta desigualdad de riquezas en los vestidos y adornos. Hay también jefes o caciques que, sin tener el derecho de mandar, de castigar ni de exigir nada, son muy considerados de los otros, que adoptan generalmente todo lo que proponen, porque creen que tienen más talento, perspicacia y valor. Cada jefe habita un distrito separado, con los de su horda; pero se reúnen cuando se trata de hacer la guerra o cuando lo exige algún asunto de interés común. Por lo demás, no trabajan ni cultivan la tierra; ignoran el arte de coser y de hacer telas; no conocen ni religión, ni culto, ni sumisión, ni leyes, ni recompensas, ni castigos, ni instrumentos de música, ni bailes; pero se emborrachan con frecuencia. Hay entre ellos algunos que tienen un poco de barba porque proceden de la mezcla de su raza con las de las mujeres y muchachos que nos robaban en la guerra. Me parece que el amor conyugal es más fuerte entre ellos que entre todos los otros indios; que la poligamia y el divorcio son muy raros y que muestran mucha ternura por sus hijos, aunque no les enseñan nada. Sus tiendas o habitaciones portátiles se levantan con gran rapidez. Clavan en tierra tres palos del grueso del puño, a cuatro pies de distancia próximamente uno de otro: el de en medio, de una vara de largo; los otros, menos, y todos terminados en su extremo por una pequeña horquilla. A dos varas próximamente de estos palos clavan otros tres, en todo semejantes, y colocan horizontalmente sobre las horquillas en que todos terminan otros tres palos o cañas, sobre los que extienden pieles de caballo, y he aquí una tienda levantada para una familia. Ésta se acuesta sobre pieles y siempre sobre la espalda. Si sienten frío cubren verticalmente con otras pieles los costados de la tienda. Se casan del mismo modo que los charrúas, y hasta la época del casamiento los hijos viven a costa de los padres.
      No conocen ni arcos ni flechas, y creo que no los han usado nunca. En efecto, aunque las antiguas relaciones hablan de ellos, yo
creo que los autores se han equivocado atribuyendo a los pampas las flechas de sus aliados los guaraníes, que hacían entonces la guerra a los españoles. Ninguna nación salvaje ha abandonado sus antiguos usos, y en esto se asemejan a los cuadrúpedos salvajes. Sobre todo, ninguna ha renunciado a sus flechas, aunque algunas, después de la llegada de los españoles, les hayan agregado el uso de otras armas. Se servían antiguamente de un dardo o bastón puntiagudo, con el que combatían de cerca, y también de lejos, lanzándolo; pero lo han alargado y convertido en una lanza larga, que les es más útil a caballo, y conservan sus antiguas bolas. Las hay de dos clases: la primera, compuesta de tres piedras redondas, gruesas como el puño, recubiertas de piel de vaca o de caballo y amarradas a un centro común con cuerdas de cuero del grueso del dedo y tres pies de largo. Cogen con la mano la más pequeña de las tres, y después de haber hecho dar vueltas con violencia a las otras por encima de la cabeza, la lanzan hasta la distancia de cien pasos, y se enredan de tal modo alrededor de las piernas, el cuello o el cuerpo dé un animal o de un hombre .que le es imposible escaparse.
      La otra clase de bola se reduce a una sola piedra, y la llaman bola perdida. Es del mismo grueso que las otras, pero cuando la hacen de cobre o de plomo, como a veces sucede, es mucho más chica. Está recubierta de cuero y unida a una correa o cordón que cogen por el extremo para hacer dar vueltas a la bola como una honda, y cuando la sueltan da un golpe terrible a ciento cincuenta pasos o más lejos, porque la lanzan cuando su caballo corre a rienda suelta~Si el objeto está cerca, dan el golpe sin soltar la bola. Los pampas manejan admirablemente estas dos clases de bolas para coger caballos salvajes y otros animales, y llevan gran número de ellas cuando van a la guerra. Con esta arma fue con la que en el tiempo de la conquista enlazaron y mataron, en una batalla, a don Diego de Mendoza, hermano del fundador de Buenos Aires, otros nueve de los principales capitanes que estaban a caballo .y gran número de españoles. Amarrando manojos de paja inflarnada a la correa de las bolas perdidas llegaron a incendiar varias casas de Buenos Aires y algunos buques. Su manera de hacer la guerra es exactamente la misma que la de los charrúas, que he descrito; pero como su país es más llano y no hay ni ríos ni bosques, no pueden tender tantas emboscadas, y las suplen con la sagacidad y el valor llevados al último extremo, con la superioridad de sus caballos y con su destreza en el manejo de éstos.

      AUCAS Y OTROS._Al oeste de las pampas están los aucás (que parecen formar parte de los famosos araucanos de Chile) y otras muchas naciones indias, a que se dan diferentes nombres, en las fronteras de la ciudad de Mendoza.
      Yo creo que todas estas naciones habitaban antiguamente la cordillera misma de Chile, y que descendieron para habitar el país donde se hallan hoy cuando los rebaños salvajes se extendieron hasta allí, como hemos visto antes. Me fundo en el hecho siguiente: Estos indios no se encontraban en la ruta de los españoles que iban en otro tiempo de Buenos Aires a Chile, pasando al lado del volcán de Villarrica, donde la cordillera está abierta y presenta un pasó plano y unido de cerca de una milla de ancho. Hoy se ha olvidado este camino y se va a Chile por Mendoza, atravesando la cordillera con grandes dificultades, pues las .níeves cierran los pasos la mayor parte del año. Sea lo que sea, yo no he visto estas naciones, y todo lo que puedo decir con probabilidad de acierto es que ignoran o conocen poco la agricultura; que son más o menos débiles y errantes; que van a veces a las pampas, y que, reunidas en conjunto, han destruido los ganados y hecho la guerra en Buenos Aires; que en el tiempo oportuno van a hacer la recolección de manzanas silvestres en los alrededores del río Negro, a unas treinta o cuarenta leguas al oeste de su reunión con el río Diamante; que sus lenguajes son por completo diferentes de los otros; que tienen caballos y carneros, con cuya lana fabrican cobertores y ponchos, que venden a los pampas a cambio de aguardiente, hierba del Paraguay, de quírícalla y de otros objetos que llevan de Buenos Aires, adonde van algunas veces ellos mismos, confundidos con los pampas y haciéndose pasar por tales. También que en estatura son iguales a los pampas, pero otras naciones les son superiores en talla y valor; que sus armas y habitaciones son las mismas, y que se asemejan en lo que se refiere a los jefes, la falta de religión, de ley y de costumbre obligatoria, y, en fin, que andan vestidos como los pampas, o acaso mejor, sobre todo los capitanes y los particulares acomodados.
      No he visto tampoco otras muchas naciones errantes de salvajes que habitan entre la costa de Patagonia y la cordillera de Chile, desde los 41º de latitud al estrecho de Magallanes; sé, no obstante, que algunas de ellas, entre las que los españoles cuentan a los balchitá, los uhiliches y los tehuelchus, se han reunido con frecuencia con los pampas para hacer la guerra y robar los ganados de Buenos Aires. Hoy mismo, que estamos en paz con los pampas, ocurre con mucha frecuencia que estas naciones pasan al norte del río Negro, y aun del río Colorado, y que se establecen durante algún tiempo al sur de las pampas. Nunca he sabido que se hagan la guerra entre sí, como las naciones que están al norte del Río de la Plata. No obstante, usan las mismas armas que los pampas y no les ceden en fuerza ni en valor; algunos, por el contrario, parecen sobrepujados, especialmente los patagones, que yo creo que son los tehuelchus. Dos de estos últimos fueron a Buenos Aires mezclados con los pampas, y alguno que los vio los midió y dice que uno tenía seis pies y siete pulgadas y el otro dos pulgadas menos. Puede ser que hubiera con ellos otros de la misma nación y que no llamaran la atención por su estatura, porque yo no dudo de que la talla media no sea inferior a la que acabo de señalar, y que ella no pase aún de seis pies y tres pulgadas, según puedo juzgar por comparaciones que me han hecho personas que los habían visto. Como quiera que esto sea, no se debe, a mi modo de ver, hacer ningún caso de la idea de quienes los presentan como gigantes, ni tampoco de los que les suponen una talla media un poco superior a la nuestra. Los que han viajado por mar deben saber que en estos parajes hay muchas naciones indias, de las que, los más pequeños, son de nuestra talla, y de las otras, mucho mayores. Por consecuencia, no debemos admiramos de la diferencia de sus relaciones, sino sólo de sus exageraciones.
      Todas las naciones que habitan estos parajes tienen idiomas diferentes, y no conocen ni religión, ni leyes, ni juegos, ni danzas; son hoy poco numerosas y gobernadas por asambleas, en las que los caciques gozan la mayor influencia. Tienen casi todas caballos, que les sirven de montura y de alimento, y ninguna cultiva la tierra. Viven de la caza que les producen tatuejos, liebres, ciervos, guanacos, hurones, jaguares, jaguaretes, guazuaras, aguarachais, avestruces y perdices.Sus tiendas o habitaciones portátiles están hechas como las de los pampas, y su vestido es el mismo cuando hace frío. Sólo que en vez de poncho usan mantas casi cuadradas y que pueden tener cuatro pies. El centro es ordinariamente de piel de aguarachay, de guanaco o de liebre, y los bordes, de piel de jaguarete. Las cubren de pinturas por el lado opuesto al pelo y se envuelven en ellas enteramente. Venden muchas a los pampas; así como plumas de avestruz, y obtienen en cambio aguardiente, hierba del Paraguay, cuchillos y otros objetos procedentes de Buenos Aires.
      GUARANÍES._Estanación sola era la más numerosa y más extendida de todas las que he descrito y describiré, pues en la época del descubrimiento de América ocupaba todo lo que los portugueses poseen en el Brasil y la Guyana misma, según creo. Pero (para reducirme a los límites de mi descripción) diré que se extendía al norte de los charrúas, de los bohanes y minuanes, hasta el paralelo 16, sin pasar la parte occidental del río Paraguay y luego del Paraná, a excepción de los dos extremos; es decir, que ocupaba también el territorio de San Isidro y de las Conchas, cerca de Buenos Aires, y la parte meridional, hasta los 30º, y todas las islas de dicho río, sin pasar a la orilla opuesta; y hacia el otro extremo, pasaba al oeste del río Paraguay y penetraba en la provincia de Chiquitos hasta las cimas de la gran cordillera de los Andes,donde había gran número de ellos con el nombre de chiriguanas.
     Pero se debe observar que entre los chiriguanas y los guaraníes de la misma nación, que he dicho se encuentran en la provincia de Chiquitos, había un gran espacio de terreno intermedio ocupado por muchas naciones muy diferentes. Se debe observar igualmente que en el espacio que he asignado a la nación guaraní había otras naciones enclavadas en medio de ella, y que ésta rodeaba por todas partes, tales como los tupy, los guayaná, los ñuará, los nalicuega y los guasarapo, y esto solamente en el país que describo. Todas diferían mucho unas de otras, así como de los guaraníes, como veremos.
      La nación guaraní ocupaba la enorme extensión de país de que he hablado, sin formar cuerpo político y sin reconocer la autoridad de ningún jefe común. Se encontraba precisamente en el mismo caso que la del Perú cuando el primer inca la sometió tan fácilmente a su imperio. La nación guaraní estaba en todas partes agrupada en muy pequeñas divisiones u hordas, independientes unas de otras, y cada una llevaba nombre diferente, tomando el de su capitán o cacique o del paraje que habitaba. A veces se comprendían bajo un mismo nombre diferentes hordas, que vivían a lo largo de un río o en algún otro paraje o distrito. He aquí el origen de la multitud de los diferentes nombres que los conquistadores dieron a la sola nación guaraní. Por ejemplo, y sin separarnos del país que describo, dieron a los guaraníes los nombres de mbguas, caracaras, timbus, tucagues, calchaguis, quiloazas, carios, mangolas, itatines, tarcis, bombois, curupaitis, curumais, caaiguas, guaraníes, tapes, chiriguanas, y aun otros.
      La suerte o el destino de la nación guaraní no ha sido la misma en todas partes. Todas las, hordas que habitaban en el inmenso país poseído por los portugueses fueron cogidas y vendidas como esclavos, y como se mezclaron con los negros importados de Africa, resulta que la raza guaraní casi se ha extinguido. Además, los portugueses de Sao-Paulo, llamados comúnmente mamelucos, no se detuvieron en lo que acabamos de decir, sino que hicieron largas incursiones en nuestro territorio, y se llevaron no sólo los guaraníes que encontraron en estado de libertad, sino también más de dieciocho pueblos que los españoles habían ya reducido e instruido en el Paraguay. La conducta de los españoles ha sido bien diferente: no han vendido un solo guaraní y conservan aún millares, no sólo en los poblados, jesuíticos y no jesuíticos, sino en el estado de completa libertad, porque existen aún en el país que describo una multitud de hordas de guaraníes tan libres como antes de la llegada de los europeos.
      Hablaré a su debido tiempo de los guaraníes sometidos a los españoles y que forman aldeas cristianas; ahora sólo hablo de la nación en estado de libertad. Pero como los que existen en este estado habitan en los bosques más grandes, donde yo no he tenido ocasión de entrar, tomaré mi descripción de los datos y noticias proporcionados por antiguos manuscritos o por personas que han visto a algunos de estos indios, y de lo que yo he podido observar a veces por mí mismo, o también, en fin, de las observaciones que he hecho sobre los convertidos al cristianismo.
      En general, todos los guaraníes libres vivían en los alrededores o en la linde de los bosques, o bien en los pequeños claros libres que a veces se encuentran en el interior de dichos bosques. Si en algunos parajes se han fijado en campos desnudos y de una gran extensión, ha sido cuando no había próxima ninguna otra nación. Se alimentaban de miel y de frutos silvestres; comían también monos, chibiguazús, mborebis y capibaras, cuando podían matar alguno. Pero su principal recurso estaba en el cultivo del maíz, de las judías, de las calabazas, de los maní o mandubi (cacahuete), de las patatas, de las mandiocas (manioc y camanioc). Si tenían un río a su alcance pescaban a flechazos o con anzuelos de madera, y algunos de ellos tenían pequeñas canoas. Cuando terminaban su recolección establecían almacenes para el resto del año, porque en los bosques no encontraban tantas aves ni cuadrúpedos para su susbsistencia como en las llanuras. Tampoco iban de caza ni en busca de frutos más que cuando no estaban ocupados en los trabajos agrícolas, y no se alejaban nunca mucho, para estar a mano cuando la recolección; por esta razón eran estables y no errantes, como las otras naciones de que he hablado.
     Su lenguaje es muy diferente de todos los otros, pero el mismo para todas las ramas de esta nación; de manera que hablándolo se
podía entonces viajar por todo el Brasil, entrar en el Paraguay, descender hasta Buenos Aires y subir al Perú hasta el cantón de los
chiriguanes. Este lenguaje pasa por ser el idioma más abundante de los salvajes de América. Carece, sin embargo, de un gran número de términos; en cuanto a los numerales, no pasa de cuatro, sin poder expresar los números cinco y seis, y la pronunciación es nasal y gutural. El padre Luis Bolaños, franciscano, tradujo a esta lengua nuestro catecismo; los jesuitas inventaron signos para recoger y expresar su pronunciación nasal y gutural; han llegado a hacer e imprimir un diccionario y una gramática de esta lengua. A pesar de todo esto, es muy difícil de aprender y hace falta más de un año para conseguido.
      Su talla media me parece ser dos pulgadas menos que la española; es, por tanto, bastante inferior a la de los pueblos que hemos descrito precedentemente. Tienen también el aire de ser, a proporción, más cuadrados, más carnosos y más feos; su color es menos oscuro y tira un poco a rojo. Las mujeres tienen mucho cuello, manos y senos pequeños y poca menstruación. Los hombres tienen a veces un poco de barba y aun de pelo sobre el cuerpo, lo que los distingue de todos los otros indios, pero no los aproxima a los europeos con esto. Un hombre que vivió largo tiempo entre los guaraníes cristianos me aseguró que había observado en los cementerios que los huesos de estos indios se convertían en tierra mucho antes que los de los españoles. Se parecen a los otros indios por los ojos, por la vista, por el oído, por los dientes y por el cabello. Tienen además una particularidad que les es común con todas las otras naciones, y es que las partes sexuales de los hombres no son nunca más que de un tamaño mediocre, y las de las mujeres son, por el contrario, muy anchas y sus grandes labios excesivamente inflamados; sus nalgas son igualmente muy gruesas. Su fecundidad es inferior a la nuestra; porque habiendo examinado una gran cantidad de listas o catastros de poblados antiguos y modernos no he encontrado más que un solo indio padre de diez hijos, no dando el término medio más que cuatro índividuos por familia, una con otra. El número de las mujeres es siempre mayor que el de los hombres, en relación de 14 a 13.
      Su cara es sombría, triste y abatida; hablan poco y siempre bajo, sin gritar ni quejarse; su voz no es nunca ni gruesa ni sonora; jamás ríen a carcajadas, ni se ve nunca en su cara la expresión de una pasión. Son muy sucios; no reconocen ni divinidad, ni recompensas, ni leyes, ni castigos, ni obligaciones, y nunca miran a la cara de la persona con quien hablan. En sus amores y en sus casamientos hay aún más frialdad que en los que he descrito anteriormente. La unión de los sexos no es ni precedida ni seguida de ningún preparativo. Ignoran los celos; nada lo prueba mejor que la franqueza y el placer con que entregaron sus hijas y sus mujeres a los conquistadores, y aun hoy, aunque convertidos al cristianismo, hacen lo mismo. Las mujeres se casan muy jóvenes, ordinariamente a los diez o doce años; los hombres, un poco más tarde, y desde luego forman familia aparte.
      Aunque yo no haya encontrado en los antiguos manuscritos ningún indicio de música ni de danza en los guaraníes, no obstante he observado lo contrario en uno de estos indios que formaba parte de los que son libres aún hoy. En efecto, le vi echar granos de maíz en un porongo o calabaza vacía; los movía para hacerla sonar, y danzaba de una manera muy desgarbada, como no podía menos de resultar en un hombre que no hacía sino golpear el suelo con el pie, sin levantar éste más que a dos dedos de altura, y se acompañaba cantando en voz baja y sin pronunciar distintamente una sola palabra.
      Cada división o cada horda tenía, como tiene aún hoy, su capitán o cacique, cuya dignidad es por lo común hereditaria, por la cual tienen generalmente cierta consideración, sin que puedan dar la razón de ella, Pero ni en la habitación, ni en el traje, ni por decorados o distintivos tienen estos caciques diferencia de los restantes indios, y están obligados a trabajar como los demás, sin recibir de ellos ni tributos, ni servicios, ni obediencia.
      En algunas tribus, que son hoy salvajes, y que llaman generalmente caayguás, los hombres llevan un barbote tal como yo lo he descrito antes. Pero es de goma transparente, de cinco pulgadas de largo y cuatro líneas de grueso, y para evitar que se caiga le ajustan por el interior de la boca una pieza que lo atraviesa y que es de la forma del puño de una muleta. En la cabeza llevan una gran tonsura semejante a la de los frailes, pero no se pintan el cuerpo ni tienen otro traje que una pequeña bolsa para esconder sus partes. Las mujeres hacen otro tanto con un pequeño trozo de tela o con una piel; no se cortan los cabellos ni hacen uso de ningún adorno, pero en la época de su primera menstruación se trazan en la piel varias líneas azules indelebles que parten del nacimiento de los cabellos hasta una línea horizontal en que se termina la parte inferior de la nariz. Como sus habitaciones están alejadas unas de otras, y lo estaban más aún antes de la llegada de los europeos, y no tenían relación de comercio unos con otros, ha resultado, naturalmente, alguna diferencia en sus costumbres. En efecto, he sabido que varias de estas tribus no sabían el arte de hilar ni el de hacer telas; que los conocimientos de otras se limitan a fabricar mantas de algodón, en que se envuelven, como diré de los payaguas y mbayas; que algunas no tenían cementerios determinados y enterraban sus muertos en vasos de tierra cocida, lo que puede ser acaso uso general de esta nación; que ciertas hordas no hacían uso del barbote, porque las relaciones antiguas no hablan de él; que la tribu llamada timbu se incrustaba a los lados de la nariz pequeñas estrellas de piedras blancas y azules; y que aquellas que se llamaban coronda y culchaqui llevaban estas incrustaciones de piedras no en la nariz misma, sino junto a ella.
      Todas las otras naciones les inspiraban un terror pánico; nunca les hacían la guerra, ni trataban con ellas, ni aun para pedir, la paz. Evitan siempre su presencia, y dudo de que diez o doce guaraníes reunidos osasen hacer frente a un solo indio de las otras naciones que he descrito o de aquellas que me falta describir. Cualquier elogio que los jesuitas hayan hecho de sus cualidades guerreras no tiene a su favor más pruebas que dos o tres combates, poco vivos, con los españoles, y nosotros hemos visto a éstos sojuzgarlos y someterlos en todas partes con la mayor facilidad, lo que no han podido al presente conseguir de ninguna otra nación. En efecto, todas nuestras aldeas indias por esta parte están formadas de guaranies, con exclusión de cualquiera otra nación. Aquellas hordas que existen aún en estado salvaje, a excepción de la que se encuentra al norte de la aldea de El Corpus, no quieren tener ni comunicación ni paz con los españoles. Si entramos en el interior de su país, procuran matar a alguno a fíechazos, y para disparar se ocultan detrás de los árboles, sin mostrar el cuerpo y sin esperar a pie firme que se los ataque. Sus armas son un arco de seis pies, flechas de cuatro y medio, con punta de madera. dura, y una macana o bastón de tres pies de largo y más grueso en un extremo que en otro. Van siempre a pie, porque no tienen caballos ni ningún otro animal doméstico. Las antiguas relaciones dicen que los tenían y que criaban pollos y patos; pero no lo creo, porque ni los guaraníes salvajes ni ninguna otra nación los tienen hoy, y los que poseen algunos animales domésticos no tienen sino perros y caballos, y alguna vez, muy rara, ovejas.
      Las pinturas y las estatuas dan una idea bastante exacta de las flechas de estas naciones y de la manera de tirarlas, pero no de sus arcos. Se reducen a un palo muy duro, poco flexible, liso y del grueso del puño en el medio, que va luego disminuyendo hasta los dos extremos, que son muy agudos, de manera que pueden servir de lanza. La curvatura de este palo es tan poco sensible que una regla aplicada a los dos extremos deja a lo más dos dedos de intervalo entre ella y el medio arco. Este arco está reforzado en toda su longitud por bandas de corteza de guembe (véase el cap. V) arrolladas como la cinta de la coleta de un soldado. Nunca se arma el arco más que en el momento de usarlo, porque se limitan a amarrar sólidamente la cuerda a uno de sus extremos y arrollarla allí. Para tirar se amarra esta cuerda al otro extremo, medianamente tensa, se clava ligeramente en tierra la punta del arco, con ayuda del pie, y entonces se tiende cuanto es posible, y sabido es cómo estos salvajes apuntan y tiran. Como las flechas son muy largas, ninguna nación hace uso de carcaj, excepto los charrúas y los minuanes, cuyas flechas son cortas, así como sus arcos, para poder servirse de ellas a caballo.
      Los niños que se divierten en la caza de aves y animales pequeños emplean otro arco, de forma bien diferente, más débil, de una
madera más flexible y más elástica, más encorvado y de tres pies aproximadamente de longitud. Le ponen dos cuerdas, que sostienen separadas paralelamente, al menos a una pulgada de distancia, por medio de dos palitos terminados en horquilla, por los cuales hacen pasar los extremos de cada cuerda. Hacia el medio de las dos cuerdas hay una pequeña red de guita o bramante que está amarrada a ellas, y que les sirve para colocar el bodoque, que es una bola de arcilla cocida al fuego y del grueso de una nuez. Llevan consigo una bolsa llena de bodoques; cogen cuatro o cinco con la mano izquierda mientras tienen el arco en la derecha, los colocan uno tras otro en la red y en seguida tienden el arco y lanzan todas esas bolas de una vez contra los pájaros que vuelan, hasta a la distancia de cuarenta pasos, y matan muchos; pero no hacen uso de este arco para tirar flechas ni para combatir, aunque una de estas balas pueda partir una pierna a treinta pasos. Es necesario práctica para inclinar un poco el arco, a fin de que el bodoque no coja a la mano derecha; por esto se coloca la red más allá del medio de las cuerdas. Si los niños de Europa aprendieran este ejercicio no habría tantos gorriones.
      No debo omitir lo que me dijo un cura con quien viajaba: «He cogido este muchacho guaraní cuando sólo tenía cuatro años. y lo
he criado en mi casa hasta hoy, que tiene catorce. Nunca ha visto río ni masa de agua suficiente para nadar, porque en mi parroquía
no la hay, de donde nunca ha salido, ni yo lo he perdido de vista un solo día. No obstante, le mandaré nadar y veréis cómo atraviesa
este río (era más profundo que el Sena); porque he observado que los guaraníes saben nadar naturalmente, como los cuadrúpedos.» Al instante vi la prueba, y pensé que los guaraníes, y acaso todos los otros indios, tengan el cuerpo específicamente menos pesado que nosotros.
      No he visto más que dos indios de la raza de los que vivían bajo el imperio del inca del Perú; pero si tuviera que compararlos con
los guaraníes diría que éstos me parecen ser de una talla igual o aun superior, que su color es más fuerte y más moreno que el de los
peruanos, cuya cara encuentro menos cuadrada, menos carnosa, más estrecha en su parte inferior y más espiritual. Comparar los peruanos con las naciones salvajes del Paraguay y del Río de la Plata sería establecer un paralelo entre el abatimiento del cuerpo y del espíritu con la elegancia, la grandeza, la fuerza, la bravura, la arrogancia y el orgullo.
      TUPYS._Esta nación de indios salvajes estaba y está aún rodeada por todas partes por los indios guaranies, y no puedo concebir cómo ha podido quedar así enclavada. Vive en los bosques, entre los poblados jesuitas de San Javier y Santo Ángel. Aunque ignoro hasta dónde se extiende del lado del este y del norte, yo sé que habita la orilla oriental del Uruguay desde San Javier hasta los 27° 23' de latitud y que no se extiende al poniente de este río.
      Se han mostrado con frecuencia estos indios dando grandes gritos, desde la orilla que está frente a San Javier; y en otras ocasiones han atacado las habitaciones de los guaraníes de estos dos poblados y sus pastos, así como también a los comisionados para la demarcación de límites, matando algunos de dichos comisionados. Estos ataques han inspirado a los guaraníes un terror pánico, y cuando yo estuve en aquel país las noticias que me dieron estaban dictadas por el miedo. Me dijeron que llevaban una vida errante y que no dormían dos días seguidos en el mismo sitio; que no hablaban y que ladraban lo mismo que los perros; que tenían el labio inferior enteramente cortado de alto abajo; que eran antropófagos, y que dos de estos salvajes, que habían cogido en dos diferentes ocasiones, se habían dejado morir sin querer ni comer ni hablar.
      Los diferentes manuscritos de los jesuitas que yo he leído los llaman caribes y dicen otro tanto y más. Uno de estos manuscritos expone que viven en lo alto de los árboles, en nidos o especie de jaulas, como las aves; pero no creo nada de todo esto y tengo más
confianza en las noticias siguientes, que me ha comunicado don Francisco González, administrador del poblado de la Concepción.
      En enero de 1800 un destacamento de cerca de doscientos tupys, perseguido por otra nación que me es por completo desconocida, salió de los bosques donde he dicho que habita, y pasó el Uruguay, que estaba entonces muy bajo, aprovechando un arrecife donde habla muy poca agua, entre la Concepción y Santa María la Mayor. Los tupys continuaron su ruta por las alturas de los Mártires, hacia el norte, hasta el poblado de los guaraníes, que se había comenzado a doce leguas por encima del poblado del Corpus, y llamado San Francisco de Paula; lo destruyeron, lo quemaron, mataron mucha gente y huyeron a los bosques.
      Los guaraníes de los poblados vecinos se alarmaron y marcharon en persecución de los tupys, dirigidos por los españoles. En su marcha observaron que habiendo muerto un tupy adulto se le había cavado una fosa poco profunda, cuyo fondo estaba cubierto de hojas de palmera. El cadáver se hallaba cubierto igualmente y no habían echado tierra encima. Fuera de la tumba habían colocado el arco, las flechas y la maza del muerto, y habían puesto, en los cuatro ángulos, cuatro perros amarrados por las cuatro patas y sujetos a gruesas estacas. Estos perros habían muerto cuando se descubrió la tumba. Los guaraníes no osaban nunca atacar a los tupys; pero como éstos se dispersaban para buscar su alimento, cogieron algunos muchachos y varias mujeres. No se tuvo gran cuidado en la guarda de los prisioneros, y todos se escaparon, a excepción de una muchacha de doce años y otra de dieciocho que el mismo González se  llevó consigo y que se le escaparon después para volver a los bosques.
      Al principio estaban muy amables y abrazaban a todas las mujeres. Cuando entraron en la casa cogían todos los vestidos que encontraban a mano y se los ponían, sin saber casi nunca la manera de hacerlo. Se bañaban dos y aun tres veces al día, y en ocasiones bailaban solas. Se podía hablar y escribir su lenguaje sin dificultad, porque no tenía ni sonidos nasales ni guturales. He aquí lo que se ha podido comprender de lo que decían: Su nación conocía la agricultura, y sembraban maíz, calabazas, batatas, yuca o cazabe, judías, etcétera. Viven sedentarios, menos cuando van a la busca de miel silvestre y de frutos, esperando el tiempo de la recolección y de las siembras; hacen pan de maíz y de manioc, que llaman eme. Sus chozas están cubiertas de hojas de palmera; hacen con el caraguata (véase el cap. V) telas de que las mujeres se sirven para cubrirse la cintura; los hombres van enteramente desnudos, a excepción de algunos que llevan un tipoy, o camiseta corta, estrecha, sin cuello ni mangas y de la misma tela.
      No se trazan ninguna pintura sobre el cuerpo; los hombres llevan una especie de tonsura semejante a la de los monjes, y las mujeres se cortan los cabellos por detrás a la altura del hombro y por delante a la mitad de la frente; sobre los lados los cortan en escalones. Llevan al cuello muchos collares de pequeños trozos de conchas, redondos y planos; algunos de estos collares les bajan hasta el seno. Se arrancan, así como los hombres, las pestañas, las cejas y todo el pelo del cuerpo. Estos indios no están en paz con nadie; hacen constantemente la guerra y no perdonan ni sexo ni edad. Tienen arcos de seis pies y flechas de cuatro y medio, armadas de un hueso o de un guijarro, y un bastón corto más grueso en un extremo que en otro. También tienen hachas de piedra, y yo he visto una con la cual me parece imposible cortar nada. Llevan sobre el hombro un canasto de caña perfectamente fabricado, que se sujetan a la frente por medio de una cuerda; yo lo he visto, y se sirven de él para meter los frutos y todo lo que encuentran. Su color es un poco más claro que el de los guaraníes; su talla no es mucho mayor; sus rasgos son bastante más bellos; su fisonomía, manifiestamente más alegre, más abierta y más espiritual. Las dos muchachas prisioneras de que he hablado no quisieron nunca dormir solas; querían tener consigo a un guaraní; lo buscaban con gran empeño, y se mostraban furiosas contra el que pretendía ponerles algún obstáculo.
      GUAYANAS._No debe confundirse esta nación con las diferentes hordas de guaranies salvajes a que los habitantes del Paraguay dan el mismo nombre. Habita en medio de los bosques situados al oriente del Uruguay, desde el río Guairay, hacia el Norte. Habita también la región de bosques situada al oriente del Paraná, muy por encima de la aldea del Corpus. Tiene esta nación un lenguaje particular, diferente de todos los otros, y su metal de voz es elevado, agudo y discordante. Su talla no cede a la española, y es bien proporcionada, aunque sean un poco demasiado delgados. Esta nación difiere de todas las que conozco en que su color es visiblemente más claro; además, algunos de estos salvajes tienen los ojos azules y el aire más alegre y más arrogante. Conservan sus cejas y su pelo, que tienen en pequeña cantidad, y carecen de barba. Son pacíficos y hasta cariñosos con los extranjeros. Los hombres se ciñen la frente con una banda tejida con hilo y guarnecida con un gran número de plumas, y prefieren las rojas a las otras, pero van desnudos, y las mujeres se contentan con cubrirse la cintura con un trozo de tela de la misma naturaleza que la que he descrito en el capítulo de los tupys; se parecen a estos últimos por la falta de religión y construcción de sus chozas; se alimentan de las mismas plantas que cultivan y de miel y frutos silvestres; pero parece que temen mucho nadar o pasar los grandes ríos. No tienen animales domésticos y parecen estar divididos en muchas pequeñas hordas independientes. Tienen arcos extraordinariamente
largos, a veces de siete pies y medio, y flechas de cinco y medio. Como se les ven sobre las piernas y los brazos muchas cicatrices semejantes a las de los charrúas, los payaguas y otras naciones, no cabe duda de que estas cicatrices son el resultado de heridas que se hacen en señal de duelo o en las fiestas que describiremos a continuación.
      NUARA._Ésta era una nación como las dos precedentes; estaba rodeada por los guaraníes, y los portugueses se la llevaron toda entera, para vender a sus individuos, como esclavos, en el Brasil. En tiempos de la conquista vivía en el país llamado las llanuras de Xerez y era bastante numerosa. La talla de los individuos era superior a la de los guaraníes; vivía de la agricultura; su lenguaje difería de todos los otros, y era de un carácter tranquilo, pacífico y amable. He aquí lo que encuentro en los antiguos manuscritos originales, en los que tengo más confianza que en el poema de Barco Centenera, que los llama impropiamente guaraníes y los supone una nación guerrera.
      NALICUEGAS._Debo todas las noticias que puedo dar sobre esta nación a los indios salvajes llamados mbayás, que son los únicos que la han visto. Dicen que reside hacia los 21º de latitud, a dos jornadas al este de las llanuras de Xerez; que tiene un lenguaje particular, diferente de los que ellos conocen; que se reduce a un corto número de familias; que vive bajo tierra, en cavernas; que los dos sexos andan enteramente desnudos y que no adoran ningún dios; que su talla y su color se asemejan a los de los guaraníes; que son excesivamente cobardes y pusilánimes; que tienen arcos y flechas, de que se sirven para defenderse, sin salir de sus cavernas; que cultivan la tierra y viven de maíz, judías, batatas, calabazas y cazabe.
      GUASARAPO._Conservo a esta nación el nombre con que fue conocida por los primeros conquistadores, y lo prefiero al de guachié que le han dado los habitantes del Paraguay, a imitación de los mbayás, que los llaman así. Jamás ha cambiado de domicilio y habita terrenos inundados o lagunas que están en el interior de las tierras, y de donde sale el río Guasarapo o Guachié, que se reúne por el lado del este al río Paraguay a los 19° 46' 30" de latitud. Tienen algunas canoas semejantes a las de los payaguas. Se sirven de ellas para pasar de su río al Paraguay cuando quieren comunicar con los mbayás, sus íntimos y antiguos aliados. Navegando de este modo fue como encontraron y mataron en otro tiempo a varios españoles que navegaban por el Paraguay.
      Como su domicilio es inaccesible por tierra, y por agua no es posible aproximarse más que a fuerza de gastos, trabajos y peligros,
no se conoce esta nación más que por las noticias de los mbayás, con los cuales se ve alguno de tiempo en tiempo. Dicen que su lenguaje es diferente de todos los otros. Su talla media me parece ser de cinco pies y seis pulgadas; son muy bien proporcionados y su color es semejante al de los guaraníes. Llevan la cabeza descubierta y los hombres no usan vestido alguno, corno no sea comprado a los mbayás o ganado en la guerra. Se asegura que las mujeres están en el mismo caso. Todos se cortan el cabello tan de raíz que se diría que se lo afeitan. Además carecen de barba y se arrancan las pestañas de ambos párpados, las cejas y el poco pelo que tienen, sin dejarlo renacer. Los hombres llevan barbote (véase CHARRÚAS). No tienen religión, ni leyes, ni costumbres obligatorias, ni caciques, ni jefes. La nación entera no reúne apenas sesenta guerreros. No conocen ni animales domésticos, ni agricultura, ni caza. Viven del arroz silvestre que producen sus lagunas y del pescado, que matan a flechazos y que pescan con anzuelos de madera, y aun de hierro, cuando pueden proporcionárselos de los mbayás, que los obtienen de nosotros y de los portugueses, porque estos indios guasarapos no tienen ninguna comunicación directa con nosotros. Sus armas son flechas y bastones, o macanas, especie de maza. Nunca hacen solos la guerra, a causa de su poca población; pero como son vigorosos y llenos de orgullo y valor, los mbayás los' encuentran siempre dispuestos a seguirlos al menor aviso para atacar a la nación ninaquiguila y nuestros poblados de la provincia de Chiquitos.
      GUATOS._Esta nación vivía en el tiempo de la conquista, como hoy, en una laguna llamada, según creo, por los jesuitas, Laguna de la Cruz. Comunicaba ésta hacia Poniente con el río Paraguay, bajo el paralelo 19° 12'. Nadie ha visto de cerca a estos indios y ellos jamás han comunicado con nadie. Se cree que la nación, tomada en conjunto, no pasa de treinta hombres adultos, y acaso ni doce; que tienen un lenguaje particular, y que no conocen ni divinidad, ni leyes, ni jefes. Lo que hay de indudable es que no salen jamás de su laguna y que navegan por ella en canoas muy pequeñas, dos a dos, probablemente marido y mujer; que tan pronto como perciben de lejos a cualquiera huyen y se ocultan entre los juncos, de suerte que están tan unidos a su laguna como una ostra a su roca. ¿Qué ideas tendrán? Sobre esto no se pueden hacer más que hipótesis más o menos verosímiles. Parece evidente que son poco fecundos, pues en trescientos años no han aumentado ni disminuido.
      AGUITEQUEDICHAGAS._Tal es el nombre que dan a esta nación los indios mbayás, que son los únicos que la han visto. En efecto, por mucho deseo que yo tuviera de observar por mí mismo esta tribu, y aunque habita nuestro territorió, los portugueses me lo han impedido, porque a pesar de las estipulaciones expresas de los tratados, se han establecido últimamente al poniente del río Paraguay y no nos dejan navegar por su parte superior. No podré, pues, decir de esta nación más que lo que me han contado los mbayás. Creo que es la única que resta de los antiguos cacocys, que los primeros conquistadores llamaron también orejones. Habita la mayor de las pequeñas montañas del país, llamada por los antiguos Santa Lucía y por los modernos San Fernando, entre los 18 y 19° de latitud Oeste, y cerca del río Paraguay. Su número es tan pequeño que no llega acaso a cincuenta guerreros. Las chozas son en todo semejantes a las de los pampas, excepto en que no las cubren de pieles, sino de paja. Como están estacionarios en un país donde no puede haber mucha caza y se hallan alejados de los ríos, subsisten del cultivo del maíz, cazabe, batatas, calabazas y maní o mandubi (cacahuete). Su lenguaje es muy diferente del de los mbayás; y aunque su color se asemeja bastante al de los guaraníes, su talla es mayor. No hacen la guerra a nadie, pero tienen para su defensa arcos, flechas y palos. Van enteramente desnudos. Se distinguen los hombres por las piedrecitas de diferentes colores que llevan en las orejas y lados de la nariz. Las mujeres se reconocen por las orejas, que les cuelgan hasta los hombros. Para este efecto se las perforan y ensanchan sucesivamente el agujero durante toda la vida metiéndose trozos de madera redondeados y cuyo grueso aumenta gradualmente, como lo diré de los lenguas. A veces van al río Paraguay para bañarse y quizá pescar.
      NINAQUIGUILAS._Los portugueses no me han permitido tampoco ir a reconocer esta nación, así llamada por los mbayás. Nuestros indios de la provincia de Chiquitos creo que les dan el nombre de potoreras. Según los mbayás, habita el interior de un gran bosque que, comenzando hacia los 19° de latitud, a algunas leguas de distancia del río Paraguay, penetra mucho al oessudueste en el Chaco y separa por la parte sur la provincia de los Chiquitos del país ocupado por los guanás y los mbayás; está dividida en varias hordas, que nunca salen del bosque. Los mbayás tienen algunas relaciones de amistad con los más meridionales, en tanto que están en guerra con los del Norte. Se me asegura que estos indios se parecen a los otros en que no reconocen ni divinidad, ni leyes, ni jefes, y tienen un idioma diferente de todos los demás. Por la talla y el color me dicen que se asemejan a los guaranies: que son muy numerosos; que no hacen nunca la guerra ni saben defenderse más que débilmente; que usan arcos, flechas y palos; que no se arrancan ni las cejas, ni las pestañas, ni el pelo, y no se cortan los cabellos; que las mujeres hacen con el caraguatá mantas para envolverse, y que llevan al cuello collares de judías de hermoso color; por último, que aunque los hombres vayan de ordinario desnudos por completo, algunos, no obstante, llevan una manta para envolverse, y se adornan la cabeza con coronas de plumas.

      GUANÁS._Así llaman los .habitantes del Paraguay a una nación de indios; pero los lenguas, los machicuys y los enimagas les dan los nombres de apianeé, de sologua y de chané. Además reconocen en esta nación ocho hordas diferentes, llamadas layana, ethelenoé o quiniquinao, chabaraná o choroaná, o tchoaladi, caynaconoé, nigotisibué, yunaeno, tay y yamoco. Tales son los nombres que les dan los indios salvajes que viven en los alrededores, cuando se les hacen preguntas referentes a los guanás; y si se les pregunta si se trata de naciones diferentes, ellos dirán que sí, porque no saben lo que es una nación y creen que cada horda forma una nación distinta. En consecuencia, os indican la habitación de cada horda, y de ahí procede que de la sola nación de los guanás se haga una multitud que figura en las cartas; esto es lo que sucede con todas las naciones y esto es lo que hace que se las multiplique tanto en las relaciones, las historias y las cartas. Estas naciones y sus divisiones cambian de nombre con el tiempo, y cuando se quieren hacer informaciones con respecto a ellas se encuentran siempre nuevas, sin saberse que las antiguas hayan desaparecido; de manera que en las cartas del Chaco levantadas por los jesuitas apenas hay espacio para escribir el nombre de un número tan considerable de naciones. Éstos son otros tantos errores que corregir, porque yo no tengo duda de que del Río de la Plata hacia el Norte no hay otras naciones que las que voy a describir, y por tanto sólo quedarán por determinar aquellas que existan al sur y al oeste de los indios pampas.
      Guaná significa en su lengua hombre o macho; así, parece muy mal aplicado a una nación; pero con este nombre es conocida en el Paraguay. Al tiempo de la llegada de los primeros españoles habitaba el Chaco, entre los 20 y 22° de latitud. Allí permaneció hasta 1673, en que una gran parte de la nación fue a establecerse al este del río Paraguay, al norte del trópico, en el país que se llamaba entonces la provincia de Itati; luego se ha extenido hacia el Sur. En este tiempo los españoles la dividían en seis hordas principales. La Layana o Eguaacchigo habita hoy hacia los 24° de latitud, al norte del río Jesuy, en paraje llamado Lima, y está compuesta de cerca de mil ochocientos salvajes. La Chabaraná o T'choaladi acaba de colocarse a los 26° 11' de latitud, en el territorio de la aldea de Caazapá, y puede tener dos millas indias. La Quiniquinao, que tiene cerca de 600, está dividida: una parte ocupa el Chaco hacia los 21° 56' de latitud, a ocho leguas del río Paraguay, y el resto se ha incorporado con los mbayás. La Ethelenoé puede tener tres mil individuos; una parte vive en el Chaco, cerca de los quiniquinao, y la otra, al este del río Paraguay, bajo el paralelo 21°, sobre una cadena de pequeñas montañas que llaman Echatiyá, al este de otra que se llama Nogoná. La horda llamada Niguecactemic está compuesta apenas de trescientos salvajes, con tres caciques, y habita a un día de marcha a poniente del río Paraguay, hacia los 21º 32' de latitud; está dividida en cuatro pueblos. La última es la Choroaná, que puede estar compuesta de
seiscientas personas; está incorporada a los mbayás y vive con ellos, al este del río Paraguay, sobre alturas situadas hacia los 21°.
      Algunas personas hacen ascender a veinte mil almas el número de los guanás; en cuanto a mí, considero como más exacto el cálculo que he hecho, y cuyo resultado no da más que ocho mil trescientos. Según este cálculo, es aún la nación más poderosa de esta región, a excepción de los guaraníes, y es también la menos salvaje. Cada horda forma con sus casas una plaza cuadrada más o menos grande, según el número de indios. El plano topográfico de cada casa se reduce a dos líneas paralelas de ocho varas y media de largo, separadas una de otra por un intervalo de cuatro varas y cuarto y terminadas en cada uno de sus extremos por un semicírculo. Clavan en tierra, en la dirección de cada una de estas líneas paralelas, ramas de árboles, que encorvan, y añadíéndoles otras, que amarran fuertemente por sus extremos, constituye el conjunto una serie de arcos, a un pie de distancia unos de otros; amarran en seguida otras ramas horizontalmente, cruzando estos arcos a la misma distancia, es decir, a un pie, y recubren el total con paja larga que reúnen en los campos y que amarran fuertemente a las ramas; todo lo cual forma una bóveda cilíndrica que se extiende de una de las líneas paralelas a la otra. Cierran los extremos con ramas de manera que formen una bóveda cónica en cada uno, y que ellos reúnen a la otra, la cual, como acabamos de decir, es cilíndrica.
      No tienen otro muro que esta bóveda ni más abertura que la puerta, y, sin embargo, estas casas sirven a doce familias, las cuales se acomodan dentro sin tabiques ni separación. Barren sus casas diariamente, y en esto difieren de todos los otros indios, así como por su costumbre de acostarse en camas y no en pieles tendidas en el suelo. Construyen estas camas plantando en tierra cuatro palos terminados en horquilla, sobre los cuales ponen otros cuatro, que amarran para servir de armazón de la cama; encima ponen ramas atravesadas y pieles, que cubren de paja.
      Su lenguaje es diferente del de todos los demás, y muy difícil, a causa de su pronunciación nasal y gutural. Su talla me parece variar más de las otras naciones y su media me parece ser de cinco pies y cuatro pulgadas; pero son derechos y bien proporcionados, como todos los indios, entre los cuales no he visto nunca ni un hombre contrahecho ni un jorobado. Se parecen también a los otros por su fisonomía grave, en que no se descubre la expresión de pasión ninguna, por lo flemático de su manera de obrar, por su color, la fuerza de su vista y de su oído y la blancura y duración de los dientes; por sus cabellos negros, gruesos y largos; por la rareza del pelo y la falta de barba; por 1a pequeñez del pie y de la mano y lo gruesos que son el seno y las nalgas; por las pequeñas proporciones de las partes sexuales de los hombres, bien diferentes de las mujeres en este respecto, y por la escasa menstruación de estas últimas; por su tono de voz, que es siempre bajo y nunca fuerte ni sonoro, por lo cual jamás se les oyen gritos, ni llantos, ni risa a carcajadas, y no conocen juegos, danzas, ni canciones ni instrumentos de música.
      Tampoco conocen recompensas, ni castigos, ni religión, ni leyes obligatorias. Pero como tratan mucho a los españoles y éstos les
hablan de cristianismo, de recompensas y penas futuras, su respuesta ordinaria cuando se les interroga en este sentido, es decir, que hay un principio, cosa material y corporal que está no se sabe dónde, y que recompensa a los buenos y castiga a los malos, pero que recompensa siempre a los guanás porque es imposible que sean malos ni hagan el mal. Yo creo que el pequeño número de estos salvajes que se expresan así ha obtenido el fondo de estas ideas de los españoles, porque no hay un solo guaná que adore a la divinidad y que la reconozca, exterior ni interiormente. También son las partes interesadas las que resuelven entre sí sus diferencias, y las deciden a puñetazos en último extremo. Parecen también entretenerse charlando unos con otros un poco, y aunque rara vez se reúnen para hablar.

      Reciben con mucha hospitalidad a los viajeros, sean quienes sean, los alojan, los dan de comer y los acompañan hasta el poblado a donde desean ir. Tienen un pequeño número de caballos, de vacas y de ovejas y viven de la agricultura. Cultivan las mismas plantas que los españoles del Paraguay. Se arrancan, durante toda su vida, las cejas, las pestañas y el pelo y llevan el barbote como los charrúas. Se cortan el cabello a la mitad de la frente y se afeitan en forma de media luna por encima de las orejas, dejando colgar en libertad el resto de sus cabellos. Algunos se afeitan la mitad anterior de la cabeza y otros la afeitan toda entera, a excepción de un penacho que conservan en la parte superior, como los mahometanos. Sus pinturas, sus adornos y sus trajes se asemejan a los de los payaguás, de que hablaré luego. Los hombres, que pasan mucho tiempo entré los españoles, se visten ordinariamente como éstos, es decir, que llevan un sombrero, un poncho y hasta calzones blancos.
      Todas las ceremonias del casamiento se reducen a un pequeño presente que el novio hace a su pretendida; pero debe previamente pedirla al padre, que lo concede sin dificultad, porque no conocen la desigualdad de clases. Aparte de esto, ninguna mujer consiente en casarse sin haber hecho previamente estipulaciones muy detalladas con su pretendiente y con su padre y familia a los respectos del género de vida recíproco, que no es igual en todos los matrimonios. Se trata ordinariamente de saber si la mujer fabricará mantas para el marido; si le ayudará, y de qué manera, a construir la casa y cultivar la tierra; si irá a buscar leña; si preparará todos los alimentos o sólo las legumbres; si el marido no tendrá más que una mujer o si la mujer tendrá varios maridos, y cuántos; y en este último caso, cuántas noches pasarán juntos; en fin, ellas piden explicaciones aun de los menores detalles. Pero a pesar de todo esto el divorcio es libre a los dos sexos, como todo lo demás, y las mujeres son muy inteligentes y consideradas. .
      Esto dimana de que su número es mucho menor que el de hombres. Esta desigualdad no procede de la Naturaleza; es obra de las
mismas mujeres, acostumbradas a la acción más bárbara que pueda hacerse ni aun imaginarse. Matan a la mayor parte de las niñas que dan a luz. Para este efecto, apenas sienten los dolores del parto, se van solas al campo, y realizado el alumbramiento hacen un agujero en el suelo y entierran vivo al recién nacido, volviéndose tranquilamente a su casa. Ha ocurrido con frecuencia que los españoles ofrecieran a las mujeres encinta dinero, alhajas, etc., para que les entregaran los niños, o al menos que no los mataran; pero nunca han consentido, y, por el contrario, siempre han tomado el mayor número posible de precauciones necesarias para realizar su propósito lo más secretamente posible y sin obstáculo. No todas las mujeres son culpables de tan bárbara acción; 'pero es muy frecuente en la mayoría de ellas. Aun las mismas que siguen la costumbre de matan a todos sus hijos, sino que crían a la mitad o más, pero teniendo siempre cuidado de conservar más varones que hembras. Esto dicen ellas que es para que se busque con empeño a las mujeres y hacerlas así más dichosas.
      Esto es lo que sucede, porque la que tarda más en casarse lo efectúa a los nueve años, mientras que los hombres permanecen solteros hasta los veinte o más, porque hasta entonces es raro que tengan bastante habilidad para disputar la victoria a sus concurrentes. Las mujeres, por su lado, no dejan de encender las rivalidades entre los hombres con una redoblada limpieza, amabilidad y coquetería desconocida en las otras naciones. Así resulta que los hombres son menos sucios, tienen más cuidado de su adorno y a veces se raptan mutuamente las mujeres y se escapan con ellas. Sucede también, naturalmente, que las mujeres son más orgullosas, que son inclinadas al divorcio y al adulterio y que los hombres son celosos. Aunque la mujer adúltera no incurre en ninguna pena, es muy común ver al marido engañado reunir algunos amigos y parientes para que le ayuden a dar al galán una gran paliza, que muchas veces le cuesta la vida. Por lo demás, la poligamia es bastante rara en esta nación, así como en las otras.
      Cada horda o división de guanás tiene varios caciques o capitanes hereditarios, y cada uno posee un cierto número de indios que dependen de él, siendo la costumbre considerar como súbditos de los hijos del cacique, y no de su padre, a todos los que nacen algunas lunas antes o después de este hijo. Entre estos caciques hay uno al que se considera como más distinguido, pero ni él ni los otros difieren del último de los indios ni por sus adornos, ni por sus trajes, ni por su casa, y está obligado a trabajar para vivir porque nadie le sirve. Él no da ninguna orden, pero parece que en las asambleas nocturnas, en que se reúnen para tratar de los asuntos comunes, ejerce más influencia que los demás, y en general se le tiene alguna consideración. La plaza de cacique es hereditaria en el hijo mayor, y las mujeres suceden a falta de varones. Pero también a veces un indio cualquiera resulta cacique cuando por sus méritos lo reconocen así los demás, que entonées abandonan al antiguo, porque su libertad se extiende hasta ello y es uso corriente en todas estas naciones.
      En la época de la primera llegada de los españoles los guanás acudían, como hoy, a reunirse en tropas con los mbayás para obedecerlos y servirlos y cultivar sus tierras sin ningún salario. De aquí procede que los mbayás los llamen siempre sus esclavos. Es verdad que se trata de una esclavitud muy dulce, porque el guaná se somete voluntariamente y la deja cuando le parece. Además, sus dueños les dan bien pocas órdenes, no emplean jamás tono imperioso ni obligatorio y reparten todo con los guanás, hasta los placeres carnales, porque los mbayás no son celosos. Yo he visto a un mbayá que tenía frío buscar su manta para envolverse; pero como viera que un guaná, su esclavo, la había cogido antes que él con el mismo objeto, no se la quitó ni le manifestó siquiera que la deseaba.
      Se ve diariamente descender al Paraguay tropas de cincuenta y cien guanás para alquilarse a los españoles en calidad de agricultores, y aun de marineros, pues llegan hasta Buenos Aires. Trabajan con mucha flema, y para que no les obliguen prefieren trabajar por tareas. Cuando entran en territorio español dejan sus armas en el primer juzgado que encuentran, para recogerlas al regreso. Algunos de ellos se casan con indias o negras de las habitaciones españolas, donde se fijan para siempre y se hacen cristianos. Otros se construyen una cabaña en territorio español; allí viven de la agricultura, como todos los demás, hasta que se aburren, y o se van a otra parte o se vuelven a su país. Este último partido es el que toman ordinariamente las tropas de guanás al cabo de uno o dos años, llevando lo que han ganado, es decir, ropas y utensilios de hierro. Un cacique viene a veces para comprometerlos a regresar o les envía alguno para hacerles la proposición en su nombre. En estos viajes no llevan casi nunca a las mujeres, porque son raras entre ellos y no quieren viajar si no es a caballo y con otras comodidades que pocos indios pueden procurarles. Tampoco llevan a los niños consigo, porque no habría casi ninguno que pudiera seguidos en tan largo viaje, donde casi siempre van a pie, sin otra provisión que las piezas que les proporciona la caza.
      Aunque no ejercen autoridad alguna sobre sus hijos, que no hacen ninguna especie de trabajo hasta la época de su casamiento, se observa, no obstante, que suelen echarles grandes reprimendas, acompañadas de bofetadas, para poner freno a sus impertinencias o a sus excesos. Cuando estos niños llegan a la edad de ocho años próximamente celebran una fiesta muy singular: se van por la mañana muy temprano al campo y regresan de noche a su habitación, en ayunas, en procesión y en el mayor silencio; se tiene preparado con que calentarles bien las espaldas; en seguida algunas viejas les pinchan y atraviesan los brazos con un hueso puntiagudo. Estos niños sufren tamaña crueldad sin llorar ni dar la menor muestra de sensibilidad. Esto hecho, sus madres terminan la escena dándoles maíz y judías cocidos con agua.
      Los hombres hechos tiene también sus fiestas con ocasión del nacimiento de un hijo, de la primera menstruación de una hija, de cualquier otra cosa o por capricho. Estas fiestas no merecen tal nombre, porque se reducen a emborracharse, privilegio reservado a los hombres hechos, y del que no participan los adolescentes, ni los hombres no casados, ni las mujeres. Pero, además, cada habitación entera celebra una vez al año una fiesta solemne, que describiré al tratar de los indios payaguás.
      Los guanás tienen también sus médicos, que los curan como los de los charrúas; pero no son hombres los que ejercen esta profesión. Está reservada a las viejas, que chupan el estómago a los enfermos. Parece que estos indios no tienen tanto horror a los muertos como las otras naciones, pues los entierran a las puertas de sus casas para recordar, dicen ellos, la memoria, y cada familia no deja de llorar a los suyos, sobre todo si era un cacique o un hombre de reputación.
      Sus armas son arcos, flechas y bastones o macanas; pero los que tienen caballo hacen también uso de una lanza muy larga. Su sistema político es estar en paz con todas las naciones y no hacer nunca guerra ofensiva; pero si se los insulta combaten y se defienden con mucho valor. Matan a todos los hombres de más de doce años, pero conservan y adoptan los niños y las mujeres, como he dicho hablando de los charrúas.

      MBAYÁS.-Los indios machicuys y los enimagas llaman a esta nación toiuanich y guaiquilet. A la llegada de los españoles, los mbayás habitaban el Chaco entre los 20 y 22° de latitud, divididos en un gran número de hordas o habitaciones. Había desde luego entre ellos muchos guanás que les servían voluntariamente, como he dicho antes, y lo mismo sucede aún hoy. En 1661 los mbayás pasaron al este del río Paraguay y atacaron al pueblo de guaraníes llamado Santa María de la Fe, situado a los 22° 5' de latitud, cerca de este río, y que estaba bajo la dirección de los jesuitas. Mataron a multitud de indios y obligaron a emigrar a los otros. Continuaron en seguida sus expediciones hacia el Este y destruyeron la ciudad española de Xerez. Muchos de ellos no volvieron al Chaco; estableciéndose al oriente del río Paraguay. En 1672 descubrieron la aldea de Pitun o Ipané; se aproximaron de noche y algunos lograron atravesar el foso estrecho que la rodeaba haciendo un puente con sus lanzas; pero viendo que los habitantes los habían oído, se retiraron, llevándose algunos caballos viejos que encontraron pastando en la llanura. Éstos fueron los primeros que tuvieron, y corno les agradaron mucho, volvieron al cabo de pocos meses y lograron llevarse algunos más, con varias yeguas. Estos éxitos les hicieron resolver la entera destrucción de esta misma aldea de Ipané, así como la de Guarambaré, que estaba próxima. Marcharon contra ellas en diciembre de 1673; pero no faltó quien previniera a los habitantes del peligro que les amenazaba, y se escaparon hacia la capital del Paraguay, y con ellos los habitantes de Atirá.
      De este modo los mbayás quedaron dueños absolutos de la provincia de Itati, que comenzaba hacia los 24° 7' de latitud, en el río
Jesuy, y se prolongaba en toda su anchura hacia el Norte hasta el lago de los Xarayes, sin pasar al oeste del río Paraguay. Resultó que los mbayás dieron diferentes nombres al país; por ejemplo, llaman hoy Appa y Aquidaban a los ríos conocidos antiguamente con los nombres de Corrientes y de Piray; Agaguigo, al distrito nombrado en otro tiempo Pitun, Piray e ltati; Ytapucú-Guazú, a lo que se llamaba antes Monte de San Fernando; Guaché, al río Guasarapo, etcétera. De este modo han cambiado todos los nombres, cosa que
embrolla mucho la geografía y la demarcación de límites.
       No contentos los mbayás con estas conquistas, avanzaron mucho al Sur e hicieron grandes daños en la aldea de Tobaty, situada a 25° 1' 35" de latitud, y obligaron a los habitantes a emigrar. Atacaron en seguida a los españoles, matando a varios centenares, y destruyeron hasta las granjas inmediatas a la misma Asunción, que era la capital. Atacaron también la ciudad de Curuguaty, y faltó, bien poco para que no exterminaran a todos los españoles del Paraguay. Esta guerra se terminó en 1746 por una paz no interrumpida hasta el 15 de mayo de 1796, en que un capitán español mató algunos mbayás. Estos, después de la paz, se fijaron en las inmediaciones del trópico de Capricornio, no lejos del río Paraguay, y volvieron sus armas contra los caayguas, los aguitequedichagas y los ninaquiguilas, descritos anteriormente, y llevaron el saqueo por todas partes. Esto es lo que han hecho también en nuestra provincia de Chiquitos, de donde han obligado a emigrar a los habitantes de Sagrado Corazón. También atacaron a los portugueses de Cayaba, pero actualmente están en paz.
      Se divide ordinariamente esta nación en una porción de hordas, pero se reducen a cuatro principales. La Catiguebo se subdivide: una parte, en número próximamente de mil almas, habita a 21º 5' de latitud al Oeste y cerca del río Paraguay, en la laguna llamada en otro tiempo de Ayolas. Su cacique, Nabidrigué o Cambá, tiene seis pies y dos pulgadas de alto. En 1794 respondió a uno que le preguntaba por su edad: «No lo sé; pero cuando se empezaba a edificar la catedral de Asunción yo estaba ya casado y era padre de un niño.» Como esta catedral se levantó en 1689, suponiendo que este cacique tuviera entonces quince años, resulta que tenía ciento veinte. Tenía cuando yo le vi el cuerpo encorvado, los cabellos medio grises y la vista un poco más débil que los demás indios; pero no le faltaba ni un diente ni un cabello. Montaba a caballo, manejaba la lanza e iba a la guerra como los demás. La otra parte de los catiguebos está dividida en dos hordas, que viven al oriente del rio Paraguay. Una, que puede tener quinientas almas, habita entre los ríos Ipané y Corrientes o Appa, cerca del Paraguay, y la otra, que tiene cerca de trescientos individuos. vive en las laderas de las pequeñas montañas que llaman Nogoná y Nebatená, sobre los 21° de latitud. Las otras tres hordas, llamadas Tchiguebá, Gueteadebó y Bentuebá, que forman en conjunto cerca de dos mil almas, habitan los ribazos del Noatequidi y Noateliyá, entre los 21 y 20° 40' de latitud, al este del Paraguay.
      Evalúo su talla media en cinco pies y ocho pulgadas; sus formas y sus proporciones me parecen las mejores del mundo y muy superiores a las de los europeos. Se asemejan a los guanás y a otros indios en todas las cosas de que he hablado antes. No conocen ni obediencia, ni recompensas, ni castigos, ni leyes obligatorias, y sus diferencias particulares se deciden a puñetazos. Hablan también mucho entre ellos, y su mirada es abierta; los hombres usan el mismo barbote y todos se arrancan constantemente las cejas, las pestañas y el pelo, y dicen que no son caballos para tener pelo. Sus trajes, sus fiestas, sus borracheras, sus adornos, sus pinturas, sus caciques, su manera de curar lo enfermos, se asemejan enteramente a los de los payaguás y de los guanás, siendo la única diferencia que los médicos son hombres y no mujeres. Pero se afeitan por completo la cabeza. Las mujeres solamente conservan, desde la frente hasta la parte superior de la cabeza, una banda de cabellos, de una pulgada de ancho y un poco menos de alto. Sus casas o chozas son semejantes a las de los pampas, que he descrito anteriormente. Son tan sólo más altas y anchas y las cubren con mantas, como los payaguás.
      Su lenguaje es muy diferente de todos los otros y fácil de pronunciar. No tiene ningún sonido nasal ni gutural y carece de la letra
f. Además, parece ser pomposo, y los nombres propios son significativos, como en el vizcaíno. Este lenguaje da lugar a la siguiente singularidad extravagante: los jóvenes de ambos sexos, antes de su casamiento dan a las palabras otra terminación que los hombres hechos, y a veces emplean términos diferentes, de manera que al oírlos se diría que son dos idiomas. Se observa algo semejante a esta extravagancia en la ciudad de Curuguaty, en el Paraguay. Las mujeres no hablan nunca más que el guaraní, y los hombres de toda edad no usan sino este lenguaje con ellas, mientras que entre si se expresan siempre en español. Esto parece aún más extraordinario cuando se sabe que todos los otros españoles del Paraguay hablan siempre el guaraní y sólo los muy educados hablan español.
      Los españoles, fundadores de la ciudad de que acabo de hablar, tomaron mujeres indias. Sus hijos aprendieron el lenguaje de las madres, como era natural, y probablemente conservaron el español; mas como cuestión de honor, para probar que su raza era más noble. Pero los españoles del resto de esta provincia no pensaron así, sino que olvidaron su lengua, sustituyéndola por la de los guaranies. Exactamente lo mismo ocurrió en la inmensa provincia de San Pablo, donde los portugueses, habiendo olvidado por completo su lengua, no hablan más que el guaraní. Deduzco de todos estos hechos que son las madres y no los padres quienes enseñan y perpetúan las lenguas, y que mientras los Gobiernos no establezcan la uniformidad de lenguaje entre las mujeres es en vano que se cansen en reglamentar la instrucción a este efecto. .
      Los mbayás se creen la nación más noble del mundo, la más generosa, la más formal en el cumplimiento de su palabra con toda lealtad y la más valiente. Como su talla, la belleza y elegancia de sus formas, así como sus fuerzas, son bastante superiores a las de los españoles, ellos consideran a la raza europea como muy inferior a la suya. En cuanto a la religión, carecen de ella, y no se observa entre ellos nada que se refiera a este fin ni a la vida futura. Se encuentran algunos que para explicar su primer origen se expresan así: «Dios creó al principio todas las naciones tan numerosas como son hoy, no contentándose con crear un solo hombre y una sola mujer, y las distribuyó sobre toda la superficie de la Tierra. Posteriormente pensó en crear un mbayá con su mujer; y como había ya dado toda la Tierra a las otras naciones, de manera que no le quedaba nada que distribuir, ordenó al ave llamada cara cara ir a decirles de su parte que estaba muy pesaroso de no tener terreno que darles, y que por esto sólo había creado dos mbayás; pero que para remediarlo les ordenaba andar siempre errantes por el territorio de los otros y no cesar nunca de hacer la guerra a todas las naciones, matar a todos los hombres adultos y adoptar los niños y las mujeres para aumentar su número.»
      Nunca preceptos divinos se han ejecutado con más fidelidad, porque la única ocupación de los mbayás es errar de un lado. a otro
cazando o pescando para alimentarse y hacer la guerra a todo el género humano, matando o conservando a sus enemigos, conforme a la orden del caracara. Hacen, no obstante, una excepción con respecto a la nación guaná, con la cual están estrechamente unidos en una gran amistad. En efecto, como ya lo hemos dicho, los mbayás tienen siempre una multitud de guanás que les sirven como esclavos voluntaria y gratuitamente, que cultivan la tierra para ellos y les prestan otros servicios. Además de estos esclavos o domésticos, los mbayás encuentran otros muchos en los niños y mujeres que cogen en la guerra, y que no son sólo indios, sino también españoles, de manera que el mbayá más pobre tiene tres o cuatro esclavos. Éstos van por leña, guisan, levantan las tiendas o chozas, cuidan de dar pienso a los caballos y de tenerlos prontos para ser montados, y también cultivan las tierras, lo que es bien poca cosa. Los mbayás no se reservan más que la caza, la pesca y la guerra; de manera que me ha sucedido hacer a un mbayá regalos que no ha querido tomar, y ha ordenado a sus esclavos recibirlos: tan vanos y perezosos son. Es cierto que los mbayás quieren mucho a todos sus esclavos; jamás les mandan de un modo imperioso, nunca los riñen, ni los castigan, ni los venden, aun tratándose de prisioneros de guerra. Se confían a la buena fe del esclavo y se contentan con lo que quiere hacer por si mismo, y reparten con él lo que tienen, de manera que ningún prisionero de guerra, aunque esclavo, quiere deiarlos, ni tampoco las mujeres españolas que tienen consigo, aunque algunas de ellas fueran ya adultas y hubieran tenido hijos cuando las cogieron. ¡Qué contraste
con el trato que los europeos dan a los africanos!
      Los mbayás subsisten de la agricultura ejercida por sus esclavos, de la pesca y de la caza. Desde algún tiempo a esta parte varios de ellos se han dedicado a pescar con anzuelo o a flechazos, y se han provisto también de algunas canoas semejantes a las de los payaguás. Otros se han dedicado a criar y sostener pequeñas piaras de vacas y ovejas, pero sin hacer uso de la leche, que aborrecen, como todos los indios salvajes. Poseen muchos caballos, pero es raro que vendan ninguno: tanto interés ponen en ellos. Sobre todo tienen especial cuidado con el que destinan para el combate, y no se desharían de él por nada del mundo. Montan en pelo y se colocan casi sobre la grupa. Algunos hacen uso de un bocado de hierro; otros lo suplen con dos pequeños palos, que hacen su oficio, o se limitan a amarrar la mandíbula inferior con una correa a la cual corresponden otras dos, que sirven de riendas. Pero no saben hacer uso de las bolas, de que he hablado, ni del lazo, que es tan común entre los españoles.
      Sus solas armas en la guerra son una lanza muy larga y una macana o bastón de tres pies de largo y más de una pulgada de diámetro, en todo su grueso, hecha de una madera muy pesada y muy dura, y aunque ellos tengan arcos y flechas, no hacen uso de ellos más que para la caza y la pesca. Cuando han resuelto atacar a un enemigo montan sobre el caballo más malo que tienen, y cada uno lleva en reserva el que destina al combate. Cuando están a tiro cambian de caballo y abandonan el malo. No omiten precaución para sorprender al enemigo; pero si no pueden conseguido, lo atacan de frente, ordenados en forma de media luna para tratar de envolverlo. Si ven que el enemigo se conserva en orden sin mostrar temor, se detienen a más de un tiro de fusil; tres o cuatro se bajan del caballo y se acercan mucho al enemigo haciendo muecas, dando saltos y brincos y arrastrando por el suelo o sacudiendo pieles de jaguarete para espantar a los caballos del enemigo y desordenar sus filas, o bien incitarlo a hacer una descarga general; si consiguen esto último se lanzan con la rapidez del rayo y no se les escapa nadie.
      Los españoles aguerridos conservan bien sus filas, y cuando ven venir a los que traen las pieles mandan echar pie a tierra a los mejores tiradores del centro y de las alas y les ordenan hacer fuego graneado, y desde muy cerca, sobre los que avanzan. Si se consigue matar a alguno, vienen los otros a recoger el cadáver, y cuando se los deja, todos se van; pero es necesario estar prevenido, porque si se los persigue sin conservar la formación, o se corre tras de alguno en particular, o se quieren reunir los malos caballos que ellos han abandonado, repiten la carga con la velocidad del rayo. También saben preparar peligrosas emboscadas y falsos ataques; en fin, en número igual no se lleva ventaja con ellos, a pesar de las armas de fuego. Como puede presumirse, no tienen jefe ninguno en la guerra ni en la paz, porque su gobierno se reduce a asambleas, donde los caciques, los viejos y los indios más prestigiosos arrastran los votos de los otros. En cada expedición se contentan con obtener una sola ventaja. Sin esto no quedaría ya hoy un español en el Paraguay ni un portugués en Cuyabá.
      Entre los mbayás los hombres comen de todo, pero las mujer casadas no emplean nunca en su alimentación ni vaca, ni capibara, ni mono, y cuando tienen su evacuación periódica no comen más que legumbres y frutas, y jamás prueban con pretexto alguno nada que tenga o pueda tener grasa. Como razón de esto dicen que le salieron cuernos a una mujer que estando en su período crítico comió pescado con grasa. Sería, sin duda, una cosa extrarodinaria una mujer con cuernos, pero no es menos singular ver caballos cornudos y toros mochos, como hemos referido en el capítulo IX. El alimento de las mujeres mbayás ofrece una particularidad, y es que las doncellas no comen nunca carne de ninguna clase, ni aun de peces grandes, es decir, de aquellos que tienen un pie o más de largo. Viven, pues, de vegetales y pequeños peces, sin poder decir la razón. Los mismos cartujos no han llegado a tal grado de austeridad. Las mujeres mbayás son, en general, las más incitantes y más complacientes de todas las indias, y sus maridos son poco celosos. El divorcio y la poligamia son libres entre ellos, como en todas las otras naciones indias, pero uno y otro son raros.
      Las mujeres mbayás celebran de tiempo en tiempo una fiesta que se reduce a hacer una procesión alrededor de sus chozas. Llevan en la punta de las lanzas de sus maridos las cabelleras, huesos y armas de los enemigos que han matado en la guerra, y celebran las proezas de los hombres. Para inflamar su valor y darles a entender que ellas tampoco carecen de él y que son dignas de su confianza y su ternura, terminan la fiesta peleándose unas con otras a puñetazos hasta ensangrentarse la boca y la nariz y aun partirse algunos dientes. Los maridos las felicitan y ponen fin a la fiesta emborrachándose todos ellos, pero no las mujeres, que no beben ningún licor.
      Ya he dicho que se prostituyen fácilmente; pero lo que hay de más singular es que hayan adoptado la costumbre, bárbara y casi
increíble, de no criar ninguna más queun hijo o hija y matar todos los demás. Conservan ordinariamente el último de que quedan embarazadas, cuando esperan no tener más, en vista de su edad y el estado de sus fuerzas. Si se equivocan en el cálculo y tienen otro hijo después del que han conservado, matan al último. Algunas se quedan sin hijos porque han calculado mal que tendrían aún otro. Yo me encontraba en medio de muchas de estas mujeres con sus maridos y les hacía severos reproches porque permitían sacrificar a sus propios hijos y exterminar así su nación, puesto que no podían ignorar que un matrimonio formado por marido y mujer no producía así más que un hijo. Me respondieron, sonriendo, que los hombres no se debían mezclar en los asuntos de las mujeres.
     Me dirigí entonces a las mujeres, hablándoles lo más enérgicamente que me fue posible, y después de mi arenga, que oyeron con
escasa atención, una me dijo: «Cuando damos a luz en su tiempo completo, esto nos estropea, nos deforma y nos envejece, y vosotros los hombres no nos queréis en ese estado; además, nada más engorroso para nosotras que criar los niños y Ilevarlos en nuestras diferentes marchas, en las que con frecuencia nos faltan los víveres; esto es lo que nos ha decidido a provocarnos el aborto en cuanto nos sentimos embarazadas; porque nuestro fruto, siendo entonces más pequeño, sale con más facilidad.» Yo le pregunté que cómo se valían para abortar, y ella me contestó: «Vas a verlo.» En seguida se tendió de espaldas en el suelo, completamente desnuda, y dos viejas empezaron a darle sobre el vientre golpes muy violentos hasta que empezó a salir sangre; tal fue el preludio del aborto, que se verificó el mismo día. También supe que algunas quedaban lastimadas para el resto de su vida y que otras se morían. Como estos salvajes no llevan cuenta de nada, no pueden fijar la antigüedad de esta horrible práctica, pero dicen que en otro tiempo no la conocían, y esto debe creerse, porque ningún manuscrito antiguo hace referencia a ella. En cuanto al presente, está universalmente extendida entre todas las mujeres de esta nación y de algunas otras, como veremos.
      Se cura a los enfermos chupándoles el estómago, como he dicho anteriormente; pero si tienen que ir a establecerse a otro lado y hay un enfermo que no está en estado de seguir a la horda o cuya enfermedad tiene trazas de durar mucho, lo abandonan. La familia o parentela llora a los muertos, sobre todo si es un cacique o un sujeto de reputación, y se le entierra en el cementerio o lugar destinado para este objeto, con sus alhajas o sus atavíos y sus armas. Además se degüellan sobre la tumba cuatro o seis de sus mejores caballos. Yo creo que esto procede del mismo principio que hace enterrar las alhajas con el muerto, y esta costumbre no puede remontarse más que a la época en que empezaron a tener caballos. Si entierran con el cadáver las alhajas y los caballos del difunto es porque todos los indios salvajes tienen un gran horror a los muertos y no quieren conservar nada que les recuerde su memoria . Si el enfermo ha muerto muy lejos del cementerio, y esto hace que sea de temer la descomposición, lo envuelven en una manta y lo suspenden de un árbol durante tres lunas, para dejar disolverse las entrañas y secar el cuerpo como cartón, y entonces lo llevan al cementerio. El duelo dura tres o cuatro lunas, pero sólo entre los parientes, y se reduce a que las mujeres y los ésclavos no coman más que vegetales y nada de carne, y guarden un silencio tan profundo que no responden una sola palabra a los que les hablan.
      PAYAGUÁS._Esta nación, fuerte y poderosa, da su nombre al río Paraguay, que se llamaba antes Payaguay o río de los Payaguás, nombre que hemos nosotros alterado un poco haciéndolo extensivo a todo el país, como se ha visto en el capítulo IV. A la primera llegada de los españoles esta nación estaba dividida en dos hordas, que se habían repartido el imperio del río Paraguay sin permitir que nadie lo navegara. Una habitaba a los 21° 17' de latitud, lugar ocupado al presente por una partida de mbayás, como antes he dicho, y la otra hacia los 25" 17' de latitud. La nación entera llevaba el nombre de Payaguá; y para distinguirse, las hordas se llamaban a sí mismas cadigué y magach; pero los españoles aplicaron el nombre genérico el de payaguá, exclusivamente a la división más septentrional y corrompieron el otro llamándole agace. Después de la muerte del cacique Magach, cuya horda llevaba entonces el nombre, los españoles, habiendo reconocido que los indios eran verdaderamente payaguás, suprimieron. y olvidaron el nombre de agaces y llamaron a todos payaguás. Los historiadores, que no estaban instruidos en estos hechos, han creído que la nación agace había sido totalmente exterminada; se fundaban en que no encontraban este nombre en la lista de las naciones indias, y además ignoraban que no era una nación, sino simplemente una horda. Hoy en el Paraguay se da el nombre de payaguás a toda la nación, y en cuanto a la parte que habita más al Norte, se la llama sarigué, y a la otra tacumbú, aunque se distinguen ellas mismas en cadigués y siacuás.
      Los siacuás o tacumbús, antiguamente agaces, mataron quince españoles del ejército de Sebastián Gaboto, que fue el primer europeo que entró en el río Paraguay. Algún tiempo después los mismos siacuás, con sus canoas, entablaron un combate desesperado con los españoles que subían por el mismo río, mandados por Juan de Ayolas, y les mataron quince soldados. El mismo Ayolas subió luego más arriba, con doscientos españoles, siendo atacados y muertos todos por los payaguás sarigués. También destruyeron una aldea española cerca del río Jesuy y el pueblo de indios ohomas, y faltó poco para que hicieran lo mismo en Ipané, Guarambaré, ltati y Santa Lucía, etcétera. En fin, desde la conquista estos indios han sido los enemigos más constantes, astutos y crueles de los españoles, de los portugueses de Cuyabá y de todos los otros indios, sin excepción. De manera que si alguna vez han hecho la paz con algunos ha sido para ligarse contra otros y para realizar alguna traición, porque jamás conocieron la lealtad ni la buena fe. Sus proezas están consignadas en un gran número de piezas que se hallan depositadas en los archivos de la Asunción. Como no es el caso de dar aquí el extracto, baste saber que han matado a muchos millares de españoles y que con frecuencia ha faltado poco para que exterminaran a todos los del Paraguay.
      Esta nación astuta observó que la población de los españoles amentaba en el Paraguay y que los de Buenos Aires podían auxiIiarlos; vio también el aumento de los portugueses en Cuyabá, y reflexionando que no había para ella ningún medio de escaparse y que no tenían fuerzas suficientes para exterminar a todos sus enemigos, resolvió hacer la paz de buena fe con los españoles, aliándose a ellos del modo más estrecho. Ofrecieron, en consecuencia, estos indios hacer una alianza ofensiva y defensiva contra todo el mundo, sin excepción. Otro artículo de sus ofertas fue que la horda tacumbú se fijaría en Asunción, capital del Paraguay, donde se la dejaría seguir tranquilamente sus costumbres y género de vida, y que se le permitiría algunas veces hacer la guerra en particular a los indios que no tuvieran ni comunicación ni tratado con los españoles.
      Efectivamente, en 1740 la horda tacumbú se fijó en Asunción, y no sólo son aliados fieles en tiempos de guerra, sino también habitantes muy útiles, porque proveen a los españoles de pescados, de sauces, de cañas, de forraje para los caballos, de canoas, de remos, de algunas mantas y otros objetos menudos, y además les prestan otros servicios particulares. Todo el producto de este comercio lo emplean en aguardiente, carne, dulces, judías, etc.; sin hacer ningún ahorro y conservan sus costumbres, sin cambiar nada absolutamente y sin hacer caso alguno de las de los españoles.
      En 1790 la horda sarigué se incorporó a la de los tacumbús, y están las dos reunidas en la capital del Paraguay y forman en totalidad cerca de mil almas. Un gobernador que deseaba hacer valer sus servicios a la Corte hizo bautizar a ciento cincuenta y tres niños menores de doce años, el 28 de octubre y 3 de noviembre de 1792. Ya se ha comprobado que ellos no quieren, en absoluto, ser cristianos, y si se los obligara empezarían otra vez la guerra.
      Su lenguaje es muy diferente de todos los otros; es tan gutural que no se pueden expresar los sonidos con nuestras letras, y tan difícil que nadie ha podido aprenderlo; pero un gran número de payaguás entiende y habla el guaraní, pues habitan una ciudad en que no se usa otra lengua. Yo estimo que su talla media puede ser de más de cinco pies y cuatro pulgadas; sus proporciones son bellas, y me parecen más ágiles y más ligeros que ningunos otros indios y que los españoles. Es inútil observar que ninguno de ellos es contrahecho y que carecen del menor defecto corporal. Esta ventaja es común a todos los indios, que tampoco llegan nunca a ser demasiado gordos; pero su color es algo más claro y su fisonomía menos sombría y más abierta. Por lo demás, se parecen a los guanás en los siguientes aspectos: se arrancan constantemente las cejas, las pestañas y el pelo, y no conocen ni obediencia, ni recompensas, ni castigos ni leyes obligatorias. Las mujeres tienen un uso particular, y es que desde que el seno de las doncellas llega a su punto máximo natural de crecimiento, empiezan a comprimirlo y dirigirlo hacia la cintura, apretándolo ya sea con la manta misma o con una correa, de modo que a los veinticuatro años o antes está colgante como una bolsa. Independientemente de esto, el seno de todas las indias parece tener menos elasticidad que el de las europeas y cae mucho más pronto. No es, por tanto, extraño verlas muchas veces dar de mamar a sus hijos por debajo del brazo o por encima del hombro, porque sus mamas son muy colgantes y tienen siempre el mamelón muy grueso.
      Cuando las mujeres quieren hilar, prepasan el algodón disponiéndolo en forma de larga morcilla del grueso de un dedo, sin torcerlo: después, sentándose en el suelo con las piernas extendidas, toman su huso, que tiene cerca de dos pies de largo, y empiezan a hilar, haciendo dar vueltas al dicho huso sobre la pierna desnuda, pero torciendo poco el hilo, que van arrollando sobre el huso mismo. Cuando han hilado todo el algodón que tenían en el brazo, ponen alrededor de este mismo brazo el hilo que había en el huso, para torcerlo por segunda vez, y lo van reuniendo en la parte inferior del repetido huso. En este estado, y sin ponerlo doble, lo emplean ellas para fabricar sus cobertores y nunca para coser, pues no practican jamás esta operación.
      Estos cobertores o mantas se reducen a una pieza de tela de algodón más o menos grande, según su destino. Aquellas que usan las mujeres de edad no tienen a lo sumo más que la longitud necesaria para cubrirlas desde los hombros a la pantorrilla, y ancho suficiente para dar vuelta y media alrededor del cuerpo. Las fabrican sin telar, disponiendo los hilos entre dos palos separados a proporción de la longitud que ha de tener la manta. Pasan en seguida el hilo a través sin lanzadera, con la sola ayuda de los dedos, e inmediatamente lo aprietan con fuerza con una especie de regla o cuchillo de madera. Tal es la manera de hilar y hacer las telas que emplean todas aquellas naciones de que yo he dicho hacen uso de vestidos tejidos, a excepción de las de la cordillera de Chile, que se fabrican ponchos, porque al menos algunas hacen uso de telares.
      Las mujeres emplean para vestirse una de estas mantas, en que se envuelven del estómago al tobillo y a veces desde los hombros; pero llevan además un trapo de un pie cuadrado, atado con una cuerda y fiio a la cintura, de manera que cuelga delante de las partes sexuales. Los hombres van enteramente desnudos; pero cuando hace frío, y para entrar en las casas de la ciudad, se ponen por los hombros una de estas mantas, para cubrirse, en tanto en cuanto es necesario, las partes anteriores. Otros se ponen una camiseta que no tiene cuello ni mangas y cubre apenas el signo distintivo del sexo. Los hay que se pintan el cuerpo de diferentes colores, a manera de chaqueta, de chaleco y de pantalón, y aunque desnudos del todo, van así por todas partes.
      El barbote es la marca distintiva de los hombres, que llevan además brazaletes, tan diferentes por sus formas como por las materias de que están construidos, no sólo en los brazos, sino en los tobillos.
      A veces se suspenden de las muñecas pezuñas de ciervo, que producen un cierto sonido chocando unas con otras, y llevan tahalíes de hilo de plata o de fragmentos de conchas, donde suspenden una bolsa tan pequeña que apenas cabe en ella una moneda como una peseta. Es verdad que casi no hacen uso de esta bolsa, porque se meten siempre en la boca el dinero que ganan. Llevan sobre la cabeza penachos de plumas, y los que han matado algún enemigo los colocan verticalmente sobre el cerviguillo. Se hacen rocallas de formas y materias muy variadas. Se trazan en la cara y el cuerpo dibujos imposibles de describir y de color diferente, según el capricho de cada uno. No llevan estos ornamentos todos los días, sino cuando les parece, a capricho. Se cortan los cabellos al rape por delante y a la altura de la oreja por los costados, dejando caer en libertad el resto de dichos cabellos y amarrándoselos por detrás con una pequeña correa de piel de mono, pero que conserva su propio pelo.
      Cuando las jóvenes llegan a la época de su primera menstruación dan parte de este acontecimiento a todo el mundo y se aplican las pinturas características de la adolescencia de su sexo. Estas pinturas se reducen a una banda o raya que parte del nacimiento del pelo y se prolonga en línea recta sobre la nariz hasta el extremo de la barbilla, pero exceptuando el labio superior. Además, se ven salir de la raíz de sus cabellos siete o nueve líneas verticales que cortan la frente y el párpado superior. En cada comisura de la boca se pintan dos cadenas paralelas a la mandíbula inferior, terminadas a los dos tercios de distancia de la oreja. Aún se pintan dos eslabones; que salen de cada ángulo exterior del ojo y terminan en la parte superior de la mejilla.
      Todas estas pinturas que emplean las mujeres no son superficiales, como las de los hombres, sino permanentes y de color violeta, porque se pican la piel para que el color penetre interiormente. Algunas de estas mujeres, más coquetas que las otras, se pintan de rojo la cara, el seno y los muslos, y se trazan una cadena parda de grandes anillos en los brazos, desde el puño hasta el hombro; pero estas pinturas no están impresas en la piel y las que son rojas no presentan nunca ningún dibujo.
      Las mujeres, como los hombres, se cortan los cabellos al rape por delante, pero no sobre las orejas, y dejan caer el resto naturalmente, sin sujetárselo nunca. Llevan sortijas, sean de la clase que sean, en todos los dedos; pero no llevan ni collares ni alhajas de ninguna otra especie.
      Sus chozas o sus casas son semejantes a las que ya be descrito. La sola diferencia es que las cubren de juncos que no están tejidos, sino colocados en toda su longitud y cosidos o reunidos con hilos. El deber de las mujeres es hacer esteras, levantar y desmontar las chozas, fabricar mantas y también los pucheros y platos de barro. Estos pucheros están cubiertos de pinturas y dibujos, pero muy mal cocidos. Deben también hacer cocer las legumbres y el pescado algunas veces, pero es raro, porque son los maridos los que preparan la carne y el pescado, yendo también a buscar la leña. Comen de todo, pero las mujeres jamás se alimentan de carne, porque dicen que les hace daño.
      Estos indios se parecen a las otras naciones en que comen cuando tienen gana, escogiendo lo que les agrada entre los alimentos cocidos, sin esperar ni advertir a nadie; en que no hablan ni beben hasta el final de la comida; en que no hacen uso de tenedor ni cuchara, y se mantienen mientras comen a cierta distancia unos de otros, aun entre padres e hijos y marido y mujer; en que para tomar el caldo o la salsa no se sirven más que del índice y del dedo inmediato, y que no obstante lo hacen tan de prisa como si tuvieran una cuchara; en que comiendo el pescado más abundante en espinas no las separan de la carne sino por un movimiento de la lengua y las guardan a los lados de la mandíbula, como los monos, para arrojarlas todas de una vez después de haber acabado de comer, y en que tienen horror a la leche; en que no se lavan jamás las manos, la cara .ni el cuerpo, y no barren nunca sus habitaciones. Saben también encender fuego sin piedra de chispa, como todos los otros indios. Para este efecto hacen dar rápidamente vueltas a un pedazo de palo, del grueso de un dedo, que hacen entrar por un extremo en otro pedazo agujereado al efecto, y le dan un movimiento como el de un molinillo de chocolate, hasta que este movimiento reiterado produce un polvo semejante a la yesca inflamada. Como a todos los otros indios salvajes, nuestra forma de casas les da miedo, ya sea a causa de su oscuridad, ya porque teman que se les caigan encima, y nada del mundo puede reducirlos a pasar en ellas una sola noche.
      El famoso Magache, que en la época de la llegada de los españoles era el cacique de estos indios, no existe ya. El de los sarigués
es el hijo mayor de Cuaty, que yo he conocido personalmente, y que era, con seguridad, tan viejo como Nabidrigué o Cambá, de que he hablado, es decir, que tenía ciento veinte años. En efecto, decía que era ya cacique y estaba casado cuando se empezó la catedral de Asunción. Tenía, como el otro, todos sus dientes, tan blancos y bien ordenados como un europeo de veintiséis años; igualmente conservados estaban todos sus cabellos, de que sólo la tercera parte era blanca. Únicamente su vista se había debilitado. Pero a pesar de esto remaba, pescaba, se emborrachaba y obraba como todos los otros. La primera vez que yo le vi estaba sentado en el suelo, completamente desnudo, y sin molestarse soltó las aguas en plena conversación. El cacique de los payaguás, no más que los otros, no tiene ninguna autoridad ni ninguna marca distintiva, y no recibe ni tributos ni servicios. La nación está gobernada por la asamblea, que se reúne al ponerse el Sol, pero sin poder imponer obligación a nadie, porque el payaguá es absolutamente libre y no reconoce ninguna desigualdad de clases, como no sea la del cacique, que se reduce a nada.
      Siendo todo libre en esta nación, el divorcio lo es también, aunque sea bastante raro. Entonces la mujer va a buscar a su familia, llevándose a todos sus hijos. Se lleva también los materiales de la choza, la canoa y cuanto es de la casa. El marido sólo conserva sus
armas y sus vestidos. Si no hay hijos, cada uno guarda lo que le pertenece. Las indias no buscan ayuda de nadie para dar a luz. Sin embargo, cuando una mujer payaguá está en el trance y se la oye suspirar, o sus dolores duran demasiado tiempo, sus vecinas acuden llevando en la mano cascabeles enhebrados y se los sacuden violentamente sobre la cabeza durante un instante; después la dejan, pero recomienzan si lo creen necesario.
      Apenas la mujer ha dado a luz, sus amigas se colocan en dos filas desde la casa hasta el río, que está siempre muy cerca. Extienden sus ropas a los dos lados, como para interceptar el paso del viento, y la que ha dado a luz pasa por el medio y se arroja al agua para bañarse.
      Los payaguás se parecen a todas las demás naciones indias en que no conocen otra fiesta ni más diversión que la borrachera. El día que destinan a emborracharse no comen nada y beben una enorme cantidad de aguardiente; y se mofan de los borrachos españoles que comen al mismo tiempo, porque dicen que no les queda lugar para la bebida. Los que aún están solteros y que viven, sin trabajar, a expensas de sus padres, no beben jamás aguardiente. Las mujeres no lo beben más que rara vez, y eso si ellas poseen con que comprarlo, porque los maridos no se lo dan jamás; y sin embargo, cuando ellas lo tienen son ellos los que se beben la mayor parte. El hombre borracho va siempre acompañado de su mujer o de un amigo; cuando éstos ven que no puede casi tenerse en pie le llevan a su choza y le hacen sentarse. Entonces el borracho empieza a cantar en voz baja, diciendo: «¿Quién osará ponerse ante mí? Que vengan uno o dos o más: estoy lleno de ardimiento y valor y los haré pedazos.» Repite lo mismo muchas veces, y da luego puñetazos al aire como si se peleara, acabando por caer profundamente dormido. Pero no hay ejemplo de que un borracho coja armas ni haga el menor mal a nadie, ni que insulte a las mujeres, mientras que éstas provocan a sus maridos cuanto les es posible. El motivo para estas fiestas de borrachera se reduce a cualquier pretexto, sea el que sea, o a nada, como antes he dicho.
      Además de estas fiestas particulares celebran otra más solemne y más sangrienta en el mes de junio. Toda la nación toma parte; y es también celebrada por los guanás, los mbayás y todas las naciones siguientes; pero las mujeres y los que no son jefes de familia no participan en ella .
      La víspera los hombres se pintan la cara y todo el cuerpo lo mejor que son capaces y se adornan la cabeza con plumas de colores
y de formas tan extraordinarias que es imposible dejar de admirarse al verlos y también son imposibles de describir. Además cubren con pieles tres o cuatro vasijas de barro y golpean encima con unos palillos más pequeños que la más diminuta pluma de escribir: así es que apenas se oye el sonido a quince pasos. A la mañana siguiente se beben todo el aguardiente que tienen, y cuando están bien borrachos se pellizcan unos a otros en los brazos, los muslos y las pantorrillas, cogiendo la mayor porción de carne que pueden, y se clavan de parte a parte una astilla de madera o una espina de raya de las más gruesas. Repiten de tiempo en tiempo esta operación hasta la noche, de modo que se encuentran todos acribillados del mismo modo, y de pulgada en pulgada, en ambos muslos, ambas pantorrillas y ambos brazos, desde el puño hasta el hombro. Como los payaguás celebran esta fiesta en la ciudad misma de Asunción, capital del Paraguay, y en público, todo el 'mundo va a contemplarlos. Pero cuando se ve que los pinchazos no se limitan a lo dicho, sino que además se atraviesan también de parte a parte la lengua y el miembro viril, las señoras huyen dando gritos agudos; pero las indias, a quienes personalmente interesa, asisten con gran sangre fría al espectáculo.
     Reciben en la mano la sangre que corre de la lengua  y se frotan con ella la cara. En cuanto a la que destila del miembro, la hacen
caer en un agujero pequeño que hacen en el suelo con el dedo. De la sangre que corre de las demás heridas no hacen caso alguno. He visto esta ceremonia durante varios años, y tan de cerca que tocaba al paciente, y puedo asegurar con toda formalidad que no he oído a ninguno hablar ni quejarse, ni he visto en su cara ni en los movimientos de su cuerpo el menor signo de dolor ni sensibilidad. En una palabra, se hubiera dicho que los actores de la escena eran maniquíes. No dan razón alguna de esta costumbre, y dicen ingenuamente que no conocen otra que el deseo de demostrar que son valientes. No se aplican nada para curarse las heridas, que duran largo tiempo y se llenan de pus, que se contentan con exprimir.
      Algunos se bañan en ese estado, y se comprende perfectamente que se les hinche todo el cuerpo y las cicatrices les duren toda la
vida. Como durante el tiempo empleado en la festividad ninguno puede ir a buscar con que vivir, y algunos se quedan imposibilitados de hacerlo durante muchos días, las familias sufren bastante de hambre. Es cierto que todos los indios la soportan mejor que nosotros y mucho más tiempo; pero toman también a la vez una gran cantidad de alimento. En esto se asemejan a las aves de rapiña y a muchos cuadrúpedos carniceros.
      Cuando la tempestad o el viento vuelca sus casas, cogen algunos tizones de su hogar y corren cierta distancia contra el viento, amenazándole con dichos tizones. Otros, para espantar la tempestad, dan numerosos puñetazos en el aire. Otro tanto hacen a veces cuando aparece la luna nueva, pero dicen que esto es sólo para mostrar su alegría, lo que ha dado lugar a que algunos crean que la adoran; pero el hecho positivo es que no reconocen creador, que no hacen adoración ni culto a nada y que no tienen religión alguna. Yo les he hablado diferentes veces de la vida futura: unos dicen que todos las payaguás, después de su muerte, van a un lugar lleno de calderas y de fuego; otros que sólo los payaguás malos van a ese lugar, mientras que las almas de los buenos habitan entre las plantas acuáticas y se alimentan de peces y yacarés .
      Habiéndoles preguntado que por qué no iban al cielo de los españoles, me respondieron que no era posible porqué su origen era
por completo diferente. Quise saber si tenían alguna idea de este primer origen, y me respondieron que no sabían nada; sólo dos me dijeron: «Nuestro primer padre fue el pez que llamamos pacú; el vuestro fue el pez que llamamos dorada, y el de los guaraníes fue un sapo. Por esto vuestro color es más claro y más bello, única ventaja que tenéis sobre nosotros, porque os superamos en todo lo demás; por esto también los guaraníes son ridículos y despreciables como los sapos.»
      El método de sus médicos es el mismo que en todas las otras naciones; pero si el enfermo es una persona de reputación y que paga bien, hacen preparativos mucho más solemnes y grandes. El médico, completamente desnudo, con el cuerpo cubierto de pinturas y con una gran corbata de estopa o de caraguata que le desciende basta la cintura, coge una pipa y la enciende. Esta pipa es un palo, de un pie de largo y el grueso de la muñeca, perforado en toda su extensión, teniendo en uno de sus extremos un pico para aspirar el humo. Coge con la otra mano una calabaza vacía, de dos pies de largo, y formada por la unión de dos calabazas juntas en su longitud. Tiene dos agujeros, uno en cada extremo, el más grande de tres pulgadas de diámetro. El médico sopla por el agujero pequeño humo de tabaco y a continuación baña bien la calabaza, repitiendo la operación tres o cuatro veces. Después se aplica el borde del agujero mayor en el labio superior, cerca de la nariz, de modo que pueda abrir libremente la boca en medio de este agujero, y grita de modo que da a su voz sones variados y muy extraordinarios; pero no se comprende nada y el operador dice que son cosas que espantan la enfermedad. Continúa este manejo durante algún tiempo, y a veces durante dos horas, golpeando el suelo con el pie derecho y haciendo a la vez contorsiones a derecha e izquierda, inclinándose sobre el enfermo, que está tendido en el suelo, de espaldas y descubierto. En fin, se sienta a su lado, le pasa la mano por el estómago, friccionándolo durante unos momentos, y chupa luego con fuerza extraordinaria; a veces, deteniéndose, se escupe en la mano y muestra alguna piedrecita, algunas gotas de sangre o alguna espina. (Tiene estas cosas en la boca preparadas para hacer creer que saca la enfermedad del cuerpo del paciente.) En general los payaguás, así como todos los indios salvajes, están persuadidos, o al menos inclinados a creer, que el médico conoce y puede curar toda clase de enfermedades y que nadie moriría si el médico quisiera curarlo.
      Esto es lo que dicen los mismos médicos, y procuran persuadir de ello para hacerse pagar bien y ser considerados en la sociedad.
En efecto, lo consiguen, y algunas personas aseguran que las primicias de todas las vírgenes son para los médicos. Para ejercer esta profesión basta hacer creer que se tiene la habilidad necesaria, y lo es generalmente el más borracho y el más holgazán. Si quisiéramos deducir de aquí el primer origen de la medicina, diriamos que se considera a las enfermedades como gases o espíritus que se introducen en el cuerpo sin que lo advierta el paciente, y que los primeros médicos fueron charlatanes que hicieron creer que tenían el talento de extraer ese gas por la succión. El fondo de su medicina está en no dar a los enfermos más que legumbres o frutos, en pequeña cantidad. Resulta, como entre nosotros, que la mayor parte de los enfermos se curan, lo que da fama a los médicos, y los demás enfermos sucumben a la última enfermedad. Pero si muere muy de prisa, los demás salvajes se enfurecen con el médico y le dan una paliza y a veces le matan.
      Los payaguás, como todas las naciones salvajes, son de larga vida. Yo he visto, en efecto, muchos muy viejos, entre ellos los caciques Nabidriqui y Cuaty, que tenían ciento veinte años. Aunque se crea comúnmente en Europa que el exceso de aguardiente impide llegar a viejo, todos estos indios son borrachos en sumo grado; no obstante, yo no dudo de que su vida sea más larga que la nuestra, así como la de los negros; recientemente una negra nacida en el Paraguay y transportada a. Tucumán ha muerto allí a la edad de ciento ochenta años. Como quiera que sea, los indios salvajes gozan de una perfecta salud. Yo jamás observé que ninguno tuviera el mal venéreo, ni que los españoles que han tenido comercio con mujeres indias salvajes hayan adquirido esta enfermedad. Pero aunque he observado que es muy rara entre los guaraníes sometidos o cristianos, es cierto que los españoles que tienen comercio con las mujeres de estos indios contraen ordinariamente un mal venéreo muy difícil de curar y que no se manifiesta, como en Europa, en las glándulas del cuello, sino más bien en la nariz; de modo que yo estoy inclinado a creer que este mal procede de la mezcla de razas extremadamente diferentes y que no se conocía en América antes de la llegada de los españoles.
      Apenas muere un payaguá, las viejas lo envuelven. con sus adornos y sus armas, en su manta o camiseta, y la familia alquila un
hombre para llevarle al cementerio. Este hombre, así como los suyos, puede conservar lo que quiera de los efectos del difunto, porque los payaguás no son en esto tan escrupulosos como los otros indios. Aún no hace mucho tiempo que enterraban sus muertos sentados, con la cabeza fuera de la fosa, pero cubierta con una gran campana o pote de barro cocido. Han aprendido de nosotros a enterrarlos enteramente en toda su longitud, cosa que hacen por miedo de que los tatuejos y los cerdos salvajes devoren los cadáveres, corno antes sucedía. Tienen cuidado de arrancar las hierbas sobre las sepulturas, barrerlas y cubrirlas con chozas semejantes a las que habitan, y poner sobre la tumba de los hombres a quienes querían una multitud de campanas o de vasos de barro cubiertos de pinturas, unos sobre otros y con la abertura hacia abajo. Los hombres no hacen nunca duelo por motivo ninguno, y en cuanto a las mujeres, se reduce a llorar durante dos o tres días por su padre o su marido; pero si ha sido muerto por los enemigos o un hombre de gran reputación, lo lloran más tiempo, dando vueltas, llorando día y noche, alrededor del pueblo.
      Los payaguás no conocen cultivo alguno y son solamente marineros. Las canoas, qué ellos mismo construyen tienen diez a veinte pies de largo; su mayor anchura es de dos a cuatro palmos a los dos tercios de longitud, a contar de la proa. Ésta es muy aguda y la popa casi lo mismo. El remo tiene nueve pies, cuya extremidad, que es muy aguda, forma el tercio. Reman en pie sobre el extremo de la popa, pero se sientan en el medio de la canoa para pescar con sedal, y se dejan arrastrar por la corriente del río. Algunas veces sucede que la canoa zozobra cuando se meten en ella grandes pescados que se debaten mucho. Entonces se ve con sorpresa que estos indios, no teniendo el agua más que hasta el pecho, aunque haya seis varas de profundidad, manejando su canoa como un tejedor de lanzadera, vacían toda el agua en menos de tres minutos y saltan dentro de nuevo, sin perder jamás el sedal, el remo, ni el pescado, ni el arco, ni las flechas, ni nada de lo que tenían.
      Para ir en son de guerra se colocan en pie seis o siete a lo largo de cada canoa, y remando todos a la vez la hacen marchar tan de
prisa que avanzan seguramente más de siete leguas marinas por hora. El bichero puede servirles de lanza, según es de largo y puntiagudo, pero tienen además la macana o palo que he descrito previamente, arcos de siete pies y flechas de cuatro y medio, que llevan en haces, sin usar carcaj. Manejan estas armas con gran destreza, y cuando quieren proporcionarse un ave o un pequeño animal vivo ponen en la punta de la flecha algo para amortiguar el golpe, a fin de aturdirlo sin matarlo. Matan en la guerra a todos los hombres adultos y no conservan más que las mujeres y los niños, lo mismo que hacen las  otras naciones salvajes. Procuran siempre obrar por sorpresa y no alejarse del río, porque si se alejaran serían vencidos por las otras naciones que pelean a caballo.
  
      GUAICURÚS._Esuna de las naciones más famosas en las historias y en las relaciones de estas regiones. Era también una de las más numerosas, y yo creo que la más fiera, la más fuerte, la más guerrera y la de más alta talla. Habitaba el Chaco, casi frente a Asunción, capital del Paraguay; su lenguaje era muy gutural y diferente de todos los demás; no cultivaba la tierra y vivía de la caza. De esta nación tan orgullosa y tan poderosa no queda hoy más que un solo hombre, el mejor proporcionado del mundo, que mide seis pies y siete pulgadas de alto. Tiene tres mujeres, y para no estar en tan grande soledad se ha reunido a los tabas, de que ha adoptado el traje y la manera de pintarse. El deplorable exterminio de esta valiente y soberbia nación no procede sólo de la guerra continua que no ha dejado de hacer a los españoles y a los indios de todas clases, sino también de la costumbre bárbara adoptada por sus mujeres, que se hacían abortar y sólo conservaban a su último hijo. (Véase lo que antes he dicho de los mbayás.) Se debe también presumir que es entre los guaicurús donde este uso inaudito ha tenido su origen antes que ninguna nación lo conociera; esto es, al menos, lo que hace pensar su destrucción total, y lo que hay de seguro es que está costumbre le era desconocida en otro tiempo.
      Para formarse una idea del efecto destructor de esta execrable costumbre basta pensar que el producto de ocho casamientos sólo
será de ocho hijos. Según las reglas de probabilidades de duración de la especie humana, sólo cuatro llegarán a los ocho años y de estos cuatro sólo dos pasarán de los treinta. ¿Qué pasará cuando no se críe más que un solo hijo, que formará la segunda generación? Siendo la primera de ocho, resulta que disminuyen las generaciones en progresión geométrica, que es en razón de ocho a uno. Resulta, pues, que las naciones que siguen este uso desaparecerán pronto de la superficie terrestre. ¡Qué lástima ver exterminarse así, por sí mismas, las naciones de la mayor talla, las más fuertes, mejor proporcionadas y más bellas que haya en el mundo! Lo más doloroso es que no veo posibilidad de poner remedio. Yo creía que el amor de los padres, y sobre todo de las madres, por sus hijos, procedía de la Naturaleza misma, y que la fuerza de este sentimiento era tan imperiosa que ningún ser viviente dejaba de poseerlo en grado supremo; pero estos indios demuestran que hasta esta regla tiene sus excepciones.
      LENGUAS.-Esta nación se da a sí misma el nombre de juiadgé; los payaguás la llaman cadalu; los machicuyus, quiesmagpipo; los enimagas, cochaboth; los tabas y otros indios, cocoloth; y los españoles los llaman lenguas, a causa de la forma particular de su barbote. Las relaciones y las historias la confunden ordinariamente con la nación guaicurú, pero es muy diferente de todas las demás. Vivía errante en el Chaco y en la vecindad de los guaicurús, y era una de las naciones más respetadas y formidables, orgullosa, presuntuosa, feroz, vengativa, implacable y tan holgazana que no conocía más ocupaciones que la caza y la guerra. Sus armas eran las mismas que las de los mbayás, es decir, una lanza, una maza y algunas flechas. Montaban también sus caballos en pelo y tenían gran cuidado de los que estaban destinados al combate. En la guerra procuraban sorprender al enemigo, pero no dejaban de atacarlo de, frente, como  hemos visto en los mbayás, y mataban a todos los hombres adultos, no respetando sino las mujeres y los niños. He hablado de esta nación como si no existiera, porque, a la verdad, está a punto de expirar. En 1794 no estaba compuesta más que de catorce hombres y ocho mujeres, de todas edades, lo que da un total de veintidós individuos. De estos indios cinco se habían establecido con don Francisco Amansio González, siete se habían reunido a la nación pitilaga, y el resto, a los machicuys. Estimo su talla media de cinco pies y nueve pulgadas, y sus proporciones son las más bellas del mundo. Se cortan los cabellos por delante a la mitad de la frente, y el resto a la altura del hombro, sin atárselos nunca. Desde que nacen les agujerean las orejas, y se meten en el agujero sucesivamente, durante todo el curso de su vida, trozos de madera, cada vez mayores, resultando unos agujeros tan grandes que a la vejez forman círculos de más de dos pulgadas de diámetro, y que las orejas les caen sobre los hombros, de manera que cuesta trabajo creer que las orejas y el agujero que las perfora hayan tomado tal desarrollo. En esto se parecen a las mujeres aquitedechidagas, de que antes he hablado.
      En todas las naciones indias el barbote caracteriza al sexo masculino. El de los lenguas es singular en extremo. Se reduce a un semicírculo de dieciséis líneas de diámetro, formado por una pequeña lámina de madera, que introducen diametralmente en un corte horizontal que se hacen en el labio inferior y que penetra hasta la raíz de los dientes; de manera que a la primer ojeada se diría que tienen dos bocas y que la lengua les sale por la inferior; esto es lo que ha dado origen al nombre de lenguas, porque este pedazo de madera o barbote tiene el aspecto de una lengua, y como no puede ajustar nunca perfectamente al corte, resulta que caen de él constantemente saliva y baba, que le dan un aspecto asqueroso. Este corte es muy pequeño en los niños, pero no cesan de aumentarlo durante toda su vida metiendo sucesivamente láminas cada vez mayores.
      Los lenguas no entienden una palabra del lenguaje de todos los otros indios, lo que prueba que el suyo es totalmente diferente. Sobre esto me he fundado siempre para decir que en todas estas naciones hay un lenguaje particular que no tiene relación con el de ninguna otra. Don Francisco Amansio, de quien ya he hablado, dice lo mismo; es más, cree que el lenguaje de los lenguas no está falto de elegancia ni de precisión, pero su pronunciación es nasal y gutural y extraordinariamente difícil. En cuanto a los otros usos de que no hemos hablado aquí, se parecen a los mbayás, incluso en los trajes; sólo que carecen por completo de caciques.
     No reconocen culto, ni divinidad, ni leyes, ni jefes, ni obediencia, siendo libres en todo. Emplean entre sí una singular fórmula de
urbanidad cuando ven a alguien después de algún tiempo de ausencia. He aquí a lo que se reduce: los dos indios derraman algunas
lágrimas antes de decirse una sola palabra; obrar de otro modo sería un ultraje o al menos una prueba de ser visita desagradable. Aunque no se pintan el cuerpo tanto como los payaguás, celebran las mismas fiestas y se emborrachan igualmente. No cultivan la tierra, siendo la guerra su única ocupación, juntamente con la caza y el robo, que practican apoderándose de los ganados pertenecientes a los españoles. La destrucción de esta nación procede igualmente de que todas las mujeres han adoptado la costumbre de matar a sus hijos haciéndose abortar, a excepción del último, de la misma manera que los mbayás. Las mujeres de los lenguas se abstienen igualmente de carne y de todo alimento susceptible de contener grasa, cuando tienen su enfermedad periódica, así como tres días después de dar a luz. Durante el parto no las asiste nadie, y a continuación de él no dejan de hacer sus trabajos ordinarios.
      No dan a sus enfermos más que agua caliente, frutos o alguna otra bagatela, y si no se curan en seguida los abandonan por completo y los dejan morir. Tienen tal horror a los muertos que no dejan nunca a nadie morirse en sus chozas o casas. Cuando se figuran que uno va a morir lo cogen por las piernas y lo arrastran a unos cincuenta pasos. Lo colocan de espaldas, y la parte posterior, sobre un agujero hecho expresamente para que haga sus necesidades. De un lado le encienden fuego y de otro. le dejan un cacharro lleno de agua, por si tiene sed. No le dan nada más, si bien se aproximan con frecuencia, no para socorrerle ni hablarle, sino para ver desde lejos si se ha muerto.
      Tan pronto como el enfermo ha expirado, algún indio, pagado por los parientes, o algunas viejas, lo envuelven, sin perder un instante, en su cobertor de tela o de piel, con sus adornos y trajes, se le coge por los pies y se le arrastra a una centena de pasos o hasta que se cansan, se cava una fosa y se le entierra de manera que apenas queda cubierto. Los parientes lloran durante tres días, pero ni ellos ni ningún otro pronuncian nunca el' nombre del muerto, aunque refieran algunas de sus más notables acciones. Lo más extraordinario es que a la muerte de cualquiera de ellos todos cambian de nombre; de modo que en toda la nación no queda ninguno de los antiguos nombres. Cuando uno de ellos muere dicen que la muerte estaba en su casa y que se llevaba la lista de los que vivían, para volver a matarlos en seguida, y que cambiándose el nombre la muerte no los encontrará e irá a buscar a otro lado.
      MACHlCUYS.-Así denominan los españoles del Paraguay a una nación que se llama a sí misma cabanathaith y que los lenguas conocen con el nombre de marcoy . Habita en el interior del Chaco, a orillas de un riachuelo que llaman Lacta y Nelguata; y que se reúne al río Pilcomayo antes de su unión con el Paraguay. No obstante, no siempre se verifica esta reunión, porque antes se pierde en los terrenos inundados. Su lenguaje es no sólo nasal y gutural y diferente de todos los otros, sino que además las palabras son tan largas y tan llenas de síncopas y diptongos, que don Francisco Amansio González, que ha procurado aprenderlo de los indios que tenía consigo, está admirado de que sus hijos mismos puedan llegar a hablado.
      La nación está dividida en diecinueve hordas o pueblos, de que es imposible pronunciar los nombres, y menos aún escríbirlos. Los pondré, sin embargo, aquí lo mejor que pueda y tal como mi oído ha podido coger los sonidos; pero no dudo de que si se dictan a veinte personas, todas convendrán en que es imposible escribirlos, y si quisieran  hacerlo, cada una lo ejecutaría de un modo diferente. La primera, quiomoguigmon, está subdividida en tres; el cacique principal se llama Aubuyamadimon; la segunda se llama cabañathaith; la tercera, quiesmanapon; la cuarta, quiabtmalaba; la quinta, cobayte; la sexta, cabastigel; la séptima, emegsepop; la octava, quioeyeé; la novena, quiomomcomel; la décima, quiaoguaina; la oncena, quiaimmanagua; la doce, quiabandelmayesma; la trece, quiguailyeguaypon; la catorce, siquietiya; la quince, quiabunapuaesia; la dieciséis, ycteaguayenene; la diecisiete, painuhunguié; la dieciocho, sanguotaiyamoctac, y la diecinueve, apieguhem.
      Cuatro de estas hordas, que pueden formar doscientos hombres de armas, van a pie y carecen en absoluto de caballos; pero las otras, en número de cerca de mil guerreros, tienen una gran cantidad de caballos y montan en pelo, como he dicho de los mbayás y de los lenguas. Una de estas hordas habita en cavernas excavadas por ella; son pequeñas y muy sucias, no recibiendo la luz más que por una pequeña puerta, o más bien una abertura que ni siquiera tienen con qué cerrar. Encienden el fuego fuera. Las otras hordas construyen sus tiendas o chozas portátiles con mantas, como los lenguas, a los que no ceden ni por su talla, ni por sus formas, ni por su fuerza, ni por la elegancia de sus proporciones. Se les asemejan también por el tamaño de sus orejas, por la costumbre de tener caciques, por sus fiestas, por sus borracheras y por todos sus usos. Es necesario comprender entre ellas la costumbre que tienen todas las mujeres de hacerse abortar constantemente, excepto en su último embarazo, del modo que hemos explicado.
      Pero difieren en que su barbote es semejante al de los charrúas y otros que hemos descrito. y en que sólo hacen la guerra para defenderse o para vengar las injurias, porque son muy vindicativos, como todo indio. Su manera de hacer la guerra es semejante a la de los lenguas; tienen las mismas armas; matan, como ellos, a todos los hombres adultos y sólo conservan los niños y las mujeres. La caza y algunas ovejas que crían son sus principales medios de subsistencia; no obstante, hacen aún más uso de los productos de su agricultura, que, como la de los guanás, consiste en maíz, cazabe, judías y otros frutos del país. No hace mucho que se han procurado algunos perros, y los quieren tanto que les permiten de tiempo en tiempo comerse alguna oveja.
      ENlMAGAS._Con ste nombre se conoce en el Paraguay una nación de indios que se llama a sí misma cochaboth, y que los machicuys llaman etaboslé. Según una tradición conservada por los enimagas, esta nación estaba dividida en dos bandas en la época de la llegada de los españoles. Habitaban la orilla austral del río Pilcomayo, en la parte más interior del Chaco. Se dice que antes de esta época tenían en una especie de esclavitud a los mbayás; pero como estos indios eran extraordinariamente altaneros, orgullosos y feroces, y declaraban la guerra a todo el mundo, excepto a la nación guentusé, sufrieron grandes pérdidas y su número disminuyó considerablemente. Los mbayás se aprovecharon para abandonarlos, escapándose hacia el Norte. Viéndose los enimagas debilitados hasta este punto, hicieron la paz y se incorporaron a los lenguas, de que habían sido anteriormente aliados y amigos. Pero esto no les impidió hacer la guerra a todos los otros, de manera que sus pérdidas continuas han forzado a una de sus hordas, reducida a ciento cincuenta hombres de armas, a abandonar su país para ir a establecerse hacia el Norte, a orillas de un río que atraviesa el Chaco y se reúne al Paraguaya los 24° 24' de latitud, y que ellos llaman Flagmdgmegtempelá. La otra división, que no estaba compuesta más que de veintidós hombres, contando el número correspondiente de mujeres, se ha retirado a vivir con don Francisco Amansio González, que les proporciona carne para su alimento.
      Aunque el lenguaje de los enimagas sea diferente del de los lenguas, de manera que no se entienden los unos con los otros, González encuentra cierta relación entre la construcción de sus frases. Este lenguaje es muy gutural y muy difícil. Vestidos, adornos, talla, color, todo es como en los lenguas, y es inútil repetir estos detalles. En efecto, la sola diferencia es que su barbote se asemeja al de los machicuys y otros muchos indios y que las mujeres no han adoptado la costumbre de hacerse abortar. Van a caballo y están armados como los lenguas. Su subsistencia procede hoy de, la caza y un poco de agricultura, que se practica por sus esclavos. Parecen más inclinados al divorcio que ninguna otra nación de indios. En efecto, yo conocí uno que a los treinta años de edad había repudiado ya seis mujeres y tenía la séptima.
      GUENTUSÉ._Esta nación habitaba en otro tiempo el Chaco, frente a los enimagas, de los que han sido y son aún amigos tan fieles, que han abandonado su patria para seguirlos en su emigración y se han fijado, al lado de ellos, cerca del río de Flagmagmegtempelá, de que hemos hablado. Está dividida en dos hordas, que pueden formar aproximadamente trescientos hombres de armas; pero no son inquietos y no hacen más guerra que la defensiva. Su idioma parece ser una mezcla de los de los lenguas y los enimagas, lo cual procede sin duda de las relaciones continuas que han tenido con los dos pueblos. Por lo demás, sus formas, su talla y sus usos son los mismos que entre los lenguas; pero las mujeres no se hacen abortar. Su barbote se parece al de los enimagas y de la mayor parte de los indios. No conocen jefes, ley, ni religión, etc.
       Viven de la agricultura y de la caza; pero no se crea que estos indios emplean animales ni arados para sus ocupaciones de los campos, porque no hacen uso de otros instrumentos que palos puntiagudos que les sirven para hacer agujeros donde meten el grano o semilla. Con esto puede formarse una idea de su agricultura. Los guanás, que sobrepujan a todos los otros en este arte, se sirven de omóplatos de buey o de caballo enmangados en un palo, a modo de pico. Como estas naciones, aun las agrícolas mismas, son más o menos errantes, los indios siembran en cualquier parte donde pasan lo que se les ocurre, y luego vuelven para hacer la recolección.
      TOBAS.-Así denominan los españoles a esta nación, llamada por los enimagas y los lenguas natocoet y yucdnabacté. Puede estar compuesta de quinientos guerreros, que habitan el Chaco entre el río Pilcomayo y el Bermejo. Su lenguaje es muy diferente de todos los otros, muy gutural y muy difícil; pero como son vecinos de los pitilagas y los ven y los frecuentan mucho, emplean las mismas frases y los mismos giros. Se parecen a los payaguás por sus orejas, su barbote y su costumbre de criar a todos los niños; pero tienen más relación con los lenguas en lo que se refiere al use de caballos, talla, proporciones, libertad, igualdad, ignorancia de la divinidad, de la religión y de las leyes. Otro tanto digo de todos sus usos, de su fuerza, de su pereza y de su manera de alimentarse, que se reduce a la caza. Pero tienen además algunos rebaños, poco considerables, de vacas y de ovejas. Los jesuitas, otras Órdenes y varios gobernadores han formado con frecuencia poblados de estos indios, pero ninguno ha subsistido.
      PITILAGAS._Esta nación está compuesta de doscientos guerreros, que viven en un solo pueblo, no lejos del río Piicomayo, y de indios tobas, en un distrito que posee algunas lagunas saladas. Ya he dicho que su lengua gutural, nasal y difícil, tenía las mismas frases y los mismos giros que la de los tobas. En cuanto a lo demás, se parecen en todo a los mismos tobas, que acabamos de describir, y a los que se reúnen ordinariamente para pasar el Paraguay e ir a robar caballos y rebaños de los españoles en esa región.
      AGUILOT._Así llaman los enimagas a esta nación, a la cual los españoles no han dado nombre todavía. El número de sus guerreros no pasa de ciento. Habitan en el interior del Chaco, en las orillas del río Bermejo, pero hace cerca de diez años que abandonaron su país para ir a incorporarse a los pitilagas. Yo presumo que esta nación no es, esencialmente diferente de la de los moncobys, porque su lenguaje es el mismo, aunque mezclado de frases y expresiones del idioma toba. Es posible que esta mezcla provenga de su trato recíproco y no de una relación de origen. Sea lo que sea, su talla, sus formas y sus costumbres se asemejan en todo a las de los moncobys, y, como ellos, no tienen ni religión, ni jefes, ni leyes.
      MONCOBYS._Esta nación, fiera, orgullosa, guerrera y temible tanto como perezosa, se divide en cuatro hordas principales, que todas juntas pueden formar dos mil guerreros y que habitan las orillas del río Bermejo o Ipitá, en el interior del Chaco. No conoce la agricultura y no vive más que de la caza y de la carne de algunas vacas y carneros, de que posee rebaños, sin contar los animales que anualmente roba a los españoles del Paraguay, de Corrientes y de Santa Fe. Su lenguaje es enteramente diferente de todos los otros, original y dificil, Y nos es imposible escribirlo con nuestras letras, así como todos los que tienen la pronunciación nasal y gutural. Yo estimo que su talla media es de cinco pies y seis pulgadas. En cuanto a sus proporciones, son bellas y anuncian gentes robustas. Montan bien a caballo, siempre en pelo, como los lenguas, los tabas, etc., y sus armas son las mismas, es decir, una lanza y una maza, y flechas cuando combaten a pie. Matan a todos los hombres adultos de sus enemigos y sólo conservan las mujeres y los niños.
      Se parecen a los otros indios por el color, la gravedad de la cara y todas Ias cualidades de que antes he hablado. No conocen ni divinidad, ni religión, ni culto, ni jefes, ni leyes obligatorias. Sus médicos, sus caciques, sus casamientos, sus borracheras, sus chozas o casas, su barbote, sus trajes y sus pinturas son absolutamente los mismos; pero sus mujeres, además, se trazan muchos dibujos diferentes sobre el seno. Se ha tratado en todo tiempo de civilizar y colonizar a esta nación, que tanto ha molestado a los españoles por sus robos de ganados. Se han gastado, en diversas épocas, y lo mismo en mi tiempo, sumas inmensas para este efecto, y se han formado muchos poblados con estos indios; pero todos han desaparecido y no subsisten más que tres del lado de Santa Fe, que son: San Javier, San Pedro e Inispín. Veremos en el capítulo XN que ninguno de ellos se ha civilizado ni es cristiano, cuando yo explique lo que son estos poblados y cómo se forman.
      ABIPONES._Los antiguos españoles dieron a los indios de esta nación el nombre de mepones; los indios lenguas los llaman ecusgind, y los enimagas los llaman quiabdnabaité. Habitaban hacia los 28° de latitud, en el Chaco, y su idioma era diferente de los otros, difícil, nasal y gutural. Hacia el comienzo del último siglo los abipones se empeñaron en una guerra cruel con los mocobys, a los cuales no cedían ni en orgullo, ni en fuerzas, ni en talla; pero corno eran mucho menos numerosos, se vieron precisados a implorar la mediación y protección de los españoles. Éstos les fundaron algunas reducciones o poblados, cuyo cuidado confiaron a los jesuitas. Hoy no existe más que una sola, es decir, la de San Jerónimo, establecida en regla en 1748. Pero como es difícil que la venganza de los indios se extinga, la guerra continuó, con más o menos ardor, y una parte de los abipones se expatrió y pasó el río Paraná para formar en 1770 el poblado de Las Garzas. Yo he pasado por este lugar, y según supe por el cura y luego por otras personas, estos abipones están hoy en el mismo estado que los de San Jerónimo, es decir, sin cristianismo ni civilización y conservando casi todas sus antiguas costumbres. Observé al primer golpe de vista que la mayor parte de ellos se arrancaban las cejas, las pestañas y el pelo del cuerpo; que se cortaban al rape una faja de cabellos desde la frente hasta lo alto de la cabeza, y las mujeres llevaban pintada, de un modo indeleble, una pequeña cruz de brazos iguales en medio de la frente; cuatro líneas horizontales y paralelas sobre la nariz, en el nacimiento de las cejas, y a cada lado dos líneas que parten del ángulo exterior del ojo. Los abipones se asemejan a las demás naciones en todo lo que anteriormente he dicho: por su manera de emborracharse y de celebrar las crueles fiestas antes descritas; por sus médicos y manera de tratar a los enfermos; en que no conocen ni divinidad, ni religión, ni ley, ni obligación; por el barbote, las chozas o casas, los caciques, los trajes, los adornos, las pinturas y el casamiento; por la manera de tratar a sus esclavos y el horror por los muertos. Este horror es tal, que no dejan los cadáveres un instante en la choza y los llevan en seguida al cementerio; cavan una fosa poco profunda, y entierran al difunto con todo lo que le pertenecía, a fin de que no quede nada que pueda recordar su memoria; y con la misma idea matan sobre la tumba los caballos de que el indio se servía con más frecuencia. Si la persona ha muerto en un paraje muy alejado del cementerio hacen lo que antes he dicho. Pero como tienen mucho comercio con los españoles hay muchos que no llevan barbote (aunque tengan en el labio el agujero destinado a colocárselo), y que, en lugar de mantas de algodón, llevan ponchos de lana, así como sombreros, que les dan los españoles o que ellos mismos se procuran. Algunas mujeres se visten como las españolas pobres, no se afeitan por encima de la frente y se dejan crecer las cejas.
      VILELAS y CHUMIPIS._Yo no sé de estas dos naciones más que lo que me han dicho los lenguas y los enimagas, es decir, que habitan en el Chaco, en los alrededores de la ciudad de Salta, al sur del río Bermejo; que son muy pacíficos, viven de la caza y de la pesca, y principalmente del cultivo de la tierra, y que cada una de ellas no posee más que un poblado, compuesto aprbximadamente de cien guerreros; que su lenguaje no tiene relación alguna el uno con el otro y que tampoco la tiene con el de las otras naciones.
      XARAYES._En la época de la llegada de los españoles esta nación vivía en un paraje bajo e inundado que los portugueses llaman aún Matogroso. Su población era poco considerable; su talla, grande, anunciaba la fuerza; su lenguaje era diferente del de los otros. Eran tan pobres como todos los indios salvajes. Los. hombres iban enteramente desnudos y en lugar del barbote se metían en el agujero del labio inferior la corteza de un gran fruto. Las mujeres no se cubrían más que las partes sexuales y se trazaban sobre la cara muchas rayas y dibujos indelebles. Yo supongo que estos indios son los mismos a que los portugueses dan hoy el nombre de bororos. He aquí los únicos datos que tengo seguros de esta nación, porque todo lo demás que se encuentra relativo a su imperio, sus cualidades y a su misma situación, en las historias, en las relaciones antiguas y aun modernas, es enteramente falso.
      Había además al oeste del río Paraguay, en la provincia de Chiquitos, muchas naciones indias diferentes unas de otras, poco numerosas, pero hablando lenguas muy distintas. Estas naciones estaban enclavadas entre varios pueblos pequeños de guaraníes salvajes. Todas han sido sometidas o civilizadas por los españoles de Santa Cruz de la Sierra, y por los jesuitas, en la provincia de Chiquitos, de que antes hemos hablado.

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