Tercera parte

Del libro segundo de la pícara romera

 

Capítulo primero

De la mirona gustosa


NÚMERO PRIMERO

De la mirona fisgante

ESDRÚJULOS SUELTOS CON FALDA DE RIMA

Suele en el verano el blando céfiro

hacer entre las yerbas varios círculos,

éntrase penetrando hasta lo íntimo,

queriéndolas haber con los antípodas;

no pudiendo bajar, sube al empíreo,

no pudiendo subir torna a lo ínfimo;

anda, vuelve y revuelve, y desde el ártico

da vuelta general hasta el antártico.

El necio, cuando oye tal estrépito,

teme como si fuera ruido bélico,

el sabio dice que es cosa utilísima,

pues los terrestres, aéreos y acuátiles,

en él tienen contra el mal antídoto,

gusto, regalo, esfuerzos, ánimo;

sólo el enfermo dice ser mortífero

el dulce viento, a los sanos salutífero.

Así, Justina, hecha un blando céfiro,

con pies, ojos y lengua hace mil círculos,

apodos da, que penetra hasta lo íntimo,

sus ojos son zahorís de los antípodas:

lo que encarece, súbelo al empíreo,

lo que vitupera, abátelo a lo ínfimo,

anda, vuelve, revuelve, y desde el ártico

no deja cosa intacta hasta el antártico.

Oyóla un necio y hizo tal estrépito,

cual si resonar oyera rumor bélico,

mas ella prueba ser cosa utilísima,

trayendo a cuento (¿qué piensas?) los acuátiles,

y concluye que las gracias son antídoto

contra el daño, y en las penas ponen ánimo,

que sólo un necio siente ser mortífero

aquello que llama el cuerdo salutífero.

 

D

 

icen que la vista es el sentido más noble de los cinco corporales, y por esta causa los philósofos le dan muy honrosos epítetos. Y he oído que Aristóteles dijo ser la vista la más noble criada del alma y la más fiel amiga de las sciencias; y Platón la llamó espejo del entendimiento; Séneca, arcaduz de bienes; Cicerón, mina de tesoros; Eurípides, llamó los ojos los galanes del alma; Teseo, escuderos de la voluntad; Menandro, espejos de la memoria; los excelentes griegos, reyes de lo criado; los poetas los llaman aljófares, perlas, cristales, diamantes y estrellas. Estos diz que lo dicen; véanlo allá, que si la cota saliere falsa, no seré yo la primera que creo en cotas que no son a prueba.

Así que todos convienen en que no hay gozo sin vista, y que con ella todos los gustos son tributarios del alma. Por mí digo que esto de ver cosas curiosas y con curiosidad es para mí manjar del alma, y, por tanto, les quiero contar muy de espacio, no tanto lo que vi en León, cuanto el modo con que lo vi, porque he dado en que me lean el alma, que, en fin, me he metido a escritora, y con menos que esto no cumplo con mi oficio. Y noten que cuando les parezca que mormuro, me aguarden, no me maldigan luego. Espérenme, que, cuando no piensen, volveré con la lechuga, que aunque sea para con tocino no es mala, y hecha la cuenta, verán que torno más honra que la que debo, que no pretendo disgustar a nadie ni llevar lo bien ganado.

Como digo de mi cuento, yo entré en León, caballera en mi borrica, por la puente que llaman de San Marcos, que es el nombre de un ilustre convento de los señores freiles de Santiago, a cuyas paredes está arrimada la puente. Esta casa, según me pareció, tenía muy buena habitación, si se toma en las sillas del choro, que son tan buenas como yo pienso que serán las celdas en que han de vivir, cuando las hicieren. También la iglesia está muy buena. Es muy sumptuosa, capaz, exenta, costosa, alta, anchurosa, desenfadada, grave y galana; sino que yo quisiera que la volvieran lo de dentro a fuera, como borceguí, y si así estuviera, estuviera al derecho. Dígolo porque noté que lo más delicado de la obra, lo más primo y más costoso y la imaginería de canto más delicada y más subtil la pusieron hacia fuera, al oreo de viento y agua, y lo más llano hacia dentro. Yo no sé qué fundamento tuvieron los artífices para hacer un tuerto tan contra derecho. Esta misma cuestión se movió estando yo presente, y sobre cuál hubiese sido la ocasión de traza semejante, daban mis compañeros los romeros varios pareceres.

Y no se espanten, que ya han prescripto los holgazanes en dar sus votos sobre toda architectura y perspectiva, y aun los pícaros no admiten cuento que sea de menos estofa que la toma de la Goleta, y cuando mucho quitan del precio, consienten, de por amor de Dios, que se cuente a la ligera un poco del señor don Juan de Austria, con censo de que al mejor tiempo se le ponga silencio para que se trate de mayores cosas. Así que comenzaron a discurrir mis camaradas en esta cuestión, que, a caer entre pícaros, la llamaran de vos, sin permitirla sentar. Pero romeros comen de todo.

          El primer voto, sin duda galano, fue decir:

_Mirad, esta iglesia, como está tan junto al río, débenla de lavar a menudo, y ahora, como la han puesto a secar, sécanla por el derecho, que en estando enjuta, volverán la haz hacia dentro, como a ropa seca.

Otro dijo:

_No es eso, sino que esta iglesia la fundó gente charitativa, y viendo que todo el aire burgalés, que es el dañoso, había de entrar por esta parte, pusieron hacia fuera la imaginería, para que tocando el aire en ella se purificase de pestilencia.

Devota contemplación, por cierto, pero a mí no me cuadró, porque si esto pretendieran, no habían de haber puesto, entre otras santas imágines, algunas medallas que allí hay de mozas tan pecadoras como yo y otras como yo.

Otro dijo que, como aquella casa se ha mudado tantas veces, a la iglesia se le antojó también, y no se le amañando jornada más larga, se volvió lo de dentro a fuera, que fue encamisada de las más galanas que yo he visto.

A lo menos, si es así que desde principio la fundaron aquella casa como ahora está, una queja tenemos los forasteros de los señores tracistas, y es que, sin duda, fiaron poco de nuestra devoción y curiosidad, pues creyeron que no tendríamos flema para entrar adentro a ver lo bueno, si lo pusieran dentro sino que lo dispusieron de tal modo que visto el lienzo del frontispicio, no hay más que ver. Es como colgadura de tela, que todo se ve de una vez, o, por mejor decir, es comida a la borgoñoña, que todo se sirve junto. Verdad es que adentro diz que tienen un muy buen medio claustro con una escala de Jacobe que parece que se hizo aposta para enseñar a trepar. A fe, que diz que es agria, aunque no sé si esto de la escalera mal madura es allí o en el monasterio de Señor San Claudio, donde cantan muy recio unos pavos. También tienen allí en San Marcos una sacristía de muy buen yeso, con variedad de molduras y medallas, que, por lo menos, nadie dirá que aquella sacristía está hecha en canto llano. Junto a este convento, vi un hospital, que se edificó para que estén allí malos los franceses y otras gentes que van camino de Francia y no buscan a Gaiferos. Parecerle ha a alguno que soy corno el hortelano, que de cuantas yerbas toco, sólo echo mano de la mala, pero aunque pícara, sepan que conozco lo bueno, y sé que aunque esta iglesia, mirada con ojos médicos, cuales son los míos, parece que está al revés. Pero para quien mira a las derechas, al derecho está, sino que siempre fue verdadero el refrán de aldea: «Cual el cangilón, tal el olor». Los ojos picaños, aunque sean trucheros, siempre tienen algo de borrachos en pensar que las combas del nivel propio son tuertos de lo que mide.

Bien veo que fue muy buena traza no poner aquellas medallas junto al Sacramento y en parte tan escura, y si dije que no hay más celdas y habitación que iglesia y choro, burléme, ca, hablando de veras, es claro que es suma alabanza suya el no haber edificado celdas para sí ni cuidado de su descanso por sólo dársele a Dios, y carecer de aposentos porque Dios los tenga holgados, que aunque pecadora, bien sé la historia de Salomón, el cual primero dio templo a Dios que palacio a su corona, y la de Urías, que no quiso cama por saber que estaba en campaña la tienda del capitán general de los ejércitos del cielo y suelo. Si mi voto no acortara la grandeza de aquellos señores, yo los llamara segundos Urías y Salomones, pues por haber dado insigne templo y casa de descanso a Dios, carecen del suyo propio, cuanto y más que la orden de aquellos ilustres caballeros no quieren descanso, siendo su profesión y ejercicio el quitar a los enemigos el que desean y ahuyentar la infidelidad de los términos de su invencible España. Estos cuidados los hacen no acabar claustros, pretendiendo antes atender a cercar y claustrar ciudades y reinos enemigos. Y este asiduo y trabajoso ejercicio les hace que no sientan la subida de escaleras agrias, gente que escala fuertes con tal valor, que si en las nubes hubiera muros de enemigos, por ellos rompieran y en el más alto alcázar pusieran su real bandera adornada con la espada que da a España renombre famoso y blasón insigne.

¿Paréceles que lo he parado bueno? ¿No ha estado buena la buena barba? Pues déjolo, con juramento que es verdad todo esto y otro tanto que callo, así de lo de veras como de lo de burlas. Hágome de cuenta que, callando lo ridículo y lo no tal, quedará la olla de mi seso hecha cazuela de pepitoria.

Quiero contar mi derrota y camino.

Dos famosos ríos cercan a León, para que entre otras coronas que ciñen aquella ilustre cabeza de las Españas, no sea menor una corona de claros y christalinos ríos, adornados de varios y frondosos árboles pregoneros de una victoriosa e ilustrísima cabeza. Por la ribera de uno destos ríos, alta, llana y apacible, fui caminando para entrar en la ciudad. Yo amo a aquel pueblo por ser cabeza de mi madre Mansilla, y así me perdono por haber dicho mal dél. Cuanto dije de mal en la primera entrada fue disimulo, que el que quiere bien una cosa siempre anda por extremos, cuando diciendo mucho bien, cuando mucho mal. Pero siguiendo el picaral estilo que profeso, acudiré a lo uno y a lo otro. Sólo vayan con lectura que lo bueno se tome por veras, y lo que no fuere tal, pase en donaire, porque lo contrario sería sacar de las flores veneno y de la triaca que hago contra sus melancolías tósigo para el corazón.

        Fui caminando, como dicho tengo, por una espaciosa y apacible ribera, hasta entrar en una ancha calle que tiene ambas las aceras de huertas y planteles amenísimos. Llegué hacia otro convento que está junto a la puerta por donde entré en la ciudad, y no tuve poca gana de entrar dentro de la iglesia, siquiera a la puerta a tomar agua bendita, que no venía yo tan mal obligada de entradas de iglesia, que trajese perdidos los aceros de entrar por sus puertas.

        Parecióme el monasterio grave y bien edificado, mas quiso mi desgracia que, aunque vi la iglesia y el monasterio por defuera, no entré dentro, porque jamás pude columbrar ni divisar la puerta de la iglesia, o si la vi no la conocí, porque una que allí se descubría era agravio manifiesto pensar que por ella se entraba. Por menos inconveniente tuve pensar que en aquella iglesia se entraba por minas, como en la ciudadela de Pamplona, o por el tejado con garruchas, como en algunos castillos, que pensar que por tan poca puerta, vieja y baja, astrosa y estrecha, habían de entrar. Porque pensar que era casa encantada y con puerta invisible, es pensar que somos esdrújulos. A lo menos, no podrán decir que aquella es la puerta de los vicios, sino puerta de las virtudes, pues en la entrada es tan estrecha cuan anchurosa después.

Con esta ocasión, pasé de largo sin ver el monasterio más que por defuera; sólo pude echar de ver que aquel monasterio tiene más tierra que el Escorial _entiéndese en las tapias_. Por eso decía el otro: «Dios te deje, hijo, tratar con gentes llanas que hacen las casas a mazadas.»Verdaderamente que cuando los predicadores quisiesen decir a los hombres que sus cuerpos son casas terrenas, les podrían decir:«Acuérdate, hombre, que tu cuerpo es casa leonesa», que en nuestro lenguaje jacarandino sería decirle: «Acuérdate que tu cuerpo es terreno y desmoronadizo».

Aunque no vi el monasterio, tuve mucho cuidado de preguntar a mis compañeras si le habían visto, y me dijeron que sí. Pedíles que me contasen lo visto, y una me dijo que le mostraron un candelero de Flandes, el cual, sobre una piramidal de bronce torneado, funda un vistoso artificio, y deste tronco de bronce salen cuarenta y cinco hermosos candeleros de tres órdenes, a quince por banda, con gran proporción, y, de trecho en trecho, entre candelero y candelero, sembradas bolas de bronce y selvajes de preciosa labor, y en el último remate, un selvaje bravato con unas armas asidas de la una mano y en la otra un ñudoso bastón. Yo, cuando lo oí, las dije:

_Según eso, cuando ese selvaje y selvajicos estuvieren colgados, al menearse el candelero, parecerá danza de títeres o matachines gobernada por el gran selvaje.

En fin, me hicieron creer que era el mejor candelero del mundo, y por hacerles limosna y buena obra, lo creí.

También me dijeron que les mostraron seis cabezas de vírgines, las tres bien puestas, bien labradas y aderezadas, con unas piedras que fueran preciosas si todo lo que reluce fuera oro; las otras dos o tres las tienen en unas cajas de unas madera muy no sé cómo, y hízoles lástima su mal aliño, mas esto de la pobreza hace que las cosas estén al justo del posible y fuera del nivel del deseo. Yo mando dos reales de limosna para el aderezo y ruego que pidan para ellas, que cuando todas las pícaras den tanto como yo prometo, yo creo que en son de hacer cabezas de vírgines, podrán hacer otras tantas de lobo.

Como cuando yo oía esto iba diciendo algunas gracias, quiso mi ventura que un cura, muy aficionado a los frailes de aquella orden, que me había venido escuchando y llevaba muy mal las gracias que yo decía, rompió la presa de súbito y, queriendo hacer la corrección fraterna, cogió un periquillo de predicarme con un hipo, como si hubiera jurado a Dios de convertir esta mí ánima pecadora, que es muy proprio de necios tener las gracias por agraz y pensar que todo donaire es aire corrupto y todo entretenimiento tiempo perdido.

Comenzó a dar voces, diciendo:

_¡Aquí de la Inquisición, que murmura de los conventos de Dios! ¡Aquí del rey, que dice mal de los monasterios reales!

Y no le faltó sino decir:

_¡Al arma, al arma, que es el cuerpo del Draque y el ánima de Luthero!

No podré ni sabré referir todas las razones que me dijo en reproche de las mías, pero diré las que mi memoria pudiere sacar al ojo de la colada.

Va de sermón.

_Hermana, si estos padres no tienen gran puerta de iglesia, es porque ni han menester mucha puerta para salir ellos, ni para que vos entréis; que lo primero les viene de su mucho recogimiento, y lo segundo de su poca codicia, tan conocida en el mundo. Y si vos no hallastes por dónde entrar, no importa, que los monarchas, emperadores, papas, reyes y príncipes hallan puerta para entrar por ella a tratallos, regalallos y estimallos. Por esa puerta han entrado y salido gentes que, con milagro conocido, han alcanzado salud del cielo en raras y estupendas enfermedades. Es puerta chica, como de castillo, porque los conventos de religiosos son castillo de sabiduría, muro de sciencia, alcázar de sabiduría, y como castillo de universal armería christiana tiene la puerta estrecha. No me espanto que para vos no haya habido puerta, que por la tan estrecha no entran sino los que pretenden desnudarse de la camisa vieja del mal trato y vida pasada. Puertas son que, allí donde las veis, a muchos han parecido estrechas al entrar y anchurosas al salir; quiero decir, pesádoles que fuesen tan holgadas para poder salir, y al entrar no tan anchurosas cuando la gana de entrar por ellas No se rían del candelero, que tal candelero para tales luces de religión, y tales luces para tal candelero. Y si tiene selvajes, es una gala que para ornato divino es muy bueno; y crean que si los santos que sanan enfermos tienen en sus altares las muletas en señal de el hecho, no fuera impropriedad decir que delante de sus luces están hombres selvajes en testimonio de las bárbaras e incultas naciones que han reducido a la luz del Evangelio.

Las santas vírgines confieso que están mal puestas, mas eso es confusión de nuestra corta devoción y argumento de su pobreza, cuanto y más que es grandeza que de tal materia hayan salido hechuras de tres medios cuerpos humanos, y con poco aderezo se pudieran adornar de modo que parecieran mucho. Y otra vez, hermanas, no les acontezca hablar así de los monasterios.

Aquí paró el santo cura, que no fue poco, según había sido la carrera que había tomado. Halléme tan confusa y apretada de ver su enojo y mi inocencia, que no supe sino decirle que yo pedía a la Iglesia el otro sacramento de la extrema unción que me faltaba. Tan afligida me vi, que ya pensé que había recebido todos los demás sacramentos y sólo me faltaba luchar con el diablo.

Quiso Dios que una vecina mía, por divertir mi pena y la correncia del padre cura, salió a decir un cuento, y fue que entrando en aquel convento de que tratábamos, vio en una capilla unas bimbres atadas, con que diz que azotan a los frailes, y se llaman disciplinas, y el fraile que les enseñaba la casa, tomando la diciplina en la mano, las dijo:

_Señoras, ¿quieren colación?

Y ella respondió:

_Padre, yo ayuno, que es hoy viernes.

¡Alza, Dios, tu ira! ¡Hele aquí mi cura, otra vez mohíno! Con este tema, tornó el cura a sus alegorías, diciendo:

_Ahí verán, son unos santos, no convidan mujeres con veinte meriendas profanas, sino con diciplinas. Más quieren parecer secos, que profanos, más desamorados, que pretendientes.

Pardiez, mi vecina y yo, viendo que entablaba para otro sermón, y dejámosle dando de mano hasta que se cansó y dejó de moler.

¿No ves qué necio? ¡Miren de qué se enojó! De oírme decir gracias, como si mis donaires fueran bombardas. ¡Qué mal sabía este buen señor que no hay mejor rato que un poco de gusto!

No hay hombre discreto que no guste de un rato de entretenimiento y burla. En su manera, todas cuantas cosas hay en el mundo son retozonas y tienen sus ratos de entretenimiento: la tierra, cuando se desmorona, retoza de holgada; el agua se ríe, los peces saltan, las sirenas cantan, los perros y leones crecen retozando, y la mona, que es más parecida al hombre, es retozona; el perro, que es más su amigo, es juguetón; el elefante, que se llega más que todos al hombre, los primeros días de luna reto las flores y dice requiebros a la luna.

Lo demás que falta, dígalo doña Oliva, que libra en el gusto salud, refrigerio y vida; ¡esta sí que era discreta! Pero ya se sabe para quién no es la miel, ya se sabe qué ojos disgustan del sol. Aclárome: también y todo, ahora que no me oye el clérigo, es necesario pensar que a una mujer dice una gracia, luego es hereja. Sí, que christianos somos, y aunque no sabemos artes ni toldogías, pero un buen discurso y una eutrapelia bien se nos alcanza, sino que estos hombres del tiempo viejo, si dan en ignorantes, piensan que no hay medio entre herejía y Ave María.

APROVECHAMIENTO

A los santos templos, que para el santo son un despertador del alma y un incentivo de devoción, hacen la gente libre y disoluta casa de conversación y blanco de entretenimiento, cosa que por ser tan contra la honra de Christo, morador de los templos, la castigará ásperamente. De lo cual dio indicio su Majestad Divina viviendo en esta vida mortal, pues sólo castigó por su mano a los violadores del templo, cosa digna de notar de su modestia, ¡oh, Majestad Suprema!

NÚMERO SEGUNDO

Del barbero embobado

 

VERSOS SUELTOS CON FIN DE RIMA

Un vivo selvaje vio pintados

ciertos selvajes que, con sus lanzones,

ocupan un hermoso frontispicio

de unas ilustres casas que en León

habitan los Guzmanes más famosos.

Quedó abobado sólo en ver selvajes.

Puédese decir deste embobado:

«No difiere lo vivo y lo pintado».

B

ertol Araujo, que así se llamaba el malogrado del barbero que se me injirió, tenía muy poco de especulativo, y dábale notable pena verme tan escudriñadora y curiosa. Mas viendo que no me podía sacar de mi paso y que era fuerza verlo todo, me dijo:

_Señora Justina, pique esa burra, si trae con qué, o si no, déla que ande, y verá la Huerta del Rey, que es nombrada en León y está dos pasos de aquí.

        Yo, como oí decir huerta de rey, pensé que era algún Aranjuez ricamente aderezado, con mucha murta, jazmín, arrayán, alhelís, mosqueta y clavellinas. En fin, huerta de rey.

¿Qué será bueno que viese yo en la Huerta del Rey? Por vida de mi gusto que, si no fueron muchos infinitos cuernos del Rastro, otra mosqueta ni mosquete, otros claveles ni clavellinas yo no vi. ¿Pues el olor? De pecinas, sangre, lodos, charcos, lechones. Era todo tan lindo, que hacía olvidar la fragrancia de los mil Aranjueces. Eran tantos y tan innumerables los cuernos que cubrían el suelo y aun mi corazón de tristeza, que verdaderamente no sé quién puede llevar en paciencia aquel estar un cuerno siempre jurándolas por la punta, la cual, por la mayor parte, está vuelta hacia la cara; y querría más ver puesto hacia mi cara un mosquete a puntería, que aquel maldito y descarado encaramiento corniculario. Esto llaman los leoneses huerta de rey, que si hay herejías contra la majestad real, esta es una. Mas soy tan dichosa, que nunca me falta quien me saque el ánima de pecado. Diréles el cuento, que es donoso.

Encontróme un soldadillo leonés, donosa figura. Traía un alpargate y calza de lienzo, un gregüesco de sarga, o, por mejor decir, arjado de puro roto y descosido; una ropilla fraileña, que, de puro manida, parecía de papel de estraza; un sombrero tan alicaído como pollo mojado; una capa española, aunque, según era vieja y mala, más parecía de la provincia de Picardía; un cuello más lacio que hoja de rábano trasnochado y más sucio que paño de colar tinta; una espada del cornadillo en una vaina de orillos. Era pequeño, azogado, inquieto, bullicioso y gran bachiller; otro segundo melado. Sin más ni más, se enojó en forma de ver que me reía de que llamasen a aquella huerta de rey, y hecho un león, con la espada empuñada, me dijo:

     _El rey, mi señor, hizo esta huerta, y esta huerta es huerta del rey, mi señor, aunque le pese a la relamida. El rey, mi señor, es rey de España, y cuando plantó esta huerta le pareció que, para el sosiego que él había de tener en su casa, le bastaba haber unos simples sauces e alisos que aquí plantó, porque lo más del tiempo ocupaba en vencer infieles, moros y paganos. Sí, y aunque pese a quien pesare, esta es huerta de rey, mi señor.

Yo no me turbé desto, que no soy espantadiza, mas a mi burra no sé qué le tomó, que no daba paso adelante, aunque la daba palos asaz, pues no sé por qué, que yo no iba a maldecir a maldito aquel. Visto que Bertol Araujo no respondía, y la burra no caminaba, y el soldadillo no cesaba, determiné hacerle un fiero espantavillanos, y díjele:

_Si es huerta de rey o no, no se meta el muy pícaro en eso, que si llamo a mis criados, le haré moler el colodrillo a palos.

¡Oh, cómo relampagueaba los ojos! ¡Oh, qué asas de brazos! ¡Oh, qué ademanes! Todo fue tal y tan bueno, que el soldado determinó encomendarse a San Pies y rezar la oración del buen callar llaman santo.

Ansí, noramala, ansí se han de tratar estos buscarruidos, que son como cohetes, que no hacen mal a quien los apuña y ofenden a quien dellos se desvía. ¿Qué se le daba al picarillo que yo dijese lo que quisiese? ¿Yo no tenía pagado el alquiler de mi boca por todo el día? El rey, mi señor, decía. ¡Mira quién dijo el rey mi señor! Todos somos del rey, y si tales hombres, por ser soldados, son del rey, muchas mujeres que somos soldadas, aunque mal soldadas, también somos del rey.

Concluida esta aventura, apresuré el paso, porque me sacó del mío la pesadumbre de la rencílla, y si por mí fuera, no anduviera más a caza de ver curiosidades en León, por no encontrar más uñas de león; pero como sea verdad lo que oí a un galán, galinillo, que adonde acaba el philósopho comienza el médico, parece ser que cuando yo acabé el deseo de ver curiosidades, comenzó a tenerle el barbero Bertol, mi íntimo.

Persuadíame fuésemos a San Isidro, donde están muchos reyes juntos sin baraja, que no es poco; mas yo le dije que no era amiga de ver reyes tan de por junto, y por buen arte, me escapé de que me llevase a ver las antiguallas de aquel santo monasterio. Si yo fuera muy devota, en lo que yo me había de ocupar era en ver a San Isidro de León, pues aquella casa, en reliquias preciosas, es una Jerusalén; en indulgencias, una Roma; en grandezas de edificios, un Pantheón; en religión, la anachoreta; en choro, un cielo; en el culto divino, riquezas, brocados, plata, oro, un templo de Salomón; pero como a los ojos tiernos es la luz ofensiva, también esta grandeza lo era para mí en el tiempo que mis mocedades me traían como corcho sobre el agua.

Ya soy otra. Aquí venía bien el dicho de Marioleta, si no fuera gracia insolente, la cual, para persuadir a un su sobrino en que fuese bueno, le dijo:

_Mochacho, aprende de mí, que ya soy otra, que compré un rosario, si a Dios plugo. Por señas, que aunque está enhilado en un simple hilo de seda floja, no se me quiebra, que no soy como otras traviesas que a segundo día quiebran el rosario. Noranegra, cuélguensele de un clavito, como yo hago, y así durará el rosario.

Mal cuento, peor dicho, pero peor era yo. Fuímonos por las casas de los Guzmanes, que es paso forzoso. Estas me parecieron una gran cosa, mas bastaba ser aquellos señores del apellido del mi señor Guzmán de Alfarache, para pensar que habían de ser tales. Ahora me dicen están muy, mejorados y muy ricamente adornados los dos lienzos de casa, con ricos balcones dorados, en correspondencia de muchas rejas bajas y altas de gran coste y artificio, de lo cual resulta una gran hermosura, acompañada de una grandeza, gravedad y señorío trasordinario, anchurosas salas, aposentos ricos, vigamento precioso, cantería y labor costosa y prima. Hermosa casa a fe. Sólo me pareció mal que a una escalera le falta cosa de veinte y cinco varas de pasamano y dos o tres salseritas de blanco color para afeitar unas desvergonzadas tapias de la caja de la escalera, lo cual, por ser en parte tan notoria y común de aquella casa, hace notable fealdad, digna de enmienda. Aquí, en ver estas cosas, se quedó abobado el barbero Bertol Araujo, aunque para esto de embobarse no había él menester apetite. Lo que a él más le cuadró fueron dos selvajes de cantería que están a los dos lados del balcón, que están sobre la portada principal, en cuyo frontispicio está un epitaphio o letrero, el cual, a dicho de los que le entienden, es tan verdadero como bravato.

El Bertol, viendo los selvajes, que eran de marca mayor, nunca acababa de repetir:

_¡Estos sí que son hombres, pesiatal!

Porque entiendan el gusto del barbero, que no supo hablar de burlas, sino con burras vivas, ni de veras, sino con selvajes pintados.

En San Marcos había él visto las figuras de muchos emperadores, capitanes, emperatrices, reinas, galanes, damas y otras mil curiosidades, y en la misma casa las había, mas nunca despegó su boca para alabar cosa ninguna, sino estos selvajes; sólo a estos dio título de hombres, y dábale gran gusto verlos tan denodados con sus lanzones. Yo pienso que estos selvajes le cuadraron por dos razones: la una, por la conveniencia bobuna, y lo otro, porque según era animal desasociable, si a él le dejaran sangrar conforme él quisiera, sangrara las gentes con un lanzón, en la figura, traza y postura que tenían aquellos selvajes. Y con todo eso, tenía carta de examen, que, según he oído decir, el que va graduado por el que llaman daca dinero, nunca negoció mal. Vaya con Dios, que con esto se podrá decir que somos hoy día tan caritativos, que aun los bobos nos llevan la sangre del brazo, y aun con eso, mueren hoy día las gentes a humo muerto.

        Yo bien dejara a mi sangrador espetado y boquiabierto a que se hartara de ensalvajar los ojos y alma con la vista de sus queridos selvajes, mas por los que nos habían visto venir juntos, y por llevar compañía de hombre, como moza honesta, le recordé del susto para que pasásemos adelante, y él, a mis ruegos, lo hizo. Verdad es que le di dos aldabadas a la boca del estómago para que recordase, y aun ahora no sé si ha acabado de mirar los selvajes. Hasta que colamos toda la calle que llaman la Herrería de la Cruz otra cosa él no hizo sino volver aquellos sus ojos a los amigos, que yo no sé cómo no se descervigó a puro torcer la cabeza, que parecía cigüeña cantora o el asno Ciprico, el cual, después que Júpiter le convirtió en hombre, siempre que oía roznar, bailaba y volvía la cabeza atrás.

Ya quiso Dios que llegamos a un mesón que está a las espaldas del palacio del Conde Fernán González, donde entonces vivían los obispos.

Consolóme ver que hubiese mesón a quien hiciese espaldas un obispo, y más yo, que tenía algunos pleitos con estudiantes.

Antes de tomar posada, le pregunté a mi camarada qué pensaba hacer y cuándo se pensaba ir a Mansilla. A lo cual me respondió que él había de comprar unas ventosas de vidrio y dos lancetas, y no sé qué listones y algunas monas, muertes y gatos para la tienda, y que comprado aquello, se pensaba partir de mañana.

Yo le dije:

_Pues, señor Araujo, si es que por la mañana se parte, todos iremos de camarada, que gusto de oírle rocinar, digo, razonar por el camino, y crea que, poco más o menos, toda la lana es pelos. No sabrá por qué lo he dicho. Dígolo, porque cuanto a habitación, conversación y recreación, Mansilla y León para en uno son.

         Con esta determinación, entramos en el mesón yo y Perantón

 

Capítulo segundo

De la bizma de Sancha Gómez

 

NÚMERO PRIMERO

De la enfermedad de Sancha la gorda

 

TERCETOS DE PIES CORTADOS

co Aquí verás la pintura del dios Ba

ba En una mesonara gorda y bo

na Que es un puro bodego en carne huma.

res Descúbrele a Justina sus amo,

tos Su trato, su hacienda y sus secre,

na Justina, en pago, le hace la mamo.

E

 

ra dueña deste mesón viuda de dos maridos, o, por mejor decir, de marido y fiador, a cuya causa traía una toca roquetal muy larga, que, en razón de exceder la gravedad de su persona aquel hábito y toca, se puede creer que la mitad de la toca era por el marido y la mitad por el fiador. Parecióme algo coja, y no lo era, sino que las gordas siempre cojean un poco, porque como traen tanta carne en el peso, nunca pueden andar tan en el fiel, que no se desquilate una balanza más que otra, y esta era gorda en tanto extremo, que de cuando en cuando la sacaban el unto para que no se ahogase de puro gorda. No la hubiera conmigo, que yo la enjutara la panza con cortezones duros y secos, que ansí curé yo una perrilla de una dama que tenía hastío de comer bizcochos. A esta mesonera, mi huéspeda, la llamaban en León, por mal nombre, Cobana Restosna, de que ella se corría mucho, porque se le pusieron por causa de que cierta noche que se halló bautizada en vino, como sopa, preguntándola un huésped:

_¿Cómo se llama, huéspeda?

Respondió que Cobana Restosna, y con él se quedó.

La triste quiso decir que se llamaba Juana Redonda, y por decir Juana Redonda, dijo Cobana Restosna. No hay que espantar, que si los moldes, con ser moldes, se yerran, que la lengua se yerre de noche y ascuras y en tiempo cargado y con nieblas en el celebro, no hay que espantar. Después deste suceso, se mudó nombre y sobrenombre, y se llamó Sancha Gómez. Mas, para memoria del antiguo nombre de Cobana Restosna, le hallarás en la suma del número, en lo sobrado de los pies cortados, que soy como sastre hacendoso, que hasta los retacitos aprovecho.

La cuitada, para echar el resto de sus pesadumbres, traía un muy grueso cordón, que más parecía bordón según era duro, ñudoso y grueso, y a los dos lados deste gordo cordón una bolsa y llavero de llaves; la bolsa, de la hechura de huevo de avestruz, el llavero tamaño, y con tanto hierro como el incensario de Santiago. ¡Miren si esta carga era para doblegar una mujer que parecía que constaba de sólo carne momia, o que era carne sin hueso, como carne de membrillo!

Sin duda era mala visión. Toda ella junta parecía rozo de roble. Era gorda y repolluda. No traía chapines, sino unos zapatos sin corcho, viejos, herrados de ramplón, con unas duras suelas que en piedras hacen señal. Los anillos de sus manos eran verrugas, que parecían botones de coche en cortina encerada. Nariz roma, que parecía al gigante negro. Labios como de brocal de pozo, gruesos y raídos, como con señal de sogas. Los ojos chicos de yema y grandes de clara. Gran escopidora, que si comenzaba a arrancar, arrancaba los sesos desleídos en forma de gargajos. Tenía dos lunares en las dos mejillas, tan grandes, que entendí eran botargas untadas con tinta. Parecía ella, por cierto, en la sodomía del rostro, no muy avisada, aunque para su cuento nada boba y menos descuidada. En casa destapóse, y echarán de ver cuán endiablada cara tenía, pues no bastó mi presencia para aperroquiar el mesón de pisaverdes, que, en fin, como dijo el otro, poco puede un buen despejo donde hay un buen despego.

          Luego que columbró gente la mesonera, vino a recebirnos de paz, aunque antes de hablar disparó una rociada de gargajos, y yo la hice la salva a la gran salvaja. Primero que ella bajó solas seis gradas de la escalera de su casa para dar conmigo y proveer de recado, ya tenía mi mochillero hechado a mi jumenta todo buen recado de paja y cebada. Anduvo agudo el mochacho, porque en un momento columbró que en los pesebres había reliquias y parecióle darlas a besar a mi burra porque ganase las dulugencias. ¡Cosa del diablo!, que en un invisible aparvó el muchacho un gran montón de comida. Solía él decir que un pesebre recién vaciado era la era de Dios, y que allí cogía él más que si sembrara.

Bajó la huéspeda, si a Dios plugo, y me dijo:

_¿Cuánto quiere de cebada, hija?

Yo la respondí que, de nada abajo, cuanto quisiese me diese.

No entendió el jiroglíphico, y antes pensó que decía que de medio abajo le diese algo. Iba a echar un cuartillo, que es ración de burra.

Yo la dije:

_Tenga, madre, que mi burra ayuna y viene acebadada.

Con esto soltó el rasero y acudió al harnero a dar paja.

El mochacho, que era agudo y decía sus gracias de en cuando en cuando, la habló a la mano y desde lejos la dijo:

_Madre, tampoco es menester paja, que está la burra empajada.

Acudiendo a que yo había dicho que estaba encebadada.

La Sancha estaba atónita, oyendo la nueva jacarandina, y, muy asustada, dijo con mucho pasmo:

_Nunca tal vi ni oí de burra, aunque ha que trato burras más de veinte años.

El barbero echó cebada por sí y por otre, que era tan franco como bobo, y con esto, se fue a comprar sus ventosas, y, yo quedé con mi mesonera, que de ella a una ventosa encarnada había muy poca diferencia.

Llamábase la mesonera Sancha Gómez, y siempre se me iba el silbato a llamarla Sancha la gorda, como a la tripera de Jaén. Luego que vi el talle de la mujer y el ingenio de ramplón, se me ofreció que había de hacerla algún buen tiro, y asesté a este blanco, poniendo en razón la ballesta de la atención, el arco de palabras dobles, el virote de la lisonja y el jostrado de mi perseverante ingenio. Sentéme a sus pies, habléla con mucha humildad y vergüenza y llaméla madre y hermosa, y estuve con ella más amorosa y retozona que gato de monasterio.

Ya yo sé que la discreción tiene tres partes: la primera, olvido de majestades; la segunda, halagos de palabras, y la tercera, inquisición de secretos, a cuya causa el prudentísimo Mercurio tenía por armas el perro retozón, el lobo olvidadizo y la culebra escudriñadora. Y puesta en este aviso, como loba, me olvidé de otras curiosidades y desiños, y aun de mis narices, que, a acordarme que las tenía, no sufriera un olor de la rabia y de la mesonera, que todo es uno; mas híceme cuenta que olía a boca de lobo. Como perrita de falda, la hice mil halagos, y como culebra, la saqué cuantos secretos tenía, y, sin duda, la caí en gracia, que es gran cosa entender el trato como yo lo entendía desde que mi madre me crió, que fue flor de mesoneras.

Con estas mis razones la ataladré los hígados a la buena vieja, y me dijo de pe a pa toda su leyenda, tomando por presupuesto el declararme su sancho nombre en vano y el apellido de los Gómez. Si bien me acuerdo, redujo su linaje a los goznes de un arquetón de un molino, de adonde vino que sus abuelos se llamaban Goznes, sino que se corrompió el nombre, y como cuando ella vino, venía corrompido, la llamaron Gómez. Todo lo hacía por asentar conmigo al odio el nuevo nombre, porque el antiguo de Cobana Restosna no viniese a mi noticia; ¡y era boba!

Yo, al principio, pensé que lo redujera a la tarasca, que en mi tierra la llaman la gomia, que tiene simpatía con el nombre de Gómez, pero no me estuvo mal que se apellidase de los Goznes, para que su arca me diese puerta franca.

Díjome cómo cuando era moza traía una albanega labrada con hilo acaparrosado, con unos majadericos que entonces se usaban, y un rodete hecho de cabellos tranzados sobre alambre. ¡Galana Inés, con trenzas de pábilos y rosario de agavanzas! Mil cosas me dijo de los trajes de su tiempo, que si era como ella lo pintó, andaban las gentes vestidas de monas. No hubo cosa que me abscondiese. A lo menos, si todas las mujeres tuvieran tan buen desportaje, no se quejara el Momo, ni don Alonso, de la fábrica humana, ni retara la falta de no haber puesto Dios vidriera al lado del corazón por donde se vieran sus secretos, aosadas, que la vi el alma. Pues, ¿decir que me abscondió los trances de sus amores en cecina? Todo lo dijo, y allí vi cuán poco deben al amor los discretos, los galanes y las damas, pues aquella había tirado sus gajes. A esto dice el amor que estos son los encuentros de cuando juega a la pita ciega, mas a otros con eso, que eso fuera si él jamás saliera de ciego.

Mas, ahorrando de cansadazos cuentos e historias que me contó_yendo a lo que hace al caso_, diré una, que fue la que me abrió camino para mis deseos. Teníame ya por tan suya, que quiso repartir conmigo de sus males y descansar de sus peñas, y no lo errara si, como tenía por suyos mis oídos, tuviera también mi lengua. Pero no echó de ver que donde una puerta se cierra, ciento se abren. A este fin, me dijo (no sin algunos sospirones enalbardados con lágrimas) cómo ella había hecho diligencia de juntar algunos huevos para vender a los huéspedes que habían venido a las fiestas, mas que como valieron las truchas baratas, no gastó siquiera uno, de lo que estaba muy apesarada, porque tanto venía a ser la pérdida en los huevos como la ganancia en posadas de huéspedes. De camino, me dijo cómo por temor de traviesos huéspedes estudiantes había escondido los tocinos, miel y manteca.

Vayan conmigo, por caridad, ¿qué alma había de escaparse de inquieta y azorada, sabiendo que estaba donde había tocino, huevos y miel?, ¿qué entendimiento hubiera que no moliera más que un molino?, ¿qué voluntad que no se engolosinara ni qué memoria tan olvidada de su estómago que no le hiciera amistad en semejante trance? Pero vamos con el cuento, y advierte que me precio de llevar una ventaja a las mujeres, y es que otras, comúnmente, trazan para de repente, y soy mujer que trazo a lo gatuno, quiero decir que me estaré un día aguardando lance, como cuando al ojeo de un ratón está un gato tan atento y de reposo, que le podrán capar sin sentir, según está atento a la caza.

        Después de todas nuestras conversaciones _ como ella se fiaba de mí, me dijo que la alumbrase con un candil a sacar de un bodegón todo lo que había abscondido, según y como más largamente lo habemos referido. Alumbréla. Trasladólo todo a una alacena con la veneración y atención que si fuera cuerpo santo. Cena y todo lo encerró so el poder de una llave que traía asida de un cordón harto manido y jugoso, el cual se echó al cuello por sobre toca y la llave por joyel, con la estima y respecto que si fuera llave del arca del thesoro de Venecia.

Yo no andaba muy sobrada de comida, como ni de dineros, pero nunca hay falta donde traza sobra, en especial en esta ocasión, en la cual con el dedo se adivinara que era muy cierta la merced de Dios_que así se llaman huevos y torreznos con miel_. Fue de gran consideración para mis trazas que no había otra persona en el mesón sino sola yo, porque una criada, y mal criada, a lo que dijo la Sancha, que tenía, se le había ido de casa, y a lo que piadosamente se cree, con un recuero que la trajinó hacia Santander, donde son los buenos besugos y frescos.

  Como anduvimos la vieja y yo haciendo San Juan, traspalando mil géneros de baratijas que tenía abscondidas por temor que tenía de que los estudiantes se las hiciesen declinar jurisdición, quedó muy cansada, y no me espanto, porque yo no la ayudé nada, ni laayudara aunque la viera echar los bofes a tarazones; antes me holgaba de verla despeada como puerco en camino de feria. Parecíame que, para lo que había que nos conocíamos, bastaba que la alumbrase con un candil tan trabajoso, que, a puro amecharle, me dolían los dedos. Maldita sea tan mala invención como fue la de los candiles. He oído decir que todos los malhechores tuvieron parte en la invención de los candiles, y que inventó el garabato un gitano, la punta un ladrón, la torcida un judío triste, la crisuela una vieja, y el cazo un tahúr, y el atizador una sodomita, y el fuego trajeron prestado de una aldea del infierno. ¡Miren qué aliño para no me cansar yo en entender con este malhechor!

        La pobre Sancha Gómez, con el ansia de acabar su tarea y componer las alhajas de su casa, no cesó hasta que todo lo puso en buena razón y gobierno. Sólo su cuerpo quedó desgobernado con el desmoderado cansancio de las idas y venidas del bodegón al aposento, y tan molida y quebrantada de piernas y cuadril y caderas, que le fue forzoso, en acabando estas diligencias, irse derecha a la cama, aunque no muy derecha, pues a cada paso se le torcía el cuerpo, de modo que parecía que iba sembrando cuartos de mesonera o que era morcilla al aire. Desnudóse, y como iba sudando, y el desnudar era tan espacioso, resfrióse, y con esto, le sobrevino al cansancio un dolor de panza tal, y con él tan apresurados cursos, que entendí serle más fácil el parir que el parar. Dos mangas de arcabuceros no trajeran más obra e inquietud que ella. Al cabo, se echó. Ya la tuve un adarme de compasión, y quisiera acudir a su consuelo viendo lo que por ella pasaba. Verdad es que, si alguna era mi compasión, mayor era la pasión que yo tenía por mirar en cuál lugar ponía la mesonera el tusón, digo el cordelejo untado, con el pendiente de la llave de la alacena, porque me importaba para mi traza, que no era mala.

Como estaba tan acongojada y decía a voces que se moría, pensé que también se le muriera el cuidado de la llave; mas, si no lo han por enojo, después de desnuda y en camisa, la puso otra vez al cuello en lugar de gargantilla. ¡Miren qué hábito del Carmen! Lo cual, parte, me hizo reír, porque se me acordó del morisco que comulgó para morir, puestas las manos, y tenía entre ellas muy apretada la bolsa, y, en parte, me hizo rabiar, de ver que mi traza se iba descabalando, que, en fin, entre aves de caza primas y oficialas, en el primer vuelo se adivina el alcance y se ven las ventajas. Mas, con todo eso, volví sobre mí, considerando que no hay castillo roquero ni alcázar pertrechado que deje de rendir su entono y descervigar su presumpción, si se ve sitiado de una perseverante estratagema o imaginación constante determinada a morir o vencer.

Acrecentó mi ánimo ver el poco que tenía la vieja. Ello, la diablesa de la Sancha estaba perdida y quejábase de modo que, a no ser mal conocido, yo pensara que hacía cuenta con pago. ¡Plugiera a las ánimas del purgatorio!, que, si así fuera, a fe que habíamos de ser herederos ab intestato Araujo y yo. Pero guardábame la ventura para serlo in solidum de la morisca de Rioseco, según verás en el tercer libro, que ya asoma la caperuza como la sota de bastos.

        ¿No dicen que el gato hizo un testamento en que mandó a sus descendientes todo lo puesto a mal recado, y por no se hallar presente el gato, entró el ratón ab intestato, con decir que él y el gato se parecían en el color del pellejo, y viniendo el gato a cobrar su testamento, el ratón lo tragó y royó, a cuya causa quedó perpetua disensión entre gatos y ratones? Pues, según eso, bien pudiéramos Araujo y yo ser herederos ab intestato de Sancha por la parecencia, puesto que Araujo se le parecía en lo bobo y yo en lo mesonático.

        Pero dio en no se morir y yo en que con su candil había de encontrar la merced de Dios con miel por encima, como dijo el bobo.

APROVECHAMIENTO

Débense guardar las viejas sencillas de mozuelas que con halagos conquistan, no tanto su amistad, cuanto su hacienda

 

NÚMERO SEGUNDO

De la bizma pegajosa

 

SEXTILLAS DE PIES CORTADOS

Sáncha Gómez, mesone_

en su mesón recibi_

a la pícara Justi_

y al mochillero y barbe_

¡Linda trinca, por mi vi_

de mazo, flux y prime_!

Tomaron la posesi_

de la apacible posa_

y la Sancha los rega_

mas llevó su mereci_

que quien hace bien a rui_

jamás espera otra pa_

L

 

a primera que oyó fictiones en el mundo fue la mujer. La primera que chimerizó y fingió haber remedio cierto para muerte cierta fue ella. La primera que buscó aparentes remedios para persuadirse que en un daño claro había remedio infalible, fue mujer. La primera que con dulces palabras hizo a un hombre, de padre amoroso, padrastro tirano, y de madre de vivos, abuela de todos los muertos, fue una mujer. En fin, la primera que falseó el bien y la naturaleza, fue mujer.

Dirás, hermano lector:

_Pues, Justina, ¿adónde apuntan los registros de ese breviario?

Anda, déjame letorcillo, que en haciendo un pinico de predicadora, luego me tiras nabos. ¿Sabes a qué voy? A que nadie se espante si nos viere a las mujeres fingidoras, disimuladas, recetistas, bizmadoras, saludadoras, y todo sobre falso, que todo es heredado, y más que yo me callo. Y también voy a contarte lo siguiente.

Ofrecióseme decir a Sancha, la mesonera que te he referido, que aquel hombre que venía conmigo, a quien ella había visto apearse, era el médico de mi lugar, y que era muy inteligente y cursado en semejantes necesidades, y, pardiez, arrojéme a esto porque me hice cuenta que lo que allí había que curar, entre él y yo lo podíamos recetar, y dar una higa al médico y dos a la bolsa de Sancha y tres a la alacena y mil a otras cosillas y adherentes necesarios. A este fin, despaché a mi mochillero para que diese priesa a Bertol Araujo, y que acabase de negociar en la plaza de la Regla y viniese, porque importaba.

Salió el mochacho tocando con la boca la trompetilla como posta real, que era este su ordinario caminar, mas cuando el mochacho salía del lumbral del mesón, ya Araujo venía cargado de ventosas y aun de penas, a causa de que, por haberse parado a ver una mona, se le había caído una ventosa en el duro suelo y, temiendo la estrecha cuenta que della había de dar a su mujer en Mansilla, a quien temía como al fuego, comenzó a llorar de modo que las lágrimas hacían correa como si llorara arrope. Ello no me espanto que el hombre temiera aquella mujer, porque solía ella decirle al Bertol:

_¡Hola Araujo! No me hinchas las narices, que por esta señal que Dios aquí me puso (y era un lunar), y por aquella luz que salió por boca del ángele, y por el pan, que es cara de Dios, que esa tu cara te sarje.

¡Miren quién no la temiera!

Esto alegaba él, y añadía:

_Señora Justina, ¿ella no sabe que en toda Mansilla no la saben otro nombre sino muerte supitaña? Pues, ¿con qué ojos quiere que vaya yo a verla enojada? ¡Querría más ver cien diablos!

Yo le consolé y dije:

_Por cierto, que me parece que ese su mal tiene tan fácil remedio como el hastío de la mula enfrenada del vizcaíno y el estar la roseta del sombrero adelante, que lo uno se curó con quitar el freno a la bestia y lo otro con volver barras al sombrero. No diga él que compró más de siete ventosas, y si pidiere cuenta del dinero, dígale que lo gastó en cebada, que hombres como él es forzoso gastar mucha cebada por estos caminos.

Con esto quedó más sosegado que el cornudo, a quien, llevando a degollar a su mujer porque había parido de solos cuatro meses y medio, le dijo uno:

_Hermano, cuatro meses y medio de día y cuatro meses y medio de noche son nueve meses, y así vuestra mujer es nuevemesal.

Con lo cual dejó el cuchillo, diciendo:

_El diablo me lleve si te mato.

Tras esto, le dije en cifra la burla que tenía pensado hacer a nuestra huéspeda, mas hablarle en cifra era hablarle en arábigo; fueme forzoso llegarme más hacia él y decirle, pan por pan, lo siguiente:

_Amigo, yo he dicho a esta mesonera que sois médico de nuestro pueblo. Tomalda el pulso y salíos luego conmigo afuera, que yo os diré lo que habéis de hacer y lo que nos puede valer la trama si se teje.

Ya yo le tenía acreditado con la mesonera y díchole, a lo menos mentídole, dos o tres curas milagrosas que había hecho en mi pueblo, y que nunca hombre que él curase se murió. Todo verdad lisa, que eso de verdad siempre me precié della.

Hizo lo que le dije, que era puro para rocín de tahona, según era de bien mandado. Sólo lo que él eceptuaba en todos los mandamientos era que no le estorbase el llevar con cabezadas los compases a quien le hablaba, y que no le mandasen hablar, porque para semejantes ocasiones nunca tenía palabras hechas.

Entró, pues, a la cama de la huéspeda, de la cual a una pocilga no había diferencia. Sentóse el médico, graduado en mi escuela; tomóla el pulso, el cual, con la inquietud, andaba tan recio como mazo de batán. Advertíle, por señas, que la hiciese sacar la lengua y la tentase estómago, hígado y espaldas, haciéndola volver y revolver barras por momentos. No hago caso de decirte cómo nos hizo ver visiones. Sólo digo que en estas tentativas se le aumentó el resfriado y, con él, las quejas y deseos que la curásemos.

Hechas estas diligencias, nos salimos afuera yo y el hermano médico a consultar el mal y la cura; y a fe que he oído yo consultas de buenos médicos que en graves enfermedades iban con menos tiento que yo en esta ocasión. Resultó de la consulta que por mi orden, en un tono bajo y grave, difinió una receta vocal por el orden que yo se lo iba diciendo, que si alguien lo oyera, más aína pensara que era pregonar que recetar, pues iba diciendo conmigo, y acabóse el razonamiento con decir:

_Y no falte nada de lo que dijo y ordeno.

Yo le respondí:

_Amén.

Porque parecía mesa de órdenes, según iba de grave y repetido.

Con esto me entré adentro a intimar a Sancha más distintamente lo que con un confuso sonido había oído al doctor Bertol.

Díjela:

_Madre, dice el doctor Araujo que a v. m. se le ha de hacer una bizma estomaticona, y ha de llevar los requisitos siguientes: tomarás de lo gordo del tocino que está más metido y entrañado en lo magro de un pernil añejo, sin rancido ni corrución; derretirlo has y, con ello algo caliente, fregarás las sobretripas, que por otro nombre se llama barriga o espalda delantera, y juntamente las mejillas dentonas y molares del rostro, porque no acuda el mal a perlesía, después desto, la fregarás el cuerpo con pan rallado; hecho esto, harás una estopada con doce o catorce claras de huevos, no muy frescos, sin que se mezcle yema ninguna, sobre esto, harás una sufasión de miel en buena cantidad, fiat mixtio; encerótenla y arrópenla. No entenderá todo esto, madre, pero lo principal y los materiales ya lo habrá entendido. Yo me ofrezco a ponerla las manos, y agradézcamelo, que con mi propia madre no hiciera esto. Manda también el doctor que, después de echada esta bizma, se esté queda y cubierta de ropa cuerpo y cara por espacio de hora y media, que con esto será su remedio cierto. ¿Qué me dice? ¿No me agradece la diligencia? Pues a fe que si no entendiera della que es liberal y dadivosa y que en otra cosa me lo podrá pagar, no me ofreciera a tanto.

Ella _que estuvo atenta a la receta y tan medrosa de que no se le ordenase cosa que costase dinero, como yo astuta en echar el cartabón de las puertas adentro_, acabado que la oyó, dijo:

_¡Oh, bendito sea Dios!, que no he menester enviar fuera por cosa ninguna de las que ha recetado el señor doctor, que todo eso tengo yo de mi puerta adentro. Y vos, hija, no perderéis de mí la paga. Tomá, hija, esta llave, con ella podréis sacar pan, huevos, estopa, tocino y miel. Cerrad la puerta de la calle, no entre nadie (treta vieja para decir que no le cogiésemos nada. Mas, ¿con quién las había?).

Yo la dije:

_No la hurtará hombre un pelo ni se disporná de nada si no es como lo manda la receta.

Fue necesario hacer lumbre, y como las mujeres somos soplonas de oficio y no había otra por el presente, cúpome a mí la tanda, mas por salir deste trabajo y por no rogar nada a soplos, supliqué al aceite de una alcuza que atizase por mi intención. Remojé con ella los maderos verdes, hice una lumbre real, saqué la yema a un pernil de tocino, freíla con una docena de huevos. Rechinaba el oficio, y la mesonera, muy contenta, pensando que estábamos muy ocupados en hacerle su socrocio.

Sacamos de pañales lo frito, pusímoslo a enfriar. Mientras tanto, eché en una escodilla el pringue de lo gordo del tocino, lo cual, con unas claras de huevos, llevé para curar a Sancha. Con esto la unté la barriga, y quedó tal que parecía cordobán vaqueteado; con lo que sobró, le floté los hocicos, de modo que parecía vendimiadora golosa. Tras esto, le calafeteé todo el cuerpo con mucha de la clara de huevo y miel, con que quedó tan clarificada como pegada. Tras esto, la revolví las estopas al cuerpo, y quedó de suerte que, en ser redonda y con pelos, parecía vellón en jugo, y en lo apretativo de las estopas y claras, parecía cuba breada. Cubríla cuerpo y rostro y arropéla. Como todo su mal era cansancio y frío, con ropa y calor descansó.

Dejé a mi Sancha cubierta como perol de arroz, sudando más que gato de algalia, tan cubiertos sus ojos y sentidos, cuan atentos los míos por ir a despachar lo frito.

Cenamos, y no digo más, porque sabiendo la cena y la gana, estáse dicho el cuento. Ya que vimos a la cena el fondo y bebido de la bota de cuero de Araujo, remordióme la conciencia, y fui a destapar el perol de Sancha. Halléla medio loca de contento, dándome por lo hecho más gracias que si yo fuera el mismo benedicamus domino en persona. Parlaba tanto y prometía tanto, que temí no se resolviesen sus promesas en palabras y las palabras en aire, que es su fin y su principio.

Ya me enfadaba, y díjela:

_Madre, acabe de dar gracias tan repicadas en canto de órgano; déjelas para el Gloria in excelsis.

Ofrecióme si quería quedarme en su casa, dándome a entender que no estaba fuera de hacerme heredera de su hacienda. Yo repudié la herencia, y repudiara mil a trueco de no quedar en la pocilga de tan gran cochina, porque temí que, a pocos días que allí estuviera, me convirtiera en chinche como la doncella Onocrotala, la cual, por ser tan puerca, fingieron los poetas haberse convertido de mujer en chinche, y que desde entonces este animal, por lo que tiene de mujer, busca de noche compañía y, por volver por su honra, busca ropa limpia, porque piensen que lo es ella. Así que herencia de a pie quedo yo la repudié. Verdad es que si yo me quedara en su casa, a pocos sorbos como estos yo la pusiera a ella y a su hacienda tan en delgado, que ni tuviera para qué sacarse el unto ni para qué gastar un comino para dar al escribano por la nota del testamento o codicilo.

Bien sé yo que si le preguntaran a Móstoles qué le parecía de la burla, bizma y receta, dijera mal della, por cuanto no se recetó vino para la cura, pero no creo yo del clementísimo Móstoles que, si me oyera mi razón y viera que no era justo hacer receta dudosas con que se pusiera la burla a peligro de dar en vago, dejara de darme por excusada. ¿No es claro que si yo recetara vino, corría peligro el querer sacar dinero y, tras eso, se había de dar cuenta a vecino? Sí. Pues, ¿qué burla puede medrar donde el secreto se extiende más de a dos? Antes, por esta misma razón, enviamos a pasear el mochacho mientras anduvimos de botica, cuanto y más que todo tenía remedio, ni aun yo le di malo, y es el siguiente:

Yo le dije al barbero:

_Señor licenciado, no es justo que la vieja deje de pagar la bota, pues lo bebido fue por su intención. A la verdad, si yo quisiese de bueno a bueno sacar a la huéspeda para vino, bien creo yo sería el lance cierto, pero lo uno, por reservarme para cosas mayores, y lo otro, porque lo hurtado es más sabroso (y aun de más estima, porque va por obra de entendimiento y traza), quiero que con maña saquemos a Sancha dinero con que remojar la obra, que anda muy seca, como dicen los oficiales cuando echan la buena barba.

¿Qué hago? Dígola:

_Madre, ahora sólo resta, para que el mal no acuda a perlesía, que se le echen dos ventosas en los dos carrillos.

No hube bien dicho esto, cuando el Bertol, que estaba encarnizado en curar la vieja, desenvainó las dos ventosas; pero antes que se las echase, de común consentimiento, la hecimos muchas mamonas, con achaque de que era necesario hacer llamamiento de humores a las mejillas para que la ventosa los desbombase. Ya que tuvimos gastados los dedos de hacer mamonas, y las reideras de celebrarlas, echámosle las dos ventosas, las cuales encarnaron y tiraron de manera que la boca se reía renegando, los ojos parecían deciplinados y los oídos como de liebre.

        Con esto, excedía la Sancha a los consejos de Catón, pues no sólo callaba como él manda en la cartilla, pero ni vía, ni oía, ni aun podía. Con todo eso, la cubrí la cara con la sábana, porque de lo que no se ve no se da testimonio, y con dos deditos eché mano a la bolsa de Judas que tenía colgada a la cabecera como si fuera diciplina, y saqué a discreción cuartos, los que bastaron para lamprear los torreznos en la sartén de mi estómago. Ya diome conciencia de tenerla tanto en el potro, y cuando la destapé, estaban tan bien medradas las ventosas, que no se le vía la cara. Parecía acémila de grande, con armas de bronce en la cara.

También, para quitar escrúpulos, le dije al licenciado que si algo fuese de más a más, lo tomase por el trabajo.

Muchas veces me he acusado de esta gatada que hice a Sancha, y estoy bien en que me culpen, pero no tanto como me culpó una vez un sotateólogo, que me dijo en una venta y sobremesa _sabe Dios con qué intención_ que él sustentaría que el mayor pecado del mundo era retozar con la bolsa, y que esto defendería en pública disputa.

¡Hideputa traidor! Sin duda lo dijo por concluir que era menor pecado el retozar con las gentes que con la bolsa. Nunca argüí tanto como con aqueste cabrahigo de teología. Oye lo que le dije, que aunque es necedad meterse las hembras a tontólogas, con todo eso, sé que te holgarás de verme metida a teóloga.

Díjele:

_Señor talego, digo teólogo, no niego que burlas con la bolsa traen consigo carga de restitución. Bien sé que es gran pecado, pero no hay por qué hacer albórbolas, sabiendo que una gran necesidad, aunque no todas veces excusa del todo, pero siempre excusa en parte, que aun los sabios, para pintar la excusa, la pintaron muy flaca, hurtando un asador con carne asada, donde dieron a entender que no hay pecado más excusable que aquel que procede de la necesidad de comida y sustento.

Estuvo tan necio, que se puso a disputar conmigo, como si yo fuera la misma universidad de Bolonia, y arrojaba teologías de dos en dos, como pernadas de mulo, que no había quien asiese una. Si alguna dijo que se le pudiese apuñar, fue que mirase que por gula se perdió el mundo.

Yo, pardiez, como vi que la teología me había venido a las manos, díjele:

_Ahí verá que este pecado de la gula no es tan desesperado, pues aunque fue principio de nuestros primeros males, también fue ocasión de nuestros postrímeros bienes.

¡Tomaos con Justina! ¡Si se ha emboscado en por el paraíso terrenal! ¿Qué pensaban? Concluí la disputa con darle un corregimiento hermanal, diciendo:

_Hermanito, ya que es sembrador, no me siembre de espinas el camino del cielo; distinga entre el ser gulosa y pecar contra el Espíritu Santo. No quiero decir que no es mal hecho, que christiana soy y bien se me entiende que comer a costa ajena no está en ninguna de las siete obras de misericordia, sino, cuando mucho, estará a las espaldas de los cinco sentidos corporales, juntico a los tres enemigos del alma, sino que es malo y remalo, pero no nos quiera decir que todos los pecados son de una marca.

Ya me iba enojando contra los espantadizos, mas yo les perdono con que rueguen a Dios me dé con qué restituir estas y otras burlas, porque no piense alguno que me ha de acontecer lo que fingieron haber acontecido a Eutropolo, que era gran burlón _conforme al nombre_, y, porque pagase culpas, le convirtieron en mona, a la cual los muchachos hicieron muchas burlas hasta tanto que lastó sus maleficios en el mismo género de sus ofensas.

        Ello no es posible este metamorfosis. Mas cuando mis culpas lo hicieran posible, sólo me consolara con que hay ya en el mundo tantas monas de medio mogate, que si yo lo fuera, fuera, entre tantas monas, monarcha.

APROVECHAMIENTO

        Permite Dios, por justo juicio suyo, que quien gana hacienda con engaño, sea engañada de otros en honra, salud y hacienda, porque pague en la misma moneda sus delitos.

 

Capítulo tercero

Del bobo atrevido

 

LIRAS SEMINIMAS

Es muy recio

el tiro del dios rapaz,

y más necio

quien sustenta paz

con él, que al mejor tiempo

 echa el agraz.

¿Quién pensara

que el rey de la afición

intentara

tirar a un bobarrón

flecha, saeta y dardo al corazón?

Mas sin pensar

le hizo tal herida,

que a perseverar

Justina dormida,

hubiera de caer

de recudida.

S

 

entíme muy cansada y, para remediar mi mal, determiné echar la comida, quiero decir echarme yo y la comida sobre la cama, que eso llamo yo echar la comida.

Quiero confesar una verdad, aunque no la doy de diezmo, que según son pocas entre año, más gana conmigo el alcabalero de las mentiras, que el dezmero de las verdades. Es, pues, la verdad ciclana que, si el barbero Araujo fuera de otro humor, sin género de duda afirmo que no me atreviera a dormir sola en el mesón tan junto a él, que el hombre solo y con mujer fue simbolizado en un nogal junto a la hortaliza, la cual con su sombra se enflaquece y, con sus nueces se deshace. Mas como era un cuitado, parecióme que no se le entendía cosa de provecho y que cuando tuviera algunas trazas, fueran enfermas, que no pasaran del quinto, aunque de el quinto al sexto no hay más que un tabique en medio. Con esto, me acosté tan segura de que él cantara el ala miré, como de que podía yo dormir de re mi fasolá. Pero no hay que fiar en esta materia de hombre nacido, que antes las personas más arrocinadas son más tocadas de este muermo.

Por esta causa fingieron poetas que animales como son cisne, águila, cigüeña, pato, íbice, elefante y centauro han acometido diosas celestiales. Dijo bien un philósofo de entre cuero y carne, que la pasión de procrear es muy divina y muy humana, muy alta y muy bajaza; por la parte que tira al bien común, es tan divina que pretende que las bestias puedan arribar a las nubes, y por la parte que es tan terrena, pretende deprimir las nubes. Como esta es cosa que no consiste en perfiles de razones, ni en bemoles de palabras, ni en curiosos ardides o estratagemas, por mi fe, que estos asnos presumen de que para el caso hacen al caso mejor que los discretos. Verdad es que se explican mal, pero Dios nos libre de burros en descampado, que como no saben de freno ni le tienen, con todo atropellan.

Así que estando yo dormiendo a sueño suelto, pasada ya la media noche y digerida la mona, me cantó el gallo muy cerca y despertóme, y a no tener pepita, me fuera mal con él. Fue el caso que el señor doctor Bertol quería hacer otra cura en casa, y no a la huéspeda. Echen la buena barba y vean a quien cabía el miedo. Yo debo de ser. Triste de mí, si no supiera conjurar fantasmas de entre once y mona.

Yo que le sentí el humor y adeviné de qué pie cojeaba el muy licenciado, díjele muy de priesa:

_Señor Araujo. ¡Ce, ce! ¿No oye? Escuche, escuche, ¿No sabe? Estése quedo, no haga ruido. ¿Oyeme? Oya.

Él, con esto, detúvose, y aun creo, si fuera mujer, se le rayara la leche, según tomó el espanto, a lo que él después me confesó

_Señor Araujo dije, sepa que después que se acostó han venido un montón de huéspedes, y yo, por la lástima que he tenido desta pobre mesonera y porque no pierda la ganancia, los he hecho las camas y acomodádoselos a todos. Ahí, junto a su cama, está uno, y dice que es muy pariente mío, y me da muy buenas señas de que conoció a mi padre y a mi madre. Por su vida le ruego dos cosas: la una, que si le preguntaren si es mi pariente, diga que sí, porque tiene traza este hombre de matarme si sabe que estoy aquí con él sin ser mi pariente, y parece un Roldán. Lo segundo, le ruego que pise paso, porque no los despierte, que vienen cansados y molidos de la romería. Si se ha levantado a buscar jarrillo de orinar, hacia acá no hay maldito sea aquél por ahora; yo le vi anoche debajo de su cama, hacia los pies; búsquelo bien, que ahí lo hallará o, si no, váyase al hospital de las cien doncellas (el hospital de las cien doncellas llamaba él el corral, por las tejas que en él destilan agua, y habléle en su lenguaje).

Añadí:

_Tórnese a la cama y duerma un poco, que ya casi será tiempo que tomemos las del martillado.

Con esto, amainó. ¿Has oído mi traza? ¿No has atendido cómo en ella acudí a todo? ¿Qué portillo dejé por cerrar? ¿Qué razón sobró ni faltó? Y después dirás que las mujeres somos indiscretas e incapaces, y que por eso no nos dan estudio. Engáñanse, y crean que si nos niegan el estudio, es porque de antemano sabe más una mujer en la cama que un estudiante en la universidad deshojándose. Es nuestra sciencia natural, y por tanto las sciencias de acarreo son de sobra. No conviene que a las mujeres nos ocupen en estudios que duren de media hora arriba, porque si tal nos ocuparan, se acabaran todas las buenas trazas repentinas. Los hombres trazan de tarde en tarde y con tinta y pluma, nosotras en el aire, y por eso, para que se conserven las sciencias repentinas, no es justo nos ocupen en las de asientos. ¿Qué predicador ni qué Apolo pudiera con más presteza remediar un peligro como el que yo remedié con solas cuatro palabras? Acaba, pues, de creer que hay sophías, y que son mujeres.

El bueno del doctor fantasma, como me oyó decir que había en el mesón gente, y pariente mío arroldanado, no sólo no me habló, pero comenzó a temblar y a mover el aposento a puro temblor, tanto que pensé quedara como otro Caín, conocido por malhechor; pero no era su culpa tanta, pues no hubo sangre.

Solíame decir mi madre

_Hija, tú fueras buena para falso testimonio, porque te levantas tarde.

Pero en esta ocasión, como sentí la mosca, avivé, levantéme y vestíme, y aun si hallara una cota, me la atacara; y no contenta con esto, me fui junto a la cama de la mesonera, con achaque de que iba a saber de su salud; mas la verdad era que me pareció a mí que junto a ella no podía correr peligro mujer ninguna, que ansí como a la oropéndola ninguna vez la conoce el macho en el nido porque le tiene sucísimo, así junto a tan sucio nido no me parecía a mí que corría peligro mi honestidad. Ello, pardiez, que si allí viniera, que lo había de pagar la vieja, porque a repelones la había de sacar la bizma de claras de huevos y flotar con ello la cara a Bertol.

Levantóse por la mañana Araujo, y como me vio vestida y en talanquera junto a Sancha, el mesón sin gente, toda la casa yerma, que parecía cosa de encantamiento o aventura de Galiana, echó de ver su necedad y mi discreción, y, de espanto, comenzó a dar manotadas en seco; parecía gato que está a caza de pardales en punta de canal de tejado y, al querer hacer la presa, da una gatada en el suelo por causa de querer echar al aire las dos manos en que estribaba. Este no tenía de donde caer alto, porque siempre andaba a burra, sin peligro de poder caer della; mas lo que es dar manotadillas en seco como gato burlado, dábalas que era un contento. Corrióse de ver que le habían entendido la treta, y defendido el saco, y tanto de corrido y avergonzado, voló sin decir siquiera a Dios que me mudo, y ya disimulara con que no me dijera a mí quedad con Dios, pues estaba excusado de ofrecerme salud de Dios quien me había intentado enfermedad del diablo. Pero el no pagar la posada con un decir, señora huéspeda, mire que vuelvo barras, fue recio caso.

Para remate de sus desdichas y principio de sus temores, se le olvidaron en la cabecera de la cama de la mesonera cuatro ventosas y una venda de sirgo que él decía que le había mandado su mujer comprar para sangrar las damas, y entre ellas a un muy melindroso capón de mi pueblo que se sangraba muchas veces del tobillo, y, a pesar del diablo, que le habían de poner una venda de sirgo. A este llamaba un sobrino mío mamá, taita, por verle sin barbas. Pérdida fue ésta por la cual fue ásperamente reprendido Bertol Araujo de su mujer, a quien llamamos muerte supitaña. ¿Qué diré?, hasta los tiros de la espada dejó olvidados. Negro tiro fue el suyo, que tan mal salió. Pienso yo que los vientos no llevaban más ligereza que aquella con que la vergüenza le sacó de la posada. Aquí verán que tuvieron razón los que pintaron a la vergüenza con alas, pues el vergonzoso, cuando huye, vuela; y por eso dijo el refrán: «el toro y el vergonzoso poco paran en el coso».

Aunque sea anticipar cuentos, es muy donoso el que me aconteció con Araujo en Mansilla. No había darle un alcance, que la vergüenza de no se haber careado conmigo le hacía no carearse ahora a las derechas. Ya, una vez, no pudo dejar de verme en mi casa, porque le hice llamar para sangrar a un huésped que estaba en ella, de quien él sabía que tenía tan buena sangre en la bolsa como en las venas. Vino, y no le quise hablar hasta que hiciese la sangría, por no le alterar la mano con el miedo, como el emperador, cuando para sosegar un barbero medroso de ver a su majestad, le tomó de la mano.

        Ya que acabó, hice encontradiza con él y díjele:

_Señor Araujo, esta es buena hora para sangrar, pero en horas desacomodadas avísole, como amigo, que no use oficios que no son para hacer a tientas Y dígame, mameluco, ¿cómo se ha atrevido a venir a mi casa, que nacen en ella Roldanes de la noche a la mañana, que son espantavillanos?

Estas y otras mil gracias le dije buenas, pero a hablar con un discreto. Pero decir semejantes gracias a tontos, es como quien prueba corneta donde no hay eco. Con todo eso, si alguna vez estuvo menos necio, fue entonces, que me dijo:

_Señora Justina, ¿qué se le antojó decir que había tanta gente en el mesón del país de marras? ¿A media noche ve visiones?

Yo le dije:

_¡Ay, el mi buen Bertol, buen Bertol! ¡Y aun por no ver yo una, dije que vía tantas! Diga, bambarria, ¿al maestro cuchillada? ¿Con mesonera burlona quiere burlas en mesón? ¿No sabe que yo en un mesón estoy como Aantheón sobre su madre la tierra, que nadie le podía hacer mal ni de veras ni de burlas, y él a todos sí? Pues aprenda y, para semejantes trances, busque aprendizas, que yo he comido muchas guindas y tirado muchos huesos, y descalabro con ellos.

APROVECHAMIENTO

          No hay hombre que, estando con mujer a solas, comúnmente sea seguro en caso de sensualidad, y aunque más ignorante sea. Antes deben ser reprendidas las que con decir fulano es un ignorante, excusan su flaqueza y falta de recato, siendo ésta razón que antes acusa que excusa, pues la ignorancia es la que carece de freno y suelta las riendas en semejantes casos.

 

Capítulo cuarto

De la partida de león


NÚMERO PRIMERO

De la despedida de Sancha

SONETO

Justina se despide y pide a Sancha

la paga de la bizma y medicina,

y porque dé de sí, la muy mezquina,

la aprieta con sus brazos, aunque es ancha,

y como la lisonja siempre ensancha,

dio de sí, y dio truchas, miel, cecina.

¡Oh, omnipotentísima lisonja,

cuánto vales, cuánto puedes, cuánto enseñas,

y más si te encastillas en mujeres!

Allí del bien ajeno eres esponja,

de allí vences durezas, rompes peñas,

lo que quieres puedes y puedes lo que quieres.

E

 

s uso en la ciudad de León _a lo menos entonces éralo, ahora no sé si se ha quitado con los diez días _digo que era uso que a las cuatro de la mañana el abogador de una cofradía en voz muy alta, iba por todas las esquinas de las plazas diciendo a voces,

_Encomendaréis a Dios las ánimas de Fulano Pillitero y de Fulana Pilletera.

Y por aquí iba echando una letanía de gente del otro mundo. Y como yo aquella noche había estado tan despierta que había contado todos los relojes, y estuve atenta al pasar este pregonero eclesiástico, espantóme y duróme el periquillo hasta que la Sancha me refirió la corónica de la cofradía y no con poca devoción.

Después acá me ha parecido que sería bien mandar quitar aquel uso, que quien oyere aquello a tal hora, pensará que o es cofradía de trasgos o zorra de morrazos.

En esta sazón me acabé de vestir y fui a dar los buenos días a mi burra, y qué tales los tenía ella con estos bodorrios. Volví arriba a tomar la bendición de la gran Trapisonda de mi huéspeda, y preguntóme que qué hacía el licenciado que no la vía.

Yo le dije que había partido muy deprisa aquella mañana y que las causas de irse ansí habían sido muy urgentes, lo uno, porque a lo que yo creía, tenía mucho que curar en Mansilla, y lo otro, porque él había allí en León ordenado una sangría a una persona en sana salud, la cual no sucedió bien, y por temor de que no le denunciasen, se había partido. Verdad es _añadí luego_ que él no tuvo la culpa, porque la misma persona que el quería sangrar le dio ocasión, y antes me espanto cómo no la desangró, según ella anduvo descuidada y dormida.

_Así lo creo yo (dijo Sancha Gómez), que no tendría la culpa el señor dotor, que se le echa a él muy bien de ver que es muy cuerdo y atinado, y por mí lo veo, que nunca hombre tanto bien me hizo, ni médico me curó tan diestramente, y cuando más señales no hubiera en él para ver cuán honrado, cuán discreto, cuán cuerdo y cuán bendito es, basta a ver las pocas palabras que habló.

Por tu vida, oyente mío, que aunque te parezca fuera de propósito, me escuches y juzgues si tengo yo razón en una cosa que te diré. Sabrás que no hay cosa que más ofenda y dé en rostro que oír y ver que algunos, y aun muchos, alaban y engrandecen a algunas personas bobas de ejecutoria, sin otro fundamento, principio, ni razón más que decir: Fulano es discreto, es santo, sabido. ¿Por qué? Porque no habla, porque no dice gracias, porque no se burla. Y hoy día hallarás en las repúblicas y comunidades que unos necios desconversables, impolíticos, groseros hacen favor a algunos personajes por decir que no hablan¡Aquí de Dios y válgalo el diablo!, como decía el bobo. Si estos no saben hablar, ¿qué mucho que no hablen? ¿Qué universidad jamás graduó de dotor en callar?¿Qué virtud puede haber donde hay fuerza? Luego si estos callan por no poder y no saber hablar, ¿por qué han de dar nombre de virtud a lo que ellos mismos quisieran excusar?

Dirá la otra vieja roñosa:

_Hija, ¿no ves el seso de Fulanita, que ni ríe, ni burla, ni dice gracias, ni donaires, ni es chocarrera?

Diré yo:

_Pues, ¡vieja maldita!, ¿hay cosa más fácil que dejar de hacer lo imposible? Pues ¿por qué alabas en aquella lo que le es forzoso? ¿Qué donaires quieres que diga quien, si se echa al aire, no tiene alas con que volar? ¿Qué gracias quieres que diga quien por naturaleza salió en desgracia con las tres hermanas que son las madres de las gracias? ¿Qué burlas quieres que haga quien no sabe qué son veras ni qué son burlas?

Lo que yo entiendo es que como algunas veces hay tontos mudos en buenos oficios, acreditan otros tales por calificar su patrimonio y aperdigarlos para que sus oficios se hereden en personas tales, y lo que peor es, que discretos habladores favorecen a veces tontos mudos, parte porque los han menester para campear junto a ellos como rosa entre espinas, parte porque presumen que los tales, como no hablan, no parlarán sus males, y de éstos se fían por ver que tienen el secreto en el pecho, y yérranlo, que antes estos tontos medio mudos, como no saben hablar en canto de órgano, una vez que abren la boca es para decir en canto llano las verdades que saben, tope a quien topare. En fin, que tienen en el pecho secreto y en la boca secreta.

No alabo el parlar mucho, que bien sé que es gran mal; bien sé que es resolver el alma en aire y dar la llave del castillo al enemigo (Dios nos libre y nos guarde), y que contiene otros mil males que la lengua los calla por no escupirse a los ojos; mas lo que vitupero es que se tenga por grandeza y blasón decir que uno no hace lo que no sabe y que sepa callar quien no sabe hablar. Si el que no habla es porque no conviene, santo y bendito; ese tal es digno del lauro de un Hipócrates y Agenore; pero que ese se dé a un callón de por fuerza, es necedad, y por tal la declaro por estos mis escritos.

Bien está, tornemos a poner los bolos y vaya de juego, que no quiero predicar porque no me digan que me vuelvo pícara a lo divino y que me paso de la taberna a la iglesia. Sólo dije esto a propósito de la mesonera que alababa al doctor Bertolo, no sólo de gran médico, pero de hombre de pro, porque hablaba poco. ¡Concértame esas medidas! ¿Qué tiene que ver hablar poco con ser buen médico?, como si el ser médico consistiera en abogar en el tribunal de las parcas para que de hilanderas se tornaran en ser cocheras, para traspalar gentes de muerte a vida. Vean aquí lo que yo digo:

_Esta Sancha, como era una jumenta, cuadróle aquel asno mudo.

_Pues, dime, vieja de Bercegüey, si todo el mundo fuera mudo, ¿quién te relatara la bizma que te sanó?

Sino que ya es refrán viejo, «lo que ignoran baldonan».

Una cosa dijo Sancha con la cual yo estuve muy bien, porque la estuve aguardando el envite al embocadero.

_Pésame (dijo Sancha) que se haya ido el señor dotor sin decirme nada, que quisiera yo darle un muy buen regalo por el trabajo.

Ya yo sabía que la ausencia aumenta los regalos de boca y apoca los de obra, que por eso pintan a la ausencia con la lengua de fuera y las manos cortadas, y porque esto no tuviese lugar, determiné hacer conforme al antiguo refrán que dice: «Cuando te ofrecieron la cochinilla», etc., y en cumplimiento dél, la dije:

_¡Ay, señora! Si v. m. tiene afición al dotor, mi primo (que mi primo es), y tiene gusto de obligarle, no lo pierda por estar ausente, que yo se lo llevaré, que aunque sea una trucha o cosa fresca llegará muy buena a Mansilla, pues me parto ya y he de caminar con la fresca de la mañana.

A ella, creo, le pesó de haber regoldado la oferta del regalo, mas como la había hecho con tanto ahínco y yo fortalecídola con mayor y tomado los puertos a todos los peros que podían estorbar su intento, no tuvo lugar de tornar la habla al cuerpo.

Replicó:

_Pues, hija, ¿qué os parece a vos que se le podría enviar que le estuviese bien?

A mí bien se me ofreció decirla:

_Pues, madre, ¿ese es el buen regalo que teníades aparejado? Mal aliño tiene de dar regalo quien no tenía determinado nada.

Pero no me pareció ir en esa letura; antes, para alejandrarla, así del ordinario bordón de lisonjeros, diciendo:

_Madre, en casa llena presto se guisa la cena. Tiene la casa tan proveída de regalos, que el menor se puede dar al príncipe y a la princepa, cuanto y más al dotor, mi primo. Mas, pues lo pone en mi albedrío, paréceme que aquel jarrillo de miel que tiene en la alacena será allá muy estimado, y yo me amañaré bien a llevarlo si va así lleno como ahora está, porque si se vacía algo, batucarse ha todo y perderá la miel su fuerza, y por mucha cuenta que se tenga, se caerá y verterá toda.

Fue razón concluyente, y allá, a tragantones y con hartas contenencias, me la dio. Paréceme que si la Sancha cupiera dentro del pipotillo de la miel, se me metiera en ella, según se le fueron los ojos tras él al punto que me hizo la entrega, y no hacía sino destaparle y mirarle como si me pidiera que la diera testimonio jurídico de algún cuerpo muerto que me depositara allí. Harta gana tuvo ella pedirme que la dejase mermar algo de la miel, pero, para si esto me dijera, ya yo había reparado el golpe con lo del batuquerio y derramamiento.

Tras esto, metí yo mi coleta también, y dije:

_¡Ah, señora! ¡Para mi primo se hizo la tierra de promisión, que manaba leche y miel, y para mí no darán agua las piedras! Pues a fe que, si no fuera yo nacida, que v. m. fuera muerta, y con los muchos no apedreé yo las viñas. Si yo comiera miel, no se me diera nada, que de este regalo partiéramos yo y mi primo, mas soy muy poquito gulosa de cosas dulces. ¡Ea, reina, siquiera porque me acuerde della en mis pobres oraciones!

Quiso Dios que oyó las mías la vieja, y me dio un pedazo de cecina que tenía debajo del almohada, no tan frío como puerco, y una gargantilla de abalorio, un rosario melonado, bien labrado, de azabache tan fino como yo, y (lo que más es) me dio la llave para que yo sacase estas galas de una arca donde tenía este flete, en un escaparate hecho de ochos y nueves. Yo, por pagarle la confianza que de mí hizo, le cogí un espejo del arca; merced fue que le hice para que no viese su maldita cara y se ahorcase como arpía; mas no haría, que yo la vi tocar en los cristales de una herrada de agua, y no desesperó ni se ahogó.

De gasto de cebada y costa de posada no hubo memoria, que cuando corre la ventura, las aguas son truchas.

Créeme que un avariento, la vez que da, es Alejandro, es como Zapardiel cuando sale de madre. Yo hallo por mi cuenta que tanto da el avaro como el franco, sino que el avaro lo da de un golpe y el franco de muchos; el liberal, como siempre piensa en el dar, siempre piensa en el retener, y así salen de sus manos las franquezas con freno y falsas riendas; pero el avariento da sin freno, porque da con deseo de poner fin de una vez a los dones todos.

He oído referir de Séneca que, en materia de espontáneas donaciones, se atenía a los dones de avariento vivo y testamento de liberal muerto. Y en el libro de jauja se refiere que cierta gata era bodegonera y tenía en su servicio otra gata a quien encargó ciertas varas de longaniza para que las vendiese a palmos; vino a la tienda cierta garduña amiga suya a comprar ciertos palmos de longaniza, quísola hacer cortesía y dar buen palmo y, pareciéndola que palmo de gato es muy estrecho, se hizo cortar las uñas y con ellas enhiladas en largo le midió el palmo tan largo como su voluntad. Pidióle su ama a la gata razón de tamaña perdición y de un medir tan sin medida; a lo cual respondió:

_Quien mide a amigos, no puede medir con uñas, y por eso me las quité, y si el palmo salió grande, yo no excedí el mandato de v. m., porque palmo hecho de uñas de gato, palmo de gato es.

Entonces la gata señora dijo con grande prosopopeya esta sentencia:

_Sin duda, que la vez que hace merced un gato, es Alejandro.

El emboque de la aplicación me perdona, pues ves que le dejo por estar la bola tan junto a barras, que entre buenos jugadores pasó por hecha. Bien te pudiera traer el jeroglífico del gusano de seda el de las hojas del oro y el del cáñamo, mas no quiero, por cesar de ser coronista de esta mesonera de la pestilencia.

Sólo te digo que harto bien pagué su liberalidad, pues sufrí que me abrazase, o, por mejor decir, me cinchase, y yo la medio abracé; digo medio abracé, porque para abrazarla por entero fuera necesario un arco de la cuba de Sahagún.

También sufrí derramarse sobre mi albanega ciertos lagrimones de oveja vieja, y me retocase con sus claras, olor y estopas, que tuve bien que hacer en sacudir de mí tascos y pegotes.

APROVECHAMIENTO

La hacienda mal ganada siempre paga censo a malos y a buenos, que contra el ladrón, los unos sirven de verdugos y los otros de jueces.

 

NÚMERO SEGUNDO

Del desenojo astuto

 

SÉPTIMAS DE TODOS LOS VERBOS Y NOMBRES CORTADOS

En el capítu_ siguient_

Se cuent_ un cuent_admira_

De un bachill_ disparata_

Neci_, bo_, loc_, imprudent_,

En quie_ se cumplí_ el refrá

Que tras cornu_, apalea_,

Y tras los cuern_, peniten_.

S

 

alí del mesón con la furia que sale el impetuoso torbellino impelido del Eolo enojado, y aunque pasé por mi primera posada, no me dio temor ni de los Pavones ni de la mesonera, porque los unos tuve por cierto que estaban en cartis pitis, y la mesonera _a la ley de creo_ había trabado la ejecución en los muebles del bachiller. Mi burra iba bien cargada y sin peligro de que el aire la llevase a transformar en canícula, a causa de que mi criado y yo habíamos metido en las alforjas más especies de cosas que cupieron en el arca de Noé. Porque como mi mochillero entendió la vida y humor de su ama, también él hacía por su parte tiros, mochilla y levadas conforme a su capacidad, que no se puede pedir más a un muchacho de poca edad. Seguía el arte y entendíala, y vilo en algunos buenos tiros que hizo a inocentes platerillas. Mucho me debe aquel muchacho. Hícele hombre, que si yo no fuera tamboritera, no saliera bailador.

Aunque salí de León por la misma parte que entré, y dije mal de las entradas, me parecieron bien las salidas, que las tiene León muy buenas, mucho, mucho. Entiéndese si las salidas son para no tornar jamás, como yo lo he hecho.

Venimos cantando yo y mi lazarillo _que el cantar alivia el cansancio_, y aun la burra roznó su poquito bien, viendo echar el bajo a un burro que la salió a recebir, el cual para medir lienzo no le faltaba todo. No me alabo de lo que canté, porque no falta quien diga que en las mujeres, en cuanto crece la dulzura del canto, mengua la inclinación a las virtudes, sino de que dije coplas que me parecía que se me hacían de mohatra. No me espanto que cantase Marta después de harta, que el contento fue el padre de las musas y abuelo de la poesía, y el Parnaso fue corte de la poesía por ser paraíso de los deleites.

Con este ejercicio fue mi burra viento en popa hasta encimarse y arribar a la cumbre del portillo de Mansilla, y, en viéndose a vista de mi pueblo, cayó, mas la noble e hidalga burra se levantó en un punto más orgullosa que antes, de modo que me dio al alma, si, aquella burra, como era ciudadana y reconoció tierra de villa al caer, hizo lo que Julio César, que cayendo dijo:

_Téngote, África, no te me irás.

Todas estas aventuras y concetos me llevaban empapirotada el alma y con próspero viento marchaban mis sentidos a tornar puerto en mi querida villa, que es naturalísima cosa a una mudanza acarrear un deseo de sosiego y un extremo otro extremo, porque como, desde el príncipe hasta el último gusano o polvo terreno, todas las cosas están armadas en el fuste de la mudanza, es claro que, por no salir de quien son, jamás toman ningún puesto, si no es para que sirva de paso y tránsito.

Algún miedo llevaba de si el bachiller melado, parte de cansado y parte de enojado, me aguardaba en el camino, y como sea verdad que un fiel corazón nunca engaña, por la parte que tiene correspondencia con principios aún más altos que el mismo cielo corporal, tampoco en esta ocasión me quiso ni pudo engañar.

Dicho y hecho. Al revolver de una peña cortante, le encontré muy melancólico y pensativo, que sin duda la cólera adusta y requemada de tanto esperarme se le había vuelto en melancolía. Pero como es natural que la vista del matador hace revivir la sangre helada e inquietar las precordias, alborotósele la pajarilla, y, como si él fuera una colmena de avispas ofendidas, con esa misma furia y susurro de palabras comenzadas y no acabadas, henchía el aire de quejas y a mí de algunos temores. El mayor que yo tenía era no hubiese cogido alguna sopa de arroyo o marinica de cascajal, que es lo mismo que lágrima de Moisén, y, dicho en romance, es un guijarro. Esto me hacía mirarle a las manos y a la faltriquera, por si la había hecho vivar de estebanías, que lo demás no me daba pena, que era un lebroncillo y no valía sus orejas de agua para cosa de pendencia. Si él fuera un David, no temiera, que los Davides y los corteses sólo tiran piedras a los gigantes y no a damas; si un Adán, aunque yo hubiera pecado más que Eva, no temiera, porque nunca he oído que Adán apedrease ni aun tiñese a Eva por el daño que hizo. Si supiera el capítulo que en el libro del duelo, que compuso Doña Oliva, y trata la venganza que pueden tomar los hombres de las mujeres que les ofenden, no temiera, pues se dispone allí que basta por venganza tornarlas un guante. Mas de todo sabía poco, y menos de disimular. Pero, confiada en que nunca me fue mal con estudiantes, se atrevió mi pobre chalupa a abordar con su buen calafateado o enmelado bergantín, no con poco cuidado de desimular la risa de la burla, la pena del mal olor y el temor de sus desacatos.

Era gran habladorcillo, y, por no perder la costumbre, quiso vengarse, no con piedras, sino poniendo en la honda de su lengua las crudas e indigestas razones que se siguen:

_Mala hembra, ¿por qué has querido authorizar con la honra que me has quitado tu mesonera e ingrata descendencia? Serpiente, ¿por qué me has hecho arrastrar por los suelos de las camas bañándome de espurcicia? ¿No sabes lo que yo y tú oímos en un sermón, que el estiércol de una golondrina causó mil pesares en casa de un santo que no se me acuerda cómo se llamaba? Pues ¿por qué has querido estercolarme de hoz y de coz tan sin lástima de mí? ¿No había otras burlas más enjutas y de mejor olor? ¡Naciste entre sebosos ratiños! ¡Criástete como gusano en estiércol de letrina!

¿Qué te contaré? Díjome cosas que no cupieran en el Calepino. Yo no por eso perdía tiempo ni perdoné algún jo a la burra, antes decía el jo doblado, con presupuesto que el un jo era para la burrica y el otro jo para el bachiller melado, aunque no melifluo. Ya quiso Dios que paró la bomba. Bien pensó él que le respondiera yo algunas razones con que ablandara algo su escropuloso enojo, mas no se me ofreció otra respuesta sino la de Marcela a Garcerán:

¿Quiere darme por escrito

Ese largo parlamento?

Que me importará infinito

Para un negocio que intento.

Corrióse, porque era copla usada en Mansilla y recibida por afrenta, si una moza la decía a quien la hablaba.

Entonces él, enojadísimo con la afrenta de la respuesta presente y burla pasada, echa mano a un puñal, de dos que llevaba en la mano, y, a cofre cerrado, me amagó como valentón.

Yo quisiera atropellarle con la burra, mas aunque la espoleé, no me entendió, o si me entendió, no le quiso hacer mal, por el símbolo y parentesco que entre ellos había.

Ofrecióseme de hacer del ojo al acólito para que conjurara sobre él una nube de pedradas con que siquiera le espantara. Dejélo de hacer, porque como mi picarillo era determinado, sabía que tardara yo más en decírselo que él en empedrarle la cara y esmaltar la miel dorada con la sangre de sus venas. Y ansí me determiné tomar por mi persona la empresa de espantarle, confiada en que no era yo la primer mesonera que triunfó de hominicacos.

Bajé, pues, como un león pardo o azul, y fingiéndome furia de onza, y aun de arroba, le amagué con un terrón y juntamente le hice un gesto tan de hircana furia, que tuvo por mejor mostrarme él a mí las espaldas, que esperar a que yo le mostrara a él los dientes. Con este ademán, nos quedamos ambos hechos estatuas de salvajes de armas, él con sus dos dedos empuñados en la mano, yo con mi terrón, punta al ojo; él medroso, espantado y absorto de ver mi ademán; yo perseverante por meterle el gesto en las tripas.

Ya fuimos a menos. Retraje el brazo, eché a mis espantadores ojos las cortinas de mis párpados y plegué el pendón de mis extendidas cejas. Yo perdí el miedo y él la cólera, con que pudo hablarme con algo menos rumbo, aunque no menos correa _que en esto del decir tenía rauda despepitada.

Llegóseme cerca y dijo:

_Señora Justina, que no lo hacían por tanto, que cinco dedos envainados en la palma nunca dan estocada de muerte. Particularmente que un agraviado, de justicia, pide algún camino para su descargo, y el que yo intenté no era el más costoso. ¿Parécele bien, señora Justina, haber afrentado su sangre, enlodar a sus parientes, poner mal olor en mi fama y mi persona? ¿Pues así me paga que todo el camino de la romería la vine acompañando, hecho un Roldán contra todos aquellos y aquellas que la querían agraviar? Dígame, ¿es posible que no tuvo miramiento una doncella tan limpia y tan honesta en porcar un cesto nuevo y limpio como aquel, y tras esto, poner mi vida al tablero por defender su honra y su limpieza, o, por mejor decir, su suciedad?

Ya yo sabía que aguardar fin a sus bachilleras razones era buscar el fondo al mar con sonda de calabaza o cabeza de alfiler, y por tanto le quise atajar, temiendo no me diese ocasión de segundo relámpago.

_¡Basta, basta! (le dije). Basta, señor enlodado, el de mal olor en su fama y su persona. Si él es un bobo, ¿qué culpa le tiene el concejo? ¿Por qué, pues yo le dije que fuese a la cama en que yo dormí, no subió paso a paso, sin ruido, a la propria cama donde yo le dije? Si él fue a otra cama de algún puerco como él, ¿de qué se maravilla que le ensuciasen y afrentasen? En las camas donde yo duermo nunca yo dejo esos incestos. Si fuera a la propria cama donde yo dormí, hallara ser verdad cuanto le dije, y que debajo della estaba un gran cesto de favos de miel. Y, por más señas, sepa que el procurador que trataba mi pleito en León no los quiso, porque me hace el pleito de balde, y yo, por no traer sucia la alforja, derretí los favos en casa del procurador y traigo la miel conmigo en un perolejo vidriado. Véala aquí, para que entienda que es un tortolico y que no hace cosa a derechas; y sepa que no lo tiene todo averiguado, que no lo hará con un real de a cuatro lo que me debe. Lo uno, porque sepa que no me costó poco a sacar de rastro el cesto y favos, que como él lo metió todo a barato, ya no había rastro de la miel y pensaba que era negocio dejado, y para sacar el juego de mañana, di un real a una moza del mesón que me parló cómo y dónde estaba. ¡Mire si yo no fuera ladrona de casa y supiera negociar en mesones, qué bueno lo había parado! Lo segundo, que por el daño que él hizo y por vengarse dél, me tomaron a mí más de tres reales de miel y el cesto, y hube de comprar este pote vidriado. Velo aquí todo, pote y miel y el cesto.

Y mostréselo, y al verlo, quitéle el sombrero en prendas.

Él, confuso y convencido de verse culpado y la claridad al ojo, cortóse y no supo qué se hacer. Parecióle que había de ser segundo pleito de mesonera, y tanto mayor cuanto yo era mesonera mayor de marca. No tuvo otro remedio sino hincarse de rodillas y pedirme, por las plagas de San Lázaro, que le fiase la paga hasta que nos viésemos en Mansilla, mas yo, como soy misericordiera y eché de ver que no llevaba moneda en que trabar la ejecución, se le torné con algunas ceremonias y ratificaciones de que escupiría el real de a cuatro en viéndonos en Mansilla. Pidióme también con mucha instancia que no dijese cosa de lo que por él había pasado a nadie de Mansilla. Yo no le dije sí ni no, porque pensaba, en cobrando el cuatrín, no dejar persona escolar ni lega a quien no dijese el chiste. Y, por contentarme, me dio algunas cintas y arenillas que de León traía, lo cual todo lo tomaba yo con un ademán tan grave, como si le hiciera merced de la vida.

Ya que vi que no tenía más que dar sino palabras suyas, que para mí eran tan enfadosas, comencé a darle matraca, avisándole que si allí no desfogaba, no me podría contener en Mansilla y que mejor era que allí descargase la nube. Con este presupuesto estuvo un poco quedo, lo que bastó para decirle galanas cosas sobre lo del haberse ido a fregar al caño como muchacho azotado, y echarse en remojo como pescada salada, y sobre lo de haberle hecho perder tierra la diosa Palas, digo la mesonera con el palo.

Quisiera que se me acordaran los dichos que le dije, pero ya es común que los que decimos de repente no tenemos buena retentiva, a causa de no ser húmedas de celebro. El sí, con su humedad, podrá haber retenido. Para esto de matracas era entonces yo una cendra, y aun ahora no es tan viejo el moro que puñalada no diera, si ocasión de burla y fisga hubiera. La matraca fue tal y tan buena, que no fue en su mano aguardarla más que si fuera melecina de plomo derretido. En fin, tomó y fuese.

Cuando yo entré en Mansilla, vi que se estaba paseando por la plaza, con el vestido mudado y en compañía de Bertol. En viéndome que me vieron ambos a dos, fue como si se les apareciera algún muerto a pedir ejecución de testamento, y aunque más los ceceé, no hubo venir, y no me espanto, que como yo decía ce, ce, el Bertol pensó que era el ce, ce de marras, cuando le dije: ce, ce, téngase, que está aquí mi pariente Roldán. Y el bachiller, oyendo ce, ce, se acordó del cesto, y por esto huyeron ambos.

Con todo eso, el bachiller lo pensó mejor y, para obligarme a que callase, me vino a besar las manos y me trajo un real de a cuatro tan duro como un hueso. Puso el dedo en la boca, y como así el callar como el hablar se hace con la boca, y él apuntaba a la boca, no entendí bien si me decía que callase o divulgase la burla. Yo, por acertar, eché a la peor parte, en especial que ya yo tenía el cuatrín embolsado.

Vi buen auditorio; comencé a decir ¡pu, pu! y taparme las narices.

_¿Qué ha, señora Justina? (dijeron los del mercado).

Respondí:

_¡Fuego de Dios, señor bachiller, y cómo huele a miel de ovejas!

_¿Yo, señora?

_¡Ay, sí! (dije). Él es, señor bachiller melado, que no debió de lavarse bien en los caños de León. ¡Mal haya la mesonera que le enceró con tan mala trementina! ¡Hideputa de mal hojaldre! ¿Este es el secreto macho que me encargaba, siendo él secreta? ¡La bellaca que tal callara! ¡Parez que calla, señor bachiller! ¿Vuélvese a niño, que no sabe decir la caca?

De aquí fui diciendo bellezas, que después que una pícara desprende tres alfileres del secreto, no hay tal bohemio del gusto. Furiosa fue la avenida de vayas que le di y la que le dieron los de mi pueblo, que había en él muchos de vaya.

Quedó tan asentado el nombre del bachiller melado, y con él tal mancha y mal olor en su fama, que por muchos años que dure no le jabonará Taborda.

APROVECHAMIENTO

Quien quiera triunfa de un labrador, porque su indiscreción da armas contra él.

 

NÚMERO TERCERO

De los trajes de montañeses y coritos

 

SEXTILLAS UNÍSONAS DE NOMBRES Y VERBOS CORTADOS

Yo soy due_

Que todas las aguas be_

Escuch_ que quier_ pintá

Un mapamund_ generá_

De montañé_ y asturiá_

Desde el cocó_ hasta el zapá_

Espad_, monté_, sombré_, guadá_,

Y si pregunt_ quién lo ha he_,

Yo soy due_

Que todas las aguas be_.

Soy la rein_ de Picardí_,

Más que la rud_ conoci_,

Más famo_ que doña Oli_,

Que Don Quijo_ y Lazari_,

Que Alfarach_ y Celesti_

Si no me conoces cue_,

Yo soy due_

Que todas las aguas be_.

Y

 

o pienso que la bondad de las cosas no consiste tanto en la sustancia dellas cuanto en menudencias y accidentes de ornatos y atavíos. Ansí mismo, pienso yo que la bondad de una historia no tanto consiste en contar la sustancia della cuanto en decir algunos accidentes, digo acaecimientos transversales, chistes, curiosidades y otras cosas a este tono con que se saca y adorna la sustancia de la historia, que ya hoy día lo que más se gasta son salsas, y aun lo que más se paga.

De aquí saco que, pues he referido lo que toca a la jornada de León, será justo decir algunas menudencias de graciosos trajes y figuras que vi por las aldeas y en el camino, especialmente cuando me torné a Mansilla. Y si lo que dijere para alguno fuere agraz, haz cuenta que mi historia es polla y que la salsa es de agraz.

Yo gustara ser una duquesa de Alba, Béjar o Feria _y más ahora, que las tres hermanas son las mismas tres Gracias sobre una misma ínclita e ilustre naturaleza_; quisiera, como digo, ser una duquesa para hacer destos trajes una tapicería tan costosa como la de Túnez, tan graciosa como la de los disparates, tan fresca como la del Apocalipsis. En fin, fuera tapicería tan varia y de tanto gusto, que su variedad te excusara un Aranjuez, su riqueza unas Indias, su gusto los mil placeres.

Decía (y decía bien) una dama discreta:

_No soy amiga de tapicerías de seda, brocado, terciopelos, ni damascos, porque estas son colgaduras de pobres.

Y probábalo, porque estas son telas de repuesto para que, faltando dinero para saya, puedan servir de lo que les mandaren.

La que es propio ornato para tapicería es la que tiene figuras, porque éstas tienen mucho provecho y gusto. En invierno, arropan; en soledad, acompañan; en tristeza, divierten; en necesidad, adornan. En fin, casi, casi suplen lo que los hombres, como se vio en el otro capitán que no quiso ir en casa de un enemigo suyo que tenía muy buenos tapices, diciendo:

_No quiero ir a ver hombre enemigo mío que tiene dinero para sustentar tantos hombres pintados, que quien compra pintados que le deleiten, buscará vivos que le venguen.

Así que, si yo fuera duquesa, es sin duda que yo mandara hacer una tapicería destos trajes de los montañeses y montañesas de mi tierra, y coritos y coritas, que te diera muy grande gusto. Lo primero, yo encontré unos asturianos, a los cuales, por aquella tierra de León, unos les llamaban los guañinos, porque van guarrando como grullas en bandadas, o quizá porque siempre van con las guadañas insertas en los hombros. Otros les llaman coritos, porque en tiempos pasados todo su vestido y gala eran cueros. Alguno dijo ser la causa otra. La verdad es que la falta de artificio, la necesidad del tiempo, la simplicidad del ánimo y la necesidad de su defensa, les hizo andar deste traje, y no, como algunos maldicientes dicen, el haber salido de Asturias los que inventaron los cueros para el vino y las coronas para Baco. Mas no por eso niego que el Baco tenga allí y haya tenido jurisdición y gran parte de su real patrimonio, no digo en vivos, sino en vinos. Agora ya no se visten de cuero, si no es algunos que le traen de partes de dentro, y para esto tienen comercio de por mar con las Indias de Ribadavia, que engendra vino de color de oro. Otros llaman a estos coritos hijos de la Pernina. Maldicientes quieren decir venir esta denominación de una gran hechicera que allí traía los diablos al retortero y se llamaba la Pernina. Pero no es por eso, sino que por denotar que sus piernas andan vestidas de las calzas de aguja que sus madres les labraron en los moldes de sus tripas, les llaman de la Pernina. Todos estos nombres son asentados en las cortes de los muchachos con sólo el fundamento de su niñero gusto y no es mi intención que pasen por verdades, pues se sabe que los mochachos han tomado licencia para dar vayas a los más calificados del mundo, y si yo hubiera de tejer historias de seda fina, a fe dijera bellezas de Oviedo y de la Cámara Santa y del Principado de Asturias, pero soy relatera ensarta piojos, y si tomo pluma en la mano, es para hacer borrones. Voy con la pluma retozando con orlas de cortapisas. Díselo tú, que a mí no me vaga.

Va de cuento. Estos asturianos encontré en diversas tropas o piaras, con tales figuras que parecían soldados del rey Longaniza o mensajeros de la muerte de hambre. Lo cual creyera cualquiera que los viera flacos, largos, desnudos y estrujados, y con guadañas al hombro. Vi también que llevaban unas espaditas de madero en la cinta. Paréme a pensar qué podía ser aquello, porque decir que había enemigos que no podían morir_ si no es con puñal de madera, era negocio difícil de entender, si no es creyendo que eran enemigos encantados como los de don Belianís. Imaginé si era batalla de sopas, en la cual se suele hacer la guerra con madera, pero eso fuera si las espadillas tuvieran forma de cucharas. En fin, no atinando la causa, me resolví de aguardarlo a saber en el otro mundo.

Miren si es por ahí la gente corita, pues llevan armas incomprehensibles que agotan el entendimiento.

Los que iban, iban sin sombreros y casi desnudos; los que venían, traían dos sombreros y mucho paño enrollado, de manera que imaginé si acaso iban a la Isla de los Sombreros y allí los segaban con aquellas guadañas. En lo del paño tuve envidia, porque las mujeres somos grandes personas de andar empañadas, y de los sombreros tuve curiosidad.

Así, con toda mi inocencia, pregunté a un asturiano lo siguiente:

_Hermano, decidme, ¿cuánto hay desde aquí a la Isla de los Sombreros donde segáis, y desde aquí a la Isla Pañera donde os habéis empañado?

         El bellacón del asturiano debía de ser hijo de la Pernina y tener la redoma llena.

Respondió:

_Señora, los sombreros se siegan en Badajoz y el paño en Putasí, digo en Potosí.

A esto le repliqué luego:

_Yo entendí que me habían engañado. ¡Bien haya el que es llano y dice las verdades a las gentes! Y diga, hermano, y estas espadicas, ¿para qué son?

A esto me dijo él:

_Vamos contra unas mujeres que están rebeladas contra don Alfonso el Casto, y porque no es honra pelear con hierro contra gente de corcho, llevamos armas de madera.

Preguntéle más:

_¿Y en qué isla es eso, galán?

Respondió tan presto:

_Dama, en la Isla del Cuerno.

Parecióme mozo alegre y de la tierra y, por diez, metí el buen sol en casa y estiré las preguntaderas, y dije:

_¿Y esas guadañas?

Dice:

_Son para segar oro para contentar las mujeres ruines, que son muchas, a las cuales, como por una parte son locas y por todas codiciosas, se les ha encajado que hay en Potosí una dehesa en que nace el oro con barbas y raíces como puerro. Y así, a ruego de muchas, les vamos a segar el oro con estas guadañas, y les dejamos las casas en prendas de que volveremos, y a esto vamos para lo que cumpliere.

Mil gracias me dijo el asturiano. Preguntéle que por qué los de su tierra no tenían cocote.

Y díjome:

_Señora, en Asturias, entre dos hombres tienen una cabeza partida por medio, y, para que se junten como medias naranjas, están así sin cocote para estar lisas y juntar.

Preguntéle que por qué andaban en piernas los asturianos. Dijo que porque hay una profecía de Pero Grillo, que fue asturiano, de que en Asturias ha de venir por el río una avenida de oro y toneles de vino de Ribadavia, y por estar prevenidos para la pesca, andan siempre descalzos.

Preguntéle que por qué hablaban siempre en tonillo de pregunta. Y dijo que, como tienen fama de que yerran mucho, preguntando siempre pueden decir que quien pregunta no yerra, si no es que pregunte lo otro, que ya me entiendes. También dijo que hablaban en tono de pregunta porque como están lejos de corte, siempre llevan de acarreo respuestas.

Íbanse lejos los compañeros, que, a no verlo, traza tenía el asturiano de entretenerme todo el día. Verdaderamente parecía noble, y sin duda lo sería, que aquella tierra tiene las noblezas a segunda azadonada, dado que los nobles de aquella tierra son ilustre y heroica gente.

No te he dicho del traje de las asturianas. Oye: Unas traían unos tocados redondos que parecían reburojón de trapos en empujo de melecina; otras los traían que parecían turbantes de moros; otras, las más galanas, azafranados como cabeza de pito; otras, de tanto volumen y de tal hechura, que parecía tejado lleno de nieve. Vi tantas diferencias dellos como hechuras de pan de ofrenda.

En aquella sazón traían todos luto por una persona de la Casa Real, y era cosa de risa ver los lutos de las asturianas. Una vi que por luto traía una soleta de calza parda presa con dos alfileres sobre el tocado.   Puramente me pareció que las ánimas de aquellas asturianas debían de ser de casta de truchas empanadas en pan de centeno, porque quien viera un rostro negro, una mantilla atrás y otra adelante, no podíapensar sino que allí vivían empanadas las ánimas no encorporadas ni humanadas.

¿Pues las diferencias de los calzados no eran donosas? Unas traían unos zapatos de madera, que llamaban abarcas, con unas puntas de madero que parecían colas de ternero retozón. Si aquellas mujeres supieran escribir, con los pies pudieran firmar, que aquel pico sirviera de pluma. Otras usan unas sandalias que llaman zapato de apóstol, éstas son de cuero o pellejo, y las traen atadas con un cordel tan fuertemente, que después de calzadas pueden en las soplantas hacer son como pandero, y creo lo hacen a veces, a falta de témpano. Otras traen unos zapatos de vaca, no cosidos, sino clavados con tan fuerte clavazón, como si fuera postigo de fortaleza, y aun algunas para vestir tan al propio como al provecho, traen echados tacones de herraduras viejas.

Una cosa vi en que juzgué que los asturianos deben de ser volteadores de inclinación y aves de caza, porque sus madres los crían en el aire. Y es que van camino ocho y diez leguas y llevan los mochachos en unos cestos o banastos sobre las cabezas. Si como los traen en el aire, fuera en el agua, según razón, habían de ser pescados, y cerca andan ellos dello, pues no suelen tener casi nada de carne. Verdad es que a ellas les sobra.

Todas estas visiones llevara en paz y en haz de mi gusto, si encontrara alguna de buena cara, pero teníanla todas tan mala, tan negra y abominable, que yo imaginé que eran selvajes escamados y que quitados los pelos y cerdas, habían quedado ansí las caras sin barbas. Yo no sé cómo, siendo aquella tierra fría, son aquellas mujeres negras, porque el color negro es efecto de mucho calor, como se ve en el cuervo. Mas debe de ser que con el frío se queman y ennegrecen como los naranjos cuando se yelan, o se deben de afeitar con color de guinea, o las paren sus madres en los cañones de las chimeneas, o las ponen al humo que se acecinen, o cualque cosi. Ya sería posible que como Asturias ha sido y será el muro de la Fe, y la herejía tiene por antechristos al ocio, al gusto y al dios Cupido, proveyó Dios destas malas caras, porque sin duda, viendo estos caballeros tan malas visiones, se tornarán a la herejía, su señora, diciendo:

_Señora, hay peste. No es tierra para nosotros, que no viviremos dos días.

Y con esto, dejara la herejía la jornada y el intento de entrar allí.

Santo y bendito. Ahora digo que las doy licencia para que sean feas del Papa, pues tanto importa.

APROVECHAMIENTO

Ánimos libres y holgazanes sólo ponen su fin en cosas vanas y de poco momento, olvidándose de las cosas sólidas e importantes.

FIN DEL LIBRO SEGUNDO

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