Hesíodo

La
Teogonía

 A

nte todo, cantemos a las Musas Heliconiadas que del Helicón habitan la enorme y santa montaña, y con sus pies ligeros danzan en torno a la fuente violeta y al altar del poderosísimo Cronión; y que, tras de lavar su cuerpo delicado en el Permeso, o en la Hipocrene, o en el Olmeo sagrado, sobre la cumbre del Helicón, forman encantadores coros y agitan los pies rápidamente.

     Precipitándose desde allí, envueltas en un aire denso, elevan en la noche su hermosa voz y loan a Zeus tempestuoso, y a la venerable Hera, la argina, que camina con sandalias doradas; y a la hija de Zeus tempestuoso, Atenea la de los ojos claros; y a Febo Apolo, y a Artemisa, contenta de arrojar sus flechas; y a Poseidón, que contiene la tierra y la sacude; y a Temis la venerable, y a Afrodita la de párpados redondeados, y a Hebe, adornada de una de oro; ya a la bella Dione, y a Eos, y al gran Helios, y a la luciente Selene, y a Latona, y a Yapeto, y al sagaz Cronos, y a Gea, y al Océano, y a la negra Nix, y a la raza sagrada de los demás Inmortales que siempre viven.

      En otro tiempo, a Hesiodo enseñaron ellas un hermoso canto mientras apacentaba él sus rebaños bajo Helicón sagrado. Y por lo pronto, me hablaron así esas diosas, las Musas del Olimpo, hijas de Zeus Tempestuoso:

      —Pastores que pasáis la vida al aire libre, raza vil, que no sois más que vientres: nosotros sabemos decir numerosas, verosímiles ficciones; pero también, cuando nos place, sabemos ensalzar la verdad.

      Hablaron así las hijas veraces del gran Zeus, y me dieron como báculo pastoril una rama de verde laurel admirable de coger; y me inspiraron una voz divina, con objeto de que pudiese yo decir las cosas pasadas y futuras; y me ordenaron que cantase a la raza de los dichosos Inmortales y a ellas mismas, que cantara siempre desde el principio hasta el fin. Pero ¿a qué permanecer alrededor de la encina y de la roca?

       Comencemos por celebrar las musas que el padre Zeus, cantando, regocijan el alma grande en el Olimpo, morada de los Inmortales.

      Elevando su voz sagrada, celebran primero la raza de los dioses venerables a quines, en su origen, engendraron Gea y el anchuroso Urano; porque de éstos nacieron los dioses, manantial de bienes.

      Luego, en honor a Zeus, padre de los dioses y de los hombres, comienzan y acaban de nuevo su canto diciendo que es el más fuerte de los dioses y el más poderoso. Por último, canta a la raza de los hombres y de los gigantes robustos, y regocijan el alma de Zeus, en el Olimpo, las musas Olímpicas, hijas de Zeus tempestuoso.

      Las parió en la Pieria, tras de unirse a su padre Zeus el Cronida, Mnemosina, que mandaba en las colinas de Eleuter, para que fuesen olvido de males y fin de penas. Durante nueve noches, unido a Mnemosina, el sabio Zeus, lejos de los Inmortales, subió al lecho sagrado; pero, después de un año, y desarrollado el curso de los meses, y al paso de días, parió ella nueve hijas, unánimes a quienes placía la música y que tenía en su seno un corazón tranquilo.

       Y es cerca de la cumbre del nevado Olimpo donde se forman sus coros espléndidos y donde están sus hermosas moradas. Junto a ellas, en los festines, se hallan las Cátites e Imero. Exhalando de su boca una voz amable, cantan. Y celebran con himnos amables las leyes universales y las costumbres venerables de los Inmortales.

       Y subieron al Olimpo orgullosas de su hermosa voz y de su canto ambrosino. Y en todas partes repercutía la tierra negra al son de sus himnos. Y bajo sus pies se alzaba un ruido encantador. En tanto iban hacia su Padre, que reina en el Urano y lleva el trueno y el rayo ardiente; su padre venció con su propio poder a Cronos, su engendrador, y luego diestramente distribuyó entre los Inmortales los debidos honores.

      He aquí lo que cantaban las Musas, que tienen moradas olímpicas, las nueve hijas engendradas por el gran Zeus: Clío, y Euterpe, y Talía, y Melpómene, y Terpsícore, y Erato, y Polimnia, y Urania, y Caliope, que descuella entre todas las demás, porque acompaña a los reyes venerables.

      Cuando las hijas del gran Zeus quieren honrar a uno de entre ellos, en cuanto ven venir a la luz uno de esos reyes criados por Zeus, le destilan en la lengua un delicado rocío, y las palabras fluyen suaves de su boca, y los pueblos todos le miran cuando dispensa justicia en equitativos juicios, y hablando con destreza apacigua él de repente una disensión grande.

      Y en efecto, los reyes prudentes en el ágora, hacen que se devuelva a sus pueblos todos los bienes que se les ha arrebatado; y lo hacen fácilmente, con ayuda de persuasivas palabras. Y si uno de ellos anda por la ciudad, como un Dios, aplaca con su dulce majestad y brilla en medio de la muchedumbre. Tal es el don sagrado de las Musas a los hombres.

     Es a las Musas, es al Arquero Apolo a quienes se deben en la tierra las aedas y los citaristas; pero los reyes vienen de Zeus. ¡Y es dichoso aquel a quien aman las Musas! De su boca fluyen una voz dulce. Si se entristece alguien, gimiendo en su corazón, con el alma herida por un dolor reciente, en cuanto un aeda criado por las Musas  celebre la gloria de los hombres antiguos y loe a los dioses dichosos que habitan el Olimpo, ese alguien olvidará sus males y no se acordará más de sus dolores, pues los dones de las diosas le habrán curado.

      ¡Salve, hijas de Zeus! ¡Dadme vuestro canto que entusiasma! Celebrad a la raza sagrada de los Inmortales que siempre viven y nacieron de Gea y de Urano el del manto estrellado, y de los tenebrosa Nix, dioses a quienes alimentaron  las saladas olas del Ponto.

      Decid cómo nacieron en un principio con los dioses, la tierra y los ríos, y el inmenso Ponto que bate furioso y los astros resplandecientes y, por encima, el anchuroso Urano. Decid también que dioses, manantial de bienes nacieron de ellos; y cómo, tras de repartirse en el origen honores y riquezas, se apoderaron del Olimpo, el de numerosas cimas.

      Decidme estas cosas, Musas de moradas olímpicas, y cuáles de entre ellas fueron las primeras en un principio.

      Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y él Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los dioses Inmortales, que rompe las fuerzas, y que de todos los dioses y de todos los hombres domeña la inteligencia y la sabiduría en sus pechos.

      Y de Caos nacieron Erebo y la negra Nix, Eter y Hemero nacieron, porque los concibió ella tras de unirse de amor a Erebo.

      Y primero parió Gea a su igual en grandeza, al Urano estrellado, con el fin de que la cubriese por entero y fuese una morada segura para los dioses dichosos.

      Y después parió a los Oreos enormes, frescos retiros de las divinas ninfas que habitan las montañas abundantes en valles pequeños; y después, el mar estéril que bate furioso, Ponto; pero a éste lo engendró sin unirse a nadie en las suavidades del amor. Y después, concubina de Urano, parió a Océano el de remolinos profundos, y a Coyo, y a Críos, y a Hiperión, y a Yapeto, y a Tea, y a Rea, y a Temis, y a Mnemosina, y a Feba coronada de oro, y a la amable Tetis. Y el último a quien parió fue el sagaz Cronos, el más terrible de sus hijos, que cobró odio a su padre vigoroso.

       Y parió también a los Cíclopes de corazón violento, Brontes, Steropes y el valeroso Arges, que entregaron a Zeus el trueno y forjaron el rayo. Y eran en todo semejantes a los demás dioses, pero tenían un ojo único en medio de la frente. Y se llamaban Cíclopes, porque en su frente se abría un ojo único y circular. Y sus trabajos rebosaban fuerza, vigor y poder.

      Y después, de Gea y de Urano nacieron otros tres hijos, grandes, muy fuertes, horribles de nombrar: Coto, Briareo y Giges, raza soberbia. Y de sus hombros arrancaban cien manos indomables, y cada uno de ellos tenía cincuenta cabezas que se erguían sobre la espalda, por encima de sus miembros robustos. Y su fuerza era inmensa, invencible, dada su gran talla. De todos los hijos nacidos de Gea y Urano, eran los más poderosos. Y desde el origen fueron odiosos a su padre. Y conforme nacían, uno tras de otro, los sepultó, privándolos de la luz, en las profundidades de la tierra. Y se alegraba de esta mala acción, y la gran Gea gemía, por su parte, llena de dolor. Luego, ella abrigó un designo malo y artificioso.

       —Queridos hijos míos, vástagos de un padre culpable, si queréis obedecer, tomaremos venganza de la acción injuriosa de vuestro padre, porque él fue quien primero meditó un designo cruel.

      Habló así, y el temor los invadió a todos, y no respondían ninguno de ellos. Por fin, recobrando ánimo el grande y sagaz Cronos dijo así a su madre venerable:

      —Madre, en verdad te prometo que llevaré a cabo esta venganza. Efectivamente, ya no tengo respeto a nuestro padre, porque él fue quien primero meditó un designo cruel.

      Habló así, y la gran Gea se regocijó en su corazón. Y le escondió una emboscada, y le puso en la mano la hoz d e dientes cortantes, y le confió todo su designio. Y llegó el gran Urano, trayendo la noche, y se tendió sobre Gea por entero y con todas sus partes, lleno de un deseo de amor. Y fuera de la emboscada, su hijo le cogió la mano izquierda, y con la derecha asió la hoz horriblemente, inmensa, de dientes cortantes. Y cercenó rápidamente las partes genitales de su padre,  y las arrojó detrás de sí. Y no se escaparon en vano de su mano.

     Gea recogió todas las gotas sangrientas que manaron de la herida; y transcurrido los años, parió a las robustas Erinnias y a los grandes Gigantes de armas resplandecientes, que llevan en la mano largas lanzas; y a las Ninfas que en la tierra inmensa son llamadas Melias.

      Y las partes que había cercenado, Cronos las mutiló con el acero, y las arrojó desde la tierra firme al mar de olas agitadas. Flotaron mucho tiempo sobre el mar, y del despojo inmortal brotó blanca espuma,  y de ella salió una joven. Y primero fue llevada ésta hacia la divina Citeres; y de allí, a Cipros la rodeada de olas.

      Abordó la tierra la bella y venerable Diosa, y la hierba crecía bajo sus pies encantadores. Y fue llamada Afrodita, la Diosa de hermosas bandeletas, nacida de la espuma, y Citerea, porque abordó a Citeres; y Ciprigenia, porque arribó a Cipros la rodeada de olas, y Filomedea, porque había salido de las partes genitales.

       Eros la acompañaba, y el hermoso Imero la seguía, apenas nacida, en tanto que se presentaba a la asamblea de los dioses. Y desde el origen, por elección de la Moira, tuvo el honor de presidir, entre los hombres y los dioses inmortales, las entrevistas de las vírgenes, las sonrisas, las seducciones, el dulce encanto, la ternura y las caricias.

      Y el Padre, el gran Urano, apodó Titanes a los hijos que engendrara, maldiciéndolo, diciendo que habían extendido la mano para cometer un gran crimen, del cual se tomaría venganza en el porvenir.

      Y Nix parió al odioso Moro y a la Ker negra y a Tanatos. También parió a Hipnos y a la muchedumbre de los sueños. Y la divina y sombría Nix no se había unido para eso a ningún Dios. Y después parió a Momo y a Ezis, pletórico de dolores; y a la Hespérides, a quienes, allende el ilustre Océano, están confiadas las manzanas de oro y los árboles que las ostentan. Y parió a las Moiras y a las Keres inhumanas, Cloto, Lacesis y Atropos, que a los hombres mortales dispensan al nacer bienes y males, y persiguen los crímenes de hombres y de dioses, y no renuncian jamás a su cólera inexorable mientras no hayan tomado del culpable una venganza terrible.

      Y después, la funesta Nix parió a Némesis, ese azote de los hombres mortales; luego, a Apate y a Filotas, y a la abrumadora Gera y a la tozuda Eris. Y después, la odiosa Eris parió al duro Pono y a Leteo, y a Lemo, y a Algos, por quien se llora; y a Ismina, y a Fonos, y las Batallas, y el Exterminio de los guerreros, y los Perjurios, y las palabras engañosas, y las Contestaciones, y los Menosprecios de las leyes, y a Ate, que son inseparables; y a Horco, terrible para los hombres terrestres, y que los hiere en cuanto uno de ellos intenta perjurar.

      Y Ponto engendró a Nereo, veraz y enemigo de la mentira, el mayor de sus hijos. Se llama el Anciano, porque es dulce y veraz, y por que no se olvida de la justicia, y porque sus decisiones son equitativas y sabias. Y después, Ponto engendró al gran Taumas, y al robusto Forcis, y a Ceto la de hermosas mejillas, tras de unirse a Geo, y a Euribia, que tenía en su pecho un corazón de acero.

      Y de Nereo y de Doris la de hermosa cabellera, hija del río sin fin, Océano, nació en el mar estéril la raza encantadora que constituye la envidia de los diosas: Pronto, y Eucrate, y Sao, y Anfitrita, y Eudore, y Tetis, y Galena, y Glauca, y Cimotoe, y la rápida Speo, y la riente telea, y la graciosa melita, y Eulimena, y Agave, y Pasite, y Erato, y Eunice la de los brazos rosados, y Doto, y Proto, y Ferusa, y Dinamena, y Nesea, y Actea, y Protomedea, y Doris, y Pánope, y la bella Galatea, y la encantadora Hipotoe, e Hiponoe la de los brazos rosados. Y Cimodoca, que aplaca fácilmente las olas del negro amar y el soplo de los vientos sagrados, y Cimatolega, y Anfitrita la adornada de hermosos pies, y Cimo, y Eona, y Halimeda, ricamente coronoda; y la alegre Glauconoma, y Pontoporea, y Liagore, y Evagore, y Laomedea, y Pulimoma, y Autonoe, y Lisiana, y Evarne, dotada de un amble natural y de una forma perfecta; y Pásmate la de hermoso cuerpo, y la divina Menipa, y Neso, y Eupompe, y Temisto, y Pronoe, y Nermertes, que tenía el alma de su padre inmortal.

      Así es que del irrepochable Nereo nacieron cincuenta hijas conocedoras de las obras perfectas.

      Y Taumas se casó con la hija del profundísimo Océano, Electra, que parió a la rápida Iris y a las Harpías de amplias cabelleras, Aelo y Ocipete, que igualaban a la rapidez de los vientos y de las aves con sus prontas alas, volando a través del aire.

       Y Ceto unida a Forcis engendró a las Greas de hermosas mejillas, canas desde su nacimiento. Y por eso las llaman Greas los dioses inmortales y los hombres que andan sobre la tierra: Pefredo la de hermoso velo y Enio ya del pelo color de azafrán; y las Gorgonas que habitan al otro lado del ilustre Océano, en las últimas extremidades, hacia la noche, donde están las Herpérides de voces sonoras; las Gorgonas Stino y Euriala, y Medusa abrumada de males. Y ésta era mortal, pero las otras eran inmortales y estaban exentas de vejez ambas. Y Poseidón el de cabellos negros se unió a Medusa en una muelle pradera, sobre flores primaverales. Y cuando Perseo le cortó la cabeza, nació de ella el gran Crisaor, y el caballo Pegaso también. Y a éste se le llamó así porque nació cerca de las fuentes oceánicas, y a aquél porque tenía en sus manos una espada de oro.

      Y Perseo, volando lejos de la tierra fecunda en rebaños, llegó hasta los dioses. Y habita en las moradas de Zeus, y en sus lomos le lleva el trueno y el rayo.

      Y Crisior engendró a Gerión el de tres cabezas, tras de unirse a Caliroe, hija del ilustre Océano. A Gerión lo mató el poderoso Heracles junto a sus bueyes en Eritea la rodeada de olas, en aquel día en que le arrebató sus bueyes a los condujo a la divina Tirinto, habiendo surcado el mar y matado a Orto y al boyero Euritión en un negro establo, allende el ilustre Océano.

      Y Caliroe dio a luz un ser monstruoso, invencible, en ningún modo semejante a los hombres mortales y a los dioses inmortales. En un antro hueco, parió a la divina Ekdna la de corazón firme, mitad ninfa de ojos negros y de hermosas mejillas, mitad serpiente monstruosa, horrible, inmensa, de colores varios, alimentada de carnes crudas en los antros de la tierra divina. Y su morada está en el fondo de una caverna, bajo una roca hueca, lejos de los dioses inmoratales y de los hombres mortales; porque los dioses le dieron esas moradas ilustres. Y estaba encerradaen Arimo, debajo de la tierra, la abrumadora Ekidan, la Ninfa inmortal, preservada de la vejez y de todo ataque. Y dicen que Tifaón se unió de amor con ella, ese Viento impetuoso y violento, con esa hermosa Ninfa de ojos negros.

      Y quedó ella encinta, y dio a luz, y fue el primero de sus hijos Ortos, el perro de Gerión. Luego parió al monstruoso e inefable Cerbero, perro de Edes y comedor de carne cruda, el de la voz de bronce, el de las cincuenta cabezas, impúdico y vigoroso. Y después, parió a la odiosa Hidra de Lernea, que fue criada por la Diosa Hera la de los brazos blancos,  para que la sirviese de auxiliar en su odio insaciable contra la Fuerza Heracleana. Pero la mató con el bronce mortal el hijo de Zeus, el Anfitrionida, ayudado por el bravo Yolao y siguiendo los consejos de la devastadora Atenea.

      Y después, Ekidna parió a Kimera la de aliento terrible, horrenda, enorme, cruel y robusta. Tenía tres cabezas: la primera de león feroz, la otra de cabra y la tercera de dragón vigoroso. León por enfrente, dragón por detrás, cabra por en medio, soplaba de un modo horrible, lanzando el ímpetu de una llama ardiente. La mataron Pegaso y el bravo Belerofonte.

      Y después, Ekidna parió a la Esfinge, ese azote de los hijos de Cadmo, tras de unirse a Orto; y luego, al León nemeo que crió Hera, la esposa venerable de Zeus, y que situó en la fértil Nemea, para ruina de los hombres. Y la fiera allá asolaba las tribus de los hombres, reinando en el Treto, en Nemea y en el Apesas. Pero le dio muerte la fuerza del poderoso Heracles.

      Por último, Ceto, unida de amor a Forcis, parió una serpiente terrible que, en los flancos de la tierra negra, en la extremidades del mundo, guarda las manzanas de oro.

      Tal es la raza de Ceto y de Forcis.

      Y Tetis concibió de Océano y parió los Ríos remolinantes:  el Nilo, y el Alfeo, y el Eridano de remolinos profundos, y el Strimón, y el Haliacmón, y el Heptáforo, y el Grenico, y el Esepo, y el Simios, y el Peneo, y el Hermo, y el Ceco de corriente encantadora, y el gran Sagario, y el Ladón, y el Partenio, y el Eveno, y el Ardesco, y el divino Scamandro.

      Y Tetis parió también la raza sagrada de las Ninfas que, sobre la tierra, educan a los jóvenes con ayuda del Rey Apolo y de los Ríos, porque de Zeus recibieron esa tarea: Pito, y Admeta, y Yanta, y Electra, y Doris, y Primno, y Urania, semejante a las diosas, e Hipo, y Climena, y Rodia, y Caliroe, y Zeuxo, y Clicia, e Idia, y Pasitoe, y Plexaura, y Galaxaura, y la amable Dione, y Melobosis, y Toe, y la bella Polidora, y Cercis, de feliz natural, y Pluto la de los ojos de buey, y Perseida, y Yanira, y Acasta, y Xanta, y la graciosa Petrea, y Menesto, y Europa, y Metis, y Eurinome, y Telesto la del peplo color de azafrán, y Crisia, y Asia, y la amable Calipso, y Eudora, y Tica, y Anfiro, y Ociroe, y Stigia, que descuella entre todas las demás.

      Y de Tetis y de Océano nacieron estas Ninfas, las mayores de todas, pues quedan otras muchas. Y hay, en efecto, tres mil hijas rápidas de Océano dispersas por la tierra y en los lagos profundos, y que habitan en todas partes, ilustre raza de diosas. Y hay otros tantos ríos de corriente retumbante, hijos de Océano, paridos por la venerable Tetis. Y sería difícil a un hombre todos los nombres que llevan; pero quienes habitan a sus orillas los conocen todos.

      Y Tea parió al gran Helios y a la luciente Selene, y a Eos, que trae la luz a todos los hombres terrestres y a los dioses inmortales que habitan el anchuroso Urano. Y los parió tras de unirse de amor a Hiperión.

      Y Euribia, tras de unirse de amor a Creo, parió al gran Astreo y a Palas, porque ésta era una Diosa poderosa, y a Perses, que sobresalía en todos los trabajos. Eos, unida a Astreo, parió a los Vientos impetuosos: el ágil Zéfiro y el rápido Bóreas, y Noto. Y los parió tras de unirse a un Dios. Luego parió a la estrella portaluz, nacida por la mañana, y a los Astros resplandecientes de que está coronado Urano.

      Y Stigia, hija de Océano, unida a Palas parió en sus moradas a Zelo y a Nica la de hermosos pies,  y a Crato y a Bía, hijos suyos muy ilustres. Y su morada y su residencia no los alejan de Zeus, y no tienen ellos otro camino que aquel por donde el Dios les precede, sino que permanecen siempre junto a Zeus, y no tienen ellos otro camino que aquel por donde el Dios les precede, sino que permanecen siempre junto a Zeus, que truena potentemente. Así lo obtuvo Stigia, la incorruptible Océanida, el mismo día en que el fulminante Olímpico convocó a todos los dioses inmortales en el anchuroso Urano, diciéndoles que ningún Dios que combatiera con él contra los Titanes se vería privado de recompensa, sino que conservaría los honores que poseyera ya entre los dioses inmortales. Y dijo que aquellos que de Cronos no hubiesen tenido honores ni recompensas recibirían estos honores y estas recompensas con arreglo a la justicia.

      Y Stigia fue la primera que se presentó en el Olimpo con sus hijos, siguiendo los consejos de su padre bienamado; y Zeus la honró y le hizo dones preciosos, y quiso que sirviese ella para el juramento solemne de los dioses y que sus hijos permaneciesen siempre con él. Y asimismo mantuvo las promesas hechas a los otros dioses, porque es poderosísimo y reina.

      Y Feba  subió al lecho deseado de Ceo, y la Diosa quedó encinta por el amor de un Dios, y parió a Latona la del peplo azul, siempre encantadora, dulce para los hombres y para los dioses inmortales, amable desde su nacimiento, y que hizo entrar la alegría en el Olimpo. Y Feba parió también a la ilustre Asteria, a quien Perses condujo en otro tiempo a su vasta morada, con el fin de que se la llamase esposa suya.

      Y Asteria, que se quedó encita, parió a Hécate, a quien honró entre todas Zeus Cronida. Y le otorgó, como legado ilustre, que mandara en la tierra y en el mar estéril. Ya le fue otorgado este don por Urano estrellado, y era muy honrada por los dioses inmortales.

      Y efectivamente, cuando uno de los hombres terrestres hace hoy sacrificios expiatorios, según costumbre, invoca a Hécate, y le es concedido inmediatamente un gran favor, y la Diosa benévola atiende su plegaria y le colma de riquezas, porque eso es fácil para ella.

      Cuantos honores recibieron de la Moira los hijos de Gea y de Urano, los posee Hécate también, porque el Cronida no le arrebató el poderío ni ninguno de los honores que ella poseía  bajo  los antiguos dioses Titanes, sino que ella posee cuanto le fue otorgado al principio. Y por ser hija única, no es menos honrada la Diosa en la tierra y en el Urano que en el mar; y es más poderosa todavía, porque la honra Zeus. A aquel a quien ella quiere ayudar magníficamente, le ayuda, y brilla en las asambleas de los hombres, si quiere. Cuando se arman los guerreros para el combate terrible, entonces la Diosa favorece a quienes quiere, y les otorga una pronta victoria y da la gloria.

      Se asienta junto a los reyes venerables, cuando juzgan. Cuando los guerreros, reunidos, se entregan a las luchas, la Diosa les es propicia y los ayuda. Al que descuella por su valor y su fuerza, le es otorgado inmediatamente un premio hermoso, y él, en tanto, feliz, da gloria a sus padres. Ella favorece a los jinetes, cuando quiere; y a los que hienden el glauco mar agitado, cuando suplican a Hécate y al retumbante Poseidón, la Diosa ilustre les depara fácilmente, si quiere. Con Hermes, multiplica en los establos los rebaños de bueyes, y los rebaños de cabras, y los rebaños de ovejas lanudas; y a su agrado, los acrece en número o los disminuye. En fin, como es hija única de su madre, se halla revestida de todos los honores entre los dioses, y el Cronida la hizo nodriza de todos los hombres que, después de ella, vean con sus ojos la luz de la chispeante Eos. Así es que, desde un principio, nutre ella a los jóvenes, y tales son sus honores.

     Y Rea, subyugada por Cronos, parió una ilustre raza: Istia, Deméter, Hera la de sandalias doradas y el poderoso Edes, que habita bajo tierra y cuyo corazón es inexorable; y el retumbante Poseidón, y el sabio Zeus, padre de los dioses y de los hombres, cuyo trueno conmueve la tierra anchurosa.

       Pero el gran Cronos los tragaba a medida que desde el seno sagrado de su madre le caían en las rodillas. Y lo hacia así con el fin de que  ninguno ente los ilustres Uranidas  poseyese  jamas del poder supremo entre los Inmortales. Porque, efectivamente, Gea y Urano estrellado le enteraron de que estaba destinado a ser domeñado por su propio hijo, por los designios del gran Zeus, a pesar de su fuerza.  Y por eso, no sin habilidad, meditaba sus estratagemas y devoraba  a sus hijos. Y Rea estaba abrumada de un dolor grande.

      Pero, cuando iba a partir a Zeus, padre de los dioses y de los hombres, suplicó a sus queridos padres, Gea y Urano estrellado, que le enseñasen los medios de que se valdrían para ocultar el alumbramiento de su querido hijo y para poder castigar los furores paternos contra los otros hijos a quienes Cronos había devorado. Y Gea y Urano atendieron a su hija bienamada y le revelaron cuáles serían los destinos del rey Cronos y de sus hijos magnánimos.

       Y la envidiaron a Lictos, rica ciudad de la Creta, en el momento de ir ella a partir al último de sus hijos al gran Zeus. Y la gran Gea le recibió en la vasta Creta, para criarle y educarle. Y por lo pronto le llevó a Lictos, atravesando la  noche negra; luego, cogiéndole con sus manos, le escondió dentro de un antro elevado, en los flancos de la tierra divina, sobre el monte Argeo, cubierto de espesas selvas.  Después, tras envolver entre mantillas una piedra enorme, Rea se la dio al gran príncipe Uranida, al antiguo rey de los dioses, y éste la cogió y se la echó al vientre.

       ¡Insensato! No preveía en su espíritu que, merced a esta piedra, sobreviviría su hijo invencible y en seguridad y domeñándole muy pronto con la fuerza de sus manos, le arrebataría su poderío y mandaría por sí solo en los inmortales. Y el vigor y los miembros robustos del joven rey crecían rápidamente y transcurrido un tiempo, embaucado por el consejo astuto de Gea, el sagaz Cronos devolvió toda su raza, vencido  por los artificios y por la fuerza de su hijo.

       Y primero vomitó la piedra que se había tragado la última. Y Zeus la sujetó fuertemente a la tierra espaciosa, sobre la divina Pito, en el fondo de las gargantas del Parnesio para que fuese un monumento futuro y una maravilla para los hombres mortales.

       Y Zeus libró de sus cadenas abrumadoras a sus tíos, los Uranidas, a quienes habían encadenado sus padres en un acceso de demencia. Y correspondieron ellos en este beneficio, y le dieron el trueno, y la blanca centella, y el relámpago, que hasta entonces había escondido la gran Gea en su seno. Y desde aquella sazón, confiado en sus armas, Zeus manda en los hombres y en los dioses.

       Y Yapeto desposó a la  Oceánida  de hermosos pies Climena, y compartió el mismo lecho que ella. Y ésta parió al magnánimo Atlas, y Amenetio, orgulloso de su gloria, y a Prometeo, sagaz y astuto, y al insensato Epimeteo, quien desde el origen fue funesto para los hombres industriosos, por ser el primero en casarse con una virgen imaginada por Zeus. Por lo que respecta al imperioso Menetio, el previsor Zeus le sumió en el Erebo, hiriéndole con la blanca centella, a causa de su maldad y de su insolencia orgullosa. Por una dura necesidad, Atlas sostiene el anchuroso Urano, en las extremidades de la tierra, enfrente de las sonoras Hesperides manteniéndose en pie y lo sostiene con su cabeza y con sus manos infatigables, porque el prudente Zeus le deparó este destino.

      Y Zeus sujetó con cadenas sólidas al sagaz Prometeo, y le ató con duras ligaduras al rededor de una columna. Y le envió un águila de majestuosas alas que  le comía su hígado  inmortal. Y durante la noche renacía la parte que le había comido durante todo el día el ave de alas desplegadas. Pero el hijo vigoroso de alemana la de hermosos pies, Heracles, mato al  águila, y ahuyentó este mal horrible lejos del Yapeteonida, y le libró de este suplicio. Y esto no fue contra la voluntad de Zeus Olímpico que reina en las alturas, sino a fin de que la gloria de Heracles, nacido en Tebas, fuese todavía mayor sobre la tierra sustentadora. Así, queriendo honrar a su ilustrísimo hijo, renunció a la cólera que concibiera en otro tiempo contra Prometeo, quien había luchado con astucias contra el poderoso Cronión.

       Y efectivamente, cuando los dioses y los hombres mortales disputaban en Mecona, Prometeo mostró un gran buey que adrede había repartido, queriendo engañar al espíritu de Zeus.

       De una parte, las carnes y las entrañas crasas la metió en la piel, recubriéndolas en el vientre del animal; y por otro lado, con una treta diestra, dispuso hábilmente los huesos blanco del  buey y los recubrió  con  buena grasa. Y entonces le dijo el padre de los dioses y de los hombres:

      –¡Yapetionida, él más ilustre de los príncipes, oh caro, ¿qué has hecho de las partes desiguales? Así habló Zeus, siempre lleno de prudencia. Y el sagaz Prometeo le respondió, sonriendo para sí, pues no había olvidado su astucia:

      —Gloriosísimo Zeus, el más grande de los dioses eternos, escoge de estas partes la que tu corazón  te persuada a escoger.

      Habló así, con astutos pensamientos, pero Zeus, en la sabiduría eterna, no se menosprecio y advirtió el fraude, y en su espíritu preparo calamidades a los hombres mortales, Y estas desdichas debían cumplirse. Con una y otro mano quito la blanca grasa, y se irritó en su espíritu, y el cólera invadió su corazón en cuanto vio los huesos blancos del buey encubiertos mañosamente. Y de aquel tiempo data el que la raza de los hombres queme para los dioses los huesos blancos sobre los altares perfumados entonces, muy irritado, le dijo Zeus, el que amontona las nubes.

      — ¡Yapetionida, habilísimo entre todos, oh caro! No has olvidado tus tretas diestras.

 Y habló así, lleno de cólera, Zeus, cuya sabiduría es eterna y desde aquel tiempo, acordándose siempre de este fraude, rehusó la fuerza del fuego inextinguible que brota del roce de los maderos de encina a los míseros hombres mortales que habitan sobre la tierra.

       Pero todavía le engaño el hijo excelente de Yapeto, robándole una porción espléndida del fuego inextinguible, que oculto en una caña hueca. Y fue mordida en el fondo de su corazón Zeus, que truena en las alturas, Y la cólera conmovió todo su corazón en cuanto vio resplandecer entre los hombres el brillo del fuego.  Y acusa de este fuego, los hirió con una pronta calamidad.

      Y  el ilustre Cojo hizo con barro, por orden del Cronida, una forma semejante a una casta virgen. Y Atenea la de los ojos claros la adorno y la cubrió con una blanca túnica. Y la cabeza le puso un velo ingeniosamente hecho y admirable de ver; luego también le puso en la cabeza palas Atenea una guirnalda de variadas flores frescas. Y al rededor de la frente le fue puesta una corona de oro que había hecho por sí propio el ilustre cojo, quien le había labrado con sus manos por complacer al padre de Zeus. Y en esta corona estaba esculpido numerosas imágenes, admirable a la vista, de todos los animales a quienes alimentaban la tierra firme y el mar. Y de estas imágenes brotaba una gracia resplandeciente, admirable, y parecían vivas.

      Y cuando hubo formado esta hermosa calamidad, a cambio de una buena obra, condujo donde estaban reunido los dioses y los hombres a aquella virgen adornada por la diosa de los ojos claros, nacido de un padre poderoso. Y la admiración se apoderó de los dioses inmortales y de los hombres mortales, en cuanto vieron esta calamidad fatal para los hombres. Porque de ella es de quien procede la raza de las mujeres  malas, la más perniciosa raza de mujeres, el más cruel azote que existe entre los hombres mortales, porque no se adhieren a la pobreza sino a l a riqueza.

      Y lo mismo que las abejas, en sus colmenas cubiertas de techos, alimentan a los abejones, que no hacen más que daño  y trabajan, madrugadoras durante todo el día hasta declinar Helios, y hacen sus blancas celdas, mientras los abejones penetran en las colmenas cubiertas de techos, llenándose el vientre con el fruto de un trabajo ajeno; así Zeus que truena en las alturas dio esas mujeres funestas a los hombres mortales, esas mujeres que no hacen mas que daño.

       Y también les envío otra calamidad a cambio de una buena obra. Aquel que, rehuyendo el matrimonio y la preparación penosa de las mujeres, no tome esposa, si llega a la vejez abrumadora sin hijos, se verán privados de los cuidados que se tienen con los ancianos; y si no vivió pobre al  menos, a su muerte sus bienes serán repartidos entre sus parientes lejanos. Por lo que respecta aquel a quien la Moira haya sometido al  matrimonio, aunque tenga una mujer casta y adornada de prudencia, no se mezclarán menos en su vida el bien y el mal; pero, por lo que respecta a quien se haya casado con una mujer mala por naturaleza tendrá en su pecho un dolor sin fin y su alma y su corazón serán presa de un mal irremediable; Por que no es lícito engañar a Zeus, y no se escapa a el.

      Así es que Prometeo y Apeteonida, que no era digno de ningún castigo, excito la abrumadora cólera de Zeus, y a impulsos de la necesidad no obstante toda su ciencia, sufrió una cadena pesada.

      No bien el padre Zeus se irrito en su corazón contra Briareo, Coto y Giges, los sujetó con una fuerte cadena y por el temor de su valor y su fea catadura y su alta talla, los encerró debajo de la tierra anchurosa y allí debajo de la tierra, penetrados de dolores, permanecieron en las extremidades de la vasta tierra, gemebundos y con el corazón lleno de una tristeza grande. Pero el Cronida y los demás dioses inmortales que Rea la de hermosos cabellos concibiera Cronos los reintegraron a la luz, siguiendo los consejos de Gea. Esta en efecto,  les dio a entender cumplidamente que con ayuda de los gigantes alcanzaría a ellos la victoria y una gloria resplandecientes.

      Y combatieron largo tiempo, agobiados de rudos trabajos, los dioses titanes y todos los dioses nacidos de Cronos, y se libraron batallas terribles. Y desde la cumbre del Otris los titanes gloriosos y desde la cima del Olimpo los dioses, manantial de bienes, que los Cronos concibiera Rea la de hermosos cabellos, combatían sin descanso, luchando unos contra otros con crueles fatigas  durante más de diez años.

      Y esta guerra no tenía tregua ni fin, y se perturbaban entre ellos con iguales probabilidades. Pero cuando Zeus ofreció a los gigantes el néctar y la ambrosía, esos manjares excelentes de que se alimentan los  mismos dioses, se albergo en los pechos de aquellos con valor mayor; Y cuando probaron el néctar y la ambrosía, el padre de los dioses y de los hombres les hablo así:

      — Escuchadme,  ilustres hijos de Gea y Urano a fin de que os diga lo que mi corazón me inspira mi  pecho. Hace ya demasiado tiempo que combatimos a diario unos contra otros, por la victoria y por el imperio, los dioses titanes y nosotros, que hemos nacido de Cronos, emplead vosotros contra los titanes en la refriega terrible vuestra fuerza inmensa y vuestras manos invencibles. Recordad nuestra dulce amistad, y no olvidéis que después de tantos males, libertados de una pesada cadena, habéis sido reintegrado a la luz, merced a nuestros ciudadanos, desde el fondo de las tinieblas negras.

      Hablo así, y el irreprochable Coto le respondió:

      —¡Venerable No ignoramos lo que dices, pero sabemos hasta qué punto descuellas en sabidurías y en inteligencia. Has rechazado lejos de los inmortales un mal horrible, y merced a tu prudencia, desde el fondo de las tinieblas negras hemos vuelto sobre nuestros pasos, libertados de nuestras rudas cadenas, ¡oh rey, hijo de Cronos! Después de haber sufrido desesperadamente. Y por eso con corazón firme y buena voluntad, te aseguramos  ahora el imperio en esta lucha cruel, combatiendo contra los titanes, en medio de rudos combates.

      Dijo así, y los dioses, manantial de bienes, aplaudieron a sus palabras y sus corazones desearon la guerra más que nunca. Y empeñaron violentas batalla en aquel día todo los que estaban, varones y hembras, los dioses titanes y los dioses nacidos de Cronos, y aquellos a quienes Zeus había reintegrado a la luz del fondo de erebo subterráneo, violentos robustos, poseyendo fuerzas infinitas; por que de sus hombros arrancaban cien manos, y cada uno tenia cincuenta cabezas y que se erguían desde la espalda, por encima de sus miembros robustos. Y opuesto a los titanes esta guerra desastrosa, llevaban  en sus manos sólidas enormes rocas. Y por otro lado, los titanes afirmaban sus falanges con ardor, y en ambas partes se mostraba el vigor  de las de los brazos y el valor.

      Y el mar inmenso resonó horriblemente, y la tierra mugía con fuerza, y el anchuroso Urano gemía estremecido, y el gran Olimpo temblaban   sobre su  base al choque de los dioses; y en el tártaro negro penetro un vasto estrépito, ruido sonoro de pies, tumulto de la refriega y violencia de los golpes.

      Y lanzaban unos contra otros los dardos lamentables, y su clamor confuso subía hasta el Urano estrellado, mientras se exhortaban y se hería con grandes gritos.

      Y entonces cesó Zeus de contener sus fuerzas, y su alma al punto se lleno de cólera, y desplegó todo su vigor, precipitándose llameante del Urano y del Olimpo y con el trueno y el relámpago, volaban rápidamente de su mano robusta las centellas, lanzando a lo lejos la llama sagrada y por todas partes mugía, llameante, la tierra fecunda y las grandes selvas crepitaban en el fuego, y toda la tierra ardía, y las olas de océano y el inmenso ponto se abrasaban, y un vapor cálido envolvía a los titanes terrestres y encendía la llama, prolongándose en el aire divino, y en los ojos de los más bravos estaban deslumbrados por el resplandor irradiante de la centella y del relámpago.

      Y el inmenso incendio invadía el caos y párese que aún ven los ojos y oyen los oídos el trastorno de aquellos tiempos de antaño en que se golpeaban la tierra y el anchuroso Urano, cundo con un estrépito sin limites iba hacer aplastada la una por la otra, que se abalanzaba desde arriba. ¡tan horrible era el fragor del combate de los dioses!

      Y todos los vientos levantaban con rabia torbellinos de polvo al estallar el trueno, los relámpagos y la ardiente centella, esos dardos del gran Zeus y lanzaba su estrépito sus clamores a atreves de ambas partes. Y una inmensa algarabía envolvía el espantoso combate, y de ambos lados se desplegaba el vigor de los brazos.

      Pero la victoria se inclinó. Hasta entonces, abalanzándose los unos a los otros, todos habían combatido bravamente en el terrible combate; pero, en la primera fila, a la sazón empinando una lucha violenta, Coto, Briareo y Giges el insaciable de combate, lanzaron trescientas rocas, una a una con sus manos robustas, y cubrieron con sombra sus tiros a los dioses titanes, y en las profundidades de la tierra anchurosa las precipitaron cargados de duras ligaduras, habiendo domeñado con sus manos a estos adversarios de gran corazón y los sumieron bajo tierra, tan lejos de la superficie como lejos esta la tierra del Urano, porque el mismo espacio hay en entre la tierra y el negro Tártaro.

      Rodando nueve noches y nueve días, llegaría a la tierra en el décimo día un yunque de bronce caído del Urano; y rodando nueve noches y nueve días, llegaría al negro Tártaro en el décimo día un yunque de bronce caído de la tierra.

      Un recinto de bronce lo rodea, y la noche esparce tres muros de sombra en torno a la entrada, por encima están las raíces de la tierra y del mar estéril y allí, abajo la negra niebla, en este lugar infecto, en las extremidades de la tierra inmensa, por orden de Zeus que amontona las nubes, están escondidos los  dioses titanes.

      Y no tiene salida este lugar. Poseidón hizo sus puertas de bronce, y por todas partes lo rodea de un muro; Y allí habitan Giges, Coto y Briareo el de gran corazón, seguros guardianes de Zeus tempestuoso y allí, de la tierra sombría y del tártaro negro, del mar estéril y del Urano estrellado, están alineados los manantiales y los limites, horrendos infectos y detestados de los dioses mismos.

      Es una sima enorme, y en todo un año no llegaría a su fondo quien tras pusiera sus puertas, sino que sería llevando de aquí para  allá por una impetuosa tempestad, atroz y hasta para los dioses inmortales es horrible esa sima monstruosa, y allá se  yergue la morada horrible de la noche negra, toda cubierta de sombría nubes.

      En la entrada el hijo de Yapeto, en pie, sostiene el anchuroso Urano con su cabeza y con sus manos infatigables, y lleno de vigor. Y Nix y Hémera dan vuelta alrededor, llamándose una a otra y transponiendo alternativamente el umbral de bronce. Y la una entra y la otra sale, y jamás ese lugar la encierra de una ves a ambas, sino que siempre, cuando la una esta fuera y se mueve sobre la tierra, la otra vuelve, aguardando que llegue la ora de partida. Y Hemera trae la luz penetrante a los hombres terrestres; y llevando en sus manos a Hipnos, hermano de Tanatos, viene a su vez la peligrosa Nix, envuelta en una nube negra, porque allí es donde habitan los hijos de la oscura Nix, Hipnos y Tanatos, dioses terribles. Y jamás los alumbrara con sus rayos el  brillante  Helio, ora escale el Urano, ora descienda de el. El uno se pasea por la tierra y por el ancho lomo del mar, tranquilo dulce para los hombres; pero el corazón del otro es bronce, y su alma es de bronce en su pecho, y no suelta al primero que coge entre los hombres, y es odioso a los inmortales mismos.

      Y en el fondo están las moradas sonoras del Dios subterráneos del poderoso Edes y de la terrible Persefonia.

      Y guarda las puertas un perro feroz,  espantoso, y con malos instintos, a los que entran les hace halagos con la cola y con las dos orejas; pero no los deja ya salir, y  lleno de vigilancia, devora a cuantos quieren transponer de nuevo el lumbral del poderoso Edes y de la terrible Persefonia.

      Y allí habita también la Diosa espantosa para los inmortales, la terrible Stigia, hija mayor de Océano el de pronto reflujo. Lejos de los dioses, habita moradas ilustres, cubiertas de rocas enormes, y cuyo recinto lo sostiene hasta el Urano un circulo de columnas de plata.

      A veces, la hija de Taumas, Iris la de los pies ligeros, vuela allá como mensajera, sobre el vasto lomo del mar, cuando entre los dioses se promueve una querella o una disensión dé a mentido cualquier habitante de la morada olímpica, Zeus envía a Iris con él objeto de que, para el gran juramento de los dioses coja  a lo lejos un jarro de oro el agua famosa, helada que cae de una roca escarpada y alta.

      En el seno de la tierra espaciosa, corriendo en la noche negra, el agua del río sagrado se convierte en un brazo del Océano, y la décima parte de ella queda reservada, las otras nueve partes, alrededor de la tierra y del ancho  lomo del mar, vuelven a caer al mar  en remolinos de planta; pero la décima que fluye de la roca es el mayor castigo de los dioses.

      Si, al hacer las liberaciones, perjura un Dios entre los inmortales que evitan la cumbre del nevado Olimpo, yace sin aliento durante todo un año, y no prueba más la ambrosía y el néctar, si no que yace sin aliento y mudo en su lecho, y le envuelve una modorra horrenda. Y cuando cesa su  mal después de un largo año, le apresa otro tormento más cruel.

      Durante nueve años, esta relegado lejos de los dioses eternos, jamás se mezclan en los consejos ni en sus comidas. Y solamente el décimo año toma parte en la asamblea de los dioses que habitan las moradas olímpicas.

       Y así fue como los dioses consagraron al juramento el agua incorruptible de Stigia; esa agua antigua que atraviesa por el lugar donde, de la tierra sombría, y del Tártaro negro, y del mar estéril, y del Urano estrellado, están alineados los manantiales y los límites, horrendos, infectos y detestados de los dioses mismos.

      Y allí están las espléndidas puertas y el umbral de bronce, inmutable, construidas sobre profundas bases y surgido de sí propia. Y delante de ese umbral, lejos de todo los dioses, habitan los titanes, más allá del caos cubierto de nieblas; pero Giges y Coto los ilustres aliados de Zeus que truena fuertemente, tienen sus moradas en los manantiales del Océano.

      Por lo que afecta el vigoroso Briareo, Poseidón el que profundamente se estremece le hizo yerno suyo, y le dio a su hija Cimopolea para que la despose.

      Y en cuanto Zeus hubo expulsado del Urano a los titanes, la gran Gea parió su último hijo, Tifoeo, tras unirse de amor al Tártaro por Afrodita de oro.

      Y eran activas en el trabajo las manos, y eran infatigables los pies del Dios robusto. Y de sus hombros salían cincuenta cabezas de un horrible dragón, sacando lenguas negras. Y bajo las cejas, los ojos de estas cabezas monstruosas llameaban fuego, y brotaba este fuego de todas estas cabezas que miraban. Y salían voces de todas estas cabezas horrendas, produciendo sonidos de toda clase, inefables, semejantes a las voces mismas de los dioses, o a la vos enorme de un toro mugir y feroz, o la de un león de alma hosca, —cosa prodigiosa— al ladrido de los perrillos, o al ruido estridente de las altas montañas.

      Y acaso en aquel día se hubiese mandado en los mortales y en los inmortales, si no lo hubiese comprendido así al punto el padre de los hombres y de los dioses, y trono con ímpetu y con fuerza, y por todas partes la tierra recibió una conmoción horrible, y por encima de ella, el anchuroso Urano, y Ponto, y Océano, y la profundidad de la tierra.

      Y bajo los pies inmortales, se tambaleo el gran Olimpo cuando se levanto el rey, y gimió la tierra. Y los vientos y la centella ardiente se esparcieron por todos los lados sobre el negro mar, y la llama y el trueno, y el relámpago, y los torbellinos de fuego del monstruo.

      Y se quemaban toda la tierra, y todo el Urano, y todo el mar, y las olas hervían a lo lejos y lo largo de las riberas, bajo el choque de los dioses, y la conmoción era irresistible.

      Y se espantó Edes el que manda en los muertos y se estremecieron los titanes encerrados en el tártaro, en torno a cronos, al oír aquel clamor inextinguible y aquel terrible combate.

       Y haciendo acopio de fuerza, Zeus empuñó sus armas, el trueno, el relámpago y la centella abrasadora, y saltando del Olimpo, hirió a Tifoeo. Y así incedio todas las enormes cabezas del monstruo feroz, y le venció por si bajo los golpes, y Tifoeo cayo mutilado, y la gran Gea gimió por él.

      Y la llama de la centella brotaba del cuerpo de este rey, caído en las gargantas frondosas de una áspera montaña, y ardía toda la tierra inmensa en un vapor ardiente, y corría como por la tierra divina corre, en manos de Hefesto, el estaño fundido por los herreros en un horno de anchas fauces, o como el hierro, que es el mas sólido de todos los metales, en la garganta de una montaña, vencido por el ardor del fuego. Así corría la tierra bajo el relámpago del fuego ardiente, y Zeus, irritado, sumió a Tifoeo en el anchuroso tártaro.

      Y de Tifoeo sale la fuerza de los vientos de soplo húmedo, excepto el noto, el Bóreas y el rápido Zéfiro, que procede de Zeus y son siempre utilísimos a los hombres. Pero los demás vientos, sin utilidad, soliviantan el mar, y precipitándose sobre el negro ponto, terrible azote de los hombres, forman remolinos violentos y soplan de acá y allá y dispersan las naves y pierden a los marineros; por que no hay remedio para la ruina de aquellos que se les encuentran en el mar. Y sobre la superficie de la tierra inmensa y florida, destruyen los hermosos trabajos de los hombres nacidos de ella, llenándolos de polvo y de un ruido odioso.

      Entretanto, después de llevar a cabo su obra los dioses dichosos, lucharon contra los titanes por los honores y el poder, por consejo de Gea comprometieron a Zeus para que reiniciase y mandase en los inmortales. Y el Cronidas le respondió los honores con equidad.

     Y por pronto, Zeus, el rey de los dioses, tomó por mujer a Metis, la más sabia entre los inmortales y los hombres mortales pero, cuando ella  iba a parir a la Diosa Atenea la de los ojos claros, engañándole el espíritu con astucia y con halagüeña palabras, Zeus la encerró en su vientre por consejo Gea y de Urano estrellado.

       Y se lo habían aconsejado éstos para que no poseyese el poderío real ningún otro que Zeus entre los dioses eternos; porque estaba predestinado que de Metis nacerían hijos sabios, y primeramente la virgen Tritogenia la de los ojos claros tan poderosos como sus padres y tan sabia. Luego, habría de parir Metis un hijo, rey de los dioses y de los hombres, que poseería gran valor pero, antes de eso, la encerró Zeus en su vientre, con el fin de que la diosa le diera la ciencia del bien y del mal.

       Y después, se desposó con la espléndida Temis, que le dio a luz las horas, a Eunomia, a Dica y a la floreciente Irene, quienes maduran los trabajos de los hombres mortales; y a la Moiras a quienes el sapientísimo Zeus concedió los mayores honores, Cloto, Lacesis y Atropos, que dan a los hombres mortales la facultad de poseer bienes o de sufrir males.

       Y Eurinomia, la Oceanida, que tenía una belleza perfecta, parió a las tres Carites de hermosa mejillas: Aglea, Eufrosina y la amable Talia. Y emanando de sus párpados, enerva la fuerza del deseo; y bajo sus cejas, son dulce sus ojos.

      Después, Zeus entró en la cama de Deméter, la que cría todas las cosas, y esta parió a Perfefonia la de hermosos brazos, la que  Hades arrebató a  su madre y la que le concedió el sabio Zeus.

      Después, Zeus amó a Mnemosina la de hermosos cabellos, de quienes nacieron las musas tocadas con mitras de oro, las nueve musas, a quienes placen los festines y la dulzura del canto.

      La Latona parió a Apolo y a Artemisa gozosas de sus flechas, que son las más hermosas entre todas los Uránicos, y los parió tras unirse a Zeus tempestuoso.

      Por fin, se desposó Zeus con la ultima de sus esposas, con la espléndida Hera, que parió a Hebe, a Aves y Eetia tras unirse al rey de los dioses y de los hombres. Y el mismo hizo salir de sus cabezas a Tritogenia la de los ojos claros, ardientes, que excita al tumulto y conduce a los ejércitos, invencible y venerable, a quien placen los clamores, las guerras y las contiendas. Pero Hera,  sin unirse a nadie, parió al ilustre Hefesto. Usando de sus propias fuerzas y luchando contra su esposo, hábil en el arte entre todos los Uránicos.

      Y de Anfitriana y del retumbante Poseidon nació el grande y poderoso Tritón, que habita en la profundidad del mar, junto a su madre bien amada y a su padre real, en las moradas de oro del gran Dios.

      Y de Ares, rompedor de escudos, Citérea concibió a Fobo y a Deimo, dioses violentos, que dispersan las falanges de guerreros en la guerra horrible, y acompañan a Ares, destructor de ciudades. Y parió también a Harmonía, con quien se caso el magnánimo Cadmo.

      Y de Zeus, Maya, la hija de Atlas, concibió el glorioso Hermes, heraldo de los dioses después de subir al lecho sagrado.

      Y de Semele, la hija de Cadmo, tras unirse a Zeus parió a un hijo ilustre, al alegre Dionisos. Siendo mortal, parió a un inmortal y ahora son dioses ambos.

      Y Alcmena parió a la fuerza Heracleana, tras unirse a Zeus que amontona las nubes.

      Y el ilustre Hefesto, que cojea de ambos pies se caso con la brillante Aglea, la mas joven de las Carites.

      Y Dionisos el de cabello de oro se casó con la rubia Ariadna, hija de Minos, y la desposó en la flor de la juventud, y el Cronión la puso al abrigo de la vejez y la hizo inmortal.

      Y el robusto hijo de Alcmena la de los hermosos pies, la fuerza Heracleana. Se casó con Hebe después de sus terribles trabajos. Y desposó a esta hija del gran Zeus y de Hera, la de las sandalias doradas, a Hebe casta diosa, en el nevado Olimpo. Después de  llevar acabo acciones ilustres, dichosos, habita entre los dioses, inmortal y al abrigo de la vejez.

      Y del infatigable Helios, la ilustre Oceánida Persis concibió a Circes y al príncipe Aetes. Y Aetes, hijo de Helios que da luz a los hombres, se casó con la hija de Río sin fin Océano, por consejo de los dioses, la ilustre Ídia la de hermosas mejillas, quien parió a Medea la de hermosos pie, tras unirse a Aetes y domeñada por Afrodita de oro.

        Ahora, ¡salve, vosotros los que tenéis moradas olímpica, y vosotros, islas, continentes, golfos salados del Ponto!

       Y ahora, cantad armoniosamente, Musas Olímpicas, hijas de Zeus tempestuoso, a esa muchedumbre diosas que, tras de compartir el lecho de hombres mortales, aun siendo inmortales ellas, parieron a una raza semejante a los dioses.

       Deméter, la más ilustres de las diosas, parió a Pluto, tras unirse de amor al héroe Jasio en un campo labrado tres veces, en la fértil Creta; al buen Pluto, que va por toda la tierra y por el ancho lomo del mar. Y a todo hombre con quien se encuentra o que se acerca a el le hace rico y le otorga una gran felicidad.

       Y de Cadmo, Harmonía, hija de Afrodita de oro, concibió a Ino, a Semele, Agave la de hermosa mejillas y a Autonoe, con quien se caso Aristeo el de cabellos espesos. Y también parió ella a Polidoro, en Tebas la ceñida de hermosas murallas.

       Y Caliroe, la hija de océano, unida de amor al magnánimo Crisaor por Afrodita de oro,  parió al más ilustre de los mortales, a Gerión a quien mató la fuerza Heraclieana, a causa de los bueyes de los pies flexibles en Eritea la rodeada de olas.

       Y Eos engendró para Memnón el de casco de bronce, príncipe de los etoipes, a Titón y también al rey Hematión. Y del Céfalo, concibió un hijo ilustre, el bravo Faetón, hombre semejante a los dioses, quien adornado con la flor de su brillante juventud, no pensaba sino a los juegos infantiles. Pero Afrodita, que gusta de las sonrisas, se la llevó para hacerle guardián nocturno de sus templos, como si fuera genio divino.

       Y por voluntad de los dioses eternos, el Esonida rapto a la hija del príncipe Ayetes, criado por Zeus, después de sufrir penosos y numerosos trabajos que le impusiera el gran príncipe orgulloso Pelies, injurioso, impío y culpable de grandes crímenes. Y el Esonida volvió a Yolcos, después de sufrir mucho, llevándose en su nave rápida a la hermosa joven de los ojos negros con quien caso con su floreciente belleza, y que, domeñada por Jasón, pastor de pueblos, parió a Medeo, a quien Filirida Kirón educó en las montañas.

       Y así era como se cumplía la voluntad del gran Zeus.

       Y la hija de Nereo, el anciano del mar, Psamate, la más ilustre entre las diosas, parió a Foco, unida a Eaco por Afrodita de oro.

       Y la Diosa Tetis la de los pies de plata, puesta en cinta por Peleo, parió a Aquiles el de corazón de león el más invencible de los hombres.

       Y Citerea la de hermosa corona parió a Eneas, después de unirse por amor al héroe Anquises, en la cumbre del Ida de numerosas gargantas y cubierto de selvas.

       Y Circe, hija de Helios Hiperionidas, concibió del paciente Odiseo a Agrio y  al irreprochable y robusto Latinos. Y también, por Afrodita la divina, concibió a Telegón, quienes mandaron a todos los ilustres tirrenos en el registro de las islas sagradas.

       Y Calipso, la más ilustre de las diosas, concibió de Odiseo a Nausitoo y a Nausinoo después de unirse a aquel de amor.

      Y así fue como, tras de compartir el lecho de hombres mortales estas inmortales concibieron hijos semejantes a los dioses.

      Y ahora, cantad a la muchedumbre de las demás mujeres, vosotras ¡oh Musas del Olimpo, las de dulce voz, hijas de Zeus tempestuoso!

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