Miguel de Luna

Historia verdadera del rey don Rodrigo compuesta por el sabio alcalde Abulcácim Tarif Abentarique, de nación árabe.

CAPÍTULO VI

Trata cómo el rey don Rodrigo abrió la torre encantada en la ciudad de Toledo, pensando sacar algún tesoro, y cómo halló en ella los pronósticos de la pérdida de España.

El rey don Rodrigo tuvo luego nueva de aquella tierra, cómo el capitán Tarif Abenciet y su enemigo el conde don Julián se habían desembarcado con aquel ejército, y cómo habían hecho tantos males y estragos en toda aquella comarca, y que habían llevado muchos cautivos, y dejando la tierra talada y robada, se habían vuelto a embarcar; de que no recibió poco enojo y nuevo cuidado en ver la cruel guerra que se le aparejaba, porque bien se le traslucía lo que podía acontescer de aquella venida del Tarif, porque el conde don Julián era astuto y mañoso y experto en el ejercicio de la guerra y sentía mucho que hubiese perdido por su culpa un hombre de tan grande importancia y que le hubiese ganado la parte contraria, y también porque era enemigo de dentro de casa, como natural de España, y en ella nacido y criado, y como tal sabía bien la tierra, y que haría a su salvo las entradas que quisiese, y que saldría con victoria. Y junto con esto sabía muy bien su posibilidad y la poca fuerza de sus reinos, respecto de haber mandado derivar por el suelo las fortalezas y castillos y deshecho las armas; los soldados que podría juntar eran bisoños y sin ninguna experiencia en la guerra. Con estos cuidados no sabía el rey don Rodrigo qué hacerse, y para haber consejo, envió a llamar a un arzobispo, deudo suyo, llamado Toriso; el cual venido, trató con él en particular lo que convenía; y como se hallaba con falta de dinero, que es lo más necesario para sustentar la gente de guerra, determinaron entre ellos de abrir la torre encantada, que estaba en aquella ciudad de Toledo, pensando sacar de ella gran tesoro, la cual, por ser digna de notar, no dejaré de contar por extenso, lo que della me contó este arzobispo Toriso, habiéndose hecho del bando del conde don Julián en nuestro campo, como persona que se halló presente cuando la abrió el rey don Rodrigo, la cual relación me contó de esta manera:

A una milla de la ciudad de Toledo, a la parte oriental, entre unos peñascos, había una torre antigua de suntuoso edificio, aunque maltratada del tiempo, que todo lo consume; debajo della a cuatro estados estaba una cueva con una boca de bóveda bien angosta y una puerta cavada en la viva peña y asentada con su aforroé de hierro muy fuerte, llena de cerraduras; sobrella había escritas letras en lengua griega, aunque cifradas, dudosas en el sentido de la lectura, que según los sabios sentían dellas, decían: «El rey que abriere esta cueva y pudiere descubrir las maravillas que tiene dentro, descubrirá bienes y males». Esta torre pretendieron muchos reyes saber su misterio (y aunque con mucho cuidado, buscaban el remedio) y abriendo esta puerta, se levantaba dentro de la cueva tan grande estruendo, que parecía hundirse la tierra, y muchos de los presentes enfermaban del temor grande que concebían y otros perdían la vida, y por evitar inconvenientes tan grandes, teniendo por fuerte encantado lo que dentro había, tornaban a cerrar la puerta con nuevas cerraduras; concluyendo, que aunque había de ser rey el que la había de abrir, aún no era llegado el tiempo conveniente; hasta que el rey don Rodrigo, por su mala fortuna y desdichados hados, abrió la torre, y aunque con temor, entrando dentro algunos animosos hombres que consigo llevaba, habiendo entrado buen trecho, se volvieron huyendo muy pavoridos de una espantable visión que habían descubierto; y el rey muy enojado mandó encender de nuevo muchas lumbres con artificio, de suerte que el aire que de la cueva salía no las pudiese matar; y entrando el rey en la delantera de todos y no sin miedo, poco a poco reconocieron una cuadra muy hermosa labrada al parecer de suntuoso edificio, y en medio della estaba una estatua de bronce de muy fiera estatura, los pies puestos sobre un pilar de tres codos en alto, la cual tenía una maza de armas en las manos con la cual hería el suelo cruelmente dando en él muy fieros golpes, y moviendo el aire causaba aquel estruendo. Y el rey, muy temeroso y espantado, comenzó a conjurar esta espantable visión amonestándole que él le prometía de tornar a salir sin hacer en su cueva ningún daño, salvo que quería gozar de ver lo que allí dentro tenía. La estatua cesó de dar aquellos golpes, y el rey y los suyos algo sosegados, cobrando aliento, anduvieron por aquella cuadra, y a la mano izquierda de la estatua, en el lienzo de la pared, hallaron escritas letras que decían: «Rey desdichado, por tu mal has aquí entrado». Vuelto a la mano derecha hallaron otras letras que decían: «Por las extrañas naciones serás desposeído y por tus gentes malamente castigado». En las espaldas de la estatua estaban escritas otras letras que decían: «A árabes invoco», y en sus pechos otras que decían: «Mi oficio hago». En la entrada de la cuadra había una boca, redonda como sima, de donde salía un estruendo que parecía golpe seco de agua. Y no hallando más otra cosa alguna, tomando la memoria de aquella lectura, y el rey muy triste y afligido, no hubieron bien vuelto las espaldas, cuando la estatua volvió a dar sus acostumbrados golpes, y poniendo silencio sobre lo que habían visto, volvieron a cerrar la torre y cegar la puerta de la cueva con mucha tierra para que de un prodigio y mal agüero como este no quedase memoria alguna en el mundo. Y a la media noche siguiente oyeron hacia aquella parte grandes voces y alaridos, que parecía género de batalla, y estremeciose toda aquella tierra con un bravo estruendo, se hundió todo el edificio de la vieja torre, de lo cual fueron todos muy espantados, pareciéndoles como un sueño lo que habían visto.

Salido el rey de esta torre, luego mandó ajuntar hombres sabios para determinar con certidumbre lo que significaban aquellas letras; y habiendo conferido y estudiado sobrellas, vinieron a declarar que aquella visión y estatua de bronce significaba el tiempo con el movimiento que hacía, significaba su oficio escrito en los pechos que jamás sosiega punto ni momento. El epitafio en sus espaldas que dice: «A Árabes invoco», significaba que andando el tiempo España había de ser conquistada de los árabes. Las letras de la parte de la mano izquierda dieron a entender la pérdida del rey don Rodrigo. Las de la mano derecha, la mala calamidad que había de venir por los españoles y godos y cómo el desdichado rey había de ser desposeído de todos sus estados. Y finalmente las letras de la portada significaban que había de haber bienes para los conquistadores y males para los conquistados, como después la experiencia mostró ser así. Con la aclaración de estas letras creció mucho el afligimiento del rey don Rodrigo y de los suyos; rogaban a Dios les librase de aquellos trabajos y tribulaciones, y aunque había tenido nuevas cómo el capitán Tarif y el conde don Julián con su gente se habían vuelto a embarcar, no por esto se aseguraba de los daños que esperaba, en los cuales le certificaban aquellos prodigios que había visto en la torre encantada; y con este cuidado comenzó a fortificar las fuerzas y murallas que estaban algo maltratadas, y envió a mandar en todos sus reinos que con grande diligencia se rehiciesen las armas y se apercibiesen a punto de guerra para las ocasiones que se pudiesen ofrecer. Y pareciéndoles cosa conveniente para proveer lo que convenía con presteza en aquella necesidad, pasó la corte de la ciudad de Toledo a la de Córdoba, y se fue a ella de asiento para estar más a mano del peligro que esperaba y poder defender mejor su reino.

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