Crónica 
del Perú

(fragmentos)

Pedro Cieza de León

PROEMIO DEL AUTOR

En que se declara el intento de esta obra y la división de ella

 H

abiendo yo salido de España, donde fui nacido y criado, de tan tierna edad que casí no había enteros trece años, y gastando en las Indias del mar Océano tiempo de más de diez y siete, muchos dellos en conquistas y descubrimientos y otros en nuevas poblaciones y en andar por unas y por otras partes, y como notase tan grandes y peregrinas cosas como en este Nuevo Mundo de Indias hay, vínome gran deseo de escribir algunas dellas, de lo que yo por mis propios ojos había visto y también de lo que había oído a personas de gran crédito. Mas como mirase mi poco saber, desechaba de mí este deseo, teniéndolo por vano; porque a los grandes juicios y dotos fue concedido el componer historias dándoles lustre con sus claras y sabias letras, y a los no tan sabios, aun pensar en ello es desvarío; y como tal, pasé algún tiempo sin dar cuidado a mi flaco ingenio, hasta que el todopoderoso Dios, que lo puede todo, favoreciéndome con su divina gracia, tornó a despertar en mí lo que ya yo tenía olvidado. Y cobrando ánimo, con mayor confianza determiné de gastar algún tiempo de mi vida en escribir historia. Y para ello me movieron las causas siguientes:

    La primera, ver que en todas las partes por donde yo andaba ninguno se ocupaba en escribir nada de lo que pasaba. Y que el tiempo consume la memoria de las cosas de tal manera, que si no es por rastros y vías exquisitas, en lo venidero no se sabe con verdadera noticia lo que pasó.

    La segúnda, considerando que, pues nosotros y estos indios todos, todos, traemos origen de nuestros antiguos padres Adán y Eva, y que por todos los hombres el Hijos de Dios descendió de los cielos a la tierra, y vestido de nuestra humanidad recibió cruel muerte de cruz para nos redimir y hacer libres del poder del demonio, el cual demonio tenía estas gentes, por la permisión de Dios, opresas y captivas tantos tiempos había, era justo que por el mundo se supiese en qué manera tanta multitud de gentes como de estos indios había fue reducida al gremio de la santa madre Iglesia con trabajo de españoles; que fue tanto, que otra nación alguna de todo el universo

no los pudiera sufrir. Y así, los eligió Dios para una cosa tan grande más que a otra nación alguna.

    Y también porque en los tiempos que han de venir se conozca lo mucho que ampliaron la corona real de Castilla. Y cómo siendo su rey y señor nuestro invictísimo emperador se poblaron los ricos y abundantes reinos de la Nueva España y Perú y se descubrieron otros ínsulasy provincias grandísimas.

    Y así, al juicio de varones dotos y benévolos suplico sea mirada esta mi labor con equidad, pues saben que la malicia y murmuración de los ignorantes y insipientes es tanta, que nunca les falta qué redargüir ni qué notar. De donde muchos, temiendo la rabiosa envidía de estos escorpiones, tuvieron por mejor ser notados de cobardes que de animosos en dar lugar que sus obras saliesen a luz.

    Pero yo ni por temor de lo uno ni de lo otro dejaré de salir adelante con mi intención, teniendo en más el favor de los pocos y sabios que el daño que de los muchos y vanos me puede venir.

    También escribí esta obra para que los que, viendo en ella los grandes servicios que muchos nobles caballeros y mancebos hicieron a la corona real de Castilla, se animen y procuren de imitarlos. Y para que, notando, por el consiguiente, cómo otros no pocos se extremaron en cometer traiciones, tiranías, robos y otros yerros, tomando ejemplo en ellos y en los famosos castigos que se hicieron, sirvan bien y lealmente a sus reyes y señores  naturales.

    Por las razones y causas que dicho tengo, con toda voluntad de proseguir, puse mano en la presente obra; la cual, para que mejor se entienda, la he dividido en cuatro partes, ordenadas en la manera siguiente:

    En primera parte trata la demarcación y división de las provincias del Perú, así por la parte de la mar como por la tierra, y lo que tienen de longitud y latitud; la descripción de todas ellas; las fundaciones de las nuevas ciudades que se han fundado de españoles; quién fueron los fundadores; en qué tiempo se poblaron; los ritos y costumbres que tenían antiguamente los indios naturales, y otras cosas extrañas y muy diferentes de las nuestras, que son dignas de notar.

    En la segunda parte trataré el señorío de los ingas yupangues, reyes antiguos que fueron del Perú, y de sus grandes hechos y gobernación; qué número dellos hubo, y los nombres que tuvieron; los templos tan soberbios y suntuosos que edificaron; caminos de extraña grandeza que hicieron, y otras cosas grandes que en este reino se hallan. También en este libro se da relación de lo que cuentan estos indios del diluvio y de cómo los ingas engrandecen su origen.

    En la tercera parte trataré el descubrimiento y conquistas deste reino del Perú y de la grande constancia que tuvo en él el marqués don Francisco Pizarro, y los muchos trabajos que los cristianos pasaron cuando trece dellos, el mismo marqués (permitiéndolo Dios), lo descubrieron. Y después que el dicho don Francisco de Pizarro fue por su majestad nombrado por gobernador, entró en el Perú, y con ciento sesenta españoles lo ganó, prendiendo a Atabaliba. Y así mismo en esta tercera parte se trata la llegada del adelantado don Pedro de Albarado y los conciertos que pasaron entre él y el gobernador don Francisco Pizarro. También se declaran las cosas notables que pasaron en diversas partes deste reino, y el alzamiento rebelión de los indios en general, y las causas que a ello les movió. Trátase la guerra tan cruel y porfiada que los mismos indios hicieron a los españoles que estaban en la gran ciudad del Cuzco, y las muertes de algunos capitanes españoles e indios; donde hace fin esta tercera parte en la vuelta que hizo de Chile el adelantado don Diego de Almagro, y con su entrada en la ciudad del Cuzco por fuerza de armas, estándo en ella por justicia mayor el capitán Hernando Pizarro, caballero de la orden de Santiago.

    La cuarta parte es mayor escritura que las tres dichas y de más profundas materias. Es dividida en cinco libros y a éstos intitulo Las guerras civiles del Perú; donde se verán cosas extrañas que en ninguna parte del mundo han pasado entre gente tan poca y de una misma nación.

    El primero libro de estas Guerras civiles es de la guerra de las Salinas: trata la prisión del capitán Hernando Pizarro por el adelantado don Diego de Almagro, y cómo se hizo recibir por gobernador en la ciudad del Cuzco; y las causas por que la guerra se comenzó entre los gobernadores Pizarro y Almagro; los tratos y conciertos que entre ellos se hicieron hasta dejar en manos de un juez árbitro el debate; los juramentos que se tomaron y vistas que se hicieron de los mismos gobernadores, y las provisiones reales y cartas de su majestad que el uno y el otro tenían; la sentencia que se dio, y cómo el Adelantado soltó de la prisión en que tenía a Hernando Pizarro; y la vuelta al Cuzco del Adelantado, donde con gran crueldad y mayor enemistad se dio la batalla en las Salinas, que es medía legua del Cuzco. Y cuéntase la abajada del capitán Lorenzo de Aldana, por general del gobernador don Francisco Pizarro, a las provincias de Quito y Popayán; los descubrimientos que se hicieron por los capitanes Gonzalo Pizarro, Pedro de Candía, Alonso de Albarado, Peranzúrez y otros. Hago fin con la ida de Hernando Pizarro a España.

    El segúndo libro se llama La guerra de Chupas. Será de algunos descubrimientos y conquistas y de la conjuración que se hizo en la ciudad de los Reyes por los de Chile, que se entienden los que habían seguido al adelantado don Diego de Almagro antes que le matasen, para matar al marqués don Francisco Pizarro de la muerte que le dieron; y cómo don Diego de Almagro, hijo del Adelantado, se hizo recibir por toda la mayor parte del reino por gobernador, y cómo se alzó contra él el capitán Alonso de Albarado en las Chachapoyas, donde era capitán y justicia mayor de su majestad por el marqués Pizarro y Perálvarez Holgín y Gómez de Tordoya, con otros, en el Cuzco. Y de la venida del licenciado Cristóbal Vaca de Castro por gobernador; de las discordias que hubo entre los de Chile, hasta que, después de haberse los capitanes muertos unos a otros, se dio la cruel batalla de Chupas, cerca de Guamanga, de donde el gobernador Vaca de Castro fue al Cuzco y cortó la cabeza al mozo

don Diego, en lo cual concluyo en este segúndo libro.

    El tercero libro, que llamo La guerra civil de Quito, sigue a los dos pasados, y su escritura será bien delicada y de varios acaecimientos y cosas grandes. Dase en él noticia cómo en España se ordenaron las nuevas leyes, y los movimientos que hubo en el Perú, juntas y congregaciones, hasta que Gonzalo Pizarro fue recibido en la ciudad del Cuzco por procurador y capitán general; y lo que sucedió en la ciudad de los Reyes entre tanto que estos nublados pasaban, hasta ser el Visorey preso por los oidores, y de su salida por la mar; y la entrada que hizo en la ciudad de los Reyes Gonzalo Pizarro, adonde  fue recibido por gobernador, y los alcances que dio al Visorey, y lo que más entre ellos pasó hasta que en la campaña de Añaquito el Visorey fue vencido y muerto. También doy noticia en este libro de las mudanzas que hubo en el Cuzco y Charcas y en otras partes; y los reencuentros que tuvieron el capitán Diego Centeno, por la parte del Rey, y Alonso de Toro y Francisco de Carvajal, en nombre de

Pizarro, hasta que el constante varón Diego Centeno, constreñido de necesidad, se metió en lugares ocultos, y Lope de Mendoza, su maestre de campo, fue muerto en la de Pecona. Y lo que pasó entre los capitanes Pedro de Hinojosa, Juan de Illanes, Melchior Verdugo y los más que estaban en la Tierra Firme. Y la muerte que el adelantado Belalcázar dio al mariscal don Jorge Robledo en el pueblo de Pozo; y cómo el Emperador nuestro señor, usando de su grande clemencia y benignidad, envió perdón, con apercibimiento que todos se reduciesen a su servicio real; y del proveimiento del licenciado Pedro de la Gasca por presidente, y de su llegada a la Tierra Firme, y los avisos y formas que tuvo para atraer a los capitanes que allá estaban al servicio del Rey; y la vuelta de Gonzalo Pizarro a la ciudad de los Reyes, y las crueldades que por él y sus capitanes eran hechas; y la junta general que se hizo para determinar quién irían por procuradores generales a España; y la entregada del armada al presidente. Y con esto haré fin, concluyendo con lo tocante a este libro.

    En el cuarto libro, que intitulo de La guerra de Guarina, trato de la salida del capitán Diego Centeno, y cómo con los pocos que pudo juntar entró en la ciudad del Cuzco y la puso en servicio de su majestad; y cómo asímismo, determinado por el presidente y capitanes, salió de Panamá Lorenzo de Aldana, y llegó al puerto de los Reyes con otros capitanes, y lo que hicieron; y cómo muchos, desamparando a Gonzalo Pizarro, se pasaban al servicio Rey.

    También trato las cosas que pasaron entre los capitanes Diego Centeno y Alonso de Mendoza hasta que juntos todos dieron la batalla en el campo de Guarina a Gonzalo Pizarro, en la cual Diego Centeno fue vencido y muchos de sus capitanes y gente muertos y presos; y de lo que Gonzalo Pizarro proveyó y hizo hasta que entró en la ciudad del Cuzco.

    El quinto libro, que es de la guerra de Jaquijaguana, trata de la llegada del presidente Pedro de la Gasca al valle de Jauja, y los proveimientos y aparejos de guerra que hizo sabiendo que Diego Centeno era desbaratado; y de su salida deste valle y allegada al de Jaquijaguana, donde Gonzalo Pizarro con sus capitanes y gentes le dieron batalla, en la cual el presidente, con la parte del Rey, quedaron por vencedores, y Gonzalo Pizarro y sus secuaces y valedores fueron vencidos y muertos por justicia en este mismo valle. Y cómo allegó al Cuzco el presidente y por pregón público dio por traidores a los tiranos, y salió al pueblo que llaman de Guaynarima, donde repartió la mayor parte de las provincias deste reino entre las personas que le pareció. Y de allí fue a la ciudad de los Reyes, donde fundó la Audiencia real que en ella está.

    Concluido con estos libros, en que se incluye la cuarta parte, hago dos comentaríos: el uno, de las cosas que pasaron en el reino del Perú después de fundado la Audiencia hasta que el presidente salió dél.

    El segundo, de su llegada a la Tierra Firme y la muerte que los Contreras dieron al obispo de Nicaragua, y cómo con pensamiento tiránico entraron en Panamá y robaron gran cantidad de oro y plata, y la batalla que les dieron los vecinos de Panamá junto a la ciudad, donde los más fueron presos y muertos, y de otros hecho justicia; y cómo se sobró el tesoro. Concluyo con los motines que tuvo en el Cuzco y con la ida del mariscal Alonso de Albarado, por mandato de los señores oidores, a lo castigar; y con la entrada en este reino, para ser Visorey, el ilustre y muy prudente varón don Antonio Mendoza.

    Y si no va escrita esta historia con la suavidad que da a las letras la ciencia ni con el ornato que requería, va a lo menos llena de verdades, y a cada uno se da lo que es suyo con brevedad, y con moderación se reprenden las cosas mal hechas.

    Bien creo que hubiera otros varones que salieran con el fin deste negocio más al gusto de los lectores, porque siendo más sabios, no lo dudo; mas mirando mi intención, tomarán lo que pude dar, pues de cualquier manera es justo se me agradezca. El antiguo Diodoro Sículo, en su proemio, dice que los hombres deben sin comparación mucho a los escritores, pues mediante su trabajo viven los acaecimientos hechos por ellos grandes edades. Y así, llamó a la escritura Cicerón testigo de los tiempos, maestra de la vida, luz de la verdad. Lo que pido es que, en pago de mi trabajo, aunque vaya esta escritura desnuda de retórica, sea mirada con moderación, pues, a lo que siento, va tan acompañada de verdad. La cual sujeto al parecer de los dotos y virtuosos, y a los demás pido se contenten con solamente la leer, sin querer juzgar lo que no entienden.

CAPÍTULO VI

Como la ciudad de San Sebastián estuvo poblada en la Culata de Urabá, y de los indios naturales que están en la comarca de ella

 E

n los años de 1500 fueron gobernadores de la Tierra firme Alonso de Ojeda y Nicuesa, y en la provincia del Darién se pobló una ciudad que tuvo por nombre Nuestra Señora del Antigua, donde afirman algunos españoles de los antiguos que se hallaron la flor de los capitanes que han habido en estas Indias. Y entonces, aunque la provincia de Cartagena estaba descubierta, no la poblaron, ni hacían los cristianos españoles más que contratar con los indios naturales, de los cuales, por vía de rescate y contratación, se había gran suma de oro fino y bajo. Y en el pueblo grande de Taruaco, que está de Cartagena (que antiguamente se nombraba Calamar) cuatro leguas, entró el gobernador Ojeda, y tuvo con los indios una porfiada batalla, donde le mataron muchos cristianos, y entre ellos al capitán Juan de la Cosa, valiente hombre y muy determinado. Y él, por no ser también muerto a manos de los mismos indios, le convino dar la vuelta a las naos. Y después de esto pasado, el gobernador Ojeda fundó un pueblo de cristianos en la parte que llaman de Urabá, adonde puso por su capitán y lugarteniente a Francisco Pizarro, que después fue gobernador y marqués. Y en esta ciudad o villa de Urabá pasó muchos trabajos este capitán Francisco Pizarro con los indios de Urabá, y con hombres y enfermedades, que para siempre quedará de él fama. Los cuales indios (según decían) no eran naturales de aquella comarca antes era su antigua patria la tierra que está junto al río grande del Darién. Y deseando salir de la sujeción y mando que sobre ellos los españoles tenían, por librarse de estar sujetos a gente que tan mal los trataba, salieron de su provincia con sus armas, llevando consigo sus hijos y mujeres. Los cuales, llegados a la Culata que dicen Urabá, se hubieron de tal manera con los naturales de aquella tierra, que con gran crueldad los mataron a todos y les robaron sus haciendas, y quedaron por señores de sus campos y heredades.

    Y entendido esto por el gobernador Ojeda, como tuviese grande esperanza de haber en aquella tierra alguna riqueza, y por asegurar a los que se habían ido a vivir a ella, envió a poblar el pueblo que  tengo dicho, y por su teniente a Francisco Pizarro, que fue el primer capitán cristiano que allí hubo. Y como después feneciesen tan desastradamente estos dos gobernadores Ojeda y Nicuesa, habiendo habido los del Darién con tanta crueldad con Nicuesa como es público entre los que han quedado vivos de aquel tiempo, y Pedrarias viniese por gobernador a la Tierra Firme, no embargante que se hallaron en la ciudad del Antigua más de dos mil españoles, no se atendió en poblar a Urabá.

    Andando el tiempo, después de haber el gobernador Pedrarias cortado la cabeza a su yerno el adelantado Vasco Núñez de Balboa, y lo mismo el capitán Francisco Hernández en Nicaragua, y haber muerto los indios del río del Cenu al capitán Becerra con los cristianos que con él entraron; y pasados otros trances, viniendo por

gobernador de la provincia de Cartagena don Pedro de Heredía, envió al capitán Alonso de Heredía, su hermano, con copia de españoles muy principales, a poblar segúnda vez a Urabá, intitulándola ciudad de San Sebastián de Buena Vista, la cual está asentada en unos pequeños y rasos collados de campaña, sin tener montaña, si es en los ríos o ciénagas. La tierra a ella comarcana es doblada, y por muchas partes llena de montañas y espesuras. Estará del mar del Norte casí medía legua. Los campos están llenos de unos palmares muy grandes y espesos, que son unos árboles gruesos, y llevan unas ramas como palma de dátiles, y tiene el árbol muchas cáscaras hasta que llegan a lo interíor de él; cuando lo cortan sin ser la manera recia, es muy trabajosa de cortar.  Dentro deste árbol, en el corazón de él, se crían unos palmitos tan grandes que en dos dellos tiene harto que llevar un hombre; son blancos y muy dulces. Cuando andaban los españoles en las entradas y descubrimientos, en tiempo que fue teniente de gobernador de esta ciudad Alonso López de Ayala y el comendador Hernán Rodríguez de Sosa, no comían muchos días otra cosa que estos palmitos; y es tanto trabajo cortar el árbol y sacar el palmito de él, que estaba un hombre con una hacha cortando medio día primero que lo sacase; y como los comían sin pan y bebían mucha agua, muchos españoles se hinchaban y morían, y así murieron muchos dellos. Dentro del pueblo a las riberas de los ríos hay muchos naranjales, plátanos, guayabas y otras frutas. Vecinos hay pocos, por ser la contratación casí ninguna. Tiene muchos ríos que nacen en las sierras. La tierra dentro hay algunos indios y caciques, que solían ser muy ricos la gran contratación que tenían con los que moran en la campaña pasadas las sierras y en el Dabaybe . Estos indios que en estos tiempos señorean esta región, ya dije cómo muchos dellos dicen su naturaleza haber sido pasado el gran río del Darién, y la causa por que salieron su antigua patria. Son los señoretes o caciques de los indios obedescidos y temidos, todos generalmente dispuestos y limpios, y sus mujeres son de las hermosas y amorosas que yo he visto en la mayor parte den estas Indias donde he andado.

    Son en el comer limpios, y no acostumbran las fealdades que otras naciones. Tienen pequeños pueblos, y las casas son a manera de ramadas largas de muchos estantes. Dormían y duermen en hamacas; no tienen ni usan otras camas. La tierra es fértil, abundante de mantenimientos y de raíces gustosas para ellos y también para los que usaren comerlas. Hay grandes manadas de puercos zaínos pequeños, que son de buena carne sabrosa y

muchas dantas ligeras y grandes; algunos quieren decir que eran de linaje o forma de cebras. Hay muchos pavos y otra diversidad de aves, mucha cantidad de pescado por los ríos. Hay muchos tigres grandes, los cuales matan a algunos indios y hacían daño en los ganados. También hay culebras muy grandes y otras alimañas por las montañas y espesuras, que no sabemos los nombres; entre los cuales hay los que llamamos pericos ligeros, que no es poco de ver su talle tan fiero y con la flojedad y torpeza que andan. Cuando los españoles daban en los pueblos de estos indios y los tomaban de sobresalto, hallaban gran cantidad de oro en unos canastillos que ellos llaman habas, en joyas muy ricas de campanas, platos, joyeles, y unos que llaman caricuries, y otros caracoles grandes de oro bien fino, con que se tapaban sus partes deshonestas; también tenían zarcillos y cuentas muy menudas, y otras joyas de muchas maneras, que les tomaban; tenían ropa de algodón mucha. Las mujeres andan

vestidas con unas mantas que les cubren de las tetas hasta los pies, y de los pechos arriba tienen otra manta con que se cubren. Précianse de hermosas; y así, andan siempre peinadas y galanas a su costumbre. Los hombres andan desnudos y descalzos, sin traer en sus cuerpos otra cobertura ni vestidura que la que les dio natura. En las partes deshonestas traían atados con unos hilos unos caracoles de hueso o de muy fino oro, que pesaban algunos que yo vi a cuarenta y a cincuenta pesos cada uno, y a algunos a más, y pocos a menos. Hay entre ellos grandes mercaderes y contratantes que llevan a vender a tierra dentro muchos puercos de los que se crían en la misma tierra, diferentes de los de España porque son más pequeños y tienen el ombligo a las espaldas, que debe ser alguna cosa que allí les nace. Llevan también sal y pescado; por ello traen oro, ropa y de lo que más ello tienen necesidad; las armas que usan son unos arcos muy recios, sacados de unas palmeras negras, de una braza cada uno, y otros más largos con muy grandes y agudas flechas, untadas con una hierba tan mala y pestífera que es

imposible al que llega y hace sangre no morir, aunque no sea la sangre más de cuantas sacarían de un hombre picándole con un alfiler. Así pocos o ninguno de los que han herido con esta hierba dejaron de morir.

CAPÍTULO VII

De cómo hace la hierba tan ponzoñosa con que los indios de Santa Marta y Cartagena tantos españoles han muerto

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or ser tan nombrada en todas partes esta hierba ponzoñosa me pareció dar aquí la relación de la composición de ella, la cual es así. Esta hierva es compuesta de muchas cosas; las principales yo las investigué y procuré saber en la provincia de Cartagena, en un pueblo de la costa, llamado Bahaire, de un cacique o señor de él, que había por nombre Macuri el cua1 me enseñó unas raíces cortas, de mal olor, tirante el color dellas a pardas. Y díjome que por la costa del mar, junto a los árboles que llamamos manzanillos, cavaban debajo de la tierra, y de las raíces de quel pestífero árbol sacaban aquéllas, las cuales queman en unas cazuelas de barro y hacen dellas una pasta, y buscan unas hormigas tan grandes como un escarabajo de los que se crían en España negrísimas y muy malas, que solamente de picar a un hombre se le hace una roncha, y le da tan gran dolor que casí lo priva de su sentido, como aconteció yendo caminando en la jornada que hicimos con el licenciado Juan de Vadillo, acertando a pasar un río un Noguerol y yo, a donde aguardamos ciertos soldados que quedaban atrás, porque él iba por cabo de escuadra en aquella guerra, a donde le picó una de aquellas hormigas que digo, y le dio tan gran dolor que se le quitaba el sentido y se le hinchó la mayor parte de la pierna, y aun le dieron tres o cuatro calenturas del gran dolor, hasta que la ponzoña acabó de hacer su curso. También buscan para hacer esta mala cosa unas arañas muy grandes, y asímismo le echan unos gusanos peludos, delgados, cumplidos como medio dedo, de los cuales yo no me podré olvidar, porque estándo guardando un río en las montañas que llaman de Abibe, abajó por un ramo de un árbol donde yo estaba uno de estos gusanos, y me picó en el pescuezo, y lleve la más trabajosa noche que en mi vida tuve, y de mayor dolor. Hácenla también con las alas del murciélago y cabeza y cola de un pescado pequeño que hay en el mar, que ha por nombre peje tamborino, y de muy gran ponzoña, y con sapos y colas de culebras, y unas manzanillas que parecen en el color y olor naturales de España. Y algunos recién venidos de ella a estas partes, saltando en las costas, como no saben la ponzoña que es, las comen. Yo conocía un Juan Agraz (que ahora le vi en la ciudad San Francisco del Quito), que es de los que vinieron Cartagena con Vadillo, que cuando vino de España y salió del navío en la costa de Santa Marta comió diez o doce de estas manzanas, y le oí jurar que en el olor, color y sabor no podían ser mejores, salvo que tienen una leche que debe ser la malentía tan mala que se convierte en ponzoña; después que las hubo comido pensó reventar, y si no fuera socorrido con aceite, ciertamente muriera. Otras hierbas y raíces también le echan a esta hierba, y cuando la quieren hacer aderezan mucha lumbre en un llano desviado de sus casas o aposentos, poniendo unas ollas; buscan alguna esclava o indía que ellos tengan en poco, y aquella indía la cuece y pone en la perfición que ha de tener, y del olor y vaho que echa de sí muere aquella persona que la hace, según yo oí.

CAPÍTULO VIII

En que se declaran otras costumbres de los indios sujetos a la ciudad de Urabá

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on aquella hierba tan mala como he contado untan los indios las puntas de sus flechas, y están tan diestros en el tirar y son tan certeros y tiran con tanta fuerza, que ha acaecido muchas veces pasar las armas y caballo de una parte a otra, o al caballero que van encima, si no son demasiadamente las armas buenas y tienen mucho algodón; porque en aquella tierra, por su aspereza y humedad, no son buenas las cotas ni corazas, ni aprovechan nada para la guerra de estos indios, que pelean con flechas. Mas con todas sus mañas y con ser tan mala la tierra, los han conquistado y muchas veces saqueado soldados de a pie, dándoles grandes alcances, sin llevar otra cosa que una espada y una rodela. Y diez o doce españoles que se hallan juntos acometen a ciento y a doscientos dellos. No tienen casa ni templo de adoración alguna, ni hasta ahora se les ha hallado más de que ciertamente hablan con el díablo los que para ellos señalan, y le hacen la honra que pueden, teniéndolo en gran veneración; el cual se les aparece (según yo he oído a algunos dellos) en visiones espantables y terribles, que les pone su vista gran temor. No tienen mucha razón para conocer las cosas de naturaleza. Los hijos heredan a los padres, siendo habidos en la principal mujer.

    Cásanse con hijas de sus hermanos, y los señores tienen muchas mujeres. Cuando se muere el señor, todos sus criados y amigos se juntan en su casa de noche, con las tinieblas, sin tener lumbre ninguna; teniendo gran cantidad de vino hecho de su maíz, beben, llorando el muerto; y después que han hecho sus ceremonias y hechicerías lo meten en la sepultura, enterrando con el cuerpo sus armas y tesoro, y mucha comida y cántaros de su chicha o vino, y algunas mujeres vivas. El demonio les hace entender que allá donde van ha de tornar a vivir en otro reino que los tiene aparejado, y que para el camino les conviene llevar el mantenimiento que digo, como si el infierno estuviese lejos. Esta ciudad de San Sebastián fundó y pobló Alonso de Heredía, hermano del adelantado don Pedro de Heredía, gobernador por su majestad de la provincia de Cartagena, como ya dije.

CAPÍTULO XII

De las costumbres destos indios y de las armas que usan y de las ceremonias que tienen, y quién fue el fundador de la ciudad de Antiocha

L

a gente de estos valles es valiente para entre ellos, y así, cuentan que eran muy temidos de los comarcanos. Los hombres andan desnudos y descalzos y no traen sino unos maures angostos, con que se cubren las partes vergonzosas, asidos con un cordel, que traen atado por la cintura. Précianse de tener los cabellos muy largos; las armas con que pelean son dardos y lanzas largas, de la palma negra que arriba dije; tiraderas, hondas y unos bastones largos, como espadas de a dos manos, a quien llaman macanas. Las mujeres andan vestidas de la cintura abajo con mantas de algodón muy pintadas y galanas. Los señores, cuando se casan, hacen una manera de sacrificio a su dios, y juntándose en una casa grande, donde ya están las mujeres más hermosas, toman por mujer la que quieren, y el hijo de ésta es el heredero, y si no lo tiene el señor hijo hereda el hijo de su

hermana. Confinan estas gentes con una provincia que está junto a ella que se llama Tatabe, de muy gran población de indios muy ricos y guerreros. Sus costumbres conforman con estos sus comarcanos. Tienen armadas sus casas sobre árboles muy crecidos, hechas de muchos horcones altos y muy gruesos, y tiene cada una más de doscientos dellos; la varazón es de no menos grandeza; la cobija que tienen estas tan grandes casas es

hojas de palma. En cada una dellas viven muchos moradores con sus mujeres e hijos. Extiéndense estas naciones hasta la mar del Sur, la vía del poniente. Por el oriente confinan con el gran río del Darién. Todas estas comarcas son montañas muy bravas y muy temerosas. Cerca de aquí dicen que está aquella grandeza y riqueza del Dabaybe, tan mentada en la Tierra Firme. Por otra parte deste valle, donde es señor Nutibara, tiene por vecinos

otros indios, que están poblados en unos valles que se llaman de Nore, muy fértil y abundantes. En uno dellas está ahora asentada la ciudad de Antiocha. Antiguamente había gran poblado en estos valles, según nos lo dan a entender sus edificios y sepulturas, que tiene muchas y muy de ver, por ser tan grandes que parecen pequeños cerros. Estos, aunque son de la misma lengua y traje de los de Guaca, siempre tuvieron grandes pendencias y

guerras; en tanta manera, que unos y otros vinieron en gran disminución, porque todos los que se tomaban en la guerra los comían y ponían las cabezas a las puertas de sus casas. Andan desnudos estos como los demás; los señores y principales algunas veces se cubren con una gran manta pintada, de algodón. Las mujeres andan cubiertas con otras pequeñas mantas de lo mismo. Quiero, antes que pase adelante, decir aquí una cosa bien

extraña y de grande admiración. La segúnda vez que volvimos por aquellos valles, cuando la ciudad de Antiocha fue poblada en las sierras que están por encima dellos, oí decir que los señores o caciques de estos valles de Nore buscaban de las tierras de sus enemigos todas las mujeres que podían, las cuales traídas a sus casas, usaban con ellas como con las suyas propias; y si se empreñaban dellos, los hijos que nacían los criaban con mucho regalo

hasta que habían doce o treces años, y de esta edad, estándo bien gordos, los comían con gran sabor, sin mirar que era su sustancia y carne propia; y de esta manera tenían mujeres para solamente engendrar hijos en ellas para después comer; pecado mayor que todos los que ellos hacen. Y háceme tener por cierto lo que digo ver lo que pasó a uno de estos principales con el licenciado Juan de Vadillo, que en este año está en España, y si le preguntan lo que yo escribo, dirá ser verdad, y es que la primera vez que entraron cristianos españoles en estos valles, que fuimos yo y mis compañeros, vino de paz un señorete que había por nombre Nabonuco, y traía consigo tres mujeres; y viniendo la noche, las dos dellas se echaron a la larga encima de un tapete o estera y la

otra atravesada, para servir de almohada; y el indio se echó encima de los cuerpos dellas muy tendido, y tomó de la mano otra mujer hermosa que quedaba atrás con otra gente suya que luego vino. Y como el licenciado Juan de Vadillo le viese de aquella suerte, preguntóle que para qué había traído aquella mujer que tenía de la mano; y mirándolo al rostro el indio, respondió mansamente que para comerla, y que si él no hubiera venido lo hubiera ya hecho. Vadillo, oído esto, mostrando espantarse, le dijo: «Pues ¿cómo, siendo tu mujer, la has de comer?» El

cacique, alzando la voz, tornó a responder, diciendo: «Mira, mira, y aun al hijo que pariere tengo también de comer.» Esto que he dicho pasó en el valle de Nore y en el de Guaca, que es el que dije quedar atrás. Oí decir a este licenciado Vadillo algunas veces cómo supo por dicho de algunos indios viejos, por las lenguas que traíamos, que cuando los naturales de él iban a la guerra, a los indios que prendían en ella hacían sus esclavos, a los cuales casaban con sus parientas vecinas, y los hijos que habían en ellas aquellos esclavos los comían, y que después que los mismos esclavos eran muy viejos y sin potencia para engendrar, los comían también a ellos. Y a la verdad, como estos indios no tenían fe, ni conocían al demonio, que tales pecados les hacía hacer, cuán malo y perverso era, no me espanto de ello, porque hacer esto más lo tenían ellos por valentía que por pecado. Con estas muertes de tanta gente hallábamos nosotros, cuando descubrimos aquellas regiones, tanta cantidad de cabezas de indios a las puertas de las casas de los principales que parecía que en cada una dellas había habido carnecería de hombres. Cuando se mueren los principales señores de estos valles llóranlos muchos días arreo, y tresquílanse sus mujeres, y mátanse las más queridas, y hacen una sepultura tan grande como un pequeño cerro, la puerta de ella hacía el nacimiento del sol. Dentro de aquella tan gran sepultura hacen una bóveda mayor de lo que era menester, muy enlosada, y allí meten al difunto lleno de mantas y con el oro y armas que tenía sin lo cual, después que con su vino, hecho de maíz o de otras raíces, han enviudado a las más hermosas de sus mujeres y algunos muchachos sirvientes, los metían vivos en aquella bóveda, y allí los dejaban para que el señor abajase más acompañado a los infiernos. Esta ciudad de Antiocha está fundada y asentada en un valle de estos que digo, el cual está entre los famosos y nombrados y muy riquísimos ríos del Darién y de Santa Marta, porque estos valles están en medio de ambas cordilleras. El asiento de la ciudad es muy bueno y de grandes llanos, junto a un pequeño río. Está la ciudad más allegada al norte que ninguna de las del reino del Perú. Corren junto a ella otros ríos, muchos y muy buenos, que nacen de las cordilleras que están a los lados, y muchas fuentes manantiales de muy clara y sabrosa agua; los ríos, todos los más llevan oro en gran cantidad y muy fino, y están pobladas sus riberas de muchas arboledas de frutas de muchas maneras; a toda parte cercana de grandes provincias de indios muy ricos de oro, porque todos los cogen en sus propios pueblos. La contratación que tienen es mucha. Usan de romanas pequeñas y de pesos para pesar el oro. Son todos grandes carniceros de comer carne humana. En tomándose unos a otros no se perdonan. Un día vi yo en Antiocha, cuando le poblamos, en unas sierras donde el capitán Jorge Robledo la fundó (que después, por mandado del capitán Juan Cabrera, se pasó donde ahora está), que estándo en un maizal vi junto mí cuatro indios, y arremetieron a un indio que entonces llegó allí, y con las macanas le mataron; y a las voces que yo di lo dejaron, llevándole las piernas; sin lo cual, estándo aún el pobre indio vivo, le bebían la sangre y le comían a bocados sus entrañas. No tienen flechas ni usan más armas de las que he dicho arriba. Casa de adoración o templo no se les ha visto más de aquella que en la Guaca quemaron.

    Hablan todos en general con el demonio, y en cada pueblo hay dos o tres indios antiguos y diestros en maldades que hablan con él; y éstos dan las respuestas y denuncian lo que el demonio les dice que ha de ser. La inmortalidad del ánima no la alcanzan enteramente. El agua y todo lo que la tierra produce lo echan a naturaleza, aunque bien alcanzan que hay Hacedor; mas su creencia es falsa, como diré adelante. Esta ciudad de Antiocha pobló y fundó el capitán Jorge Robledo en nombre de su majestad el emperador don Carlos, rey de España y de estas Indias, nuestro señor, y con poder del adelantado don Sebastián de Belalcácar, su gobernador y capitán general de la provincia de Popayán, año del nacimiento de nuestro Señor de 1541 años. Esta ciudad está en siete grados de la equinoccial, a la parte del norte.

CAPÍTULO XV

De las costumbres de los indios de esta tierra y de la montaña que hay para llegar a la villa de Anserma

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a gente de esta provincia es dispuesta, belicosa, diferente en la lengua a las pasadas. Tiene a todas partes este valle montañas muy bravas, y pasa un espacioso río por medio de él, y otros muchos arroyos y fuentes, donde hacen sal; cosa de admiración y hazañosa de oír. Dellas y de otras muchas que hay en esta provincia hablaré adelante, cuando el discurso de la obra nos diere lugar. Una laguna pequeña hay en este valle, donde hacen sal muy blanca. Los señores o caciques y sus capitanes tienen casas muy grandes, y a las puertas dellas puestas unas cañas gordas de las de estas partes, que parecen pequeñas vigas; encima dellas tienen puestas muchas cabezas de sus enemigos.

    Cuando van a la guerra, con agudos cuchillos de pedernal, o de unos juncos o de cortezas o cáscaras de cañas, que también los hacen dellas bien agudos, cortan las cabezas a los que prenden. Y a otros dan muertes temerosas cortándoles algunos miembros, según su costumbre, a los cuales comen luego, poniendo las cabezas, como he dicho, en lo alto de las cañas. Entre estas cañas tienen puestas algunas tablas, donde esculpen la figura del demonio, muy fiera, de manera humana, y otros ídolos y figuras de gatos, en quien adoran. Cuando tienen necesidad de agua o de sol para cultivar sus tierras, piden (según dicen los mismos indios naturales) ayuda a estos sus dioses. Hablan con el demonio los que para aquella religión están señalados, y son grandes agoreros y hechiceros, y miran en prodigios y señales y guardan supersticiones las que el demonio les manda: tanto es el poder que ha tenido sobre aquellos indios, permitiéndolo Dios nuestro Señor por sus pecados o por otra causa que Él sabe. Decían las lenguas cuando entramos con el licenciado Juan de Vadillo, la primera vez que los descubrimos, que el principal señor dellos, que había por nombre Cauroma, tenía muchos ídolos de aquellos, que parecían de palo, de oro finísimo, y afirmaban que había tanta abundancia deste metal, que en un río sacaba el señor ya dicho la cantidad que quería.

    Son grandes carniceros de comer carne humana. A las puertas de las casas que he dicho tienen plazas pequeñas, sobre las cuales están puestas las cañas gordas, y en estas plazas tienen sus mortuorios y sepulturas al uso de su patria, hechas de una bóveda, muy hondas, la boca al oriente. En las cuales, muerto algún principal o señor, lo meten dentro con muchos llantos, echando con él todas sus armas y ropa y el oro que tiene, y comida. Por donde conjeturamos que estos indios ciertamente dan algún crédito a pensar que el ánima sale del cuerpo, pues lo principal que metían en sus sepulturas es mantenimiento y las cosas que más ya he dicho; sin lo cual, las mujeres que en vida ellos más quisieron las enterraban vivas con ellos en las sepulturas, y también enterraban otros muchachos y indias de servicio. La tierra es de mucha comida, fértil para dar el maíz y las raíces que ellos siembran. Árboles de fruta casí no hay ninguno, y si los hay, son pocos. A las espaldas de ella, hacia la parte de oriente, está una provincia que se llama Camama, que es hasta donde descubrió el capitán Sebastián de Belalcázar, de la lengua y costumbres de estos. Son ricos de oro y tienen las casas pequeñas, y todos andan desnudos y descalzos, sin tener más de unos pequeños maures, con que cubren sus vergüenzas. Las mujeres usan unas mantas de algodón pequeñas, con que se cubren de la cintura abajo; lo demás anda descubierto.   Pasada la provincia de Caramanta está luego una montaña que dura poco más de siete leguas, muy espesa,

a donde pasamos mucho trabajo de hambre y frío cuando íbamos con Vadillo, y bien podré yo afirmar en toda mi vida pasé tanta hambre como en aquellos días, aunque he andado en algunos descubrimientos y entradas bien trabajosas.

    Hallémonos tan tristes en vernos metidos en unas montañas tan espesas que el sol ahí no lo veíamos, y sin camino ni guías, ni con quien nos avisase si estábamos lejos o cerca del poblado, que estuvimos por nos volver a Cartagena. Mucho nos valió hallar de aquella madera verde que conté haber en Abibe, porque con ella hicimos siempre lumbre toda la que queríamos. Y con la ayuda de Dios, a fuerza de nuestros brazos, con los cuales

íbamos abriendo camino, pasamos estas montañas, en las cuales se quedaron algunos españoles muertos de hambre, y caballos muchos. Pasado este monte está un valle pequeño, sin montañas, raso, de poca gente; mas luego, un poco adelante, vimos un grande y hermoso valle muy poblado, las casas juntas, todas nuevas, y algunas dellas muy grandes; los campos llenos de bastimento de sus raíces y maízales. Después se perdió toda la más de esta población, y los naturales dejaron su antigua tierra. Muchos dellos, por huir de la crueldad de los españoles, se fueron a unas bravas y altas montañas que están por encima deste valle, que se llama Cima. Más delante deste

valle está otro pequeño, dos leguas y media de él, que se hace de una loma que nace de la cordillera donde está fundada y asentada la villa de Ancerma, que primero se nombró la ciudad de Santa Ana de los Caballeros, la cual está asentada entre medias de dos pequeños ríos, en una loma no muy grande, llana de una parte y otra, llena de muchas y muy hermosas arboledas de frutales, así de España como de la misma tierra, y llena de legumbres, que se dan bien. El pueblo señorea toda la comarca por estar en lo más alto de las lomas, y de ninguna parte puede venir gente que primero que llegue no sea vista de la villa, y por todas partes está cercada de grandes poblaciones de muchos caciques o señoretes. La guerra que con ellos tuvieron al tiempo que los conquistaron se dirá en su lugar. Son todos los más de estos caciques amigos uno de otros; sus pueblos están juntos; las casas, desviadas alguna distancia unas de otras.

CAPÍTULO XVI

De las costumbres de los caciques y indios que están comarcanos a la villa de Ancerma, y de su fundación y quién fue el fundador

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l sitio donde está fundada la villa de Ancerma es llamado por los indios naturales Umbra; y al tiempo que el adelantado don Sebastián de Belalcázar entró en esta provincia cuando la descubrió, como no llevaba lenguas, no pudo entender ningún secreto de la provincia. Y oían a los indios que en viendo sal la llamaban y nombraban ancer, como es la verdad, y entre los indios no tiene otro nombre, por lo cual los cristianos, de allí adelante, hablando en ella, la nombraban Ancerma, y por esta causa se la puso a esta villa el nombre que tiene. Cuatro leguas de ella al occidente está un pueblo no muy grande, pero es bien poblado y de muchos indios, por tener muy grandes casas y ancha tierra. Pasa un río pequeño por él, y está una legua del

grande y muy rico río de Santa Marta, del cual, si a Dios pluguiere, haré capítulo por sí, contando por orden su nacimiento a dónde es y de qué manera se divide en dos brazos. Estos indios tenían por capitán o señor a uno dellos bien dispuesto, llamado Ciricha. Tiene, o tenía cuando yo lo vi, una casa muy grande a la entrada de su pueblo, y otras muchas a todas partes de él, y junto aquella casa o aposento está una plaza pequeña, toda a la redonda llena de las cañas gordas que conté en lo de atrás haber en Caramanta, y en lo alto dellas había puestas muchas cabezas de los indios que habían comido. Tenía muchas mujeres. Son estos indios de la habla y costumbres de los de Caramanta, y más carniceros y amigos de comer la humana carne. Por que entiendan

los trabajos que se pasan en los descubrimientos los que esto leyeren, quiero contar lo que aconteció en este pueblo al tiempo que entramos en él con el licenciado Juan de Vadillo, y es que como tenían alzados los mantenimientos en algunas partes, no hallábamos maíz ni otra cosa para comer, y carne había más de un año que no la comíamos, si no era de los caballos que se morían o de algunos perros; ni aun sal no teníamos; tanta era la miseria que pasábamos. Y saliendo veinte y cinco o treinta soldados, fueron a renchat, o, por decirlo más claro, a robar lo que pudiesen hallar; y junto con el río grande dieron en cierta gente que estaba huida por no ser vistos ni presos de nosotros, a donde hallaron una olla grande llena de carne cocida; y tanta hambre llevaban, que no miraron en más de comer, creyendo que la carne era de unos que llaman curies, porque salían de la olla algunos; mas ya que estaban todos bien hartos, un cristiano sacó de la olla una mano con sus dedos y uñas; sin lo cual, vieron luego pedazos de pies, dos o tres cuartos de hombres que en ella estaban; lo cual visto por los españoles que allí se hallaron, les pesó de haber comido aquella vianda, dándoles grande asco de ver los dedos y manos; mas a la fin se pasó, y volvieron hartos al real, de donde primero había salido muertos de hambre. Nascen de una montaña que está por alto deste pueblo muchos ríos pequeños, de los cuales se ha sacado y saca mucho oro, y muy rico, con los mismos indios y con negros. Son amigos y confederados estos y los de Caramanta, y con los demás sus comarcanos siempre tuvieron enemistad y se dieron guerra. Un peñol fuerte hay en este pueblo, donde en tiempo de guerra se guarecen. Andan desnudos y descalzos, y las mujeres traen mantas pequeñas y son de buen parecer, y algunas hermosas.

    Más adelante desde pueblo está la provincia de Zopia. Por medio de estos pueblos corre un río rico de minas de oro, donde hay algunas estancias que los españoles han hecho. También andan desnudos los naturales de esta provincia. Las casas están desviadas, como las demás, y dentro dellas, en grandes sepulturas, se entierran sus difuntos. No tienen ídolos, ni casa de adoración no se les ha visto. Hablan con el demonio. Cásanse con sus sobrinas y algunos con sus mismas hermanas, y hereda el señorío o cacicazgo el hijo de la principal mujer (porque todos estos indios, si son principales, tienen muchas); y si no tienen hijos, el de la hermana de él. Confinan con la provincia de Cartatama, que no está muy lejos de ella, por la cual pasa el río grande arriba dicho. De la otra parte de él está la provincia de Pozo, con quien contratan más. Al oriente tiene la villa otros pueblos muy grandes (los señores, muy dispuestos, de buen parecer), llenos de mucha comida y frutales. Todos son amigos, aunque en algunos tiempos hubo enemistad y guerra entre ellos. No son tan carniceros como los pasados de comer carne humana.

    Son los caciques muy regalados; muchos dellos, antes que los españoles entrasen en su provincia, andaban en andas y hamacas. Tienen muchas mujeres, las cuales, por ser indias, son hermosas; traen sus mantas de algodón galanas, con muchas pinturas. Los hombres andan desnudos, y los principales y señores se cubren con una manta larga, y traen por la cintura maures, como los demás. Las mujeres andan vestidas como digo; traen los cabellos muy peinados, y en los cuellos muy lindos collares de piezas ricas de oro, y en las orejas sus zarcillos; las ventanas de las narices se abren para poner unas como pelotitas de oro fino; algunas de estas son pequeñas y otras mayores. Tenían muchos vasos de oro los señores, con que bebían, y mantas, así para ellos como para sus mujeres, chapadas de unas piezas de oro hechas a manera redonda, y otras como estrellitas, y otras joyas de muchas maneras tenían deste metal. Llaman al díablo Xixarama, y los españoles, tamaraca. Son grandes hechiceros algunos dellos, y herbolarios. Casan a sus hijas después de estar sin su virginidad, y no tienen por cosa estimada haber la mujer virgen cuando se casan. No tienen ninguna ceremonia en sus casamientos. Cuando los señores se mueren, en una parte de esta provincia que se llama Tauya, tomando el cuerpo, se ponen una hamaca y a todas partes ponen fuego grande, haciendo unos hoyos, en los cuales cae la sanguaza y gordura, que se derrite con el calor. Después que ya está el cuerpo medio quemado, vienen los parientes y hacen grandes lloros y acabados, beben su vino y rezan sus salmos o bendiciones dedicadas a sus dioses, a su uso y como los aprendieron de sus mayores; lo cual hecho, ponen el cuerpo, envuelto en mucha cantidad de mantas, en un ataúd, y sin enterrarlo lo tienen allí algunos años, y después de estar bien seco, los ponen en las sepulturas que hacen dentro en sus casas. En las demás provincias, muerto un señor, hacen en los cerros altos las sepulturas muy hondas, y después que han hecho grandes lloros meten dentro al difunto, envuelto en muchas mantas, las más ricas que tienen, y a una parte ponen sus armas y a otra mucha comida y grandes cántaros de vino y sus plumajes y joyas de oro, y a los pies echan algunas mujeres vivas, las más hermosas y queridas suyas, teniendo por cierto que luego ha de tornar a vivir y aprovecharse de lo que con ellos llevan. No tienen obra política ni mucha razón.

   Las armas que usan son dardos, lanzas, macanas de palma negra y de otro palo blanco, recio, que en aquellas partes se cría. Casa de adoración no se la habemos visto ninguna.

    Cuando hablan con el demonio dicen que es a escuras, sin lumbre y que uno que para ello está señalado habla por todos el cual da las respuestas. La tierra en que tienen asentadas las poblaciones son sierras muy grandes, sin montaña ninguna. La tierra dentro, hacía el poniente, hay una gran montaña que se llama Cima, y más adelante, hacía la mar Austral, hay muchos indios y grandes pueblos, donde se tiene por cierto que nace el gran río del Darién. Esta villa de Ancerma pobló y fundó el capitán Jorge Robledo en nombre de su majestad, siendo su gobernador y capitán general de todas estas provincias el adelantado don Francisco Pizarro; aunque es verdad que Lorenzo de Aldana, teniente general de don Francisco Pizarro, desde la ciudad de Cali nombró el cabildo, y señaló por alcaldes a Suer de Nava y a Martín de Amoroto, y por alguacil mayor a Ruy Venegas, y envió a Robledo a poblar esta ciudad, que villa se llama ahora, y le mandó que le pusiese por nombre Santa Ana de los Caballeros. Así que a Lorenzo de Aldana se puede atribuir la mayor parte de esta fundación de Ancerma, por la razón susodicha.

CAPÍTULO XIX

De los ritos y sacrificios que estos indios tienen y cuán grandes carniceros son de comer carne humana

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as armas que tienen estos indios son dardos, lanzas, hondas, tiraderas con sus estalocisas; son muy grandes voceadores; cuando van a la guerra llevan muchas bocinas y tambores y flautas y otros instrumentos. En gran manera son cautelosos y de poca verdad, ni la paz que prometen sustentan. La guerra que tuvieron con los españoles se dirá adelante en su tiempo y lugar. Muy grande es el dominio y

señorío que el demonio, enemigo de natura humana, por los pecados de aquella gente sobre ellos tuvo, permitiéndolo Dios; porque muchas veces era visto visiblemente por ellos. En aquellos tablados tenían muy grandes manojos de cuerdas de cabuya, a manera de crizneja (la cual nos aprovechó para hacer alpargates), tan largas que tenían a más de cuarenta brazas cada una de aquellas sogas; de lo alto del tablado ataban los indios

que tomaban en la guerra por los hombros y dejábanlos colgados, y a algunos dellos les sacaban los corazones y los ofrecían a sus dioses, al demonio, a honra de quien se hacían aquellos sacrificios, y luego, sin tardar mucho, comían los cuerpos de los que así mataban. Casa de adoración no se ha visto ninguna, más de que en las casas o aposentos de los señores tenían un aposento muy esterado y aderezado; en Paucora vi yo uno de estos oratorios, como adelante diré; en lo secreto dellos estaba un retrete, y en él había muchos incensarios de barro, en los cuales, en lugar de incienso, quemaban ciertas hierbas menudas; yo las vi en la tierra de un señor de esta provincia, llamado Yayo, y eran tan menudas que casi no salían de la tierra; unas tenían una flor muy negra y

otras la tenían blanca; en el olor parecían a verbena; y éstas, con otras resinas, quemaban delante de sus ídolos; y después que han hecho otras supersticiones viene el demonio, el cual cuentan que les aparece en figura de indio y los ojos muy resplandecientes, y a los sacerdotes o ministros suyos daba la respuesta de lo que preguntaban y de lo que querían saber.

    Hasta ahora en ninguna de estas provincias están clérigos ni frailes, ni osan estar, porque los indios son tan malos y carniceros que muchos han comido a los señores que sobre ellos tenían encomienda; aunque cuando van a los pueblos de los españoles los amonestan que dejen sus vanidades y costumbres gentílicas y se alleguen a nuestra religión, recibiendo agua de bautismo; y permitiéndolo Dios, algunos señores de las provincias de esta gobernación se han tornado cristianos, y aborrecen al diablo y escupen de sus dichos y maldades. La gente de esta provincia de Arma son de medianos cuerpos, todos morenos; tanto, que en la color todos los indios y indias de estas partes (con haber tanta multitud de gentes que casi no tienen número, y tan gran diversidad y largura de tierra) parece que todos son hijos de una madre y de un padre; las mujeres de estos indios son de las feas y sucias que yo vi en todas aquellas comarcas; andan ellas y ellos desnudos, salvo que para cubrir sus

vergüenzas se ponen delante dellas unos maures tan anchos como un palmo y tan largos como palmo y medio; con esto se tapan la delantera, lo demás todo anda descubierto. En aquel tierra no tenían los hombres deseo de ver las piernas a las mujeres, pues que ahora haga frío o sientan calor nunca las tapan; algunas de las mujeres andan trasquiladas, y lo mismo sus maridos. Las frutas y mantenimientos que tienen es maíz y yuca y otras raíces muchas y muy sabrosas, algunas guayabas y paltas y palmas de los pixivaes. Los señores se casan con las

mujeres que más les agradan; la una de estas se tiene por la más principal; y los demás indios cásanse unos con hijas y hermanas de otros, sin orden ninguna, y muy pocos hallan las mujeres vírgenes; los señores pueden tener muchas, los demás a una y a dos y a tres, como tiene la posibilidad; en muriéndose los señores o principales, los entierran dentro en sus casas o en lo alto de los cerros, con las ceremonias y lloros que acostumbran, los que de suso he dicho; los hijos heredan a los padres en el señorío y en las casas y tierras; faltando hijo, lo hereda el que lo es de hermana, y no del hermano.

    Adelante diré la causa por que en la mayor parte de estas provincias heredan los sobrinos hijos de la hermana, y no del hermano, según yo oí a muchos naturales dellas, que es causa que los señoríos o cacicazgos se hereden por la parte femenina y no por la masculina. Son tan amigos de comer carne humana estos indios que se ha visto haber tomado indias tan preñadas que querían parir, y con ser de sus mismos vecinos, arremeter a ellas y con gran presteza abrirles el vientre con sus cuchillos de pedernal o de caña y sacar la criatura; y habiendo hecho gran fuego, en un pedazo de olla tostarlo y comerlo luego, y acabar de matar la madre, y con las inmundicias comérsela con tanta prisa, que era cosa de espanto. Por los cuales pecados y otros que estos indios cometen ha permitido la divina Providencia que, estándo tan desviados de nuestra región de España que casi parece imposible que se pueda andar de una parte a otra, hayan abierto caminos y carreras por la mar tan larga del

Océano y llegado a sus tierras, a donde solamente diez o quince cristianos que se hallan juntos acometen a mil, a diez mil dellos, y los vencen y sujetan; lo cual también creo no venir por nuestros merecimientos, pues somos tan pecadores, sino por querer Dios castigarlos por nuestra mano, pues permite lo que se hace. Pues volviendo al propósito, estos indios no tienen creencia, a lo que yo alcancé, ni entienden más de lo que permite Dios que el demonio les diga. El mando que tienen los caciques o señores sobre ellos no es más de que les hacen sus casas y les labran sus campos, sin lo cual les dan mujeres las que quieren y les sacan de los ríos oro, con que contratan en las comarcas; y ellos se nombran capitanes en las guerras y se hallan con ellos en las batallas que dan. En todas las cosas son de poca constancia; no tienen vergüenza de nada ni saben qué cosa sea virtud, y en malicias son muy astutos unos para con otros. Delante de esta provincia, a la parte de oriente, está la montaña de suso dicha, que se llama de los Andes, llena de grandes sierras; pasada ésta dicen los indios que está un hermoso valle con un río que pasa por él, donde (según dicen estos naturales de Arma) hay gran riqueza y muchos indios. Por todas estas partes las mujeres paren sin parteras, y aun por todas las más de las indias; y en pariendo, luego se van a lavar ellas mismas al río, haciendo lo mismo a las criaturas, y hora ni momento no se guardan del aire ni sereno, ni les hace mal; y veo que muestran tener menos dolor cincuenta de estas mujeres que quieren parir que una sola de nuestra nación. No sé si va en el regalo de las unas o en ser bestiales las otras.

 

CAPÍTULO XXXV

De las notables fuentes y ríos que hay en estas provincias y como se hace sal muy buena por artificio muy singular

 A

ntes que trate de los términos del Perú ni pase de la gobernación de Popayán me pareció que seria bien dar noticia de las notables fuentes que hay en esta tierra y los ríos del agua, de los cuales hacen sal, con que las gentes se sustentan y pasan sin tener salinas, por no las haber en aquellas partes y la mar estar lejos de algunas de estas provincias.

    Cuando el licenciado Juan de Vadillo salio de Cartagena atravesamos los que con el veníamos las montañas de Abibe, que son muy ásperas y dificultosas de andar, y las pasamos con no poco trabajo, y se nos murieron muchos caballos, y quedo en el camino la mayor parte de nuestro bagaje. Y entrados en la campaña, hallamos grandes pueblos llenos de arboledas de frutales y de grandes ríos. Y como se nos viniese acabando la sal que sacamos de Cartagena y nuestra comida fuese hierbas y frisoles, por no haber carne si no era de caballos y algunos perros que se tomaban, comenzamos a sentir necesidad, y muchos, con la falta de sal, perdían la color y

andaban amarillos y flacos, y aunque dábamos en algunas estancias de los indios y se tomaban algunas cosas, no

hallábamos sino alguna sal negra, envuelta con el ajíl que ellos comen; y esta tan poca que se tenía por dichoso quien podía haber alguna. Y la necesidad, que enseña a los hombres grandes cosas, nos deparó en lo alto de un cerro un lago pequeño que tenía agua de color negra y salobre, y trayendo de ella, echábamos en las ollas alguna cantidad, que les daba sabor para poder comer.

    Los naturales de todos aquellos pueblos de esta fuente o lago, y de otras lagunas que hay, tomaban la cantidad de agua que querían, y en grandes ollas la cocían, y después de haber el fuego consumida la mayor parte de ella viene a cuajarse y quedar hecha sal negra y no de buen sabor; pero al fin con ella guisan sus comidas, y viven sin sentir la falta que sintieran si no tuvieran aquellas fuentes.

    La Providencia divina tuvo y tiene tanto cuidado de sus criaturas que en todas partes les dio las cosas necesarias. Y si los hombres siempre contemplasen en las cosas de la naturaleza, conocerían la obligación que tienen de servir al verdadero Dios nuestro.

    En un pueblo que se llama Cori, que esta en los términos de la villa de Ancerma, esta un río que corre con alguna furia; junto al agua deste río están algunos ojos del agua salobre que tengo dicha; y sacan los indios naturales de ella la cantidad que quieren; y haciendo grandes fuegos, ponen en ellos ollas bien crecidas en que cuecen el agua hasta que mengua tanto que de una arroba no queda medio azumbre; y luego, con la experiencia que tienen, la cuajan, y se convierte en sal purísima y excelente y tan singular como la que sacan de las salinas de

España. En todos los términos de la ciudad de Antiocha hay gran cantidad de estas fuentes, y hacen tanta sal que la llevan la tierra adentro, y por ella traen oro y ropa de algodón para su vestir, y otras cosas de las que ellos traen necesidad en sus pueblos.

    Pasado el río grande, que corre cerca de la ciudad de Cali y junto a la de Popayán, mas abajo de la villa de Arma, hacía el norte, descubrimos un pueblo con el capitán Jorge Robledo, que se llama Mungia, desde donde atravesamos la cordillera o montaña de los Andes y descubrimos el valle de Aburra y sus llanos.

    En este pueblo de Mungia y en otro que ha por nombre Cenufata hallamos otras fuentes que nacían junto a unas sierras cerca de los ríos; y del agua de aquellas fuentes hacían tanta cantidad de sal que vimos las casas casi llenas, hechas muchas formas de sal, ni más ni menos que panes de azúcar. Y esta sal la llevaban por el valle de Aburra a las provincias que están al oriente, las cuales no han sido vistas ni descubiertas por los españoles hasta ahora. Y con esta sal son ricos en extremo estos indios.

    En la provincia de Caramanta, que no es muy lejos de la villa de Ancerma, hay una fuente que nace dentro de un río de agua dulce, y echa el agua de ella un vapor a manera de humo, que debe cierto salir de algún metal que corre por aquella parte, y de esta agua hacen los indios sal blanca y buena. Y también dicen que tienen una laguna que esta junto a una peña grande, al pie de la cual hay del agua ya dicha, con que hacen sal para los señores y principales, porque afirman que se hace mejor y mas blanca que en parte ninguna.

    En la provincia de Ancerma, en todos los más pueblos de ella hay de estas fuentes, y con su agua hacen también sal.

    En las provincias de Arma y Carrapa y Picara pasan alguna necesidad de sal, por haber gran cantidad de gente y pocas fuentes para la hacer; y así, la que se lleva se vende bien.

    En la ciudad de Cartago todos los vecinos de ella tienen sus aparejos para hacer sal, la cual hacen una legua de allí en un pueblo de indios que se nombra de Consota, por donde corre un río no muy grande. Y cerca del se hace un pequeño cerro, del cual nace una fuente grande de agua muy denegrida y espesa, y sacando de la de abajo y cociéndola en calderas o pañones, después de haber menguado la mayor parte de ella, la cuajan, y queda hecha sal de grano blanca y tan perfecta como la de España, y todos los vecinos de aquella ciudad no gastan otra sal mas que la que allí se hace.

    Mas adelante esta otro pueblo, llamado Coinza; y pasan por él algunos ríos de agua muy singular. Y noté en ellos una cosa que vi (de que no poco me admire), y fue que dentro de los mismos ríos, y por la madre que hace el agua que por ellos corre, nacían de estas fuentes salobres, y los indios, con grande industria, tenían metidos en ellas unos canutos de las cañas gordas que hay en aquellas partes, a manera de bombas de navíos, por donde sacaban la cantidad del agua que querían, sin que se envolviese con la corriente del río, y hacían de ella su

sal. En la ciudad de Cali no hay ningunas fuentes de estas, y los indios habían sal por rescate, de una provincia que se llama los Timbas, que está cerca del mar. Y los que no alcanzaban este rescate, cociendo del agua dulce, y con unas hierbas venía a cuajarse y quedar hecha sal mala y de ruin sabor. Los españoles que viven en esta ciudad, como está el puerto de Buenaventura cerca, no sienten falta de sal, porque del Perú vienen navíos que traen grandes piedras de ella.

    En la ciudad de Popayán también hay algunas fuentes, especialmente en los Coconucos, pero no tanta ni tan buena como la de Cartago y Ancerma y la que he dicho en lo de atrás.

    En la villa de Pasto toda la más de la sal que tienen es de rescate, buena, y mas que la de Popayán. Muchas fuentes, sin las que cuento, he visto yo por mis propios ojos, que dejo de decir porque me parece que basta lo dicho para que se entienda de la manera que son aquellas fuentes y la sal que hacen del agua dellas, corriendo los ríos de agua dulce por encima. Y pues he declarado esta manera de hacer sal en estas provincias, paso adelante, comenzando a tratar la descripción y traza que tiene este grande reino del Perú.

 

CAPÍTULO XXXVI

En el que se contiene la descripción y traza del reino del Perú, que se entiende desde la ciudad de Quito hasta la villa de Plata, que hay más de setecientas leguas

 Y

a que he concluido con lo tocante a la gobernación de la provincia de Popayán, me parece que es tiempo de extender mi pluma en dar noticia de las cosas grandes que hay que decir del Perú, comenzando de la ciudad del Quito. Pero antes que diga la fundación de esta ciudad será conveniente figurar la tierra de aquel reino, el cual tendrá de longitud setecientas leguas y de latitud a partes ciento y a partes más, y por algunos menos.

    No quiero yo tratar ahora de lo que los reyes ingas señoreaban, que fueron mas de mil y doscientas leguas; mas solamente diré lo que se entiende Perú, que es de Quito hasta la villa de Plata, desde el un termino hasta el otro. Y para que esto mejor se entienda, digo que esta tierra del Perú son tres cordilleras o cumbres desiertas y a donde los hombres por ninguna manera podrían vivir. La una de estas cordilleras es las montañas de los

Andes, llenas de grandes espesuras, y la tierra tan enferma que, si no es pasado el monte, no hay gente ni jamás la hubo. La otra es la serranía que va de luengo de esta cordillera o montana de los Andes, la cual es frigidísima y sus cumbres llenas de grandes montañas de nieve, que nunca deja de caer. Y por ninguna manera podrían tampoco vivir gentes en esta longura de sierras, por causa de la mucha nieve y frío, y también porque la tierra no da de sí provecho, por estar quemada de las nieves y de los vientos, que nunca dejan de correr. La otra cordillera

hallo yo que es los arenales que hay desde Tumbez hasta más adelante de Tarapaca, en los cuales no hay otra cosa que ver que sierras de arena y gran sol que por ellas se esparce, sin haber agua ni hierba, ni árboles ni cosa criada, sino pajaros, que con el don de sus alas pueden atravesar por dondequiera. Siendo tan largo aquel reino como digo, hay grandes despoblados por las razones que he puesto. Y la tierra que se habita y donde hay

poblado es de esta manera: que la montana de los Andes por muchas partes hace quebradas y algunas abras, de las cuales salen valles algo hondos, y tan espaciosos que hay entre las Sierras grande llanura, y aunque la nieve caiga, toda se queda por los altos. Y los valles, como están abrigados, no son combatidos de los vientos, ni la nieve allega a ellos; antes es la tierra tan frutífera, que todo lo que siembra da de si fruto provechoso, y hay arboledas y se crían muchas aves y animales. Y siendo la tierra tan provechosa, esta toda bien poblada de los

naturales, y lo que es en la serranía. Hacen sus pueblos concertados de piedra, la cobertura de paja, y viven sanos y son muy sueltos. Y así de esta manera, haciendo abras y llanadas las sierras de los Andes y la Nevada, hay grandes poblaciones en las cuales hubo y hay mucha cantidad de gente, porque de estos valles corren ríos de agua muy buena, que van a dar a la mar del Sur. Y así como estos ríos entran por los espesos arenales que he dicho y se extienden por ellos, de la humedad del agua se crían grandes arboledas y hácense unos valles muy lindos y hermosos; y algunos son tan anchos que tienen a dos o a tres leguas, a donde se ven gran cantidad de algarrobos, los cuales se crían aunque están tan lejos del agua. Y en todo el término donde hay arboledas es la tierra sin arenas y muy fértil y abundante. Y estos valles fueron antiguamente muy poblados; todavía hay indios, aunque no tantos como solían, ni con mucho. Y como jamás no llovió en estos llanos y arenales del Perú, no hacían las casas cubiertas como los de la serranía, sino terrados galanos o casas grandes de adobes, con sus estantes o mármoles; para guarecerse del sol ponían unas esteras en lo alto. En este tiempo se hace así, y los españoles, en sus casas, no usan otros tejados que estas esteras embarradas. Y para hacer sus sementeras, de los ríos que riegan estos valles sacan acequias, tan bien sacadas y con tanta orden que toda la tierra riegan y siembran, sin que se les pierda nada. Y como es de riego, están aquellas acequias muy verdes y alegres, y llenas de arboledas de frutales de España y de la misma tierra. Y en todo tiempo se coge en aquellos valles mucha cantidad de trigo y maíz y de todo lo que se siembra. De manera que, aunque he figurado al Perú ser tres cordilleras desiertas y despobladas, dellas mismas, por la voluntad de Dios, salen los valles y ríos que digo; fuera dellos por ninguna manera podrían los hombres vivir, que es causa por donde los naturales se pudieron conquistar tan fácilmente y para que sirvan sin se rebelar, porque si lo hiciesen, todos perecerían de hambre y de frío. Porque (como digo), si no es la tierra que ellos tienen poblada, lo demás es despoblado, lleno de sierras de nieve y de montañas altísimas y muy espantosa. Y la figura dellas es que, como tengo dicho, tiene este reino de longitud setecientas leguas, que se extiende de norte a sur, y si hemos de contar lo que mandaron los reyes ingas, mil y doscientas leguas de camino derecho, como he dicho, de norte a sur por meridíano. Y tendrá por lo más ancho de levante a poniente poco mas que cien leguas, y por otras partes a cuarenta y a sesenta, y a menos y a mas. Esto digo de longitud y latitud se entiende cuanto a la longura y anchura que tienen las sierras y montañas que se extienden por toda esta tierra del Perú, según que he dicho. Y esta cordillera tan grande, que por la tierra del Perú se dice Andes, dista de la mar del Sur por unas partes cuarenta leguas y por otras partes sesenta, y por otras mas y por algunas menos; y por ser tan alta y la mayor altura estar tan allegada a la mar del Sur, son los ríos pequeños, porque las vertientes son cortas.

    La otra serranía que también va de luengo de esta tierra, sus caídas y fenecimientos se rematan en los llanos y acaban cerca de la mar, a partes a tres leguas y por otras partes a ocho y a diez, y a menos y a mas. La constelación y calidad de la tierra de los llanos es más cálida que fría, y unos tiempos más que otros, por estar tan baja que casi la mar es tan alta como la tierra, o poco menos. Y cuando en ella hay mas calor es cuando el sol ha pasado ya por ella y ha llegado al trópico de Capricornio, que es a 21 de diciembre, de donde da la vuelta a

la línea equinoccial. En la serranía, no embargante que hay partes y provincias muy templadas, podrase decir al contrario que de los llanos, porque es mas fría que caliente. Esto que he dicho es cuanto a la calidad particular de estas provincias, de las cuales adelante diré lo que hay mas que contar dellas.

 

CAPÍTULO XXXVIII

En que se trata quién fueron los reyes ingas y lo que mandaronen el Perú

 P

orque en esta primera parte tengo muchas veces de tratar de los ingas y dar noticia de muchos aposentos suyos y otras cosas memorables, me pareció cosa justa decir algo dellos en este lugar para que los lectores sepan lo que estos señores fueron y no ignoren su valor ni entiendan uno por otro, no embargante que yo tengo hecho libro particular dellos y de sus hechos, bien copiosos.

    Por las relaciones que los indios del Cuzco nos dan se colige que había antiguamente gran desorden en todas las provincias deste reino que nosotros llamamos Perú, y que los naturales eran de tan poca razón y entendimiento que es de no creer; porque dicen que eran muy bestiales y que muchos comían carne humana, y otros tomaban a sus hijas y madres por mujeres, cometiendo, sin esto, otros pecados mayores y más graves, teniendo gran cuenta con el demonio, al cual todos ellos servían y tenían en gran estimación. Sin esto, por los cerros y collados altos tenían castillos y fortalezas, desde donde, por causas muy livianas, salían a darse guerra unos a otros, y se mataban y castigaban todos los más que podían. Y no embargante que anduviesen metidos en estos pecados y cometiesen estas maldades, dicen también que algunos dellos eran dados a la religión, que fue causa que en muchas partes deste reino se hicieron grandes templos, en donde hacían su oración y era visto el

demonio y por ellos adorado, haciendo delante de los ídolos grandes sacrificios y supersticiones. Y viviendo de esta manera las gentes deste reino, se levantaron grandes tiranos en las provincias de Callao y en los valles de los yungas y en otras partes, los cuales unos a otros se daban grandes guerras, y se cometían muchas muertes y robos, y pasaron por unos y por otros grandes calamidades; tanto que se destruyeron muchos castillos y fortalezas, y siempre duraba entre ellos la porfia, de que no poco se holgaba el demonio, enemigo de natura

humana, porque tantas ánimas se perdiesen.

   Estando de esta suerte todas las provincias del Perú, se levantaron dos hermanos, que el uno dellos había por nombre Mangocapa, de los cuales cuentan grandes maravillas los indios y fabulas muy donosas. En el libro por mí alegado las podrá ver quien quisiere cuando salga a luz. Este Mangocapa fundo la ciudad del Cuzco, y estableció leyes a su usanza, y él y sus descendientes se llamaron ingas, cuyo nombre quiere decir o significar reyes o grandes señores. Pudieron tanto, que conquistaron y señorearon desde Pasto hasta Chile, y sus banderas vieron por la parte del Sur al río de Maule, y por la del Norte al río de Angasmayo y estos ríos fueron término de su imperio, que fue tan grande que hay de una parte a otra más de mil y trescientas leguas. Y edificaron grandes fortalezas y aposentos fuertes, y en todas las provincias tenían puestos capitanes y gobernadores. Hicieron tan grandes cosas y tuvieron tan buena gobernación que pocos en el mundo les hicieron ventaja; eran muy vivos de ingenio y tenían gran cuenta, sin letras, porque éstas no se han hallado en estas partes de las Indias. Pusieron en buenas costumbres a todos sus subditos, y dieronles orden para que se vistiesen y trajesen ojotas en lugar de zapatos, que son como abarcas. Tenían grande cuenta con la inmortalidad del ánima y con otros secretos de naturaleza.

    Creían que había Hacedor de las cosas, y al sol tenían por dios soberano, al cual hicieron grandes templos; y engañados del demonio, adoraban en árboles y en piedras, como los gentiles. En los templos principales tenían gran cantidad de virgenes muy hermosas, conforme a las que hubo en Roma en el templo de Vesta, y casi guardaban los mismos estatutos que ellas. En los ejércitos escogían capitanes valerosos y los más fieles que podían. Tuvieron grandes mañas para sin guerra hacer de los enemigos amigos, y a los que se levantaban castigaban con gran severidad y no poca crueldad. Y pues (como digo) tengo hecho libro de estos ingas, basta lo dicho para que los que leyeren este libro entiendan lo que fueron estos reyes y lo mucho que valieron; y con tanto, volveré a mi camino.

CAPÍTULO XLIV

De la grandeza de los ricos palacios que había en los asíentos de Tumebamba, de la provincia de los Cañares 

E

n algunas partes deste libro he apuntado el gran poder que tuvieron los ingas reyes del Perú, y su mucho valor, y cómo en mas de mil y doscientas leguas que mandaron de costa tenían sus delegados y gobernadores, y muchos aposentos y grandes depósitos llenos de las cosas necesarias, lo cual era para provisión de la gente de guerra, porque en uno de estos depósitos había lanzas, y en otros dardos, y en otros

ojotas, y en otros las demás armas que ellos tienen. Asímismo unos depósitos estaban proveidos de ropas ricas, y otros de más bastas, y otros de comida y todo género de mantenimientos. De manera que, aposentado el señor en su aposento, y alojada la gente de guerra, ninguna cosa, desde la más pequeña hasta la mayor y mas principal, dejaba de haber para que pudiesen ser proveídos; lo cual si lo eran y hacían en la comarca de la tierra algunos insultos y latrocinios, eran luego con gran rigor castigados, mostrandose en esto tan justicieros los señores ingas que no dejaban de mandar ejecutar el castigo aunque fuese en sus propios hijos; y no embargante que tenía esta orden y había tantos depósitos y aposentos (que estaba el reino lleno dellos), tenían a diez leguas y a veinte, y a más y a menos, en la comarca de las provincias, unos palacios suntuosos para los reyes, y hecho templo del sol, a donde estaban los sacerdotes y las mamaconas virgenes ya dichas, y mayores depósitos que los ordinarios; y en estos estaba el gobernador, y capitán mayor del Inga con los indios mitimaes y más gente de servicio. Y el tiempo que no había guerra y el Señor no caminaba por aquella parte tenía cuidado de cobrar los tributos de su tierra y término, y mandar bastecer los depósitos y renovarlos a los tiempos que convenían, y hacer otras cosas grandes; porque, como tengo apuntado, era como cabeza de reino o de obispado. Era grande cosa uno de estos palacios; porque aunque moría uno de los reyes, el sucesor no ruinaba ni deshacía nada, antes lo acrecentaba y paraba más ilustre; porque cada uno hacía su palacio, mandando estar el de su antecesor adornado como él lo dejó.

Estos aposentos famosos de Tumebamba, que (como tengo dicho) están situados en la provincia de los Cañares, eran de los soberbios y ricos que hubo en todo el Perú, y adonde había los mayores y más primos edificios. Y cierto ninguna cosa dicen de estos aposentos los indios que no vemos que fuese más, por las reliquias que dellos han quedado.

    Está a la parte del poniente dellos la provincia de los Guancabilcas, que son términos de la ciudad de Guayaquile y Puerto Viejo, y al oriente el río grande del Marañón, con sus montañas y algunas poblaciones.

    Los aposentos de Tumebamba están asentados a las juntas de dos pequeños ríos en un llano de campaña que terná más de doce leguas de contorno. Es tierra fría y bastecida de mucha caza de venados, conejos, perdices, tórtolas y otras aves. El templo del sol era hecho de piedras muy sutilmente labradas, y algunas de estas piedras eran muy grandes, unas negras, toscas, y otras parescían de jaspe. Algunos indios quisieron decir que la mayor parte de las piedras con que estaban hechos estos aposentos y templo del sol las habían traído de la gran ciudad del Cuzco por mandado del rey Guaynacapa y del gran Topainga, su padre, con crecidas maromas, que no es

pequeña admiración (si así fue), por la grandeza y muy gran número de piedras y la gran longura del camino. Las portadas de muchos aposentos estaban galanas y muy pintadas, y en ellas asentadas algunas piedras preciosas y esmeraldas, y en lo de dentro estaban las paredes del templo del sol y los palacios de los reyes ingas, chapados de finísimo oro y entalladas muchas figuras, lo cual estaba hecho todo lo más deste metal y muy fino. La cobertura de estas casas era de paja, tan bien asentada y puesta, que si algún fuego no la gasta y consume durará muchos tiempos y edades sin gastarse. Por de dentro de los aposentos había algunos manojos de paja de oro, y por las paredes esculpidas ovejas y corderos de lo mismo, y aves, y otras cosas muchas. Sin esto, cuentan que había suma grandísima de tesoro en cantaros y ollas y en otras cosas, y muchas mantas riquísimas llenas de argentería y chaquira. En fin, no puedo decir tanto que no quede corto en querer engrandescer la riqueza que los ingas tenían en estos sus palacios reales, en los cuales había grandísima cuenta, y tenían cuidado muchos plateros de labrar las cosas que he dicho y otras muchas. La ropa de lana que había en los depósitos era tanta y tan rica, que si se guardara y no se perdiera valiera un gran tesoro. Las mujeres vírgenes que estaban dedicadas al servicio del templo eran más de doscientas y muy hermosas, naturales de los Cañares y de la comarca que hay en el distrito que gobernaba el mayordomo mayor del Inga, que residía en estos aposentos. Y ellas y los sacerdotes eran bien proveídos por los que tenían cargo del servicio del templo, a las puertas del cual había porteros, de los cuales se afirma que algunos eran castrados, que tenían cargo de mirar por las mamaconas, que así habían por nombre las que residían en los templos.

    Junto al templo y a las casas de los reyes ingas había gran número de aposentos, a donde se alojaba la gente de guerra, y mayores depósitos llenos de las cosas ya dichas; todo lo cual estaba siempre bastantemente proveído; aunque mucho se gastase, porque los contadores tenían a su usanza grande cuenta con lo que entraba y salía, y dello se hacía siempre la voluntad del señor. Los naturales de esta provincia, que han por nombre los cañares, como tengo dicho, son de buen cuerpo y de buenos rostros. Traen los cabellos muy largos, y con ellos dada una vuelta a la cabeza de tal manera, que con ella y con una corona que se ponen redonda de palo, tan delgado como

aro de cedazo, se ve claramente ser cañares, porque para ser conoscidos traen esta señal. Sus mujeres, por el consiguiente, se precian de traer los cabellos largos y dar otra vuelta con ellos en la cabeza, de tal manera que son tan conoscidas como sus maridos. Andan vestidos de ropa de lana y de algodón, y en los pies traen ojotas, que son (como tengo otra vez dicho) a manera de albarcas. Las mujeres son algunas hermosas y no poco ardientes en lujuria, amigas de españoles. Son estas mujeres para mucho trabajo, porque ellas son las que cavan las tierras y siembran los campos y cogen las sementeras, y muchos de sus maridos están en sus casas tejiendo y hilando y aderezando sus armas y ropa, y curando sus rostros y haciendo otros oficios afeminados. Y cuando algún ejercito de españoles pasa por su provincia, siendo, como aquel tiempo eran obligados a dar indios que llevasen a cuestas las cargas del fardaje de los españoles, muchos daban sus hijas y mujeres y ellos se quedaban en sus casas. Lo cual yo vi al tiempo que ibamos a juntarnos con el licenciado Gasca, presidente de su majestad, porque nos dieron gran cantidad de mujeres, que nos llevaban las cargas de nuestro bagaje.

    Algunos indios quieren decir que más hacen esto por la gran falta que tienen de hombres y abundancia de mujeres, por causa de la gran crueldad que hizo Atabaliba en los naturales de esta provincia al tiempo que entró en ella, después de haber en el pueblo de Ambato muerto y desbaratado al capitán general de Guascar inga, su hermano, llamado Atoco. Que afirman que, no embargante que salieron los hombres y niños con ramos verdes y hojas de palma a pedirle misericordia; con rostro airado, acompañado de gran severidad, mandó a sus gentes y

capitanes de guerra que los matasen a todos; y así, fueron muertos gran número de hombres y niños, según que yo trato en la tercera parte de esta historia. Por lo cual los que agora son vivos dicen que hay quince veces más mujeres que hombres; y habiendo tan gran número sirven desto y de lo más que les mandan sus maridos y padres. Las casas que tienen los naturales cañares, de quien voy hablando, son pequeñas, hechas de piedra, la cobertura de paja. Es la tierra fértil y muy abundante de mantenimientos y caza. Adoran al sol, como los pasados. Los señores se casan con las mujeres que quieren y más les agrada, y aunque estas sean muchas, una es la principal. Y antes que se casen hacen gran convite, en el cual, después que han comido y bebido a su voluntad, hacen ciertas cosas a su uso. El hijo de la mujer principal hereda el señorío, aunque el señor tenga otros muchos hijos habidos en las demás mujeres. A los difuntos los metían en las sepulturas de la suerte que hacían sus comarcanos, acompañados de mujeres vivas, y meten con ellos de sus cosas ricas, y usan de las armas y costumbres que ellos. Son algunos grandes agoreros y hechiceros; pero no usan el pecado nefando ni otras idolatrías, mas de que cierto solían estimar y reverenciar al díablo, con quien hablaban los que para ello estaban elegidos. En este tiempo son ya cristianos los señores, y se llamaba (cuando yo pasé por Tumebamba) el

principal dellos don Fernando. Y ha placido a nuestro Dios y redentor que merezcan tener nombre de hijos suyos y estar debajo de la unión de nuestra santa madre Iglesia, pues es servido que oigan el sacro Evangelio, fructificando en ellos su palabra, y que los templos de estos indios se hayan derribado. Y si el demonio alguna vez los engaña, es con encubierto engaño, como suele muchas veces a los fieles, y no en público, como solía antes que en estas Indias se pusiese el estándarte de la cruz, bandera de Cristo.

    Muy grandes cosas pasaron en el tiempo del reinado de los ingas en estos reales aposentos de Tumebanba, y muchos ejercitos se juntaron en ellos para cosas importantes. Cuando el rey moría, lo primero que hacía el sucesor, después de haber tornado la borla o corona del reino, era enviar gobernadores a Quito y a este Tumebamba, a que tomasen la posesión en su nombre, mandando que luego le hiciesen palacios dorados y muy ricos, como los habían hecho a sus antecesores. Y así, cuentan los orejones del Cuzco (que son los más sabios y

principales deste reino) que inga Yupangue, padre del gran Topainga, que fue el fundador del templo, se holgaba de estar más tiempo en estos aposentos que en otra parte; y lo mismo dicen de Topainga, su hijo. Y afirman que estándo en ellos Guaynacapa supo de la entrada de los españoles en su tierra, en tiempo que estaba don Francisco Pizarro en la costa con el navío en que venía él y sus trece compañeros, que fueron los primeros descubridores del Perú; y aunque dijo que después de sus días había de mandar el reino gente extraña y

semejante a la que venía en el navío. Lo cual diría por dicho del demonio, como aquel que pronosticaba que los españoles habían de procurar de volver a la tierra con potencia grande. Y cierto oí a muchos indios entendidos y antiguos que sabe hacer unos palacios en estos aposentos fue harta parte para haber las diferencias que hubo entre Guascar y Atabaliba. Y concluyendo en esto, digo que fueron gran cosa los aposentos de Tumebamba; ya esta todo desbaratado y muy ruinado, pero bien se ve lo mucho que fueron.

    Es muy ancha esta provincia de los Cañares y llena de muchos ríos, en los cuales hay gran riqueza. El año de 1544 se descubrieron tan grandes y ricas minas en ellos, que sacaron los vecinos de la ciudad de Quito más de ochocientos mil pesos de oro. Y era tanta la cantidad que había deste metal, que muchos sacaban en la batea más oro que tierra. Lo cual afirmo porque pasó y así y hablé yo con quien en una batea sacó mas de setecientos pesos de oro. Y sin lo que los españoles hubieron, sacaron los indios lo que no sabemos.

    En toda parte de esta provincia que se siembre trigo se da muy bien, y lo mismo hace la cebada, y se cree que se harán grandes viñas y se daran y criaran todas las frutas y legumbres que sembraren de las que hay en España, y de la tierra hay algunas muy sabrosas.

    Para hacer y edificar ciudades no falta grande sitio, antes lo hay muy dispuesto. Cuando pasó por allí el visorey Blasco Nuñez Vela, que iba huyendo de la furia tiranica de Gonzalo Pizarro y de los que eran de su parte, dicen que dijo que si se viese puesto en la gobernación del reino que había de fundar en aquellos llanos una ciudad y repartir los indios comarcanos a los vecinos que en ella quedasen. Mas siendo Dios servido, y

permitiéndolo por algunas causas que Él sabe, hubo de ser el visorey muerto; y Gonzalo Pizarro mandó al capitán Alonso de Mercadillo que fundase una ciudad en aquellas comarcas, y por tenerse este asiento por término de Quito no se pobló en él, y se asentó en la provincia de Chaparra, según dire luego.

    Desde la ciudad de San Francisco del Quito hasta estos aposentos hay cincuenta y cinco leguas. Aquí dejaré el camino real por donde voy caminando, por dar noticia de los pueblos y regiones que hay en las comarcas de las ciudades Puerto Viejo y Guayaquil; y concluido con sus fundaciones, volveré al camino real que he comenzado.

CAPÍTULO XLIX

De como se daban poco estos indios de haber las mujeres virgenes y de como usaban el nefando pecado de la sodomía

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n muchas de estas partes los indios dellas adoraban al sol, aunque todavía tenían tino a creer que había un Hacedor y que su asiento era en el cielo. El adorar al sol, o debieron de tomarlo de los ingas, o era por ellos hecho antiguamente en la provincia de los Guancabilcas, por sacrificio establecido por los mayores y usado de muchos tiempos dellos. Solían (según dicen) sacarse tres dientes de lo superior de la

boca y otros tres de lo inferíor, como en lo de atrás apunté, y sacaban de estos dientes los padres a los hijos cuando eran de muy tierna edad, y creían que en hacerlo no cometían maldad, antes lo tenían por servicio grato y muy apacible a sus dioses.

    Casábanse como lo hacían sus comarcanos, y aun oí afirmar que algunos o los más, antes que casasen, a la que había de tener marido la corrompían, usando con ella sus lujurias. Y sobre esto me acuerdo de que en cierta parte de la provincia de Cartagena, cuando casan las hijas y se ha de entregar la esposa al novio, la madre de la moza, en presencia de algunos de su linaje, la corrompe con los dedos. De manera que se tenía por más honor entregarla al marido con esta manera de corrupción que no con su virginidad. Ya de la una costumbre o de la otra, mejor era la que usan algunas de estas tierras, y es que los más parientes y amigos tornan dueña a la que está virgen, y con aquella condicion la casan y los maridos la reciben.

    Heredan en el señorío, que es mando sobre los indios, el hijo al padre, y si no, el segundo hermano; y faltando éstos (conforme a la relación que a mí me dieron), viene al hijo de la hermana. Hay algunas mujeres de buen parescer. Entre estos indios de que voy tratando, y en sus pueblos, se hace el mejor y más sabroso pan de maíz que en la mayor parte de las Indias, tan gustoso y bien amasado que es mejor que alguno de trigo que se tiene por bueno.

    En algunos pueblos de estos indios tienen gran cantidad de cueros de hombres llenos de ceniza, tan espantables como los que dije en lo de atrás que había en el valle de Lile, subjeto a la ciudad de Cali. Pues como éstos fuesen malos y viciosos, no embargante que entre ellos había mujeres muchas, y algunas hermosas, los más dellos usaban (a lo que a mí me certificaron) pública y descubiertamente el pecado nefando de la sodomía, en lo cual dicen que se gloriaban demasiadamente. Verdad es que los años pasados el capitán Pacheco y el capitán Olmos, que agora están en España, hicieron castigo sobre los que cometían el pecado susodicho, amonestándolos cuanto dello el poderoso Dios se desirve, y los escarmentaron de tal manera, que ya se usa poco o nada deste pecado, ni aun las demás costumbres que tenían dañosas, ni usan los otros abusos de sus religiones, porque han oído doctrina de muchos clérigos y frailes y van entendiendo como nuestra fe es la perfecta y la verdadera y que los dichos del demonio son falsos y sin fundamento, y cuyas engañosas respuestas han cesado. Y por todas partes donde el Santo Evangelio se predica y se pone la cruz, se espanta y huye, y en público no osa hablar ni hacer

mas que los salteadores, que hacen a hurto y en oculto sus saltos. Lo cual hace el demonio a los flacos y a los que por sus pecados están endurecidos en sus vicios. Verdad es que la fe imprime mejor en los mozos que no en muchos viejos; porque, como están envejecidos en sus vicios, no dejan de cometer sus antiguos pecados secretamente y de tal manera que los cristianos no los pueden entender. Los mozos oyen a los sacerdotes nuestros, y escuchan sus santas amonestaciones, y siguen nuestra doctrina cristiana. De manera que en estas

comarcas hay de malos y buenos, como en todas las demás partes.

CAPÍTULO L

Cómo antiguamente tuvieron una esmeralda por dios, en queadoraban los indios de Manta, y otras cosas que hay que decir destos indio

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n muchas historias que he visto, he leído, si no me engaño, que en unas provincias adoraban por dios a la semejanza del toro, y en otra a la del gallo, y en otra al león, y por el consiguiente tenían mil supersticiones desto, que más parece al leerlo materia para reír que no para otra cosa alguna. Y solo noto desto que digo que los griegos fueron excelentes varones, y en quien muchos tiempos y edades florecieron las letras, y hubo en ellos varones muy ilustres y que vivirá la memoria dellos todo el tiempo que hubiere

escripturas, y cayeron en este error. Los egipcios fue lo mismo, y los bactrianos y babilónicos, pues los romanos, a dicho de graves y doctos hombres, les pasaron; y tuvieron unos y otros unas maneras de dioses que son cosa donosa pensar en ello, aunque algunas de estas naciones atribuyan el adorar y reverenciar por dios a uno por haber recebido del algún beneficio, como fue a Saturno y a Júpiter y a otros; mas ya eran hombres, y no bestias.   De manera, pues que adonde había tanta ciencia humana, aunque falsa y engañosa, erraron. Así, estos indios, no embargante que adoraban al sol y a la luna, también adoraban en árboles, en piedras y en la mar y en la tierra, y en otras cosas que la imaginación les daba. Aunque, según yo me informé, en todas las más partes de estas que tenían por sagradas era visto por sus sacerdotes el demonio, con el cual comunicaban no otra cosa que perdición para sus ánimas. Y así, en el templo más principal de Pachacama tenían una zorra en grande estimación, la cual adoraban. Y en otras partes, como iré recontando en esta historia, y en esta comarca, afirman que el señor de Manta tiene o tenía una piedra de esmeralda, de mucha grandeza y muy rica, la cual tuvieron y poseyeron sus antecesores por muy venerada y estimada, y algunos días la ponían en publico, y la adoraban y

reverenciaban como si estuviera en ella encerrada alguna deidad. Y como algún indio o india estuviese malo, después de haber hecho sus sacrificios iban a hacer oración a la piedra, a la cual afirman que hacían servicio de otras piedras, haciendo entender el sacerdote que hablaba con el demonio que venía la salud mediante aquellas ofrendas; las cuales después el cacique y otros ministros del demonio aplicaban a sí porque de muchas partes de la tierra adentro venían los que estaban enfermos al pueblo de Manta a hacer los sacrificios y a ofrecer sus dones. Y así, me afirmaron a mí algunos españoles de los primeros que descubrieron este reino hallar mucha riqueza en este pueblo de Manta, y que siempre dio más que los comarcanos a él a los que tuvieron por señores o encomenderos. Y dicen que esta piedra tan grande y rica que jamás han querido decir della, aunque han hecho hartas amenazas a los señores y principales, ni aun lo dirán jamas, a que se cree, aunque los maten a todos: tanta fue la veneracion en que la tenían. Este pueblo de Manta esta en la costa, y por el consiguiente todos los más de los que he contado. La tierra adentro hay más número de gentes y mayores pueblos, y difieren en la lengua a los de la costa, y tienen los mismos mantenimientos y frutas que ellos. Sus casas son de madera, pequeñas; la cobertura de paja o de hoja de palma. Andan vestidos unos y otros, estos que nombro, serranos, y lo mismo sus mujeres. Alcanzaron algún ganado de las ovejas que dicen del Perú, aunque no tantas como en Quito ni en las provincias del Cuzco. No eran tan grandes hechiceros y agoreros como los de la costa, ni aun eran tan malos en usar el pecado nefando. Tiénese esperanza que hay minas de oro en algunos ríos de esta tierra, y que cierto está en ella la riquísima mina de las esmeraldas; la cual, aunque muchos capitanes han procurado saber dónde está, no se ha podido alcanzar, ni los naturales lo dirán. Verdad es que el capitán Olmos dicen que tuvo lengua de esta mina, y aun afirman que supo dónde estaba; lo cual yo creo, si así fuera, lo dijera a sus hermanos o a otras personas. Y cierto, mucho ha sido el número de esmeraldas que se han visto y hallado en esta comarca de Puerto Viejo, y son las mejores de todas las Indias; porque aunque en el nuevo reino de Granada haya más, no son tales, ni con mucho se igualan en el valor de las mejores de allá a las comunes de acá.

    Los carangues y sus comarcanos es otro linaje de gente, y no son labrados, y eran de menos saber que sus vecinos, porque eran behetrías; por causas muy livianas se daban guerras unos a otros. En naciendo la criatura le abajaban la cabeza, y después la ponían entre dos tablas, liada de tal manera que cuando era de cuatro o cinco años le quedaba ancha o larga y sin colodrillo; y esto muchos lo hacen, y no contentándose con las cabezas que Dios les da, quieren ellos darles el talle que más les agrada; y así, unos la hacen ancha y otros larga. Decían

ellos que ponían de estos talles las cabezas porque serían más sanos y para más trabajo. Algunas destas gentes,

especialmente los que están abajo del pueblo de Colima a la parte del norte, andaban desnudos y se contrataban con los indios de la costa que va de largo hacía el río de San Juan. Y cuentan que Guaynacapa llegó, después de haberle muerto a sus capitanes, hasta Colima, adonde mandó hacer una fortaleza; y como viese andar los indios desnudos, no pasó adelante, antes dicen que dio la vuelta, mandando a ciertos capitanes suyos que contratasen y señoreasen lo que pudiesen, y llegaron por entonces al río de Santiago. Y cuentan muchos españoles que hay vivos en este tiempo, de los que vinieron con el adelantado don Pedro de Albarado, especialmente lo oí al mariscal Alonso de Albarado y a los capitanes Garcilaso de la Vega y Juan de Saavedra, y a otro hidalgo que ha por nombre Suer de Cangas, que como el adelantado don Pedro llegase a desembarcar con su gente en esta costa, y llegado a este pueblo, hallaron gran cantidad de oro y plata en vasos y otras joyas preciadas; sin lo cual, hallaron gran número de esmeraldas, que si las conocieran y guardaran se hubiera por su valor mucha suma de dinero; mas como todos afirmasen que eran de vidrio y que para hacer la experiencia (porque entre algunos se platicaba que podrían ser piedras) las llevaban donde tenían una gibornia, y que allí con martillo la quebraban, diciendo que si eran de vidrio luego se quebrarían, y si eran piedras se pararían más perfectas con los golpes. De manera que por la falta de conoscimiento y poca experiencia quebraron muchas de estas esmeraldas, y pocos se

aprovecharon dellas, ni tampoco del oro y plata gozaron, porque pasaron grandes hambres y fríos, y por las montañas y caminos se dejaban las cargas del oro y de la plata. Y porque en la tercera parte he dicho ya tener escrito estos sucesos cumplidamente, pasaré adelante.

CAPÍTULO LII

De los pozos que hay en la punta de Santa Elena, y de lo que cuentan de la venida que hicieron los gigantes en aquella parte, y del ojo de alquitrán que en ella está

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orque al principio desta obra conté en particular los nombres de los puertos que hay en la costa del Perú, llevando la orden desde Panamá hasta los fines de la provincia de Chile, que es una gran longura, me pareció que no convenía tornarlos a recitar, y por esta causa no trataré desto. También he dado ya noticia de los principales pueblos desta comarca; y porque en el Perú hay fama de los gigantes que vinieron a desembarcar a la costa en la punta de Santa Elena, que es en los términos de esta ciudad de Puerto Viejo, me paresció dar noticia de lo que oí dellos, según que yo lo entendí, sin mirar las opiniones del vulgo y sus dichos varios, que siempre engrandece las cosas más de lo que fueron.

    Cuentan los naturales, por relación que oyeron de sus padres, la cual ellos tuvieron y tenían de muy atrás, que

vinieron por la mar en unas balsas de juncos a manera de grandes barcas unos hombres tan grandes que tenían tanto uno dellos de la rodilla abajo como un hombre de los comunes en todo el cuerpo, aunque fuese de buena estatura, y que sus miembros conformaban con la grandeza de sus cuerpos, tan disformes, que era cosa monstruosa ver las cabezas, según eran grandes, y los cabellos, que les llegaban a las espaldas.

     Los ojos señalan que eran tan grandes como pequeños platos. Afirman que no tenían barbas, y que venían vestidos algunos dellos con pieles de animales y otros con la ropa que les dio natura, y que no trajeron mujeres consigo. Los cuales, como llegasen a esta punta, después de haber en ella su asiento a manera de pueblo (que aun en estos tiempos hay memoria de los sitios de estas casas que tuvieron), como no hallasen agua, para remedíar la falta que de ella sentían hicieron unos pozos hondísimos; obra por cierto digna de memoria, hecha por tan fortísimos hombres como se presume que serían aquéllos, pues era tanta su grandeza. Y cavaron estos pozos en peña viva hasta que hallaron el agua, y después los labraron desde ella hasta arriba de piedra, de tal manera que durara muchos tiempos y edades; en los cuales hay muy buena y sabrosa agua, y siempre tan fría que es gran contento beberla. Habiendo, pues, hecho sus asientos estos crecidos hombres o gigantes, y teniendo

estos pozos o cisternas, de donde bebían, todo el mantenimiento que hallaban en la comarca de la sierra que ellos podían hollar lo destruían y comían; tanto, que dicen que uno dellos comía más vianda que cincuenta hombres de los naturales de aquella tierra; como no bastase la comida que hallaban para sustentarse, mataban mucho pescado en el mar con sus redes y aparejos, que según razón tenían. Vivieron en grande aborrecimiento de los naturales, porque por usar con sus mujeres las mataban, y a ellos hacían lo mismo por otras causas. Y los indios no se hallaban bastantes para matar a esta nueva gente que había venido a ocuparles su tierra y señorío, aunque se hicieron grandes juntas para platicar sobre ellos; pero no los osaron acometer. Pasados algunos años,

estando todavía estos gigantes en esta parte, como les faltasen mujeres y las naturales no les cuadrasen por su

grandeza o porque sería vicio usado entre ellos, por consejo y inducimiento del maldito demonio, usaban unos con otros el pecado nefando de la sodomía, tan gravísimo y horrendo; el cual usaban y cometían pública y descubiertamente, sin temor de Dios y poca verguenza de sí mismos. Y afirmaban todos los naturales que Dios nuestro Señor, no siendo servido de disimular pecado tan malo, les envió el castigo conforme a la fealdad del

pecado. Y así, dicen que, estándo todos juntos envueltos en su maldita sodomía, vino fuego del cielo temeroso y muy espantable, haciendo gran ruido, del medio del cual salió un ángel resplandeciente, con una espada tajante y muy refulgente, con la cual de un solo golpe los mató a todos y el fuego los consumió, que no quedó sino algunos huesos y calaveras, que para memoria del castigo quiso Dios que quedasen sin ser consumidas del fuego. Esto dicen de los gigantes; lo cual creemos que pasó, porque en esta parte que dicen se han hallado y se hallan huesos grandísimos. Y yo he oído a españoles que han visto pedazos de muela que juzgaban que a estar entera pesara más de medía libra carnicera, y también que habían visto otro pedazo del hueso de una canilla, que es cosa admirable contar cuán grande era, lo cual hace testigo haber pasado; porque, sin esto, se ve adonde tuvieron los sitios de los pueblos y los pozos o cisternas que hicieron.

    Querer afirmar o decir de qué parte o por qué camino vinieron éstos no lo puedo afirmar porque no lo sé. En este año de 1550 oí yo contar, estándo en la ciudad de los Reyes, que siendo el ilustrísimo don Antonio de Mendoza visorey y gobernador de la Nueva España se hallaron ciertos huesos en ella de hombres tan grandes como los de estos gigantes, y aun mayores; y sin esto, también he oído antes de ahora que en un antiquísimo sepulcro se hallaron en la ciudad de México o en otra parte de aquel reino ciertos huesos de gigantes. Por donde se puede tener, pues tantos los vieron y lo afirman, que hubo estos gigantes, y aun podrían ser todos unos. En esta punta de Santa Elena (que, como dicho tengo, esta en la costa del Perú, en los términos de la ciudad de Puerto Viejo) se ve una cosa muy de notar, y es que hay ciertos ojos y mineros de alquitran tan perfecto, que podrían calafatear con ellos a todos los navíos que quisiesen, porque mana; y este alquitrán debe ser algún minero que pasa por aquel lugar, el cual sale caliente; y de estos mineros de alquitrán yo no he visto ninguno en las partes de las Indias que he andado; aunque creo que Gonzalo Hernandez de Oviedo, en su primera parte de la Historia natural y general de Indias, da noticia deste y de otros. Mas como yo no escribo generalmente de las Indias, sino de las particularidades y acaescimientos del Perú, no trato de lo que hay en otras partes, y con esto se concluye en lo tocante a la ciudad del Puerto Viejo.

CAPÍTULO LIV

De la isla de la Puna y de la Plata, y de la admirable raíz quellaman zarzaparrilla, tan provechosa para todas enfermedades

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a isla de la Puna, que esta cerca del puerto de Tumbez, terná de contorno poco mas de diez leguas. Fue antiguamente tenida en mucho, porque, demás de ser los moradores della muy grandes contratantes y tener en su isla abasto de las cosas pertenecientes para la humana sustentación, que era causa bastante para ser ricos, eran para entre sus comarcanos tenidos por valientes. Y así, en los siglos pasados tuvieron muy

grandes guerras y contiendas con los naturales de Tumbez y con otras comarcas. Y por causas muy livianas se mataban unos a otros, robándose y tomándose las mujeres y hijos. El gran Topainga envió embajadores a los desta isla pidiéndoles que quisiesen ser sus amigos y confederados, y ellos, por la fama que tenían y porque habían oído dél grandes cosas, oyeron su embajada, mas no le sirvieron ni fueron enteramente sojuzgados hasta en tiempo de Guaynacapa, aunque otros dicen que antes fueron metidos debajo del señorío de los ingas

por Inga Yupangue, y que se rebelaron. Como quiera que sea, pasó lo que he dicho de los capitanes que mataron, según es público. Son de medíanos cuerpos, morenos, andan vestidos con ropas de algodón ellos y sus mujeres, y traen grandes vueltas de chaquira en algunas partes del cuerpo, y pónense otras piezas de oro para mostrarse galanos.

    Tiene esta isla grandes florestas y arboledas y es muy viciosa de frutas. Dase mucho maíz y yuca y otras raíces

gustosas, y asimismo hay en ellas muchas aves de todo genero, muchos papagayos y guacamayas, y gaticos pintados, y monos y zorras, leones y culebras, otros muchos animales. Cuando los señores se mueren son muy llorados por toda la gente de ella, así hombres como mujeres, y entiérranlos con gran veneración a su uso, poniendo en la sepultura cosas de las más ricas que el tiene y sus armas, y algunas de sus mujeres de las más

hermosas, las cuales, como acostumbran en la mayor parte destas Indias, se meten vivas en las sepulturas para tener compañía a sus maridos. Lloran a los difuntos muchos días arreo, y tresquílanse las mujeres que en su casa quedan, y aun las más cercanas en parentesco, y pónense a tiempos tristes y hácenles sus obsequios. Eran dados a la religión y amigos de cometer algunos vicios. El demonio tenía sobre ellos el poder que sobre los pasados, y ellos con el sus platicas, las cuales oían por los que estaban señalados para aquel efecto.

    Tuvieron sus templos en partes ocultas y escuras, a donde con pinturas horribles tenían las paredes esculpidas. Y delante de sus altares, donde se hacían los sacrificios, mataban algunos animales y algunas aves, y aún también mataban, a lo que se dice, indios esclavos o tomados en tiempo de la guerra en otras tierras, y ofrecían la sangre dellos a su maldito diablo.

    En otra isla pequeña que confina con esta, la cual llaman de la Plata, tenían en tiempo de sus padres un templo o guaca, a donde también adoraban a sus dioses y hacían sacrificios, y en circuito del templo y junto al adoratorio tenían cantidad de oro y plata y otras cosas ricas de sus ropas de lana y joyas, las cuales en diversos tiempos habían allí ofrecido. También dicen que cometían algunos destos de la Puna el pecado nefando. En

este tiempo, por la voluntad de Dios, no son tan malos; y si lo son, no públicamente ni hacen pecados al descubierto, porque hay en la isla clérigo, y tienen ya conocimiento de la ceguedad con que vivieron sus padres y cuán engañosa era su creencia, y cuánto se gana en creer nuestra santa fe católica y tener por Dios a Jesucristo, nuestro redentor. Y así, por su gran bondad, permitiéndolo su misericordía, muchos se han vuelto cristianos

y cada día se vuelven más.

    Aquí nace una hierba, de que hay mucha en esta isla y en los términos de esta ciudad de Guayaquil, la cual llaman zarzaparrilla, porque sale como zarza de su nacimiento; y echa por los pimpollos y más partes de sus ramos unas pequeñas hojas. Las raíces de esta hierba son provechosas para muchas enfermedades, y más para el mal de bubas y dolores que causa a los hombres esta pestífera enfermedad; y así, a los que quieren sanar, con meterse en un aposento caliente y que esté abrigado, de manera que la frialdad o aire no dañe al enfermo, con solamente purgarse y comer viandas delicadas y de dieta y beber del agua de estas raíces, las cuales cuecen lo que conviene para aquel efecto, y sacada el agua, que sale muy clara y no de mal sabor ni ninguno olor, dándola a beber al enfermo algunos días, sin le hacer otro beneficio, purga la maletía del cuerpo de tal manera, que en breve queda más sano que antes estaba, y el cuerpo más enjuto y sin señal ni cosa de las que suelen quedar con otras curas; antes queda en tanta perfección, que parece nunca estuvo malo, y así verdaderamente se han hecho grandes curas en este pueblo de Guayaquil en diversos tiempos. Y muchos que tratan las asaduras dañadas y los cuerpos podridos, con solamente beber el agua de estas raíces quedaban sanos y de mejor color que antes que estuviesen enfermos. Y otros que venían agravados de las bubas y las traían metidas en el cuerpo y la boca de mal olor, bebiendo esta agua los días convenientes, también sanaban. El fin, muchos fueron hinchados y otros llagados y volvieron a sus casas sanos. Y tengo por cierto que es una de las mejores raíces o hierbas del mundo y la más provechosa,como se ve en muchos que han sanado con ella. En muchas partes de las Indias hay zarzaparrilla; pero hállase que no es tan buena ni tan perfeta como la que se cría en la isla de la Puna y en los términos de la ciudad de Guayaquil.

CAPÍTULO LXIII

Cómo usaban hacer los enterramientos y cómo lloraban a los difuntos cuando hacían las obsequias

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ues conté en el capítulo pasado lo que se tiene de estos indios en lo tocante a lo que creen de la inmortalidad del ánima y a lo que el enemigo de natura humana les hace entender, me parece sera bien en este lugar dar razón de cómo hacían las sepulturas y de la manera que metían en ella a los difuntos. Y en esto hay una gran diferencia, porque en una parte las  hacían hondas, y en otras altas, y en otras llanas, y cada nación buscaba nuevo género para hacer los sepulcros de sus difuntos; y cierto, aunque yo lo he procurado mucho y platicado con varones doctos y curiosos, no he podido alcanzar lo cierto del origen destos indios a su principio, para saber de dó tomaron esta costumbre, aunque en la segunda parte de esta obra, en el primero capítulo, escribo lo que desto he podido alcanzar.

    Volviendo pues a la materia, digo que he visto que tienen estos indios distintos ritos en hacer las sepulturas, porque en la provincia de Collao (como relataré en su lugar) las hacen en las heredades, por su orden, tan grandes como torres, unas más y otras menos, y algunas hechas de buena labor, con piedras excelentes, y tienen sus puertas que salen al nacimiento del sol, y junto a ellas (como también diré) acostumbran hacer sus sacrificios y quemar algunas cosas, y rociar aquellos lugares con sangre de corderos o de otros animales.

    En la comarca del Cuzco entierran a sus difuntos sentados en unos asentamientos principales, a quien llaman duhos, vestidos y adornados de lo más principal que ellos poseían.

    En la provincia de Jauja, que es cosa muy principal en estos reinos del Perú, los meten en un pellejo de una oveja fresco, y con él los cosen, formandoles por de fuera  rostro, narices, boca y lo demás, y de esta suerte los tienen, en sus propias casas, y a los que son señores y principales, ciertas veces en el año los sacan sus hijos y los llevan a sus heredades y caseríos en andas con grandes cerimonias, y les ofrecen sus sacrificios de ovejas y corderos, aun de niños y mujeres. Teniendo noticia desto el arzobipo don Jerónimo de Loaysa, mandó con gran

rigor a los naturales de aquel valle y a los clérigos que en él estaban entendiendo en la doctrina que enterrasen todos aquellos cuerpos, sin que ninguno quedase de la suerte que estaba.

    En otras muchas partes de las provincias que he pasado los entierran en sepulturas hondas y por de dentro huecas, y en algunas, como es en los términos de la ciudad de Antiocha, hacen las sepulturas grandes, y echan tanta tierra que parecen pequeños cerros. Y por la puerta que dejan en la sepultura entran con sus difuntos y con las mujeres vivas y lo demás que con él meten. Y en el Cenu muchas de las sepulturas eran Ilanas y grandes, con sus cuadras, y otras eran con mogotes, que parecían pequeños collados.

    En la provincia de Chichan, que es en estos llanos, los entierran echados en barbacoas o camas hechas de cañas.

    En otro valle de estos mismos, llamado Lunaguana, los entierran sentados. Finalmente, acerca de los enterramientos, en estar echados o en pie o sentados, discrepan unos de otros.

    En muchos valles de estos llanos, en saliendo del valle por las sierras de rocas y de arena, hay hechas grandes paredes y apartamientos, adonde cada linaje tiene su lugar establecido para enterrar sus difuntos, y para ello han hecho grandes huecos y concavidades cerradas con sus puertas, lo más primamente que ellos pueden; y cierto es cosa admirable ver la gran cantidad que hay de muertos por estos arenales y sierras de secadales; y apartados unos de otros, se ven gran número de calavenas y de sus ropas, ya podrecidas y gastadas con el tiempo. Llaman a estos lugares, que ellos tienen por sagrados, guaca, que es nombre triste, y muchas dellas se han abierto, y aun sacado los tiempos pasados, luego que los españoles ganaron este reino, gran cantidad de oro y plata; y por estos valles se usa mucho el enterrar con el muerto sus riquezas y cosas preciadas, y muchas mujeres y sirvientes de los más privados que tenía el señor siendo vivo. Y usaron en los tiempos pasados de abrir las sepulturas y renovar la ropa y comida que en ellas habían puesto. Y cuando los señores morían, se juntaban los principales del valle y hacían grandes lloros, y muchas de las mujeres se cortaban los cabellos hasta quedar sin ninguno, y con atambores y flautas salían con sones tristes cantando por aquellas partes por donde el señor solía festejarse más a menudo, para provocar a llorar a los oyentes. Y habiendo llorado, hacían más sacrificios y supersticiones, teniendo sus platicas con el demonio. Y después de hecho esto y muértose algunas de sus mujeres, los metían en las sepulturas con sus tesoros y no poca comida, teniendo por cierto que iban a estar en la parte que el demonio les hace entender. Y guardaron, y aun agora lo acostumbran generalmente, que antes que los metían en las sepulturas los lloran cuatro o cinco o seis días, o diez, según es la persona del muerto, porque mientras mayor señor es, mas honra se le hace y mayor sentimiento muestran, llorándolo con grandes gemidos y endechándolo con música dolorosa, diciendo en sus cantares todas las cosas que sucedieron al muerto siendo vivo. Y si fue valiente, llévanlo con estos lloros, contando sus hazañas; y al tiempo que meten el cuerpo en la sepultura, algunas joyas y ropas suyas queman junto a ella, y otras meten con él. Muchas de estas cerimonias ya no se usan, porque Dios no lo permite y porque poco a poco van estas gentes conociendo el error que sus padres tuvieron y cuan poco aprovechan estas pompas y vanas honras, pues basta enterrar los cuerpos en sepulturas comunes, como se entierran los cristianos, sin procurar de llevar consigo otra cosa que buenas obras, pues lo demás sirve de agradar al demonio: y que el ánima abaja al infierno más pesada y agravada. Aunque cierto los más de los señores viejos tenga que se deben de mandar enterrar en partes secretas y ocultas, de la manera ya dicha, por no ser vistos ni sentidos por los cristianos. Y que lo hagan así lo sabemos y entendemos por los dichos de los más mozos.

CAPÍTULO LXIV

Cómo el demonio hacía entender a los indios destas partes queera ofrenda grata a sus dioses tener indios que asístiesen en los templos para que los señores tuviesen con ellos conocimiento, cometiendo el gravísimo pecado de la sodomía

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n esta primera parte desta historia he declarado muchas costumbres y usos de estos indios, así de las que yo alcancé el tiempo que anduve entre ellos como de lo que también oí a algunos religiosos y personas de mucha calidad, los cuales, a mi ver, por ninguna cosa dejarían de decir la verdad de lo que sabían y alcanzaban, porque es justo que los que somos cristianos tengamos alguna curiosidad, para que, sabiendo y entendiendo las malas costumbres destos, apartarlos dellas y hacerles entender el camino de la verdad, para que se salven.

    Por tanto, dire aquí una maldad grande del demonio, la cual es que en algunas partes deste gran reino del Perú solamente algunos pueblos comarcanos a Puerto Viejo y a la isla de la Puna usaban el pecado nefando, y no en otras. Lo cual yo tengo que era así porque los señores ingas fueron limpios en esto y también los demás señores naturales. En toda la gobernación de Popayán tampoco alcancé que cometiesen este maldito vicio, porque el demonio debía de contentarse con que usasen la crueldad que cometían de comerse unos a otros y ser

tan crueles y perversos los padres para los hijos. Y en estotros, por los tener el demonio más presos en las cadenas de su perdición, se tiene ciertamente que en los oraculos y adoratorios donde se daban las respuestas hacía entender que convenía para el servicio suyo que algunos mozos dende su niñez estuviesen en los templos, para que a tiempo y cuando se hiciesen los sacrificios y fiestas solenes, los señores y otros principales usasen con ellos el maldito pecado de la sodamía.

    Y para que entiendan los que esto leyeren cómo aun se guardaba entre algunos esta díabólica santimonia, pondré una relación que me dio della en la ciudad de los Reyes el padre fray Domingo de Santo Tomás, la cual tengo en mi poder y dice así:

    «Verdad es que generalmente entre los serranos y yungas ha el demonio introducido este vicio debajo de especie de santidad, y es que cada templo o adoratorio principal tiene un hombre o dos o más, según es el ídolo, los cuales andan vestidos como mujeres dende el tiempo que eran niños, y hablaban como tales, y en su manera, traje y todo lo demás remedaban a las mujeres.

    Con éstos, casi como por vía de santidad y religión, tienen las fiestas y días principales su ayuntamiento carnal y torpe, especialmente los señores y principales. Esto se porque he castigado a dos: el uno de los indios de la sierra, que estaba para este efeto en un templo, que ellos llaman guaca, de la provincia de los Conchucos, término de la ciudad de Guanuco; el otro era en la provincia de Chincha; indios de su majestad; a los cuales hablándoles yo sobre esta maldad que cometían, y  agravándoles la fealdad del pecado, me respondieron que ellos no tenían culpa, porque desde el tiempo de su niñez los habían puesto allí sus caciques para usar con ellos este maldito y nefando vicio y para ser sacerdotes y guarda de los templos de sus ídolos. De manera que lo que les saqué de aquí es que estaba el demonio tan señoreado en esta tierra que, no se contentando con los hacer caer en pecado tan enorme, les hacía entender que el tal vicio era especie de santidad y religión, para tenerlos mas subjetos.» Esto me dio de su misma letra fray Domingo, que por todos es conocido y saben cuán amigo es de verdad. Y aun también me acuerdo que Diego de Gálvez, secretario que agora es de su majestad en la corte de

España, me contó cómo, viniendo él y Peralonso Carrasco, un  conquistador antiguo que es vecino de la ciudad del Cuzco, de la provincia del Collao, vieron uno o dos destos indios que habían estado puestos en los templos como fray Domingo dice. Por donde yo creo bien que estas cosas son obra del demonio, nuestro adversario, y se parece claro, pues con tan baja y maldita obra quiere ser servido.

 

CAPÍTULO LXXII

Del valle de Pachacama y del antiquísimo templo que en él estuvo, y como fue reverenciado por los yungas

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asando de la ciudad de los Reyes por la misma costa, a cuatro leguas della esta el valle de Pachacama, muy nombrado entre estos indios. Este valle es deleitoso y frutífero, y en él estuvo uno de los suntuosos templos que se vieron en estas partes: del cual dicen que, no embargante que los reyes ingas hicieron, sin el templo del Cuzco, otros muchos, y los ilustraron y acrecentaron con riqueza, ninguno se igualó con este de Pachacama, el cual estaba edificado sobre un pequeño cerro hecho a mano, todo de adobes y de tierra, y en lo alto puesto el edificio, comenzando desde lo bajo, y tenía muchas puertas, pintadas ellas y las paredes con figuras de animales fieros. Dentro del templo, donde ponían el Idolo estaban los sacerdotes, que no fingían poca santimonia. Y cuando hacían los sacrificios delante de la multitud del pueblo iban los rostros hacía las puertas del templo y las espaldas a la figura del Idolo, llevando los ojos bajos y llenos de gran temblor, y con tanta turbacion, según publican algunos indios de los que hoy son vivos, que casí se podrá comparar con lo que se lee de los sacerdotes de Apolo cuando los gentiles aguardaban sus vanas respuestas. Y dicen mas: que delante de la figura deste demonio sacrificaban número de animales y

alguna sangre humana de personas que mataban; y que en sus fiestas, las que ellos tenían por mas solenes, daba respuestas; y como eran oídas, las creían y tenían por de mucha verdad. Por los terrados deste templo y por lo mas bajo estaba enterrada gran suma de oro y plata. Los sacerdotes eran muy estimados, y los señores y caciques les obedecían en muchas cosas de las que ellos mandaban; y es fama que había junto al templo hechos muchos y grandes aposentos para los que venían en romería, y que a la redonda dél no se permitía enterrar ni era digno de tener sepultura si no eran los señores o sacerdotes o los que venían en romería y a traer ofrendas al templo. Cuando se hacían las fiestas grandes del año era mucha la gente que se juntaba, haciendo sus juegos con sones de instrumentos de música de la que ellos tienen. Pues como los ingas, señores tan principales, señoreasen el reino y llegasen a este valle de Pachacama, y tuviesen por costumbre mandar por toda la tierra que ganaban que se hiciesen templos y adoratorios al sol, viendo la grandeza deste templo y su gran antigüedad, y la autoridad que tenía con todas las gentes de las comarcas, y la mucha devoción que a él todos mostraban, pareciéndoles que con gran dificultad la podrían quitar, dicen que trataron con los señores naturales y con los ministros de su dios o demonio que este templo de Pachacama se quedase con el autoridad y servicio que tenía, con tanto que se hiciese otro templo grande y que tuviese el mas eminente lugar para el sol; y siendo hecho como los ingas lo

mandaron su templo del sol, se hizo muy rico y se pusieron en él muchas mujeres vírgenes. El demonio Pachacama, alegre en este concierto, afirman que mostraba en sus respuestas gran contento, pues con lo uno y lo otro era el servido y quedaban las ánimas de los simples malaventurados presas en su poder.

    Algunos indios dicen que en lugares secretos habla con los más viejos este malvado demonio Pachacama; el cual, como ve que ha perdido su credito y autoridad y que muchos de los que le solían servir tienen ya opinión contraria, conociendo su error, les dice que el Dios que los cristianos predican y él son una cosa, y otras palabras dichas de tal adversario, y con engaños y falsas apariencias procura estorbar que no reciban agua del baptismo, para lo cual es poca parte, porque Dios, doliéndose de las ánimas de estos pecadores, es servido que muchos

vengan a su conocimiento y se llamen hijos de su iglesia, y así, cada día se baptizan. Y estos templos todos están deshechos y ruinados de tal manera que lo principal de los edificios falta; y a pesar del demonio, en el lugar donde él fue tan servido y adorado está la cruz, para mas espanto suyo y consuelo de los fieles. El nombre deste demonio quería decir hacedor del mundo, porque camac quiere decir hacedor, y pacha, mundo. Y cuando

el gobernador don Francisco Pizarro (permitiéndolo Dios), prendió en la provincia de Caxamalca a Atabaliba, teniendo gran noticia deste templo y dela mucha riqueza que en él estaba, envió al capitán Hernando Pizarro, su hermano, con copia de españoles, para que llegasen a este valle y sacasen todo el oro que en el maldito templo hubiese, con lo cual diese la vuelta a Caxamalca. Y aunque el capitán Hernando Pizarro procuró con diligencia llegar a Pachacama, es público entre los indios que los principales y los sacerdotes del templo habían sacado más

de cuatrocientas cargas de oro, lo cual nunca ha parecido, ni los indios que hoy son vivos saben dónde está, y todavía halló Hernando Pizarro (que fue, como digo, el primer capitán español que en él entró) alguna cantidad de oro y plata. Y andando los tiempos, el capitán Rodrigo Orgóñez  y Francisco de Godoy y otros sacaron gran suma de oro y plata de los enterramientos, y aun se presume y tiene por cierto que hay mucho más; pero como no se sabe dónde está enterrado, se pierde, y si no fuere acaso hallarse, poco se cobrará. Desde el tiempo que Hernando Pizarro y los otros cristianos entraron en este templo, se perdió y el demonio tuvo poco poder, y los

ídolos que tenía fueron destruidos, y los edificios y templo del sol, por el consiguiente, se perdió, y aun la más de esta gente falta; tanto, que muy pocos indios han quedado en él. Es tan vicioso y lleno de arboledas como sus comarcanos, y en los campos deste valle se crían muchas vacas y otros ganados y yeguas, de las cuales salen algunos caballos buenos.

CAPÍTULO XCI

Del río de Apurima y del valle de Xaquixaguana, y de la calzada que pasa por él, y lo que más hay que contar hasta llegar a la ciudad del Cuzco

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delante está el río de Apurima, que es el mayor de los que se han pasado desde Caxamalca, hacía la parte del Sur, ocho leguas del de Abancay; el camino ya va bien desechado por las laderas y sierras, y debieron de pasar gran trabajo los que hicieron este camino en quebrantar las piedras y allanarlo por ellas, especialmente cuando se abaja por él al río, que va tan áspero y dificultoso este camino que algunos caballos cargados de plata y de oro han caído en él y perdido, sin lo poder cobrar. Tiene dos grandes pilares de

piedra para poder armar la puente. Cuando yo volví a la ciudad de los Reyes después que hubimos desbaratado a Gonzalo Pizarro pasamos este río algunos soldados, sin puente, por estar deshecha, metidos en un cesto cada uno por sí, descolgándonos por una maroma que estaba atada a los pilares de una parte a otra del río, más

de cincuenta estados: que no es pequeño espanto ver lo mucho a que se ponen los hombres que por las Indias andan. Pasado este río se ve luego dónde estuvieron los aposentos de los ingas, y en dónde tenían un oráculo, y el demonio respondía (a lo que los indios dicen) por el troncón de un árbol, junto al cual enterraban oro y hacían sus sacrificios. Deste río de Apurima se va hasta llegar a los aposentos de Limatambo, y pasando la sierra de Bilcaconga (que es donde el adelantado don Diego de Almagro, con algunos españoles, tuvo, una batalla con los indios antes que se entrase en el Cuzco) se llega al valle de Xaquixaguana, el cual es llano, situado entre las cordilleras de sierras. No es muy ancho ni tampoco largo. Al principio dél es el lugar donde Gonzalo Pizarro fue desbaratado, y juntamente él, con otros capitanes y valedores suyos, justiciado por mandado del licenciado Pedro de la Gasca, presidente de su majestad. Había en este valle muy suntuosos  aposentos y ricos, adonde los señores del Cuzco salían a tomar sus placeres y solaces. Aquí fue también donde el gobernador don Francisco Pizarro mandó quemar al capitán general de Atabaliba, Chalicuchima. Hay deste valle a la ciudad del Cuzco cinco leguas, y pasa por él el gran camino real. Y del agua de un río que nace cerca deste valle se hace un grande tremedal hondo, y que con gran dificultad se pudiera andar si no se hiciera una calzada ancha y muy fuerte, que los ingas mandaron hacer, con sus paredes de una parte y otra, tan fijas, que durarán muchos tiempos.

     Saliendo de la calzada, se camina por unos pequeños collados y laderas hasta llegar a la ciudad del Cuzco. Antiguamente fue todo este valle muy poblado y lleno de sementeras, tantas y tan grandes, que era cosa de ver, por ser hechas con una orden de paredes anchas; y con su compás algo desviado salían otras, habiendo

distancia en el anchor de una y otra para poder sembrar sus sementeras de maíz y de otras raíces que ellos siembran. Y así, estaban hechas desta manera, pegadas a las haldas de las sierras. Muchas destas sementeras son de trigo, porque se da bien. Y hay en él muchos ganados de los españoles vecinos de la antigua ciudad del Cuzco: La cual está situada entre unos cerros, de la manera y forma que en el siguiente capítulo se declara.

 

CAPÍTULO XCII

De la manera y traza con que está fundada la ciudad del Cuzco, y delos cuatro caminos reales que della salen, y de los grandes edificios que tuvo, y quién fue el fundador

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a ciudad del Cuzco está fundada en un sitio bien áspero y por todas partes cercado de sierras, entre dos arroyos pequeños, el uno de los cuales pasa por medio, porque se ha poblado de entrambas partes. Tiene un valle a la parte de levante, que comienza desde la propia ciudad: por manera que las aguas de los arroyos que por la ciudad pasan corren al poniente. En este valle, por ser frío demasiado, no hay género de árbol que pueda dar fruta, si no son algunos molles. Tiene la ciudad a la parte del norte, en el cerro más alto y más cercano a ella, una fuerza, la cual por su grandeza y fortaleza fue excelente edificio, y lo es en este tiempo, aunque lo más della está deshecha; pero todavía están en pie los grandes y fuertes cimientos, con los cubos principales. Tiene asimesmo a las partes de levante y del norte las provincias de Andesuyo, que son las espesuras y montañas de los Andes y la mayor de Chichasuyo, que se entienden las tierras que quedan hacia el Quito. A la parte del sur tiene las provincias de Collao y Condesuyo, de las cuales el Collao está entre el viento levante y el austro o mediodía, que en la navegación se llama sur, y la de Condesuyo entre el sur y poniente.

     Una parte desta ciudad tenía por nombre Hanancuzco y la otra

Orencuzco, lugares donde vivían los más nobles della y adonde

había linajes antiguas. Por otra estaba el cerro de Carmenga, de

donde salen a trechos ciertas torrecillas pequeñas, que servían para

tener cuenta con el movimiento del sol, de que ellos mucho se

preciaron. En el comedio cerca de los collados della, donde estaba lo más de la población, había una plaza de buen tamaño, la cual dicen que antiguamente era tremedal o lago, y que los fundadores, con mezcla y piedra, lo allanaron y pusieron como agora está. Desta plaza salían cuatro caminos reales; en el que llamaban Chichasuyo

se camina a las tierras de los llanos con toda la serranía, hasta las provincias de Quito y Pasto. Por el segundo camino que nombran, Condesuyo, entran las provincias que son subjetas a esta ciudad y a la de Arequipa. Por el tercero camino real, que tiene por nombre Andesuyo, se va a las provincias que caen en las faldas de los Andes

y a algunos pueblos que están pasada la cordillera. En el último camino destos, que dicen Collasuyo, entran las provincias que llegan hasta Chile. De manera que, como en España los antiguos hacían división de toda ella por las provincias, así estos indios, para contar las que había en tierra tan grande, lo entendían por sus caminos.

    El río que pasa por esta ciudad tiene sus puentes para pasar de una parte a otra. Y en ninguna parte deste reino del Perú se halló forma de ciudad con noble ornamento si no fue este Cuzco, que (como muchas veces he dicho) era la cabeza del imperio de los ingas y su asiento real. Y sin esto, las más provincias de las Indias son

poblaciones. Y si hay algunos pueblos, no tienen traza ni orden ni cosa política que se haya de loar; el Cuzco tuvo gran manera y calidad; debió ser fundada por gente de gran ser. Había grandes calles, salvo que eran angostas, y las casas, hechas de piedra pura, con tan lindas junturas que ilustra el antigüedad del edificio, pues estaban piedras tan grandes muy bien asentadas. Lo demás de las casas todo era madera y paja o terrados, porque teja, ladrillo ni cal no vemos reliquia dello. En esta ciudad había en muchas partes aposentos principales de los reyes ingas, en los cuales el que sucedía en el señorío celebraba sus fiestas. Estaba asimismo en ella el magnífico y solemne templo del sol, al cual llamaban Curicanche, que fue de los ricos de oro y plata que hubo en muchas partes del mundo. Lo más de la ciudad fue poblada de mitimaes, y hubo en ella grandes leyes y estatutos a su usanza, y de tal manera, que por todos era entendido, así en lo tocante de sus vanidades y templos como en lo del gobierno. Fue la más rica que hubo en las Indias de lo que dellas sabemos, porque de muchos tiempos estaban en ella tesoros allegados para grandeza de los señores, y ningún oro ni plata que en ella entraba podía salir, so pena de muerte. De todas las provincias venían a tiempos los hijos de los señores a residir en esta corte con su servicio y aparato.

    Había gran suma de plateros, de doradores, que entendían en labrar lo que era mandado por los ingas. Residía en su templo principal que ellos tenían su gran sacerdote, a quien llamaban Vilaoma. En este tiempo hay casas muy buenas y torreadas, cubiertas con teja. Esta ciudad, aunque es fría, es muy sana, y la más proveída de

mantenimientos de todo el reino, y la mayor dél, y adonde más españoles tienen encomienda sobre los indios, la cual fundó y pobló Mangocapa, primer rey inga que en ella hubo. Y después de haber pasado otros diez señores que le sucedieron en el señorío, la reedificó y tomó a fundar el adelantado don Francisco Pizarro, gobernador y capitán general destos reinos, en nombre del emperador don Carlos, nuestro señor, año de 1534 años, por el mes

octubre.

CAPÍTULO XCV

De las montañas de los Andes y de su gran espesura, y de las grandes culebras que en ella se crían, y de las malas costumbres de los indios que viven en lo interior de la montaña

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sta cordillera de sierras que se llama de los Andes se tiene por una de las grandes del mundo, porque su principio es desde el estrecho de Magallanes, a lo que se ha visto y crece; y viene de largo por todo este reino del Perú, y atraviesa tantas tierras y provincias que no se puede decir. Toda está llena de altos cerros, algunos dellos bien poblados de nieve, y otros de bocas de fuego. Son muy dificultosas estas sierras y montañas, por su espesura y porque lo más del tiempo llueve en ellas, y la tierra es tan sombría que es

menester ir con gran tino, porque las raíces de los árboles salen debajo della y ocupan todo el monte, y cuando quieren pasar caballos se recibe más trabajo en hacer los caminos. Fama es entre los orejones del Cuzco que Topainga Yupangue atravesó con grande ejército esta montaña, y que fueron muy difíciles de conquistar y

traer a su señorío muchas gentes de las que en ellas habitaban; en las faldas dellas, a las vertientes de la mar del Sur, eran los naturales de buena razón, y que todos andaban vestidos, y se gobernaron por las leyes y costumbres de los ingas; y por el consiguiente, a las vertientes de la otra mar, a la parte del nascimiento del sol, es público que los naturales son de menos razón y entendimiento, los cuales crían gran cantidad de coca, que es una hierba preciada entre los indios, como diré en el capítulo siguiente; y como estas montañas sean tan grandes, puédese tener ser verdad lo que dicen de haber en ellas muchos animales, así como osos, tigres, leones, dantas, puercos y gaticos pintados, con otras salvajinas muchas y que son de ver; y también se han visto por algunos españoles unas culebras tan grandes que parecen vigas, y éstas se dice que, aunque se sienten encima dellas y sea su grandeza tan monstruosa y de talle tan fiero, no hacen mal ni se muestran fieras en matar ni hacer daño a ninguno. Tratando yo en el Cuzco sobre estas culebras con los indios, me contaron una cosa que aquí diré, la cual escribo porque me la certificaron, y es que en tiempo del inga Yupangue, hijo que fue de Viracoche inga, salieron por su mandado ciertos capitanes con mucha gente de guerra a visitar estos Andes y a someter los indios que pudiesen al imperio de los ingas; y que entrados en los montes, estas culebras mataron a todos los más de los que iban con los capitanes ya dichos, y que fue el daño tanto que el Inga mostró por ello gran sentimiento; lo cual visto por una vieja encantadora le dijo que la dejase ir a los Andes, que ella adormiría las culebras de tal manera que nunca hiciesen mal; y dándole licencia, fue adonde habían recebido el daño; y allí, haciendo sus conjuros y diciendo ciertas palabras, las volvió de fiera y bravas en tan mansas y bobas como agora están. Esto puede ser ficción o fábula que éstos dicen; pero lo que ahora se ve es que estas culebras, con ser tan grandes, ningún daño hacen. Estos Andes, adonde los ingas tuvieron  aposentos y casas principales, en partes fueron muy poblados. La tierra es muy fértil, porque se da bien el maíz y yuca, con las otras raíces que ellos siembran, y frutas hay muchas y muy excelentes, y los más de los españoles vecinos del Cuzco han ya hecho plantar naranjos y limas, higueras, parrales y otras plantas de España, sin lo cual se hacen grandes platanales y hay piñas sabrosas y muy olorosas. Bien adentro destas montañas y espesuras afirman que hay gente tan rústica que ni tienen casa ni ropa, antes andan como animales, matando con flechas aves y bestias las que pueden para comer, y que no tienen señores ni capitanes, salvo que por las cuevas y huecos de árboles se allegan unos en unas partes y otros en otras. En las más de las cuales dicen también (que yo no las he visto) que hay unas monas, muy grandes que andan por los árboles, con las cuales, por tentación del demonio (que siempre busca cómo y por dónde los hombres cometerán mayores pecados y más graves), éstos usan con ellas como mujeres, y afirman que algunas parían monstruos que tenían las cabezas y miembros deshonestos como hombres y las manos y pies como mona; son, según dicen, de pequeños cuerpos y de talle monstruoso, y vellosos. En fin, parescerán (si es verdad que los hay) al demonio, su padre. Dicen más: que no tienen habla, sino un gemido o aullido temeroso. Yo esto ni lo afirmo ni dejo de entender que, como muchos hombres de entendimiento y razón y que saben que hay Dios, gloria y infierno, dejando a sus mujeres, se han ensuciado con mulas, perras, yeguas y otras bestias, que me da gran pena referirlo, puede ser que esto así sea. Yendo yo el año de 1549 a los Charcas a ver las provincias y ciudades que en aquella tierra hay, para lo cual llevaba del presidente Gasca cartas para todos los corregidores que me diesen favor para saber y inquirir lo más notable de las provincias, acertamos una noche a dormir en una tienda un hidalgo, vecino de Málaga, llamado Iñigo López de Nuncibay, y yo, y nos contó un español que allí se halló cómo por sus ojos había visto en la montaña uno destos monstruos muerto, del talle y manera dicha. Y Juan de Varagas, vecino de la ciudad de la Paz, me dijo y afirmó que en Guanuco le decían los indios que oían aullidos destos díablos o monas; de manera que esta fama hay deste pecado cometido por estos malaventurados. También he oído por muy cierto que Francisco de Almendras, que fue vecino de la villa de Plata, tomó a una india y a un perro cometiendo este pecado, y que mandó quemar la india. Y sin todo esto, he oído a Lope de Mendieta y a Juan Ortiz de Zárate, y a otros vecinos de la villa de Plata, que oyeron a indios suyos cómo en la provincia de Aulaga parió una india, de un perro, tres o cuatro monstruos, los cuales vivieron pocos días. Plega a nuestro Señor Dios que, aunque nuestras maldades sean tantas y  tan grandes, no permita que se cometan pecados tan feos y enormes.

CAPÍTULO XCVI

Cómo en todas las más de las Indias usaron los naturales dellas traerhierba o raíces en la boca, y de la preciada hierba llamada coca, que se cría en muchas partes deste reino

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or todas las partes de las Indias que yo he andado he notado que los indios naturales muestran gran deleitación en traer en las bocas raíces, ramos o hierbas. Y así, en la comarca de la ciudad de Antiocha algunos usan traer de una coca menuda, y en las provincias de Arma, de otras hierbas; en las de Quimbaya y Ancerma, de unos árboles medíanos, tiernos y que siempre están muy verdes, cortan unos palotes, con los cuales se dan por los dientes sin se cansar. En los más pueblos de los que están subjetos a la ciudad de Cali y Popayán traen por las bocas de la coca menuda ya dicha, y de unos pequeños calabazos sacan cierta mixtura o confación que ellos hacen, y puesto en la boca, lo traen por ella, haciendo lo mismo de cierta tierra que es a manera de cal. En el Perú, en todo él se usó y usa traer esta coca en la boca, y desde la mañana hasta que se van a dormir la traen, sin la echar della. Preguntando a algunos indios por qué causa traen siempre ocupada la boca con aquesta hierba (la cual no comen ni hacen más de traerla en los dientes), dicen que sienten poco la hambre y que se hallan en gran vigor y fuerza. Creo yo que algo lo debe de causar, aunque más me paresce una costumbre

aviciada y conveniente para semejante gente que estos indios son.

    En los Andes, desde Guamanga hasta la villa de Plata, se siembra esta coca, la cual da árboles pequeños y los labran y regalan mucho para que den la hoja que llaman coca, que es a manera de arrayán, y sécanla al sol, y después la ponen en unos cestos largos y angostos, que terná uno dellos poco más de una arroba, y fue tan preciada esta

coca o hierba en el Perú el año de 1548, 49 y 51, que no hay para qué pensar que en el mundo haya habido hierba ni raíz ni cosa criada de árbol que críe y produzca cada año como ésta, fuera la especiería, que es cosa diferente, se estimase tanto, porque valieron los repartimientos en estos años, digo, los más del Cuzco, la ciudad

de la Paz, la villa de Plata, a ochenta mil pesos de renta, y a sesenta, y a cuarenta, y a viente, y a más y a menos, todo por esta cosa. Y al que le daban encomienda de indios luego ponía por principal los cestos de coca que cogía. En fin, teníanlo como por posesión de hierba de Trujillo. Esta coca se llevaba a vender a las minas de

Potosí, y diéronse tanto al poner árboles della y coger la hoja, que es esta coca que no vale ya tanto, ni con mucho; mas nunca dejará de ser estimada. Algunos están en España ricos con lo que hubieron de valor desta coca mercándola y tornándola a vender y rescatándola en los tiangues  o mercados a los indios.

CAPÍTULO C

De lo que se dice destos collas, de su origen y trato, y cómo hacíansus enterramientos cuando morían

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uchos destos indios cuentan que oyeron a sus antiguos que hubo en los tiempos pasados un diluvio grande y de la manera que yo le escribo en el tercero capítulo de la segunda parte. Y dan a entender que es mucha la antigüedad de sus antepasados, de cuyo origen cuentan tantos dichos y tantas fábulas, si lo son, que yo no quiero detenerme en lo escribir, porque unos dicen que salieron de una fuente, otros que de una peña, otros de lagunas. De manera que de su origen no se puede sacar dellos otra cosa. Concuerdan unos y

otros que sus antecesores vivían con poca orden antes que los ingas los señoreasen, y que por lo alto de los cerros tenían sus pueblos fuertes, de donde se daban guerra, y que eran viciosos en otras costumbres malas.   Después tomaron de los ingas lo que todos los que quedaban por sus vasallos aprendían, y hicieron sus pueblos de la manera que agora los tienen. Andan vestidos de ropa de lana ellos y sus mujeres; las cuales dicen que, puesto que antes que se casen puedan andar sueltamente, si después de entregada al marido le hace traición usando de su cuerpo con otro varón, la mataban. En las cabezas traen puestos unos bonetes a manera de morteros, hechos de su lana, que nombran duchos; y tiénenlas todos muy largas y sin colodrillo, porque desde niños se las quebrantan y ponen como quieren, según tengo escrito. Las mujeres se ponen en la cabeza unos capillos casi del talle de los que tienen los frailes. Antes que los ingas reinasen, cuentan muchos indios destos collas que hubo en su provincia dos grandes señores, el uno tenía por nombre Zapana y el otro Cari, y que estos conquistaron muchos pucares, que son sus fortalezas; y que el uno dellos entró en la laguna de Titicaca, y que halló en la isla mayor que tiene aquel palude gentes blancas y que tenían barbas, con los cuales peleó de tal manera que los pudo matar a todos. Y más dicen: que pasado esto tuvieron grandes batallas con los canas y con los canches. Y al fin de haber hecho notables cosas estos dos tiranos o señores que se habían levantado en el Collao, volvieron las armas contra sí dándose guerra el uno al otro, procurando el amistad y favor de Viracoche inga, que en aquellos tiempos reinaba en el Cuzco, el cual trató la paz en Chucuito con Cari, y tuvo tales mañas que sin guerra se hizo señor de muchas gentes destos collas. Los señores principales andan muy acompañados, y cuando van caminos los llevan en andas y son muy servidos de todos sus indios. Por los despoblados y lugares secretos tenían su guacas o templos, donde honraban sus dioses, usando de sus vanidades, y hablando en los oráculos con el demonio los que para ello eran elegidos. La cosa más notable y de ver que hay en este Collao, a mi ver, es las sepulturas de los muertos. Cuando yo pasé por él me detenía a escrebir lo que entendía de las cosas que había que notar destos indios. Y verdaderamente me admiraba en pensar cómo los vivos se daban poco por tener casas grandes y galanas, y con cuanto cuidado adornaban las sepulturas donde se habían de enterrar, como si toda su felicidad no consistiera en otra cosa; y así, por las vegas y llanos cerca de los pueblos estaban las sepulturas destos indios, hechas como pequeñas torres de cuatro esquinas, unas de piedra sola y otras de piedra y tierra, algunas anchas y otras angostas; en fin, como tenían la posibilidad o eran las personas que lo edíficaban. Los chapiteles, algunos estaban cubiertos con paja; otros, con unas losas grandes; y pareciome que tenían las puertas estas sepulturas hacía la parte de levante. Cuando morían los naturales en este Collao, llorábanlos con grandes lloros muchos días, teniendo las mujeres bordones en las manos y ceñidas por los cuerpos, y los parientes del muerto traía cada uno lo que podía, así de ovejas, corderos, maíz, como de otras cosas, y antes que enterrasen al muerto mataban las ovejas y ponían las asaduras en las plazas que tienen en sus aposentos. En los días que lloran a los difuntos, antes de los haber enterrado, del maíz suyo, o del que los parientes han ofrecido, hacían mucho de su vino o brebaje para y como hubiese gran cantidad deste vino, tienen al difunto por más honrado que si se gastase poco. Hecho, pues, su brebaje y muertas las ovejas y corderos, dicen que llevaban al difunto a los campos donde tenían la sepultura; yendo (si era señor) acompañando al cuerpo la más gente del pueblo, y junto a ella quemaban diez ovejas o veinte, o más o menos, como quien era el difunto; y mataban las mujeres, niños y criados que habían de enviar con él para que le sirviesen conforme a su vanidad; y estos tales, juntamente con algunas ovejas y otras cosas de su casa, entierran junto con el cuerpo en la misma sepultura, metiendo (según también se usa entre todos ellos) algunas personas vivas; y enterrado el difunto desta manera, se vuelven todos los que le habían ido a

honrar a la casa donde le sacaron, y allí comen la comida que se había recogido y beben la chicha que se había hecho, saliendo de cuando en cuando a las plazas que hay hechas junto a las casas de los señores, en donde en corro, y como lo tienen en costumbre, bailan llorando. Y esto dura algunos días, en fin de los cuales, habiendo mandado juntar los indios y Indias más pobres, les dan a comer y beber lo que ha sobrado; y si por caso el difunto era señor grande, dicen que no luego en muriendo le enterraban, porque antes que lo hiciesen lo tenían algunos días usando de otras vanidades que no digo. Lo cual hecho, dicen que salen por el pueblo las mujeres

que habían quedado sin se matar, y otras sirvientas, con sus mantas capirotes, y destas unas llevan en las manos las armas del señor, otras el ornamento que se ponía en la cabeza, y otras sus ropas; finalmente, llevan el duho en que se sentaba y otras cosas, y andaban a son de un atambor que lleva delante un indio que va llorando; y todos dicen palabras dolorosas y tristes; y así van endechando por las más partes del pueblo, diciendo en sus cantos lo que por el señor pasó siendo vivo, y otras cosas a esto tocantes. En el pueblo de Nicasío, me acuerdo, cuando iba a los Charcas, que yendo juntos un Diego de Uceda, vecino que es de la ciudad de la Paz, y yo, vimos ciertas mujeres andar de la suerte ya dicha, y con las lenguas del mismo pueblo entendimos que decían lo contado en este capítulo que ellos usan, y aun dijo uno de los que allí estaban: «Cuando acaben estas indias de llorar, luego se han de embriagar y matarse algunas dellas para ir a tener compañía al señor que ahora murió.» En muchos otros pueblos he visto llorar muchos días a los difuntos y ponerse las mujeres por las cabezas sogas de esparto para mostrar más sentimiento.

CAPÍTULO CI

De cómo usaron hacer sus honras y cabos de años estos indios y de cómo tuvieron antiguamente sus templos

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omo estas gentes tuviesen en tanto poner los muertos en las sespulturas como se ha declarado en el capítulo antes deste, pasado el entierro, las mujeres y sirvientes que quedaban se tresquilaban los cabellos, poniéndose las más comunes ropas suyas, sin darse mucho por curar de sus personas; sin lo cual, por hacer más notable el sentimiento, se ponían por sus cabezas sogas de esparto, y gastaban en continuos lloros, si el muerto era señor, un año, sin hacer en la casa donde él moría lumbre por algunos días. Y como éstos fuesen engañados por el demonio, por la permisión de Dios, como todos los demás, con las falsas aparencias que hacía, haciendo con sus ilusiones demostración de algunas personas de las que eran ya muertas, por las heredades, parecíales que los vían adornados y vestidos como los pusieron en las sepulturas; y para echar más cargo a sus difuntos usaron y usan estos indios hacer sus cabos de año, para lo cual llevan a su tiempo algunas hierbas y animales, los cuales matan junto a las sepulturas, y queman mucho sebo de corderos; lo cual hecho, vierten muchas vasíjas de su brebaje por las mismas sepulturas, y con ello dan fin a su costumbre tan ciega y vana. Y como fuese esta nación de los Collas tan grande, tuvieron antiguamente grandes templos y sus ritos, venerando mucho a los que tenían por sacerdotes y que hablaban con el demonio; y guardaban sus fiestas en el tiempo de coger las papas, que es su principal mantenimiento, matando de sus animales para hacer los sacrificios semejantes. En este tiempo no sabemos que tengan templo público; antes, por la voluntad de nuestro Dios y Señor, se han fundado muchas iglesias católicas, donde los sacerdotes nuestros predican el Santo Evangelio, enseñando la fe a todos los que destos indios quieren recebir agua del bautismo. Y cierto, si no hubiera habido las guerras, y nosotros con verdadera intención y propósito hubiéramos procurado la conversión destas gentes, tengo para mí que muchos que se han condenado destos indios se hubieran salvado. En este tiempo por muchas partes desde Collao andan y están frailes y clérigos puestos por los señores que tienen encomienda sobre los indios, que entienden en dotrinarlos; lo cual plegue a Dios lleve adelante, sin mirar nuestros pecados. Estos

naturales del Collao dicen lo que todos los más de la sierra, que el

hacedor de todas las cosas se llama Ticeviracocha, y conocen que

su asiento principal es el cielo; pero engañados del demonio,

adoraban en dioses diversos, como todos los gentiles hicieron; usan

de una manera de romances o cantares, con los cuales les queda

memoria de sus acaecimientos, sin se les olvidar, aunque carecen de

letras y entre los naturales deste Collao hay hombres de buena

razón y que la dan de sí en lo que les preguntan y dellos quieren

saber; y tienen cuenta del tiempo, y conocieron algunos movimientos, así del sol como de la luna, que es causa que ellos tengan su cuenta al uso de como lo aprendieron de tener sus años, los cuales hacen de diez en diez meses; y así, entendí yo dellos que nombraban al año mari, y al mes y la luna alespaquexe, y al día auro. Cuando éstos quedaron por vasallos de los ingas, hicieron por su mandado grandes templos, así en la isla de Titicaca como en Hatuncolla y en otras partes. Destos se tiene que aborrecían el pecado nefando, puesto que dicen que algunos de los rústicos que andaban guardando ganado lo usaban secretamente, y los que ponían en los templos por indumento del demonio, como ya tengo contado.

CAPÍTULO CIX

Cómo se descubrieron las minas de Potosí, donde se ha sacadoriqueza nunca vista ni oída en otros tiempos, de plata y de cómo por no correr el metal la sacan los indios con la invención de las guairas

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as minas de Porco y otras que se han visto en estos reinos, muchas dellas desde el tiempo de los ingas, están abiertas y descubiertas las vetas de donde sacaban el metal; pero las que se hallaron en este cerro de Potosí (de quien quiero agora escrebir) ni se vió la riqueza que había ni se sacó del metal hasta que el año de 1547 años, andando un español llamado Villarroel con ciertos indios a buscar metal que sacar, dio en esta grandeza, que está en un collado alto, el más hermoso y bien asentado que hay en toda aquella comarca; y porque los indios llaman Potosí a los cerros y cosas altas, quedósele por nombre Potosí, como le llaman. Y aunque en este tiempo Gonzalo Pizarro andaba dando guerra al visorey y el reino lleno de alteraciones causadas desta rebelión, se pobló la falda deste cerro y se hicieron casas grandes y muchas, y los españoles hicieron su principal asíento en esta parte, pasándose la justicia a él; tanto, que la villa estaba casí desierta y despoblada; y así, luego tomaron minas, y descubrieron por lo alto del cerro cinco vetas riquísimas, que nombran Veta Rica, Veta del Estado, y la cuarta de Mendieta, y la quinta de Oñate; y fue tan sonada esta riqueza, que de todas las comarcas venían indios a sacar plata a este cerro, el sitio  del cual es frío, porque junto a él no hay ningún poblado. Pues tomada posesión por los españoles, comenzaron a sacar plata desta manera: que al que tenía mina le daban los indios que en ella entraban un marco, y si era muy rica, dos cada semana; y si no tenía mina, a los señores comenderos de indios les daban medio marco cada semana. Cargó tanta gente a sacar plata, que parecía aquel sitio una gran ciudad. Y porque forzado ha de ir en crescimiento o venir en disminución tanta riqueza, digo que para que se sepa la grandeza destas minas, según lo que yo vi el año del Señor de 1549 en este asiento, siendo corregidor en él y en la villa de Plata por su majestad el licenciado Polo, que cada sábado en su propia casa, donde estaban las cajas de las tres llaves, se hacía fundición, y de los quintos reales venían a su majestad treinta mil pesos, y veinte y cinco, y algunos poco menos y algunos más de cuarenta. Y con sacar tanta grandeza que montaba el quinto de la plata que pertenece a su majestad más de ciento y veinte mil castellanos cada mes, decían que salía poca plata y que no andaban las minas buenas. Y esto que venía a la fundición era solamente metal de los cristianos, y no todo lo que tenían, porque mucho sacaban en tejuelos para llevar do querían, y los indios verdaderamente se cree que llevaron a sus tierras grandes tesoros. Por donde con gran verdad se podrá tener que en ninguna parte del mundo se halló cerro tan rico, ni ningún príncipe, de un solo pueblo, como en esta famosa villa de Plata, tuvo ni tiene tantas rentas ni provecho; pues desde el año de 1548 hasta el de 51 le han valido sus quintos reales más de tres millones de ducados, que monta más que cuanto hubieron los españoles de Atabaliba ni se halló en la ciudad del Cuzco cuando la descubrieron.

    Paresce, por lo que se ve, que el metal de la plata no puede correr con fuelles ni quedar con la materia del fuego convertido en plata. En Porco y en otras partes deste reino donde sacan metal hacen grandes planchas de plata, y el metal lo purifican y apartan de la escoria que se crían con la tierra, con fuego, teniendo para ello sus

fuelles grandes. En este Potosí, aunque por muchos se ha procurado, jamás han podido salir con ello; la reciura del metal paresce que lo causa, o algún otro misterio; porque grandes maestros han intentado, como digo, de los sacar con fuelles, y no ha prestado nada su diligencia; y al fin, como para todas las cosas puedan hallar los hombres en esta vida remedio, no les faltó para sacar esta plata, con una invención la más extraña del mundo, y es que antiguamente, como lo ingas fueron tan ingeniosos en algunas partes que les sacaban plata, debía no querer correr con fuelles, como en esta de Potosí, y para aprovecharse del metal hacían unas formas de barro, del talle y manera que es un albahaquero en España, teniendo por muchas partes algunos agujeros o respiraderos.

    En estos tales ponían carbón, y el metal encima; y puestos por los cerros o laderas donde el viento tenía más fuerzas, sacaban dél plata, la cual apuraban y afinaban después con sus fuelles pequeños, o cañones con que soplan. Desta manera se sacó toda esta multitud de plata que ha salido deste cerro, y los indios se iban con el metal a los altos de la redonda dél a sacar plata. Llaman a estas formas guaires, y de noche hay tantas dellas por todos los campos y collados, que parescen luminarias; y en tiempo que hace viento recio se saca plata en cantidad; cuando el viento falta, por ninguna manera pueden sacar ninguna. De manera que, así como el viento es provechoso para navegar por el mar, lo es en este lugar para sacar la plata, y como los indios no hayan tenido veedores ni se pueda irles a la mano en cuanto al sacar plata, por llevarla ellos (como está ya dicho) a sacar a los cerros, se cree que muchos han enriquescido y llevado a sus tierras gran cantidad desta plata. Y fue esto causa que de muchas partes del reino acudían indios a este asíento de Potosí para aprovecharse, pues había para ello tan grande aparejo.

CAPÍTULO CX

De cómo junto a este cerro de Potosí hubo el más rico mercado del mundo en tiempo que estas minas estaban en su prosperidad

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n todo este reino del Perú se sabe por los que por él habemos andado que hubo grandes tiangues, que son mercados, donde los naturales contrataban sus cosas, entre los cuales el más grande y rico que hubo antiguamente fue el de la ciudad del Cuzco; porque aun en tiempo de los españoles se conoció su grandeza, por el mucho oro que se compraba y vendía en él y por otras cosas que traían de todo lo que se podía haber y pensar. Mas no se igualó este mercado o tiangues ni otro ninguno del reino al soberbio de Potosí; porque fue tan grande la contratación, que solamente entre indios, sin entrevenir cristianos, se vendía cada día, en tiempo que las minas andaban prósperas, veinte y cinco y treinta mil pesos de oro, y días de más de cuarenta mil; cosa extraña y que creo que ninguna feria del mundo se iguala al trato deste mercado. Yo lo noté algunas veces, y vía que en un llano que hacía la plaza deste asíento, por una parte dél iba una hilera de cestos de coca, que fue la mayor riqueza destas partes; por otra, rimeros de mantas y camisetas ricas delgadas y bastas; por otra estaban montones de maíz y de papas secas y de las otras sus comidas; sin lo cual, había gran número de cuartos de carne de la mejor que había en el reino. En fin, se vendían otras cosas muchas que no digo; y duraba esta feria o mercado desde la mañana hasta que escurecía la noche; y como se sacase plata cada día y estos indios son amigos de comer y beber, especialmente los que tratan con los españoles, todo se gastaba lo que se traía a vender; en tanta manera, que de todas partes acudían con bastimentos y cosas necesarias para su proveimiento.   Y así, muchos españoles enriquecieron en este asíento de Potosí con solamente tener dos o tres indias que les contrataban en este tiangues, y de muchas partes acudieron grandes cuadrillas de anaconas, que se entiende ser indios libres que podían servir a quien fuese su voluntad; y las más hermosas Indias del Cuzco y de todo el reino se hallaban en este asíento. Una cosa miré el tiempo que en él estuve: que se hacían muchas trapazas y por algunos se trataban pocas verdades. Y al valor de las cosas fueron tantas mercaderías, que se vendían los ruanes, paños y holandas casí tan barato como en España, y en almoneda vi yo vender cosas por tan poco precio que en Sevilla se tuvieran por baratas. Y muchos hombres que habían habido mucha riqueza, no hartando su codicia insaciable, se perdieron en tratar de mercar y vender; algunos de los cuales se fueron huyendo a Chile y a Tucuma y a otras partes, por miedo de las deudas; y así, todo lo más que se trataba era pleitos y debates que unos con otros tenían. El asíento desde Potosí es sano, especialmente para indios, porque pocos o ningunos adolecían en él.

    La plata llevan por el camino real del Cuzco a dar a la ciudad de Arequipa, cerca de donde está el puerto de Quilca. Y toda la mayorparte della llevan carneros y ovejas; que a faltar éstos, con gran dificultad se pudiera contratar ni andar en este reino, por la mucha distancia que hay de una ciudad a otra y por la falta de bestias.

CAPÍTULO CXI

De los carneros, ovejas, guanacos y vicunias que hay en toda la mayor parte de la serranía del Perú

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aréceme que de ninguna parte del mundo se ha oído ni entendido que se hubiesen hallado la manera de ovejas como son las destas Indias, especialmente en este reino, en la gobernación de Chile y en algunas de las provincias del río de la Plata, puesto que podrá ser que se hallen y vean en partidas que nos están ignotas y escondidas. Estas ovejas digo que es uno de los excelentes animales que Dios crió, y más provechoso, el cual parece que la Majestad divina tuvo cuidado de criar este ganado en estas partes para que las gentes pudiesen vivir y sustentarse. Porque por vía ninguna estos indios, digo los serranos del Perú, pudieran pasar la vida si no tuvieran deste ganado, o de otro que les diera el provecho que dél sacan, el cual es de la manera que en este capítulo diré.

    En los valles de los llanos, y en otras partes calientes, siembran los naturales algodón, y hacen sus ropas dél, con que no sienten falta ninguna, porque la ropa de algodón es conveniente para esta tierra.

    En la serranía, en muchas partes, como es en la provincia de Collao, los soras y charcas de la villa de Plata, y en otros valles, no se cría árbol, ni el algodón aunque se sembrara daría fruto. Y poder los naturales, si no lo tuvieran de suyo, por vía de contratación haber ropa todos, fuera cosa imposible. Por lo cual el dador de los bienes, que es Dios, nuestro Sumo Bien, crió en estas partes tanta cantidad del ganado que nosotros llamamos ovejas, que si los españoles con las guerras no dieran tanta priesa a lo apocar, no había cuento ni suma lo mucho que por todas partes había. Mas, como tengo dicho, en indios y ganado vino gran pestilencia con las guerras que los españoles unos con otros tuvieron. Llaman los naturales a las ovejas llamas y a los carneros urcos. Unos son blancos, otras negros, otros pardos. Su talle es que hay algunos carneros y ovejas tan grandes como pequeños asnillos, crecidos de piernas y anchos de barriga; tira su pescuezo y talle a camello; las cabezas son largas, parecen a las de las ovejas de España. La carne deste ganado es muy buena si está gordo, y los corderos son mejores y de más sabor que los de España. Es ganado muy doméstico y que no da ruido. Los carneros llevan a dos y a tres arrobas de peso muy bien, y en cansando no se pierde, pues la carne es tan buena. Verdaderamente en la tierra del Collao es gran placer ver salir los indios con sus arados en estos carneros, y a la tarde verlos volver a sus casas cargados de leña.

    Comen de la hierba del campo. Cuando se quejan, echándose como los camellos, gimen. Otro linaje hay deste ganado, a quien llaman guanacos, desta forma y talle, los cuales son muy grandes y andan hechos monteses por los campos manadas grandes dellos, y a saltos van corriendo con tanta ligereza que el perro que los ha de alcanzar ha de ser demásíado ligero. Sin éstos, hay asimesmo otra suerte destas ovejas o llamas, a quien llaman vicunias; éstas son más ligeras que los guanacos, aunque más pequeñas; andan por los despoblados, comiendo de la hierba que en ellos cría Dios. La lana destas vicunias es excelente, y toda tan buena que es más fina que la de las ovejas merinas de España. No sé yo si se podrían hacer paños della; sé que es cosa de ver la ropa que se hacía para los señores desta tierra. La carne destas vicunias y guanacos tira el sabor della a carne de monte, mas es buena. Y en la ciudad de la Paz comí yo en la posada del capitán Alonso de Mendoza cecina de uno destos guanacos gordos, y me pareció la mejor que había visto en mi vida. Otro género hay de ganado doméstico, a quien llaman pacos, aunque es muy feo y lanudo; es del talle de las llamas o ovejas, salvo que es más pequeño; los corderos, cuando son tiernos mucho se parecen a los de España. Pare en el año una vez una destas ovejas, y no más.

CAPÍTULO CXVII

En que se declaran algunas cosas que en esta historia se han tratado cerca de los indios, y de lo que acaeció a un clérigo con uno dellos en un pueblo deste reino 

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orque algunas personas dicen de los indios grandes males, comparándolos con las bestias, diciendo que sus costumbres y manera de vivir son más de brutos que de hombres, y que son tan malos que no solamente usan el pecado nefando, mas que se comen unos a otros, y puesto que en esta mi historia yo haya escripto algo desto y de algunas otras fealdades y abusos dellos, quiero que se sepa que no es mi intención decir que esto se entienda por todos; antes es de saber que si en una provincia comen carne humana y sacrifican sangre de hombres, en otras muchas aborrecen este pecado. Y si, por el consiguiente, en otra el pecado de contra natura, en muchas lo tienen por gran fealdad y no lo acostumbran, antes lo aborrecen; y así son las costumbres dellos: por manera que será cosa injusta condenarlos en general. Y aun destos males que éstos hacían, parece que los descarga la falta que tenían de la lumbre de nuestra santa fe, por lo cual ignoraban el mal que cometían, como otras muchas naciones, mayormente los pasados gentiles, que también como estos indios estuvieron faltos de lumbre de fe, sacrificaban tanto y mas que ellos. Y aun si miramos, muchos hay que han profesado nuestra ley y recebido agua del santo baptismo los cuales, engañados por el demonio, cometen cada día graves pecados, de manera que si estos indios usaban de las costumbres que he escripto, fué porque no tuvieron quien los encaminase en el camino de la verdad en los tiempos pasados. Agora los que oyen la doctrina del santo Evangelio conocen las tinieblas de la perdición que tienen los que della se apartan, y el demonio, como le crece más la envidía de ver el fruto que sale de nuestra santa fe, procura de engañar con temores y espantos a estas gentes; pero poca parte es, y cada día será menos, mirando lo que Dios nuestro Señor obra en todo tiempo, con ensalzamiento de su santa fe. Y entre otras notables, diré una que pasó en esta provincia, en un pueblo llamado

Lampaz, según se contiene en la relación que me dió en el pueblo de Asangaro, repartimiento de Antonio de Quiñones, vecino del Cuzco, un clérigo, contándome lo que pasó en la conversión de un indio; al cual yo rogué me la diese por escrito de su letra, que sin tirar ni poder cosa alguna es la siguiente: “Marcos Otazo, clérigo, vecino de Valladolid, estándo en el pueblo de Lampaz dotrinando los indios a nuestra santa fe cristiana, año de 1547, en el mes de mayo, siendo la luna llena, vinieron a mi todos los caciques y principales a me rogar muy ahincadamente les diese licencia para que hiciesen lo que ellos en aquel tiempo acostumbraban hacer; yo les respondí que había de estar prasente, porque si fuese cosa no lícita en nuestra santa fe católica de allí adelante no lo hiciesen; ellos lo tuvieron por bien; y así, fueron todos a sus casas; y siendo, a mi ver, el mediodía en punto, comenzaron a tocar en diversas partes muchos atabales con un solo palo, que así los tocan entre ellos, y luego fueron en la plaza, en diversas partes della, echadas por el suelo mantas, a manera de tapices, para se asentar los caciques y principales, muy aderezados y vestidos de sus mejores ropas, los cabellos hechos trenzas hasta abajo, como tienen por costumbre, de cada lado una crizneja de cuatro ramales, tejida. Sentados en sus lugares, vi que salieron derecho por cada cacique un muchacho de edad de hasta de doce años, el más hermoso y dispuesto de todos, muy ricamente vestido a su modo, de las rodillas abajo las piernas, a manera de salvaje, cubiertas de borlas coloradas; asímismo los brazos, y en en el cuerpo muchas medallas y estampas de oro y plata; traía en la mano derecha una manera de arma como alabarda, y en la izquierda una bolsa de lana, grande, en que ellos echan la coca; y al lado izquierdo venía una muchacha de hasta diez años, muy hermosa, vestida de su mismo traje, salvo que por detrás traía gran falda, que no acostumbraban traer las otras mujeres, la cual falda le traía una india mayor, hermosa, de mucha autoridad. Tras ésta venían otras muchas indias a maneras de dueñas, con mucha mesura y crianza; y aquella niña llevaba en la mano derecha una bolsa de lana, muy rica,

llena de muchas estampas de oro y plata; de las espaldas le colgaban un cuero de león pequeño, que las cubría todas. Tras estas dueñas venían seis indios a manera de labradores, cada uno con su arado en el hombro, y en las cabezas sus diademas y plumas muy hermosas, de muchos colores. Luego venían otros seis como sus mozos, con unos costales de papás, tocando su atambor, y por su orden llegaron hasta un paso del señor. El muchacho y niño ya dichos, y todos los demás, como iban en su orden, le hicieron una muy gran reverencia, bajando sus cabezas, y el cacique y los demás la recibieron inclinando las suyas. Hecho esto cada cual a su cacique, que eran dos parcialidades, por la misma orden que iban el niño y los demás se volvieron hacía atrás, sin quitar el rostro dellos, cuanto veinte pasos, por la orden que tengo dicho; y allí los labradores hincaron sus arados en el suelo en renglera, y dellos colgaron aquellos costales de papas, muy escogidos y grandes; lo cual hecho, tocando sus atabales, todos en pie, sin se mudar de un lugar, hacían una manera de baile, alzándose sobre las puntas de los

pies, y de rato en rato alzaban hacía arriba aquellas bolsas que en las manos tenían. Solamente hacían éstos esto que tengo dicho, que eran los que iban con aquel muchacho y muchacha, con todas sus dueñas, porque todos los caciques y la demás gente estaban por su orden sentados en el suelo con muy gran silencio, escuchando y mirando lo que hacían. Esto hecho, se sentaron y trajeron un cordero de hasta un año, sin ninguna mancha, todo de una color, otros indios que habían ido por él, y adelante del señor principal, cercado de muchos indios alrededor porque yo no lo viese, tendido en el suelo vivo, le sacaron por un lado toda la asadura, y ésta fue dada a sus agoreros, que ellos llamaban guacamayos, como sacerdotes entre nosotros. Y vi que ciertos indios dellos llevaban apriesa cuanto más podían de la sangre del cordero en las manos y la echaban entre las papas que tenían en los costales. Y en este instante salió un principal que había pocos días que se había vuelto cristiano, como diré abajo, dando voces y llamándolos de perros y otras cosas en su lengua, que no entendí; y se fue al pie de una cruz alta que estaba en medio de la plaza, desde donde a mayores voces, sin ningún temor, osadamente reprendía aquel rito díabólico. De manera que con sus dichos y mis amonestaciones se fueron muy temerosos y corridos, sin haber dado fin a su sacrificio, donde pronostican sus sementeras y sucesos de todo el año. Y otros que se llaman homo, a los cuales preguntan muchas cosas por venir, porque hablan con el demonio y traen consigo su figura, hecha de un hueso hueco, y encima un bulto de cera negra, que acá hay. Estando yo en este pueblo de Lampaz, un jueves de la Cena vino a mí un muchacho mío que en la iglesia dormía, muy espantado, rogando me levantase y fuese a baptizar a un cacique que en la iglesia estaba hincado de rodillas delante de las imágenes, muy temeroso y espantado; el cual estándo la noche pasada, que fue miércoles de Tinieblas, metido en una guaca, que es donde ellos adoran, decía haber visto un hombre vestido de blanco, el cual le dijo que qué hacía allí con aquella estatua de piedra. Que se fuese luego, y viniese para mí a se volver cristiano. Y cuando fue de día yo me levanté y recé mis horas, y no creyendo que era así, me llegué a la iglesia para decir misa, y lo hallé de la misma manera, hincado de rodillas. Y como me vio se echó a mis pies, rogándome mucho le volviese cristiano, a lo cual le respondí que sí haría, y dije misa, la cual oyeron algunos cristianos que allí estaban; y dicha, lo bapticé, y salió con mucha alegría, dando voces, diciendo que él ya era cristiano, y no malo, como los indios; y sin decir nada a persona ninguna, fue adonde tenía su casa y la quemó, y sus mujeres y ganados repartió por sus hermanos y parientes, y se vino a la iglesia, donde estuvo siempre predicando a los indios lo que les convenía para su salvación, amonestándoles se apartasen de sus pecados y vicios; lo cual hacía con gran hervor, como aquel que estaba alumbrado por el Espíritu Santo, y a la continua estaba en la iglesia o junto a una cruz.

     Muchos indios se volvieron cristianos por las persuasiones deste nuevo convertido. Contaba que el hombre que vio estando en la guaca o templo del díablo era blanco y muy hermoso, y que sus ropas asimismo eran resplandecientes”.

    Esto me dió el clérigo por escripto, y yo veo cada día grandes señales por las cuales Dios se sirve en estos tiempos más que en los pasados. Y los indios se convierten y van poco a poco olvidando sus ritos y malas costumbres, y si se han tardado, ha sido por nuestro descuido más que por la malicia dellos; porque el verdadero convertir los indios ha de ser amonestándo y obrando bien, para que los nuevamente convertidos tomen ejemplo.

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