Rafael Sánchez Mazas

Lance del pretendiente Orosio Frutos

 

      _Orosio, hijo, en mal punto viniste, que me sacaron la muela a mediodía y estoy como tonta.

      _Eso, pronto pasa. Siete me quité yo en una tarde. Y que bien sanas eran.

      _Alguna borricada tuya.

      _¡Cosas de mozo, tía! Por ponérmelas de oro. Por ir a presumir en ferias.

      _Sí que llamarían allá la atención.

      _Pues ve ahí. El que lo tiene lo gasta.

      _Bambolla no te ha de faltar.

      _Y que las llevo como siete soles. Hasta el cepillo me compré en la farmacia. ¡Por lucirlas! En este mundo, tía, todo es el lucimiento.

      _Cállate, bobo. Más te valiera una de las tuyas que las siete falsas.

      _Sí, . En cuanto subo al tren y me las ven, me toman por un personaje.

      _¡Quita para allá, hombre! ¡Quita para allá! Pues, ¿y con las gafas? ¡Qué raro te me haces con las gafas, Orosio!

      _Hay que lIevarlas, tía. Hay que lIevarlas. O se es, o no se es.

      _Pero ¿has perdido vista de veras?

      _¿Y qué he de perder? A mí lo que me sobra es vista. Y pesquis.

      _Pues ¿y entonces?

      _¡Toma! ¡Por vestir! Siempre serán el mejor adorno de la persona de cultura. Lo que es, en eso, tía, no hay quien las mueva.

      _Pues ¡hala, hijo! ¿Qué te voy a decir? ¡Duro con ellas y adelante con los faroles! 

      _Ya lo decía mi pobrecita madre: «Quien dijo gafas, dijo Ciencia.»

      _Y tú te lo creíste.

      _¿Q no? Mire usted aquí mismo. Todos lo que han salido a ver mundo, ¡paf!, todos con gafas. Y voy yo por ahí, por la sierra, y de seguida todos a preguntarme: «¿y qué? ¿también usted estuvo por las Américas? ¿Y en la Facultad? ¿Y en Madrid?» Eso se pregunta al hombre de gafas. Y, con eso, tía, uno se ahueca, uno se engrandece. Pues, ¿y qué duda coge?

      _A ti, en todo te da por lo grande.

      _Diga usted que sí, tía. Diga usted que . Y que hoy la traigo a usted un cesto de ciruela claudia como para un obispo.

      _Echa para acá, a ver.

      _Vele aquí, que se hace la boca agua sólo mirarle. Pruebe una, tía.

      _¡Ay, Orosio! ¡Pero qué riquismas!

      _Usted coma, tía.

      _Lo que es contigo, en esta casa, ya no se compra fruta. ¿No fue el miércoles, que mandaste al Silverio con los melocotones?

      _¡Y aún ha de catar usted los moscateles! Aquello del Pedrizo es un alabar a Dios, un Aranjuez, un paraíso terrenal.

      _Y que lo digas, hijo.

      _Ande. Cómase usted otra cirolita. ¡Esta! ¡Que sí¡ ¡Esta! Yo mismo se la pongo en la boca. Esto no daña.

      _¡Orosio! ¡Orosio! ¡Pero qué frutal tienes! Y que te metes al bolsillo buenos miles de duros con el tren frutero.

      _Ande, coma. Lo mejor para el gobierno del vientre, fruta de hueso. Ya lo dijo mi agüela. ¿y no quiere otra?

      _¡Ay, basta, Orosio!

      _Pues todo esto y más que yo tuviere para que se lo papen a mi salud, usted y la Ricarda. ¿He dicho bien, tía?

      _Has dicho de perlas. Tú siempre tan cumplido.

      _¿Y mi prima Ricarda? ¿A dónde está mi prima?

      _Luego la verás, hombre, que ha ido a las Madres. Y agradecerá mucho tu fineza.

      _Lo sabe usted, que gusto de ser fino. Ni me va el ser de pueblo. Más me cuadran las capitales con esta figura.

      _ que vienes hoy muy bien vestido.

      _Usted se fije, a. Hasta bastón y guantes traigo. No me falta detalle. Un paquete.

      _¿Y viniste así con la ciruela?

      _¿Qué hacer? ¿Qun la iba a traer viniendo yo?

      _Hijo. ¡Como tan elegante vas!

      _Véame usted. Un guante puesto. El otro se tiene así, cogido, en la visita. De esto, sé yo bien.

      _Y el sombrero. ¿No te le quitas? Vendrás muy bien peinado.

      _Vengo superior. Pero mi padrino me ha dicho que no me descubra. Que con estas calores, si entro del sol al fresco, me podría enfermar de la cabeza. Y usted, tía, ¿qué dice a eso? ¿Me enfermaré? ¿y si cojo un relente?

      _Llevas ya un rato regular, hijito, y no creo yo que te enfermes.

      _Entonces, me descubro con el su permiso de usted, tía. ¿y qué le parezco?

      _¡Muchacho! ¡Qué raya tan derecha! ¡Qué ondulación! ¡Qué cocas! ¡Vaya que estás bien guapo, Orosio!

     _¡EI «pollo fruta»!  Y que vengo hoy de estreno, pero que de pies a cabeza. Hasta el calzoncillo y la elástica, en seda natural. ¡Bien curioso voy!

      _A pollo de moda y a bien puesto nadie te ganará.

      _Ni a limpio. No me gusta a mí la guarrería. Y que si vengo, tal como hoy, del Pedrizo a Navalmelgar para una visita, pues, antes de salir, ya se sabe. ¡Al tinajón! ¡Paf! ¡Hala, a bañarse! Y a echarse perfume. Y si son las fiestas de la Santísima Virgen del Moral, pues a bañarse. ¡Hala! Y a echarse perfume. Sin rechistar. El día de mi santo onomástico,  lo mismo. Pascuas y Carnavales: lo mismo. Noches de baile y de teatro: lo mismo. ¡A bañarse y a perfumarse! No bajarán de treinta y cinco los baños de limpieza y placer que me tomo anualmente. Y eso, sin contar pediluvios, y baños de asiento medicinal, que me recetó don Hipólito, y hasta de mostaza y vinagre.

      _Pues, ¿y qué tuviste?

      _El exceso de idea, tía. El hervor del cacumen. ¡Cosa seria! ¡Que me mato a pensar!

      _¿Y tanto te desgastas del cerebro?

      _¡Pero y mucho! ¡Una consumición! La sobra del talento, que me va a changar la cebolleta . Vamos, que, mentalmente, soy como aquel que dice, un pensador. Un intelectual.

      _¿Qué me dices?

      _¡Lo que usted oye, tía! iEI talento! ¡Esa es mi cruz!

      _Todos hemos de llevar alguna, Orosio, y si Dios nuestro Señor te hizo tan listo, habrás de sufrido y resignarte.

      _¡Más que Lepe! Y muy cavilador. Hasta lo profundo.

      _¡Pero, muchacho! ¿A qué cavilas? ¡Si todo te sale a ti a pedir de boca!

      _¡Me sale! Me sale, sí, porque cavilo. Sin mí, todo se echaría a rodar. Yo soy como el freno.

      _Pero, ¡si lo lleva todo tu padrino! ¡Todo! iHasta la firma!

      _¡Lo lleva! ¡Lo lleva! Según y conforme. Él, pues, a su cosa: mucho hacer cuentas; mucho triquitraca con la máquina de escribir. Pero, ¿y la idea? ¿De quién es la idea? ¿y el ten con ten? ¿Y la pauta? ¿Quién ha de darla? Pues, ¿y la compaginación de todo aquello? El asunto de la fruta, tía, es de mucha responsabilidad.

      _Pues, ¿sabes lo que dicen?

      _¿Lo qué?

      _Pues que te buscas otros rompecabezas y que por lo del capital, bien descansado vives.

      _¿Y quién dijo eso? ¿Usted lo cree? ¿Usted lo sabe, tía?

      _Yo ni entro ni salgo. Allá penas.

      _¿Y, qué más han dicho?

      _Pues, que andas muy arrebatado. Que no se hace carrera contigo. Y que con treinta y tantos años, que tienes, bien podrías sentar la cabeza.

      _¡En eso estamos! Y a eso vengo, ¡que me quiero casar, tía!

      _¿Y con quién?

      _Pues, que la quiero sacar a la Ricarda de esta pobreza. Eso, le digo.

      _¡Por ahí habías de acabar! Pero mira lo que te digo yo, hijo. Ni la Ricarda está para ti, ni sabes tú lo que te dices.

      _¡Y no lo he de saber! ¡Lo saben las piedras! ¡Que usted, tía, es muy loca! ¡Que aquí no se administra, y donde se saca y no se mete se llega al hondón!

       _Y a ti, ¿quién te dio vela en este entierro? ¿Qué tiene que hacer la administración con que tú la pretendas y ella te acepte? ¿Te han de quitar los mocos en tu casa y quieres arreglar la ajena? A ti te han engañado, Orosio.

      _¿A ? ¡Como si no lo he visto! En esta casa mucho hacer flores de papel, mucho tocar el piano, mucho convite a vino y dulces, mucho lucir la cinturita. Y, siempre, cuentas por pagar y las hipotecas hasta el cuello. Y la olla, ¿qué? Hasta hambre están pasando aquí. No puedo verlo. Quiero que coman, tía.

      _Pues nada, hijo. Ya nos bajó, contigo, el redentor del monte. Contigo, a freír churros, a merendar huevos, a asar pollos y a partir jamones. Pero, y tú, ¿no te mantienes ahora de verdura y agua?

      _Y el té. Y la fruta. Y el ajo crudo. Y, de noche, la tila. El sistema inglés.

      _Bien está para ti. Todo hierba.

      _¡Toma! El que se cura, dura. Pero eso vegetal es por el otoño. Para la purgación de la sangre. En cuanto me casara, otra cosa sería.

      _Oye, Orosio. Y antes de venir a esta casa con tu pretensión, ¿no consultaste a tu padrino?

      _¡Que no! ¡Que no! Ese no quiere. Ni oírlo,

      _¿Y eso?

      _Pues ve ahí. Porque él es opuesto. El Silverio es el que me ayuda. Ese, sí. Y le dije yo esta mañana: «¡Silverio! El tiempo se me está pasando y he de casarme este año mismo que rondo ya los treinta y seis. Bajo, con el correo de la una, de aquí dos horas, para Navalmelgar. Y no pasa de hoy lo de pedir a la Ricarda. ¿Qué te parece?» «Anda, corre _me dijo_, que ya cogen el cielo con las manos aquella gente . De aquí tres meses, el procurador te lo dice, las embargan y se han de ver la Luisa y la Ricarda con la boca al viento. Contigo, se ponen las botas en esa casa y te han de recibir bajo palio.» Eso dijo él.

      _Y aquí estás tú ya, calabaza. Bien dicen muchos, que tu padrino ni te debía dejar suelto. ¡Pues buena nos ha caído aquíl A ver si te pones ahora furioso y quieres raptar a la Ricarda con escaleras, como a la sobrinilla del alcalde. ¡Más tontadas has hecho y dicho, bocota, sandío, pan mal cocido, que pelos tienes en la cabeza!

      _¿El qué? Bueno: ¿Que me critican el carácter alegre? ¿Que soy algo bromista? Eso me pierde a mí, que doy siempre que hablar con este buen humor y las ocurrencias que tengo. y usted, ¿no da que hablar? ¿No dicen también que es alegre? Pues, tal para cual, tía, y olivo y aceituno, todo uno.

      _Ciruelo seras tú. ¡O alcornoque!

      _Lo que tengo yo es la buena sombra. Mucho chiste. Bien se parten de risa conmigo, que no hay otro cual yo para coronar una fiesta. Luego te critican. En estos puebluchos no puede uno descollar por nada. ¡La cochina envidia, que es peor que la sarna! ¡Y, como coja yo a uno de esos tíos, lo majo! ¡Lo desnuco! ¡Vaya si lo majo! ¡Por éstas! ¡Me he de cegar un día!

      _No te congestiones, Orosio. No me pongas esos ojos de sangre, que pareces un animal. Te voy a soltar la corbata y a abrirte el cuello de la camisa, a ver si te refresca. Anda, déjame, rico.

       _Bueno. Diga usted que soy algo especial, un original y, lo que se dice, un poco raro. Eso no se discute. ¿Que no me parezco a todo el mundo? Ni quiero. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Yo tengo mis cosas, mis caprichos, mis genialidades. Pues como todos los talentos. Me hubiesen dado más estudios y quizás sería a estas horas un genio mundial. Un polígrafo.

      _Tu abuelita la que se murió diría eso.

      _Y mi padre. Ese sí que tenía ojo. Yo he salido a él.

      _Ya ves. Lo llamaban el Cabezón, por la cabeza fuerte, que tenía.

      _Mucho. Mucho. Lo que se llama un cabezón era aquel· hombre. ¡El más que se ha visto! ¿Eh, tía?

      _Sí que nadie lo descalzaba  en eso.

      _Pues siempre decía de mí, desde que tuve el uso de la razón: «Éste, es como el hambre, un rayo, más listo que Cardona». ¿No se recuerda usted, de pequeño, lo que era yo para aprender sermones? ¡Y versos! Todo lo quería imitar yo. «Este angelito _le solía decir el difunto don Eustaquio a mi tía Teresa_, este angelito, es ya un orador de cuerpo entero. Nada, nada, señora, que, si no se nos tuerce, nos va a salir una lumbrera el muy picaruelo. Éste viene de casta» Pues aquél soy yo, tía.

      _Y tanto. Como que te hubieron de enseñar a leer a los diecinueve años, para que no te malograras de niño prodigio.

      _Y ya ve usted. El leer es lo mío. El día se me va leyendo. Por la mañana, la Prensa. Por la tarde, las obras de mi biblioteca particular: biografías, traducciones, los estudios sociales. ¿Y sabe usted lo que me ha dicho el médico?

      _¿Qué te ha dicho?

      _Que me caliento demasiado con la cultura y que mejor si cogiese un maestro para aprender a desleer. Eso ha dicho.

      _Bien, Orosio. Quedamos conformes en que eres el sabio Salomón. Pero con la Ricarda no te casas.

      _¡Que está usted en la higuera, tía! La boda se ha de hacer. ¡y sin remedio!

      _ No sé cómo.

      _¡Como que sí! A usted no se lo dicen. ¡Como que se ha dado ya el escándalo! Y ella fue la que me comprometió.

      _¡Ella!

      _¡Ella! ¡Ella! Y delante de más de ciento y cincuenta personas. Eso fue lo gordo.

      _Sí que sería gordo delante de toda aquella gente.

      _¡Y menuda campanada se dio! A usted se lo ocultan,  para que no la mate a palos. Ni yo quería hoy abrir boca. Por la fuerza, hablo.

      _¿Y cuándo fue eso? ¿Y dónde?

      _El otro año. En la feria de Castromayor. En el baile de sala. ¡Que nos pusimos en evidencia, tía!

      _¿Y tanto se comprometió ella, dices?

      _Hasta lo último. El amor y el fuego no saben encubrirse.

      _jate de sentencias ahora y cuenta lo del baile.

      _Una fiesta hermosa. De lo que no se ve. Y lo de siempre, tía. Las niñas a comerme con los ojos y los hombres a convidarme y a reírse conmigo, en irrisión continua. ¡Hasta me cerraron en la carbonera, para oírme cantar el gorigori!  

      _Nada, tú, como siempre, el rey de la fiesta.

      _Eso mismo. Un triunfo personal. Y grande.

      _Anda. Vete ya al bulto.

      _Bueno. Con que se finaliza el baile y, en las despedidas, va don José Marrueco, el de la luz, y dice, como en un discurso: «¡Ricarda! _y ella estaba entre las dos primas de AlagónRicarda! ¿A que no te atreves a dar un par de besos a tu primo Orosio, que ha sido el mejor galán de esta fiesta y tanto nos ha divertido toda la noche?»

      _Entonces pasaría lo gordo.

      _Lo increíble. Que va la Ricarda y, más fresca que una lechuga, me agarra fuerte, fuerte, por las dos orejas y me plantifica dos besos, uno en cada carrillo, que se oyeron hasta en la estación. Bien que nos aplaudieron, tía, y gritaron ¡vivan los novios!, como a la puerta de la iglesia. No faltó más que la bendición. Y así nos quedamos comprometidos, la Ricarda y yo, para toda la vida. Pero, ese ríe usted? ¿De qué se ríe? ¿Qué fundamento tiene usted de risa? ¡Usted no está bien de la cabeza! ¡Bah! ¡Usted está loca!

      _¡Déjame que me ría, Orosio, que me parece verlo! ¿Y te cogió fuerte, fuerte, de las orejas, dices?

      _Usted está hoy como tonta con lo de la muela. No se ría, ¡que está aquí de por medio la dignidad de la familia! ¡Y la honra! Hágase cargo, tía, que es usted una madre. No debe reírse. ¡Fíjese que de mí no se burla nadie! ¡Pero que jamás!

¡Antes muerto!                      . ,

      _No me burlo, hombre.

      _Pues ya lo sabe usted. ¡Por si las moscas!

      _Pero tú, ¿no comprendes que aquello fue una niñería?

      _¡Eh! ¿Qué niñería? ¡Sólo la muerte puede ya separarnos!

      _A buen seguro, ello se concertó por una apuesta entre muchachos, por alguna de esas bromas de fin de baile; algo como un castigo del juego de las prendas.

      _¡Está usted en la luna! ¡Pero si allí no había prendas! ¡Ni por sombra! 

      _Y, además, tú, Orosio, para muchas cosas de la vida no eres más que un niño.

      _¿Qué niño? ¿Qué niño? ¿Qué dice? ¿Y la representación que yo ostento? ¿Y mi personalidad? ¿Y mi experiencia? ¡Hasta ahí podíamos llegar!

      _Niño o mozo o viejo, tanto da. Con la Ricarda, no te casas tú.

      _¿Y quién la ha de mirar a la cara ya, por muy hermosa que Dios la haya formado? ¿Dónde encontrará, ni con candil, un mejor partido que yo, en cien leguas a la redonda? ¿Quién habrá que mejor la quiera? ¿Con quién se ve sino conmigo, gravemente comprometida? ¿Quiere usted condenamos a vivir sufriendo en el silencio? Tenga conciencia, tía. Parte el alma ver a esa niña locamente enamorada de mí. Yo también lo estoy de ella, tía, hasta las cachas, desde cuatro años hace. ¿Va usted a matarla?

      _Descuida, hijo. Yo te respondo de que por tus pedazos no se ha de morir.

      _Pues anda, anda, que a pesar de su orgullito bien se destruía por mí en sus adentros. ¡Hasta que no pudo resistirlo, tía! ¡Hasta que no pudo resistirlo! Y, en cuanto oyó la voz de don José Marrueco, que la dijo «Ricarda: he ahí a tu Orosio», ella se precipitó inconscientemente en mis brazos, pobrecita, palomita de mi corazón.

      _Esto, Orosio, se va a acabar por donde pudo empezarse. Pero yo no hubiera querido que la noticia que te voy a dar se corriera por ahí, tan súpita.

      _Esa noticia, tía, ¿es buena o mala?

      _Tú verás. Estuvieron ayer acá los Hiniesto de la Jarilla a pedirme la mano de la Ricarda para su hijo Lorenzo. Es una boda más que buena.

      _¡Una maldición, un estropicio, un inri sería! Usted me lo dice para ver si desisto, pero no me ha de engañar a mí; no, porque tal dislate no puede salir cosa cierta. Ni ella puede hacer eso ya. Es tarde. Sería matarla. ¡Matarla, Dios Eterno!

      _Pues mira. Ahora está la Ricarda entretenida con las Madres en elegir dibujos para su ajuar de boda. Y, luego la verás, bien contenta.

      _¡No ha de ser! iAunque me lo juren! iNo! iNo!

      _Pero, hombre. No te quedes como un palomino atontado. ¿Vas a llorar ahora?

      _¡Se me hundiría el mundo!

      _Vamos, anda. ¡Con los millones que tú tienes y las mujeres que hay en este mundo! ¡Qué se te iba a hundir!

      _En eso lleva usted razón.

      _Pues a otra cosa, mariposa.

      _Diga usted que sí, tía. Diga usted que sí.

      _Te voy a echar una copa de aguardiente añejo como para levantar a un difunto. ¿Me la desprecias?

      _No, tía.

      _Es fuerte. ¡Y fíjate, qué olor tan fino!

      _De primera es.

      _Anda. Pímplate otra. Aquí tienes pestiños también. Cómete uno conmigo. ¿Qué me miras?

      _¡Oiga! y usted, tía, ¿cuantos años tiene?

      _¿Yo? Cuarenta y dos. ¿y qué?

      _Pues, que está usted bien buena.

      _Oye. ¿Y te gusto?

      _¡Vaya!

      _Pues tú, que eres tan fino en los piropos, nunca me has echado a mí ninguno. Y, tan mal, no me peino.

      _La sujeción. La contención de uno, con aquello de ser usted prima segunda de mi difunta madre. Pero vamos, que, con usted a cualquiera se le va la vista. ¡Más vale no verla!

      _¿Tan mala soy contigo?

      _¡Lo peor del mundo! ¡La perdición! ¡Y que me tiene usted mala ley! Siempre a ponerme verde y a despreciarme, cuando yo querría besar donde usted pisa. ¡Lo que es para mí, peor que usted, nadie!

      _Me lo dices eso porque no te doy la Ricarda.

      _¡La Ricarda! ¿Qué tiene que ver la Ricarda? ¡Lo que es ésa! Para mí bien de más estaba.

      _Pero, ¿no andabas perdido por ella? ¿No se te hundía el mundo si se prometía con otro?

      _Usted se lo figura. ¡Bah!

      _¿Cómo? ¡Si tú me lo jurabas hace un minuto!

      _Nada. Que soy muy caballero, tía, un gran caballero. Nada más eso ha sido. Palabra.

      _¿Ahora sales con esto? ¿No te bebías los vientos  por ella? ¿No ibas tras de ella, siempre, desde cuatro años hace, que no me la dejabas vivir, de feria en feria?

     _Ve ahí. ¡Como ella se comprometió! Pues, por conciencia, tía, que me dispuse a apechugar con ella. Como fuese. Después de todo, a falta de pan buenas son tortas; y mejor que ayunar, comer trucha.

      _¿Vas a decir ahora que no te gustaba, cernícalo?

     _¡Pché! Monilla es. Pero, si se la mira bien mirada, escasilla. Y poco apañada en el conjunto. Este verano, yo no sé, parece que está como floja la muchacha. Para decir verdad, verdad, lo que ella mejor tiene, aquellos ojitos que te pone y aquella boquita de pitiminí. Pero es muy engreída ella y no vale, no, tanto, tanto, como ella se cree. ¿Dónde va a parar con su madre? La mujer de ole de esta casa es la que siempre ha sido. ¡La que siempre ha de ser!

      _¡Quita de ahí, bobo! ¡Ya los quisiera yo los dieciocho años de la Ricarda para el día de fiesta!

      _¡No diga usted eso, tía! ¡No lo diga ni en broma! ¡Que usted es para mí como el cerro del Potosí, como la Isla de Cuba y el Peñón de Gibraltar de las mujeres!

      _¡Qué tonto te pones, Orosio! ¡Hay que ver cómo te encalabrinas! ¡Y qué ojos! ¿Te vas a beber otra copa?

     _Lo que me va a matar es no encontrar mujer como usted en esta vida. ¡Ay si usted lo quisiera! ¡Sería lo más hermoso del mundo! ¡Ya lo dijo mi agüela! Todavía el año pasado lo decía, tres meses antes de morir: «Si yo fuera hombre para mí, que se quitasen todas. ¡Nadie como la María Luisa!» ¡Ay, si usted lo quisiera!

      _¿De veras, que te casarías conmigo, Orosio?

      _¡Esta misma tarde! ¡A cierra ojos! Y que, con usted, no necesitaba yo ya de médico ni boticario. ¡A escape me libraba de todo mal!

      _Tú no tienes más que aprensiones, bobito, que te meten por sacarte el dinero. ¿De qué te ibas a curar tú?

      _De la tribulación del talento, que me recorne, porque, con usted, me volvía yo tonto de remate, en cinco minutos. ¡EI imbécil completo!

      _¡Ay, Orosio, no seas malo, que me lo voy a creer!

      _Se lo tenga usted por bien creído. Y que si usted, ¡ojala!, y hubiere sido moza de mi tiempo, pues hace buen rato debea usted denominarse «la señora de Frutos».

      _¡Hombre! ¡Si tú vas a mirar, no nos llevamos tanto! Tú treinta y seis y yo cuarenta y dos. Peor estabas con la Ricarda, en eso. Si te pones tres años y me quito yo tres, los dos nos igualamos, bonitísimamente, a treinta y nueve. Como en el juego de pelota.

      _Por mí, hecho. Yo, lo que usted mande. Pero y en haciéndolo eso, ¿se quer usted casar conmigo?

      _Orosio, ¿no hemos quedado bien conformes, en que eres aquí el más guapo, el más elegante, el más limpio, el más listo, el más chistoso, el más galán, el más caballero, el más rico y, en una palabra, el mejor partido del partido de Navalmelgar?

      _Algo me quiere usted subir, pero eso vengo a ser, más o menos.

      _¿Y entonces? ¿Qué mujer del mundo no se querrá casar contigo? Yo y todas. Pero, mira, que yo soy pobre y tú millonario. Me tendrás que dar arras, y dote.

      _Lo mío suyo es. ¿Para quién lo quería yo?

      _Y me vas a dotar en cien mil duros.

      _Mi padrino dirá que es mucho. Y yo digo que es poco.

      _Diga lo que quiera. Siempre sería mucho menos de la décima parte de tu hacienda.

     _Mi padrino dirá «que si no tienes mujer de balde» y «que si el que se casa por todo pasa». Y yo diré «que lo que bien se compra nunca es caro». Usted vale millones. Y dos millones he de poner yo para su dote.

      _No merezco tanto.

      _Usted es una mula fina, para pesarla en oro.

      _Mucho me honras. Pero, para , con los cien mil duros  está. En fin, lo que tú quieras, que en casa se ha de quedar todo. Esta misma noche irás a don Jesús, el notario, que vaya preparando la escritura. Ya te enseñaré yo cómo has de decirlo.

      _¿Y si no lo sé decir, tía? ¿Y si lo hiciéramos los dos, después que nos casemos?

      _ La Ley no lo consiente. Lo tienes bien clarito en el artículo del Código Civil.

       _¡Tía! ¡Que además de tan guapa me va usted saliendo bien lista!

       _ No tanto cmo tú. Y vamos con las arras, Orosio.

       _Y que pida usted poe esa boca.

       _ Me traerás, antes de la boda, pues me tocan a mí, las joyas que en tu casa hay: el collar de brillantes, que tu madre, la pobre, nunca se puso; unos pendientes de rubíes con cerco, grandes, antiguos; dos pulseras de aro de oro con  peluconas y medallas; otra con una perla fina de rosa y diamantes; un broche de zafiros, de muy buena montura, con diamantillos chicos. Y no sé si recuerdo más. ¡Ah, sí! El broche rubí con un rubí grande y perlas medianas, que formaba aderezo con los pendientes, que te dije. Lo demás, gargantillas y arracadas de oro, de estas de pueblo, cruces, cadenillas y corales, pude quedarse allá, y veremos después lo que se haga. ¿Te parece bien?

      _Todo ha de parecerme poco para la mi señora, para la reina y emperatriz que me llevo. Y poco me parecen a mí todas las joyas de mi casa. Y del mundo. Lo que yo quiero, es regalarla con  algo mío. Poner aquí algo mío. ¡Un collar de perlas ha de ser y una sortija de esmeraldas!

      _Tú me quieres humillar, Orosio. No valgo tanto, no. Y aún otra cosa quería pedirte. ¿Me dejas?

      _Usted pida, tía. Pida. ¡Que aquí esto yo!

     _¡Que me llevaras, los veranos, a tomar las aguas de Cestona, y ya, en estando allá, nos podríamos pasar, si tú quieres, mes y medio en San Sebastián. Los inviernos, me gustaría que me dieses alguna vueltecita por Madrid, Sevilla o Barcelona, y, así, con estos viajes, lucirías tú a tu mujer y yo a mi marido, con ese gran tipo que tú tienes para las grandes capitales. ¿He dicho bien, Orosio?

      _¡Y que lo hemos de pasar como reyes! En España, por nadie nos hemos de querer cambiar usted y yo. Pero, ¿Y la Ri­carda? ¿Qué será de esa pobre Ricarda?

     _Estará ya casada. Y como su marido tiene posición, levantará la hacienda, aunque esté muy hipotecada. Él puede. A la Ricarda, sabes, sólo la quedó lo del tío, porque lo mío se lo llevó la trampa.

      _Entonces, sí que yo he venido como agua de mayo. ¿Lo ve usted? Ni el usofruto la quedaba.

     _No me quedaba. Pero me quedas tú. Todos dirán que por el interés y aun por la codicia te cogí. Pero ¿sabes lo que estoy viendo ahora? De repente lo vi, como de bulto.

      _¿Y yo no lo he de ver? ¿Qué está viendo?

      _Estoy viendo que eres, punto por punto, lo contrario de mi primer marido. Como el día y la noche sois. Y se me representa lo avaro y lo mezquino que era aquel hombre y lo liberal y generoso que tú eres. Todos los gustos me negó. Y tú siempre me das cuatro veces lo que te pido. A él se le había de ver todo el día triste, frío, con aquella cara tan agria para mirarme. ¡Y tú, que te me vuelves tan dulce, tan fogoso, tan alegre apenas si te miro! Hasta de novio, él era una mala traza, un desastrado, un sucio, con aquellas barbazas de ocho días. Y tú, tan buen mozo, tan curioso de tu persona, tan galán. A él se le pasó la vida renegando. Hastiado, estragado estaba de todo. Hasta el asco de sí mismo tenía. Tú te pasas de fanfarrón, de ufano y de satisfecho de ti. Por nadie te cambias ni te cambio. Aquel pobre marido mío, en nada de este mundo ni del otro creía; y tú, te crees todo lo bueno que oigas del cielo y de la tierra. La vida que él me dio fue un infierno de celos, de humillación, de malos tratos. ¡Ay, Dios mío, pobre de mí! ¡Qué vida! Y aquí estás tú, seguro de ti mismo, bien confiado en mí, rendido a mí, feliz, enamorado. Sólo en una cosa te pareces a él, si en ello te entercas Orosio. Él tea de verdad un gran talento, y de eso padecía. Pero él era un demonio. Y tú, un ángel.

       _Angel debo ser. Bien me siento en el cielo. Bien se me cae la baba. ¡Como nunca!

      _¡Ay, Orosio, Orosio! ¿Y no sabes, que ya no soy tu tía, que soy tu novia? ¡Anda, suéltame uno de esos discursos que sabes tú para las mozas! ¡Y lIámame de tú, Orosio!

      _De rodillas me tendré que poner, como en el teatro, y cogerte esa mano de diosa de la mar serena, para decirte todo lo que te quiero, gachona incalculable, luz de mi vida, estrella de mi corazón. Más te diré, si me miras, así, con esos ojos: ¡EI Celeste Imperio! ¡Eso eres !

      _Y yo ahora, Orosio, también yo te cojo, fuerte, fuerte de las dos orejas y te plantifico dos besos, uno en cada carrillo. ¡Bobo de mi alma!

(De Cuatro lances de boda)

 

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