Lucio Anneo Séneca

MEDEA

Tragedía de Lucio Anneo Seneca,

traducida, sin cortes ni glosas, del verso

latino a prosa castellana.

(Cinco actos)

por Miguel de Unamuno

Personajes

MEDEA    NODRIZA

CREONTE  Jasón

MENSAJERO  CORO

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

Medea, sola.

    MEDEA Dioses conyugales, y tú, Lucina, guardiana del lecho nupcial, que enseñaste a Tifis a frenar la nueva nave que habría de domar marinas; y tú, duro señor del mar de fondo, Titán, que repartes el claro día al orbe; y tú, Hécate triforme que das de testigo tu resplandor a los callados sacrificios; y vosotros, dioses por los que me juró Jasón y a quienes más le toca a Medea rogar, sima de la noche eterna, regiones contrarias a los Altísimos, ánimas en pena, soberano del reino triste y soberana a que arrebató un mejor fiel, con voz malhadada os invoco. Acá, acá, acorredme, diosas vengadoras de agravios; desgrenada la melena de flotantes serpientes, empunando la negra tea, llegaos como otrora os llegasteis, hórridas, a mi alcoba de novia. Dad muerte a la nueva esposa y muerte al suegro y al linaje regio y concededme a mí para el esposo el peor mal que os pido. Que viva, si, pero errante y desvalido por desconocidas ciudades, desterrado, despavorido, aborrecido, sin hogar cierto. Ansíeme por mujer; llame a umbral ajeno como ya conocido peregrino y lo peor que para el me cabe rogaros, que le salgan los hijos al padre y que a la madre le salgan. Mas en vano desparramo quejas y palabras. ¿No he de arremeter a los enemigos? No he de apagar a mano las antorchas nupciales y en el cielo la luz? ¡Y que esté mirando esto el Sol, origen de mi linaje, y que se le esté mirando a él, sentado en su carro, recorrer los acostumbrados espacios del puro firmamento! ¡Que no se vuelva a su cuna y que no arredre al día! !Dejame, dejame ir por los airés en el paterno carro; entregame, padre, las riendas y permíteme que temple con ardientes bridas al fogoso tiro!

     Corinto, la que opone barreras a doble ribera, juntará, así que entregada a la hoguera, dos mares. Es lo solo que me falta. Llevaré, como esa misma, a la alcoba la tea después de las plegarias sacramentales; degollaré víctimas en los altares consagrados. Busca, alma mía, en tus mismas entrañas el camino al suplicio si es que vives, y si algo te queda del pasado vigor arroja de ti temores mujeriles y reviste de la dureza del Cáucaso a tu corazón. Cuantas atrocidades vieron el Fasis y el Ponto ha de verlas el Istmo. Revuelve dentro de las mientes maldades fieras, desconocidas, horribles, tan tremendas para el cielo como para la tierra. Sangraza, matanzas, cadáveres insepultos? ¡Fruslerías! Eso lo hice de doncella; surta un rencor más hondo. Después del parto me cuadran mayores crímenes. Cíñete, pues, de rabia y preparate con todo furor al exterminio. Que de habérsete repudiado se hable como de tu boda. ¿Cómo vas a abandonar a tu marido? Como le seguiste. Basta ya de remolonear. Como surgio por crimen, por crimen hay que abandonar esta casa.

ESCENA SEGUNDA

Coro.

    CORO Acudan con favor a la regia cámara nupcial los Altísimos que rigen el cielo y los que el mar; con el

pueblo devoto. Que rinda primero un toro blanco el cuello a los soberanos celestiales. Gusta Lucina de ternera nívea

no rendida al yugo y a la que detiene las sangrientas manos del recio Marte, trama treguas entre los guerreros y guarda en el cuerno caudales para los ricos; désele la más apacible y tierna de las víctimas. Y tú que llegas con antorchas de ley, hendiendo la noche con diestra agorera, llégate acá, Himeneo, marchito, con paso ebrío, ceñidas las sienes con ramilletes de rosas. Y tú, previa a día y a noche, estrella que llegas siempre tarde para los amantes, te anhelan las madres ansiosas y te anhelan las novias a que derrames cuanto antes tus lucientes rayos. Esta gala virginal sobrepuja a las nueras griegas y a las que en la ciudad desmantelada de la cumbre del Taigeto se ejercitan, cual los mozos, y a las que se banan en la fontana beocia y en las aguas sagradas del Alfeo. Si es por hermosura el caudillo, hijo de Eson, vence al del rayo malo, al que unce tigres a su carro y al que sacude los tripodes, hermano de la áspera virgen, y a Cástor y a Pólux campeón del guante púgil. Divinidades celestes, que se destaque ella entre las casadas, que descuelle el entre los maridos, así os lo ruego. Cuando ella asoma en el coro de las mujeres, pésales a todas la cara de una sola asi como cuando el Sol se borra el resplandor de las estrellas y comocuando se aprietan para esconderse las Siete Cabrillas al cerrar la Luna con sus cuernos de lumbre prestada su cerco solido. Así color de nieve derramado se arrebola en purpura; así el resplandor nítido que el pastor, rociado, mira a la lumbre nueva. Arrancado a la horrida alcoba de la hija de Fasis donde se hizo, tembloroso, a coger con diestra reacia los pechós de la desenfrenada, toma ahora, alegre, a la doncella eolia, a gusto de sus padres. Ea, pues, mozos, holgaos en torneo de holgorío; lanzad cantares acá y allá. Rara es tal licencia de parte de los amos. Cándido y generoso linaje del dios del tirso, tiempo es ya de encender el astillado pino. Atiza el fuego solemne con entumecidos dedos. ¡Ea, a las bromas chispeantes y mordaces! ¡Estalle en guasas el mocerío! Y que se vaya a las silenciosas tinieblas si es que alguna se casó, desterrada, con marido forastero.

ACTO SEGUNDO

ESCENA PRIMERA

Medea y Nodriza.

     MEDEA ¡Muerta soy! Cantos de boda me hirieron los oídos. A duras penas si llego a creer tanta desdicha. ¿Ha

podido llegar a esto Jasón? Dejarme así, sola, sin padre, ni patria ni reino, en suelo extranjero? ¿Despreciar, cruel,

mis favores a que vio vencer, con crímenes, llamas y mares? ¿Cree acaso que se acabo ya todo horror? Incierta, arrebatada, loca, me revuelvo a todas partes, a ver por donde me pueda vengar. ¡Así tuviese el un hermano! ¡Pero hay la mujer…, contra ella el filo! Mas… basta esto a mis resentimientos? ¡Si hay algun crimen que, conocido por las

ciudades griegas o las bárbaras, desconozcan tus manos, hay que aparejarlo! Que te aconsejen tus crímenes pasados

y vuelvan todos: el robo del vellocino de oro; tu pobre hermano, compañero de una nefanda doncella, destrozado a

espada; su cadáver a los pies del padre, sus trozos esparcidos por el mar; los miembros del anciano Pelias cocidos en

caldero; ¡tanta sangre funesta que derrame sin piedad! Y nada de ello lo hice enconada. Mas ahora me hurga furíoso

un amor desventurado.

    Pero ¿qué pudo hacer Jasón, rendido a derecho y albedrío ajenos? Debió haber dado el pecho al hierro. !Mas… habla mejor, pesar rabioso! A poder ser viva mío, como lo fue Jasón, y si no… viva también y recordadizo perdóneme por mi largueza. La culpa toda es de Creonte, que, sin dominar su cetro, nos quebró el enlace, arrancó la madre a sus hijos y rompió una fe estrechamente empenada. Contra él; pague las penas que debe. Atollaré en hondas cenizas la casa; el cabo Malea, que hace dar largos rodeos a las naves, vera retorcerse en llamas negro torbellino.

    NODRIZA Calla, por favor, y esconde en secreto dolor tus quejas. Quien soporta mudo y con ánimo sufrido e

igual los golpes es quien puede devolverlos. La ira que se tapa es la que daña a otros; los rencores profesados pierden

puntos de venganza.

     MEDEA Flojo dolor el que puede tomar consejo y recatarse. No cabe esconder los grandes tormentos. Tienen

que estallar.

    NODRIZA Para, hija, el coraje furioso. Apenas si te defiende la quietud callada.

    MEDEA Teme a los fuertes y persigue a los cobardes la fortuna.

    NODRIZA Es en su punto cuando hay que probar el valor.

    MEDEA Nunca ha de faltar al valor punto.

    NODRIZA No hay esperanza que marque camino en los reveses.

    MEDEA Quien nada espera, de nada desespera.

    NODRIZA Se te fueron los colcos; no hay lealtad en tu marido; de tanta grandeza nada te queda ya.

    MEDEA Me queda Medea, y aquí ves mar, tierras, hierro, fuego, dioses y rayos.

    NODRIZA Hay que temer al rey.

    MEDEA Lo fue mi padre.

    NODRIZA ¿No tiemblas ante las armas?

    MEDEA Ni aunque broten de la tierra.

    NODRIZA Morirás.

    MEDEA ¡Y de gana!

    NODRIZA Huye.

    MEDEA Me peso la huida. ¿Huir Medea…?

    NODRIZA Madre eres.

    MEDEA Por quien ya lo ves.

    NODRIZA ¿Dudas huir?

    MEDEA Me iré, pero tras de vengarme.

    NODRIZA Te perseguirá vengativo.

    MEDEA Tal vez he de encontrar plazos.

    NODRIZA Guárdate las palabras, déjate de locas amenazas y templa el ánimo. Hay que acomodarse a los

tiempos.

    MEDEA Puede privarnos de riqueza la fortuna, pero no de ánimo. Mas… ¿Cómo es que rechina el quicio

de palacio? Vele aquí al hinchado Creonte, al del poderío griego.

 

ESCENA SEGUNDA

Creonte y Medea.

    CREONTE Medea, malvada ralea de Colquida, ¿no te has de largar de una vez de nuestro reino? Algo maquina: bien vistos estan sus manejos y su doblez. ¿A quién perdona? ¿A quién deja en paz? Lo cierto es que me preparaba a raer cuanto antes a filo de hierro esta mala peste cuando me venció con sus ruegos mi yerno. Le quedé perdonada

la vida; que libre de sus temores al pais y váyase en seguro. Pero se me encara feroz; arremete amenazadora contra

nuestros mandatos. Criados, que ni me toque ni se me arrime. Hacedla callar y que aprenda de una vez a soportar

el mando. ¡Vete enseguida y de prisa, horrible mala bestia, vete!

    MEDEA ¿Por qué crimen o que culpa se me condena a destierro?

    CREONTE Pregunta ahora por qué se le expulsa la inocente mujerzuela

    MEDEA ¡Si estás juzgando, enterate; si reina, ordena!

    CREONTE Justo o no el poderío del rey, tienes que acatarlo.

    MEDEA Nunca duran por siempre los reinos injustos.

    CREONTE Vete a quejarte a Cólquida.

    MEDEA Me volveré, pero que quien de allí me saco, allá me lleve.

    CREONTE Llega tarde tu voz para una orden ya en firme.

    MEDEA Quien sin oír a ambas partes firma algo, aunque esto sea justo, él no lo fue.

    CREONTE ¿Oíste acaso a Pelias al darle muerte? Pero habla, y haya asi lugar la vista de tan escogida causa.

    MEDEA Cuán difícil sea desviar de su colera a un animo enconado que cree propio de rey rematar lo empezado,

quien esgrime orgulloso el cetro, cosa es que aprendí en mi palacio. Que aunque abrumada ahora bajo miserable

desdicha, expulsada, suplicante, sola, abandonada, acosada por dondequiera, brille en un tiempo junto a un padre

noble y tengo en mi abolengo al claro Sol. Todo lo que el Fasis riega con blandos rodeos y cuanto el mar Negro ve a sus espaldas, allí donde la marina se endulza en aguas de albufera y cuanto a las orillas del Termodonte pisotea la hueste de doncellas armadas de adargas, todo ello estuvo sometido al poder de mi padre. Generosa, dichosa, poderosa con honores regios, brille. Pretendían entonces mi alcoba pretendientes que son ahora pretendidos. La rápida fortuna, tornadiza y atolondrada me echó del reino al darme al destierro. Fíate, pues, del poder, ya que un ligero azar lleva de acá para allá tantas grandezas. Tienen los reyes de elevado y grande –ni hay día que se lo quite- el dar amparo a los menesterosos y abrigo a los pordioseros; es lo solo que saque del reino colquico. Me estuvo reservada la gran gloria de haber salvado a la resplandeciente flor y nata de Grecia, sosten de la gente aquea, linaje de dioses. Regalo mío es Orfeo, el que ablanda penascos con el canto y se lleva tras de sí a las selvas; regalo mío los mellizos Cástor y Pólux y los hijos de Boreas, y Linceo que ve, al traves del Mar Negro, puesta la luz, hasta lo más remoto, y todos los Argonautas, por no decir nada del caudillo de sus caudillos. Por quien nada se me debe y quien no le cargo en cuenta a nadie. Traje a los demas para vosotros, pero a este solo para mí. Ven, pues, ahora a echarme en cara todas mis maldades; las confesaré. Solo un crimen puede reprochárseme: la vuelta de los Argonautas. Ah, si hubiera tenido la doncella verguenza y respeto a su padre, habría arrasado con sus jefes la tierra toda griega y ese tu yerno, el primero, habría perecido abrasado en las llamas de la garganta del salvaje toro. Sea cual fuere el destino que me tenga reservado la Fortuna, no me pesa haber salvado tanta flor de principes. El galardón que haya logrado sacar de tantas culpas te pertenece hoy. Condéname si te place, pero devuélveme mi crimen. Soy culpable, lo reconozco, Creonte. Me sabías tal cuando te abrace las rodillas y te alargue la diestra suplicante pidiendote palabra de soberano. Te ruego me des un trecho de asiento en esta tierra, un misero escondrijo. Echame, si asi te agrada, de la ciudad, pero que se me de un rinconcito apartado en el reino.

     CREONTE Que no soy de los que esgrimen violentamente el cetro ni de los que dan soberanos puntapies a la miseria, me parece resultar bastante claro de haber tomado por yerno a un desterrado, desvalido y henchido de terror, pues Acasto intento entregarte a castigo de muerte al lograr el reino tesálico. Se duele por su padre anonadado, tembloroso de vejez, cargado de anos; se duele por los miembros destrozados del anciano cuando, presas de tus engaños, las piadosas hermanas se atrevieron a aquella atrocidad. Le cabe a Jasón, si retiras su causa, defenderla él. No le manchó, inocente, sangre alguna; no tocó hierro su mano y mantúvose alejado de vuestro cotarro. Tú, maquínadora de maleficios; tú, que en maldades de mujer, con vigor varonil para osarlas, no tienes en cuenta su infamia, sal de aquí, purga de ti al reino. Llévate contigo tus yerbas mortíferas; libra de miedo a los ciudadanos. Vete a tentar a los dioses a otro suelo.

    MEDEA ¿Me fuerzas a salir? Devuelve, pues, su nave a la que parte o devuélveme el compañero. ¿Por qué me ordenas salir sola? No vine sola. Si temes sufrir guerra, échanos del reino a los dos. ¿Por qué distingues entre dos culpables? Por él, no por mí, yace Pelias. Añade el destierro y los robos, el padre abandonado, el hermano descuartizado, y lo que enseña un marido aun a su recien casada; eso no es mío. Tantas veces que cometí delitos, mas nunca en provechó mío.

    CREONTE Urge ya que salgas. ¿A qué retardarlo hablando?

    MEDEA Por último te suplico al irme que no recaiga sobre los inocentes niños la culpa de su madre.

    CREONTE Vete, que yo los acogeré como padre en mi seno.

    MEDEA Por esta boda regia bajo tan buenos auspicios celebrada; por las esperanzas de un porvenir venturoso; por el estado del reino que la caprichosa fortuna remueve a veces, te ruego que le otorgues un breve respiro a la que va a irse; que una madre, tal vez al ir a morirse, pegue los últimos besos a sus hijos.

    CREONTE Si, buscar tiempo para urdir engaños.

    MEDEA ¿Que engaños hay que temer en tan poco tiempo?

    CREONTE No hay tiempo corto para tramar daños.

    MEDEA .Vas a negar a una desdichada rato para lágrimas?

    CREONTE Aunque el temor entranado rehúse tus ruegos, se te dará un día para preparar tu marcha.

    MEDEA Sobrado, cabe acortar algo; tengo prisa yo misma.

    CREONTE Te costará la cabeza si no dejas el Istmo antes de que el claro Sol traiga el día. Me llaman las ceremonias de la boda; tengo que implorar en este día de fiesta a Himeneo.

ESCENA TERCERA

Coro.

    CORO ¡Que por demás atrevido fue quien primero hendió los mares aviesos en tan quebradizo barquichuelo

y, dejando a la espalda sus tierras, entregó la vida a los ligeros vientos, y al cortar con peligrosa carrera las olas

pudo fiarse a leve leno, llevado por harto delgado sendero entre las vías de la vida y de la muerte! Ni conocían entonces los astros ni se servían de las estrellas que tachonan el firmamento; no podían las naves esquivar las constelaciones lluviosas, ni la de la Cabra, ni la del Carro norteno a que sigue y endereza el viejo tardo Boyero, ni tenían nombre todavía ni la Tramontana ni el Lebeche. Tifis se atrevio a abrir lienzos con el mar mayor y a marcar nuevas leyes a los vientos; ya a desplegar las velas por todo el combes, ya a coger de sesgo, al pie del palo, los vientos; ya a asegurar las antenas en medio del maste, ya a sujetarlas en lo más  alto cuando ansioso el marino desea todos los soplos y en la punta de la arboladura tremola el rojo gallárdete. Sencillos tiempos, lejos de todo engaño, vieron nuestros padres.

    Cada cual, sosegado, apegado a sus riberas, envejeciendo en el patrío terruno, acaudalado con poco, no sabía de más riquezas que de las que le daba el solar nativo. El leno tesálico aunó comunidades de gentes muy separadas antes entre sí, sometió al piélago a tener que sufrir los golpes del remo y a que formase parte del mundo un mar apartado. Pagó aquel desdichado leno graves penas; llevado por largos peligros entre dos montes, cierres del

profundo, que gemían en torno con embestidas, y como con fragor airoso, mientras el mar prisionero lanzaba nubes

a las estrellas. Palideció el osado Tifis y dejó caer de su floja mano las riendas; hizo callar Orfeo a su lira embotada

y el navío mismo perdió su voz. Pero, ¿qué? Cuando la doncella del Peloro siciliano, ceñido de sus rabiosos perros el vientre, les hacía ladrar a todos a la vez, ¿quien no se estremeció todo al oír semejante monstruoso ladrido? ¿Y que, cuando las fieras bestias que con su voz brizaban al mar Tirreno, al resonar la cítara tesalia de Orfeo casi se sintieron forzadas a seguirle, ellas, sirenas, que retenían a los navíos con sus cantares? ¿Cuál fue el precio de aquella expedición? Un vellocino de oro y Medea, calamidad mayor que el mar, digno galardón de la primera nave. Ya no hacen falta galeras fabricadas con arte, ni ínclito navío Argos dando remos a principes, ya cualquier barquichuelo

recorre la alta mar; hase removido todo mojón, y han echado las ciudades muros en tierras nuevas. El orbe, pasadero

todo él, nada deja en su lugar. Se abreva el indio en el helado Araxes; beben los persas en el Elba y en el Rin. Vendrá

una edad, allá, en los tardios anos, en que el Oceano ha de aflojar los ataderos de las cosas todas, se abrirá la ingente

tierra, la mar destapara nuevos orbes y no sera ya el fin de las tierras Tule.

 

 

ACTO TERCERO

ESCENA PRIMERA

Nodriza y Medea.

    NODRIZA ¿Adónde vas, muchacha, tan de prisa? Resiste y comprime tu ira y retén el coraje. Como una bacante

que incierta echa a correr endemoniada y enloquece al recibir al dios en la cumbre del Pindo nevoso o en la del monte Nisa, así esta corre de acá para allá con porte fiero, llevando en la cara señales de loco furor. Encendido el rostro, saca de lo hondo el huelgo; chilla, riega sus ojos con copioso llanto, se ríe, le sobrecogen toda clase de sentimientos. Se para, se arrebata, se queja, gime. ¿Sobre qué recaerá el peso de su ánimo? ¿Dónde se romperá esta rompiente? Desborda su furia. No trama un crimen hacedero o mediano; se va a sobrepujar. Conocíamos las viejas formas de su reconcomio; pero nos amaga algo grandioso, feroz, cruel, impío. Columbro el rostro de la ferocidad. ¡Así los dioses hagan marrar mi miedo!

    MEDEA Si buscas, desdichada, como asegurar al rencor, remeda al amor. ¿Es que voy a sufrir sin vengarme

estas bodas? ¿Ha de irse en vano este día pedido con tanto empeño y al fin logrado? Mientras la Tierra se sostenga

en contrapeso en el cielo y el mundo mondo desenvuelva sus estaciones y falte numero a las arenas y sigan al Sol el

día y a las estrellas la noche; mientras el Carro polar no se sumerja en las olas y los ríos caigan a la mar, jamás se

despenara mi furor, sino que ha de acrecentarse siempre.

    ¿A qué la fiereza de las fieras, a que Escila, a que Caribdis sorbiendo al mar romano y al siciliano, a qué el Etna que

aplasta al anheloso Titán hierven con tantas amenazas? Ni río torrentoso, ni mar borrascoso, ni duro golfo sacudido

por galerna, ni ímpetu de llamas hostigado por huracán podrán contener la pujanza de nuestros rencor; lo derribare

y arrasare todo. ¿Es que cobró miedo de Creonte y de la guerra tesálica? El verdadero amor no puede temer a nada.

Y aunque hubiese cedido forzado, rendido, pudo, de cierto, llegarse a su mujer, a cruzar con ella unas últimas palabras; pero el, tan bravo, hasta de esto tuvo miedo. Podía haberse alargado, en gracia al yerno, el plazo del bárbaro destierro.

    Un día solo se me concede para mi par de hijos. No me quejo de la cortedad del plazo, pues ha de dar mucho de sí.

Ha de dar de sí este día lo que nadie callára ya más. Embestiré a los dioses; lo trastornaré todo.

    NODRIZA Recobre, señora, el corazón turbado por los pesares; sosiéguese.

    MEDEA No me cabe ya más sosiego que el de ver derrumbarse todo conmigo. Húndase conmigo todo, pues

que hay, según parece, que arrastrarlo.

    NODRIZA ¡Ojo a lo que hay que temer si te entercas! Nadie puede acometer en salvo a los poderosos.

ESCENA SEGUNDA

Jasón, Medea y Nodriza.

    JASÓN ¡Fatalidad siempre recia, áspera suerte, tan mala cuando se ensaÑa como cuando se afloja! ¿Es que

la divinidad ha de haber encontrado siempre para con nosotros remedios peores aún que las dolencias? Si hubiera

querido guardar la fe que mi mujer se merece, habría tenido que ofrecerme a la muerte, y si no hubiera querido

morir, faltar, miserable, a la fe jurada. Pero no es el terror, sino la ternura, estremecida, lo que le vence a uno, pues

que a la perdición de los padres se seguirá la de su prole. ¡Oh Santa Justicia, si es que en los cielos te hallas, invoco

y atestiguo tu sentido! Los hijos vencieron al padre y a ella misma la vencieron. Aunque dura de corazón y reacia a la

coyunda, me figuro que tiene más apego a los hijos que no a la alcoba. He resuelto abordar con ruegos a esta rencorosa. Hela aquí que al verme, fuera de si, se enfurece. Lleva por delante odios; todo en su cara es congoja.

    MEDEA Me marcho, Jasón, me marcho. No me es nuevo mudar de asiento, aunque la causa de la mudanza sí

que lo es. Por ti solía desterrarme… Me marcho. Y al forzarme a salir de tus lares, ¿adónde me despachas? ¿He de irme a Fasis y a Colcos y a mi patria, a los campos regados con la sangre de mi hermano? ¿A que tierras me mandas que arribe? ¿Qué mares me señalas? ¿Las hoces del estrecho del Mar Negro, por donde traje a la nobleza al seguir al adúltero por los Dardanelos? ¿Me iré a la pequeña Yolco o al valle tesálico del Tempe? Cuantas vías te abrí, me las he cerrado. ¿Adónde me despachas? !Mandarme, desterrada, al destierro, pero sin dármelo! “¡Que se largue!”, ordena el regio yerno. Nada desobedezco; imponme recios suplicios, pues merecidos me los tengo. Que el encono regio agote los castigos cruentos contra la querida, que le cargue de esposas las manos, que la meta en roquera mazmorra de eterna noche; sufriré menos de lo merecido. ¡Ingrato! Acuérdate de los abrasados alientos del toro de fuego y del terrible terror a la gente bravía, y de la tropa en llamas del armado campo de Cólquida, y de los tiros de los repentinos enemigos cuando, a mi mandato, los soldados surtidos de la tierra se entremataban. Añade los despojos arrancados al carnero de Frixo y el dragón desvelado al que obligue a rendir sus párpados al sueño desconocido; el hermano entregado a la muerte y los crímenes todos hechos de vez un crimen solo; y las hijas llevadas por mi a engaño a descuartizar al anciano padre, que ya no reviviría. En busca de reinos ajenos abandone el mío. ¡Por la esperanza de tus hijos y la certidumbre del hogar, por los monstruos vencidos, por estas manos que nunca ahorré en servirte, por los pasados espantos, por el cielo y por las ondas, testigos de nuestro enlace, ten lástima de mí! Tú, dichoso, devuelve la dicha a la que te lo suplica. De aquellas riquezas que, robadas a lo lejos, llevan los escitas hasta los abrasados pueblos de la India; de aquellas con que, ya recogidas, al no caber en el tesoro casero, adornamos nuestros bosques, de todo ello nada traje, desterrada, mas que los miembros de mi hermano, y esto te lo brinde. Patria, padre, hermano, honra, te los cedí. Con esa dote me casé; devuelve a la desterrada lo suyo.

    JASÓN Cuando Creonte, irritado, quería darte muerte, vencido a mis lágrimas te condena a destierro.

    MEDEA Lo creía castigo, mas, por lo visto, es el destierro largueza.

    JASÓN ¡Mientras te quejas, lárgate de aquí! ¡Siempre abruma el enojo de los poderosos!

    MEDEA Esto que me aconsejas es a favor de Creusa, pues le quitas así una rival aborrecida.

    JASÓN ¿Medea me echa en cara amores?

    MEDEA Y asesinatos e imposturas.

    JASÓN ¿De que crímenes puedes acusarme?

    MEDEA De los que yo cometí.

    JASÓN No nos faltaba más que esto, ¡que resulte yo ahora culpable de tus crímenes!

    MEDEA Tuyos son, tuyos. A quien un crimen le aprovecha, ese lo cometió. Acúsenme todos de cónyuge infame, pero solo a ti te toca defenderme, proclamarme inocente. Debe serlo para ti quien para ti pecó.

    JASÓN ¡Ingrata vida la que acatada pesa!

    MEDEA No hay por que conservar la que pesa acatada.

    JASÓN ¿Por qué no domas esas entrañas que te revientan de rencor? !Apacíguate; por tus hijos!

    MEDEA Los rechazo, los reniego, los recuso. ¿Es que va a dar Creusa hermanos a mis hijos?

    JASÓN Es reina de hijos de desterrados, amparo de desvalidos.

    MEDEA Que jamás llegue para los pobrecitos tan negro día que se mezcle la prole hedionda con la prole gloriosa,

los nietos de Sísifo con los del Sol.

    JASÓN ¿Por qué, desgraciada, nos arrastras, a ti y a mí, a la perdida? Márchate, te lo ruego.

    MEDEA Creonte oyó mi súplica.

    JASÓN Dime, pues, lo que me quepa hacer por ti.

    MEDEA ¿Por mí? ¡Hasta el crimen!

    JASÓN Con un rey por cada lado…

    MEDEA Y con otro mayor peligro, que es Medea. ¡Dejanos, pues, encararnos, pelearnos, y sea Jasón el galardón!

    JASÓN Me rindo, agotado, por los reveses. Y tú, por tu parte, ten cuidado con lo que ya probaste.

    MEDEA Tuve siempre del todo a mis pies a la fortuna.

    JASÓN Acasto apremia, y es mas cercano enemigo Creonte.

    MEDEA Huye de ambos. No te armes contra tu suegro, que no te obliga Medea a que te manches con sangre de tu familia. Vente, inocente, conmigo.

    JASÓN ¿Y quién resistirá si es que estalla una doble guerra?

    MEDEA Anadeles los colcos y al caudillo Eta, agrega los escitas o los griegos y los ahogaré a todos.

   JASÓN Me aterran los altos poderes.

    MEDEA Mira bien no sea que los codicies.

    JASÓN Cortemos esta conversación, no vaya a hacerse sospechosa.

    MEDEA Ahora, Júpiter, soberano, truena con el cielo todo, alarga tu diestra; dispón llamas vengadoras; sacude

al mundo entero con nubarrones desgarrados y que no reparta tu afanosa mano los dardos. Contra mí o contra este es igual, pues quien de nosotros sucumba perecerá culpado. No puede marrar en nosotros tu rayo.

    JASÓN Empieza ya a pensar bien y a hablar sosegadamente. Si es que algo en casa de mi suegro puede aliviar tu destierro, pídemelo como consuelo.

    MEDEA Puede y suele el ánimo, bien lo sabes, menospreciar regias grandezas. Déjeseme tan solo tener por

compañeros de mi marcha a mis hijos, en cuyos senos derramaré lágrimas. A ti te quedarán nuevos hijos.

    JASÓN Querría plegarme a tus ruegos, lo confieso, pero el cariño me lo veda. A aguantar eso ni el mismo rey y suegro podría forzarme. Son la causa de mi vida, el solaz de los cuidados de mi encendido corazón. Antes habrían

de faltarme el aliento, el cuerpo, la luz.

    MEDEA ¿Quiere así a los hijos? ¡Bien; le tengo! Ya está a la vista el sitio para el golpe. Pérmitaseme al menos al ir a partirme darles mis últimos encargos, los últimos abrazos. !Es tan dulce! Te pido con mi última vez que si mi

dudoso dolor te dolió en algo, que no te moleste lo dicho. Guarda el mejor recuerdo de mí y que se te olviden estas

palabras de encono.

    JASÓN Las eché todas afuera. Aduéñate, por favor, de tu espíritu hirviente, trátale con blandura. El sosiego

briza las miserias.

    MEDEA Fuese… ¿no es asi? ¿Te has olvidado de mí y de tantas proezas mías? ¿He muerto para ti? Nunca

moriré. A llamar, ea, a todas las potencias y las hechizerías todas. El fruto de tantos crímenes te sirve para no tener

nada por crimen. Apenas si queda lugar a la falsía; se me teme. Ataca allí donde nadie puede temer nada. ¡Adelante!

!Atrévete, comienza! Lo que puedas y lo que no, Medea. Y tú, mi fiel nodriza, compañera de mis pesares y de mis desventuras, ayuda con tus consejos a una desgraciada. Guardo un manto, regalo de la casa celestial, joya del reino, prenda que el Sol dio al linaje Eta, y guardo también un collar de oro y una diadema donde realzan al oro las perlas y con que suelo ceñirme la cabellera. Que lleven mis hijos estos presentes a la novia, mas después de haberlos yo tenido y embadurnado con mis menjunjes. Invóquese a Hécate, prepárense los sacrificios de duelo, eríjanse las aras

y chisporrotee bajo el techo la llamarada.

ESCENA TERCERA

Coro.

    CORO Ni pujanza de hoguera ni retorcidos dardos son tan de temer cuanto una mujer abandonada que arde en aborrecimiento y rencor. Ni el abrego nebuloso al traer las lluvias de invierno, ni el torrentoso Danubio cuando en avenida rompe las ataduras de los puentes y yerra vagando. Ni el Ródano cuando empuja al mar de fondo; ni los que el Hemo fundió en raudales al derretirse en medio estío por el sol las nieves. Ciego es el fuego atizado por el rencor, que ni se cuida de enderezarse ni aguanta frenos. Sin miedo a la muerte ansía dar en derechura con las espadas mismas. ¡Perdón, dioses, por favor! Viva seguro quien sujeto a la mar, aunque el señor del profundo ardaen ganas de vengarse de los reinos de la dicha. El mozo que olvidándose de la paterna rodera sacó de esta el carro eterno lanzándolo por el espacio celeste hizo que sobre él mismo, loco, recayeran los fuegos. A ningún grande le retuvo la ruta trillada. Id, pues, por donde fueron, seguros, nuestros antepasados, sin romper violentamente, en lo ya consagrado, con las costumbres de las gentes. Quien empuñó los nobles remos de la osada nave y descuajó de su

apretada sombra al Pelión; quien se metió en los escollos movedizos y tras de pasar hartos trabajos marinos echó la

amarra en bárbaras riberas para retornar robador del oro, pagó con cruel muerte el haber profanado los derechos del

mar. El mar provocado exige castigo. Tifis entra entre los primeros, domeñador del profundo, dejó el gobernalle a

maestro lego, y muerto en remota playa, lejos de la patria, cubierto por vil tumulo, yace entre desconocidas sombras.

La Aulida, por ende, avisada de la pérdida de su rey, retuvo en puertos de abrigo a las naves quejosas de quedarse sin zarpar. El hijo de la Musa del Canto, ante las cuerdas de cuya lira tañidas por la púa parábanse los torrentes y se callaban los vientos, y dejando sus cantos se le arrimaban los pájaros y le escoltaba la selva entera, yace esparcido

por los campos tracios, mientras, triste, el Hebro se lleva su cabeza. Llegó a la conocida Estigia y al Tártaro para no

volver más. Abatió Alcides a los hijos del Aquilón, mató al del padre Neptuno que solía tomar innumerables figuras.

Y él mismo, apaciguadas mar y tierra, abiertas las regiones de Plutón sombrío, recostado vivo en el ardiente Eta, dio

sus miembros a la cruel hoguera y se consumió en el humor del regalo de su nueva esposa. Un jabalí sañudo derribó

de un colmillazo a Anceo. Mataste, Meleagro, impío, a los hermanos de tu madre para ir a morir a manos de ella. ¿Pero qué crimen pagó con su muerte aquel niño al que no pudo encontrar Hércules, aquel niño arrebatado, !ay!,

por las calmosas ondas? Id, pues, bravos, a surcar la mar cuando es de temer un arroyo. A Idmon, aunque buen conocedor de los sinos, le devoró una serpiente en los arenales líbicos; Mopso, veraz para los otros todos, fue solo para sí falaz, y murió fuera de Tebas; si vaticinó en verdad el porvenir, erró desterrado el marido de Tetis. Nauplio, que había de derrotar a los griegos con engaño de hogueras, cayó de bruces en el profundo: al morir Eleo en el mar, herido de rayo, recibió el castigo del crimen paterno; la mujer de Fereo dio la vida por su marido, redimiéndole así de su destino. Y aquel mismo que mandó traer en el primer navío, la presa de oro, Pelias, cocido en candente calderón, ardió revolviéndose entre apretadas olas. ¡Basta, dioses, ya vengasteis a la mar! ¡Ahorrad al que se vio obligado!

ACTO CUARTO

ESCENA PRIMERA

Nodriza, sola.

    NODRIZA Tiémblame de horror el ánimo. Es que se acerca una gran calamidad. ¡Cuán terrible medra, cómo

el rencor se atiza a sí mismo y recobra su pasado poderío! La he visto sañuda, atacando a los dioses, arrastrando

al cielo. Es que está tramando una mayor monstruosidad Medea. Que así que ida, con paso atónito, fue a meterse en

su funesto escondrijo, desplegó sus recursos todos y hasta lo que a ella misma le había arredrado tanto tiempo, eso

saca para desenvolver toda la turba de maldades, brujerías, secretos y hechizos. Imprecando con la siniestra al triste

santuario, invoca a todas las bestias que crían los arenales de la ardiente Libia y a las que el Tauro arreciente cela con

frío ártico en nieves perpetuas, y a todo vestiglo. Atraída por sus malignos encantamientos, la tropa escamosa se sale de las huras del desierto; un viejo serpentón arrastra su gigantesco tronco, esgrime su lengua tripartida y buscando

a quienes atacar, mortífero, se detiene al oír el ensalmo, repliega el corpachón hinchado con nudos amontonados y se recoge enroscándose. “Pequeños son –dice- los males y mezquino el daño que cría la baja tierra; pediré al cielo

ponzoñas. Tiempo es ya de echar mano de algo que sobrepuje a vulgares sortilegios. Que se baje aquella serpiente

que se está allí arriba, tendida a modo de vasto torrente, aquella cuyos nudos inmensos sienten las dos fieras, la mayor, la de los troyanos, y la menor, la de los tirios. Ofiuco se soltará las manos presas para sacarle el veneno. Acuda a mis ensalmos también Pitón, que se atrevió a acosar a las divinidades, y la Hidra, y vuelva entera la serpiente destrozada por mano de Hércules y recobrada de destrozo. Y ven acá, también tú, dragón desvelado para los colcos que quedan y adormecido antes por mis ensalmos”. Después de haber invocado toda laya de serpientes,

rejunta las hierbas ponzonosas, las que en sus penas cría el escarpado Erice, las que produce en sus cumbres

cubiertas siempre de hielo el Cáucaso, empapado en sangre de Prometeo, y aquellas con que enherbolan sus saetas los árabes pudientes, el combativo medo de aljaba, o el parto ligero; y los jugos que recogen bajo el eje frío los nobles

suevos de la Selva Negra. Todo lo que la tierra cría en el tiempo de los nidos o cuando la recia bruma descuaja el

verdor de los bosques y la escarcha lo apelmaza todo; toda planta que verdece con flor mortifera o la engendrada por

dañino jugo que se retuerce en la raigambre para sacarle el tosigo, todo esto lo adoba. Unas el Hemon, produjo otras el Atos; estas, el Pindo gigante, aquellas rindieron sus copetes a la hoz ensangrentada en la cima del Pangeo. A las unas alimentó el Tigris que aprieta al golfo, a las otras el Danubio; estas brotaron en las regiones ardorosas por donde fluye, con sus tibias aguas, el Hidaspes llevando perlas, y el Betis que dio nombres a sus campos, apretando con lánguido estero al mar de Hesperia; esta ha sufrido el hierro mientras el sol prepara el día; el botón de aquella otra fue segado en noche cerrada y la mies de la otra la cortó una embrujada.

    Recoge las plantas mortíferas, estruja la baba de las serpientes y mezcla con ellas aves siniestras; corazón de triste búho, entrañas arrancadas a ronca lechuza viva. Esta obrera de maleficios reúne semejante mescolanza de elementos; en los unos hay el empuje arrebatador del fuego, en los otros el hielo de frío despacioso. Mas he aquí que

oigo resonar su paso loco mientras canta encantamientos; el mundo tiembla a los primeros sones de su voz.

ESCENA SEGUNDA

Medea, sola.

    MEDEA ¡Os invoco, muchedumbre de los silenciosos, y vosotros, dioses funerales, caos ciego y oscura morada de Plutón sombrío, cavernas de la Muerte escualida ligadas por las riberas del Tártaro, remitidos vuestros suplicios, corred, almas, a bodas nuevas! Párese la rueda que tortura a Ixión, dejándole que tome tierra; que Tántalo beba tranquilo en las aguas del Piréne. El peor castigo solo para el suegro de mi marido. Que la pena que resbala entre

guijarros le deje libre a Sísifo, y vosotras, Danaides, burladas por una tarea vana en jarras agujereadas, acorredme

en este día que requiere vuestras manos. Y ahora, invocado por mis sortilegios, ven tú, lucero de la noche, vestiglo de

los peores semblantes, amenazador con tus varias frentes. Por ti, suelta mi cabellera a modo de los míos, pise a pie desnudo los reconditos bosques y evoque agua de las secas nubes, rechace el hondón a lo mares y el Oceano hundió sus pesadas olas más adentro de los vencidos remolinos.

    El mundo vio, por ley confusa del cielo, a la par sol y estrellas, y tocaste, Osa, a tu vedada mar. Cambié los turnos de las estaciones; la tierra veraniega floreció a mi ensalmo, y Ceres vio a la fuerza, mies en invierno. El Fasis remontó a su fuente su caudal torrentoso; el Danubio, repartido en tantos brazos y perezoso en todas sus riberas, comprimió a las atroces ondas marítimas. Retumbaron las corrientes, hinchose el insano mar, callándose el viento. Al poderío de mi voz, el recinto de un antiguo bosque perdió su sombra y el Sol parose en medio del día, dejándolo abandonado. Resbalan las Hiadas removidas por mis en cantamientos. Tiempo es ya, Luna, de que asistas a tus sacrificios.

    Para ti se han tejido con mano ensangrentada las coronas a que se enrosca nueve veces la serpiente; para ti son estos miembros que llevo rebelde Tifeo, el que derrocó el reino de Júpiter. Aquí están la sangre del pérfido rapto a

quien Neso entregó al morir y la hoguera del Eta deshecha en esta ceniza que embebe al bebedizo herculino. Veis aquí el tizon de la vengadora Altea, piadosa hermana e impía madre; dejó en caverna inaccesible estas plumas la Harpía huyendo de Zetes, y añade estas otras de Estinfale, heridas por las flechas de Lerna. Resonasteis, aras; reconozco mi trípode sacudido por diosa acogedora. Veo al carro ligero de la Luna, no el que cuando, llena, guía en noche reluciente, sino aquel en que monta cuando, pálida, con cara mustia, vejada por amenazas tesálicas, emprende su carrera más corta por el cielo. Esparce por los aires así, con rostro pálido, su lumbre tristona. Asusta a los pueblos con nuevo horror y suenen en tu socorro los preciosos címbalos corintios. Te ofrecemos solemne sacrificio en césped

ensangrentado, y una antorcha sacada de en medio del sepulcro alumbre fuegos de noche. Es por ti por quien di voces volviendo la cabeza; por ti ciñe una venda flotante, a modo funeral, mi suelta melena; por ti se arroja al lúgubre ramo bañado en la laguna Estigia; por ti, desnudo el pechó, cual bacante, me heriré los brazos con el cuchillo sagrado y quedará en las aras nuestra sangre. Hazte, mano, a esgrimir el hierro y a poder soportar sangre querida. Hiriéndome, solté el sagrado humor.

    Si te duele que te invoque tan a menudo, perdonamelo, te lo ruego. El motivo de que llame tanto tus arcos es

siempre uno y el mismo, Jasón. Empapa ahora los vestidos de Creusa y que en cuanto se los ponga que una llama serpentina la abrase hasta los tuétanos. Escóndese encerrada en oro rubio que me dio, enseñándome a adobar con arte sus virtudes, Prometeo, el que purga, con sus entrañas reventadas, el robo que hizo al cielo. Me dio Vulcano fuego cubierto por chapa de azufre y logré además rayos de llama viva de mi primo Faetonte. Tengo dones de la media Quimera; tengo llamas arrancadas de la garganta del toro encendido y mejidas con la hiel de Medusa les mandé que guardasen su maleficio callado. Añade, Hécate, acicates a las unturas y guarda en mis dadivas escondidas semillas de fuego. Escápensele y resístansele al toque y métasele en el pecho y en las venas el ardor; descoyúntesele las articulaciones y huméenle los huesos: que la cabellera de la novia arda más que las antorchas.

    Cúmplense ya mis votos. Lanzó, audaz, Hécate tres ladridos y encendió los sagrados fuegos en la tea de duelo.

Cumpliose todo el hechizo. Llama aca a los hijos por los que vas a ofrecer los preciosos presentes a la casadera. Id,

id, hijos, linaje de una madre desventurada, ganaos con los presentes y con mucho rogar a la señora madrastra. Marchad y volved pronto a casa a que goce de vuestros postreros abrazos.

ESCENA TERCERA

Coro.

    CORO  ¿Adónde le arroja de cabeza a esta bacante su amor sañudo? ¿Qué ferocidad prepara su impotente furia? Atizado de rencor se le arrece el rostro, sacúdese con fiera sacudida la cabeza y hasta amenaza al rey. ¿Quién la

creería una condenada a destierro? Enciéndensele las mejillas; luego cede el rubor a la palidez. No hay color duradero en su rostro cambiante. Revuélvese de un lado a otro como una tigresa huérfana de sus crías recorre en furiosa carrera las selvas gangéticas. Así Medea, que no sabe refrenar ni sus rencores ni sus amores. Hicieron ahora en ella causa común amor y rencor. ¿Que va a seguirse? Marchada ya de los campos pelásgicos esta colca nefanda, ¿es que va a dejar en paz al reino y a los reyes? Suelta ahora, Sol, las riendas de tu carro, cubra la próvida noche tu lumbre y que el lucero sumerja a este día temeroso.

 

ACTO QUINTO

ESCENA ÚNICA

Mensajero, Coro, Nodriza, Medea y Jasón.

    MENSAJERO Acabose todo; cayó el estado del reino. Hija y padre yacen, mezcladas sus cenizas.

    CORO ¿Cazados con qué trampa?

    MENSAJERO Con la que suele cazarse a los reyes, con dádivas.

    CORO ¿Que engaño pudo haber en ellas?

    MENSAJERO No salgo de mi asombro; apenas acabado el estrago, no acierto a creerlo.

    CORO ¿Que clase de estrago?

    MENSAJERO Un incendio devorador se ensaña por todo el palacio como si ordenado adrede; perece la morada

toda y se teme por la ciudad.

    CORO Apáguesele con agua.

    MENSAJERO Pero es que en este estrago hay algo que maravilla, cual es que el agua alimenta al fuego, que cuanto más reprimido, más se encrespa y gana las defensas.

    NODRIZA Sal en seguida, Medea, de este solar de los pelópidas; vete cuanto antes a cualesquiera tierras.

    MEDEA ¿Retirarme yo? Si me hubiera marchado antes, volvería ahora a esto. Aguardo bodas nuevas. ¿Por qué

cejar, corazón? Remata el feliz comienzo. ¿Que porción de venganza es esta de que gozas? ¿Buscas aun, enconada,

si te basta Jasón soltero? Busca mejor un género de pena desacostumbrado y prepáraselo. ¡Afuera todo derecho;

afuera toda terneza! Mezquina es la venganza que acaban manos puras. Empuja tus rencores, azúzate y saca de la

hondura de tus entrañas viejos arranques de violencia. Lo hasta aquí probado pase por piedad. ¡Ea, ya! He de hacer

que sepan cuán baladíes fueron, cuán ramplones los crímenes que cometí. Fueron preludio de mi pesar. ¿Qué cosa

preciosa pudieron osar manos desmañadas? Ahora sí que soy Medea; medro con las maldades el ingenio. Bien, muy

bien haber degollado al hermano, haberle descuartizado y haber robado al padre su escondido tesoro; muy bien el haber armado a las hijas contra su anciano padre. Busca cebo, dolor, que no has de llevar ya una diestra torpe a cualquier feroz empeño. ¿Dónde vas a descargar tu rencor? ¿Con qué dardos vas a atacar al desleal enemigo? Yo no sé que saña es esta decretada por mi ánimo que ni se atreve a confesársela a sí mismo. ¡Tonta de mí que me adelanté demasiado! ¡Ojalá que mi enemigo hubiese tenido hijos de la manceba esa!

    Pero lo que de él se lo parió ella, Creusa. ¡Muy bien este género de castigo! Con razón me place; reconozco el crimen definitivo. ¡A la obra, corazón! Hijos los que fuisteis míos, pagad la culpa de los crímenes paternos.

    El horror empuja al corazón; se me entumece en hielo el cuerpo; tiémblame el pecho, se me fue la ira y la madre toda quédase reducida a una esposa repudiada. ¿Es que voy a derramar la sangre de mis hijos, de mi prole? Mejor, ¡ay!, el furor loco. ¡Ferocidad desconocida, atrocidad cruel, lejos de mí! ¿Qué culpa van a pagar los pobrecitos? Su culpa es la de tener a Jasón por padre y, mayor aún, la de tener por madre a Medea. Mueran, pues, ya que no son míos; perezcan, puesto que míos son. No les coge culpa de crimen, lo confieso, son inocentes… También mi hermano lo era…

    ¿Que titubeas, ánimo? ¿Qué de estas lágrimas que me bañan la cara? Aprieta por un lado el rencor; el amor por otro; un ardor contradictorio me arrebata incierta. Como cuando los raudos vientos traban recios combates y corrientes encontradas remejen acá y allá los mares y dudoso hierve el pielago, no de otro modo fluctúa mi corazón; la ira arroja a la lastima y la lástima a la ira. ¡Compadécete, dolor! ¡Acá, queridos hijos, solo consuelo de un desventurado hogar, venid aca y enlazad vuestros brazos con los míos! Pero me amagan expulsión y destierro. Pronto les arrancaran de mi regazo, llorosos y gimientes. Piérdanse para los besos de su padre, pues que van a perderse para los de la madre. Vuelve a crecer la saña, hierve el aborrecimiento. Las antiguas Furias me piden la reacia mano. Voy a donde me lleves, rencor. ¡Ojalá que, salida de mi vientre una lechigada como la de la orgullosa hija de Tántalo, hubiese sido madre de dos setenas de hijos!

    Quede castigada a estéril. Lo que parí apenas si basta a mi padre y mi hermano. Mas, ¿adónde se lanza esa impotente turba de furias? ¿A quién buscan? ¿Adónde disparan sus tiros de fuego? ¿Contra quién esgrime sus antorchas ese escuadrón infernal? Una enorme retorcida serpiente silba esgrimiendo su latigo. ¿A quién acomete con su viga hostil esa Furia? ¿Cuya es esa sombra que viene tambaleando sus dispersos miembros? De mi hermano, que exige desquite. Se lo daremos. ¡Clava en mis ojos todas esas teas, desgarra, quema! Abro mi pecho a las Furias. Manda, hermano, que se alejen de mi esas diosas vengadoras y que se vayan seguras a sus hondas ánimas. Déjame, hermano, valerme por mí misma de la mano que manejó ya la espada. Esta es la víctima que agradará a tu anima. Pero… ¿que ruido es ese? Enarbolan las armas…, me quieren matar. Vente conmigo, ama, que yo misma te sacaré de aquí conmigo. Y ahora, ánimo, que no se pierda escondida tu pujanza. Que se entere de tu poder el pueblo.

    JASÓN ¡Los que estÁis dolidos del asesinato de los reyes, acá todos, a prender a la autora misma de este

horrendo crimen… acá, tropa, a las armas…! Hay que arrasar la casa.

    MEDEA Recobre ya el poder, el hermano y el padre. Ya tienen de nuevo los colcos el despojo del carnero de oro. Volvió el reinado; volvió la doncellez que me fue arrebatada. ¡Oh númenes, todavía acogedores! !Oh día de gloria nupcial! Rematose el estrago, mas no la venganza. Rematala mientras prosigue la obra… ¿Por qué remolonear,

corazón? ¿Qué dudas? Lo puedes. Se fue el rencor. Me arrepiento; pésame de lo hecho. ¿Qué es lo que hice,

desdichada? Mas mal que me pesa, malaventuraza, lo hice. Un gozo grande me inunda sin quererlo; hele que crece.

Esto solo me faltaba, que viniese él a verlo. Me parece no haber hecho aún nada. La de crímenes que cometí sin él no

fueron cosa que valga.

    JASÓN  Hela allí, asomada al borde del terrado. Que al cogerla la hoguera caiga abrasada en sus llamas.

    MEDEA Jasón, dispón el último funeral de tus hijos y álzales tumba. A tu mujer y tu suegro los sepulte ya

debidamente; este hijo corrió ya su suerte y la correrá este otro igual a tus ojos.

    JASÓN ¡Por los dioses todos, por el común destierro, por aquel matrimonio que no violó nuestra fe, perdón al hijo! Si crimen hay, mío es. Dame, pues, muerte; sacrifica al culpable.

    MEDEA Hundiré el hierro donde te esfuerzas por esquivarlo, pues te duele. Vete, arrogante, vete a alcobas en

busca de doncellas para dejarlas madres.

    JASÓN Basta uno para castigo.

    MEDEA Si con una sola muerte pudiese hartarse mi mano, ninguna habría hecho. Y aun dos son pocas para mi congoja. Y por si aún quedase escondida prenda en mis entrañas, las hurgaré a espada para sacarla con hierro.

    JASÓN Acaba la matanza comenzada; no te suplico ya sino que retardes más mi suplicio.

    MEDEA Regodéate, rencor, en despacioso tormento; no te des prisa. Este día es mío; aprovechemos el plazo que se nos deja.

    JASÓN ¡Matame, mala bestia!

    MEDEA Me mandas que me ablande. Bien está; se acabó ya. Ya no me queda rencor, nada más que brindarte. Alza los hinchados ojos, Jasón. ¿Reconoces a tu mujer? Así es como suelo escaparme. Se me abre el camino al cielo. Dos dragones rinden sus escamosos cuellos al yugo. Toma tus hijos, tú, su padre. Yo me iré por los aires en el alado carro.

    JASÓN Vete por los hondos espacios del alto firmamento a atestiguar por donde pases que no hay dioses.

Fin de la tragedia

 

PULSA AQUÍ PARA LEER TEXTOS SOBRE MITOS

 

IR AL ÍNDICE GENERAL