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Manuel Rico

Antigua tierra

Fragmentos de una historia

Nieve

Antigua tierra

En la región perdida que llamamos infancia,
en ese territorio que viejas lluvias hunden
en vagos claroscuros, dicen que desde siempre
nos aguada, con ropa de domingo,
una diosa cruel a quien llamamos
dicha o felicidad, qué importa el nombre.

Mantienes la conciencia de haber sido inquilino
de tan huidiza estancia porque a veces,
cuando el presente aplica sus decretos,
la memoria te vence y te convocan
presencias de aquel tiempo,
rostros que te dejaron
inerme ante el empuje de los años.

Y siempre, cuando intentas
conjurar la orfandad y los reclamas
no tardan en huir al refugio que habita
entre los pliegues de la inexistencia.

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Fragmentos de una historia

(Recuerdo con luna)

Hoy recuerdo la noche de verano del sesenta y nueve: afuera
la calima aquietaba la brisa y daba densidad
al tiempo en claroscuro en que habíamos crecido.

El hombre pisaba al fin la luna
y mi padre rondaba los cincuenta.

Era el verano del amor a tientas y de la paz ficticia.
Apenas conocíamos el color de la tinta que hablaba en el abismo,
la espesura sin fronda de un mundo subterráneo,
de casi aparecidos.

Sé que entonces el mundo limitaba
con las cuatro fronteras de mi calle. Que el corazón tenía
su agujero en la casa de niebla de mi barrio,
que el padre aún respiraba el olor algo acre de todos los barnices
y que olía a madera, a colas y a amargura
su ropa al fin rendida en el sofá gastado de l anoche
mientras Armstrong tanteaba la luna a paso lento.

Sé que esta memoria de aquella noche hundida en el bochorno
que a cerveza me sabe y a silencio,
es una puerta extraña.

La he abierto hoy, de madrugada,
para encontrar al otro lado no la luz indecisa
de quien fuera, sin saberlo, adolescente,
sino un dolor sin forma, un lastre ambiguo,
el turbio fotograma de un tiempo desflecado.

Sé que me fui, Que abandoné el salón
en el preciso instante en que el hombre pisaba al fin la luna.
Y que mi padre me miró de paso, y que en sus ojos
tembló un destello, acaso la certeza
de que otra luz llegaba
y no era suya.

Y recuerdo, ¿por qué?, la noche en el jardín,
la palidez exhausta de la luna de julio,
el pliegue lateral donde apuntaban las primeras señales
de la huida, esa indigna presencia
que me plantó en la vida sin elección posible.

( De La densidad de los espejos)

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Nieve
La sorprendida nieve
cubre tu corazón, que es como el valle.
Como el valle de enero, luz helada. Aire en suspenso
como una larga duda
temblando bajo el humo de la tarde.
Llegamos de la nieve con los años al hombro. En esta tierra,
la de la eternidad imaginada, la infancia que perdimos
tiene en la nieve su más estricta luz, su posesión,
su amanecer, su aliento.
¿Quién olvida
esa luz fría que puso a nuestro alcance la mañana
de un enero perdido en la maleza? ¿No es acaso
parte de la memoria su fría longitud, tierra sin voz
su contextura?
Crecimos con su imagen
prendida a nuestros ojos, asediando la casa,
extenso territorio al que no se retorna.
No se vuelve a su luz. Tampoco a su silencio.
No se regresa al alba
que nos mostró la nieve un viejo enero.
La manchó el tiempo.
Como barro, los días
destruyeron su luz inmaculada, esa tierra sin voz
donde muere la aurora,
se afirma la pisada, busca el lodo, las hierbas ateridas,
las cruel posesión que fue el invierno
bajo la blanca luz que recordamos.
                                         (De Quebrada luz.)

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