Abelardo Linares |
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A unos ojos |
Tan cargada de vida está la verde absenta de tus ojos cuando hablas, que emborracha mirarte, y tanto frío puede albergarse en ellos, que se hiela mi pecho si me miras. Soy apenas quien teme y quien desea. No me mires si es tan sólo por juego o por despecho, pues abrasa la llama que en mí prendes con apenas volver a mí tus ojos. Pero si sólo es juego o es despecho, en esa luz de súbito relámpago que enciende tantas veces tu mirada, quiero quemarme así si así me miras, pues no existe el ayer ni importa el luego. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS A LOS OJOS |
Sus cuerpos bajo aquella luz rojiza, su desnudo irreal entre la rasa niebla. Fosforescía el cuarto, altas paredes con blancos azulejos. Pensé: es un hospital, quizás la habitación de revelado de un amigo fotógrafo. Pero aquellas dos lunas gemelas en un cielo azul cobalto eran de otra galaxia, y miré el firmamento y no reconocí ninguna estrella que antes que yo miraran otros ojos humanos. Era un bárbaro rito el que cumplían ante mí aquellos cuerpos. Pude apenas saber de una desolación y una belleza que el deseo no nombra, y sentí que espiaba el fondo más secreto de mí mismo. Goce o dolor, su voz se rompía en mi pecho, aunque al oído fuera indescifrable. Mirándose a los ojos durmieron en su abrazo. Ciego ascendía un sol agonizante Y era fría su luz en el alba indecisa. Bajo aquella luz roja, en un mundo ya muerto como yo mismo vi borrarse a los amantes. |
Apenas la caricia de tu mano. Mi piel es de cristal cuando me tocas. ¿Qué apaciguada luz, qué temblor hecho brasa se deslíe en mis ojos si me miras? ¿Dónde hiere tu risa y por qué hiere si con ella me abres la mañana del mundo? Tu existir me hace un dios y tú me creas. No hay mayor claridad ni otro misterio. |
De entre todas las vidas que una vida puede encerrar, tú y yo nunca escogimos precisamente aquella que podría habernos hecho odiar todas las otras, esa que hubiera sido sólo nuestra. Pero quizás la vida no se escoge y es ella quien elige. O es el azar quien le da una medida a nuestros sueños y los cumple o los niega sin destino, con una sorda y terca voluntad que sólo de sí sabe, a pesar nuestro. O quizá es una forma de destino lo que ahí se nos muestra oscuramente, y en el pasado esté nuestro futuro definitivo ya, antes de escrito, aunque no acierte el alma a descifrarlo, pues el tiempo lo cifra y ella es tiempo. O más sencillamente, acaso sea todo esto cuestión de cobardía y nuestro amor, posible o imposible, una educada forma de engañarnos. |
Como cuchillos fueron nuestros besos en tanta sombra hiriéndonos callados. Vida o muerte nos dimos muchas veces, tan ebrios de aquel vino con ceniza que la luna vertía en nuestro pecho. ¿De qué nos escondía nuestra carne? La luz llegó desnuda, devolviéndonos lo robado a la noche, su mentira. y el recelo acampó sus negros potros en el desierto campo de batalla. |