Encendido
en sus propias llamaradas,
la sed devora al luminar del día,
y, eterno amante de la noche fría,
persigue sus espaldas enlutadas.
Ansioso
de sus sombras regaladas,
en vano corre la abrasada vía;
que él mismo va poniendo el bien que ansía
donde nunca penetran sus miradas.
La
dicha ausente, y el afán consigo,
arde y redobla su imposible instancia,
llevando en sus entrañas su enemigo…
¡Así
corro con bárbara constancia,
y siempre encuentro mi ansiedad conmigo
y el bien ansiado a la mayor distancia!