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Adolfo Sánchez Vázquez

Nostalgia

Al dolor del destierro condenados...

Al héroe caído

Las palomas de Picasso

NOSTALGIA

Como río que pierde sus riberas

mi corazón invades. Yo te siento

en cuanto se repliega el pensamiento

hacia sus más recónditas laderas.

 Quema tu paso, queman tus hogueras

y la razón se queda sin sustento.

El alma la modela el sentimiento

y se exaltan las viejas primaveras.

 ¡Oh ciega fuente de melancolías

que se lleva tan sólo nuestro olvido

y nos deja tan sólo la tristeza!

 ¡Cómo mueres en mí todos los días

y en tu niebla recobra su sentido

la España a la que vuelvo la cabeza!

 

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Al dolor del destierro condenados

_la raíz en la tierra que perdimos_

con el dolor humano nos medimos,

que no hay mejor medida, desterrados.

Los metales por años trabajados,

las espigas que puras recogimos,

el amor y hasta el odio que sentimos,

los medimos de nuevo, desbordados.

 Medimos el dolor que precipita

al olvido la sangre innecesaria

y que afirma la vida en su cimiento.

 Por él nuestra verdad se delimita

contra toda carroña originaria

y el destierro se torna fundamento.

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AL HÉROE CAÍDO

Tu corazón caliente, derribado,

levanta un estandarte en la mañana

por la pendiente del dolor cruzado.

 Contra el rumbo del aire, se devana

gran madeja de muerte en tu cintura

enredada de sangre en tu ventana.

 Entre nieblas de pólvora, va oscura

la mano que te lleva hacia estaciones

que clavarán la muerte en tu espesura.

 ¡Camaradas, de esbeltos corazones,

vedle, muerto, caído, prisionero,

del ataque de mudos tiburones!

 ¡Vedle, pronto, vosotros, marinero,

aviador, tanguista, combatiente,

navegando sin vida, sin remero!

 ¡Qué se aparten las manos de su frente,

que en pañuelos de sangre, no vencida,

van bordando un gemido transparente!

 De pie, junto a su mano descendida,

firmes estamos, el fusil al brazo,

muro ardiente sobre la pena erguida

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LAS PALOMAS DE PICASSO

Tu destino, paloma, se mecía dulcemente,

 cuajada de inocencia todavía,

 cuando Picasso te dio otras alas

 para emprender con ellas un nuevo vuelo.

 Hasta entonces,

 el luto se perdía en tu blancura

 e ignorabas el color de la tragedia.

 Con tu vuelo volaba transparente

 una carga de luz y de pureza.

 Fatigados de muertes y de guerras

 asombrados e incrédulos,

 los hombres contemplaban tu vuelo

 entre nubes tan blancas

 como tus blancas alas.

 Allá arriba,

 tú, paloma inocente;

 aquí abajo,

 los hombres culpables

 de sembrar la carroña,

 de destruir los sueños,

 de abrir las compuertas

 de las presas del odio.

 Aquí, abajo,

las sábanas ya tejidas

 para cubrir a los muertos

 de la próxima guerra.

 Aquí las desesperadas madres,

 maduras para el llanto,

 esperando aterradas

 que el árbol de la muerte

 arroje sus primeros frutos.

 Pero,

 ¿otra vez nuestra sangre

 abonará los campos?;

¿otra vez con una semilla implacable

 fructificará, sin desmayo, el crimen?;

 ¿otra vez un río de huesos descarnados,

 despeñaderos de rígidos cuerpos,

 océanos de ojos apagados,

 vendavales de gritos desgarrados?

 ¡La guerra! Sí, la guerra.

 No, no, pronto, pronto, frente a ella,

 un mar de aguas iracundas,

 montañas de brazos levantados,

 muros de piedras sublevadas,

 uñas, garras y puños

 que salen a su encuentro.

 Y tú también, paloma,

 la tierna paloma de otros días

 que ha perdido, aquí abajo, la inocencia

 y que ahora ya sabe

 que el dolor y la muerte,

 la miseria y el hambre

 _si no en el cielo_

 en este mundo existen.

 Que sabe ya

 que el dolor se cosecha

 porque unos hombres lo siembran.

 Sabe ya

 que las heridas se agrandan

 si las lenguas enmudecen,

 si los ojos se cierran

 y las manos se ablandan,

 que el luto de las madres crece

 si crece el silencio de los hombres.

 Y la paloma vuela bajo

 casi rozando el suelo con sus alas,

 casi fundida con el dolor humano.

 ¿Qué paloma es ésta

 que convoca a los hombres,

 en Moscú y Estocolmo,

 en Rabat y Calcuta,

 en La Habana y en México,

 cuando el cielo se nubla

 entre rayos que anuncian

 una tempestad de acero,

 nuevas cumbres de espanto,

 nuevo calvario de los hombres

 ya fatigados de muertes y de guerras.

 ¿Qué paloma es ésta que llama

 a la vida contra la muerte,

 a la memoria contra el olvido,

 a la blancura contra el luto,

 al grito frente al silencio cómplice,

 a la insurrección de la palabra

 contra la inercia del cuerpo?

 ¿Qué paloma es ésta?

 Es la Paloma de la Paz,

 la paloma que vuela esperanzada

 desde el pincel de Picasso.

 (México, D. F., abril de 1952)

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