Adrián González 

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1.II

1.III

Una vez me dijiste qué palabras...

Esa risa que estalla...

1. II

La pequeña mujer a quien le suelo

comprar la fruta cada día, hoy,

no ha venido hasta la plaza. Dicen

que no vendrá ya más hasta la plaza.

Movido por el hábito, interrrogo

_sucede que soy hombre de costumbres_

en un puesto cercano, al vendedor,

si no tendrá melocotones buenos.

¿Melocotones, me pregunta, rojos

o amarillos? Usted dirá. De cuáles.

_Y mi respuesta me revela entonces

qué poco me conozco. La razón

de mi fracaso en esta vida y otras

futuras, si de cierto las hubiera _.

Démelos como sean. De los buenos.

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1. III

Espero una llamada importantísima.

Una llamada de verdad urgente.

Llevo años enteros esperándola.

Después de tanto tiempo con la idea

hurgándome debajo de la piel,

debiera haberme acostumbrado un poco.

Y, sin embargo, sudo como suda

la novia en el altar, de blanco y sola.

Nervioso, me levanto de la silla

y paseo, nervioso, por el cuarto.

¿Si me quieren llamar, por qué no llaman?

Miro el teléfono continuamente.

Una y otra vez, miro hacia el teléfono.

 

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Una  vez me dijiste qué palabras
_no sé si lo recuerdas todavía_,
con un timbre de pena en cada acento.
Y desde entonces, este corazón,
que seguía tu ritmo en sus latidos,
late sin ritmo, desacompasado.
Mis amigos me dicen lo que oyen:
que nada dura nunca para nadie,
que vivir es andar con paso propio,
etc., etc., etc.
Y han subido, solemnemente, whisky
para brindar por cada curva tuya.

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Esa risa que estalla como un vaso en la tarde,
como ola que rompe salpicando de espuma,
lanza un lazo de plata entre dos corazones,
abre puertas, ventanas, nuevas rutas marítimas
e invita a ver la vida de distinta manera.
Todas las semillas sembradas por la piel,
germinan al contacto de su gota sonora,
y el corazón devuelve con tal fuerza el latido
de la sangre a la sangre que, a través de sus túneles,
en los labios florece una flor de cerezo.
Esa risa me envuelve, me levanta inmortal
más allá del alcance del minuto y los años,
por encima del hacha, del cristal y sus múltiplos.
Y sé que nada puede dañarme en el talón
si no es su dedo blanco, delgado como aguja.

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