Agustín Delgado

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Gritan allá lejos, escuchad

Otra vez más

Ciudad nueva Málaga

Trece seudosanrisoles IX

Autorretrato

 

Gritan allá lejos, escuchad  

Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de instantes como este instante.
Para que pudieran morir las aguas más sucias,
para que pudieran brotar las aguas más claras.

Aquella sed, los gritos, el pájaro amarillo
que cantaba ayer tarde y te ponía triste.
Aquel candor feroz de tus ojos de esponja
en el momento cumbre, al desplegar los párpados.

El viento, el mar, las más bellas palabras
que pronuncia un hombre a la hora de morir.
El verte y el no verte. El deslizar los dedos
por las venas muertas de tus manos vivas.

Todo es vana poesía. Todo se ha convertido
en inútil deseo de un deseo de amor.

Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de ternura como esta ternura.

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Otra vez más

 Siempre quedan los papeles llenos de metralla
encima de alguna mesa.
Pero más triste es morirse de hambre
y sin chaqueta y lejos de la patria.

Por eso hoy, Antonio Machado,
rasgo todos los versos,
todos los discursos de después de la comida
y me quedo en mi cuarto
mirando hacia afuera, mientras sigue la lluvia.

Por eso y porque es febrero,
tantas veces cuajado de nieve
pero tan pocas de copos de libertad.

Y porque el Volga
se deshiela a estas horas y en el Mediterráneo
llamean las aguas que te vieron morir.

Y también
por los dos versos
que encontraron en tu bolsillo y que dicen:
¿estos días azules
y este sol de la infancia?

Por sobre todo, padre mío,
porque estoy desnudo como los hijos de la mar.

 

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Ciudad nueva Málaga
Verano del altruista.
¡As de sábanas!
Onomasia morena
sonríe de coral
en arco obsceno.
Barrio de Los Millones,
de ni una estrecheza
nació en el descampado
tu nuevayork marrón:
Chaflanes fililíes
cinceláronlos
fénices fenicios
a vuelanardo,
al pie de estradivarse.
Corlear de fallebas
copa hiela de zumo.
Ocaso enrojecido
ríe de panza
hacia la Vista Gorda.
Date al despilfarro
de la quietud,
visitante.
Déjate, avizor,
en el borde.

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Trece seudosansiroles IX
Sendos, oh, senos,
el poeta de zumo de naranja
desde el huevo diamante de su verbo delgado.
Y aún le dura melifluo
donde el labio aliviado
a su chorro a degüello
el placer ojeroso de mirarse plagiado
de poetas menores, micántabros, miastures.
Oh la belmaridada
que deshora malhada
si verso así transverso:
Rasgue las vestiduras y, selenos,
a dúo driblarán sendos , oh, senos.

 

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Autorretrato
S
oy una voz,tan sólo,que se busca
tras la espada cortante del silencio,
temiendo no encontrarse, ser como la alborada
más triste y nebulosa del otoño.
Me siento, cada día, ante el páramo helado
del papel y percibo su insultante blancura
como un golpe en el alma, que me reta al combate,
y la evidencia, que me propone un pacto,
no demasiado honroso, para la rendición.
Y, entre las dos, la vida, discurriendo
como un río de natas y perfumes,
hermosa, hermosa, demasiado hermosa
para dar la callada por respuesta.

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