Agustín Fernández Mallo

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Hay una aparente paradoja

Objeto volador no identificado

Hay una aparente paradoja

Hay una aparente paradoja en todo esto:
el agua es transparente pero oscurece la ropa,
hacemos cola en el fast food
(graffiti-comida), nos gusta la Nocilla,
el café aguado, el aire
que revuelven tus dedos y no vuelve, la vista
de la calle a través del cristal manufacturado.
Nos gusta lo que, existiendo,
no existe,
comprar camisetas blancas y zapatos caros,
silbar aquella canción de Roxy
fue la señal, nos gusta, sobre todo,
pensar el cielo en la tierra,
saber que tenemos razón para que
nos traiga sin cuidado tenerla.
Nos gusta comprar discos repetidos
de Esplendor Geométrico, vivir
una manzana más abajo de la cabeza de Newton,
(llovió y no quiero secarte el pelo, árbol de navidad de agua)
nos inquieta la pregunta: por qué los aviones
toman tierra y no derrapan, por qué los libros
son más altos que anchos, por qué el amor
(solución de una ecuación irresoluble) finge
su existencia.
Sabemos que el firmamento es cavidad resonante
de mensajes que se perdieron, y de aquellos que nos llegan
el emisor ha muerto. Sabemos la contradicción
de guerra humanitaria, que gana
quien derrama más sangre y después escucha
(graffiti-concierto) a Bach en los escombros del patio,
yo mismo a veces creo haber defraudado tanto
que me entregaría al cuerpo de cualquiera,
a lo que es pura ruina y carencia
y como el agua oscurece.
Me muero por piratear esta noche
los 50 gigabytes de tus pezones,
y qué más da Punk No Dead que Opus Dei Forever
si te imaginas que al final el cielo fuera sólo un anuncio
de papel Albal nos tararea Sr. Chinarro
en la ranura de tu sexo. Hay una aparente paradoja
en todo esto: envasado al vacío nos vendemos tiempo.

 

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Objeto volador no identificado

L

o bueno de las experiencias primeras es que, como el propio nombre indica, fundan una saga, establecen el ritornello necesario para comprender un acontecimiento. El corazón repite el bombeo de la sangre, los pulmones repiten su inspiración y espiración; interpretamos todo acontecimiento a imagen y semejanza de esos dos básicos procesos: el consuelo que proporciona un estribillo en una canción, o la seguridad de que el sol sale cada día por el mismo lugar, o la creencia de que cuando mañana me mire al espejo, mi rostro va a ser el mismo. El triunfo planetario de la música pop tiene su base en ese instintivo mecanismo, pero también la ciencia: buscar una ley natural no es sino intentar comprender la existencia de una repetición. Naturalmente, todo esto no es más que una mentira consoladora, no hay dos fenómenos iguales en el tiempo, pero sí que pueden ser “razonablemente iguales”, y eso nos basta. Hace años que en la Red abundan los lugares dedicados a los parecidos razonables, presentan una fotografía del rostro de alguien famoso y al lado el de otra persona con el que guarda cierta similitud; es ese un caso extremo, paródico, de la búsqueda de alguna oculta ley de repetición.

     Lo que no se repite cae dentro del ámbito del milagro, de la maravilla sin ley ni continuidad, algo imposible de pensar y conceptualizar, y aunque inicialmente los milagros nos causen fascinación, terminan por producir una sensación de incertidumbre y soledad, por eso, quienes han visto un OVNI entran en el círculo vicioso de lo sobrenatural, buscarán ovnis para siempre; no es que hayan vuelto locos, sino que de pronto se sienten solos en el universo, necesitan comprender, fundar una primera vez. Una vez vi uno de esos objetos voladores, en Galicia: yo debía de tener ocho años, era de noche, íbamos mi padre y yo por una carretera sin asfaltar, él detuvo el Simca 1200 en la cuneta, señaló con el dedo, y exclamó, “mira”. Un objeto achatado, de luz blanca, se movió de izquierda a derecha y, en décimas de segundo cambió de trayectoria hacia la estricta vertical, para desaparecer en una oscuridad que a mí me pareció remota. Mi padre, sin afectación ni sorpresa, dijo, “eso era un OVNI, un objeto volador dotado de un movimiento no balístico”, definición que no entendí. Solo al día siguiente le pedí explicación de tal definición, “el movimiento balístico”, dijo, “es el natural de las cosas en el aire, ya sea una piedra, una bala o un avión, y no se conoce objeto alguno que pueda realizar una maniobra tan compleja, ni en tan pocos segundos, como la que vimos ayer”.

    Toda experiencia primera funda un conflicto, solo resuelto a través de un mecanismo de repetición. Desde entonces, he visto muchos más ovnis, el mundo está lleno de milagros, maravillas, objetos voladores dotados de un movimiento no balístico. Sin ir más lejos, un libro es un OVNI.

 

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