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Aída Acosta

Más que pájaros...

Mientras aterriza el Atlantis...

Es la tristeza que se advierte...

El viento y  la puerta...

Más que pájaros, mujer, más que pájaros

profundiza en el viento

siémbralo, fertilízalo,

que a este mundo, mujer, le crezcan alas

que atravesemos las nubes

que perdamos el miedo

que provoquemos lluvia de pétalos

para confundir a los charcos.

Sueña besos, mujer, suéñalos

alas de tus labios, aprendices del amor.

Tu vientre, mujer, lleno de plumas blancas.

Más que pájaros, el vuelo del pensamiento

el canto de cada ser,

más que pájaros, mujer, tus hijos

alas de la tierra que soñaste.

Y cuando tu cuerpo esté seco

desnudo de aquellas semillas,

suéñate árbol, nido donde descanse

el vuelo del mundo,

eterna escultura, mujer, de la libertad.

 

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Mientras aterriza el Atlantis
tú gritas en el sótano
desde el fondo de tu abismo
donde desatas tu ira
con la única persona
que te abraza todos los días.

Mientras desmantelan toneladas
de sustancias químicas
para fabricar drogas sintéticas
tú duermes y aplacas tu fuerza
como un niño inquieto.

Así dibujado de un dolor extremo
sin nombre
sin apellido
te acurrucas en los sueños
escapas de la realidad
escapas de mi
de ti
te doblas en el vértice
de una oscuridad arrugada.

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Es la tristeza que se advierte
en el horizonte amarillo.
Deshago un dolor inexacto
como arena entre las manos.
Hablo de la muerte
de la superación de las nubes
del paisaje que perdemos cada día
de la inconsciencia del amor.
Hablo de la muerte
de la presunción de ceniza
del olvido.
Hablo del recuerdo,
de las raíces y la memoria,
del color de la tierra
y la soledad conjugada
de los árboles.
Hablo de la muerte
de la caída vertical
de la extrañeza
de la lágrima de luz
que desprendemos.
Sólo hablo
de la muerte.
(De
Sudor de un paisaje)

 

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El viento y la puerta

guardan celosamente sus palabras,

tienen encogido el rumor y se golpean.

Sólo la mano abierta

entiende la lluvia de arena,

alcanza el dolor.

Y esta presencia

es una sombra,

la mariposa negra que duerme

entre los cabellos de la mujer triste.

Y esto no es una interrupción,

es la mujer que llega

la que ama

la que juega con sus dedos el miedo.

Es la mujer ausente

de otoños incomprendidos

la que nace como un temblor

la mujer que sueña otra mujer

la mujer sin hijo

la mujer sin madre

la mujer que siempre fue mujer

y después también.

Es la mujer que conoce el camino

de su suicidio

de su querer sin nombre

la mujer que guarda en su regazo

el tacto milenario,

la mujer madre.

Es la mujer a la que se le rompe el padre

y le crecen en las manos espejos.

la mujer que abre sus ventanas

la mujer que ama y ama

la mujer que se llora a sí misma

la que se agota en silencio

la mujer que amo

la mujer que encendió la habitación donde soy

la mujer que quiero

la mujer que lloro,

la que nunca morirá.

Y es la mano, la mano abierta

la mujer que sueña luz

y me refleja.

 

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