Amós Escalante

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A Elena

El olivo

A un dolmen

La casona

Nuestro soldado

 

 

A Elena

Cuando en silencio duerme el bosque umbrío
 y el astro virgen de la noche oscura
 vierte su lumbre misteriosa y pura
 sobre las ondas trémulas del río;
  
húmeda el ala tenue del rocío,
 recorriendo la brisa la espesura,
 vuelve a la flor la vida y la frescura
 que el sol robola del ardiente estío.
 
 Tal vez un alma en juvenil aurora,
 pálida flor que marchitó el verano,
 triste las muertas esperanzas llora;
  
mas si acaricia a su dolor temprano
 aura de amor, alegre se colora
 y reverdece el corazón humano.

 

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El olivo

«Vense mis hojas tristes, y apagado
 su brillante matiz, desde que yerto
 y angustiado Jesús dejó en el huerto
 mi tronco en sangre y en sudor bañado.
  
Mas del santo rocío penetrado
 a eterna vida en nuevo ser despierto
 y cuando el campo palidece muerto
 soy de verdor perenne coronado.
  
Fecundizada en el temprano brote
 por lágrimas de un Dios la savia mía
 unge al monarca y unge al sacerdote,
  
y dejóme del huerto la agonía
 paz en mis ramos que la guerra acote,
 luz en mis frutos que dilate el día.»

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A un dolmen

Rústico altar que a un Dios desconocido
 el religioso cántabro erigía;
 sepulcro que los huesos escondía
 del muerto capitán y no vencido.
  
Silla de excelso juez, cadalso erguido
 donde la sangre criminal corría,
 donde el bígardo ronco repetía,
 llamando a guerra, su montés bramido,
  
rayendo el musgo que tus lomos viste,
 en vano el arte codicioso indaga
 señales que declaren lo que fuiste;
 
 en ti la antorcha del saber se apaga,
 yerto gigante de la cumbre triste,
 envuelto en ondas de la niebla vaga.

 

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La casona

La ponderosa torre fulminada

se yergue al cabo del sendero rudo,

y el firme estribo y hazañoso escudo

dentro de la sonora portalada;

brocal roto, capilla destejada,

altar sin santo, campanario mudo,

y el tronco de un ciprés negro y desnudo,

guardián de aquella ruina desolada.

¿Dónde están, oh solar, los que surgieron

del oscuro linaje y te fundaron

y ser y nombre y majestad te dieron?

Luz de breve crepúsculo pasaron,

como niebla montés se deshicieron,

como ruido en el aire se apagaron.

 

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Nuestro soldado

Roto, descalzo, dócil a la suerte,
cuerpo cenceño y ágil, tez morena,
a la espalda el morral, camina y llena
el certero fusil su mano fuerte.
Sin pan, sin techo, en su mirar se advierte
vívida luz que el ánimo serena,
la limpia claridad de un alma buena
y el augusto reflejo de la muerte.
No hay a su duro pie risco vedado;
sueño no ha menester; treguas no quiere;
donde le llevan va; jamás cansado
ni el bien le asombra ni el desdén le hiere:
sumiso, valeroso, resignado
obedece, pelea, triunfa y muere.

 

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