Ana Rossetti

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Confórtame

De los pubis angélicos

Inconfesiones

A quien, no obstante...

Cierta secta feminista...

Hubo un tiempo...

   CONFÓRTAME

                                 "Algún día me ofrecerás

                                     como regalo la muerte.

                                    ¿Tendré luz en los ojos

                           para sonreírte?"

                                                  DONATO COCO

 Cuando extiendas tus alas,

tus cruelísimas alas, y me hagas beber

de tu dura mejilla, sedúceme, te imploro.

Derrama por mis hombros tus cabellos:

lisa, brillante, sinuosa lycra

que me recuerde fiestas con jóvenes caderas

bailando en torno a mí, los más bellos desnudos

presagiando.

Ahógame en tus ojos, en su hondura decline

mientras que tus susurros me entretienen

y regrese el deseo a mi alcoba de enferma

y otras noches suscite codiciándote,

confundiéndome en ti.

Sedúceme tú mientras me abrazas

-antes de que me arrojes

al alto precipicio de los astros-

en tanto se concluye tu exterminio.

Pues no quiero sentir cómo vas arrugando

frágiles envolturas de apenas celofana,

sensanciones, memoria,

las palabras hermosas: mis tesoros,

la maraña sutil de mis inexplicables

sentimientos, todo lo que aprendí

o lo que rechacé para ser yo quien creo.

Que yo no te discuta, que no intente salvar

el más mínimo anillo de tu asedio

indefensa me alcance la hendidura

que de a mí me arrebate y desposea.

Pero es la nada

lo que precisamente me da miedo.

Pues es la nada algo para mí indiscernible,

pero es algo: lo que no nos han dicho.

Y es eso lo que más me sobrecoge.

Y no es a ti a quién temo, sino a esta ignorancia

que a todo pone límites y alza muros

donde el tiempo termina. Y el vacío es contorno

y el nunca balaustrada en la final estrella

y el infinito un día, un día detrás siempre

del último después.

Pero a ti no te temo.

Por eso no permitas que aterrada te acoja,

que inasequible sea a tu boca amarguísima,

resistiéndome al vértigo que prosigue a tu alarma,

retroceda.

Quiero entregarme a ti serenamente,

abandonarme toda a tu depredación,

que el borde atormentado de la sábana

intacto permanezca, y mi rostro

aniquilado quede, pero cumplido en ti

en tu apacible máscara vaciado.

Que mis ojos descansen en tu sueño,

no quiero el estupor, no quiero entre mis párpados

fijada la agonía

de la noche de bodas de una muchacha necia.

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De los pubis angélicos

(a mi adorada Bibi Andersen)

 Divagar,

por la doble avenida de tus piernas

recorrer la ardiente miel pulida,

demorarme, y en el promiscuo borde,

donde el enigma embosca su portento,

contenerme.

El dedo titubea,  no se atreve,

la tan frágil censura traspasando

_adherido triángulo que el elástico alisa_

a saber qué le aguarda.

A comprobar, por fin, el sexo de los ángeles.

 

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Inconfesiones

Es tan adorable introducirme
en su lecho, y que mi mano viajera
descanse, entre sus piernas, descuidada,
y al desenvainar la columna tersa
_su cimera encarnada y jugosa
tendrá el sabor de las fresas, picante_
presenciar la inesperada expresión
de su anatomía que no sabe usar,
mostrarle el sonrosado engarce
al indeciso dedo, mientras en pérfidas
y precisas dosis se le administra audacia.
Es adorable pervertir
a un muchacho, extraerle del vientre
virginal esa rugiente ternura
tan parecida al estertor final
de un agonizante, que es imposible
no irlo matando mientras eyacula.

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A QUIEN, NO OBSTANTE TAN DELICIOSOS PLACERES DEBO

                                                              "Cuando una se siente bien, puede prescindir de lo mejor.
     Eso me parece sabio".
                                         Andrea de Nerciat

Y esa tan transparente neblina que su lengua
extendió sobre mí... labor concupiscente,
minuciosa e inútil, pues el bello prosélito
¿me atreveré a decirlo? es que es tan impotente
como adorable es. Por ello, aún intacto
conservo el corazón de mi valiosa orquídea
(falsas futuras nupcias blancas) y, así, entre tanto,
mi precioso tormento, recibo tus bombones
y mis ingles remojo detrás de cada cita
con abluciones vanas. Pero, tonto muchacho,
no te avergüences si, de pronto, no se abulta tu pretina,
ni tu enarbolado furor puede,
impasible, horadarme la membrana
y arrancar de mi carne el clásico aspaviento.
Y no te desesperes si no soy despojada
aún de aquello que, sobrepasando el tiempo
que la edad aconseja y Cupido consiente,
fiel guardo en el ardiente túnel. Ya custodiada
mi pelvis por amor tan incauto cerrada
permanece, mi escudo, sabrosa precaución!
Hundamos nuestras bocas en la fresca reseda
de nuestros célibes y ocultos sitios
y tú, tonto muchacho, si encuentras resistencia
en donde tu ternura esperaba verterse,
torpemente no insistas empeñado en robarme
unas gotitas rojas y un agudo gritito,
pues no soportarías placer tan cruento.

 

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CIERTA SECTA FEMINISTA SE DA CONSEJOS  PREMATRIMONIALES

                                        "...Trabajada despiadadamente por un autómata
                                              que cree que el cumplimiento de un cruel deber es
    un asunto de honor."
                                                           Andrea de Nerciat
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Démonos prisa desvalijándonos
destruyendo el botín de nuestros cuerpos.
Al enemigo percibo respirar tras el muro,
la codicia se yergue entre sus piernas.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
No deis pródigamente a la espada,
oh viril fortuna, el inviolado himen.
Que la grieta, en el blanco ariete
de nuestras manos, pierda su angostura.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Ya extendieron las sábanas
y la felpa absorbente está dispuesta.
para que los floretes nos derriben
y las piernas empapen de amapolas.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Antes que el vencedor la ciudadela
profane, y desvele su recato
para saquear del templo los tesoros,
es preferible siempre entregarla a las llamas.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Expolio singular: enfebrecidas
en nuestro beneficio arrebatemos
la propia dote. Que el triunfador altivo
no obtenga el masculino privilegio.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Con la secreta fuente humedecida
en el licor de Venus,
anticipémonos,
de placer mojadas, a Príapo.
y con la sed de nuestros cuerpos, embriaguémonos.
Y besémonos, bellas vírgénes, besémonos.
Rasgando el azahar, gocémonos, gocémonos
del premio que celaban nuestros muslos.
El falo, presto a traspasarnos
encontrará, donde creyó virtud, burdel.

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Hubo un tiempo...
Hubo un tiempo en el que el amor era un
intruso temido y anhelado.
Un roce furtivo, premeditado, reelaborado durante
insoportables desvelos.
Una confesión perturbada y audaz, corregida mil
veces, que jamás llegaría a su destino.
Una incesante y tiránica inquietud.
Un galopar repentino del corazón ingobernable.
Un continuo batallar contra la despiadada infalibilidad
de los espejos.
Una íntima dificultad para distinguir la congoja del
júbilo.
Era un tiempo adolescente e impreciso, el tiempo del
amor sin nombre, hasta casi sin rostro, que merodeaba,
como un beso prometido, por el punto más umbrío de la
escalera.    
   

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