NO BASTA decantarse en el océano del trigo ... , no basta, no. Ni untarse los pies de rastrojo, ni girar, gastándose, madurando la parva ... No basta. No basta sentir el silbo de la locomotora en la estación de Los Pedroches, indiferente en su humo cano, leve, siempre con su penacho alzándose ... , alzándose ... No basta, no, sacar al sol la podre para que se oree, ni barrer los eriales de la otoñada, ¡ay, gañanes cantores! Sacad las viejas penas, y remozándolas en la veda del estío ... , ¡ Sembradlas ... ! |
a Pedro Patiño, muerto un trece deseptiembre en defensa de la libertad y la democracia.
UN DIA, ¡triste día!, junto al tajo, rodando entre ladridos, polvo y bala, royendo por las venas muerte abajo, ¡ay, dios!, tu alada espalda se desala. Volabas más veloz que el pensamiento salpicando en otoño primaveras..., sembrando, semillabas en el viento la esperanza propicia de las eras. ¡Sembrabas ...! Tu almáciga, poeta, tu verde labrantía, gesta y crece todavía. Sembrar fue tu noble meta. Cumpliste. Fue tu fin. ¡Maldito trece! Rilo al regar tus pródigas cosechas; siento en mí, prolongar, tuyas, mis manos; y grito hasta encender todas mis mechas, como juro, en la troje, alzar tus granos. ¡Nadie se llame a engaño, cuando lloro, cuando canto! (...quedó marchito y ciego cuando al fuego escupió tan verde coro). ¡Hay que seguir trillando..., bajo el fuego! |
"Sr. Caballero, este muchacho que estoy castigando es un criado, . que me sirve ... " (Cap. IV DON QUiJOTE) - Cervantes
Sus ojos denunciaron el insulto, viendo en la encina la virtud atada, cuando del látigo la herida alzada por justicia clamó, no por indulto. Su loquez de campeón juriconsulto sentenció la mentira consagrada, al tiempo que arrancó la mascarada quitando al juez la sinrazón y el culto. Volviste, espalda y espuela, loco y fiado en las palabras viles del negrero disfrazadas, irónicas, sin base. y aún sigue, del jazmin desheredado, el sudor transparente del obrero; roto tal vez, pero con fuerza y clase.
(De El Peralejo) |
EL PUENTE DE LA GARGANTA DE POZAS Lo colosal no empequeñece la estatura y junto a la aspereza armónica de la sierra la debilidad humana agiganta su armonía. Frente a frente la pintora y Gredos. Si cl pontífice olvidó, Pilar, los pilares, dejando el pretil ausente en la ebriedad de la pasarela, el reloj de la luna, desquiciado, pretende equivocar el ascenso. Ajena a la escalada, en la incertidumbre, se esconde la erosión pertinaz de la torrentera donde un largo silencio quebrado sólo por el canto del agua se estrella feroz bajo el puente. El espíritu de la cordillera se rinde al vigor de tu savia, sabia y renovada. El senderear entre los peñascales, tus geniales locuras, el lienzo azul, las cumbres. Siento el aroma, la abeja, el jengibre, fauna y flora de la alfombra vegetal, ¡oh, antesala onírica de la Garganta de Pozas!, donde el puente de los borrachos sin protección alguna vadea sus orillas, como siento el paso enérgico de tus pinceles dando sentido a la nieve serrana, al taller de la puerta verde, al patio rojo de mi casa .. |
Si cruzas la mirada desde la Peña Rayo, hasta estamparla toda en la frontera que cielo y cordillera aúnan y dejas resbalar la vista por la quebrada hasta el hondón donde la montaña rinde sus pies a la umbría, verás cómo brillan acusadores, inmensos, los ojos de la Charca Esmeralda. como un espejo, verdísimo cristal, restallante, tendido en el lecho brusco del parto donde la cordillera rompe sus aguas por la hendidura feroz de los peñascales. Desde el fuego del codiciado pedernal, esmeralda, que la naturaleza trasformó en laguna, emergen, ojos, miradas, oscilantes y atronadores, que se suceden sin cesar una y otra vez. Ojos que odian y matan, ojos que antes, tal vez, de ser reventonas espumas de agua, fueron verdes y profundos, amantes, necesarios a unos labios puros. Ojos, antaño llenos de amor, de dulzura, convertidos ahora en dos bocas de fuego, dos insultantes ventanales de ira, redondos, feroces, encendidos como dos agujeros lúgubres. Dos volcanes siniestros que estallan desde la locura del odio, amenazantes como dos mortíferos fusiles, dos hecatombes impronunciables, estáticos. El amor, qué ignorancia la suya, ciego, había sido derrotado por vez primera. A su pesar, adivina que era infeliz en su felicidad. Infelicidad feliz que se transparentaba a través de esas pupilas rojas, enardecidas, incapaces ya de otra cosa. Roto el amor surge el abismo que una vez empinado entre los labios jamás vuelve a donde primero. ¿Qué queda después de la cuchillada, de una oración incrédula o un mito subyacente? Tal vez, el recuerdo o quizá el desafío, la incertidumbre de lo que no se hizo. Acaso la tristeza del tiempo tan inútilmente perdido que ya no podremos jamás recobrar. Lo cierto, sin embargo, es el sabor amargo del odio que rezuman esos ojos, otrora dulces, vueltos sal de tuera en esta noche que, para siempre y sin posible retorno, comienza en este instante. Yesos ojos, que se muestran furiosos cuando la luna platea los tejados mientras su conciencia reposa tranquilamente desde el anochecer hasta la madrugada, también encienden, triste color, sus feroces miradas en pleno día, en el bar, en la mesa de escribir, en la pantalla de la computadora, en el cajón de la mesilla de noche. Ojos colgantes, acusadores, que te persiguen sin cesar por las esquinas y por los rincones. No hay lugar donde los rayos rencorosos de sus pupilas febrilmente denunciantes no hagan desviar el curso del pensamiento. Tras el vendaval como a cada noche una luz nueva derrama sus rayos por la serranía. |
LA LAGUNA GRANDE DEL CIRCO DE GREDOS Ahora entiendo el porqué de tu grandeza, novia del sol y de la nieve. He tardado mucho, demasiado, casi ocho lustros en conocer el sudor de la espuma, la rima, tus aguas, oh laguna, el circo que te rodea, el oxígeno puro, la libertad del viento. Pero al fin sé de ti como del aire. Treinta años bajo la bota impía y diez de andar a gatas, son cuentas muy altas para pasar factura de mi ignorancia al cielo. La quebrada por donde te desangras locamente y las torrenteras, que en el deshielo te surten desde los neveras, apenas son imitación ingenua de mi desdicha. Tú te precipitas furiosa en busca del río para llevar tus aguas vírgenes en la grupa de su cauce, al trote, entre valles y llanuras, al océano. Yo, aliviado entre mis hebras fluviales. intento ir por la umbría desangelado de mi otoño vertiendo la frigidez aguada de mis días. Pero el paraíso de tu circo está ahí quieto, mudo, intenso, rodando. Y rodando en su infinita quietud, logra transmitirme la sensación de un amor eterno. El pico de Alrnanzor, animada piedra, colosal roquedo, eterniza la rueda repitiéndose sin cesar a tu alrededor, mientras tú, vestida de novia, arrodillada, encendida, verdeante bajo el velo radiante de tul, imploras al dios del amor su conversión, en tupidos encajes de amaranto. Apenas si queda tiempo, la hora se acerca, la marcha se precipita, la bajada se agiganta. El descenso requiere más mesura porque si la fatiga amengua, el peligro crece y, con él, el temor a la caída. No quiero seguir mordiéndomc la lengua, el alma. las palabras. Prefiero contemplar por las ansiosas oquedades de la mirada, la envidia que a la cita de mi reclamo acude aunque tus grandezas, oh misteriosa laguna, no quepan en mis ojos ampliamente abiertos. Y así, tranquilo y sosegado, con esa lucidez que mis pecados me deparan, dispuesto a esperar, enfilo el último sueño.
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Poema incomprendido Subiste una y mil veces, escalador del aire, en los sueños de tus días, sin calendario, cuajado de pasiones, anónimo, sencilla, llanamente hasta el poema. Manojo de versos que se afanan universales en la tersura del libro que nadie leerá sin dar luz ni lengua al viento. El aire, el fuego, el alma, apenas son nada. Hasta la flor para ser bella necesita de unos ojos la mirada. ¿Quién te mira? En los atardeceres serranos la cabra montesa escribe en las rocas sus delicias. ¿Dónde la impronta de tu pisada? ¿En qué volumen la huella de tu ser? Laderas, dólmenes, montañas. Subir, subir, escalar... (De Los labios de la laguna)
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