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Andrés García Madrid

El horizonte

Canto al labrador desconocido

Soneto

El puente de la garganta de Pozas

La charca Esmeralda

La laguna grande del Circo de Gredos

Poema incomprendido

EL HORIZONTE

NO BASTA decantarse

en el océano del trigo ... ,

no basta, no. Ni untarse

los pies de rastrojo,

ni girar, gastándose, madurando la parva ...

No basta.

No basta sentir el silbo

de la locomotora

en la estación de Los Pedroches,

indiferente

en su humo cano, leve, siempre

con su penacho alzándose ... ,

alzándose ...

No basta, no, sacar al sol

la podre

para que se oree,

ni barrer los eriales de la otoñada,

¡ay, gañanes cantores! Sacad

las viejas penas, y remozándolas

en la veda del estío ... ,

¡ Sembradlas ... !

 

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CANTO AL LABRADOR DESCONOCIDO

a Pedro Patiño, muerto un

trece deseptiembre en defensa

de la libertad y la democracia.

 

UN DIA, ¡triste día!, junto al tajo,

rodando entre ladridos, polvo y bala,

royendo por las venas muerte abajo,

¡ay, dios!, tu alada espalda se desala.

Volabas más veloz que el pensamiento

salpicando en otoño primaveras...,

sembrando, semillabas en el viento

la esperanza propicia de las eras.

¡Sembrabas ...! Tu almáciga, poeta,

tu verde labrantía, gesta y crece todavía.

 Sembrar fue tu noble meta.

 Cumpliste. Fue tu fin. ¡Maldito trece!

Rilo al regar tus pródigas cosechas;

siento en mí, prolongar, tuyas, mis manos;

y grito hasta encender todas mis mechas,

como juro, en la troje, alzar tus granos.

¡Nadie se llame a engaño, cuando lloro,

cuando canto! (...quedó marchito y ciego

cuando al fuego escupió tan verde coro).

¡Hay que seguir trillando..., bajo el fuego!

 

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SONETO

"Sr. Caballero, este muchacho

 que estoy castigando es un criado,

. que me sirve ... "

(Cap. IV DON QUiJOTE) - Cervantes

 

Sus ojos denunciaron el insulto,

viendo en la encina la virtud atada,

cuando del látigo la herida alzada

por justicia clamó, no por indulto.

Su loquez de campeón juriconsulto

sentenció la mentira consagrada,

al tiempo que arrancó la mascarada

quitando al juez la sinrazón y el culto.

Volviste, espalda y espuela, loco y fiado

 en las palabras viles del negrero

disfrazadas, irónicas, sin base.

y aún sigue, del jazmin desheredado,

el sudor transparente del obrero;

roto tal vez, pero con fuerza y clase.

(De El Peralejo)
 

 

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EL PUENTE DE LA GARGANTA DE POZAS

Lo colosal no empequeñece la estatura

y junto a la aspereza armónica de la sierra

la debilidad humana agiganta su armonía.

 Frente a frente la pintora y Gredos.

Si cl pontífice olvidó, Pilar, los pilares,

 dejando el pretil ausente

en la ebriedad de la pasarela,

el reloj de la luna, desquiciado,

pretende equivocar el ascenso.

Ajena a la escalada,

en la incertidumbre,

se esconde la erosión pertinaz de la torrentera

donde un largo silencio

quebrado sólo por el canto del agua

se estrella feroz bajo el puente.

 El espíritu de la cordillera

se rinde al vigor de tu savia,

sabia y renovada. El senderear

entre los peñascales, tus geniales locuras,

el lienzo azul, las cumbres.

Siento el aroma, la abeja, el jengibre,

 fauna y flora de la alfombra vegetal,

¡oh, antesala onírica de la Garganta de Pozas!,

donde el puente de los borrachos

sin protección alguna vadea sus orillas,

como siento el paso enérgico de tus pinceles

dando sentido a la nieve serrana,

al taller de la puerta verde,

al patio rojo de mi casa ..

 

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LA CHARCA ESMERALDA

Si cruzas la mirada desde la Peña Rayo,

 hasta estamparla toda en la frontera

que cielo y cordillera aúnan

y dejas resbalar la vista por la quebrada

hasta el hondón

donde la montaña rinde sus pies a la umbría,

ves cómo brillan acusadores, inmensos,

 los ojos de la Charca Esmeralda.

como un espejo, verdísimo cristal, restallante,

 tendido en el lecho brusco del parto

donde la cordillera rompe sus aguas

por la hendidura feroz de los peñascales.

Desde el fuego del codiciado pedernal,

esmeralda, que la naturaleza trasformó en laguna,

emergen, ojos, miradas, oscilantes y atronadores,

que se suceden sin cesar una y otra vez.

Ojos que odian y matan, ojos que antes,

tal vez, de ser reventonas espumas de agua,

 fueron verdes y profundos, amantes,

necesarios a unos labios puros.

Ojos, antaño llenos de amor, de dulzura,

convertidos ahora en dos bocas de fuego,

dos insultantes ventanales de ira, redondos, feroces,

encendidos como dos agujeros lúgubres.

Dos volcanes siniestros que estallan

desde la locura del odio, amenazantes

como dos mortíferos fusiles,

dos hecatombes impronunciables, estáticos.

El amor, qué ignorancia la suya, ciego,

había sido derrotado por vez primera.

A su pesar, adivina que era infeliz en su felicidad.

Infelicidad feliz que se transparentaba

a través de esas pupilas rojas, enardecidas,

incapaces ya de otra cosa.

Roto el amor surge el abismo

que una vez empinado entre los labios

 jamás vuelve a donde primero.

¿Qué queda después de la cuchillada,

de una oracn incrédula

o  un mito subyacente? Tal vez, el recuerdo

o  quizá el desafío,

la incertidumbre de lo que no se hizo.

Acaso la tristeza del tiempo

tan inútilmente perdido

que ya no podremos jamás recobrar.

Lo cierto, sin embargo,

es el sabor amargo del odio

que rezuman esos ojos, otrora dulces,

vueltos sal de tuera en esta noche que,

para siempre y sin posible retorno,

comienza en este instante.

Yesos ojos, que se muestran furiosos

cuando la luna platea los tejados

mientras su conciencia reposa tranquilamente

desde el anochecer hasta la madrugada,

también encienden, triste color, sus feroces miradas

 en pleno día, en el bar, en la mesa de escribir,

en la pantalla de la computadora,

en el can de la mesilla de noche.

Ojos colgantes, acusadores, que te persiguen sin cesar

 por las esquinas y por los rincones.

No hay lugar donde los rayos rencorosos de sus pupilas

 febrilmente denunciantes

no hagan desviar el curso del pensamiento.

 Tras el vendaval como a cada noche

una luz nueva derrama sus rayos por la serranía.

 

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LA LAGUNA GRANDE DEL CIRCO DE GREDOS

Ahora entiendo el porqué de tu grandeza,

novia del sol y de la nieve.

He tardado mucho, demasiado, casi ocho lustros

en conocer el sudor de la espuma, la rima,

tus aguas, oh laguna, el circo que te rodea,

el oxígeno puro, la libertad del viento.

Pero al fin sé de ti como del aire.

Treinta años bajo la bota impía

y diez de andar a gatas, son cuentas muy altas

para pasar factura de mi ignorancia al cielo.

La quebrada por donde te desangras locamente

y las torrenteras, que en el deshielo

te surten desde los neveras,

apenas son imitación ingenua de mi desdicha.

Tú te precipitas furiosa en busca del río

para llevar tus aguas vírgenes en la grupa de su cauce,

al trote, entre valles y llanuras, al océano.

Yo, aliviado entre mis hebras fluviales.

intento ir por la umbría desangelado de mi otoño

 vertiendo la frigidez aguada de mis días.

Pero el paraíso de tu circo es a

quieto, mudo, intenso, rodando.

Y rodando en su infinita quietud,

logra transmitirme la sensación de un amor eterno.

El pico de Alrnanzor, animada piedra,

colosal roquedo, eterniza la rueda

repitiéndose sin cesar a tu alrededor,

 mientras , vestida de novia,

arrodillada, encendida, verdeante

bajo el velo radiante de tul,

imploras al dios del amor su conversión,

 en tupidos encajes de amaranto.

Apenas si queda tiempo, la hora se acerca,

 la marcha se precipita, la bajada se agiganta.

El descenso requiere más mesura

porque si la fatiga amengua,

 el peligro crece y, con él, el temor a la caída.

No quiero seguir mordiéndomc la lengua,

 el alma. las palabras. Prefiero contemplar

por las ansiosas oquedades de la mirada,

la envidia que a la cita de mi reclamo acude

aunque tus grandezas, oh misteriosa laguna,

no quepan en mis ojos ampliamente abiertos.

Y así, tranquilo y sosegado, con esa lucidez

que mis pecados me deparan,

dispuesto a esperar, enfilo el último sueño.

 

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Poema incomprendido

Subiste una y mil veces,

escalador del aire,

en los sueños de tus días, sin calendario,

cuajado de pasiones, anónimo,

sencilla, llanamente hasta el poema.

Manojo de versos que se afanan universales

en la tersura del libro que nadie leerá

sin dar luz ni lengua al viento.

El aire, el fuego, el alma,

apenas son nada. Hasta la flor

para ser bella necesita

de unos ojos la mirada.

¿Quién te mira?

En los atardeceres serranos la cabra montesa

escribe en las rocas sus delicias.

¿Dónde la impronta de tu pisada?

¿En qué volumen la huella de tu ser?

Laderas, dólmenes, montañas.

Subir, subir, escalar...    

(De Los labios de la laguna)

 

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