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Ángel García López

Hermosa niñez mía...

Besarte no es amor...

Perversificaciones

HERMOSA NIÑEZ MIA, MARTIRIZADA

Y MUERTA EN UN LUGAR DEL SUR

Le vistieron de luto la alegría.

Le mataron, sin más, porque pensaba

vivir, sólo vivir. Se le acusaba

de amor, la única arma que tenía.

Llegaron a su casa. Una jauría

le preguntó los árboles que amaba.

Y él, soñando ser lluvia, libertada

la sangre maniatada que fluía.

Le llevaron al potro del tormento.

Sus espadas volaron a trallazos.

El alma le rompieron con las ascuas.

Y murióse sin más, sin un lamento.

El verdugo escupió, cruzó los brazos.

Y allí no pasó nada. Santas Pascuas.

 

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Besarte no es amor, es irte oliendo

igual que huele el macho a su collera;

es saberte paloma mensajera

al gavilán las alas abatiendo.

Besarte no es amor, es ir pidiendo

besana donde hundir mi sementera;

es ser igual que el toro en la pradera

huyendo de la hembra y embistiendo.

Igual que el ciervo oculta el baluarte

donde el celo resiste y le reclama,

así mi boca llega hasta tu boca.

Porque besarte entonces, no es besarte.

Es dejar en los labios la proclama

donde la sangre asusta de tan loca.

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PERVERSIFICACIONES

Cuando llegaste al ascensor se puso
color de tu cabello el aire todo.
Todo era rubio como tú y bellísimo.
Tus piernas paseaban en los ojos
de cuantos iban ascendiendo al cielo
y a la planta tercera. Y yo, que estaba
tras ti, tan indefenso, contemplando
la luz de tus caderas no usuales,
cuando apoyaste sobre mí tu cuerpo
y vino a regalarme un dios y a verme,
sentí que el pantalón se entusiasmaba
y que, dentro de él, nuevo el verano,
iba a buscarte el sol que le ofrecías,
muriéndose de pie, bajo el vestido.  

Lo demás un exceso hubiera sido.      

Cuando nos fuimos a acostar,  en ese
momento confidente de quitarnos
las ropas y de hablar de inanidades,
me sorprendió que una mujer hermosa
como eras tú, tuviese a media noche,
tan corta luz con que alumbrar la escena.
Cuenta me di que tu caligrafía
no era lo grácil que pensé al cazarte
y tu sintaxis resultaba oscura.
Bien visto, qué más daba. Estabas buena
como un durazno, tu caliente hogaza
no era igual ni común _torpe y lentísima_
y te gustaba compartir mi cuerpo...

De todos los lugares donde hicimos
arder tu juventud, recuerdo como
sitio nunca olvidable la bañera,
a la cual me llevaste _yo tan limpio
de cuerpo y corazón_ con el sigilo
de darme a conocer, líquido, el fuego.

Y, en verdad, conocí cuánta y distinta
puede la lava ser en los volcanes.
Fue tan perfecta la ocasión de amarnos
igual que los delfines en el agua
_ahogándonos a ratos y creciendo
por encima del mar: muslos convictos,
senos en desazón, piel en naufragio,
la hirviente red en la que el pez moría_,
que, desde entonces, casi medio año
_limpio de corazón y no de cuerpo_,
no me he vuelto a bañar
      por olvidarte.

 

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