El crepitar de unas ramas de olivo que se queman sin prisa tras la poda, el ímpetu del pájaro en el cielo, su timidez en el arbusto, el áspero zarzal y la humareda me están pidiendo una confirmación, su debido registro entre lo que sucede. Necesitan el sí callado que he de darles para poder hacer en su existencia un hueco a mi existencia muda. Comprendo que se trata _como en el lazo entre la flor y el día_ de un destino recíproco, de un mutuo ser en lo que es, sin más. (Ninguna plenitud, tampoco, aún, ninguna pérdida.)
Acepto estar aquí, y estar mirando estas cosas sin cifra. Acepto, juzgo, doy al aire el mismo aire que me sustenta a mí. |
El invierno se fue. ¿Qué habré perdido? ¿Qué desapareció, con él, de mi conciencia?
(Esta preocupación -seguramente absurda- por conocer aquello que nos huye, me obliga a convertir el aire frío en pensado cristal sobre mi piel pensada, y a convertir la gloria entristecida de los húmedos días invernales en la imposible luz que su concepto irradia; esta preocupación, en fin, tiene la culpa -y qué confuso y dulce me parece- de que duerman en mí los árboles dormidos.)
El invierno se fue, pero nada se lleva. Me queda siempre la estación perpetua: mi mente repetida y sola.
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(Narcissus poeticus) Me indicó alguien que aquellas flores blancas crecidas entre juncos eran narcisos. En pleno mes de enero, florecían bajo el cielo nublado y la inclemencia.
Así pues, el narciso es la aterida flor que el invierno regala, pensé entonces, vencido por la literatura.
De vuelta a casa, con cuidado ritual –tal vez exagerando una fragilidad leída– formé un pequeño ramo y lo dispuse en un jarrón ingenuamente griego. Su perfume imponía una emoción sin forma, una reminiscencia débil de palabras de un poema donde ellos significan, inevitablemente, el yo, la incógnita en su nívea hermosura.
Pero esta mañana, al contemplar el ramo tras haberlo olvidado, no he visto flores literarias, fingidas, sino breves narcisos silvestres, y no he pensado nada, y me ha abrumado su inaudita delicia incontestable puesta sobre la mesa. |