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Antonio Casares

Presente del parque

Querencia del olivo

Misterio

La meretriz

Hacer el amor con las palabras

Presente del parque

 Esta quietud, este silencio, esta
visión que es evidencia del paisaje,
este mar que no es mar ni es oleaje,
este río que oculta la floresta.
Esta naturaleza que nos presta
su belleza, su luz y su mensaje:
gozad del mundo, que es muy corto el viaje,
antes de que la noche sea funesta.
Este parque del sueño y de la vida,
esta acacia, este roble, este avellano,
esta cúpula azul al mediodía.
Esta naturaleza compartida,
este cielo al alcance de la mano,
esta rosa de amor y de poesía.

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Querencia del olivo
Yo quisiera estar siempre como tú, viejo olivo,
enhiesto bajo el cielo azul de Andalucía,
como un dios que se siente eternamente vivo,
heraldo de una tierra que anuncia la alegría.
Sembraría en el viento estos versos que escribo,
para que todo el mundo oyera la armonía
del árbol de los sueños, del árbol sensitivo,
que sólo da frutos de amor y de poesía.
Quisiera mirar siempre la soledad del monte,
la belleza sin fondo del mar del horizonte,
la tierra que me acoge, hermosa como un verso.
Y levantar mis ramas al cielo como un grito,
para así proclamar mi dolor infinito,
cuando quieran cortarme, a todo el universo.

 

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Misterio
Quién entiende el misterio de la vida,
qué somos, qué seremos, quiénes fuimos,
sabemos que nos vamos, que vinimos
a dar esta partida por perdida.
El mundo se desangra en nuestra herida,
vivimos sin saber por qué vivimos,
en este laberinto nos perdimos,
en este laberinto sin salida.
Sabemos que está escrita ya la hora
en el reloj de arena del destino.
¿Qué queda de la rosa y su perfume?
Somos una manantial de agua que llora
o una flor en el borde del camino
que apenas ha nacido se consume.
 

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La meretriz
E
stá en el bar, acude por las tardes
y pide un vino que se toma a solas,
mientras desbarra en la barra o sablea
algún cigarrillo a los clientes,
y lo apura con placer morboso,
entre reproches al maldito mundo,
culpable, al parecer, de su desgracia.
Tiene hermosas facciones, y aún conserva,
pese a la delación de las arrugas
y los estigmas de los proxenetas,
algún rasgo de aquella belleza
carnal, exuberante y seductora,
que el  gusano del tiempo ha consumido;
sobre todo los ojos, que recuerdan,
salvando, desde luego, las distancias,
a los de la Minelli, aunque han perdido
el brillo de las noches de antaño
y su antiguo poder para el hechizo.
Ha ejercido ese oficio que llaman
el más viejo de todos los oficios
en sórdidos lugares (lupanares,
casas de citas o de lenocinio,
puticlubs, barrios chinos, mancebías,
barras americanas al descorche),
hasta acabar sus días de esplendor,
en un oscuro bar de carretera.
Anda mal de las piernas. Vive sola
en un piso cutre y sin ascensor
que paga a duras penas con la escasa
pensión _porca miseria_ que le queda.
Yo la observo, en silencio, de reojo
y me imagino el drama de su vida,
por no decir tragedia, mientras lanza,
a medida que el vino hace su efecto,
maldiciones, soflamas, improperios,
retahílas de insultos y blasfemias
que no procede repetir aquí,
como si reprochara al universo
su condición forzada de ramera
a sueldo del dolor y de la nada.
Y cuando abandona la taberna
dando traspiés y arrastrando su cuerpo
maltrecho por la acera, hasta perderse
entre los laberintos de la noche,
me quedo absorto pensando en ella,
en ella, que acaso nunca sepa
que verla hecha una ruina me conmueve,
ni tampoco que ha inspirado estos versos
que estoy seguro que jamás leerá...

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Hacer el amor con las palabras...
Quién pudiera tocarte con un verso,
acariciarte con cada vocablo,
hacer que cada sílaba sea un beso
y cada letra un dedo que te roza.
Que una frase sea un acto de amor,
un deseo que se cumple en el acto,
y conjugar el verbo amar lo mismo
que tenerte realmente entre mis brazos.
El idioma ha de ser de carne y hueso,
el alfabeto un cuerpo que se ama
y la encarnación de la poesía.
Porque el sueño más alto del poeta
es hacer el amor con las palabras,
y alcanzar el orgasmo en un poema.

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