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Fray Antonio de Guevara
 

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

 

Una década de césares:

Trajano

Adriano

Antonino

Cómodo

Pértinax

Bassiano

Helio Gábalo

Alejandro

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo V

Que la vida de la aldea es más quieta y más privilegiada que la vida de la corte

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s privilegio de aldea que en ella no viva ni pueda vivir, ni se llame ni se pueda llamar ningún hombre aposentador de rey ni de señor, sino que libremente more cada uno en la casa que heredó de sus pasados o compró por sus dineros, y esto sin que ningún alguacil le divida la casa ni aun le parta la ropa. No gozan de este privilegio los que andan en las cortes y viven en grandes pueblos; porque allí les toman las casas, parten los aposentos, dividen la ropa, escogen los huéspedes, hacen atajos, hurtan la leña, talan la huerta, quiebran las puertas, derruecan los pesebres, levantan los suelos, ensucian el pozo, quiebran las pilas, pierden las llaves, pintan las paredes y aun les sosacan las hijas. ¡Oh!, cuán bienaventurado es aquél a quien cupo en suerte de tener qué comer en el aldea; porque el tal no andará por tierras extrañas, no mudará posadas todos los días, no conocerá condiciones nuevas, no sacará cédula para que le aposenten, no trabajará que le pongan en la nómina, no tendrá que servir aposentadores, no buscará posada cabe palacio, no reñirá sobre el partir la casa, no dará prendas para que le fíen ropa, no alquilará camas para los criados, no adobará pesebres para las bestias, ni dará estrenas a sus huéspedas. No sabe lo que tiene el que casa de suyo tiene; porque mudar cada año regiones y cada día condiciones es un trabajo intolerable y un tributo insufrible.

Es privilegio de aldea que el hidalgo u hombre rico que en ella viviere sea el mejor de los buenos o uno de los mejores, lo cual no puede ser en la corte o en los grandes pueblos; porque allí hay otros muchos que le exceden en tener más riquezas, en andar más acompañados, en sacar mejores libreas, en preciarse de mejor sangre, en tener más parentela, en poder más en la república, en darse más a negocios y aun en ser muy más valerosos. Julio César decía que más quería ser en una aldea el primero que en Roma el segundo. Osaríamos decir, y aun afirmar, que para los hombres que tienen los pensamientos altos y la fortuna baja les sería más honra y provecho vivir en aldea honrados que no en la ciudad abatidos. La diferencia que va de morar en lugar pequeño o grande es que en el aldea verás a muchos pobres a quien tengas mancilla y en la ciudad y corte verás a muchos ricos a quien tengas envidia.

    Es privilegio de aldea que cada uno goce en ella de sus tierras, de sus casas y de sus haciendas; porque allí no tienen gastos extravagantes, no les piden celos sus mujeres, no tienen ellos tantas sospechas de ellas, no los alteran las alcahuetas, no los visitan las enamoradas, sino que crían sus hijas, doctrinan sus hijos, hónranse con sus deudos y son allí padres de todos. No tiene poca bienaventuranza el que vive contento en el aldea; porque vive más quieto y muy menos importunado, vive en provecho suyo y no en daño de otro, vive como es obligado y no como es inclinado, vive conforme a razón y no según opinión, vive con lo que gana y no con lo que roba, vive como quien teme morir y no como quien espera siempre vivir. En el aldea no hay ventanas que sojuzguen tu casa, no hay gente que te dé codazos, no hay caballos que te atropellen, no hay pajes que te griten, no hay hachas que te enceren, no hay justicias que te atemoricen, no hay señores que te precedan, no hay ruidos que te espanten, no hay alguaciles que te desarmen, y lo que es mejor de todo, que no hay truhanes que te cohechen ni aun damas que te pelen.

    Es privilegio de aldea que para todas las cosas haya en ella tiempo cuando el tiempo es bien repartido; y parece ser esto verdad en que hay tiempo para leer en un libro, para rezar en unas horas, para oír misa en la iglesia, para ir a visitar los enfermos, para irse a caza a los campos, para holgarse con los amigos, para pasearse por las eras, para ir a ver el ganado, para comer si quisieren temprano, para jugar un rato al triunfo, para dormir la siesta y aun para jugar a la ballesta. No gozan de este privilegio los que en las cortes andan y en los grandes pueblos viven, porque allí lo más del tiempo se les pasa en visitar, en pleitear, en negociar, en trampear y aun a las veces en suspirar. Como dijesen al emperador Augusto que un romano muy entremetido era muerto, dicen que dijo: «Según le faltaba tiempo a Bíbulo para negociar, no sé cómo tuvo espacio para se morir.»

    Es privilegio de aldea que el que tuviere algunas viñas, goce muy a su contento de ellas, lo cual parece ser verdad en que toman muy gran recreación en verlas plantar, verlas binar, verlas descubrir, verlas cubrir, verlas cercar, verlas bardar, verlas regar, verlas estercolar, verlas podar, verlas sarmentar y sobre todo en verlas vendimiar. El que mora en el aldea toma también muy gran gusto en gozar la brasa de las cepas, en escalentarse a la llama de los manojos, en hacer una tinada de ellos, en comer de las uvas tempranas, en hacer arrope para casa, en colgar uvas para el invierno, en echar orujo a las palomas, en hacer un aguapié para los mozos, en guardar una tinaja aparte, en añejar alguna cuba de añejo, en presentar un cuero al amigo, en vender muy bien una cuba, en beber de su propia bodega, y sobre todo en no echar mano a la bolsa para enviar por vino a la taberna. Los que moran fuera del aldea no tienen manojos que guardar, ni cepas que quemar, ni uvas que colgar, ni vino que beber, ni aun arrope que gastar; y si algo de esto quieren tener, a peso de oro lo han de comprar.

    Es privilegio de aldea que todos los aldeanos se puedan andar por toda el aldea solos sin que caigan en caso de hermandad, ni pierdan cosa de su gravedad. No poco sino mucho es bienaventurado el que vive en el aldea, pues no ha menester escuderos que le acompañen, mozos que le tengan la mula, paje que le traiga la capa de agua, otro paje que le lleve el sombrero, ropas de martas que traiga el invierno, rasos de Florencia para traer el verano; y lo que más es de todo, que si la aldea es algo pequeña, no sólo se puede ir por ella paseando, mas aun cantando. No sólo el marido, mas aun la mujer es en el aldea privilegiada, la cual no tiene necesidad de quien le lleve la falda, de poner estrado en la iglesia, de enviar delante sí el almohada, de llevar consigo ama y doncella, de escudero que la lleve de brazo, de paje que le dé las horas, ni de bachiller que lleve a los hijos; aunque no dejaremos de decir que son algunas tan locas y vanas, que tan galanas se quieren poner en el aldea delante las labradoras como si fuesen a palacio a ver las damas. El bien del aldea es que por solo y desacompañado que vaya uno a visitar al vecino, a oír su misa, a podar la viña, a ver la heredad, a reconocer el ganado y a requerir al yuguero, granjea su hacienda y no pierda nada de su honra.

Es privilegio de aldea que cada vecino se pueda andar no solamente solo, mas aun sin capa y sin manteo, es a saber: una varilla en la mano, o puestos los pulgares en la cinta, o vueltas las manos atrás. No pequeña sino grande es la libertad de la aldea, en que si uno no quiere traer calzas, trae zaragüelles; si no quiere traer capa, ándase en cuerpo; si le congoja el jubón, afloja las agujetas; si ha calor, ándase sin gorra; si ha frío, vístese un zamarro; si llueve mucho, embístese un capote; si le pesa el sayo, ándase en calzas y jubón; si hace lodos, cálzase unos zancos; y si hay algún arroyo, sáltale con un palo. El pobre hidalgo que en la aldea alcanza a tener un sayo de paño recio, un capuz cerrado, un sombrero bueno, unos guantes de sobreaño, unos borceguíes domingueros y unos pantuflos no rotos, tan hinchado va él a la iglesia con aquellas ropas como irá un señor aforrado de martas. No gozan de este privilegio los que moran en la villa o ciudad; porque allí acontece el marido no salir de casa por tener la capa raída y la mujer no ir a misa por falta de ama.

    Es privilegio de aldea que cada uno se pueda andar en ella no solamente solo y en cuerpo, mas aun a pie caminar o se pasear sin tener mula ni mantener caballo. El que en el aldea vive y anda a pie ahorra de buscar potro, de comprar mula, de buscar mozo, de hacerla almohazar, de atusarle las crines, de comprar guarniciones, de adobar frenos, de henchir las sillas, de guardar las espuelas, de remendar las acciones, de herrarla cada mes, de darle verde, de encerrar paja, de ensilar cebada y aun de adobar pesebres. Todas estas menudencias para un pobre hidalgo no sólo son enojosas, mas aun costosas; el gasto de las cuales se siente todas las veces que se echa mano a la bolsa o se habla de casar una hija. No es de pasar entre renglones lo que hace un pobre hidalgo cuando va a la villa a mercado. Él se viste un largo capuz, se reboza una toca casera, se encasqueta un sombrero viejo, se pone unas espuelas jinetas, se calza los borceguíes del domingo, alquila una borrica a su vecino, vase en ella caballero, lleva los pies metidos en las alforjas, en la mano un palo con que la aguija, y lo mejor de todo es que a los que le topan dice que tiene el caballo enclavado y a los del mercado dice que lo deja en el mesón de la puente arrendado. Ya que vuelve al aldea, dice a sus vecinos que fue a la ciudad a visitar un enfermo, o a rogar por un preso, o a hacer ver un pleito, o a poner en precio un potro, o a sacar seda y paño, o a cobrar el tercio de su sueldo, como sea verdad que lleve las alforjas llenas de verdura para la olla, de sal para casa, de calzado para la gente, de aceite para el viernes, de candelas para la cena, y no será mucho lleve alguna podadera para podar su viña. A los lectores de esta escritura ruego que más lo noten que lo rían esto que aquí hemos dicho; pues le es más sano consejo al pobre hidalgo ir a buscar de comer en una borrica que no andar hambreando en un caballo.

Capítulo VI

Que en el aldea son los días más largos y más claros, y los bastimentos más baratos.

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s privilegio de aldea que el que morare en ella tenga harina para cerner, artesa para amasar y horno para cocer, del cual privilegio no se goza en la corte ni en los grandes pueblos, a do de necesidad compran el pan que es duro, o sin sal, o negro o mal lludido, o avinagrado, o mal cocho, o quemado, o ahumado, o reciente, o mojado, o desazonado, o húmedo; por manera que están lastimados del pan que compraron y del dinero que por ello dieron. No es así, por cierto, en el aldea, ado comen el pan de trigo candeal, molido en buen molino, ahechado muy despacio, pasado por tres cedazos, cocido en horno grande, tierno del día antes, amasado con buena agua, blanco como la nieve y fofo como esponja. Los que viven en el aldea y amasan en su casa tienen abundancia de pan para su gente, no lo piden prestado a los vecinos, tienen que dar a los pobres, tienen salvados para los puercos, bollos para los niños, tortas para ofrecer, hogazas para los mozos, ahechaduras para las gallinas, harina para buñuelos y aun hojaldres para los sábados.

    Es privilegio del aldea que el que mora en ella pueda hacer más ejercicio y tenga más en que embeber el tiempo, del cual privilegio no se goza en los grandes pueblos, porque allí ha de presumir cada uno de ser muy medido en las palabras, recogido en la persona, honesto en la vida, ejemplar en las obras, apartado de conversaciones, paciente en las injurias y no muy visitador de las plazas; por manera que tanto es más tenido uno en la república cuanto menos sale de casa. ¡Oh!, bienaventurada aldea y bienaventurado el que mora en ella, a do cada uno se puede poner libremente a la ventana, mirar desde el corredor, pasearse por la calle, asentarse a la puerta, pedir silla en la plaza, comer en el portal, andarse por las eras, irse hasta la huerta, beber de bruces en el caño, mirar cómo bailan las mozas, dejarse convidar en las bodas, hacer colación en los mortuorios, ser padrino en los bateos y aun probar el vino de sus vecinos. Todas estas cosas se pueden en el aldea hacer sin que nadie pierda su autoridad ni aventure su gravedad.

   Es privilegio del aldea que vivan los que viven en ella más sanos y mucho menos enfermos, lo cual no es así en las grandes ciudades, a do por ocasión de ser las casas altas, los aposentos tristes y las calles sombrías, se corrompen más aína los aires y enferman más presto los hombres. ¡Oh!, bendita tú, aldea, a do la casa es más ancha, la gente más sincera, el aire más limpio, el sol más claro, el suelo más enjuto, la plaza más desembarazada, la horca menos poblada, la república más sin rencilla, el mantenimiento más sano, el ejercicio más continuo, la compañía más segura, la fiesta más festejada y sobre todo los cuidados muy menores y los pasatiempos mucho mayores.

    Es privilegio del aldea, en especial si es un poco pequeña, que no moren en ella físicos mozos, ni enfermedades viejas, del cual privilegio no gozan los de los grandes pueblos; porque de cuatro partes de la hacienda, la una llevan los locos por chocarrerías que dicen, la otra llevan los letrados por causas que defienden, la otra llevan los boticarios por medicinas que dan y la otra llevan los médicos por sus curas que hacen. ¡Oh!, bendita tú, aldea, y bendito el que en ti mora, pues allí no aportan bubas, no se apega sarna, no saben qué cosa es cáncer, nunca oyeron decir perlesía, no tiene allí parientes la gota, no hay confrades de riñones, no tiene allí casa la ijada, no moran allí las opilaciones, no se cría allí bazo, nunca allí se calienta el hígado, a nadie toman desmayos y ningunos mueren de ahítos. ¿Qué más quieres que diga de ti, ¡oh, bendita aldea!, sino que si no es para edificar alguna casa no saben allí qué cosa son arenas ni piedra?

    Es privilegio de aldea que los días se gocen y duren más, lo cual no es así en los soberbios pueblos, a do se pasan muchos años sin sentirlos y muchos días sin gozarlos. Como en el campo se pase el tiempo con más pasatiempo que no en el pueblo, parece por verdad que hay más en un día de aldea que no hay en un mes de corte. ¡Oh!, cuán apacible es la morada del aldea, a do el sol es más prolijo, la mañana más temprana, la tarde más perezosa, la noche más quieta, la tierra menos húmeda, el agua más limpia, el aire más libre, los lodos más enjutos y los campos más alegres. El día de la ciudad siéntese y no se goza, y el día del aldea gózase y no se siente, porque allí el día es más claro, es más desembarazado, es más largo, es más alegre, es más limpio, es más ocupado, es más gozado; y finalmente digo que es mejor empleado y menos importuno.

    Es privilegio del aldea que todo hombre que morare en ella tenga leña para su casa, del cual privilegio no gozan los que moran en los grandes pueblos, en los cuales es la leña muy trabajosa de haber y muy costosa de comprar; porque los baldíos a do cortan están lejos y los montes cercanos están vedados. ¡Oh!, cuánto va de invernar en la ciudad a invernar en el aldea, porque allí nunca falta roble de la dehesa, encina de lo vedado, cepas de viñas viejas, astillas de cuando labran, manojos de cuando sarmientan, ramas de cuando podan, árboles que se secan o ramos que se derronchan. Estas cosas son de voluntad, mas cuando se ven en necesidad, pónense a derrocar bardas, a quemar zarzas, a rozar tomillos, a escamondar almendros, a remudar estacas, a partir rozas, a arrancar escobas, a cortar retama, a coger orujo, a guardar granzones, a secar estiércol, a traer cardos, a coger serojas y aun a buscar boñigas.

    Es privilegio del aldea que esté cada uno proveído de la paja necesaria para su casa, lo cual no es así en los pueblos ni en la corte, porque allí la leña y la paja y la cebada son las tres cosas que a los señores son menos costosas de pagar y más enojosas de haber. Es necesaria la paja para las mulas que carretean, para los bueyes en invierno, para las ovejas cuando nieva, para el potro en que andan, para las potras que paren, para las muletas que crían, para el horno a do cuecen, para las camas en que duermen, para el fuego a do se calientan y aun para enviar al mercado una carga. El que para todas estas cosas hubiese de comprar la paja, sentirlo había al cabo del año en la bolsa.

    Es privilegio del aldea que todos los que moran en ella coman a do quisieren y a la hora que quisieren, lo cual no es así en la corte y grandes pueblos, ado les es forzado comer tarde y frío y desabrido, y aun con quien tienen por enemigo. ¡Oh!, bendita tú, aldea, a do comen al fuego si es invierno, en el portal si es verano, en la huerta si hay convidados, so el parral si hace calor, en el prado si es primavera, en la fuente si es Pascua, en las eras si trillan, en las viñas si plantan majuelo, a solas si traen luto, acompañados si es fiesta, de mañana si van camino, olla podrida si vienen de caza, todo cocido si no tienen dientes, todo asado si quieren arreciar, a la tarde si no lo han gana, o muy temprano si tienen apetito. Tres condiciones ha de tener la buena comida, es a saber: comer cuando lo ha gana, comer de lo que ha gana, comer con grata compañía; y al que faltaren estas condiciones, maldecirá lo que come y aun a sí mismo que lo come.

    Es privilegio de aldea que todos los que moran en ella tengan que se ocupar y con quien se recrear; lo cual no es así en la corte y grandes ciudades, a do son muy pocos los de quien nos fiamos e infinitos los que tememos. ¡Oh!, felice vida la del aldea, a do todos los que allí moran tienen sus pasatiempos en pescar con vara, armar pájaros, echar buitrones, cazar con hurón, tirar con arco, ballestear palomas, correr liebres, pescar con redes, ir a las viñas, adobar las bardas, catar las colmenas, jugar a la ganapierde, departir con las viejas, hacer cuenta con el tabernero, porfiar con el cura y preguntar nuevas al mesonero. Todos estos pasatiempos desean los ciudadanos y los gozan los aldeanos.

Capítulo XII
Que en las cortes de los príncipes todos dicen «haremos» y ninguno dice «hagamos».

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ías el filósofo, varón que fue muy nombrado entre los griegos, muchas veces decía a la mesa del Magno Alejandro: «Quilibet in suo proprio negocio hebetior est quam in alieno.» Como si más claramente dijese: «Naturalmente es el hombre agudo en dar parecer a los otros y boto e inhábil en lo que le toca a él.» Grave por cierto sentencia es ésta, digna del que la dijo y muy digna de quien se dijo; porque si hay mil que aciertan en cosas ajenas, hay diez mil que yerran en sus cosas propias. Hay hombres en este mundo que para dar un sano consejo y para ordenar un remedio de presto, tienen pareceres heroicos e ingenios muy delicados, los cuales sacados de negocios ajenos y traídos a negocios suyos, es lástima ver lo que dicen y es vergüenza lo que hacen, porque ni tienen cordura para gobernar sus casas, ni aun prudencia para encubrir sus miserias. Cayo César, Octavio Augusto, Marco Antonio, Septimio Severo y el buen Marco Aurelio, todos estos y otros infinitos con ellos fueron príncipes muy ilustres, así en las hazañas que hicieron como en las repúblicas que gobernaron; mas junto con esto fueron tan desdichados en la policía de sus casas y en la pudicia de sus mujeres e hijas, que vivieron muy lastimados y murieron muy infamados. Hay hombres en esta vida muy hábiles para mandar y muy inhábiles para ser mandados, y por el contrario hay otros que son buenos para ser mandados y no valen cosa para mandar. Quiero por esto decir que hay personas las cuales tienen don de Dios para gobernar una república y, por otra parte, si pesquisan la manera que tiene en su casa y familia, hallarán que es una pérdida y que como a hombres incapaces les habían de dar tutores. Plutarco dice que el muy famoso capitán Nicia nunca erró cosa que hiciese por consejo ajeno, ni acertó cosa que emprendiese por su parecer propio. Si a Hiarcas el filósofo creemos, muy mayor daño se le sigue a un hombre valeroso enamorarse de su propio parecer que no de una mujer; porque el enamorado no puede errar más de para sola su persona, mas el porfiado yerra en daño de toda la república. Todo lo sobredicho decimos para amonestar y persuadir a los cortesanos que viven en la corte, que siempre hablen, traten y conversen allí con personas graves, doctas y experimentadas, porque la gravedad muestra a vivir, la ciencia de lo que se han de guardar y la experiencia de lo que han de hacer. Por sabio, agudo, experto, rico y privado que sea uno en la corte, tiene necesidad de padre que le aconseje, de hermano que le encamine, de adalid que le guíe, de amigo que le avise, de maestro que le enseñe y aun de preceptor que le castigue; porque son tantas las barbullas, tráfagos y mentiras de la corte, que es imposible poderlas un hombre solo entender, cuánto más resistir y remediar. En las cortes de los príncipes no hay camino más derecho para un hombre se perder que es por su solo parecer quererse gobernar, porque la corte es un sueño que echa modorra, es un piélago que no tiene suelo, es una sombra que no tiene tomo, es una fantasma que está encantada y aun es un laberinto que no tiene salida, porque todos los que allí entran, o quedan allí perdidos o salen de allí asombrados.

    La cosa más necesaria de que el cortesano tiene necesidad es tener en la corte un fiel y verdadero amigo, no para que le lisonjee, sino para que le reprenda, es a saber: si se recoge tarde, si va tarde a palacio, si anda limpio, si es bien criado, si es boquirroto, si es disoluto, si es mentiroso, si es tahúr, si es goloso o si es deshonesto enamorado; porque por cualquiera de estos vicios anda en la corte no sólo afrentado, mas aun infamado. ¡Oh!, cuán contrario es lo que escribe mi pluma a lo que en la corte pasa, porque no vemos otra cosa sino que se juntan dos o tres o cuatro livianos, los cuales hacen sus monipodios, sus confederaciones y juramentos de comer juntos, andar juntos, posar juntos, hurtar juntos y aun se acuchillar juntos, de manera que sus amistades no son para se corregir sino para se encubrir. Debe, pues, el cortesano tener en la corte algunos amigos cuerdos, entre los cuales ha de elegir uno que sea el más cuerdo y virtuoso, con el cual ha de tener tan estrecha amistad, que pueda sin recelo descubrirle todo su corazón y que el otro sin ningún temor le ponga en razón, por manera que tenga a los otros amigos para conversar y a aquél solo para descansar. A los hombres que son bulliciosos, entremetidos, apasionados, bandoleros, vagabundos y noveleros, guárdese el cortesano de tomarlos por amigos, porque los tales no vienen a decir sino que el rey no paga, el consejo se descuida, los privados triunfan, los oficiales roban, los alguaciles cohechan, el reino se pierde, los servicios no se agradecen ni que los buenos se conocen. Con estas y con otras semejantes cosas hacen al pobre cortesano que desmaye en el servir y crezca en el murmurar.

    No debe el cortesano dejar de enmendar la vida con esperanza que ha mucho de vivir, porque los viejos más se ocupan en buscar nuevos regalos que en llorar pecados antiguos. Muchos en la corte dicen que se han de enmendar a la vejez, algunos de los cuales mueren sin haberse jamás enmendado, y todo el daño de esto consiste en que a todos oigo decir «haremos», y a ninguno veo decir «hagamos». Qué cosa es oír a un viejo en la corte los reyes que ha alcanzado, los privados que se han perdido, los grandes que se han muerto, los estados que se han acabado, los oficiales que se han mudado, los infortunios que ha visto, las guerras que han pasado, los émulos que ha sufrido y aun los amores que ha tenido; y con todo esto que ha visto y mucho más que por él ha pasado, tan verde se está en el pecar y tan codicioso de allegar, como si nunca hubiese de morir y comenzase entonces a servir. Que un hombre expenda en la corte su puericia, que es hasta los quince años, y su juventud, que es hasta los veinticinco, y su virilidad, que es hasta los cuarenta, y su senectud, que es hasta los sesenta, no es de maravillar por entretener su casa y aumentar su honra; mas el viejo que está dende en adelante en la corte no sirve ya de más de para él se infernar y dar a todos que murmurar.

     No debe el cortesano quejarse de ninguna cosa hasta ver si tiene razón o no de quejarse de ella, porque muchas veces nos quejamos de algunas cosas en esta vida, las cuales se quejarían de nosotros si ellas tuviesen lengua. A la hora que el cortesano se ve en el valer bajo, en el tener pobre, en el favor olvidado, en el corazón triste y en lo que negociaba burlado, luego maldice su ventura y se queja de haberle burlado fortuna; lo cual no es por cierto así, porque a todos los que fortuna acocea y atropella, no es porque ella a sus casas los fue a llamar, sino porque ellos a la corte la fueron a buscar. En entrando uno en la corte piensa ser uno de los más honrados, uno de los más ricos, uno de los más estimados y aun uno de los más privados, y como después se ve pobre, abatido, olvidado y desfavorecido, dice que es un desdichado y que está perdido el mundo, como sea verdad que la culpa no la tiene el mundo sino él, que es un muy gran loco. Digo y torno a decir que no está su daño en ser él desdichado, ni en estar perdido el mundo, sino en ser él muy notable loco, pues quiso dejar el reposo de su casa por fiarse de los sobresaltos y vaivenes que da fortuna. El hombre que vive en la corte no tiene licencia de quejarse de la corte, porque, si tú te viniste, ¿de quién te quejas?; si otro te trajo, quéjate de él; si quieres perseverar, disimula; si quieres medrar, esfuérzate; si te agrada, calla; y si no te hallas, vete; porque el gran descontento que traes no consiste en la corte do vives sino en el corazón ambicioso que tienes.

     No hay en el mundo igual inocencia con pensar uno que en la corte, y no en otra parte, está el contentamiento, como sea verdad que allí anden todos alterados, aburridos, gastados, despechados y aun afrentados, porque de doce horas que hay en el día, si por caso ríe con los amigos las dos, suspira a solas las diez. Teneos por dicho, señor cortesano, que por más rico, favorido, estimado y privado que seáis en la corte, que si os suceden dos cosas como queréis, se han de hacer diez al revés. Va uno a la corte, el cual tiene que negociar con el rey, con el privado, con el consejo, con contadores o con los alcaldes, y si despacha su negocio, no pudo despachar el del hermano, el del cuñado, el del suegro o el del amigo, por manera que siente más afrenta por lo que le negaron que alegría por lo que le dieron. La mayor señal para ver que nadie vive en la corte contento es que, estando dentro de la corte y andando por la corte y tratando negocios de corte, se preguntan unos a otros qué nuevas hay en la corte, de lo cual se arguye que el que pregunta en la corte por nuevas, desea ver allí novedades.

    Uno de los famosos trabajos de la corte es que, como allí ninguno vive contento con su fortuna, todos desean ver mudanza en la fortuna, porque de aquella manera piensan los pobres de enriquecer y los ricos de más mandar. ¡Oh!, cuántos hay en las cortes de los príncipes, los cuales se están allí envejeciendo, deshaciendo, suspirando y esperando, cuándo más cuando el rey le conocerá, el privado se morirá, la fortuna se mudará y él se mejorará; y acontécele después al tal que, al tiempo de embocar la bola y echar el ancla en tierra, le salteó la muerte que no esperaba, sin ver la fortuna que deseaba. ¡Oh!, cuántos hay también en las cortes de los príncipes, los cuales vieron morir a los que deseaban ver muertos, y como fueron tales sus hados a que no sólo no sucedieron en aquellos oficios sino que los dieron a otros sus contrarios y que los tratan peor que los otros, lloran a los que murieron y lloran a los que sucedieron.

Capítulo XV
Que entre los cortesanos no se guarda amistad ni lealtad, y de cuán trabajosa es la corte.

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ntre los famosos trabajos que en las cortes de los príncipes se pasan es que ninguno que allí reside puede vivir sin aborrecer o ser aborrecido, perseguir o ser perseguido, tener envidia o ser envidiado, murmurar o ser murmurado; porque allí a muchos quitan la gorra que les querrían más quitar la cabeza. ¡Oh, cuántos hay en la corte que delante otros se ríen y apartados se muerden! ¡Oh, cuántos se hablan bien y se quieren mal! ¡Oh, cuántos se hacen reverencias y se desjarretan las famas! ¡Oh, cuántos comen a una mesa que se tienen mortal inimicicia! ¡Oh, cuántos se pasean juntos cuyos corazones están muy divisos! ¡Oh, cuántos se hacen ofrecimientos que se querrían comer a bocados! ¡Oh, cuántos se visitan por las casas que querrían más honrarse en las obsequias! Finalmente digo que muchos se dan el parabién de alguna buena fortuna, que querrían más darse el pésame de alguna gran desgracia! No lo afirmo, mas sospécholo, que en las cortes de los príncipes son pocos, y muy pocos, y aun muy poquitos y muy repoquitos, los que se tienen entera amistad y se guardan fidelidad; porque allí, con tal que el cortesano haga su facto, poco se le da perder o ganar al amigo. Bien confieso yo que en la corte andan muchos hombres, los cuales comen juntos, duermen juntos, tratan juntos y aun se llaman hermanos, cuya amistad no sirve de más de para ser enemigos de otros y cometer los vicios juntos. ¿Qué vida, qué fortuna, qué gusto ni qué descanso puede tener uno en palacio, viéndose allí entre tantos vendido?

    Una de las grandes felicidades de esta vida es tener amigos con quien nos recrear y carecer de enemigos de que nos guardar. No dejaremos de decir que hay algunos cortesanos tan obstinados en las competencias que toman y tan encarnizados en las enemistades que tienen, que ni por ruegos que les hacen ni por miedos que les ponen se quieren apartar del mal propósito que tienen, por manera que huelgan de meter en sus casas la guerra por echar de casa de otro la paz. Presupuesto que todo lo que hemos dicho es verdad, como lo es, muy poco hay de los amigos de la corte que esperar y mucho menos que confiar; porque allí, como todos se dan al valer y al tener, cuanto más uno es privado, tanto le tienen por mayor enemigo.

    Son los trabajos de las cortes tantos, que es de maravillar y aun de espantar cómo tienen fuerzas para soportarlos y corazón para disimularlos. ¡Oh, si viésemos el corazón de un cortesano, y cómo veríamos en él cuán vario es en lo que piensa, cuán vano en lo que espera, cuán injusto por lo que pena, cuán impaciente en lo que procura, cuán indeterminado en lo que desea y aun cuán loco en lo que negocia! Si los pensamientos que el cortesano tiene fuesen vientos y sus deseos fuesen aguas, mayor peligro sería navegar por su corazón que por el golfo de León.

    Todo esto no obstante, no vemos cada día otra cosa sino que con la vida de la corte todos dicen que están hartos, mas al fin a ningunos vemos ahítos; porque, no contentos de roer hasta los huesos, se relamen aun los dedos. Tiene la corte un no sé qué, un no sé dónde, un no sé cómo y un no te entiendo, que cada día hace que nos quejemos, que nos alteremos, que nos despidamos, y por otra parte, no nos da licencia para irnos. El yugo de la corte es muy duro, las coyundas con que se unce son muy recias y la melena que se cubre es muy pesada, por manera que muchos de los que piensan en la corte triunfar paran después en arar y cavar. No por más sufren los cortesanos tantos trabajos sino por no estar en sus tierras sujetos a otros y por estar más libertados para los vicios. ¡Oh, cuánto de su hacienda y aun cuánto de su honra le cuesta a un cortesano aquella infelice libertad!; porque muy mayor es la sujeción que tiene a los cuidados que no la libertad que tiene para los vicios.

    Propiedad es de vicios que, por muy sabrosos que sean, al fin empalagan, mas los cuidados de la honra siempre atormentan. Muy pocos son los vicios en que pueden tomar gusto los hombres viciosos, mayormente los cortesanos; porque si es con mujeres hanlas de servir, rogar, recuestar, y aun alcahuetear; y a las veces, de que se les agota la moneda, dan al demonio la mercadería.   Como viene uno de nuevo a la corte, luego le encandila, le regala y le acaricia alguna cortesana taimada, la cual, después que le tiene bien pelado, envíale para bisoño. Si el vicio del cortesano es en comer y come en su casa, acontécele que a las veces va con él alguno a comer, cuyo nombre aun no querría oír nombrar. Si por ventura come fuera de su casa, come tarde, come frío, como desaborado y aun come obligado; porque, si es su igual, hale de tornar a convidar; y si es señor, hale de seguir y aun servir. Si el vicio es en juego, tampoco puede tomar en él mucho gusto; porque si gana, allí están muchos con quien parta, y si pierde, no hay quien cosa le restituya. Si el vicio es burlar y mofar, tampoco en esto le toma placer; porque el burlar de la corte es que comienzan en burlas y acaban en injurias. Como hemos dicho de estos cuatro vicios, podríamos decir de otros cuatrocientos; mas sea la conclusión que no hay igual vicio en el mundo como estarse el hombre en su casa de asiento

Capítulo XIX
Do el autor cuenta las virtudes que en la corte perdió y las malas costumbres que allí cobró.

Y

a mi fortuna se fue, ya mis amigos se murieron, ya mis fuerzas se acabaron, ya mi vida pereció, ya mi juventud feneció, ya mis émulos se cansaron, ya mis apetitos cesaron y aun ya mis regalos se ausentaron. ¡Oh, si todo se acabara, y cuánto para mí mejor fuera!; mas, ¡ay de mí!, que no queda otra cosa en mí si no el traidor del corazón, que nunca acaba de desear cosas vanas, y la maldita de la lengua, que nunca cesa de decir palabras livianas. No lo sé por ciencia, sino por experiencia, que olvidar injurias, refrenar palabras y atajar deseos tres cosas son que con gran dificultad se despiden y que tarde o nunca del corazón se desarraigan. ¡Oh, cuánto va de quien yo fui a quien soy ahora!; porque me vi antes que fuese a la corte religioso, retraído, disciplinado y temeroso, y después acá me he tornado flaco, flojo, tibio, absoluto y atrevido, y aun de las cosas de mi alma no muy recatado.

    ¡Ay de mí!, ¡ay de mí!, que soy el que no era y no soy el que debiera; porque soy en los oídos sordo, soy de los ojos ciego, soy de los pies cojo, soy en las manos gotoso, soy en las fuerzas flaco, soy en las canas viejo y soy en las ambiciones mozo.

    Quiero contar mis propósitos y verán cuán vario fui en ellos; porque era de tan mala yacija mi corazón, que en todas las cosas buscaba descanso y en todas ellas hallaba peligro y tormento. Propuse muchas veces de salirme de la corte y luego a la hora me arrepentía; proponía de estarme en casa y luego apostataba; proponía de no ir a palacio y luego iba otro día; proponía de no hablar en vacante y luego la pedía; proponía de más no me enojar y luego me apasionaba; proponía de a nadie visitar y luego me derramaba; hacía del enojado y luego me amansaba; capitulaba conmigo de estudiar y luego me cansaba; determinaba de irme a la mano y luego sobresalía; finalmente digo que se me han pasado todos mis años llenos de santos deseos y vacíos de buenas obras.

    Conforme a lo dicho digo que en tener santos propósitos ningún santo me sobrepujó, y en ser muy pecador ningún pecador me igualó. ¡Oh, qué de cosas yo mismo a mí mismo me prometía, qué torres de viento hacía, qué vanas esperanzas tenía, qué hartazgos de pensamiento me daba, qué presunción de mis habilidades tenía, qué encarecimiento de mis servicios hacía, y aun de mi favor y privanza qué es lo que presumía!

   Después de cotejados mis deméritos con mis méritos, hallé por cierto y por verdad que era vanidad todo lo que deseaba y muy gran liviandad todo lo que pensaba. Vamos adelante con la confesión, pues es todo para más mi confusión. Muchas veces en la corte, estando solo, me paraba a pensar qué iba de mí a los otros y de los otros a mí, y persuadíame a mí que en sangre ninguno era tan limpio, en ciencia tan docto, en doctrina tan gracioso, en aconsejar tan cuerdo, en hablar tan limitado, en escribir tan elegante, en crianza tan comedido y en conversación tan amoroso. Y después que tornaba sobre mí y veía las faltas que había en mí, hallaba por cierto y por verdad que en todo me levantaba falso testimonio, y que en otros y no en mí se hallaba todo aquello. Holgaba que todos me tuviesen por santo, todos por docto, todos por recogido, todos por desapasionado, todos por contento, todos por celoso y todos por asosegado; y por otra parte estaba mi voluntad hecha un piélago de deseos y mi corazón un mar de pensamientos.

    ¡Oh, cuánta diferencia va de lo que los cortesanos somos, a lo que éramos obligados de ser!; a causa que en la honra queremos ser muy estimados y en el vivir muy libertados, lo cual no se puede compadecer, porque la desordenada libertad siempre fue enemiga de la virtud. Yo mismo de mí mismo estoy espantado de verme que no era el que soy y ni soy el que era; porque solía desear que la corte se mudase cada día y ahora no he gana de salir de casa. Solía holgar de ver novedades y ahora no querría aun oír nuevas. Solía que no me hallaba sin conversación y ahora no amo sino soledad. Solíame placer con ver a mis amigos y ahora los tengo ya por pesados. Solía holgarme de ver los bobos, oír los chocarreros y hablar con los locos, y ahora ni he gana de ver al que es loco, ni aun ponerme a platicar con el cuerdo. Solía que en cazar con hurón, pescar con vara y jugar a la ballesta tenía algún pasatiempo, mas ahora ya en ninguna cosa de éstas ni de otras tomo gusto ni pasatiempo, si no es en hartarme de pensar en el tiempo pasado.

    Si me acuerdo del tiempo pasado, no es por cierto del mundo que gocé, ni de los placeres que pasé, sino de la religión adonde Dios me llamó y del monasterio virtuoso de do César me sacó, en el cual estuve muchos años criado en mucha aspereza y sin saber qué cosa eran liviandades. Allí rezaba mis devociones, hacía mis disciplinas, leía en los libros santos, levantábame de noche a maitines, servía a los enfermos, aconsejábame con los ancianos, decía a mi prelado las culpas, no hablaba palabras ociosas, decía misa todas las fiestas, confesábame todos los días; finalmente digo que me ayudaban todos a ser bueno y me iban a la mano si quería ser malo.

    Si en algo acertaba, luego lo aprobaban; si en algo erraba, luego me corregían; si en algo me desmandaba, luego me castigaban; si estaba triste, luego me consolaban; si andaba tentado, luego me remediaban; y si andaba alterado, luego me asosegaban. ¡Oh, cuánta más razón tengo yo de estar triste por la religión de do me sacaron que no alegre por la dignidad episcopal que me dieron!; porque en la religión parecíame estar en el puerto y en la dignidad episcopal parece que me voy a lo hondo.

He aquí, pues, en lo que he expendido mi puericia, gastado mi juventud y empleado mi senectud; y lo peor de todo es que ni he sabido a mí aprovechar, ni el tiempo emplear, ni a la fortuna conocer, ni aun de la corte gozar, porque entonces la venimos a conocer cuando es ya tiempo de la dejar. Ya podría ser que alguno leyese esta escritura, el cual dijese y afirmase que todo lo que aquí está escrito ha por él mismo pasado, y en tal caso le amonesto y ruego sepa mejor que yo aprovecharse del tiempo o si no dar con tiempo a la corte mano.

 

Capítulo XX
De cómo el autor se despide del mundo con muy delicadas palabras. Es capítulo muy notable.

 Q

uédate adiós, mundo, pues no hay que fiar de ti ni tiempo para gozar de ti; porque en tu casa, ¡oh, mundo!, lo pasado ya pasó, lo presente entre las manos se pasa, lo por venir aún no comienza, lo más firme ello se cae, lo más recio muy presto quiebra y aun lo más perpetuo luego fenece; por manera que eres más difunto que un difunto y que en cien años de vida no nos dejas vivir una hora.

    Quédate adiós, mundo, pues prendes y no sueltas, atas y no aflojas, lastimas y no consuelas, robas y no restituyes, alteras y no pacificas, deshonras y no halagas, acusas sin que haya quejas y sentencias sin oír partes; por manera que en tu casa, ¡oh, mundo!, nos matan sin sentenciar y nos entierran sin nos morir.

    Quédate adiós, mundo, pues en ti ni cabe ti no hay gozo sin sobresalto, no hay paz sin discordia, no hay amor sin sospecha, no hay reposo sin miedo, no hay abundancia sin falta, no hay honra sin mácula, no hay hacienda sin conciencia, ni aun hay estado sin queja, ni amistad sin malicia.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio prometen para no dar, sirven a no pagar, convidan para engañar, trabajan para no descansar, halagan para matar, subliman para abatir, ríen para morder, ayudan para derrocar, toman para no dar, prestan a luego tornar, y aun honran para infamar y castigan sin perdonar.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu casa abaten a los privados y subliman a los abatidos, pagan a los traidores y arrinconan a los leales, honran a los infames e infaman a los famosos, alborotan a los pacíficos y dan rienda a los bulliciosos, saquean a los que no tienen y dan más a los que tienen, libran al malicioso y condenan al inocente, despiden al más sabio y dan salario al que es más necio, confíanse de los simples y recátanse de los avisados; finalmente, allí hacen todos todo lo que quieren y muy pocos lo que deben.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio a nadie llaman por su nombre propio; porque al temerario llaman esforzado; al cobarde, recogido; al importuno, diligente; al descuidado, pacífico; al pródigo, magnánimo; al escaso, modesto; al hablador, elocuente; al necio, callado; al disoluto, enamorado; al honesto, frío; al entremetido, cortesano; al vindicativo, honroso; al apocado, sufrido; y al malicioso, simple; y al simple, necio; por manera que nos vendes, ¡oh, mundo!, el envés por revés y el revés por envés.

    Quédate adiós, mundo, pues traes a todo el mundo engañado, es a saber: que a los ambiciosos prometes honras; a los inquietos, mudanzas; a los malignos, privanzas; a los flojos, oficios; a los codiciosos, tesoros; a los voraces, regalos; a los carnales, deleites; a los enemigos, venganzas; a los ladrones, secreto; a los viejos, reposo; a los mancebos, tiempo; y aun a los privados, seguro.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ni saben guardar verdad ni mantener fidelidad; porque a unos traes desvelados, a otros amodorridos, a otros atónitos, a otros embobecidos, a otros desatinados, a otros descaminados, a otros desesperados, a otros pensativos, a otros alterados, a otros abobados, a otros afrentados y a todos juntos asombrados.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu compañía el que acierta va más perdido, el que te halla es peor librado, el que te habla es más afrentado, el que te sigue va más descaminado, el que te sirve es peor pagado, el que te ama es peor tratado, el que te contenta va más descontento, el que te halaga es más lastimado, el que más priva es más desprivado, y el que en ti fía es más engañado.

    Quédate adiós, mundo, pues para contigo ni aprovecha dones que te den, servicios que te hagan, lisonjas que te digan, regalos que te prometan, caminos que te sigan, fidelidad que te guarden, ni aun amistad que te tengan.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio a todos engañas, a todos derruecas, a todos infamas, a todos acoceas, a todos castigas, a todos lastimas, a todos atropellas, a todos amenazas, a todos enriscas, a todos despeñas, a todos enlodas, a todos acabas y aun a todos olvidas.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu compañía todos lamentan, todos suspiran, todos sollozan, todos gritan, todos lloran, todos se quejan, todos se mesan y aun todos se acaban.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu casa no aprendemos sino a aborrecer hasta matar, hablar hasta mentir, amar hasta desesperar, comer hasta regoldar, beber hasta revesar, tratar hasta robar, recuestar hasta engañar, porfiar hasta reñir y aun pecar hasta morir.

    Quédate adiós, mundo, pues andando en pos de ti, la infancia se nos pasa en olvido, la puericia en experiencias, la juventud en vicios, la viril edad en cuidados, la senectud en quejas y aun el tiempo en vanas esperanzas.

    Quédate adiós, mundo, pues de tu palacio sale la cabeza cargada de canas, los ojos de legañas, las orejas de sordedad, las narices de reuma, la frente de arrugas, los pies de gota, los muslos de ciática, el estómago de humores, el cuerpo de dolores y aun el corazón de cuidados.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ninguno quiere ser bueno, lo cual parece muy claro en que cada día empozan traidores, arrastran salteadores, degüellan homicianos, queman herejes, quintan a perjuros, destierran a bulliciosos, enmordazan a blasfemos, enclavan a traviesos, ahorcan a ladrones y aun cuartean a falsarios.

    Quédate adiós, mundo, pues tus criados no tienen otro pasatiempo sino ruar calles, mofar de los compañeros, recuestar damas, enviar recaudos, engañar a muchas vírgenes, ojear ventanas, escribir cartas, tratar con las alcahuetas, jugar a los dados, relatar vidas de prójimos, pleitear con los vecinos, contar nuevas, fingir mentiras, buscar regalos e inventar vicios nuevos.

    Quédate adiós, mundo, pues que en tu casa a ninguno veo contento; porque si es pobre, querría tener; si es rico, querría valer; si es abatido, querría subir; si es olvidado, querría medrar; si es flaco, querría poder; si es injuriado, querríase vengar; si es privado, querría permanecer; si es ambicioso, querría mandar; si es codicioso, querríase extender; y si es vicioso, querríase holgar.

    Quédate adiós, mundo, pues en ti no hay cosa fija ni segura, porque a los homenajes hienden los rayos, a los molinos llevan las crecientes, a los ganados daña la roña, a los árboles come el coco, a los panes tala la langosta, a las viñas taza el pulgón, a la madera desentraña la carcoma, a las colmenas yerman los zánganos y aun a los hombres matan los enojos.

    Quédate adiós, mundo, pues no hay en tu palacio quien quiera bien a otro, porque la onza pelea con el león, el rinoceronte pelea con el cocodrilo, el águila con el avestruz, el elefante con el minotauro, el jerifalte con la garza, el sacre con el milano, el oso con el toro, el lobo con la yegua, el cuclillo con el picazo, el hombre con el hombre y todos juntos con la muerte.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu casa no hay cosa que no nos dé pena, porque la tierra se nos abre, el agua nos ahoga, el fuego nos quema, el aire nos destempla, el invierno nos arrincona, el verano nos congoja, los canes nos muerden, los gatos nos arañan, las arañas nos emponzoñan, los mosquitos nos pican, las moscas nos importunan, las pulgas nos despiertan, las chinches nos enojan y, sobre todo, los cuidados nos desvelan.

    Quédate adiós, mundo, pues por tu tierra ninguno puede andar seguro, porque a cada paso se topan piedras a do tropiecen, puentes de do caigan, arroyos a do se ahoguen, cuestas a do se cansen, truenos que nos espanten, ladrones que nos despojen, compañías que nos burlen, nieves que nos detengan, rayos que nos maten, lodos que nos ensucien, portazgos que nos cohechan, mesoneros que nos engañan y aun venteros que nos roben.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu casa, si no hay hombre contento, tampoco le hay sano; porque unos tienen bubas; otros, sarna; otros, tiña; otros, cáncer; otros, gota; otros, ciática; otros, piedra; otros, ijada; otros, cuartana; otros, pleuresía; otros, asma; y aun otros, locura.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ninguno hace lo que otro hace, porque si uno canta, otro cabe él llora; si uno ríe, otro cabe él suspira; si uno come, otro cabe él ayuna; si uno duerme, otro cabe él vela; si uno habla, otro cabe él calla; si uno pasea, otro cabe él huelga; si uno juega, otro cabe él mira; y aun si uno nace, otro a pared y medio muere.

    Quédate adiós, mundo, pues no hay criado en tu palacio que no sea de algún defecto notado, porque si es alto, declina a giboso; si tiene buen rostro, es en los ojos bizco; si tiene buena frente, es angosto de sienes; si tiene buena boca, fáltanle los dientes; si tiene buenas manos, tiene malos cabellos; si tiene buena voz, habla algo gangoso; si es suelto, es también sordo; si es recio, es algo cojo; y aun si es bermejo, no escapa de malicioso.

     Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ninguno vive de lo que otro, porque unos siguen la corte, otros navegan la mar, otros andan en ferias, otros aran los campos, otros pescan los ríos, otros sirven señores, otros andan caminos, otros aprenden oficios, otros gobiernan reinos y aun otros roban los pueblos.

     Quédate adiós, mundo, pues en tu casa ni son conformes en el vivir, ni tampoco en el morir, porque unos mueren niños, otros mozos, otros viejos, otros ahorcados, otros ahogados, otros cuarteados, otros despeñados, otros hambrientos, otros ahítos, otros hablando, otros durmiendo, otros apercibidos, otros descuidados, otros alanceados y aun otros intoxicados.

    Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ni se parecen en la condición ni menos en la conversación, porque si uno es sabio, otro es necio; si uno agudo, otro es torpe; si uno hábil, otro es rudo; si uno animoso, otro cobarde; si uno callado, otro boquirroto; si uno sufrido, otro bullicioso, y aun si uno es cuerdo, otro es loco.

    Quédate adiós, mundo, pues no hay quien contigo pueda vivir y menos se apoderar, porque si como poco, estoy flaco; y si mucho, ando hinchado; si camino, cánsome; si estoy quedo, entorpézcome; si doy poco, llámanme escaso; y si mucho, pródigo; si estoy solo, asómbrome; y si acompañado, importúnome; si visito a menudo, tómanlo a importunidad; y si de tarde en tarde, a presunción; si sufro injurias, dicen que es poquedad; y si las vengo, que es crueldad; si tengo amigos, importúnanme; y si enemigos, persíguenme; si estoy siempre en un lugar, siento hastío; y si me mudo a otro, enójome; finalmente digo que lo que aborrezco me hacen tomar y lo que amo no puedo alcanzar.

    ¡Oh, mundo inmundo!, yo que fui mundano conjuro a ti, mundo, requiero a ti, mundo, ruego a ti, mundo, y protesto contra ti, mundo, no tengas ya más parte en mí; pues yo no quiero ya nada de ti ni quiero más esperar en ti, pues sabes tú mi determinación, y es que:

* * *
Posui finem curis;
spes et fortuna, valete.

    Aquí se acaba el libro llamado Menosprecio de corte y alabanza de aldea, compuesto por el ilustre señor don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, Predicador y Cronista y del Consejo de Su Majestad, en el cual se tocan muchas y muy buenas doctrinas para los hombres que aman el reposo de sus casas y aborrecen el bullicio de las cortes. Fue impreso en la muy leal y muy noble villa de Valladolid por industria del honrado varón impresor de libros Juan de Villaquirán, a dieciocho de junio. Año de mil y quinientos y treinta y nueve.

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UNA DÉCADA DE CÉSARES

 TRAJANO

Capítulo VIII

De los muchos y muy superbos hedificios que hizo Trajano.

H

izo en Roma Trajano muchos y muy notables hedificios, es a saber: una plaça muy grande y todas las cosas que estavan en torno della. Hizo una calçada empedrada, vía Salaria, que durava dos leguas y media, por la qual podían yr y venir sin polvo en el verano y sin lodos en el invierno. Hizo un templo al dios Apolo, y otro templo al dios Mars, y otro templo al dios Jovis, y otro templo al dios Esculapio, y otro templo a la diosa Ceres, y otro templo a la diosa Bellona, y otro templo a la madre Berecinta, a la qual llamavan los romanos «Madre de todos los dioses».

    Reparó todos los muros caýdos, hizo tres puertas más de las que avía, hizo diez pares de moliendas sobre varcos en el río Tíberin, en las quales mandó que moliessen primero que todos los sacerdotes y las vírgines vestales y los cavalleros veteranos. Reparó y ensanchó el Coliseo, y puso en él puertas y guardas, y muchas estatuas de oro y de plata; y tenía por costumbre todas las vezes que yva a él de ser el primero que entrava y el postrero que salía.

    Hedificó en todos los barrios de Roma latrinas públicas, y mandó so graves penas que ninguno fuesse osado de ensuciarse en las calles ni plaças, por manera que en tiempo de Trajano no parescía toda Roma sino una sala barrida. En la región quarta, junto al templo de Serapis, hizo Trajano unos muy sumptuosos vaños, muy más anchos que los que hizo Titho, y muy más ricos que los que hedificó Tiberio. Hizo asimismo Trajano cien casas anchas y rezias do matassen los  carneros y vacas para las carnicerías. En los huertos Vulcanos hedificó Trajano una casa de plazer, y en ella hizo una alverca de agua y peces para pescar, mas no se halla que en ella comiesse ni menos durmiesse. Cabe las casas de los Favios traxo de muy lexos una fuente, y en torno della hizo una plaça, y llamóla la Plaça de Dacia.

    Naturalmente Trajano era amigo no sólo de hedificios, mas aun de ver hedificar, y conoscióse esto en que hizo ley que todos los que levantassen en Roma nuevos hedificios les pagassen del erario la tercia parte de los gastos. Cosa fue maravillosa, que en estos y en otros muchos hedificios que Trajano hizo en Roma, a ninguno cohechó dineros, a ninguno forçó a trabajar por fuerça, a ninguno dilató la paga, porque dezía él que más honesto y aun seguro era a los príncipes morar en pobres posadas que no de sudores agenos hazer casas ricas.

De lo que Trajano hizo en Sicilia y en África y en España.

     Estando Trajano muy embebido en los hedificios de Roma, escrivióle Rufo Galba, pretor de África, cómo toda África estava escandalizada a causa que los numidanos y los mauritanos tenían entre sí grave guerra. Oýda esta nueva en el Senado, dizen que dixo Trajano: «Pésame de la guerra, mas plázeme de la ocasión que me da de passar en África, porque grandes días ha que desseava ver los famosos campos de Carthago, do Scipión en breve espacio ganó para sí immortal fama y Aníbal perdió en un día lo que ganó en diez y seys años en Ytalia.»

    Partióse Trajano de Roma y tomó la vía de Sicilia, en la qual se detuvo todo el invierno y, por no estar ocioso, apenas dexó lugar en la ysla que por él no fuesse personalmente visitado. Ninguno de los que bivían en Sicilia se acordava aver visto príncipe romano en ella, por cuya causa halló Trajano muchas cosas que reparar en los muros y muchas más que emmendar en las costumbres. Como fue informado Trajano que en el Faro de Mecina se abscondían muchas naos de estrangeros para enojar y se acogían también zabras de cossarios para robar, fue a verlo en persona y a su costa mandó hazer tres fuerças a la lengua del agua. Ora que faltó diligencia en los unos, ora que sobró malicia en los otros, fue el caso que, antes que los maestros las acabassen de hazer, las començaron los cossarios a derrocar. Entre los panormitanos, que son los de Palermo, y entre los de Mecina de tiempos antiguos avía gran contienda, y Trajano no sin gran trabajo  determinó todos sus pleytos y hizo que fuessen dende en adelante amigos. Para que la paz fuesse perpetua, y para desarraygar las passiones de aquella ysla, las cabeças principales de los unos y de los otros salariólos Trajano en su casa y hazíalos cada día comer a su mesa. En Palermo, en Mecina y en Catania mandó Trajano hazer en cada lugar su templo y los dioses a quien fuessen dedicados aquellos templos dixo que los escogiessen los vezinos.

    Reparó Trajano en Sicilia la casta de los buenos cavallos, rehedificó los muros caýdos, hundió las monedas adulterinas, erigió nuevos castillos, fundó superbos templos, puso paz entre los vandos, dio muchos dones (aunque no libertades) a los pueblos. Preguntado Trajano por qué a los sículos no dio libertades como las dava a los otros reynos, respondió: «Porque la servidumbre los conserva y la libertad los destruye.» Passado el invierno, ya que era la primavera, passóse Trajano en África y tomó tierra en el puerto do solía ser la gran Carthago; y como no hallasse della ni sola una piedra que diesse testimonio cómo allí Carthago avía sido fundada, dizen que dixo Trajano: «Mal me paresce que Carthago tanto resistiesse a la potencia de Roma, y muy peor me paresce que no se contentasse Roma hasta toda destruyrla.» Allí do fue la antigua Carthago hizo hazer Trajano un castillo más hermoso que fuerte, y en él hizo poner dos estatuas, la una de Aníbal carthaginense, la otra de Scipión Africano, mas luego que se  absentó de aquella tierra Trajano, los pirratas le pusieron por el suelo.

    Luego que Trajano entró en Áffrica, se levantó una general pestilencia en ella, por cuya causa ni pudo yr a ver lo que desseava, ni hazer lo que pensava. Como la pestilencia andava tan cruda, fue necessario a Trajano retraerse al puerto de Bona, que estava algo más sana, y allí embió a llamar los principales de los numidanos y de los mauritanos, los quales delante de Trajano luego fueron amigos y dexaron en sus manos todos los negocios. Entre todos los príncipes del mundo, esta excelencia tuvo Trajano, que jamás hombre vino a su presencia que le negasse lo que él pidiesse ni le desobedesciesse en lo que él le mandasse, porque en el mandar era muy cuerdo y en el rogar muy humilde. Bien pensó Trajano detenerse en África más de dos años y no estuvo quatro meses, y, según él después dezía, si la pestilencia no le fuera tan contraria, él dexara de sí tan gran memoria en África como la dexó en Dacia.

    Hízose a la vela Trajano en el puerto de Bona, y vino por el estrecho a Gades, que agora se llama Cáliz, ciudad de España en la qual él se avía criado, y della siendo muy mancebo avía salido. Muchos previlegios dio Trajano a los gadetanos, ansí como a sus naturales y amigos, entre los quales fueron dos muy notables, es a saber: que fuessen ciudadanos y que de ninguna mercadería que llevassen por mar pagassen tributos. Hizo Trajano en Cáliz un templo sumptuosíssimo al dios Genio, que es el que tenían los romanos por dios del nascimiento. Hizo también un calce de piedra y argamassa entre la mar y la tierra, mas no fue acabado quando del ímpetu del agua fue destruydo. Intentó de reparar las colunnas de Hércules, las quales por la gran antigüedad estavan ya perdidas, y, como le dixessen que pusiesse en su nombre otras, por manera que los advenideros llamassen las colunnas de Trajano, y no las de Hércules, respondió: «Lo que yo devo hazer es que, como Hércules vino desde Grecia a España a buscar honrra, que vaya yo desde España a Grecia a ganar fama.»

    Vino Trajano a ver dó fue la ciudad de Ytálica, do sus abuelos nascieron antes que fuesse destruyda, y como la quisiesse tornar a rehedificar Trajano, díxole un mathemático que no lo hiziesse en ninguna manera, porque tanto quanto ella cresciesse en el hedificio, él disminuyría del Imperio. Mandó hazer Trajano en España la puente de Alcántara, obra que dura hasta nuestros tiempos y en quien concurren generosidad y subtileza y provecho. Hizo otra puente en el río de Tejo, cabe Istóbriga, y ésta es la puente que agora está quebrada a las Barcas de Balconeta.

    Mandó Trajano continuar la vía Publia, y es el camino que agora llaman en España la Calçada, que va desde Sevilla a Salamanca; y llámase vía Publia, que quiere dezir el camino de Publio, porque el primero que le començó fue Publio Fábato, uno de los cónsules que pelearon con Viriato. Lo que Trajano hizo en aquella calçada fue poco más o menos desde el Casar de Cáceres hasta una legua antes de las Ventas de Caparra; y esto no porque lo dizen claro los escriptores, sino por las colunnas que ay en aquel camino, las quales dizen en sus letras ser puestas en tiempo de Trajano. Y el que quisiere ser curioso en las yr a ver, como muchas vezes las fuymos a ver y leer, y aun a medir, hallará que dentro del término dicho no hallará nombre de otro príncipe sino de Trajano, y antes del Casar ni después de las Ventas de Caparra no hallarán a Trajano en ninguna colunna escripto. El fin que tuvo el cónsul Publio Fábato en hazer aquella calçada fue por hazer división entre la provincia Vética, que es Andaluzía, y entre la provincia Lusitania, que es Portugal. Partiendo desde Sevilla para Salamanca, todo lo que la calçada dexa a manyzquierda era antiguamente de Lusitania, y todo lo que queda a manderecha era de Andaluzía. Entre el procónsul de Bética y el procónsul de Lusitania avía muy gran contienda sobre averiguar hasta dó llegava la jurisdición del uno y la jurisdición del otro, y por esta causa se hizo aquel tan sumptuosíssimo y tan largo camino como es el de la calçada.

    Sobre el río de Guadiana mandó hazer Trajano una muy prolixa puente, en medio de la qual hizo una plaça do concurrían los dos pueblos a tractar la mercadería. Esta puente es la de la ciudad de Mérida, la qual oy en día paresce ser muy larga y tenía en medio de la puente un tajamar que subía el río arriba bien un tiro de piedra, el qual por ambas partes venía hasta la puente con sus muros continuado, en medio del qual estava la plaça o mercado. Quando los griegos fundaron a Mérida, hizieron en ella dos barrios, y el río Guadiana yva por medio dellos, y do agora está Mérida era el barrio más rezio y el que estava de la otra parte del río era más deleytoso, por manera que el uno tenía para acogerse en tiempo de guerra y el otro tenía para se holgar en tiempo de paz. Como el cónsul Publio Fábato hizo la división de Portugal y Andaluzía, cupo el barrio que estava de aquella parte del río a la provincia Lusitania, y el barrio que es agora Mérida cupo a la provincia Bética, y desde aquel tiempo se levantó entre ellos muy gran contienda, por manera que derribaron  la puente que estava en medio de la ciudad y el dinero de los unos no valía entre los otros.

    El buen emperador Trajano, queriendo atajar estas tan antiguas enemistades, hizo en medio de la ciudad sobre Guadiana la puente que oy está, y por quitar los pundonores si los unos yrían al barrio de los otros hizo en medio de la puente una plaça, do todos concurrían a hablar y a tractar su mercadería. Duró la prosperidad de Mérida hasta que los godos entraron en España, los quales teniendo guerra con los silingues, que a la sazón señoreavan a toda la Andaluzía y, como se hiziessen fuertes en Mérida, fueron los silingues por los godos allí vencidos y aquellos generosos y antiguos hedificios derrocados. En ninguna ciudad de toda Europa concurrían juntamente quatro hedificios quales los tenía Mérida, es a saber: un superbo coliseo, unos arcos por do venía agua, un templo de Diana, una puente en que avía una plaça; los quales todos, aviéndose tardado en hazer muchos años, perescieron en un día.

 

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ADRIANO

Capítulo XII

De cómo, estando en Egipto, se le ahogó un su muy gran privado.

T

enía Adriano un mancebo muy privado suyo, al qual llamava Antinoi, y fue tan señor en las cosas del Imperio y tan excessivamente quisto de Adriano, que más parescía tenerle por dios para le adorar que no por criado para dél se servir. Qué fuesse la occasión de tan gran privança muchos en este caso soltaron la lengua contra Adriano, mas al fin se resumen en dos, es a saber: que le tenía para sus deleites proprios y que le ayudava aquel moço a sus encantamentos, porque Adriano diose mucho a la maldita arte mágica, aunque muchas vezes se quexava averse engañado en ella.

   Navegando Adriano por el río Nilo, el su muy privado Antinoi se ahogó, y sintió Adriano tanto su muerte, que no sólo puso por él luto muchos días, mas a manera de muger derramó por él muchas lágrimas. Puso Adriano las estatuas de Antinoi por todos los templos de Asia, y los griegos por hazerle plazer consagráronle en dios, y duróle mucho tiempo a Adriano que no se occupava en otra cosa sino en hablar de Antinoi y en escrevir versos para su sepulchro. Estuvo Adriano todo un verano a las riberas del río Nilo, y allí communicava con los sacerdotes egipcios muchas cosas, assí de la astrología como de la mágica, y no menos de la música, a la qual se dio tanto y tan de veras, que era cosa maravillosa y monstruosa verle tañer y cosa muy dulce oýrle cantar.

Prescióse Adriano de enamorado, en especial de escrevir muy enamoradas cartas y de no servir sino a damas muy hermosas. Deprendió en Asia Adriano a jugar nuevos juegos de  armas, en especial se dio mucho al esgrimir de espada, y fue en esto tan perito, que al que con él se ponía a esgrimir, le dava quantos golpes quería y en los lugares del cuerpo que apostava.

    Fue Adriano hombre severo, alegre, grave, cortés, burlón, sufrido, sobresalido, paciente, furioso, guardador, largo, dissimulador, piadoso y cruel; finalmente, fue vario en los vicios y inconstante en las virtudes, porque muy poco tiempo se abstenía de lo malo y por menos espacio permanescía en lo bueno.

    A sus amigos era Adriano grato por una parte y ingrato por otra, es a saber: que les dava mucha hazienda, mas no se le dava mucho por su honrra, porque fácilmente oýa dellos murmurar sin por ellos querer responder. Muy culpado fue en este caso Adriano, y no menos lo será qualquier príncipe que cayere en este vicio, porque los generosos y virtuosos príncipes de sus enemigos han de oýr murmurar con pena, que de sus amigos no han de consentir dezir una mala palabra. Grandes inconvenientes se le siguieron al Emperador Adriano de no ser a sus amigos fiel amigo, y parescióse bien en Taciano, en Nieto, en Severo, en Septicio, a los quales en un tiempo él los tuvo por amigos y después los persiguió como a enemigos. Eudemio, varón romano y generoso, fue de Adriano tan gran amigo, que offrescía a los dioses sacrificios porque le diessen el Imperio, y después tomó Adriano con él tanto odio, que le persiguió no sólo hasta echarle de Roma, mas aun hasta ponerle en muy estrecha pobreza. Poleno y Marcelo fueron de Adriano tan maltractados y perseguidos, que eligieron antes por sus proprias manos morir, que no debaxo de la governación de Adriano bivir. Elidoro, famosíssimo hombre que era en letras, assí griegas como latinas, no sólo fue de Adriano perseguido, mas aun muerto y despedaçado, y fue su muerte muy llorada, porque era muy provechoso a toda la república. Olvidio, Quadrato y Acatalio y Turbón, varones consulares y antiguos, fueron por Adriano perseguidos, aunque no muertos, porque desseando cada uno su vida, se desterraron de Roma y aun de Ytalia. El noble cónsul Severiano, marido que era de Sabina, su hermana de Adriano,  siendo en edad de noventa años, le constriñó a morir no por más de que no se alabasse que avía visto a Adriano primero que él morir. Contava muchas vezes el buen viejo Severiano los emperadores que avía enterrado y hallavan que eran treze, y si Adriano moría antes que él, serían con él catorze, lo qual como supo Adriano, quiso antes quitarle a él de entre los bivos que no que le contasse a él entre los muertos.

    En todas las cosas era Adriano muy docto, es a saber: en leer, escrevir, cantar, pintar, pelear, caçar, jugar y disputar, sino que tenía con ello una gran tacha, es a saber: que si sabía mucho, presumía mucho, y esto conoscíanselo todos, porque burlava de todos. Tenía Adriano muy gran comunicación con Floro poeta, el qual en aquel tiempo era docto para enseñar y muy gracioso para hablar. Estando en el reyno de Palestina Adriano, escrivióle su amigo Floro estas palabras: «Yo no quiero ser emperador para andar por las islas de Bretaña y para andar por las nieves de Asia.» Respondióle a esto Adriano: «Si tú no quieres ser Adriano, tampoco quiero yo ser Floro para andar por las tavernas y para comer en los bodegones y para ser despedaçado de piojos.»

    Amava y loava y aun immitava la manera de hablar antigua; dávase a la arte oratoria; tuvo en más a Tullio que a Cathón, a Virgilio que ha Enio, a Salustio que a Celio, a Plathón que a Homero; finalmente, aquella escriptura tenía por buena que a él solo contentava. Después que entró en Egipto, dávase mucho a la Astrología, en que tenía por costumbre de sacar y escrevir por aquella sciencia todo lo que en aquel año le avía de acontescer, y ansí lo hizo el año que murió, mas no alcançó que avía de morir. Una cosa tuvo Adriano por excellencia, y fue que todo lo que desseava saber procurávalo saber muy bien, y a esta causa fatigava mucho a los maestros de las artes con dificultades y qüestiones por poder quedar con lo cierto y aclarar lo que estava dubdoso. Quando disputava con los philósophos, y por occasión de lo que les dixesse o respondiesse fuessen tristes, pesávale mucho porque muchas vezes dezía él que más quería él para sí que le quitasse su enemigo la vida que no la alegría.

 

De algunas cosas que dixo graciosas y jocosas.

    Fue el Emperador Adriano príncipe no sólo agudo y proveýdo en lo que hazía, mas aun muy urbano y gracioso en lo que dezía. Fue, pues, el caso que como Faborino, amigo que era de Adriano, tuviesse una casa muy vieja y hiziesse en ella una portada muy pintada y blanca, díxole Adriano: «Parésceme, Faborino, esta tu casa píldora dorada, que alegra defuera y amarga dentro.»

     Otro amigo de Adriano que se llamava Silvio era además muy negro en el rostro y assaz mal dispuesto en el cuerpo, y, como viniesse un día a palacio vestido todo de blanco, dixo a los que estavan cabe sí Adriano: «Aquella cara negra con aquella ropa blanca no paresce sino mosca en escudilla de leche ahogada.»

    Vio un día el Emperador Adriano desde su palacio a un senador vestido de negro, y encima traýa una capita corta y de grana, y, como le preguntasse Adriano por qué andava de aquella manera por allí vestido, respondió el dicho senador: «Ándome por aquí, Señor, con esta capa colorada, por ver si podré pescar alguna dama.» Respondióle luego Adriano: «Más me parescéis hamapola en anzuelo para pescar ranas, que no hombre enamorado para caçar damas.»

    Acontesció que, como le pidiesse uno una merced, el qual tenía canas y al presente se la negasse, acordó aquel hombre dende a ciertos días raerse la cabeça y hazerse la barba y tornar a pedir de nuevo lo que antes avía pedido, y, como le viesse Adriano barbihecho y remoçado, respondióle: «Lo que agora pides, ya lo negué a tu padre.» 

    Tenían en Roma muchas bestias fieras para reflejar una fiesta, y como dixessen unos senadores a Adriano que se hazía tarde y que era tiempo de yr a correr las bestias, respondióles él: «Mejor dixérades 'vamos a ser corridos de las bestias' que no 'a correrlas', porque si ay diez que las osen esperar, ay diez mil que echen a huyr.»

    Avía en Roma un hombre que se llamava Enacio, el qual era ya muy viejo, y hombre de su natural bullicioso, ambicioso, pleytista, barbullón, casamentero, importuno y entremetido; finalmente, ni parava de día ni dormía de noche, y, como dixessen a Adriano que Enacio era muerto tomóle muy gran risa y, dándose una palmada en la frente, dixo: «Por los immortales dioses juro que estoy espantado cómo Enacio para morirse tuvo tiempo, según de noche y de día estava occupado.»

    Vino a negociar un hombre veterano con el Emperador Adriano y, como propusiesse su demanda y replicasse lo que Adriano le avía de replicar a ella, y no dexasse hablar al Emperador palabra, díxole Adriano: «Amigo, tú comes a dos carrillos; no podremos comer ambos juntos.» Fue por cierto muy hermosa y muy urbana la respuesta, porque quiso en ella dezir Adriano que, si aquel veterano proponía y se respondía, que no podría él administrarle justicia.

    Avía un senador en Roma que avía nombre Fabio Cathón, y era en los días ya muy anciano y que en el pueblo tenía mucho crédito; mas junto con esto era muy pequeño de cuerpo y que se enojava muy de súbito, aunque se le passava presto el enojo. A éste dixo una vez Adriano: «No deves echar en el fuego tanta leña, pues tienes la chimenea tan pequeña, porque de otra manera siempre será humosa.»

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ANTONINO

Capítulo IX

De algunos notables hedificios que hizo Antonino.

L

os hedificios que hizo Antonino Pío no fueron muchos, pero fueron en extremo grado muy generosos y muy cumplidos, porque en todos ellos se representava la grandeza de su estado y el gran ánimo que en gastar tenía.

 

 

Hedificó un templo en reverencia de su señor Adriano, en el qual le puso una estatua de plata y un capacete de oro y un chapitel de nacre, obra por cierto no menos curiosa que costosa. Rehedificó un hedificio que avía nombre Grecostáseo, el qual servía de aposentarse en él todos los embaxadores estrangeros, porque tenían en costumbre los romanos de dar a los embaxadores casa do morassen y ración que comiessen. Amplió y mejoró el sepulchro de su señor Adriano, al qual ninguno era osado allegar ni mirar si no era de rodillas. El mayor amphitheatro que avía en Roma quemóse en tiempo de Domiciano y hedificóle desde el fundamento el buen Antonino. Él hizo el templo de Agripa y dotóle y dedicóle en reverencia de la diosa Ceres. Sobre el río Rubicón hizo una puente generosa y muy costosa, y aun no poco necessaria, porque de antes peligravan allí muchos y después traýan por allí grandes bastimentos.

        No lexos del puerto de Hostia, sobre la mar hizo una torre muy fortíssima para que estuviessen allí seguras las naos de Roma, porque de antes no podían subir por allí bastimentos a causa que salteavan por allí los cossarios. Al puerto de Gayeta, que por la gran antigüedad estava ya derelicto, él le hedificó todo de nuevo, es a saber: que a su costa labró casas, levantó una torre, hizo un fortíssimo muro, puso allí moradores y dotólos de muchas libertades, por manera que donde antes era la cosa más olvidada, hizo que después fuesse la cosa más temida. Lo mismo que hizo en Gayeta hizo en un puerto de España que se llama Tarragona, el qual rehedificó y amplió y todo con grandes hedificios y previlegios.

     Una milla del puerto de Hostia hizo hazer un vaño muy costoso y aun curioso, y allí yva él muchas vezes a vañarse, y dotóle de tal manera, que no avía en toda Ytalia otro sino aquél do no llevassen por vañarse algún derecho. Hizo fuera de Roma, casi una milla, tres templos llamados laurianos, porque avía allí muchos laureles, y tuvo fin de hazer estos templos porque las matronas y damas romanas, quando saliessen por los campos ha se espaciar, topassen algún templo do orar. Avía en Roma un barrio que se llamava Anticiano, en el qual no avía fuente ni pozo, por cuya occasión los vezinos tenían mucho trabajo y el Emperador Antonino hizo de muy lexos venir allí agua, la qual, allende de ser provechosa, dezían los romanos que era para los enfermos muy sana. Para todos los templos que se hazían, para todos los castillos que de nuevo se levantavan, para todos los muros que se reparavan, para todas las aguas que se traýan, ora fuesse en Roma, ora fuesse fuera de Roma, a todos socorría y a todos con su dinero ayudava.

 

De los prodigios y trabajos que acontescieron durante su imperio.

    Muchos trabajos y infortunios se le siguieron al Emperador Antonino mientra bivió, y aun a todos sus reynos en el tiempo que imperó, porque es tan varia la fortuna, que jamás tiene queda su rueda.

      En el año segundo de su imperio uvo una tan general hambre en toda Ytalia, que murieron tantos como murieran de una grave pestilencia. Uvo en Asia un tan feroz y tan general terremoto en que cayeron muchos hedifficios, murieron muchos hombres, despobláronse no pocas ciudades; y para reparar todos estos daños no sólo embió desde Roma dineros de la república, mas aun dio muchos más de los proprios de su casa. En el mes de Jano uvo en Roma un tan furioso fuego que quemó casi diez mil casas, en las quales peligraron entre niños y mugeres mas de diez mil personas. En aquel mesmo año se quemaron la plaça mayor de Carthago y la mitad de Antiochía y casi toda la ciudad de Narbona. En el mes de agosto uvo en Roma grandes aguas y, allende que se perdieron los panes segados y por segar, cresció el río Thíberin tan excessivamente, que no se reparó en tres años el daño que hizo en un día.

      A quatro días andados del mes de mayo, aparesció una estrella sobre Roma de cantidad de una rueda de molino, y echava de sí tan espessas y tan continuas centellas, que parescía más fuego de fragua que no resplandor de estrella. En el sexto año del imperio de Antonino, nasció en Roma un niño con dos cabeças, la una como de hombre y la otra como de  perro, y lo que era más espantable, que con la una gruñía como perrico y con la otra llorava a manera de niño. En la ciudad de Capua parió una muger cinco hijos, todos varones, y en aquel mesmo tiempo fue vista en Arabia una grandíssima serpiente, la qual a vista de muchos encima de una peña se comió a sí mesma la mitad de la cola. El año que aquella serpiente se comió la mitad de la cola uvo una grandíssima pestilencia en toda Arabia. En el año noveno del imperio de Antonino acontesció que en la ciudad de Mesia fue visto nascer en lo más alto de los árboles cevada, por manera que ningún género de árbol llevó aquel año fruta, sino que todos llevaron espigas de cevada. Esse mismo año acontesció que en el reyno de los artemios, en una ciudad llamada Triponia se vinieron quatro leones a poner en la plaça, los quales se hizieron tan mansos que yvan con ellos por leña al monte y andavan los mochachos encima dellos cavalleros. En el reyno de Mauritania nasció un niño el qual tenía la cabeça buelta atrás, el qual bivió y se crió, y después todos los que le avían de ver o hablar se avían de poner hazia sus espaldas, mas dado caso que podía ver, hablar y andar, no podía con las manos alcançar a comer. Murió en Roma un senador que avía nombre Rufo, varón que era rico y de muy gran crédito. Fue, pues, el caso que después de muerto se venía muchas vezes al Senado y se assentava en el mismo lugar do solía y vestido de la misma forma que antes solía, mas nunca le vieron hablar palabra, y duró esta visión en el Senado por espacio de dos años largos.

 

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CÓMODO

Capítulo VI

De cómo era Cómodo muy cruel y de las crueldades que hizo.

E

n el año diez y nueve de su edad y tercero de su imperio dixo en el Senado que quería yr a visitar todas las ciudades de Ytalia y, en saliéndose de Roma, fuese a las montañas a caça, en la qual caça fueron muchos los días que empleó y los dineros que gastó y muchos más los vicios que cometió. Tres meses y tres días se anduvo por las riberas pescando, por los campos passeando y por los montes caçando sin que entrasse en algún pueblo ni dormiesse debaxo tejado, y después embió a mandar al Senado que le aparejassen el triumpho, diziendo que él quería entrar en Roma triumphando, y que mejor merescía él el triumpho por aver muerto los animales que pascían los panes, que no los otros emperadores por aver muerto los hombres que bivían en los pueblos. No pudo ni osó gran cosa hazer el Senado sino rescebirle con gran triumpho, y el abominable de Cómodo traýa en el carro triumphal consigo a un mancebo llamado Antero, y públicamente a manera de muger y marido se yvan abraçando el uno al otro.

    En la salida que hizo y en los passatiempos que tomó por aquellas breñas y montañas ninguna cosa perdió de sus malas costumbres; antes añadió maldades sobre maldades, es a saber: que la ferocidad que cobró en matar las bestias fieras, después de venido a Roma la empleó en encruelescerse y matar a muchas personas honrradas. Quanto a lo primero, es de saber que de una vez desterró veinte y quatro cónsules y tomóles las haziendas, y hizo merced dellas a sus mancebas y a otras infames personas, y a los cinco dellos que por importunación les hizo gracia de tornar a sus casas en breve espacio después les cortó las cabeças.

    Avía en Roma un senador que se llamava Birrio, el qual en los tiempos de Marco Aurelio fue tan extimado, que meresció casar con una hermana de Cómodo y, como amonestasse y corrigiesse a Cómodo de las malas y feas obras que hazía, mandóle matar; y no sólo a él, mas aun a todos los que eran amigos dél y allegados y servidores de su hermana. Desde el tiempo de su padre de Cómodo avía quedado un prefecto que se llamava Ebuciano, varón por cierto anciano en los días y no nuevo en las virtudes. Fue, pues, avisado Cómodo que este Ebuciano avía llorado mucho por la muerte del cónsul Berrio, y a éste embió Cómodo un mensagero a dezirle que quería ver en él si lloraría con la muerte que le embiava como llorava con la vida que tenía, lo qual dicho por mandado de Cómodo cortóle la cabeça.

    A otro senador que avía nombre Apolausto porque mostró pesar de la muerte de Ebuciano también le mandó Cómodo matar. El día que mataron al senador Apolausto, unos mancebos, moços de cámara que eran de Cómodo, como supieron que le matavan porque mostró pesar de la muerte de Ebuciano, acordaron de mostrar mucho plazer por la muerte de Apolausto porque a ellos no les acontesciesse otro tanto, lo qual sabido por Cómodo mandólos degollar, diziendo que por ninguna cosa que hiziesse el príncipe avían de reýr ni de llorar, sino oýr, ver y callar. Mató assimesmo a Servilio y a Dulio con toda su parentela, los quales descendían del linage de Silla; y mató a Antio Lupo y a Petronio y a Mameto con todo su vando, que eran del linage de Mario, y dixo que matava a los sillanos por vengar las injurias que Silla hizo a Mario, y que matava a los marianos por vengar las injurias que Silla rescibió de Mario.

    Avía en Roma un mancebo, primo hijo de hermano de Cómodo, y era muy hermoso y muy esforçado, y como dixesse uno acaso a Cómodo que Mamerto Antoniano, su primo, le parescía en el rostro y le immitava en el esfuerço, mandó luego matar al que lo dixo y a su primo Antoniano, diziendo que emperador avía de ser el que le paresciesse y el que le comparasse. Entre otros antiguos romanos avía en Roma seis cónsules muy viejos que se llamavan Alio Fusco, Acelio Felice, Luceyo Torcato, Alacio Ropiano, Valerio Bassiano, Patulio Magno, los quales, como ya no pudiessen yr al Senado por ser viejos, mandó matarlos a todos, diziendo que él era obligado a hazer en Roma lo que haze el ortolano en la huerta, es a saber: que al árbol viejo y seco arrancarle o cortarle y echarle en el fuego.

    En la governación de Asia tenía puesto el Senado a Suplicio Crasso, procónsul, y a Julio Próculo y a Claudio Lucano para que governassen aquellas provincias, a los quales todos con todas sus familias ordenó Cómodo que con veneno los matassen, porque en su presencia loavan mucho las hazañas que hazían aquellos en Asia y aun porque en Asia se platicavan las maldades que él cometía en Roma. Andando visitando Marco Aurelio el reyno de Acaya, nascióle allí una sobrina, hija de su hermana, que avía nombre Annia Faustina, y a ésta mandó matar Cómodo, y el achaque que tomó para quitarle la vida fue que se avía casado sin su licencia.

    Estavan una vez sobre la puente del río Týberin catorze nobles romanos hablando y passando tiempo, y, como a la sazón passasse por allí Cómodo, dixo a uno que les preguntasse como de suyo qué era lo que entre sí hablavan, a lo qual respondieron ellos que estavan contando las virtudes de Marco Aurelio, y que les pesava mucho porque era muerto. Oýda esta respuesta por Cómodo, luego allí de improviso los mandó a todos catorze despeñar de la puente abaxo y echar en el río, diziendo que no podían ellos dezir bien de su padre Marco Aurelio sin que dixessen mal dél, que era su hijo.

    Yvase muchas vezes a pelear con los gladiatores, y entre burla y juego mató en vezes más de mil dellos. Fue tan cruel a natura y tan denodado en lo que hazía, que ni tenía empacho de matar, ni temor de ser muerto. Viendo Cómodo que todos los romanos huýan de verle, oýrle, hablarle y conversarle, y esto no por más de evitar las occasiones que no los  matasse, acordó de inventar una conjuración, es a saber: dezir y publicar que muchos avían conjurado contra él de le matar, a los quales todos mandó degollar y despedaçar, como fuesse verdad que la tal conjuración aun por el pensamiento no les avía passado.

Capítulo XIV

De cómo Cómodo fue muerto por astucia y por consejo de su manceba Marcia.

    Allegándose ya el tiempo en que se acabassen las locuras y maldades del Emperador Cómodo y la triste de Roma fuesse libertada de la servidumbre de tan crudo tyrano, la occasión, pues, de lo uno y de lo otro fue ésta. El primero día del mes de enero celebravan los romanos la fiesta del dios Jano y determinó Cómodo de salir aquel día en hábito no de emperador, sino de gladiator, lo qual como lo supo Marcia, su manceba, suplicóle con mucha instancia y aun con muchas lágrimas que no hiziesse tal cosa, lo uno por el gran peligro en que se ponía y lo otro por la mucha auctoridad que perdía. Era esta Marcia tan quista y tan honrrada del Emperador Cómodo, que, aunque ella le servía a él de manceba, él hazía que la sirviessen a ella como a Emperatriz. Para prohibir a Cómodo que no entrasse en las fiestas en forma de gladiator, ni abastaron las lágrimas que Marcia derramó, ni los ruegos que rogó, ni los miedos que le puso, ni los amores y regalos que le hizo, lo qual visto por Marcia acordó de rogar a otros que le ayudassen a rogar aquel ruego, porque después, según ella dezía, dávale el coraçón que Cómodo avía de peligrar aquel día.

Tenía Cómodo a la sazón por su camarero a Leto y por capitán de su guarda a Electo, los quales dos eran privados de Cómodo y amigos de Marcia, y a estos dos rogó ella que rogassen a Cómodo lo que ella le avía rogado; mas Cómodo estava ya tan obstinado y determinado de celebrar como gladiator la fiesta de Jano, que no sólo no los quiso oýr, mas aun començóse contra ellos a enojar.   Bíspera de la bíspera de la gran fiesta del dios Jano, mandó Cómodo a los capitanes de los gladiatores que le adereçassen las armas y insignias de gladiator, porque él quería celebrar aquellas fiestas no como Emperador, sino como gladiator. Esto hecho y proveýdo, mandó Cómodo a Leto y a Electo que se fuessen a dormir porque él quería reposar y, como se vio solo en su cámara, tomó papel y tinta y cerró por de dentro la puerta y començó de su mano a escrevir los que otro día con los gladiatores determinava de matar, porque el fin de celebrar aquellas fiestas no era principalmente por honrrarlas, sino por quitar a muchos las vidas. Hecho, pues, el memorial de los que otro día avía de matar, lo uno con aver bien comido, lo otro que de escrevir estava cansado, cargóle el sueño y puso el memorial a su cabecera sin pensamiento que alguno le toparía.

    Tenía Cómodo en su cámara un mochacho pequeño y assaz muy hermoso, y llamávase Pugio, y a éste más que a otros amava y favorescía, no porque le servía más en la cámara, sino porque se holgava con él en la cama. Como Pugio era tan niño y tan privado y entrava y salía en la cámara de Cómodo, la fortuna que lo uvo de hazer, o por mejor dezir, Dios que lo uvo assí de ordenar, topó con el papel de los que Cómodo avía de matar y salió a la sala do estava Marcia con él a jugar, según que los niños lo suelen en costumbre tener. De que vio Marcia el papel en las manos del niño Pugio, pensando que era alguna escriptura de importancia, tomó al niño en braços y abraçóle y besóle y regalóle y diole con que jugasse otra joya, y tomóle la escriptura, y esto sin ningún pensamiento de hallar lo que halló después en ella. Sabía Marcia leer y escrevir y entendía la lengua griega y hablar la latina, y luego que tomó al niño Pugio el libro començó a leerlo, en el qual halló escripto de mano de Cómodo a sí misma puesta la primera de los que otro día avía de matar Cómodo y el segundo era el camarero Leto y el tercero el capitán Electo, y assí por orden estavan allí escriptos todos los más ancianos y más recios y más generosos romanos. Atónita y espantada de hallar lo que halló en aquel memorial Marcia, començó a llorar y solloçar y dezir entre sí misma:

¿Qué es esto? ¿Por ventura soy yo, Marcia, la que reza esta escriptura y la que ha de ser justiciada mañana? Alégrate, Cómodo, alégrate, que do pensavas vengarte de tus enemigos, ellos tomarán oy vengança de ti, y será tal, que los hombres la loen y los dioses la aprueven, por manera que en tu riguroso castigo cobrarán todos los tyranos exemplo. Si alguna cosa tú heziste en toda tu vida buena, ha sido ponerme a mí entre los que has de matar mañana, porque muy justamente meresce la muerte la muger que con tal mal hombre hazía vida. Pues los dioses lo han assí permitido y mi buena fortuna quiso que esto fuesse descubierto, muy al revés de lo que pensavas succederá el caso, porque tú pensavas matar a mí y a todos los buenos y ricos del Imperio, y será el caso que oy verás tú el fin de tu mala vida y oy veremos todos la libertad de nuestra madre Roma.

Dichas estas y otras semejantes palabras, Marcia embió a llamar a Leto y a Electo y mostróles en gran poridad aquella escriptura, y como vieron ellos y ella que otro día avían de morir, acordaron de aquella noche a Cómodo matar, mas uvo entre ellos muy gran differencia con qué género de muerte le quitarían la vida.

    Bíspera era de la fiesta de Jano, y aun passado gran parte del día, y no tenían determinado entre sí con qué muerte a Cómodo avían de acabar, porque si le matavan de súpito, podíase él deffender o podíase sentir; y si se alargava el negocio, estavan ellos sentenciados a otro día morir. Finalmente, determináronse de matarle con poncoña y offrescióse a dárselo de su mano Marcia.  Fue, pues, el caso que aquella noche aconsejó Marcia a Cómodo que se fuesse a vañar, so pena que, si no lo hazía, no se yría con él a dormir. Viniendo, pues, Cómodo del vaño, díxole Marcia que venía descolorido y que le rogava que beviesse y comiesse algún bocado, y en aquello que Marcia le dio en colación para comer, en aquello le dio la ponçoña para morir. Dende a poco que hizo colación con lo que le dio Marcia, començóle a doler la cabeça, y ella aconsejóle y rogóle que se echasse en la cama, lo qual  como hiziesse Cómodo, proveyó Marcia que le despidiessen todos los que estavan en palacio, diziendo que el Emperador se sentía mal dispuesto y que no era razón hiziessen por allí ruido para quitarle el sueño. Poco más podía reposar de una ora quando le llegó al coraçón la ponçoña, y luego que le sintieron despertar, le vieron meter los dedos y revessar, y como Marcia y Leto y Electo vieron que tanto revessava, temieron que revessaría la ponçoña y que con razón les quitaría a todos después la vida. Leto y Electo, de que vieron a Cómodo tanto revessar, y aun que dexava ya de revessar, començaron a temer y a desmayar por ver que lo que avían intentado no salían con ello. Entonces Marcia, más como varón que no como muger, como conosció en ellos el temor y pavor, llamó a Narcisso, un mancebo que andava allí desbarbado y desvergüençado y chocarrero, al qual prometió mucho si entrava y acabava de matar a Cómodo. Entró, pues, Narcisso secretamente en la cámara, y como tornasse de nuevo a revessar Cómodo, arremetió a él Narcisso y, apretándole con los dedos la garganta, hízole acabar la vida antes que acabasse de revessar la ponçoña.

Éste, pues, fue el fin de la impúdica y torpe vida de Cómodo, y tal fin avrán los príncipes que bivieren como él en este mundo, porque a los malos, aunque por algún tiempo se les alarga la pena, no por esso se les perdona la culpa.

 

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PÉRTINAX

De muchas cosas que ordenó y reformó en la república.

H

abía en Roma y en los confines de Ytalia muchas tierras gruessas para pan, las quales estavan eriales y montes hechas, y mandó pregonar Pértinax que todos los que las desmontassen y labrassen por espacio de diez años fuessen libres de todo lo que en ellas cogiessen. Antes que Pértinax hiziesse esta diligencia en Ytalia, de Egipto y de España y de Sicilia traýan trigo para bastecerla, y por esto dezía Trajano que más tributaria era Roma que ningún lugar de toda la tierra, pues no podía comer sin que de otros reynos se lo uviessen de dar.

    Avía muchas cosas particulares que se llamavan del emperador, es a saber: montes, dehesas, huertas, ríos, lugares y casas, a las quales todas mudó los nombres, mandando que dende en adelante no dixessen «Éste es el monte del emperador» o «la huerta del emperador», sino dezir: «Éste es el monte de la república» o «Éste es el río de la república», porque dezía él que el día que a uno hazían emperador de Roma ninguna cosa podía tener propria suya. Y dezía más: «Si quiere ser bien entendido este nombre de príncipe, no quiere dar otra dignidad al que le tomare, sino hazerle deffensor de las tierras de la patria y procurador de los bienes de la república.»

    En tiempo de sus predecessores avíanse intentado unas imposiciones nuevas, es a saber: en los puertos de la mar, en las puertas de las ciudades, en el passar de los caminos, en las varcas de los ríos y en los hornos de los pueblos, lo qual todo era en gran detrimento de la república y de la antigua libertad de Roma, y por esto mandó Pértinax que dende adelante no se cogiesse más. Como le preguntasse el cónsul Tortelio por qué avía deshecho aquellos tributos, pues le eran tan provechosos, respondió: «Porque sin comparación son más los enojos que me dan que los dineros que me traen, y a mi parescer no podemos dezir que son muy limpios los dineros que vienen ensangrentados con enojos.»

    Mandó que en los casos criminales fuessen los culpados muy oýdos, y que si por caso uviesse alguno de morir, dentro de quarenta días no le pudiessen matar. Estavan en la casa de Cómodo muchos esclavos huydos de sus señores porque todos los malhechores tan seguramente se acogían a su casa como los christianos a la Yglesia, y mandó Pértinax que fuessen todos por sus excessos castigados y restituidos a sus dueños.

    Era cosa monstruosa y escandalosa lo que se gastava en tiempo de Cómodo en la despensa, y proveyó Pértinax en este caso de tal manera, que no menos murmuravan dél por lo poco que gastava que de Cómodo por lo mucho que desperdiciava. Culpavan mucho a Pértinax que a los combidados que comían a su mesa ponían medias lechugas y medios cardos, y que muchas vezes embiava presentadas entre dos platos no más de dos sopas, y otras vezes una pierna de faysán, y otras vezes las ancas de un capón, y otras vezes lo que sobrava a la mañana mandava guardar para la noche. Mucho deven mirar los príncipes no los noten de míseros en sus mesas, porque es muy poco lo que en semejantes poquedades pueden ahorrar y es mucho lo que dan en su república que dezir. Avía en Roma muchos romanos golosos y boraces, los quales por exemplo de Pértinax reformaron sus mesas y quitaron gastos superfluos de sus casas.

    Salíase muchas vezes al campo Marcio, y allí hazía hazer exercicios de guerra a todos los del exército y premiava a los que en las armas eran industriosos y reprehendía a los descoraçonados y floxos. Avía muchos romanos y otros de los confines de Ytalia, los quales devían gran quantidad de dinero, assí al fisco como al erario, y como supiesse que avía algunos entre ellos que en otro tiempo fueron sus amigos y otros que eran necessitados, mandó que a los unos y a los otros les soltassen lo que devían al fisco, pues era suyo, y pagassen por ellos todo lo que devían al erario.

    Entre otras virtudes, de dos fue muy notado y muy loado el Emperador Pértinax, es a saber: de piadoso y agradescido, porque fue compassivo de los aflictos y agradescido a sus amigos. Tenía Pértinax un hijo, el qual después que fue emperador, no sólo no le quiso traer a su casa, mas aun ni le consintió entrar en Roma, sino que le tenía allá en su tierra y casa labrando y grangeando su propria hazienda. Como el cónsul Fulvio Turbón dixesse a Pértinax que su hijo parescía más hijo de labrador que no de emperador, alçó los ojos al cielo y con muy gran sospiro dixo: «Contentarse deve mi madre Roma que yo offrezca y ponga por ella en peligro mi vida sin que ponga en el mesmo peligro a mi hijo y casa.» Fue, por cierto, palabra muy lastimosa, y quanto más en ella se pensare, parescerá más profunda, do paresce que se tenía a sí mismo por malaventurado en verse con el imperio y que dexava a su hijo muy bienaventurado en no le dexar emperador.

    Aunque Pértinax era viejo, y grave, y estava en la cumbre del Imperio, siempre se presció de ser a todos urbano y bien criado, por manera que jamás hombre le hizo reverencia a quien no hiziesse él alguna mesura, considerada en cada uno la calidad de la persona.

    Amotináronse una noche cinqüenta siervos en Roma, los quales en una hora mataron a sus amos, y puso Pértinax tan buena diligencia en buscarlos, que solos cinco faltaron dellos, y la pena que les mandó dar fue que truxessen los cuerpos de los muertos a cuestas atadas espaldas con espaldas, por manera que el hedor de los muertos acabó la infelice vida de los bivos.

    En la escuela que aprendió Pértinax estudió un romano que avía nombre Valerio y, como avían estudiado juntos dende niños y eran en la edad quasi contemporáneos, eran muy grandes amigos, y a esta causa muchas vezes Pértinax combidava a cenar a Valerio y durante la cena jamás los oyeron hablar sino en cosas de sciencia de cavallería, o en reparos de Roma, o en reformación de la república. 

    Bien se paresció en Pértinax que tomó el imperio de mala gana, que a la verdad ni en comer, ni en vestir, ni en andar, ni en hablar, ni en otra cosa alguna él como emperador se tractava, por manera que no se presciava representar lo que era sino parescer lo que avía sido. Muchas vezes dezía él que no avía hecho ygual yerro en este mundo como aver acceptado el imperio, y hartas vezes ponía en plática de dexarle y tornarse a su casa si no fuera porque se consolava con dezir que, según la mucha edad que tenía, presto se le acabaría la vida y saldría de aquella pena. 

 

Capítulo VIII

De los vicios que tuvo y de los prodigios de su muerte.

C

omo el Emperador Pértinax era viejo, mucho le cargaron las enfermedades de la vegez, es a saber: ser cobdicioso y avaro, porque en allegar y guardar el dinero era diligente y en darlo o gastarlo muy pesado. Grangeava mucho la hazienda de su casa como si no tuviera de qué bivir otra cosa, y hallóse por verdad que a unos cambiadores de las salinas de Sabacia tenía dados dineros a usura, mas en estos tractos ni dava ni tomava dineros de la república, sino que el daño o el provecho redundava en su casa.

    También fue notado de hombre flexible en los negocios, es a saber: que no tenía nervio ni contradición en ellos, sino que lo que unos le aconsejavan fácilmente lo contrario otros le persuadían, y causávalo esto que era de su natural tan bien acondicionado que no podía ver triste a ninguno.

    Fue también Pértinax culpado que nunca cosa que le pidiessen negó, aunque muchas de las que prometió no cumplió, porque las más vezes prometía de dar lo que después no le era possible cumplir. Como toda la grandeza de los príncipes consista en tener que dar, mucho deven advertir en mirar lo que les piden y lo que prometen, porque teniendo como tienen con tantos y con tantas necessidades de cumplir, si los súbditos fueren inverecundos en el pedir, sean ellos graves en el prometer. Junto con esto deven advertir los príncipes que do una vez empeñaren su real palabra, pospuestas todas las cosas deven cumplirla.

    Casó Pértinax dos vezes y la segunda fue con una hija del jurisconsulto Vulpiciano, al qual él hizo prefecto luego que le dieron a él el imperio. Acerca de la pudicicia de su muger fue también Pértinax muy notado, es a saber: de descuydado en guardarla y de remisso en reprehenderla, porque a la verdad era moça y hermosa, absoluta y dissoluta, y era pública fama en Roma que amava más a un mancebo músico que no a Pértinax, su marido.

     Fue también Pértinax muy notado que tuvo amores con Conificia, sobrina que era suya, a la qual él avía criado desde niña y se la avía dado su padre en confiança; y fue esta cosa no menos escandalosa que fea y fea que escandalosa, porque semejante liviandad ni se suffría en hombre de tanta edad, ni se permitía en príncipe de tanta gravedad.

    Algunos prodigios acontescieron antes que él muriesse. En especial, estando un día offresciendo sacrificios a los dioses Penates, quando los carbones estavan más encendidos súbitamente los vieron todos muertos, lo qual era señal que, estando en lo más seguro de la vida, repentinamente le avía de saltear la muerte. No seys días antes que le matassen, como en el templo del dios Júpiter estuviesse offresciendo grandes sacrificios, quiso con su propria mano offrescer un pabo, en el qual no halló coraçón quando le abrió y de súbito desaparesció la cabeça quando le degolló. Ocho días antes de su muerte estuvo junto al sol una estrella, la qual resplandescía y se parescía a mediodía como si fuera a medianoche. Tres días antes que le matassen soñó Pértinax que caýa en una piscina y que estava un hombre con un cuchillo en la mano denodado para le matar y él que quería y no podía huyr.

    Juliano, que después succedió a Pértinax en el imperio, como tuviesse un sobrino y le casasse con una su sobrina y viniessen a ver a Pértinax, dixo Pértinax al mancebo desposado: «Sey bueno y tenerte he como hijo, y sirve a tu tío Juliano como a padre porque es mi collega y successor.» Avían sido ambos juntos cónsules, y después en el proconsulado fue successor de Pértinax el Juliano, mas aunque habló él de la successión del proconsulado, agüero fue lo que dixo de succederle el otro en el imperio.

Fuele descubierto a Pértinax que el cónsul Falconio desseava y procurava de succederle en el Imperio y para esto dava orden cómo le quitarían la vida sin que se supiesse en Roma, del qual caso se quexó Pértinax gravemente en el Senado. Averiguada y sabida la verdad, rogó Pértinax al Senado que fuesse el cónsul Falconio perdonado, diziendo que más quería alabarse de aver usado con él de clemencia que no presciarse de aver tomado dél vengança. Fue, pues, Falconio perdonado y lo que después bivió bivió en su casa seguro; mas como avía sido hombre honrrado y entre todos los romanos muy extimado, y que por aquella trayción avía perdido el crédito, dentro de breves días de pura tristeza dio el fin de sus días.

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BASSIANO

Capítulo II

De cómo enterravan en Roma a los emperadores, y de las grandes cerimonias que allí se hazían.

D

espués que Bassiano y Geta, su hermano, depositaron el cuerpo de su padre Severo en el templo del Emperador Marco Aurelio, luego començaron a entender en consagrar su cuerpo y poner su ánima con los dioses, según lo tenían de costumbre los romanos, la qual cerimonia no se hazía sino a los emperadores muertos, y la orden que se tenía para ello era ésta.

    Luego que el emperador moría, juntávase el Senado a determinar si merescía ser sepultado con los dioses o si después de enterrado le dexarían y olvidarían como a los otros hombres; y si avía sido malo, no se hallava el Senado en su enterramiento; y si avía sido bueno, todos se cobrían allí de luto y venían a consagrar su cuerpo. Para hazer esto, lo primero que hazían era enterrar sin ninguna cerimonia el cuerpo del príncipe muerto y luego componían una ymagen de palo a manera de hombre enfermo, flaco y amarillo, y poníanla encima de un cadahalso alto en el portal del palacio real; y aquella ymagen, aunque era de hombre enfermo, vestíanla tan ricamente de oro y seda y brocado, como si al que representava fuera bivo. En lo más alto de aquel cadahalso o trono assentávase a la mano yzquierda todo el Senado, y a la mano derecha todas las matronas romanas, y ninguna persona de todas éstas se podía para aquella cerimonia vestir ropa rica, ni ponerse joya de oro, sino que hombres y mugeres estavan allí vestidos de blanco, porque toda ropa blanca tenían por luto en Roma.

    Assentávanse los senadores y las matronas quando salía el sol y no se quitavan de allí hasta que se ponía, y allí ni se podían hablar ni menos tenían licencia de se mirar, sino que avían de gastar todo aquel tiempo en llorar o sospirar. De hora a hora yvan y venían los médicos a visitar aquella ymagen, y assí la tentavan y miravan y tomavan el pulso como si el mismo emperador estuviera allí bivo, y cada vez que se partían de allí dezían a los senadores y a las matronas cómo aquel enfermo se yva a morir, la qual palabra, en oyéndola que la oýan, començavan las matronas a gritar y los senadores a llorar. Ésta, pues, era la orden que tenían siete días arreo; y, llegado el sexto día, desahuziavan los médicos al enfermo; y al seteno día finalmente dezían que era muerto; y luego que le denunciavan por muerto tomavan las andas en que yva la ymagen del deffuncto en los hombros y llevávanlas los más ancianos y más honrrados senadores yendo a cavallo, que no a pie, y assí yvan hasta la plaça que llamavan Vieja y no podían yr sino por la vía Sacra, que era una carrera por do no osava nadie yr sino los emperadores muertos y los sacerdotes bivos.

    En aquella plaça Vieja avía otro hedifficio hecho de piedra, a manera también de trono, y tenía de una parte y de otra muchas gradas para subir a lo alto, y allí ponían encima la ymagen del emperador deffuncto, y en las unas gradas estavan muchos niños, hijos todos de patricios romanos, y en las otras estavan muchas donzellas romanas, y allí cantavan ellas muchos cantares tristes y los niños dezían en alabança del muerto muchos hymnos. Desde allí llevavan aquellas andas con la ymagen del muerto hasta el campo Marcio, do ya estava hecho otro altíssimo cadahalso, y éste era todo de madera muy seca, y en lo hueco dél avía astillas y retama y otros materiales fáciles de encender y arder, y de fuera estava muy pintado y con ropas muy ricas tapizado y encima de lo más alto ponían la ymagen del emperador deffuncto.

    El día que esta cerimonia se hazía en Roma concurrían a verla de todas las partes de Ytalia y cada señor o señora de los que se hallavan presentes avían de echar sobre las gradas de aquel trono myrrha, encienso, áloes, ámbar, ánime, rosas o otras cosas muy olorosas. Ya que todos avían offrescido aquellos olores, escaramuçavan a cavallo los senadores y luego en pos dellos davan una buelta los dos cónsules encima de sus carros muy adornados, y en pos déstos yvan a pie todos los antiguos vezinos de Roma y los que avían sido capitanes en la guerra, los quales todos, después que avían dado una buelta al trono, derrocávanse dando muy grandes bozes en el suelo. Ya que las tres processiones eran hechas (es a saber: de los senadores y de los cónsules y de los capitanes), venía el que avía heredado el imperio y, tomando una hacha ardiendo en la mano, ponía fuego a aquel trono, y como era todo de madera seca, en muy breve espacio se quemava.

    Antes que se començasse a hazer esta tan gran cerimonia, buscavan los del Senado para aquel día una águila brava, la qual ponían dentro de las andas do estava la ymagen del muerto, y con mucha subtileza y destreza, al tiempo que la ymagen ardía el águila se soltava y bolava, y como naturalmente sea su propriedad de bolar hazia lo alto, dezían todos a grandes bozes que aquélla era el ánima del emperador muerto que se yva con los dioses al cielo. Todas las vezes que de algún príncipe o de otra notable persona se halla escripto en los libros esta palabra, «inter divos relatus est» (que quiere dezir «assentáronle con los dioses») se hazían todas estas cerimonias, y dende en adelante podían al tal adorarle, sacrificarle, hazerle templos y ponerle sacerdotes, de manera que le avían de honrrar como a dios y no hablar dél ya como de hombre.

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HELIO GÁBALO

Capítulo XII

De cómo se casó tres vezes y hizo casar a los dioses.

D

espués que Helio Gábalo vino de Asia, un año estuvo sin se casar en Roma, el qual passado se casó con una romana, hermosa en rostro y generosa en sangre, y bien paresció que se casó con ella más por ser hermosa que generosa, porque apenas passó un año quando con ella hizo divorcio. No sólo le quitó la honrra y la echó de su casa y le tomó todas las joyas y ropas, mas aun la constriñó que a hilar y texer públicamente ganasse su vida.

    Repudiada la primera muger, enamoróse de una de las vírgines vestales y sacóla del templo y casóse con ella públicamente, del qual hecho el Senado se entristesció y toda Roma se escandalizó, porque aquellas vestales estavan offrescidas en el templo a los dioses y tenían jurado y votado de ser perpetuamente vírgines. De que supo averlo todo el pueblo tanto sentido y los senadores dello murmurado, subió un día al Senado y díxoles que no estuviessen tristes por averse casado con la virgen vestal, que aquél, si era peccado, era peccado humano; y que, pues él era sacerdote, no le convenía tomar sino muger sacerdotisa; y que si esto no abastava, abastasse que él era supremo príncipe y emperador, a la grandeza del qual pertenescía hazer las leyes y que no tenía obligación de guardarlas. Más de un año y menos de dos estuvo casado con esta virgen vestal, a la qual no menos que a la del primero matrimonio dio libello de repudio, y vino la triste muger a tanta miseria y pobreza, que si la otra lo ganava a hilar, ella lo ganava a adulterar, por manera que de virgen consagrada y de emperatriz generosa vino a ser muger pública.

    Casóse la tercera vez con una matrona romana y biuda, y para esto tomó occasión diziendo que descendía del linage de Cómodo y que ya no quería tomar muger sino que fuesse en sangre muy alta y en hermosura única y en condición discreta. Muchas vezes dezía Helio Gábalo cómo algún príncipe podía acertar en el primero matrimonio, porque si la muger que tomava era en condición baxa, teníala en poco; si era fea, aborrescíala; y si era nescia, matávala.

    A tanta demencia vino Helio Gábalo, que no sólo burló de los matrimonios humanos, mas aun burló de los matrimonios divinos, porque se determinó de casar públicamente a su dios Helio Gábalo, y que con otra diosa celebrasse y consintiesse matrimonio.   Fue, pues, el caso que la cosa que los romanos tenían en Roma más guardada y reverenciada era la ymagen de la diosa Pallas, la qual dezían aver caýdo del cielo sobre los muros de Troya, y a esta ymagen mandó Helio Gábalo sacar del templo do estava abscondida y llevarla a su casa, y desde el día que se truxo de Troya nunca ojos humanos la vieron hasta aquel día. Hizo hazer un carretón de plata todo sobredorado y encima mandó poner a la diosa Pallas vestida de ropas muy ricas y cargada de joyas preciosíssimas, y los bueyes que llevavan el carro el uno era blanco sin tener mancha de negro y el otro era negro sin tener mancha de blanco. Yva Helio Gábalo con una vara o aguijada delante del carro guiando los bueyes y llevava buelta la cara hazia el carro, de manera que por tener siempre a la diosa delante caminava hazia atrás. Como sabían los romanos que Helio Gábalo avía de ser aquel día el carretero, proveyeron en que desde las casas imperiales hasta el templo se hiziesse un ancho y arenoso camino, porque caminando hazia atrás, ni hallasse en qué tropeçar ni menos pudiesse caer. Llegados todos al templo, toman al dios Helio Gábalo y a la diosa Pallas, y cásanlos y júntanlos en uno como marido y muger, y hiziéronles en medio del templo una cama muy rica en la qual durmieron juntos la noche toda.

    Mucho pesar tomaron todos los romanos de ver hazer a Helio Gábalo estos desatinos, porque presumiendo ellos como presumían de ser tan grandes cultores de los dioses, parescíales que en hazer aquellos casamientos era hazer burla dellos y que podría ser que lo que él hazía de burla pagassen ellos de veras. Ya que los dioses eran casados, quiso Helio Gábalo regozijar los casamientos, y para esto mandó que se hiziessen o jugassen los juegos circenses lurules, en los quales mandó matar infinitas bestias, y ora fuessen buenas, ora malas, constriñó a todos que comiessen dellas, por manera que comieron carnes de leones, ossos, lobos, pardos, tygres, rinocerontes, onças, cavallos, asnos, perros, bueyes, búffanos y otros animales, excepto de puercos, y esto no porque no los mataron, sino que en Fenicia do él se crió no los comían. Ya que las fiestas eran acabadas y todos los juegos hechos, quiso Helio Gábalo mostrar la grandeza de su ánimo y la riqueza de su persona, y fue en que subido encima de las gradas más altas del templo derramó entre los que le miravan gran muchedumbre de dineros y arrojóles también muchas joyas de sus thesoros, y por tomarlas los unos antes que los otros hiriéronse y ahogáronse y matáronse muchos, y no fue tan pequeño el daño, que no fue muy mayor la tristeza que uvo en Roma y en toda Ytalia por los muchos que murieron, que no el plazer que uvieron por los dineros que cobraron. 

Capítulo XIV

De muchas maneras de combites que hazía y de las burlas que en ellos inventava.

     Dionisio el tyrano, Apio el tribuno y Miscenas el romano fueron en sus tiempos muy notados de glotones en el comer y de muy derramados en el bivir, a los quales tres sobrepujó Helio Gábalo en todos los géneros de vicios, en especial en el vicio de la gula, porque naturalmente fue en el comer curioso, costoso y goloso. Nunca comía sino en mesas de plata, ni se assentava sino en sillas labradas de plata y de oro y de unicornio, y el aparejo de ollas, caços, assadores, cucharas y otras cosas de cozina, todas eran de plata y todos sus cozineros andavan vestidos de seda. Tenía muy grandes artificios para que le aderaçassen manjares en todo tiempo muy sazonados; en especial fue muy curioso en comer los manjares muy calientes en invierno y bever el vino muy frío de verano. Muchas vezes usava comer crestas de gallos assadas y lenguas de pavones fritas y lenguas de ruyseñores cozidas; y destas cosas avía de aver en su mesa tanta abundancia, como si no pidiera más de carnero o vaca, por manera que ni parescía ya ruyseñor por los sotos ni se hallava pavón en los pueblos. También comía otras vezes una pepitoria compuesta de cabeças de papagayos, de sesos de tordos, de huevos de perdiz, de higadillos de pavones y de pechugas de faysanes; y para comer deste manjar tomavan sus officiales todos los papagayos que sabían hablar y todos los tordos que en jaulas sabían cantar. Combidó una vez a unos embaxadores y con ellos a otros muchos senadores, a los quales dio a comer no otra cosa sino veynte differencias de manjares todos hechos de  barbas de barbos, y fueron tantos los barbos que para aquel combite se pescaron, que se loava él a la mesa dar manjar que nunca en Roma se avía comido ni después se podría comer, y esto dezía él porque no se hallarían más a pescar.

    Truxeron a Helio Gábalo unos perricos presentados de Mauritania y comían con él a la mesa y dormían en su cama, y no les dava a comer otra cosa sino higadillos de ansares bravas y mollejas de abutardas, y esto hizo él por vengarse de un enojo que le hizieron sus caçadores, dándoles malos días y noches en caçar para los perros. Quando era alguna gran fiesta o tenía algunos notables combidados, al mejor tiempo que estavan comiendo o beviendo o dançando, hazía por su palacio soltar a los leones y a los ossos y a algunos toros bravos; y, aunque la cosa se hazía por burla, muchas vezes parava en veras, porque algunos de los combidados, como estavan más afforrados de vino que no cargados de hierro, o caýan muertos o quedavan mortalmente lisiados.

Queriendo celebrar la fiesta del dios Genio, que era el dios de su nascimiento, combidó al Senado y obligóse a darles de comer palominos criados dentro del agua de la mar y darles también por manjar el ave fénix, que es sola ave y única en el mundo, y para esto obligóse a darles estas aves o cient libras de oro en recompensa dellas, y al fin dio los palominos marinos, mas no dio el ave fénix.

    Tenía en su huerta una muy grande alverca de agua algo honda, y muchas vezes después que avía comido hazía nadar a los que le venían a visitar o con él negociar o que con él avían comido; y, como dixesen algunos que no sabían nadar, hazíalos entrar en el agua y traer nadando por la barba, y al mejor tiempo hazía señas que los soltassen, de los quales algunos se ahogavan y otros llenos de agua escapavan.

    En todos los veranos hazía traer a su palacio gran muchedumbre de nieve, y ésta era en tanta cantidad, que no parescía lo uviessen de la sierra traýdo, sino que allí avía nevado; y puédese esto creer porque, al tiempo que venían los calores y se començava la nieve de su casa a derretir, tan ferozes arroyos llevava por las calles de Roma, que no dexava casa ni torre ni pared fuerte que no derrocava.

    Quando los príncipes romanos celebravan algunas fiestas, al tiempo del cenar, si era de noche, no encendían velas ni hachas de cera, sino unos candiles de azeyte; y Helio Gábalo, por ser extremado en todo, en lugar de azeyte hazía quemar en los candiles bálsamo, y a las vezes hallóse por verdad valer sin comparación más el bálsamo que se quemava que los manjares que dava.

Dentro del ámbito de su palacio hizo un hedifficio ni muy costoso ni muy curioso, con una puerta falsa y poblóle de malas mugeres para que allí acudiessen sus amigos y criados; y no sin falta de malicia fueron al Senado las otras mugeres públicas, al qual pidieron licencia para hazer de su ramería palacio, pues Helio Gábalo hazía de palacio ramería. Quando estava cabe la mar, no comía pescados sino de los ríos, y quando estava cabe los ríos no comía pescados sino de la mar, y esto más lo hazía él por curiosidad que por necessidad.

    En el gasto de las cenas y en la muchedumbre de los manjares y en la curiosidad de los servidores y en los géneros de los vinos sobrepujó Helio Gábalo a Vitello y a Apio y a todos los otros golosos, porque se escrive dél que en la más pobre cena gastó doze mil sextercios, que pueden valer mil ducados.

    Para burlar a los combidados hazía traer, en lugar de vancos, fuelles de herreros y, como se assentassen innocentemente en ellos, al mejor tiempo que estavan comiendo los combidados hazía muy subtilmente que se deshinchassen para que ellos en el suelo cayessen, por manera que muchas vezes començavan la comida assentados a la mesa y la acabavan echados en el suelo.

Hizo Helio Gábalo unas conveniencias con sus criados, y fue que buscassen todas las arañas que avía en Roma y todas las telas dellas, y que por cada libra les daría cierta summa de dinero, y en muy breve espacio le truxeron diez mil libras de arañas y de telas, y dezía él que avía hecho esto para que viessen todos quánta población avía en Roma, pues se hallavan diez mil libras de arañas en ella.

    Secretamente mandó Helio Gábalo caçar cincuenta cántaros de moscas, las quales traýdas a su palacio, combidó a unos romanos a comer, y como fuesse verano y tiempo de gran calor, al mejor tiempo que estavan comiendo hizo desatapar las moscas, las quales como estavan hambrientas y se vieron en libertad, dieron sobre los combidados como sobre real de enemigos, por manera que los combidados echaron a huyr y las moscas se assentaron a comer.

    El día de la gran fiesta de su dios, estando todo el Sacro Senado y todo el pueblo romano offresciendo sacrificios en el templo, hizo soltar de súbito entre la gente cient gatos y diez mil ratones y cient galgos y mil liebres, y proveyó que se cerrassen por defuera las puertas del templo porque no se fuesse ninguno, y fue tan grande la pelea que truxeron los gatos con los ratones y los galgos con las liebres, que más paresció aquel día yr allí a burlar de los dioses que no a offrescerles sacrificios.

    Combidava muchas vezes Helio Gábalo a sus truhanes y aun a otros chocarreros, y después que se assentavan a la mesa hazíales poner panes y carnes y frutas y otros manjares presciosos, y éstos eran no verdaderos para que los pudiessen comer, sino pintados en tablas para los poder ver y tocar, y lo que es más, que a cada manjar que les ponían pintado, avían de bever y se lavar las manos como si de comer estuvieran suzios.

    Hizo una vez un combite público en el campo Marcio, para el qual hizo venir ocho hombres calvos y ocho gotosos y ocho vizcos y ocho tuertos y ocho negros y ocho gordos y ocho flacos y ocho gigantes y ocho enanos; y a los gotosos hazía comer en pie, a los gigantes ponía las mesas baxas y a los enanos muy altas, y a los tuertos ponían el manjar hazia el ojo tuerto y a los gordos hazía que, estando en pie, que comiessen en el suelo, y a los negros mandava que, atadas atrás las manos, comiessen con las bocas, por manera que a cada combidado le entrava lo que comía en mal provecho.

    Concertaron él y otros romanos viciosos un género de combite muy monstruoso, y fue que se pusieron seys dellos encima del Capitolio y seys en su palacio y seys en el monte Celio y seys en la torre de Adriano y seys tras Týberin y seys a  la puerta Salinaria, y tenían sendas trompetas en las manos y todos comían de un manjar y avían de bever de un vino y a un mesmo tiempo, y entre manjar y manjar avían de lavarse las manos y adulterar con sus amigas, y porque supiessen los unos lo que avían de hazer los otros tocavan entre sí las trompetas y instrumentos.

    Helio Gábalo y otros doze de sus amigos, los quales eran todos casados, ordenaron por orden de comer cada día unos en casa de otros y al que cabía la suerte avía de dar doze manjares que comiessen y doze géneros de vinos de que beviessen y doze mugeres hermosas con que holgassen, y el día que le cupo a Helio Gábalo dio los doze manjares y los doze vinos, y como los tenía ya borrachos, hízolos acostar ascuras con unas esclavas negras, feas, pobres y muy viejas.

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ALEXANDRO

De la criança y naturaleza del Emperador Alexandro Severo.

A

urelio Alexandro fue su nación de Assiria, y llamóse su padre Vario y su madre Mamea, y fue primo carnal del Emperador Helio Gábalo, porque las madres fueron hermanas y, aunque nasció en Assiria, crióse en Roma, a causa que en aquellos tiempos su abuela, que se llamava la gran matrona Mesia, governava a Severo y a su casa y aun a toda la república.

Fue Alexandro alto de cuerpo, los cabellos negros y entorcijados, la cara flaca y morena, los ojos grandes y rasgados, la garganta corta y llena, las manos secas y nerviosas, las piernas delgadas y los pies algo estevados; y en la complissión cúpole poca cólera y mucha flema, lo qual mostró él después en el discurso de su vida, porque fue en la conversación manso y en la governación piadoso.

    Nasció Alexandro en la ciudad de Arcena, siendo emperador Septimio Severo, y crióse los quatro años primeros en Assiria y después truxéronle a poder de su abuela a Roma, la qual después que le tuvo otros tres años consigo en Roma hízole tornar a Assiria, lo uno porque no se criasse en palacio con regalo y lo otro porque no se le matasse Bassiano, el hijo mayor de Severo.

Los pressagios de su imperio fueron éstos: hallóse por verdad que en tal día como en el que murió el Magno Alexandro nasció este Alexandro Aurelio; y quando su madre estava en días de parir vino ella a visitar el templo do estava sepultado Alexandro, y allí le tomó el parto y parió este hijo; y lo  que más es, que el nombre que le pusieron fue Alexandro y el ama que le crió se llamó Olimpias y el ayo que tuvo se llamó Philippo, los quales dos nombres tuvo el padre y la madre del Magno Alexandro. El mismo día que nasció este Alexandro vino una muger vieja a su casa y offresció a su madre un huevo colorado que avía puesto en aquella hora un palomino y dixo la vieja a la madre que no era otra cosa aquel huevo colorado sino pressagio que sería emperador aquel niño.

    Mamea, madre que fue deste príncipe, era muger muy hermosa, sabia, prudente y cuerda, y lo más porque meresce ella ser tan estimada y honrrada es porque ninguna muger romana le excedió en la honestidad de su persona, ni se ygualó con ella en el recogimiento y guarda de su casa. Como esta matrona Mamea era naturalmente buena y inclinada a bien, tuvo muy gran solicitud en criar y doctrinar a su hijo Alexandro en buenas costumbres y que deprendiesse provechosas sciencias; y porque no olvidasse en compañía de otros mancebos lo que deprendiesse de sus ayos y maestros, tenía puestas guardas por defuera de su casa para que a ninguno dexassen entrar a hablarle en palacio si no fuesse hombre anciano, prudente y docto.

    Desde que supo Alexandro andar, le enseñó su madre a ser templado en el comer, limpio en el vestir, reposado en el andar y corregido en el hablar. Fue tan comedido en todo lo que requiere la buena criança y tan limpio en todos los vicios que aquella edad acarrea, que dezían todos los que le conoscían que era tanto de ver a Alexandro quando era niño, como ver a Tullio quando era viejo. No se halla que en todo el tiempo que le tuvo so su governación la madre le dexasse passar ni estar un día occioso que no se occupasse o en deprender letras o en exercitarse en las armas, de los quales exercicios ambos a dos merescen perpetuamente ser loados, es a saber: la madre por mandarlo y el hijo por obedescerlo. Muchos hijos avría buenos si sus padres los supiessen doctrinar, y tampoco avría tantos malos si los hijos quisiessen a sus padres obedescer, y por esso dezía el divino Platón en los libros de su República que aquélla era bienaventurada familia do en los padres avía prudencia y en los hijos obediencia. A todas las cosas que Alexandro quería como moço, a todas le yva su madre a la mano, por manera que nunca se hazía lo que el hijo quería, sino lo que la madre mandava. Supremo cuydado tuvo Mamea de guardar a su hijo no sólo de los comunes vicios, mas aun de los hombres viciosos, porque muchas vezes se corrompen las inclinaciones buenas con las compañías malas. En su infancia tuvo por preceptores que le enseñassen a leer a Valerio y a Gordio y a Veturio, y este Veturio fue el que después estuvo más extimado en su casa y escrivió el discurso de su vida, la qual hystoria se perdió quando los godos entraron en Roma.

Fue su maestro en la gramática Nebón el griego, y en la philosophía Estelión el primero, y en la rethórica Serapio el bueno, y después que vino a Roma tuvo también por maestros a Escario y a Julio y a Macrino, varones muy graves para doctrinar y muy doctos para enseñar. Deprendió Alexandro todas las sciencias, a las quales él se dio bien y ellas a él, aunque es verdad que en el arte de orathoria no tuvo muy limada la lengua, y esto no se entiende porque no sabía él bien hablar, sino que no tenía alto estilo en el dezir. Sobre todos los príncipes romanos fue Alexandro amigo de hombres sabios, a los quales él buscava, aunque no le buscassen, y los enrriquescía si eran pobres y los honrrava quando le hablavan y los rescebía quando a él venían y los creýa quando le aconsejavan y les dava lo que le pedían; finalmente, nunca hombre sabio oyó dél mala respuesta ni halló en su casa la puerta cerrada. Preguntado Alexandro que por qué era tan extremado en favorescer indifferentemente a todos los sabios, como fuesse verdad que entre ellos avía de buenos y malos, y de doctos y no tan doctos, respondió: «Ámolos por lo que saben y hónrrolos por lo que pueden; porque al fin en los siglos advenideros debaxo de lo que escrivieren en sus escripturas se esclarescerán o resplandescerán mis famas.»

    Fue Alexandro en el tiempo de su niñez muy malquisto de su primo Helio Gábalo, y causava esto no la condición áspera de Alexandro, sino las costumbres malas de Helio Gábalo, es  a saber: no querer ser su compañero en los vicios como era deudo en la sangre. Jamás se vieron en el mundo dos príncipes tan conjunctos en el parentesco y tan vicinos en la successión y tan differentes en las vidas como fueron Helio Gábalo y Alexandro, porque en Helio Gábalo no uvo ni sola una virtud que loar, ni en Alexandro se halló un solo vicio que reprehender.

Capítulo V

De los hedifficios que hizo y de otros que reparó Alexandro.

    En todo el tiempo que imperó Alexandro nunca quiso hazer a ninguno que de libre fuesse siervo, y según él dezía, lo que le movía a no lo hazer era porque no tenía mayor peligro la república sino quando los que en algún tiempo fueron siervos venían a ser señores. Los que eran siervos y los que eran libres no sólo se conoscían en las libertades que tenían, mas aun en las ropas que traýan, porque hizo ley muy rezia que el siervo no anduviesse en hábito de libre ni el libre en hábito de siervo.

    En los tiempos passados avían sido los eunucos en Roma muy favorescidos, mas en tiempo de Alexandro fueron muy maltractados, a los quales echó de palacio y mandó que no sirviessen más a matronas y los privó de todas sus libertades, y déstos dezía él que valían más que bestias y menos que hombres.

    Tenía Alexandro un criado que avía nombre Belon, y éste prometió a un cavallero que despacharía cierto negocio con Alexandro en que a él le yva mucho, diziendo que era del príncipe muy privado; y para remuneración de su trabajo rescibió del cavallero gran quantidad de dinero; y, como Alexandro fuesse desto avisado y que lo que prometía alcançar dél era cosa injusta y no poco en daño de la república, mandóle crucificar, diziendo que ninguno ha de ser osado vender la privança de los príncipes en perjuyzio de los pueblos. Do mandó justiciar a este su criado fue en un passo de una cantonada por do era el passo más público y freqüentado para  entrar todos en palacio, y no quiso que quitassen del palo el cuerpo hasta que se cayó a pedaços, porque tomassen todos exemplo en aquél que ninguno avía en casa del príncipe pensar de prometer ni alcançar cosa injusta.

    Avía en Roma burdel assí de hombres como de mugeres, y assí ellos como ellas pagavan muchos tributos a los templos, los quales dende en adelante aplicó para las obras públicas, y dio para los templos otras rentas, diziendo que con dineros tan torpemente ganados era tener en poco a los dioses servirlos con ellos. Yntentó de quitar el burdel de los hombres, y fue aconsejado que no lo hiziesse, porque, si quitava aquél, que era público, en cada casa o calle avría otro secreto, mayormente que la malicia humana es inclinada a amar las cosas illícitas y procurar de alcançar cosas prohibidas. Del tributo que pagavan los plateros, carpinteros, vidrieros, pellegeros, carreteros, pintores y doradores y otros officiales hizo unos muy generosos vaños y fueron éstos los primeros en que se vañaron los romanos sin pagar tributo. Hizo traer de España un género de árboles que se llamavan álamos, con los quales en breve espacio adornó y hermoseó los vaños de árboles y bosques que, si yvan muchos a vañarse a los vaños, yvan muchos más a recrearse a los bosques. En todos los vaños de Roma puso lámparas que ardiessen de noche, porque antes dél ninguno se podía vañar a causa de la mucha obscuridad desde que se ponía el sol hasta que otro día salía.

    Muchos quisieron infamarle de cruel y llamávanle no Alexandro, sino Severo, y éstos eran los cavalleros pretorianos que andavan en el exército, los quales se movían no por las crueldades que en él avían visto, sino porque en el robar les avía ydo a la mano.

    Todas las obras viejas de los príncipes passados que se yvan a caer y a perder renovó y reparó, y otras muchas de nuevo hizo, en especial los vaños que de su nombre llamó Alexandrinos, los quales duraron hasta los tiempos de los godos. Hizo en Roma dentro de su palacio un nuevo patio que llamó Alexandrino, en el qual los mármoles eran de pórfido y la piedra toda de Lacedemonia, y a todas las estatuas famosas y antiguas hizo mármoles sobre que se pusiessen, y para  hazer todas estas obras truxo los más primos y famosos maestros que avía en todas las provincias. En su tiempo no consintió que se esculpiesse y hiziesse moneda si no fuesse de oro o por lo menos de plata, la qual moneda tenía en la una parte esculpido su rostro al natural y en la otra a la diosa Ceres.

Muchas vezes mandava juntar a los principales del pueblo y los hablava y amonestava a que fuessen virtuosos, animosos y con los populares piadosos, diziéndoles que fuessen ciertos que a los buenos avía de tractar como a hijos y a los malos como a enemigos.

Tres vezes dio al Pueblo Romano gran cantidad de trigo, en tiempo que no tenían de dó lo traer ni con qué lo comprar. Assimesmo otras vezes dio a los cavalleros veteranos y militares muchos dineros graciosos porque supo que estavan los más dellos alcançados y adeudados.

    Avía en Roma muchos hombres que no bivían sino de logros y usuras, a cuya causa estavan muchas haziendas perdidas y muchas casas tributarias, y mandó Alexandro con suprema diligencia que se reveyessen aquellos contractos y le diessen por memoria los notables agravios, los quales por él vistos castigó a los logreros que los avían hecho y libertó a los pobres contra quien los avían inventado. Mandó por edicto público que ningún censor, ni cónsul, ni tribuno, ni senador, ni otro qualquier official de su Corte y Casa fuesse osado de dar a logro por poco ni por mucho, so pena que perdiesse el officio y el dinero que uviesse dado.

Las estatuas de los más notables y antiguos romanos que por diversas partes estavan derramadas mandólas recoger y traer a Roma a la plaça de Trajano y allí las collocó y renovó, en el qual hecho Alexandro alcançó para sí gran fama y todo el pueblo tomó dello mucha alegría. Entre el campo Marcio y los setos Agripinos hedifficó una basílica de cient pies en ancho y de mil en largo, el qual hedifficio estava todo pendiente sobre colunnas, y era la obra tan generosa y superba, que ninguno de los que la vieron començar alcançaron a verla acabar.

    Avía en Roma dos theatros: al uno llamavan Ysis porque se llamó assí el dios a quien fue offrescido, y el otro se llamava  Serapis, los quales por la mucha antigüedad estavan tan caýdos y arruynados, que apenas se parescían dellos los cimientos, y ambos a dos hedifficó Alexandro y puso en ellos cosas muy ricas y vistosas.

    Dentro de su palacio hizo dos muy aplazibles y graciosos hedifficios, que eran más viciosos que costosos, a los quales puso por nombre las dictas Mameas, que quiere dezir «retraymientos de Mamea», porque el uno dellos servía a su madre Mamea de estufa en invierno y el otro de cenador en verano. Hizo hazer para recreación de su madre una huerta muy grande, a la qual salían por la puerta Salaria y truxeron para la regar una fuente de agua dulce, y hizo en medio della un estanque tan grande y tan hondo, que no sólo podían en él nadar, mas aun medianos navíos navegar. En el campo Bayano hizo también hazer una huerta grandíssima para recreación de sus parientes y amigos, y dentro del cerco della hizo hazer un bosque para puercos y venados, y dentro de aquella huerta truxo tanta agua para regar los árboles, que sobrava agua para moler unos molinos. Las puentes y fuentes que el buen Trajano hizo en los confines de Roma y Ytalia, todas las hizo reparar y adobar, renovando los letreros no en nombre suyo, sino de Trajano.

    Estuvo determinado de ordenar que todos los officiales del Senado y los del pueblo truxessen differenciadas vestiduras para que en la differencia del vestido fuesse conoscido cada uno, mas los dos sus jurisconsultos (es a saber: Uliano y Paulo) se lo desaconsejaron, diziendo que aquella novedad traería entre los vezinos muchos enojos, y de allí vernía en la república a nascer grandes escándalos.

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