Antonio Enrique

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En la batalla

Áspid, tigre, mariposa

Paseo bajo los quitasoles por el Nilo

En la batalla

Quién fuera uno de estos campesinos,
uno de estos vasallos que mueren por vos en la batalla.
Ellos os ven de lejos, brillando en lo alto de la colina
mientras la hierba va amasándose con la sangre
que amamantaron con la leche de sus madres.
Qué dulce, me digo entonces, morir
por quien no se conoce, y es
una luz sobre un caballo, allá en lo alto de la colina.
Mueren sin saber, como vivieron,
y porque la vida, amiga mía,
es tan breve que no da ni para soñar.
Estos mis vasallos mueren en la batalla
y cuando expiran uno tras otro
yo luego querría besaros
con la fuerza última del hálito de todos ellos.
Soy, por ti, así de impío.

(De The silver shadow)

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Áspid, tigre, mariposa

En aquellos  precipicios y aludes
cunde un olor a carne de espanto.
Pero en el infierno no hay
mortandad, sino el rumor
de una bestia que merodea.
Puede ser un áspid, un tigre,
una mariposa gigante.
Tarde o pronto descubres
que quien merodea
se te acerca.
Tú eres el mal olor aquel.
Lo llevabas contigo
ya al nacer y antes
de nacer. El áspid, el tigre,
la mariposa acechan. Acechan
la muerte que en vida te crecía
y ahora te ocupa por completo.
Somos de la condición de las estrellas
que expiran. En el cementerio
de lava de todos los volcanes
siderales, la carne humana se distingue
por sus ascuas, más rojas, crueles,
inasibles. No más fuimos
que flores de fuego.
Áspid, tigre, mariposa,
la bestia no se abalanza.
Se toma su tiempo,
como dicen de Dios.
El infierno es la amenaza perpetua
de una condena que jamás se cumple.

(De El reloj del infierno)

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Paseo bajo los quitasoles por el  Nilo

Hay un momento que las aguas hierven
al paso de la hija del Faraón. Al
paso de la hija del Faraón,
cunde un estremecimiento
por la pompa vegetal de las riberas.
¿Por qué los pájaros callaban? ¿por qué
los peces cantores su gloria de alabastro
suspendían sobre el aire, por qué hasta los juncos
han sustraído su memoria de fragante elocuencia?
No puede la brisa con tanto ojo de libélula
brilladora, de insecto extraño que habita en las pirámides.
Al paso de la hija del Faraón, al aire
le sale una cadera redonda y a la luz una orgía
de cerezas, un pasmo sonoro de ópalos. Ved
cómo le cantan los ibis en la cintura, cómo el Nilo
de sexo a frente culebrea, ved cómo oh sí
Versalles suelta el palio del asombro
sobre sus miembros que parecen retumbar, si se para;
retumbar como un templo su cuerpo que al dolor mismo
acuchilla: su cuerpo que a las sombras deshace.
Ya sólo se sabe que el sol achicharra,
porque su corazón anda cerca. Y hay bullicio
de cuerpos que se postran en sacra posición
de los escarabajos, cuando la brisa lleva el rumor
de esa rama con albaricoques que su talle es, si se mueve.
Hija del Faraón: pues cuantas veces por los atrios
en palacio se te vio, relucías, será
que en tu pecho tú prendiste el sándalo
de un hijo: más pudieran tus ingles entonces
que un valle nevado de lotos, y los labios tuyos
que un tapiz de cisnes perpetuos. Al paso,
pues, de la hija del Faraón, cómo las aguas
ya no pueden de hervor alcanzadas en su júbilo.
La luz se hace el ámbito de tu regazo
verde de verde comba, la luz entre los flabelos
que el aire pueblan de exóticos trinos de selva.
Los esclavos y las siervas, las gaditanas bailarinas
y ebúrneas etíopes, los efebos de Creta y las lésbicas
hembras de Paros y Corinto, al paso de la Hija
del Faraón con el eros languidecen de la adoración
sin límite. Mediodía, mediodía es y el sol amaneciendo,
pues que un niño las aguas quiebra al esplendor
de la Hija del Faraón pasando por el valle.

(De Los cuerpos gloriosos)

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