Paseo bajo los
quitasoles por el Nilo
Hay
un momento que las aguas hierven
al paso de la hija del Faraón. Al
paso de la hija del Faraón,
cunde un estremecimiento
por la pompa vegetal de las riberas.
¿Por qué los pájaros callaban? ¿por qué
los peces cantores su gloria de alabastro
suspendían sobre el aire, por qué hasta los juncos
han sustraído su memoria de fragante elocuencia?
No puede la brisa con tanto ojo de libélula
brilladora, de insecto extraño que habita en las pirámides.
Al paso de la hija del Faraón, al aire
le sale una cadera redonda y a la luz una orgía
de cerezas, un pasmo sonoro de ópalos. Ved
cómo le cantan los ibis en la cintura, cómo el Nilo
de sexo a frente culebrea, ved cómo oh sí
Versalles suelta el palio del asombro
sobre sus miembros que parecen retumbar, si se para;
retumbar como un templo su cuerpo que al dolor mismo
acuchilla: su cuerpo que a las sombras deshace.
Ya sólo se sabe que el sol achicharra,
porque su corazón anda cerca. Y hay bullicio
de cuerpos que se postran en sacra posición
de los escarabajos, cuando la brisa lleva el rumor
de esa rama con albaricoques que su talle es, si se mueve.
Hija del Faraón: pues cuantas veces por los atrios
en palacio se te vio, relucías, será
que en tu pecho tú prendiste el sándalo
de un hijo: más pudieran tus ingles entonces
que un valle nevado de lotos, y los labios tuyos
que un tapiz de cisnes perpetuos. Al paso,
pues, de la hija del Faraón, cómo las aguas
ya no pueden de hervor alcanzadas en su júbilo.
La luz se hace el ámbito de tu regazo
verde de verde comba, la luz entre los flabelos
que el aire pueblan de exóticos trinos de selva.
Los esclavos y las siervas, las gaditanas bailarinas
y ebúrneas etíopes, los efebos de Creta y las lésbicas
hembras de Paros y Corinto, al paso de la Hija
del Faraón con el eros languidecen de la adoración
sin límite. Mediodía, mediodía es y el sol amaneciendo,
pues que un niño las aguas quiebra al esplendor
de la Hija del Faraón pasando por el valle.
(De Los cuerpos gloriosos) |