En el cielo la luna sonreía, brillaban apacibles las estrellas, y pálidas tus manos como ellas amoroso en mis manos oprimía. El velo de tus párpados cubría miradas que el rubor hizo más bellas, y el viento a nuestras tímidas querellas con su murmullo blando respondía. Yo contemplaba en mi delirio ardiente tu rostro, de mi amor en el exceso; tú reclinabas sobre mí la frente... ¡Sublime languidez! dulce embeleso, que al unir nuestros labios de repente prendió dos almas en la red de un beso. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS SOBRE BESOS |
¡Águila! ¿dónde vas? detén tu vuelo; tú que desprecias en tu audacia loca el esqueleto inmóvil de la roca para envolverte en el dosel del cielo, tú, que sobre ese risco do te asientas tranquila, valiente clavas en el áureo disco del abrasado sol tu ancha pupila; tú, que te pierdes en las negras brumas que arroja el mar de su hervoroso seno, que bebes del arroyo las espumas, que te corona el trueno, que con ardientes bríos vences a los soberbios huracanes, que son arroyos para ti los ríos y terror no te inspiran los volcanes; tú, que al pie del Señor tu canto exhalas, y al son de la tormenta bramadora quemas en el relámpago tus alas; tú, que subes y subes y rompes con tus alas poderosas el denso velo de las pardas nubes; oye mi voz: la lira descompuesta que ya sus notas apagado había, ha vuelto a resonar al admirarte; mi ardiente fantasía en entusiasmo hierve al contemplarte, y raudales de mágica poesía a torrentes me da para cantarte.
Tú sola el vuelo emprendes con majestuoso brío cuando en los aires rápida te extiendes; tú publicas de Dios el poderío; tú intrépida y gozosa te levantas desde el monte a los célicos espacios; tú miras con desdén bajo tus plantas mundos, tumbas, vergeles y palacios; tú en los bosques magníficos te internas donde arroyuelos mil bullen inquietos; tú de las rudas cóncavas cavernas sorprendes los recónditos secretos; tú, en la frente del Cáucaso gigante libre saludas a la blanca aurora; tú sobre el trono de la brisa errante a otros mundos te subes vencedora; brisa sutil que con tu vuelo abrumas, y que contigo luchará violenta cuando rices intrépida tus plumas al eco de la bárbara tormenta.
Reina del aire, junto al sol resbalas, clavas tus ojos en el sol fecundo y van cubriendo tus flotantes alas el panorama espléndido del mundo. Sí, para ti desde la inmensa altura serán los montes arenosos granos, un rincón de verdura los pensiles alegres y lozanos, una flotante perla de rocío el piélago bravío, y los pequeños míseros mortales pobre hormiguero que sin rumbo rueda en torno de una tumba que remeda sus lúgubres y tristes funerales.
Sola en la inmensidad; oyendo el eco del huracán rugiente que se oculta de las montañas en el fondo hueco, yo te miro subir; las nubes bellas parece que te envuelven en sus tules; alfombras son de tus etéreas huellas sus penachos azules: ¡cuán hermosa te agitas en ese mar magnífico y extenso! ¡Cuán ligera y gentil te precipitas por ese golfo inmenso! Ya te ocultas, ya vuelves, ya despacio bordas el horizonte; tu mundo es el espacio, tu corona es el sol, tu trono el monte.
Trémulas rugen en el mar las olas, de sus blancas espumas rompiendo las hirvientes aureolas; los abismos profundos suenan al palpitar bajo las aguas como el ronco concierto de los mundos; del espacio en los cárdenos colores libres arrastran las umbrosas nubes sus melenas flotantes de vapores; crece la mar, y crece, y se agiganta, hincha convulsa el palpitante seno, y el águila entre tanto se levanta y como genio de los aires canta al ronco son del huracán y el trueno.
Ni la verde palmera que en el desierto hasta la nube arroja su fértil cabellera; ni el árbol regalado que en los jardines del harem cobija los ensueños del árabe cansado; ni las rocas que al beso de los mares son en los horizontes imágenes altivas de los montes, del infinito lóbregos altares, pueden servir de pedestal bravío al águila magnífica en su vuelo; la corona del águila es el cielo, su pedestal los mundos del vacío. |
En la invasión del cólera.
Hoy canta la humanidad del mundo en la pompa vana ese terrible Mañana que flota en la inmensidad; de medrosa soledad miro la muerte a través, y de un sepulcro a los pies hoy descuelgo el arpa mía, como la rama sombría que se arranca del ciprés.
Ronco y fúnebre laúd, que exhalas gritos de llanto; ¡cuán triste suena tu canto al borde del ataúd! De tus cuerdas la virtud trueca el canto en oración, y de tan lúgubre son se arrastra doliente el eco, cruzando de hueco en hueco los muros del panteón.
La ermita, el monte, la cruz, la luna que apenas arde; el sol, que esconde en la tarde el desmayo de su luz; todo en su denso capuz la noche lo va encerrando; y mientras que van pasando tantas visiones oscuras, detrás de las sepulturas está la muerte acechando.
Hoy en negros panteones va la humanidad cansada, llorando sobre la nada de muertas generaciones. Vuelan santas oraciones por los aires fugitivos; y de sus penas cautivos, y de lágrimas cubiertos, bajo el cráneo de los muertos llegan a pensar los vivos.
Allá en la mansión desierta, hijo de un alba sombría, de la muerte el triste día en las tumbas se despierta. La luz palidece incierta cual lámpara sepulcral; y entretanto el vendaval, allá en la ermita lejana, no arrastra de la campana el gemido funeral.
No corre el pueblo sombrío que en su hogar doliente reza, como en valle de tristeza corre macilento río. No adorna el sepulcro frío con fantástico oropel; no busca en raudo tropel de la muerte el mundo inerte: hoy, la sombra de la muerte viene a visitarlo a él.
Canta, pueblo, en otro altar tu súplica funeraria; eleva a Dios tu plegaria desde el fondo de tu hogar. No intentes, no, traspasar de las tumbas el misterio; en lóbrego cautiverio sigue oculto suspirando, que hoy la muerte está guardando las puertas del cementerio.
No es esa muerte atrevida que del mundo en la corriente nos arranca frente a frente el aroma de la vida. No es la muerte adormecida que perfuma la oración; muerte de resignación que sola en nuestro retiro nos roba el postrer suspiro con besos de religión.
No es el mar que en ronco grito hirviendo en opacas brumas, guarda en montañas de espumas el volcán del infinito. No es el fantasma maldito que en el sueño nos aterra; no es la sangre ni la guerra que palpitan sobre el mundo, ni el torpe reptil inmundo que arrastra polvo en la tierra.
Es la muerte que abrasada con fétido aliento impuro mancha del Ganges oscuro la corriente emponzoñada; es lágrima envenenada de Satanás desprendida; es la ráfaga encendida que con sus alas traidoras va trastornando las horas en el reló de la vida.
Mas ¡ay! como el mar sepulta en su abismo la tormenta; como el huracán que alienta en los espacios se oculta; como la montaña inculta quebranta su poderío, así tú, monstruo bravío, por los mundos tropezando, al abismo vas rodando de tu sepulcro sombrío.
Sí, que con vuelo fecundo, lejos de estéril desmayo, Franklín arrebata el rayo, Colón arrebata un mundo. Así de tu aliento inmundo se arrebatará la esencia; y libre de tu presencia uno y otro continente, irás a esconder tu frente en la tumba de la ciencia.
El asilo abandonado, las quejas y los clamores, el árbol de los amores por el Monstruo arrebatado; el ciprés acongojado, centinela del hogar; la compasión, el altar que inspira dulce misterio... Ese es hoy el cementerio donde vamos a rezar.
Ni cintas, ni flores bellas, ni símbolos, ni memorias, ni lámparas mortüorias que son de la tumba estrellas. Ni una flor deja sus huellas sobre los sepulcros yertos; suenan lúgubres conciertos con murmullos aflictivos, y apenas caben los vivos en la mansión de los muertos.
Hoy sus ecos virginales mi lira hasta Dios levanta, mientras que la muerte canta nuestros mismos funerales. Las campanas sepulcrales callan su triste oración; no arrastran su ronco son de los aires por las olas, y quedan doblando a solas mi desierto corazón. |