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Antonio Gil de Zárate

De la Instrucción Pública en España

Carta de amor

El Cesante

De la Instrucción Pública en España (fragmento)

 H

ubo un tiempo en que la libertad de enseñanza existía en España, al menos aparentemente. Todo el que tenía bienes y voluntad para ello, creaba una escuela, redactaba sus estatutos, y le señalaba los estudios que más creía convenir, impetrando unas veces el beneplácito de la Santa Sede, otras el del Monarca, y haciéndolo otras de propia autoridad por una mera disposición testamentaria, según la importancia del establecimiento. Por lo regular dejaban los fundadores un patrono para administrar las rentas y cuidar de que se aplicasen a su objeto, dándole más o menos participación en el gobierno interior de la escuela. Los estudios no estaban sujetos a una regla o pauta general, sino a la voluntad del testador o de los patronos, sin perjuicio, no obstante, del derecho que tenía el gobierno supremo para visitar los establecimientos, derecho de que usaba con frecuencia, sobretodo respecto de las universidades. En estos casos el plan de estudios solía modificarse algún tanto, apartándose lo menos posible de la mente del fundador, pues ya se ha visto hasta qué punto se respetaba. Sólo la facultad de conferir grados se escatimaba, no concediéndose sino a las escuelas que tenían ciertos requisitos; pero áun este rigor se rebajó a tal punto con el tiempo, que llegó a convertirse en prodigalidad. Fuera de esto, el número de fundaciones pare gramática, retórica, filosofía y alguna parte de la teología, era considerable; enseñándose en cada una por diferente método y por personas de distintas condiciones, aunque en lo general pertenecían a la carrera eclesiástica.

Sin recelo se veía este sistema en una época, como aquélla, de unidad en las creencias, así religiosas como científicas, no habiendo alzado aún su frente la reforma, ni roto la filosofía las trabas del escolasticismo. Cuando estos dos poderosos enemigos empezaron á hacerse temibles, adquiriendo robustez y osadía, la Inquisición les salió al encuentro, se enseñoreó del pensamiento, y veló sobre los estudios para que no traspasasen los límites permitidos; y los terribles escarmientos de que fueron víctimas algunos célebres profesores, hicieron cautos á los demás, cortando el atrevido vuelo que, sin el temor de iguales castigos, hubieran tomado en sus conferencias.

      No fueron necesarias más reglas ni precauciones, a nadie le ocurrió crear lo que hoy llamamos establecimientos privados, no habiéndose tampoco introducido, por otra parte, en este ramo el espíritu mercantil que hoy los promueve. Los externos acudían a las universidades, seminarios, conventos y cátedras públicas de latinidad; los internos hallaban hasta la conclusión de los estudios gran número de colegios que alrededor de las universidades habían creado piadosos fundadores.

      Algunos preceptores de latinidad, sin embargo, fueron abriendo sus aulas en los pueblos, ora auxiliados por los ayuntamientos, ora percibiendo únicamente las retribuciones de los alumnos. Su número creció considerablemente en los últimos tiempos; pero ninguno avanzó hasta la filosofía que se reservaba para ciertas escuelas. Colegios privados de segunda enseñanza, tales como hoy los conocemos, nunca existieron en España hasta el presente siglo, y principalmente hasta la época constitucional; a no ser que en este número se cuenten los de jesuitas y escolapios; aun estos últimos se limitaban a las primeras letras y a la gramática latina.

      Conforme iba disminuyendo el poder de la Inquisición, adoptaba el gobierno principios más restrictivos respecto de la libertad de enseñanza; así es que en 1824 quedó anulada del todo; y el reglamento sobre colegios de humanidades que se publicó al año siguiente, tuvo por objeto ponerles tales condiciones, que llegaron a ser casi imposibles. Las materias preparatorias para las facultades mayores se enseñaron en las universidades, conventos, seminarios conciliares, y algunos pocos colegios que en parte dirigía el gobierno, como el de la Asunción en Córdoba, el de Cabra, el de Monforte de Lemos, el Seminario de Vergara y el Instituto Asturiano.

      Llegado el año de 1834, era natural que en esto se adoptasen principios más liberales, y el gobierno empezó a conceder permisos para establecer colegios privados a cuantos lo solicitaban. El plan del Duque de Rivas, aunque no proclamó, como el de 1821, la libertad absoluta en toda clase de estudios y facultades, la concedió muy amplia en la segunda enseñanza. He aquí cómo en el preámbulo se explicaba:

       "¿Cuál es la obligación del Gobierno en materia de Instrucción pública? De antiguo se creyó ser exclusiva atribución suya el dirigir la educación de la juventud, perteneciendo por lo tanto a la administración el cuidado de la enseñanza. Adoptado este principio en toda su latitud, me parece peligroso y de consecuencias funestas. Propende en último resultado a esclavizar la inteligencia. Los gobiernos tiránicos, ora se proclamen absolutos, ora se condecoren con el título de republicanos, lo han adoptado siempre. Sólo la patria, dicen éstos, tiene derecho de educar a sus hijos; y créense autorizados para sujetarlos a un régimen opresor, exigiendo de ellos renuncien a sí mismos, y humillen su pensamiento ante un pensamiento común y dominante. No conviene, exclaman aquellos, que a los jóvenes se les infundan ideas contrarias a nuestros derechos y prerrogativas; y de aquí nacen las ideas falsas que se procura inculcarles, y las infinitas trabas que se oponen al desarrollo de las luces. El pensamiento es de suyo la más libre entre las facultades del hombre; y por lo mismo han tratado tales gobiernos de esclavizarlo de mil modos; y como ningún medio hay más seguro para conseguirlo que el de apoderarse del origen de donde emana, es decir, de la educación, de aquí sus afanes por dirigirla siempre a su arbitrio, a fin de que los hombres salgan amoldados conforme conviene a sus miras a intereses."

        "Mas si esto puede convenir a los gobiernos opresores, no es de manera alguna lo que exige el bien de la humanidad ni los progresos de la civilización. Para alcanzar estos fines, es fuerza que la educación quede emancipada: en una palabra, es fuerza proclamar la libertad de la enseñanza."

      "¿Seguiráse de aquí que debe el Estado abandonarla, dejándola entregada á los esfuerzos particulares, sin cuidar de que existan establecimientos públicos al cargo y bajo la dirección del gobierno?, otro error sería éste tan perjudicial como el primero."

      "No es dable aplicar a la instrucción pública el principio de que el interés privado basta para fomentar los objetos a que dedica sus esfuerzos. Esto sería rebajar el saber al nivel de la industria, y su naturaleza es mucho más sublime. Con la industria no se atiende más que a lo útil; en el saber hay además que considerar lo bello. El saber agrada porque es hermoso, porque es noble, y porque inspira a las almas sentimientos elevados; el saber es asimismo objeto de nuestras indagaciones, porque es útil, porque sirve para muchas cosas en la vida, porque inventa mil medios de centuplicar nuestras fuerzas y aumentar nuestras comodidades. Lo bello de la ciencia da impulso a la civilización moral, lo útil a la civilización material. Si, pues, el interés particular se apoderase de ella, sólo la cultivaría en este último sentido, y la sociedad perdería aquella educación moral que es su parte más noble y divina, la que esencialmente contribuye á su mayor perfección.”

      "Aún hay más, la parte útil perdería también con este infeliz divorcio. Es preciso cultivar las ciencias por sólo el amor que se les tiene, si se quiere llegar a resultados importantes y aplicables a la industria. Abandonada ésta a sí misma, permanece en breve estacionaria; las teorías abstractas son las que nos conducen al conocimiento de métodos nuevos, las que nos revelan verdades altamente útiles, cuya aplicación cambia a veces la faz de la inteligencia material del mundo, y produce revoluciones complejas y felices en el modo de vivir de los hombres."

      "Por consiguiente, la enseñanza privada sólo es susceptible de aplicarse a aquellas ciencias que, menos elevadas, son de una comprensión menos difícil y de un uso más general. Las ciencias sublimes, las que tienen un carácter puramente especulativo, o exigen gastos y adelantos cuantiosos, acaso pérdidas considerables, necesitan que el gobierno las acoja bajo su protección."

      "Por otra parte, dirigido el Estado por miras menos interesadas, atiende más a la ciencia misma; pone más esmero en que la instrucción sea completa y alcance toda la perfección posible. Acaso es más lento en suministrarla; pero esto mismo es una nueva prenda de acierto. Los particulares están más inclinados a favorecer, al ménos aparentemente, los deseos de los que aprenden, que siempre son aprender mucho y en poco tiempo. De aquí resulta más charlatanismo que realidad en sus pomposos anuncios y en la ostentación de los mentidos resultados que consiguen. Así es cosa probada en los países donde existen a la par la instrucción pública y la privada, que en igual número de estudiantes, aquélla produce resultados más ventajosos que la segunda en una proporción inmensa."

      "Preciso es, por consiguiente, que se hermanen la instrucción pública y la privada. Ambas se necesitan una a otra; y cada cual, entregada a sí sola, sería perjudicial a los fines que se propone la sociedad. La educación privada impide que la pública se llegue a apoderar de la inteligencia y la esclavice, haciéndola sólo servir al triunfo de ciertas ideas o de intereses privilegiados. La educación pública impide a su vez que la privada haga perder a la ciencia su dignidad y elevado carácter, convirtiéndose en una mera especulación; la obliga a que sea mejor y más completa de lo que por sí sola sería, así como suele también aprovecharse de muchos métodos expeditivos y sencillos que ésta inventa; finalmente, produce la emulación, que no sólo es útil a los estudiantes, sino también a los mismos establecimientos, que rivalizan entonces para superarse unos a otros."

      Partiendo de estos principios, el plan de 1836, dejaba en entera libertad la enseñanza privada. Las restricciones que le imponía no eran de ningún modo dirigidas a los métodos ni a la esencia de la enseñanza: tenían por único objeto establecer aquellas precauciones que el gobierno, como encargado de los intereses de la sociedad, no puede menos de tomar para afianzarlos. "El padre (se decía) que confia sus hijos a un profesor, tiene derecho a estar seguro, hasta cierto punto, de su aptitud y moralidad. La salubridad del edificio donde se establece la escuela o colegio, es también otro punto que no puede mirarse con descuido. Estos y no otros, son los objetos de las limitaciones que se oponen a la libertad absoluta; y con ello ha terminado el gobierno su intervención en este punto".

      Todavía fue más allá la Real Orden de 12 de Agosto de 1838, que permitió a todo particular abrir colegios de humanidades, o cualquier otro establecimiento de enseñanza, sin necesidad de previa Real licencia, y sin más que dar parte a la autoridad local, e inscribirse en la universidad más inmediata, si bien sujetándose a la inspección del Gobierno. Era imposible llevar más allá la libertad de enseñanza, la cual llegó a tal punto, que no se exigía a los directores ni a los catedráticos condición alguna de aptitud o moralidad. Esta libertad produjo los abusos que eran consiguientes. Abriéronse como por ensalmo multitud de colegios con títulos más o menos pomposos, la mayor parte a cual peores, convirtiéndose la enseñanza en miserable granjería, y siendo tan numerosas como sentidas las quejas que de este grave mal llegaron al Gobierno. La experiencia hizo cautos a los del plan de 1845, y he aquí cómo se explicaba el preámbulo del mismo:

      "Arreglado lo correspondiente a los establecimientos públicos, era preciso fijar también la atención en los privados y adoptar respecto de ellos las disposiciones oportunas. Hubo tiempo en que apenas consentía el Gobierno colegios de esta clase; pero después se ha pasado al extremo opuesto, gozándose hoy en este punto de libertad absoluta. Hanse por lo tanto multiplicado extraordinariamente; mas pocos son los que reúnen las condiciones exigidas para la buena educación de los niños y es preciso que el Gobierno acuda a remediar un mal que cada día va siendo de más gravedad y trascendencia. La enseñanza de la juventud no es una mercancía que puede dejarse entregada á la codicia de los especuladores, ni debe equipararse a las demás industrias en que domina sólo el interés privado. Hay en la educación un interés social de que es guarda el Gobierno, obligado a velar por él cuando puede ser gravemente comprometido. No existe entre nosotros ley alguna que prescriba la libertad de enseñanza; y aun cuando existiera, debería, como en todas partes, sujetarse esta libertad a las condiciones que el bien público reclama, siendo preciso dar a los padres aquellas garantías que han menester cuando tratan de confiar a manos ajenas lo más precioso que tienen, y precaverlos contra las brillantes promesas de la charlatanería, de que por desgracia se dejan harto fácilmente seducir su credulidad y mal aconsejado cariño."

      Conservando, pues, el plan de 1845, como era justo y conveniente, los colegios privados, les exigió condiciones prudentes que, sin impedir su creación, los han reducido y mejorado, aunque todavía no son los que debieran. La libertad casi absoluta que establecían el plan de 1836 y la Real Orden de 1838, sólo subsiste en Instrucción primaria, habiendo quedado consignada en su ley provisional; más en esta parte no se ha producido los malos efectos que en la segunda enseñanza, por lo reducido de las materias, y la clase de los alumnos; y sobre todo, porque en general han prevalecido las escuelas públicas sobre las privadas.

Nada más diría, si objeto la libertad de enseñanza de acaloradas disputas, no fuera también preciso examinarla en el terreno de los principios. ¿En qué se fundan los partidarios de la libertad absoluta? En los derechos de la familia, y en el temor de que el gobierno llegue á esclavizar el pensamiento o dar a la educación de la juventud una dirección torcida.

      La familia tiene ciertamente sus derechos pero ¿no los tiene también el Estado? El niño, mientras permanece niño, sólo está relacionado con su familia; pero ese niño crecerá, se hará hombre, y llegará a formar parte integrante de la sociedad, influyendo en ella de un modo más o menos directo. ¿Tendrá pues, derecho la familia para dejar al Estado un miembro inútil; perjudicial acaso? ¿No debe exigir el Estado de la familia que no haga ese funesto legado? ¿No podrá tomar alguna justa precaución para que esto no suceda? Y ¿cuál otra habrá de ser sino la de tomar parte en la educación del niño, esto es, en lo que tiene por objeto formar su alma y su entendimiento, infundiendo en él las buenas o malas cualidades que han de acarrear necesariamente la gloria o la ruina del Estado? He aquí, pues legitimada la intervención del Gobierno en la enseñanza; he aquí por qué razón, lejos de abandonarla a la inexperiencia, al capricho, tal vez á los errores y á las malas pasiones de los padres, tiene el Estado que vigilarla, dirigirla y encaminarla por el buen sendero; porque el Estado, aún más que las familias, es el que recoge el fruto de la educación, el que está principalmente interesado en ella.

      No hay duda de que la exclusiva influencia del Gobierno puede traer una situación de esclavitud para el pensamiento. Pero ¿no puede traer también funestas consecuencias la libertad de enseñanza? Es preciso que el Estado se halle muy fuertemente constituido para resistir los efectos que a la larga produce esa libertad, sobre todo en los pueblos donde se halla unida a las demás libertades. El espíritu de oposición que prevalece siempre en estos pueblos, se inocula en la enseñanza; y las generaciones se suceden unas a otras con tendencia cada vez más hostil al gobierno existente. De este modo, de cada generación surge un nuevo gobierno; de cada gobierno un nuevo estado de la sociedad, más inquieto, más anárquico; hasta que la sociedad se desmorone, teniendo por fin que apelar á la fuerza para reorganizarse; y ¡sabe Dios de dónde vendrá esa fuerza! La sociedad no perece, pero retrocede. Muchas veces una civilización caduca y pervertida acarrea en ella un retroceso a la barbarie; y en estos casos nunca faltan bárbaros a la justicia de Dios, ora los traiga de las regiones septentrionales, ora los saque de las cavernas inmundas que la misma sociedad oculta en sus entrañas.

      Si de la esfera elevada de la política, descendemos al terreno puramente académico, la ventaja está toda en favor del gobierno. Sus escuelas, prescindiendo de la tendencia que puedan tener, son siempre las mejores. El gobierno jamás considera la enseñanza como objeto de especulación y lucro; busca los maestros más aptos y los paga mejor para dotar los establecimientos con cuanto necesitan; no transige con la debilidad de los padres ni con la desaplicación de los alumnos; y da cada vez más fuerza a la disciplina escolástica sin la cual no existen buenos estudios ni aprovechamiento. Con la libertad de enseñanza estas escuelas desaparecen; los jóvenes se van en busca de otros establecimientos donde la instrucción es más barata, menos penosa y más pronta, entregándose a especuladores que son los padrinos de todos los métodos empíricos y falsos, de todas las malas semillas que pervierten el entendimiento y ponen la sociedad en peligro; a lo que se agrega la flojedad en los estudios, y la indisciplina, germen de insubordinación y de anarquía.

      Así, pues, por cualquier lado que se considere, por el del derecho o de la conveniencia, al gobierno le corresponde una gran participación en la enseñanza. Y aunque no le correspondiera, se la tomaría, si es cierto, como he dicho en el capítulo anterior, que la cuestión de la enseñanza es cuestión de poder. No se concibe que exista un gobierno bien organizado que no tome a su cargo la Instrucción pública; y así sucederá siempre que no haya en el Estado otro poder que domine al gobierno y que será entonces el que se apodere de ella con muchas peores consecuencias. Si el Estado representa la sociedad, él debe ser quien enseñe; y no hacerlo así, es entregar la educación a merced de los partidos; es no cumplir con una de las más sagradas obligaciones que tiene; es conducir la sociedad a la anarquía o al dominio de quien no es el Estado y usurpa sus derechos.

Ciertamente, cuando el gobierno llega a ser tiránico, opresor, su influencia en los estudios es funesta, como lo es en todo aquello a que su poder alcanza. ¿Cuál es el remedio para que esto no suceda? El mismo que existe para cuanto está relacionado con la constitución del Estado; el que esta constitución se halle a su vez cimentada en la ancha base de la libertad y de la discusión. Entonces no haya miedo de que la acción del gobierno en la enseñanza sea opuesta al progreso de las luces. El gobierno, en tal caso, no puede comunicarle otra tendencia que la que más conviene á los verdaderos intereses de la sociedad. La libertad y la discusión lo dominan todo, lo impulsan todo y donde quiere aparece la luz que siempre las acompaña. La libertad de la vida, y la discusión coloca al fin las cosas en el lugar que les corresponde, dando á las Instituciones la forma que más en armonía está con la sociedad y la civilización. No hay remedio: ó la libertad está en el centró, o no hay que buscarla en ninguna parte, aunque a veces ciertas apariencias engañen. El gobierno español intervenía poco en nuestras antiguas universidades; y sin embargo la instrucción pública no era realmente libre en España. Nunca podrá este ramo considerarse de una manera abstracta e independiente de los intereses políticos; y el sistema de enseñanza fluctuará siempre al compás de la constitución de los estados.

En esta imprescindible dependencia, cuanta más libertad dé la constitución al ciudadano, tanta mayor lo habrá en el sistema de enseñanza; y lo único que en tesis general puede decirse, es que igual peligro existe en sujetar esta parte importante de la administración a una idea sola, a una voluntad única, como en entregarla a merced de todas las ideas, de todas las voluntades, de todas las pasiones. No hay principio que, adoptado exclusivamente, no degenere en absurdo: los bienes que le es dado producir sólo nacen de su oportuna aplicación para llevarlo únicamente hasta el punto en que deja de ser útil y se convierte en dañoso; porque la naturaleza, así en lo moral como en lo físico, repugna todo lo absoluto, fundando la armonía y bienestar de cuanto existe, en el perfecto equilibrio de las fuerzas que Dios ha creado para dar vida y concertado movimiento al mundo.

      Afortunadamente, el sistema político que nos rige se halla tan lejos de hacer absoluto el poder supremo, como de soltar la rienda á los elementos anárquicos que toda sociedad abriga en su seno. Una prudente libertad domina en nuestras instituciones, y la discusión pública encuentra en el parlamento y en la prensa un ancho campo donde pueden debatirse las cuestiones más arduas y que más interesan a la sociedad. La enseñanza, en semejante régimen, está segura de que, fuera de algunos errores inevitables en cuanto procede de los hombres, adoptará cada vez principios más saludables y seguirá la marcha que mejor convenga á la causa pública. El Gobierno ha debido adelantarse para allanar el camino; y conservando, como era justo, la alta dirección de los estudios, admitió en el plan de 1845, la posible cooperación de los particulares para aquella parte de la enseñanza general en que su intervención puede ser útil, pero con las garantías que le era indispensable exigir en el interés del Estado y de las familias.

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Carta de amor

                              Madrid, a 12 de abril de 1844

      Estimada Señorita: La verdad es que me siento francamente asustado por el atrevimiento de dirigirme a usted sin conocerla lo suficiente ni contar con su permiso. La he visto pasar sus tiernas manos sobre las cabezas de los niños más pequeños de la clase, y he dicho para mí: He aquí una magnífica maestra enamorada de su profesión, perfecto dechado de lo que más hoy necesita nuestra patria: una escuela primaria pública que acoja a todos los niños de la nación, y maestros que sientan en sus venas, como un sacerdocio, el sentido de la enseñanza, libre de cualquier prejuicio religioso y de una escolástica abstrusa. Esto, añadido a la expresión de vida que usted ofrece, tan grata a la vista, tan plena de gracia y gentileza, que la hace merecedora del título de hermosa, ha sido bastante para desear contactar con usted, primorosa ninfa de las aulas de España, mediante las presentes líneas, que le ruego las acepte con la benevolencia y las disculpe misericordiosamente junto a su autor.

     Aunque haya sido capaz de escribir una obra de dos mil páginas sobre la historia de la instrucción pública en nuestro país, desde la Edad Media hasta este presente, ahora una dificultad de encontrar las palabras adecuadas para expresar mi pensamiento me cohíbe hasta el punto del arrepentimiento. Creo que estoy siendo castigado por mi imprudente osadía. Verá usted, señorita: Hace cosa de tres meses pasé en visita de inspección por la escuela elemental de la Plaza La Leña, que tiene la gracia de tenerla a Vd. como maestra, observando cómo solucionaba con gracia y con perspicacia los problemas escolares que uno supone cotidianos. Vd. pertenece como maestra al Plan de Estudios de 1824, redactado por el P. Martínez de La Merced, que aunque no sintoniza para nada con mi óptica liberal de la instrucción pública, mantuvo un buen sentido común en la enseñanza primaria, dotándola de materias de utilidad básica. Durante un instante sentí sobre mí su mirada de ternura infinita y su sonrisa franca, y en ese mismo momento sentí una enorme envidia de los parvulitos que todos los días se sienten protegidos por esa mirada y esa sonrisa. Así que ya sabe quién soy yo, Dña. Pilar. Y una vez lanzado a escribirle, siento la extraña sensación de no saber si me estoy ahogando o si nado en seco. Nunca me faltó desenvoltura para dirigirme a las damas, mas, ante Vd., sin que pueda explicarme el porqué, me siento aterrado. Y por otra parte, ardo en deseos de soltarle el chorro de mi admiración hacia su persona tan exquisitamente bella, tan armoniosa en su conjunto físico-profesional.

      ( Releo lo escrito y me llevo las manos a la cabeza, espantado de mi audacia de quinquagenario. ¿Qué es lo que le he dicho, Dios mío? He pasado de un salto el Rubicón de mis temores. Ya no puede haber vuelta de hoja. Estoy ante usted, ruborizado, descubierto. Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Ideo precor te…Oh, Dios, ¿dónde me esconderé? ).

      Distinguida Señorita: esta situación sólo tiene dos salidas: o me tiro al Manzanares, tan armoniosamente encauzado por los ingenieros ilustrados de Carlos III, o aguanto a pie firme lo que he dicho, como debe hacer un hombre que, en cierto sentido, está representando en este país, porque así lo ha querido nuestro Gobierno, la instrucción pública. ¿Qué prefiere Vd., Dña. Pilar?

De momento le ruego que me conceda una tregua antes de seguir adelante. Voy a tratar de abrir paso a la lógica para que usted no piense que soy un loco de atar. Lo cierto es que cuando llego a casa de trabajar mucho en el Ministerio de Fomento, se me empieza a caer la casa encima como supongo que a todo soltero no vocacional. Vivo solo. Aunque no del todo afortunadamente, me acompaña mi fiel criada palentina Remedios, que está conmigo desde que se murió mi madre, y puedo hablar con ella de algunas cosas concernientes a la limpieza, el planchado y la comida. Aunque ni eso, porque sabe ella mejor que yo cuáles son las necesidades de la casa y de mí mismo. Lo cierto es que necesito algo más que no me dan ni el Ministerio ni Remedios. Y de las muchas actrices que conocí en mi actividad de dramaturgo nunca tuve ningún amor serio.

      Ahora bien, no piense usted ni por un momento que esta carta obedece al deseo de salir de mi aburrimiento durante mi tiempo de ocio, domingos y fiestas. No, por favor, ni lo piense usted. Mi admiración a usted está determinada directamente por su encanto personal, por su belleza, por su delicadeza, y por su sabia disposición profesional. La verdad es que nunca he tenido novia porque nunca he parado de trabajar en el teatro, en los periódicos o en la política nacional, y tampoco me acucia realmente el deseo de tenerla. Pero en cuanto la vi a usted por primera vez quedé prendado de su belleza y de su muy subrayada vocación de maestra, y desde entonces el perfil de su esbelta silueta no se aparta un momento de mi recuerdo, y el eco de su voz es a mi oído lo que la brisa al bergantín velero. Sé que por edad podría ser su padre, pero ¿qué quiera que le diga a usted? Abro mi corazón sin intención de comprometerla nada a usted.

      En fin, ya lo he dicho. Me llamará usted loco, pensará que no estoy en mis cabales, que me aquejan ya los delirios de la vejez, que debería releer las obras de teatro de Moratín para volver a cerciorarme de lo que le pasan a los viejos enamorados. Todo es posible, pero ya no pienso detenerme hasta el final. Las flores saludan al sol abriendo sus capullos, yo saludo a la maestra más hermosa del mundo con un hondo suspiro; como la rosada aurora despierta al cuerpo que duerme, así su dulce recuerdo acelera los latidos de mi corazón. Me imagino recorriendo las riberas del Manzanares tratando de alcanzar un jirón de niebla para confeccionar su vestido de novia. Vivimos tiempos en que vencen los sentimientos.

      Pero no se asuste. No voy a comerla. Comprendo su sorpresa. Sin venir a cuento la he rodeado a usted de un amor del que no podrá escapar. Tómelo usted a risa, si le place. Lo importante por ahora es que conozca mis sentimientos hacia usted. Hablo con el corazón en la mano, y no puedo negar que me siento avergonzado por el atrevimiento que supone dirigirme a usted de manera tan súbita y apasionada. Por favor, perdóneme usted, no es mi intención ofenderle.

      Más que en mi valimiento personal confío en la intensidad de este amor que me devuelve a la juventud para obtener de sus labios el “sí” que me abrirá las puertas del paraíso. No valgo nada, ya lo sé. Mas es tan grande mi amor que me puedo comparar en mi metamorfosis alquitarada por el ímpetu amatorio al joven y hermoso Galaad, caballero de la Tabla Redonda, de quien se dice que tenía la fuerza de mil hombres, porque su corazón era virgen. Tal como el mío.

      No le pido que conteste a mi carta. Bastará que me dirija una sonrisa cuando pase por mi lado al salir de la escuela para saber si su joven corazón de garza se muestra receptivo a mis confidencias amorosas.

      Necesitamos conocernos, necesitamos ver en nuestros ojos la verdad de nuestros sentimientos. El amor llega suave como la brisa o violento como el huracán. No temas nada de mí. Hablaremos de ti y de mí, de tu familia y de la mía, de las peripecias de tu joven vida y de las grandes experiencias de mi larga vida, de nuestros sueños. Y sentiremos la complacencia mutua de haber acertado en la elección. Como mínimo, quedaremos amigos; eso, desde luego, aunque responda con un rotundo NO a mi pretensión de enamorado. Pero Vd. es, además de buena y hermosa, generosa, y me dará el SÍ rubricado con el deslumbrante garabato de su sonrisa.
      Besa su mano de Vd. su seguro servidor,

      Antonio Gil de Zárate.

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El Cesante 

E
l Cesante es una de las que en España se llaman clases pasivas, nombradas 
sin duda así porque padecer es  su destino.  
Estas clases toman diferentes títulos, como jubilados,  cesantes, retirados,
 excedentes, ilimitados, indefinidos, viudas, huérfanos etc.etc. etc., según su origen  
 y derechos; y todas convienen en un carácter general que es el tener señalada  una 
 pensión sobre el Erario público, con obligación de no hacer nada.
     Decimos tener señalada para ser exactos; pues si usáramos  del verbo cobrar,
 daríamos una idea muy equivocada de este carácter especial y distintivo que tiene
 mucho más de aparente que de sólido y verdadero. Aquí sobre todo viene de perilla
aquel refrán que dice: del dicho al hecho hay mucho trecho. 
     Podríase escribir una obra tan voluminosa como promete ser la Enciclopedia
Española del presente siglo, con solo tratar de estas diferentes clases y sus especies,
obra que, a falta de otra utilidad, tendría la de ser un archivo de todas las flaquezas,
injusticias y arbitrariedades humanas. Pero tan inmenso trabajo no es para nuestras 
débiles fuerzas,reduciéndose nuestro encargo a dar una idea de lo que propiamente
 se llama Cesante, es decir aquella variedad de las clases pasivas que procede de los 
empleados civiles, aptos todavía para el servicio activo, pero que en virtud de una 
reforma, de un capricho ministerial, de una recomendación parlamentaria, de la 
indicación de un club subterráneo, o del decreto de una junta revolucionaria, han
quedado, como se suele decir vulgarmente, en la calle, expresión propia, puesto que
 muchos de estos individuos suelen de resultas no tener otro domicilio que la vía 
pública. 
       Así como el hombre ha sido lanzado al mundo para trabajar, el Cesante, por el 
contrario,  es arrojado a la sociedad para que no trabaje. No es esto decir que se le impida el ejercitar sus fuerzas en las 
faenas que  a bien tenga; nada de eso; le es muy lícito ponerse a peón de albañil, a memorialista, á repartidor de 
periódicos: en una palabra, no por ser Cesante , está exento de la maldición que Dios echó sobre la humanidad cuando 
dijo a nuestro primer padre: Ganarás tu sustento con el sudor de tu frente. El Cesante deja solo de trabajar en aquello 
que sabe y puede: fuera de esto, cualquiera ocupación le es permitida, lo que vale tanto como no permitirle ninguna. El 
Cesante es, pues, un ser entregado a una holganza forzada. 
      En esto conviene con las demás clases pasivas , pero sedistingue de ellas en cuanto a la pensión asignada sobre el 
erario, pues hay cesantes que la tienen, y otros que carecen de ella. El que lia ocupado un empleo, aunque no sea 
más que un solo día, y al otro queda apeado, ese lleva ya la honrosa denominación de Cesante, quedándole en 
recompensa dos papelitos firmados por dos distintas personas, y a veces por una misma: el uno que dice: «S.M. se ha 
servido nombrar a vd. para tal o cual empleo»; y el otro con un «S. M. lia tenido á bien exonerar á vd.» Ambos 
papelitos se guardan cuidadosamente como oro en paño, sino por lo útiles que son, por los recuerdos que dejan. 
       Ahora bien; la distancia entre las fechas de uno y otro no es cosa indiferente, puesto que si esa distancia no llega a
quince años, el empleado desposeído queda cesante sincesantía y si pasa, es cesante con cesantía. Para entender esto 
conviene advertir que la palabra cesantía tiene dos acepciones : primera , el estado de Cesante , que es la genuina: 
segunda, la pensión o sueldo que según los años de servicio le queda señalada al Cesante. Ambas cosas vienen a ser para 
los efectos materiales una misma, pero establecen una diferencia grande en cuanto á los derechos. La cesantía con 
cesantía da derecho á ser inscrito en una nómina; para la cesantía sin cesantía no hay nómina; es decir, que queda este 
cuidado menos, pues siquiera entonces el Cesante no se desespera, esperando el santo advenimiento de una paga que
tarde o nunca llega. 
       Explicado ya lo que es Cesante , resta saber de qué causa procede, cómo se forma y qué variedades ofrece. 
       La causa primordial de la cesantía está en aquella propiedad de la materia llamada impenetrabilidad, la cual, 
como todos saben, consiste en que dos cuerpos no pueden ocupar a un tiempo un mismo lugar en el espacio, de donde
resulta que cuando un cuerpo extraño quiere colocarse en ese lugar, tiene que decir al que le ocupa aquello del
consabido juego, ese puesto le necesito yo. Ahora bien, medite el benévolo lector sobre todos los pretextos que puede
haber en el mundo para quitar á un hombre del lugar que ocupa, y otros tantos tendrá de producir un Cesante. Sin
embargo, aunque todos se tienen generalmente por buenos, existen dos principales que son los que mas se emplean. 
       1.° Extincion de una dependencia, supresión del destino, o arreglo de la oficina para darla nueva planta. Este es 
un pretexto decoroso y contra el cual no puede haber reclamación alguna, puesto que siempre lleva por objeto aparente 
la economía, aunque en realidad resulte lo contrario.  Si se estingue la dependencia, renace con otro nombre, y claro 
está que los empleados en la antigua no tienen derecho  para entrar en la nueva: si es el destino el suprimido, a poco 
tiempo se reconoce su falta y se rehabilita, aunque no a la personaque le ocupaba: si hay nueva planta, se dice a  los 
pacientes que no caben en ella, y se dice con razón, puesto que los huecos han sido ya ocupados por otros. Es verdad 
que en todos estos casos se le hace la gracia al Cesante, para optar a cesantía, de no exigirle mas que doce años de 
servicios, en vez de los quince que debería acreditar si hubiera sido meramente exonerado; y también es preciso hacer
justicia al ministro: nunca deja de poner en la orden que «se tendrán presentes los servicios del interesado para 
colocarle con arreglo a sus méritos y circunstancias. » lo cual no deja de ser buen consuelo de tripas para el pobrete 
que se queda in albis, y sabe muy bien el valor que debe dar a semejante frase. 
       2. Opiniones políticas. Este es el pretexto mas cómodo, el que está siempre á la mano, y sobre todo, el más elástico, 
puesto que en él cabe toda clase de pretextos y de personas.  Con efecto, ha sido el más general en estos tiempos que 
alcanzamos. Desde el carlista más fanático hasta el mas furibundo republicano, no hay color político que no sea materia
dispuesta para formar un Cesante: todos han pasado por el tamiz, yendo uno tras otro, y a veces todos juntos, a poblar
el inmenso panteón destinado a la clase. Aquí sí que han metido el brazo hasta el codo ciertos ministros; y a fe que no
les ha de pedir Dios cuenta de lo que han dejado de  hacer en obra tan meritoria. Pero en honor de la verdad, se han 
quedado todos niños de teta en comparación de las juntas revolucionarias, que, con varios y pomposos títulos, han
desgobernado España en los muchos pronunciamientos que para bien de esta heroica y pronunciada nación hemos 
tenido desde que corren revoluciones. Es tal la maña que se dan las tales juntas en esto de quitar empleos, que parecen 
como nacidas para este solo objeto. Reúnense unos cuantos patriotas para salvar a la nación y el primer espediente que
se les ocurre, por no decir el único, es el hacer un regular desmoche por todas las dependencias de que tienen noticia: 
cumplida esta faena, no sin provecho propio y de los suyos, tendiendo la vista por su obra, exclaman como Dios al 
acabar  el mundo; «¡Bien hecho está!» y en seguida, como él, descansan y no hacen mas, y quedan coronados de gloria. 
       Cualquier pobrete a quien se le alcance poco en esto de cesantías, creerá candidamente que el verdadero motivo 
para dejar a un hombre apeado, ha de ser solo su ineptitud, su inmoralidad o su mal comportamiento. En creerlo así 
demuestra su falta de cacumen, y prueba que de achaque de empleos no entiende nada. ¿Qué es un empleo? ¿Es por 
ventura una ocupación, un servicio que se hace al estado, un medio de ser útil a la patria, y para lo cual se necesita 
aptitud, talento, aplicación y probidad? Así era en otros  tiempos; pero ahora con las reformas, lo hemos arreglado de
otro modo. Un empleo en la actualidad , es pura y simplemente un medio de tener una rentita al año sin necesidad de
trabajar ni molestarse; ni más ni menos que como, en otro tiempo, le sucedía a un mayorazgo, y así como al mayorazgo 
no le obstaba para cobrar sus rentas y gastarlas, el ser tonto, ignorante, ocioso y mala cabeza, sino que al contrario, 
estas cualidades parecían requisito indispensable de la clase, del propio modo le vienen también de molde al empleado
moderno. Y a la verdad , para cobrar y gastar un sueldo no se necesita haber inventado la pólvora: por cuya razón,  y
conforme a esta teoría, la única verdadera, hemos declarado los modernos que la probidad , la aplicación y el talento no
hacen falta para ser empleado; que mas bien estorban, y por lo tanto, para dar o quitar un destino es inútil contar con 
semejantes fruslerías, debiendo ser la única norma la conveniencia del individuo. Así queda muy simplificada la 
cuestión y reducida al solo punto de si el que ocupa un empleo es o no amigo, se le quitan al ministro o junta 
destituidora  muchos quebraderos de cabeza. 
       De aquí ha resultado que el Cesante es un bicho que se ha multiplicado de un modo prodigioso en España , y va
cubriendo toda su haz como las hormigas cubren un campo en el estío. Cesantes hay de todos colores, de todas edades,
y  hasta las amas de cría han quedado cesantes. Véanse las aldeas; allí cesantes : recórranse las ciudades populosas; 
allí cesantes: éntrese en los cafés; allí cesantes, penétrese en los establecimientos fabriles, comerciales y literarios; allí 
cesantes: visítense los hospicios y hospitales; allí sobre todo cesantes: España no tiene ya españoles; todos son cesantes: 
España va a perder su nombre; y en vez del que ahora lleva, olvidándose hasta las antiguas denominaciones de Iberia, 
Bética, Castilla, Aragón, etc. etc.; no conservará mas que el de Cesantía o patria de los cesantes. Con efecto, semejante 
casta no es conocida más que en este país privilegiado: es peculiar de nuestro suelo; ninguna otra nación del mundo 
la posee, y para ella sola hay en el día Pirineos. Por lo mismo, y para que los extranjeros, si llegan a leer estos tipos, 
adquieran una idea exacta de tan rara y nueva especie, vamos a manifestar aquí sus caracteres y variedades. 
       El Cesante es, por lo visto, un animal bipedo, bastante parecido al hombre, y que participa mucho déla naturaleza 
del camaleón: como este, vive en gran parte del aire; y merced a su forma exterior, se pasea entre los humanos, con los
cuales alterna, las más veces a guisa de sombra o espectro, que a tal suele reducirle el leve elemento de que se 
mantiene. Esta especie no fue incluida por Linneo en su clasificación del reino animal , porque fundado su sistema 
únicamente en los caracteres exteriores, la confundió aquel célebre naturalista con el hombre; o más bien, porque 
viviendo en país donde no existia, no tuvo ocasión de observarla. 
       Divídese esta especie en variedades que se multiplican al infinito, pero cuyas principales son las siguientes; el 
Cesante acomodado, el industrioso, el literato, el económico, el mendicante y el revolucionario. 
       El Cesante acomodado es aquel que teniendo algunos bienes de forluna, ya patrimoniales, ya adquiridos (aquí no 
se trata del cómo), no necesita para vivir más o menos decorosamente, ni del sueldo de su empleo, ni de su mal pagada 
cesantía. Este Cesante conserva buen aspecto; sus carnes no han padecido disminución notable; su vestido es aseado 
y su habitación elegante: se da todavía los aires de hombre de alguna importancia, sobre todo si guarda el carácter de 
secretario de S. M., con su tratamiento al canto y su cruz de Carlos III o de comendador. Concurre infaliblemente de dos 
a tres de la tarde a la calle de la Montera; no ha dejado de ir a  tomar su taza de cafe a los Dos Amigos o a Gaspar 
Amalo,  y al anochecer, en el buen tiempo, se le ve sentado en las sillas del Prado, formando corro con otros muchos de
su especie. Por la noche tiene su tertulia en el Casino o el Ateneo; es individuo del Liceo, y hace siempre un esfuerzo
para suscribirse a las funciones extraordinarias de Rubini o de cualquier otro artista extranjero. La función nueva que
llama la atención en el teatro, le tiene fijo a la tercera  cuarta representación (cuando ya ha cesado el saqueo de los 
revendedores), y por supuesto en luneta, que no ha de rebajar todavía nada de su dignidad y decoro. En suma, a
primera vista, es su porte el mismo que cuando ocupaba su poltrona, y no falta quien en el despecho o el asombro de no
verle abatido, dice para su capote: «bien se te conoce, bribón, lo que has robado.» 
       Sin embargo , para el observador alento y escrupuloso no es oro todo lo que reluce, y no dejan de advertirse en este
Cesante señales de decadencia. Al fin y al cabo, aunque se tenga algún caudal, veinte o treinta mil reales de menos al 
año no son moco de pavo, y su falta obliga siempre a muchas economías aunque disimuladas. Si lo necesario no falta, 
han dejado de tenerse aquellas gollerías a que daba margen la no escasa mesada, y que constituyendo la ostentación de
la persona, hacen la vida más regalada y gustosa. El pastelero de al lado no guarda ya para su vecino, como antes solía,
la rica anguila del Ebro, ni el exquisito salmón, ni el pastel de Perigord, ni mucho menos el dindon truffé por el que 
antaño le llevaba sus diez y doce duros. Las visitas al sastre son mucho menos frecuentes, y aun se ha reñido con él bajo 
pretexto de haber echado a perder la última levita. El aseo de la persona es siempre grande, y si cabe, mayor que antes; 
pero la ropa no sigue ya la volubilidad de las modas, se hace antigua, las costuras blanquean y se mantiene lustrosa a 
fuerza de cepillo. Todas estas privaciones, si bien no atacan la existencia del individuo, si bien no obligan a buscar 
trabajosos recursos, sostienen y avivan la ira del Cesante; y como pasa todo el día en santa ociosidad, se distrae de ella,
hablando mal de los ministros; lee exclusivamente los periódicos de la oposición, arrullándose con los insultos que se 
prodigan a sus contrarios;va a todas partes por noticias, las lleva, las trae y las inventa en caso necesario:en una palabra,
el Cesante acomodado no conspira, no obra directamente contra el gobierno, pero es el que más trabaja con su continua 
charla en desacreditarle. 
      El Cesante industrioso no tiene bienes de fortuna, pero posee un genio activo y emprendedor. En vez de amilanarse 
con la desgracia saca fuerzas de flaqueza, busca ardientemente los medios de subsanar lo que ha perdido, y lo consigue
a  menudo con creces y ventaja suya. Su principal objeto es que no le vean decaer un punto de su esplendor antiguo, y
antes bien procura aumentarle para dar en rostro a sus enemigos. Su misma actividad le ha hecho adquirir, siendo
empleado, numerosas y útiles relaciones; su perspicacia le ha descubierto medios de fortuna que antes ignoraba y que 
beneficia ahora. Ya se convierte en agente de negocios, sirviéndole los conocimientos burocráticos que posee, los amigos
que en las oficinas conserva, y los porteros que siempre le respetan y atienden en la espectativa de que pueda volver a su 
destino; ya consigue administrar los bienes de algún grande o de un rico hacendado, ya un comerciante le coloca en su
escritorio, poniéndole al frente de sus negocios; ya se introduce en la Bolsa, observa el alza y baja de los fondos, se hace
amigo de los especuladores y agentes, arriesga algunas operaciones, y con prudencia y maña saca al cabo del año su 
regular ganancia; ya encontrando apoyo en un capitalista amigo, se lanza en el ramo de suministros y anticipaciones al 
gobierno, o emprende alguna especulación productiva; ya, en fin, trocando en oficio lo que hasta entonces fue diversión, 
saca producto de su habilidad al tresillo, al golfo, al billar, o de su fortuna a la banca. Su porte es brillante ; no hay en él 
señal alguna de decadencia como en el empleado acomodado; gasta, triunfa, se divierte y pasa con desdeñosa
altanería al lado delque le ha sustituido en el empleo. Come en el Casino, no falta al Liceo, asiste casi todas las noches al
teatro, va siempre en coche propio o ajeno; habla mal del gobierno por costumbre; y sucede al cabo de algún tiempo una 
de dos cosas;  o que da un batacazo y desaparece dejando colgados a sus acreedores, o que hace realmente fortuna, logra
vivir independiente, y se olvida del gobierno, de la política, y hasta de que hay empleos en el mundo. 
      El Cesante literato. Esta variedad es rara, pero existe. Como no suele ser el talento poético, ni la vasta erudición lo 
que  entre nosotros conduce a los destinos, tampoco abundan los que desposeídos de ellos pueden fundar su nueva 
subsistencia en ocupaciones literarias. Sin embargo, muchos jóvenes, al salir de la universidad , han preferido el servicio
del estado al ejercicio de su profesión, y en las oficinas se encuentran infinitos abogados y no pocos médicos. Algunos 
vuelven a su primitiva carrera, tal vez con harto provecho y gloria suya; pero los más, faltos de práctica en ella, y 
habiendo tomado gusto a esto de manejar la péñola, tienen por más socorrido el meterse á escritores públicos. Ya se ve,
el escribir bien o mal, es cosa de que todos presumen entender un poco; y no se necesita, en estos tiempos que corren,
ser un Garcilaso o un Cervantes para llamarse literato. Por mal que vaya, no ha de faltar alguna novela que traducir; o
algún rinconcito de periódico donde un hombre pueda echar a volar por el mundo sus pensamientos. Si escribir para 
la gloria es privilegio de pocos, hacerlo de pane lucrando esta al alcance do muchos.La libertad de imprenta es una mina 
que con un poco de maña puede beneficiar el más zote, pues no son tan escrupulosos los lectores ni libreros;  y si el 
producto no es grande, al menos se vive y se va pasando hasta que abra Dios otro camino. 
      Lo malo que hay para el gobierno es  que  en esta clase de Cesantes literatos es donde encuenlra sus más acérrimos 
y temibles enemigos. La ira literaria fue siempre la mas rencorosa de todas. ¿Qué será pues, si á la saña natural de la 
especie se añade la venganza? Apodérase el Cesante del arma que más daña al gobierno, es decir, de un periódico; y 
aquí te quiero, escopeta. Cada mañana lanza contra el poder un par de arliculilos capaces de poner en combustión el
mismo reino de los cielos, y que levantando ampollas al malhadado ministro, no le dejan comer ni dormir pensando en
su antagonista. Así, pues, la mayor parte de los periodistas de oposición son siempre empleados cesantes, jóvenes 
ardientes, que no solo combaten por el triunfo de sus ideas, sino también por reconquistar una posición política, con la
fuerza que les dan su ilustración e indisputables talentos. Ellos creen ser dueños del porvenir; escriben, menos para 
alcanzar riquezas, que para arrebatar el poder, la reputación y la gloria; y tal vez entre ellos se ocultan futuros hombres
de estado, en cuyas manos caerán algún día los destinos de la patria. 
       El Cesante económico es generalmente algún antiguo empleado con veinte y cinco o treinta años de buenos 
servicios. Acometido el infeliz de improviso por el duro golpe que en su vejez le priva de subsistencia, acostumbrado
a una vida pacífica y metódica, no siendo útil a otra cosa mas que a lo que desde la infancia ha sido su ocupación 
constante, se encuentra como el pez fuera del agua, y desmaya y perece. 
      Sin embargo, tiene muger, tiene una hija; necesita vivir para sostenerlas, y se resigna con su suerte. Reúnese el 
consejo de familia, a fin de decretar las medidas cstraordinarias que la situación exige. A pesar del escaso sueldo,  
tantos años de vida arreglada le han dejado algunos ahorrillos que, puestos á ganancias, aumentaban el anual peculio. 
¿Se cebará mano de este fondo para dote de la niña? No es bella, y aunque bien criada y hacendosa, sin aquel aliciente 
 se quedará tal vez sin novio. Vence el amor paternal, y se resuelve no encentar el depósito. Sus réditos llegan a tres 
mil rs.; si se cobra una tercera parte de la cesantía, resultarán otros tantos: con dos mil que copiando y haciendo ajustes 
de cuentas podrá ganar el papá, ascenderá todo á ocho mil rs., cantidad mezquina; pero con la cual ninguna familia 
se muere de hambre. Hecho este cómputo, se deja el cuarto de la calle del Príncipe, dándose un salto a otra habitación 
 modesta del barrio de Afligidos: se despiden loscriados; la madre guisa; la niña cose, plancha, y tiene aseada la casa , la  
comida se reduce al puchero; se renuncia el teatro: nada de refrescos en la botillería; cuando más, los días que repican
recio, se extiende el exceso a un chico de michimichi: fuera galas superfinas; pero se conservan cuidadosamente las
antiguas, a fin de no hacer mal papel, ni ahuyentar a los novios; y de este modo, mediante la más extricta economía, sin
 goces ningunos, pero sin grandes penalidades se llega al cabo del año quedando pie con bola. 
       Este Cesante en su porte exterior es aseado; su ropa es antigua pero limpia y bien cuidada; no va al Prado ni a las 
grandes reuniones; se le suele encontrar en Chamberí y en la fuente Castellana, con su cara mitad y la niña o con otros 
viejos venerables, y por la noche nunca falta a la partida de mediator o de malilla. Es además enteramente inofensivo: 
lodo su afán se reduce á recuperar su perdido empleo; y no murmura del gobierno, sea el que fuere, al menos de modo 
que se llegue a saber, por temor de perder toda esperanza, y de inutilizar los pasos que da y los empeños que busca. 
       El Cesante mendicante es una degeneración del anterior: bien sea por causa de su dilatada familia, bien por falta de 
economía, bien por vicio e indolencia, el día que se vio sin destino se encontró sin un cuarto ni de donde le viniera. 
      Es incapaz de ocuparse en nada, ni de buscar ningún medio decoroso de subsistencia, aun su cesantía, si llega a 
cobrar alguna parte, no le sirve de nada, porque el mismo día que cobra se lo gasta todo alegremente: en suma, se pasa
la mano por la cara, se quita la poca vergüenza que le queda, y resuelve vivir sobre el país. 
       Desgraciadamente es esta una variedad muy numerosa, y la que se podría considerar como el tipo genuino y 
verdadero de la especie. Por su  aspecto exterior se le puede reconocer. Este aspecto es el de un ser flaco y extenuado; 
rostro macilento, estirado e intenso; ojos hundidos pero perspicaces y codiciosos. Suele llevar un gabán o paletó de
hechura antigua, que en tiempos más felices se ostentaba sobre el rico frac de sedan, y el precioso chaleco, y ahora solo 
sirve para encubrir la falta de uno y otro, y el estado fatal de la camisa. En cuanto al dichoso gabán, no le conocería el
sastre que le engendró: perdida la memoria de su primitivo color, no admite ya siquiera las oficiosas caricias del 
cepillo, e indiscretos boquerones dan suelta a la entretela que a toda prisa se escapa. Los anchos pantalones, 
emancipados de las trabillas, no sujetan el zapato que quiere divorciarse del pie y renegar de su dueño por lo mal parado
que le trae. El sombrero que apenas tapa la enmarañada cabellera, parece haber recibido tormento en la santa 
inquisición por lo desvencijado que está, resguardándole del contacto ajeno lo empolvado y mugriento. Con este pelaje, 
sin embargo, pasea impávido el mendicante las calles y plazas de Madrid, penetra en los cafés, alterna en los corrillos, y 
se da todavía la importancia de un funcionario público. Estaciónase en la Puerta del Sol, junto al antiguo cafe de 
Lorencini, donde se abriga cuando llueve o entra  leer la Gaceta que devora a falta de otro alimento, teniendo al lado un 
vaso de agua que la caridad del mozo no le niega. Si ve a lo lejos algún antiguo compañero al punto corre tras de él, le 
sigue impertérrito contándole todas sus lástimas, y no le deja basta arrancarle su peseta. Otras veces emplea la noche en 
escribir esquelas de pedir , y al siguiente día las va llevando por las casas de todos sus conocidos, sacando raja de ellos, 
hasta que escamados dan orden a sus criados de no admitir ya semejantes papelitos; otras, en fin, se presenta en casa de 
algún rico, se hace anunciar como el coronel tal o el magistrado cual, y con una relación lastimosa, consigue sacar un par 
de duros, que no es posible dar menos a un personaje de tal categoría. Por la noche, guardaos si no tenéis precisión, 
de atravesar el café de los Dos Amigos; pues sabiendo el taimado que tiene salida a dos calles principales, y que muchos
para ahorrar camino , le convierten en pasadizo, está colocado de acecho en paraje oportuno , y como la araña a la 
mosca, pilla al pobrete que pasa , y sin ser mosca , le hace que la suelte. En fin, es una plaga para la cual haría bien el
gobierno en fundar un nuevo San Bernardino.
      Pero todavía es más plaga el Cesante revolucionario. Este es la peor ralea de cesantes que existe. Tiene mucha 
afinidad con la variedad anterior, y se diferencia poco en el pelaje ; pero con peor catadura y mañas más aviesas. Como
él, saquea al prójimo, ya sea a domicilio, ya al paso; como él, obstruye la Puerta del Sol, habita Lorencini , y chilla en el 
Café Nuevo que es el asiento principal de esta especie de sabandijas. El Cesante mendicante suele por lo menos ser
 viejo, e inspirar compasión: el revolucionario es por lo regular joven , y como solo ha debido el ser empleado a algún
pronunciamiento, no teniendo años de servicio, ha quedado sin cesantía; y funda su cínica esperanza en otro
pronunciamiento. Casi siempre gasta largas melenas, ancha barba y retorcido bigote: es muy común en él llevar debajo 
de un mal capote una levita rota de miliciano; y por supuesto, la echa de patriota puro. Perora en el café; insulta en
la Puerta del Sol al que cree ser de opinión contraria; intriga y alborota en su compañía; aplaude y silba en las galerías
del Congreso; amenaza a los diputados y los quiere matar a su salida ; no hav sociedad secreta en que no entre, bullanga 
que no promueva, conspiración a que no sirva de instrumento; en suma , es una de esas alimañas que salidas de lo más 
corrompido de la sociedad, abortan las revoluciones para deshonra del pueblo, gangrena del estado, ruina de los 
hombres de bien, y destrucción de todo buen gobierno.
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