El Cesante
l Cesante es una de las que en España se llaman clases pasivas, nombradas
sin duda así porque padecer es su destino.
Estas clases toman diferentes títulos, como jubilados, cesantes, retirados,
excedentes, ilimitados, indefinidos, viudas, huérfanos etc.etc. etc., según su origen
y derechos; y todas convienen en un carácter general que es el tener señalada una
pensión sobre el Erario público, con obligación de no hacer nada.
Decimos tener señalada para ser exactos; pues si usáramos del verbo cobrar,
daríamos una idea muy equivocada de este carácter especial y distintivo que tiene
mucho más de aparente que de sólido y verdadero. Aquí sobre todo viene de perilla
aquel refrán que dice: del dicho al hecho hay mucho trecho.
Podríase escribir una obra tan voluminosa como promete ser la Enciclopedia
Española del presente siglo, con solo tratar de estas diferentes clases y sus especies,
obra que, a falta de otra utilidad, tendría la de ser un archivo de todas las flaquezas,
injusticias y arbitrariedades humanas. Pero tan inmenso trabajo no es para nuestras
débiles fuerzas,reduciéndose nuestro encargo a dar una idea de lo que propiamente
se llama Cesante, es decir aquella variedad de las clases pasivas que procede de los
empleados civiles, aptos todavía para el servicio activo, pero que en virtud de una
reforma, de un capricho ministerial, de una recomendación parlamentaria, de la
indicación de un club subterráneo, o del decreto de una junta revolucionaria, han
quedado, como se suele decir vulgarmente, en la calle, expresión propia, puesto que
muchos de estos individuos suelen de resultas no tener otro domicilio que la vía
pública.
Así como el hombre ha sido lanzado al mundo para trabajar, el Cesante, por el
contrario, es arrojado a la sociedad para que no trabaje. No es esto decir que se le impida el ejercitar sus fuerzas en las
faenas que a bien tenga; nada de eso; le es muy lícito ponerse a peón de albañil, a memorialista, á repartidor de
periódicos: en una palabra, no por ser Cesante , está exento de la maldición que Dios echó sobre la humanidad cuando
dijo a nuestro primer padre: Ganarás tu sustento con el sudor de tu frente. El Cesante deja solo de trabajar en aquello
que sabe y puede: fuera de esto, cualquiera ocupación le es permitida, lo que vale tanto como no permitirle ninguna. El
Cesante es, pues, un ser entregado a una holganza forzada.
En esto conviene con las demás clases pasivas , pero sedistingue de ellas en cuanto a la pensión asignada sobre el
erario, pues hay cesantes que la tienen, y otros que carecen de ella. El que lia ocupado un empleo, aunque no sea
más que un solo día, y al otro queda apeado, ese lleva ya la honrosa denominación de Cesante, quedándole en
recompensa dos papelitos firmados por dos distintas personas, y a veces por una misma: el uno que dice: «S.M. se ha
servido nombrar a vd. para tal o cual empleo»; y el otro con un «S. M. lia tenido á bien exonerar á vd.» Ambos
papelitos se guardan cuidadosamente como oro en paño, sino por lo útiles que son, por los recuerdos que dejan.
Ahora bien; la distancia entre las fechas de uno y otro no es cosa indiferente, puesto que si esa distancia no llega a
quince años, el empleado desposeído queda cesante sincesantía y si pasa, es cesante con cesantía. Para entender esto
conviene advertir que la palabra cesantía tiene dos acepciones : primera , el estado de Cesante , que es la genuina:
segunda, la pensión o sueldo que según los años de servicio le queda señalada al Cesante. Ambas cosas vienen a ser para
los efectos materiales una misma, pero establecen una diferencia grande en cuanto á los derechos. La cesantía con
cesantía da derecho á ser inscrito en una nómina; para la cesantía sin cesantía no hay nómina; es decir, que queda este
cuidado menos, pues siquiera entonces el Cesante no se desespera, esperando el santo advenimiento de una paga que
tarde o nunca llega.
Explicado ya lo que es Cesante , resta saber de qué causa procede, cómo se forma y qué variedades ofrece.
La causa primordial de la cesantía está en aquella propiedad de la materia llamada impenetrabilidad, la cual,
como todos saben, consiste en que dos cuerpos no pueden ocupar a un tiempo un mismo lugar en el espacio, de donde
resulta que cuando un cuerpo extraño quiere colocarse en ese lugar, tiene que decir al que le ocupa aquello del
consabido juego, ese puesto le necesito yo. Ahora bien, medite el benévolo lector sobre todos los pretextos que puede
haber en el mundo para quitar á un hombre del lugar que ocupa, y otros tantos tendrá de producir un Cesante. Sin
embargo, aunque todos se tienen generalmente por buenos, existen dos principales que son los que mas se emplean.
1.° Extincion de una dependencia, supresión del destino, o arreglo de la oficina para darla nueva planta. Este es
un pretexto decoroso y contra el cual no puede haber reclamación alguna, puesto que siempre lleva por objeto aparente
la economía, aunque en realidad resulte lo contrario. Si se estingue la dependencia, renace con otro nombre, y claro
está que los empleados en la antigua no tienen derecho para entrar en la nueva: si es el destino el suprimido, a poco
tiempo se reconoce su falta y se rehabilita, aunque no a la personaque le ocupaba: si hay nueva planta, se dice a los
pacientes que no caben en ella, y se dice con razón, puesto que los huecos han sido ya ocupados por otros. Es verdad
que en todos estos casos se le hace la gracia al Cesante, para optar a cesantía, de no exigirle mas que doce años de
servicios, en vez de los quince que debería acreditar si hubiera sido meramente exonerado; y también es preciso hacer
justicia al ministro: nunca deja de poner en la orden que «se tendrán presentes los servicios del interesado para
colocarle con arreglo a sus méritos y circunstancias. » lo cual no deja de ser buen consuelo de tripas para el pobrete
que se queda in albis, y sabe muy bien el valor que debe dar a semejante frase.
2. Opiniones políticas. Este es el pretexto mas cómodo, el que está siempre á la mano, y sobre todo, el más elástico,
puesto que en él cabe toda clase de pretextos y de personas. Con efecto, ha sido el más general en estos tiempos que
alcanzamos. Desde el carlista más fanático hasta el mas furibundo republicano, no hay color político que no sea materia
dispuesta para formar un Cesante: todos han pasado por el tamiz, yendo uno tras otro, y a veces todos juntos, a poblar
el inmenso panteón destinado a la clase. Aquí sí que han metido el brazo hasta el codo ciertos ministros; y a fe que no
les ha de pedir Dios cuenta de lo que han dejado de hacer en obra tan meritoria. Pero en honor de la verdad, se han
quedado todos niños de teta en comparación de las juntas revolucionarias, que, con varios y pomposos títulos, han
desgobernado España en los muchos pronunciamientos que para bien de esta heroica y pronunciada nación hemos
tenido desde que corren revoluciones. Es tal la maña que se dan las tales juntas en esto de quitar empleos, que parecen
como nacidas para este solo objeto. Reúnense unos cuantos patriotas para salvar a la nación y el primer espediente que
se les ocurre, por no decir el único, es el hacer un regular desmoche por todas las dependencias de que tienen noticia:
cumplida esta faena, no sin provecho propio y de los suyos, tendiendo la vista por su obra, exclaman como Dios al
acabar el mundo; «¡Bien hecho está!» y en seguida, como él, descansan y no hacen mas, y quedan coronados de gloria.
Cualquier pobrete a quien se le alcance poco en esto de cesantías, creerá candidamente que el verdadero motivo
para dejar a un hombre apeado, ha de ser solo su ineptitud, su inmoralidad o su mal comportamiento. En creerlo así
demuestra su falta de cacumen, y prueba que de achaque de empleos no entiende nada. ¿Qué es un empleo? ¿Es por
ventura una ocupación, un servicio que se hace al estado, un medio de ser útil a la patria, y para lo cual se necesita
aptitud, talento, aplicación y probidad? Así era en otros tiempos; pero ahora con las reformas, lo hemos arreglado de
otro modo. Un empleo en la actualidad , es pura y simplemente un medio de tener una rentita al año sin necesidad de
trabajar ni molestarse; ni más ni menos que como, en otro tiempo, le sucedía a un mayorazgo, y así como al mayorazgo
no le obstaba para cobrar sus rentas y gastarlas, el ser tonto, ignorante, ocioso y mala cabeza, sino que al contrario,
estas cualidades parecían requisito indispensable de la clase, del propio modo le vienen también de molde al empleado
moderno. Y a la verdad , para cobrar y gastar un sueldo no se necesita haber inventado la pólvora: por cuya razón, y
conforme a esta teoría, la única verdadera, hemos declarado los modernos que la probidad , la aplicación y el talento no
hacen falta para ser empleado; que mas bien estorban, y por lo tanto, para dar o quitar un destino es inútil contar con
semejantes fruslerías, debiendo ser la única norma la conveniencia del individuo. Así queda muy simplificada la
cuestión y reducida al solo punto de si el que ocupa un empleo es o no amigo, se le quitan al ministro o junta
destituidora muchos quebraderos de cabeza.
De aquí ha resultado que el Cesante es un bicho que se ha multiplicado de un modo prodigioso en España , y va
cubriendo toda su haz como las hormigas cubren un campo en el estío. Cesantes hay de todos colores, de todas edades,
y hasta las amas de cría han quedado cesantes. Véanse las aldeas; allí cesantes : recórranse las ciudades populosas;
allí cesantes: éntrese en los cafés; allí cesantes, penétrese en los establecimientos fabriles, comerciales y literarios; allí
cesantes: visítense los hospicios y hospitales; allí sobre todo cesantes: España no tiene ya españoles; todos son cesantes:
España va a perder su nombre; y en vez del que ahora lleva, olvidándose hasta las antiguas denominaciones de Iberia,
Bética, Castilla, Aragón, etc. etc.; no conservará mas que el de Cesantía o patria de los cesantes. Con efecto, semejante
casta no es conocida más que en este país privilegiado: es peculiar de nuestro suelo; ninguna otra nación del mundo
la posee, y para ella sola hay en el día Pirineos. Por lo mismo, y para que los extranjeros, si llegan a leer estos tipos,
adquieran una idea exacta de tan rara y nueva especie, vamos a manifestar aquí sus caracteres y variedades.
El Cesante es, por lo visto, un animal bipedo, bastante parecido al hombre, y que participa mucho déla naturaleza
del camaleón: como este, vive en gran parte del aire; y merced a su forma exterior, se pasea entre los humanos, con los
cuales alterna, las más veces a guisa de sombra o espectro, que a tal suele reducirle el leve elemento de que se
mantiene. Esta especie no fue incluida por Linneo en su clasificación del reino animal , porque fundado su sistema
únicamente en los caracteres exteriores, la confundió aquel célebre naturalista con el hombre; o más bien, porque
viviendo en país donde no existia, no tuvo ocasión de observarla.
Divídese esta especie en variedades que se multiplican al infinito, pero cuyas principales son las siguientes; el
Cesante acomodado, el industrioso, el literato, el económico, el mendicante y el revolucionario.
El Cesante acomodado es aquel que teniendo algunos bienes de forluna, ya patrimoniales, ya adquiridos (aquí no
se trata del cómo), no necesita para vivir más o menos decorosamente, ni del sueldo de su empleo, ni de su mal pagada
cesantía. Este Cesante conserva buen aspecto; sus carnes no han padecido disminución notable; su vestido es aseado
y su habitación elegante: se da todavía los aires de hombre de alguna importancia, sobre todo si guarda el carácter de
secretario de S. M., con su tratamiento al canto y su cruz de Carlos III o de comendador. Concurre infaliblemente de dos
a tres de la tarde a la calle de la Montera; no ha dejado de ir a tomar su taza de cafe a los Dos Amigos o a Gaspar
Amalo, y al anochecer, en el buen tiempo, se le ve sentado en las sillas del Prado, formando corro con otros muchos de
su especie. Por la noche tiene su tertulia en el Casino o el Ateneo; es individuo del Liceo, y hace siempre un esfuerzo
para suscribirse a las funciones extraordinarias de Rubini o de cualquier otro artista extranjero. La función nueva que
llama la atención en el teatro, le tiene fijo a la tercera cuarta representación (cuando ya ha cesado el saqueo de los
revendedores), y por supuesto en luneta, que no ha de rebajar todavía nada de su dignidad y decoro. En suma, a
primera vista, es su porte el mismo que cuando ocupaba su poltrona, y no falta quien en el despecho o el asombro de no
verle abatido, dice para su capote: «bien se te conoce, bribón, lo que has robado.»
Sin embargo , para el observador alento y escrupuloso no es oro todo lo que reluce, y no dejan de advertirse en este
Cesante señales de decadencia. Al fin y al cabo, aunque se tenga algún caudal, veinte o treinta mil reales de menos al
año no son moco de pavo, y su falta obliga siempre a muchas economías aunque disimuladas. Si lo necesario no falta,
han dejado de tenerse aquellas gollerías a que daba margen la no escasa mesada, y que constituyendo la ostentación de
la persona, hacen la vida más regalada y gustosa. El pastelero de al lado no guarda ya para su vecino, como antes solía,
la rica anguila del Ebro, ni el exquisito salmón, ni el pastel de Perigord, ni mucho menos el dindon truffé por el que
antaño le llevaba sus diez y doce duros. Las visitas al sastre son mucho menos frecuentes, y aun se ha reñido con él bajo
pretexto de haber echado a perder la última levita. El aseo de la persona es siempre grande, y si cabe, mayor que antes;
pero la ropa no sigue ya la volubilidad de las modas, se hace antigua, las costuras blanquean y se mantiene lustrosa a
fuerza de cepillo. Todas estas privaciones, si bien no atacan la existencia del individuo, si bien no obligan a buscar
trabajosos recursos, sostienen y avivan la ira del Cesante; y como pasa todo el día en santa ociosidad, se distrae de ella,
hablando mal de los ministros; lee exclusivamente los periódicos de la oposición, arrullándose con los insultos que se
prodigan a sus contrarios;va a todas partes por noticias, las lleva, las trae y las inventa en caso necesario:en una palabra,
el Cesante acomodado no conspira, no obra directamente contra el gobierno, pero es el que más trabaja con su continua
charla en desacreditarle.
El Cesante industrioso no tiene bienes de fortuna, pero posee un genio activo y emprendedor. En vez de amilanarse
con la desgracia saca fuerzas de flaqueza, busca ardientemente los medios de subsanar lo que ha perdido, y lo consigue
a menudo con creces y ventaja suya. Su principal objeto es que no le vean decaer un punto de su esplendor antiguo, y
antes bien procura aumentarle para dar en rostro a sus enemigos. Su misma actividad le ha hecho adquirir, siendo
empleado, numerosas y útiles relaciones; su perspicacia le ha descubierto medios de fortuna que antes ignoraba y que
beneficia ahora. Ya se convierte en agente de negocios, sirviéndole los conocimientos burocráticos que posee, los amigos
que en las oficinas conserva, y los porteros que siempre le respetan y atienden en la espectativa de que pueda volver a su
destino; ya consigue administrar los bienes de algún grande o de un rico hacendado, ya un comerciante le coloca en su
escritorio, poniéndole al frente de sus negocios; ya se introduce en la Bolsa, observa el alza y baja de los fondos, se hace
amigo de los especuladores y agentes, arriesga algunas operaciones, y con prudencia y maña saca al cabo del año su
regular ganancia; ya encontrando apoyo en un capitalista amigo, se lanza en el ramo de suministros y anticipaciones al
gobierno, o emprende alguna especulación productiva; ya, en fin, trocando en oficio lo que hasta entonces fue diversión,
saca producto de su habilidad al tresillo, al golfo, al billar, o de su fortuna a la banca. Su porte es brillante ; no hay en él
señal alguna de decadencia como en el empleado acomodado; gasta, triunfa, se divierte y pasa con desdeñosa
altanería al lado delque le ha sustituido en el empleo. Come en el Casino, no falta al Liceo, asiste casi todas las noches al
teatro, va siempre en coche propio o ajeno; habla mal del gobierno por costumbre; y sucede al cabo de algún tiempo una
de dos cosas; o que da un batacazo y desaparece dejando colgados a sus acreedores, o que hace realmente fortuna, logra
vivir independiente, y se olvida del gobierno, de la política, y hasta de que hay empleos en el mundo.
El Cesante literato. Esta variedad es rara, pero existe. Como no suele ser el talento poético, ni la vasta erudición lo
que entre nosotros conduce a los destinos, tampoco abundan los que desposeídos de ellos pueden fundar su nueva
subsistencia en ocupaciones literarias. Sin embargo, muchos jóvenes, al salir de la universidad , han preferido el servicio
del estado al ejercicio de su profesión, y en las oficinas se encuentran infinitos abogados y no pocos médicos. Algunos
vuelven a su primitiva carrera, tal vez con harto provecho y gloria suya; pero los más, faltos de práctica en ella, y
habiendo tomado gusto a esto de manejar la péñola, tienen por más socorrido el meterse á escritores públicos. Ya se ve,
el escribir bien o mal, es cosa de que todos presumen entender un poco; y no se necesita, en estos tiempos que corren,
ser un Garcilaso o un Cervantes para llamarse literato. Por mal que vaya, no ha de faltar alguna novela que traducir; o
algún rinconcito de periódico donde un hombre pueda echar a volar por el mundo sus pensamientos. Si escribir para
la gloria es privilegio de pocos, hacerlo de pane lucrando esta al alcance do muchos.La libertad de imprenta es una mina
que con un poco de maña puede beneficiar el más zote, pues no son tan escrupulosos los lectores ni libreros; y si el
producto no es grande, al menos se vive y se va pasando hasta que abra Dios otro camino.
Lo malo que hay para el gobierno es que en esta clase de Cesantes literatos es donde encuenlra sus más acérrimos
y temibles enemigos. La ira literaria fue siempre la mas rencorosa de todas. ¿Qué será pues, si á la saña natural de la
especie se añade la venganza? Apodérase el Cesante del arma que más daña al gobierno, es decir, de un periódico; y
aquí te quiero, escopeta. Cada mañana lanza contra el poder un par de arliculilos capaces de poner en combustión el
mismo reino de los cielos, y que levantando ampollas al malhadado ministro, no le dejan comer ni dormir pensando en
su antagonista. Así, pues, la mayor parte de los periodistas de oposición son siempre empleados cesantes, jóvenes
ardientes, que no solo combaten por el triunfo de sus ideas, sino también por reconquistar una posición política, con la
fuerza que les dan su ilustración e indisputables talentos. Ellos creen ser dueños del porvenir; escriben, menos para
alcanzar riquezas, que para arrebatar el poder, la reputación y la gloria; y tal vez entre ellos se ocultan futuros hombres
de estado, en cuyas manos caerán algún día los destinos de la patria.
El Cesante económico es generalmente algún antiguo empleado con veinte y cinco o treinta años de buenos
servicios. Acometido el infeliz de improviso por el duro golpe que en su vejez le priva de subsistencia, acostumbrado
a una vida pacífica y metódica, no siendo útil a otra cosa mas que a lo que desde la infancia ha sido su ocupación
constante, se encuentra como el pez fuera del agua, y desmaya y perece.
Sin embargo, tiene muger, tiene una hija; necesita vivir para sostenerlas, y se resigna con su suerte. Reúnese el
consejo de familia, a fin de decretar las medidas cstraordinarias que la situación exige. A pesar del escaso sueldo,
tantos años de vida arreglada le han dejado algunos ahorrillos que, puestos á ganancias, aumentaban el anual peculio.
¿Se cebará mano de este fondo para dote de la niña? No es bella, y aunque bien criada y hacendosa, sin aquel aliciente
se quedará tal vez sin novio. Vence el amor paternal, y se resuelve no encentar el depósito. Sus réditos llegan a tres
mil rs.; si se cobra una tercera parte de la cesantía, resultarán otros tantos: con dos mil que copiando y haciendo ajustes
de cuentas podrá ganar el papá, ascenderá todo á ocho mil rs., cantidad mezquina; pero con la cual ninguna familia
se muere de hambre. Hecho este cómputo, se deja el cuarto de la calle del Príncipe, dándose un salto a otra habitación
modesta del barrio de Afligidos: se despiden loscriados; la madre guisa; la niña cose, plancha, y tiene aseada la casa , la
comida se reduce al puchero; se renuncia el teatro: nada de refrescos en la botillería; cuando más, los días que repican
recio, se extiende el exceso a un chico de michimichi: fuera galas superfinas; pero se conservan cuidadosamente las
antiguas, a fin de no hacer mal papel, ni ahuyentar a los novios; y de este modo, mediante la más extricta economía, sin
goces ningunos, pero sin grandes penalidades se llega al cabo del año quedando pie con bola.
Este Cesante en su porte exterior es aseado; su ropa es antigua pero limpia y bien cuidada; no va al Prado ni a las
grandes reuniones; se le suele encontrar en Chamberí y en la fuente Castellana, con su cara mitad y la niña o con otros
viejos venerables, y por la noche nunca falta a la partida de mediator o de malilla. Es además enteramente inofensivo:
lodo su afán se reduce á recuperar su perdido empleo; y no murmura del gobierno, sea el que fuere, al menos de modo
que se llegue a saber, por temor de perder toda esperanza, y de inutilizar los pasos que da y los empeños que busca.
El Cesante mendicante es una degeneración del anterior: bien sea por causa de su dilatada familia, bien por falta de
economía, bien por vicio e indolencia, el día que se vio sin destino se encontró sin un cuarto ni de donde le viniera.
Es incapaz de ocuparse en nada, ni de buscar ningún medio decoroso de subsistencia, aun su cesantía, si llega a
cobrar alguna parte, no le sirve de nada, porque el mismo día que cobra se lo gasta todo alegremente: en suma, se pasa
la mano por la cara, se quita la poca vergüenza que le queda, y resuelve vivir sobre el país.
Desgraciadamente es esta una variedad muy numerosa, y la que se podría considerar como el tipo genuino y
verdadero de la especie. Por su aspecto exterior se le puede reconocer. Este aspecto es el de un ser flaco y extenuado;
rostro macilento, estirado e intenso; ojos hundidos pero perspicaces y codiciosos. Suele llevar un gabán o paletó de
hechura antigua, que en tiempos más felices se ostentaba sobre el rico frac de sedan, y el precioso chaleco, y ahora solo
sirve para encubrir la falta de uno y otro, y el estado fatal de la camisa. En cuanto al dichoso gabán, no le conocería el
sastre que le engendró: perdida la memoria de su primitivo color, no admite ya siquiera las oficiosas caricias del
cepillo, e indiscretos boquerones dan suelta a la entretela que a toda prisa se escapa. Los anchos pantalones,
emancipados de las trabillas, no sujetan el zapato que quiere divorciarse del pie y renegar de su dueño por lo mal parado
que le trae. El sombrero que apenas tapa la enmarañada cabellera, parece haber recibido tormento en la santa
inquisición por lo desvencijado que está, resguardándole del contacto ajeno lo empolvado y mugriento. Con este pelaje,
sin embargo, pasea impávido el mendicante las calles y plazas de Madrid, penetra en los cafés, alterna en los corrillos, y
se da todavía la importancia de un funcionario público. Estaciónase en la Puerta del Sol, junto al antiguo cafe de
Lorencini, donde se abriga cuando llueve o entra leer la Gaceta que devora a falta de otro alimento, teniendo al lado un
vaso de agua que la caridad del mozo no le niega. Si ve a lo lejos algún antiguo compañero al punto corre tras de él, le
sigue impertérrito contándole todas sus lástimas, y no le deja basta arrancarle su peseta. Otras veces emplea la noche en
escribir esquelas de pedir , y al siguiente día las va llevando por las casas de todos sus conocidos, sacando raja de ellos,
hasta que escamados dan orden a sus criados de no admitir ya semejantes papelitos; otras, en fin, se presenta en casa de
algún rico, se hace anunciar como el coronel tal o el magistrado cual, y con una relación lastimosa, consigue sacar un par
de duros, que no es posible dar menos a un personaje de tal categoría. Por la noche, guardaos si no tenéis precisión,
de atravesar el café de los Dos Amigos; pues sabiendo el taimado que tiene salida a dos calles principales, y que muchos
para ahorrar camino , le convierten en pasadizo, está colocado de acecho en paraje oportuno , y como la araña a la
mosca, pilla al pobrete que pasa , y sin ser mosca , le hace que la suelte. En fin, es una plaga para la cual haría bien el
gobierno en fundar un nuevo San Bernardino.
Pero todavía es más plaga el Cesante revolucionario. Este es la peor ralea de cesantes que existe. Tiene mucha
afinidad con la variedad anterior, y se diferencia poco en el pelaje ; pero con peor catadura y mañas más aviesas. Como
él, saquea al prójimo, ya sea a domicilio, ya al paso; como él, obstruye la Puerta del Sol, habita Lorencini , y chilla en el
Café Nuevo que es el asiento principal de esta especie de sabandijas. El Cesante mendicante suele por lo menos ser
viejo, e inspirar compasión: el revolucionario es por lo regular joven , y como solo ha debido el ser empleado a algún
pronunciamiento, no teniendo años de servicio, ha quedado sin cesantía; y funda su cínica esperanza en otro
pronunciamiento. Casi siempre gasta largas melenas, ancha barba y retorcido bigote: es muy común en él llevar debajo
de un mal capote una levita rota de miliciano; y por supuesto, la echa de patriota puro. Perora en el café; insulta en
la Puerta del Sol al que cree ser de opinión contraria; intriga y alborota en su compañía; aplaude y silba en las galerías
del Congreso; amenaza a los diputados y los quiere matar a su salida ; no hav sociedad secreta en que no entre, bullanga
que no promueva, conspiración a que no sirva de instrumento; en suma , es una de esas alimañas que salidas de lo más
corrompido de la sociedad, abortan las revoluciones para deshonra del pueblo, gangrena del estado, ruina de los
hombres de bien, y destrucción de todo buen gobierno.
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