Antonio Herranz

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A la luz del día...

Con un aullido constante...

Con el día escorado...

Aquí la piedra huele...

 

 

A la luz del día
nuestros muros se encienden,
y nos redime el tiempo.
El hacer y el deshacer del tiempo:
su colmena de sueños renovados,
su cieno donde se larva el instante,
sus ventanas cerradas a la hora de la confusión.
Amén.

 

 

 

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Con un aullido constante, vertical,
quiere el deseo encontrar su réplica,
quiere el pensamiento un ideal que calme
el abultado vientre del naufragio.
Se endurece la flor blanca del magnolio,
como nosotros, fábrica de dioses,
envueltos en brumas y en arena deshechos,
donde alguien escribe, aunque de nada sirva,
lo que pudimos ser y ya no somos.

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Con el día escorado hacia poniente,
tengo a la tarde deshecha entre mis manos,
como esos pájaros que intuyen
corrientes favorables y huyen
del abrigo de la piedra,
rozando con alas cenicientas
el infierno y la gloria del mundo.
Así surge de mí como herida de insomnio,
la promesa más honda para amar lo inútil.

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Aquí la piedra huele a orines y se hace humana,
y entre sus grietas crece el moho de la historia.
Este lugar no existe,
pero nosotros somos sus fantasmas
buscando un destino con ambición y esperanza.
Sentimos que la noche nos habla,
lo único capaz de sujetarnos.
 

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