IMÁN
No
serán suficientes las caricias para decir “te quiero”,
pero mi mano aprieta el corazón
tendido como un puente hacia tu boca.
No caben más guirnaldas en mis venas,
ni más miel en tus pechos.
El más breve latido de tu carne
es un astro que tira de mis ardientes músculos
hacia su mar de brasas o carbones.
Ya en órbita,
doy forma a tu sonrisa con mis labios.
La
tarde lentamente va llegando
allí donde termina el tobogán,
mientras cuento uno a uno
los gajos de ternura que me llevo a la boca.
La hostilidad del mundo,
las hélices de plomo
que cortaban el vuelo
a todos nuestros globos y cometas,
vive fuera del cuarto.
En el cuarto,
nuestro amor siembra puertos
donde las naves tienen corazones atados en los puños,
y los mapas revelan
las dudas de las norias,
y las brújulas huelen
el resplandor del humo,
y los sueños desbordan los bolsillos
cada vez que se zarpa.
Monedas
de sudor
acarician tus senos
y van dejando un rastro
de pisadas de estrellas.
No me duele la vida
cuando veo en tus ojos de gorrión mojado por la lluvia
lo risueño del niño
que espera sonriente como un ancla
su regalo.
No
me escuecen las alas
cuando tus labios vienen a salvarme
del incendio en que vivo,
y la pasión nos toma la cintura,
y el ritmo de la sangre golpea los tabiques
y deshace la cama.
Nuestro
amor empapela las paredes del cuarto
y vivimos felices entre algodón y fresas.
En la calle es distinto,
la gente nos recibe con una calurosa bienvenida a base de volcanes,
y el odio es un revólver
que apunta a nuestras manos cuando van enlazadas,
que apunta a nuestros labios si nos damos un beso.
Pero somos más fuertes,
y nuestro corazón bombea en las ventanas.
sin miedo a los cristales.
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