índice

Arístides Pongirioni

Recuerdos

El oriente

A A, C.

A Cádiz

Tiñe el rubor con sonrosadas tintas...

 Recuerdos

Bellos los campos son que tus orillas

adornan, claro Betis, y en tus aguas

retratan su magnífica grandeza.

La rubia mies, opimo donde Flora,

que de las auras al amante beso

resonante se inclina; los copudos

árboles que hasta el cielo se levantan,

o al peso de su fruto regalado

doblan sus verdes ramas; los arroyos

que entre las cañas plácidos serpean,

lamiendo las arenas de su lecho

con sonoro rumor, los ruiseñores

que anidan en tus verdes espesuras

y llenan el espacio de armonías;

las flores del Abril... todo les presta

esa magia y encanto inexplicables

que los sentidos y la mente halagan.

 

Mas yo suspiro por la estéril roca

donde Cádiz se eleva, como blanca

gaviota posada en una peña

para secar sus alas; yo suspiro

por escuchar del férvido Océano

que la aprisiona entre sus verdes olas

el eterno rumor... Y es porque en ella

las dulces prendas de mi amor habitan...

¡Madre, hermanos, amigos!... y es que acaso

también, ¡oh mar! tus olas, que en ligeros

copos de espuma en las arenas mueren,

cautivan las miradas de mi Elvira,

o hacen latir en corazón de virgen

a impulsos del terror, si impetuosas,

azotadas del Abrego y del Noto,

elevanse rugientes, y amenazan

romper los muros, e inundar la altiva

ciudad que se levanta en tus riberas.

 

Y cuando el sol se oculta en Occidente

entre brillantes y encendidas nubes,

y miro la ligera gaviota

cruzar alegre el anchuroso espacio

al Océano dirigiendo el vuelo,

torno hacia Cádiz los llorosos ojos

con afán melancólico, lanzando

del triste pecho abrasador suspiro,

que raudo lleva el vespertino viento

que canta en los tendidos olivares.

 

«Vuela, avecilla, dígole; ligera

vuela a mi Elvira; entre las bellas ninfas,

ornato de las playas gaditanas,

como entre flores a la fresca rosa

conocerla podrás; pura es su frente

como los rayos de la casta luna;

brilla en sus ojos con celeste lumbre

suavísima ternura; su sonrisa

es el nacer de la rosada aurora

en el fecundo Abril; guarda en su alma

la inocencia del niño y el tesoro

de amor de la mujer... pura y divina

emanación de Dios, ángel que al suelo

desciende para bien de los mortales.»

 

«Vuela y díle el afán que me atormenta,

canta mi oscuro nombre a sus oídos,

y cuando vuelvas a la hermosa orilla

donde su frente eleva hasta las nubes

Híspalis orgullosa, trae en tus alas

el que exhalan suavísimo perfume

las trenzas de sus nítidos cabellos,

el suspiro que acaso lanza triste

su pecho virginal, el eco suave

de su voz argentina, más sonora

que el murmullo del aura en la enramada.»

 

¡Oh! vuelvan pronto del ardiente estío

las perezosas horas, vuelvan pronto

las tibias brisas de sus tardes, cuando,

a la luz melancólica de Febo,

que pausado a su ocaso se avecina,

o a los rayos suavísimos que lanza

la blanca luna, mírola extasiado

vagar del mar por la arenosa margen,

pura como un ensueño de poeta,

radiante de belleza y de ventura.

ir al índice

El oriente

Existe uña región de clima ardiente,

suelo fecundo, atmósfera serena,

de altos recuerdos caudalosa fuente,

de inspiración inagotable vena.

Es la región magnífica de Oriente,

madre del sol, de luz, de vida llena,

maravillosa, espléndida, galana,

gigante cuna de la raza humana.

 

Allí levanta el Líbano sus crestas,

que las nubes detienen arrogantes,

donde con majestad se alzan enhiestas

de los cedros las copas resonantes;

donde, siguiendo las torcidas cuestas,

anchos, férvidos, roncos, espumantes,

torrentes caudalosos se derrumban

y en el espacio, sin cesar, retumban.

 

Allí vibró el acento melodioso

del arpa de David y de Isaías;

allí repite el eco sonoroso

los ayes de dolor de Jeremías:

del lúgubre Ezequiel, en son medroso,

se alzaron las tremendas profecías,

y resonó el Cantar de los cantares,

y Job lloró su suerte y sus pesares.

 

Allí, sola y sentada en la colina,

a la orilla del mar que dominara,

Tiro entre escombros su cabeza inclina,

cual la voz de Ezequiel profetizara;

que a la orgullosa y colosal marina,

que el nombre de soberbia le prestara,

con brazo omnipotente, Dios airado

la hundió en el hondo mar alborotado.

 

Allí la gran Jerusalén levanta

sus altos alminares y mezquitas;

allí de Cristo la divina planta

huellas dejó, por nuestra fe benditas;

allí vivió su Madre pura y santa,

allí sus frases de consuelo escritas

dejó el que por salvar al mundo entero

espiró de la Cruz en el madero.

 

El sol brilla más puro y refulgente

en su zafíreo, esplendoroso cielo,

y audaz se eleva la mezquina mente

al contemplar tan bendecido suelo;

exalta al vate inspiración ardiente,

y, de la duda disipando el velo,

el alma del incrédulo ilumina

viva llama de fe, santa y divina.

 

¡Tierra de bendición! si yo pudiera

ahora abandonar mis patrios lares,

a tu recinto encantador corriera

atravesando procelosos mares.

Quizá entonces mi lira lastimera

entonase magníficos cantares,

que hicieran dignos de inmortal renombre

mi pobre numen y mi oscuro nombre.

 

Quisiera en un caballo del desierto,

al aire sueltas las flotantes crines,

volar por las orillas del mar Muerto,

o traspasar los líbicos confines.

Y ver de Smirna el celebrado puerto,

sus riberas bordadas de jazmines,

o las altas laderas del Sanino

hollar con mi bordón de peregrino.

 

Y admirar la fantástica belleza

de las orillas del sagrado río,

y reclinar mi lánguida cabeza

de la palmera so el ramaje umbrío;

ver de Balbek la mágica grandeza,

do se elevara el pensamiento mío,

y, bajo móvil tienda, en la mañana,

descansar con la errante caravana.

 

Y de la luna al resplandor sereno,

del Bósforo cruzando la corriente,

ver a Estambul, del irritado seno

del mar alzando la orgullosa frente.

Y cuando el astro-rey, de pompa lleno,

lanza a raudales su esplendor ardiente,

ver brillar en las cúpulas, ufano,

el pendón del imperio mahometano.

 

¡Oh! ¡sí! ¡Volemos! que el rumor del viento,

que entre las cañas del Jordán murmura,

con misterioso y lánguido lamento

temple del alma la mortal tristura:

y eleve el corazón y el pensamiento

de Cristo en la divina sepultura,

donde el héroe, que Tasso enalteciera,

también detuvo su triunfal carrera

 

ir al índice

A  A. C.

Eres joven, eres bella,

 muy bella, muy bella, Amparo,

 como el cielo de tu patria,

 como sus tendidos campos,

 como esas ondas azules

 que agita el Mediterráneo.

 Y eres bella en este suelo

 que el Hacedor soberano,

 con mano pródiga, quiso

 hacer de hermosura pasmo.

 Donde en campos de esmeralda,

 por frescas aguas regados,

 que azul firmamento cubre

 y el euro acaricia blando,

 encuentran la vista absorta

 y el corazón fatigado

 de las hurís del Oriente

 los ideales encantos.

 ¡Dios bendiga tu hermosura,

 en tu pecho derramando

 tesoros de amor, de dicha,

 de juventud y entusiasmo!

  

    El viento de la fortuna,

 que siempre sopló en mi daño,

 por una vez favorable,

 a estas riberas me trajo.

 ¡Ah! ¡si detener en ellas

 pudiera el errante paso!

 ¡Si, orillas del manso Turia,

 mis pesares olvidando,

 tan rica naturaleza

 me cubriera con su manto!

 ¡Y pasaran, como nubes

 en un cielo de verano,

 al par de mi triste infancia

 los recuerdos tan amargos,

 y mi juventud que huye

 tras sí la nada dejando,

 y mis sueños ambiciosos,

 y mi estéril entusiasmo,

 y cuantas vanas quimeras

 dentro de mi pecho guardo!

  

    Cual pasa la golondrina,

 remotos climas buscando,

 dejo la fértil Edeta

 por buscar el Océano.

 ¿Cuándo, otra vez, de esa luna,

 que cruza el tranquilo espacio,

 veré en esta misma orilla

 el resplandor desmayado?

 Guarda en tu precioso libro,

 guarda estos versos, Amparo;

 es algo de mi existencia

 lo que en ellos va encerrado.

 Un deseo, una esperanza,

 sentimiento ignoto y vago...

 ¡pueda en realidad tornarse,

 en un tiempo no lejano!

 ¡Y si una vez los recorres,

 al ojear este álbum,

 piensa que no es mi memoria

 errante como mi paso!

 

ir al índice

A CÁDIZ

Serenata

 

Sentada en la alta peña que el mar besa sonoro,

 o azota rebramante, si ruge el aquilón,

 mirad la hermosa Cádiz, que con diadema de oro

 corona ardiente, espléndido, el moribundo sol.

 Rasgan sus altas torres el manto azul del cielo,

 las palmas le dan sombra con verde pabellón,

 las brisas del Atlante, con perezoso vuelo,

 en torno de ella agitan sus alas sin color.

  

                Busca el marino la roja estrella

             Que de su frente vivaz destella.

             España libre de ella surgió.

             Cuando su diestra blandió el acero,

             El astro fúlgido del gran guerrero

             En el espacio palideció.

  

                   Por eso de los reyes

                         De la poesía,

                   En tu alabanza, ¡oh patria!

                         Vibró la lira.

                         ¡Recuerdos vanos!

                   ¡Memoria de unos días

                         Que ya pasaron!

  

    Mas no pasa tu gloria: la historia en sus anales

 Del tenebroso olvido tus hechos guardará:

 Tu mar, tu claro cielo, tus hijas celestiales

 Siempre también la lira del vate ensalzará.

 Y en vano, en vano el tiempo veloz irá pasando,

 Y acaso en tus ruinas su huella estampará,

 Que con sereno impulso la eternidad salvando

 De un siglo en otro siglo tu nombre volará.

  

                Dicen que un día la mar airada,

             Por misteriosa fuerza impulsada,

             Negra, espumosa, oirás rugir,

             Y sus eternas vallas rompiendo,

             Sobre tus muros con ronco estruendo

             Vendrá sus olas a confundir...

  

                ¿Qué importa?... cuando asome

                      Sobre las olas

                Su alta frente la peña

                      Donde hoy reposas,

                      El navegante

                      Dirá con noble orgullo

                      «¡Allí fue Cádiz!»

  

    ¡Oh perla de los mares! ¡amada patria mía!

 ¡Envuelta en mis suspiros el alma vuela a ti!

 ¡Cuando la noche crece, cuando despierta el día,

 Tu imagen, tu memoria alienta y vive en mi!

 ¡Tu imagen donde mira mi acalorada mente

 Los plácidos recuerdos do mi niñez gentil,

 Las adoradas prendas de mi cariño ardiente,

 Mis sueños de lejano, glorioso porvenir!

  

             A ti mis ojos vuelvo llorando,

          Con honda pena mi hogar buscando,

          ¡Como el marino busca tu luz!

          ¡Y, ausente y triste, tan solo anhelo

          Mirar tus torres, tu claro cielo,

          Tus bellas hijas, tu mar azul!

  

                   Y cuando eterno sueño

                          Duerma en la tumba,

                   Que lo arrullen las olas

                          Que a ti te arrullan.

                          ¡Pueda así el alma

                   Al seno de otra vida

                          Volar en calma!

 

ir al índice

Tiñe el rubor con sonrosadas tintas 

tus mejillas de nácar,

como los tibios rayos de la aurora

las nubecillas blancas.

Tiembla en el fondo de tus negros ojos

húmeda tu mirada,

como en el seno de las aguas tiembla

estrella solitaria.

Alza y deprime tu nevado seno

agitación extraña, 

cual de las blanca tótola en el nido 

miro agitarse el ala. 

Y, al peso de ignorado pensamiento 

doblas la frente cándida, 

como el lirio, que inclina su corola 

al beso de las auras. 

Y de las flores con inquieta mano 

hoja tras hoja arrancas 

y alzas a mí los ojos un instante,

Quieres hablar... ¡y callas!

 

ir al índice

 

IR AL ÍNDICE GENERAL