Aristófanes
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El Prólogo Episodio de entrada JANTIAS.- Amo, ¿digo alguna de las expresiones acostumbradas, con las que siempre se ríen los espectadores? DIONISO.-Sí, por Zeus, di lo que quieras, excepto "me aprieta ". Eso evítalo, pues me produce ya una gran irritación. JANTIAS.-¿Ni tampoco alguna otra expresión fina? DIONISO.-Sí, excepto "estoy molido". JANTIAS.- Entonces, ¿qué? ¿Digo sólo cosas muy graciosas? DIONISO.-Sí, por Zeus, y sin miedo. Sólo ten cuidado de no decir eso ... JANTIAS.-¿Qué cosa? DIONISO.-.. mientras te cambias el hato de hombro, que "te haces de vientre". JANTIAS.-¿Ni que, si alguien no me lo baja, por llevar tanto peso, puedo soltar una ventosidad? DIONISO.-Nada de eso, te lo ruego; excepto cuando vaya a vomitar. JANTIAS.-¿Qué necesidad tenía yo, entonces, de transportar este equipaje, si precisamente no puedo hacer ninguna de las cosas que se les permite hacer a los Frínicos, Licis y Arnipsias, cuando llevan, en cada ocasión, equipajes en una comedia? DIONISO.-Sin embargo, no lo hagas. Porque yo, cuando como espectador veo alguno de esos artificios, salgo un año más viejo. JANTIAS.- iOh, tres veces desgraciado este cuello mío! Porque está molido, pero no podrá decir ninguna gracia. Episodio paródico DIONISO.-Luego, ¿No es esto soberbia y el colmo de la comodidad, que yo, que soy Dioniso, hijo de Jarrita, vaya a pie y me fatigue, en cambio deje que éste vaya montado para que no se canse y lleve carga alguna? JANTIAS.-¿Que yo no la llevo? DIONISO.-¿Cómo la vas a llevar tú, que vas montado? JANTIAS.- Llevando estas cosas aquí. DIONISO.-¿De qué modo? JANTIAS.- Horriblemente mal. DIONISO.-¿Acaso no lleva el asno esa carga que tú llevas? JANTIAS.- De ninguna manera, al menos la que yo tengo y llevo. No, por Zeus, no. DIONISO.-¿Cómo la puedes llevar, si tú mismo eres llevado por otro? JANTIAS.- No lo sé. Pero mi hombro, éste de aquí, está molido. DIONISO.-Muy bien, entonces, ya que dices que el asno no te sirve de nada, cargando a tu vez con el asno, transpórtalo. JANTIAS.-¡Ay desgraciado de mí! ¿Por qué no habré participado en la batalla naval? Seguro que te habría mandado a lamentarte bien lejos. Episodio de Heracles DIONISO.-Bájate, bribón. Pues ya estoy, en mi camino, cerca de la puerta a la que debía dirigirme primero. (Golpea la puerta de Heracles) Esclavito, esclavo, estoy diciendo esclavo. HERACLES.- (Desde dentro) ¿Quién habrá golpeado la puerta? A la manera de un centauro la asaltó quienquiera que sea. (Abriendo la puerta y al ver a Dioniso). Pero, dime, ¿qué es esto? DIONISO.- (A Jantias) Esclavo. JANTIAS.-¿Qué ocurre? DIONISO.-¿No te has dado cuenta? JANTIAS.-¿De qué? DIONISO.-De cómo lo he asustado. JANTIAS.- Sí, por Zeus, por si estabas loco. HERACLES.- No, por Deméter, no puedo contener la risa. Y, aunque me muerdo los labios, no puedo sino reírme. DIONISO.-Buen amigo, acércate, pues te necesito. HERACLES.- No puedo contener la risa, al ver una piel de león sobre una túnica azafranada. ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo pueden llevarse juntos un coturno y una maza? ¿A dónde querías ir? DIONISO.-Estuve embarcado con Clístenes. HERACLES.-¿Y tomaste parte en la batalla naval? DIONISO.-Y hundimos doce o trece naves enemigas. HERACLES.-¿Los dos? DIONISO.-Sí, por Apolo. JANTIAS.- Y, entonces, fui y me desperté. DIONISO.-Y cuando, en la nave, estaba recitando para mí en voz alta la "Andrómeda", de repente me sacudió el corazón un deseo, puedes creer con qué fuerza. HERACLES.-¿Un deseo? ¿Un deseo de qué clase? DIONISO.-Pequeño, como Molón. HERACLES.-¿Por una mujer? DIONISO.-No, por cierto. HERACLES.-¿Sino por un muchacho? DIONISO.-En absoluto. HERACLES.- Entonces, ¿por un hombre? DIONISO.-¡Ay!, iayi, iay! HERACLES.-¿Has estado con Clístenes? DIONISO.-No te burles de mí, hermano, pues me siento muy mal. Tal es el deseo que me martiriza. HERACLES.-¿De qué clase, hermanito? DIONISO.-No te lo puedo decir. Sin embargo, te lo daré a entender por medio de enigmas. ¿Sentiste alguna vez de repente ganas de puré? HERACLES.-¿De puré? Ya lo creo. Miles de veces en mi vida. DIONISO.-¿Me explico con claridad o debo añadir algo más? HERACLES.- Sobre el puré, seguro que no, pues lo entiendo perfectamente. DIONISO.-Pues bien, un deseo así por Eurípides me devora. HERACLES.-¿Y todo eso por el muerto? DIONISO.-Y nadie entre los hombres me quitará de la cabeza el ir por él. HERACLES.-¿Abajo, a la morada de Hades? DIONISO.-Y, aún más abajo, por Zeus, si es necesario. HERACLES.-¿Qué es lo que quieres? DIONISO.-Necesito un buen poeta. Pues unos ya no existen y los que existen son malos. HERACLES.-¿Cómo? ¿No vive Yofonte? DIONISO.-En verdad es lo único bueno que nos queda, si es que es bueno. Pues no sé muy bien si él, por sí solo, es lo que parece. HERACLES.- Entonces, ¿por qué no subes a Sófocles, que es superior a Eurípides, si es que tienes que subir a alguien de allí? DIONISO.-No; antes quiero probar a Yofonte, dejándolo solo, para ver lo que puede hacer sin Sófocles. Y, por otra parte, Eurípides, como es muy astuto, se las ingeniará para escaparse de allí conmigo, en cambio, el otro es tan tranquilo allí como aquí. HERACLES.- Y Agatón, ¿dónde está? DIONISO.-Abandonándome, se fue; un buen poeta y una persona muy querida para sus amigos. HERACLES.-¿A qué lugar se fue, el desgraciado? DIONISO.-Al banquete de los bienaventurados. HERACLES.-¿Y Jenocles? DIONISO.-Ojalá se muera, por Zeus. HERACLES.- ¿Y Pitángelo? JANTIAS.- (Aparte) Y acerca de mí ni una palabra, aunque tenga mi hombro tan terriblemente molido. HERACLES.-¿Acaso no hay allí otros jovenzuelos, que componen tragedias, más de diez mil, y más charlatanes, con mucho, que Eurípides. DIONISO.-Esos son racimillos y puro parloteo, escuelas de canto de golondrinas, corruptores del arte, que al punto desaparecen, en cuanto consiguen un coro, una vez que se orinan en la tragedia. Pero, aunque lo busques, ya no encontrarás un poeta fecundo, que sea capaz de decir una palabra noble. HERACLES.-¿Cómo de fecundo? DIONISO.-Tan fecundo, que sepa cantar algo atrevido como: "éter, moradita de Zeus "o" pie del tiempo "o" mente que no quiere jurar sobre las víctimas y lengua que perjura sin la mente. HERACLES.-¿Y esas expresiones te gustan? DIONISO.-No digas que me gustan, sino que me vuelven loco. HERACLES.- Ciertamente son necedades; como también a ti te lo parecen. DIONISO.-No habites mi espíritu, pues tú tienes tu casa. HERACLES.- Pues bien, todo eso me parece, sin más, lo más detestable. DIONISO.-Enséñame a comer. JANTIAS.-(Aparte) Y acerca de mí ni una palabra. DIONISO.-Pero el motivo por el que, con este vestido, a imitación del tuyo, vine es para que me digas, por si los necesito, los huéspedes, de los que te serviste, cuando fuiste en busca del Cerbero. Indícame también los puertos, panaderías, burdeles, paradas, bifurcaciones, fuentes, caminos, ciudades, residencias y albergues, donde haya pocos chinches. JANTIAS.-(Aparte) Y acerca de mÍ ni una palabra. HERACLES.- iOh desgraciado! ¿Te atreverás a ir? DIONISO.-Y, además, tú no digas ni una palabra en contra de esto, sino que indícame por qué camino llegaremos lo más rápidamente posible allá abajo, al Hades; y no me indiques uno demasiado caluroso ni demasiado frío. HERACLES.- Veamos, ¿cuál de ellos te indicaré el primero? ¿Cuál? En verdad tienes uno por medio de una cuerda y un banquillo, si es que te quieres ahorcar. DIONISO.-Para, estás hablando de uno asfixiante. HERACLES.- Pero existe un sendero corto, muy trillado, que pasa por el mortero. DIONISO.-¿Acaso te refieres a la cicuta? HERACLES.- Exactamente. DIONISO.-Es un camino frío y desapacible, pues al punto se hielan las piernas. HERACLES.-¿Quieres que te indique uno rápido y en pendiente? DIONISO.-Sí, por Zeus, pues no soy, en verdad, un buen caminante. HERACLES.- En ese caso, desciende hacia el Cerámico. DIONISO.-Y después, ¿qué? HERACLES.- Subiéndote a la torre más alta ... DIONISO.-¿Qué hago? HERACLES.- Desde allí contempla el momento en que es lanzada la carrera de antorchas, y después, cuando los espectadores griten: "Están lanzadas", arrójate también tú. DIONISO.-¿Adónde? HERACLES.- Abajo. DIONISO.-Pero me rompería las dos membranas del cerebro. No seguiré ese camino. HERACLES.-¿Pero por qué? DIONISO.-Iré exactamente por el que tú bajaste en otro tiempo. HERACLES.- Pero la navegación es larga, pues, al punto, llegarás a una gran laguna sin fondo. DIONISO.-Y luego, ¿cómo la atravesaré? HERACLES.- En una barquita muy pequeña te cruzará un anciano barquero, tras el pago de dos óbolos. DIONISO.-¡Ay! Cuánto poder tienen en todas partes los dos óbolos. ¿Cómo llegaron hasta allí los dos? HERACLES.- Teseo los llevó. Después de esto, verás serpientes y multitud de animales, los más horribles. DIONISO.-No me asustes ni me metas miedo, pues no me harás desistir. HERACLES.- Luego gran cantidad de fango e inmundicias inagotables. En este lugar están sumergidos: el que alguna vez faltó a los deberes de la hospitalidad, el que, tras haber abusado de un muchacho, le privó del dinero, o el que maltrató a su Madre, o golpeó la mejilla de su padre, o el que hizo un falso juramento. DIONISO.-Por los dioses, sería necesario añadir a éstos también cualquiera que haya aprendido la danza pírrica de Ciencias o haya copiado un discurso de Mórsimo. HERACLES.- A continuación, te rodeará un sonido de flautas, y verás una luz muy bella, como aquí, bosquecillos de mirto y grupos bienaventurados de hombres y mujeres y gran batir de palmas. DIONISO.-Y ésos, ¿quiénes son? HERACLES.- Los iniciados ... JANTIAS.- (Aparte) Sí, por Zeus, en efecto, yo celebro los misterios como un asno, pero no me voy a ocupar de estas cosas por más tiempo. HERACLES.-... los cuales te dirán de un tirón todo lo que necesites saber. En efecto, éstos habitan muy cerca del camino, junto a las puertas de Plutón. Y, ibuena suerte!, hermano. DIONISO.-Por Zeus, isalud! para ti también. Y, tú, coge de nuevo el equipaje. JANTIAS.- ¿Incluso antes de haberlo descargado? DIONISO.-Y también a toda prisa. JANTIAS.- No, te lo suplico. Contrata mejor a uno de los que van a ser enterrados; cualquiera que camine hacia eso. DIONISO.-¿Y si no lo encuentro? JANTIAS.- Entonces, llévame a mí. Episodio del muerto DIONISO.- Hablas muy bien. Pues precisamente ahí llevan a enterrar a un muerto. iEh tú, a ti te estoy hablando, a ti, al muerto! Hombre, quieres llevar al Hades unos paquetitos. MUERTO.- ¿Cuántos, poco más o menos? DIONISO.- Ésos de ahí. MUERTO.-¿Me pagas dos dracmas de sueldo? DIONISO.- No, por Zeus. Menos. MUERTO.- Vosotros, apartaos de mi camino. DIONISO.- Detente, diablo de hombre, a ver si me pongo de acuerdo contigo. MUERTO.- Si no me pones en la mano dos dracmas, no discutas. DIONISO.- Acepta nueve óbolos. MUERTO.- Antes, de verdad, volviera yo de nuevo al mundo de los vivos. (El cortejo se aleja) JANTIAS.- ¡Qué orgulloso es el maldito! ¿No recibirá un castigo? Yo iré. DIONISO.- Eres una persona buena y noble. Vamos a la barca. (Aparece una barca con Caronte) Episodio de Caronte CARONTE.- Oop, atraca. JANTIAS.- ¿Qué es eso? DIONISO.- ¿Eso? Esta es, por Zeus, la laguna de la que él nos hablaba, y yo estoy viendo, por cierto, una barca. JANTIAS.- Sí, por Posidón y ése de ahí es Caronte. DIONISO.- ¡Salud!,oh Caronte, ¡salud!, oh Caronte, ¡salud!, oh Caronte. CARONTE.¿Quién viene al país del descanso, lejos de males y cuidados? ¿Quién a la llanura del Olvido o al Toisón del Asno o al país de los Cerberos o a los Cuervos o al Ténaro? DIONISO.- Yo. CARONTE.- Rápido, embarca en alguna parte. DIONISO.- ¿Piensas detenerte realmente en los Cuervos? CARONTE.- Sí, por Zeus. Al menos por ti. Embarca ya. DIONISO.- Esclavo, aquí. CARONTE.- Yo no llevo a un esclavo, si no ha luchado en el mar por sus carnes. DIONISO.- No, por Zeus, no participé porque tenía, casualmente, los ojos malos. CARONTE.¿Darás, entonces, la vuelta a la laguna corriendo? JANTIAS.-¿Y dónde me detendré? CARONTE.- Junto a la piedra de Aveno, en la parada. DIONISO.- ¿Comprendes? JANTIAS.- Comprendo perfectamente. ¡Ay, desgraciado de mí!, ¿a quién me encontré yo al salir de casa? (Se va). CARONTE.- (A DIONISO) Siéntate al remo. Si hay alguien todavía que quiera viajar, que se apresure. ¡Eh, tú! ¿qué haces? DIONISO.¿Que qué hago? ¿Qué otra cosa que sentarme al remo, donde tú me has Ordenado? CARONTE.-¿No te sentarás ya ahí, panzudo? DIONISO.-Ya estoy. CARONTE.¿No vas a adelantar y extender los brazos? DIONISO.- Ya están. CARONTE. No digas tonterías, y, colocando los pies con fuerza contra el suelo, rema con ganas. DIONISO.- Pero, ¿cómo podré remar, si soy inexperto, no soy marinero, ni de Salamina? CARONTE. Muy fácilmente, pues escucharás unas bellísimas canciones, en el momento en que cojas el remo. DIONISO.-¿De quiénes? CARONTE.De ranas-cisnes. Canciones admirables. DIONISO. Entonces, marca ya el ritmo para remar. CARONTE.Oopop, oopop. (Mientras la barca avanza se oye a las ranas invisibles). |
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Episodio de ranas. Falsa párodo RANAS.- Brekekekex koax koax Brekekekex koax koax Hijas de los pantanos y de las fuentes, hagamos sonar el clamor armonioso de los himnos, mi canto de dulce son, koax koax, que en honor de Dioniso Niseo, hijo de Zeus, hacíamos resonar en las Pantanos, cuando, en las fiestas de las Ollas, la multitud en tropel, embriagada y en júbilo, se dirige a nuestro santuario. Brekekekex koax koax. DIONISO.- Y yo empiezo a sentir dolor en mis riñones, ioh! koax, koax. RANAS.- Brekekekex koax koax. DIONISO.- Pero a vosotras, sin duda, os da igual. RANAS.- Brekekekex koax koax. DIONISO.- Ojalá reventéis con vuestro koax; pues no sois más que koax. RANAS.- Como es natural, oh tú, que eres un metementodo. DIONISO.- En efecto, a mí me aman las Musas de sonoras liras y Pan, el de pies de cuerno, el que se divierte tocando la chirimía, y se llena de gozo, además, el citaredo Apolo, por la cana, que, como soporte para la lira, hago crecer en el fondo de los pantanos. RANAS.- Brekekekex koax koax. DIONISO.- Yo tengo ya ampollas, y mi trasero suda desde hace tiempo, y pronto, por haberse inclinado, hablará ... RANAS.- Brekekekex koax koax. DIONISO.- Mas, oh raza amiga del canto, cesad. RANAS.- Cantaremos, en todo caso, aún más, como cuando, en días soleados, saltábamos, a veces, entre fleos y juncias, alegrándonos con las melodías de mil chapuzones de nuestra canción, o, al huir de la lluvia de Zeus, en el fondo del agua entonábamos a coro una canción, variada, adaptada al mido de las burbujas. DIONISO.- Bre ke ke kex koax koax. (Deja escapar una ruidosa ventosidad) Esto lo tomo de vosotras. RANAS.- Terribles males, en verdad, padeceremos. DIONISO.- Y yo aún más terribles, si voy a reventar remando. RANAS.- Brekekekex koax koax. DIONISO.- Lamentaos, pues a mí nada me importa. RANAS.- Entonces, seguiremos croando, cuanto nuestra garganta resista, durante todo el dia ... DIONISO.- Brekekekex koax koax. En esto, seguro, no me venceréis. RANAS.- Ni tú a nosotras tampoco. Ni vosotras a mí, por cierto. Nunca. Pues, si es necesario, estaré croando todo el día, hasta que os venza con vuestro coax. Brekekekex koax koax. Tenía que haceros cesar en vuestro koax. CARONTE.- (A Dioniso) ¡Eh! Para, para. Retira los dos remitos. Desembarca, paga el pasaje. DIONISO.- Aquí tienes los dos óbolos. Jantias. ¿Dónde está Jantias? ¡Eh, Jantias! JANTIAS.- ¡Hola! DIONISO.- Ven aquí. JANTIAS.- Salud, amo mío. DIONISO.-¿Qué hay hacia allá? JANTIAS.- Oscuridad y cieno. DIONISO.-¿Has visto allí, en algún lugar, a los parricidas y perjuros de los que él nos hablaba. JANTIAS.- ¿Y tú no? DIONISO.- Sí, por Posidón. (Se vuelve a los espectadores). Yo sí, y también los estoy viendo ahora. Pero, iea!, ¿qué podemos hacer? JANTIAS.- Lo mejor para nosotros es seguir avanzando, ya que éste es el lugar donde decía él que estaban las terribles fieras. DIONISO.-¡Que se vaya al diablo! Fanfarroneaba para que yo sintiera miedo, porque tenía envidia, sabiendo que yo soy valiente. Pues nadie hay tan orgulloso como Heracles. Yo, en cambio, desearía encontrarme con algo y realizar un combate digno de este viaje. Episodio de la Empusa JANTIAS.- Sí, por Zeus. Y, por cierto, estoy oyendo un ruido. DIONISO.-¿En dónde? ¿En dónde es? JANTIAS.- Detrás. DIONISO.- Pasa detrás. JANTIAS.- No, es por delante. DIONISO.- Pasa, entonces, delante. JANTIAS.- De verdad, estoy viendo una fiera enorme, por Zeus. DIONISO.-¿De qué clase? JANTIAS.- Terrible. Por cierto que es de muchas formas. Unas veces es buey, ahora es un mulo, otras veces es una mujer hermosísima. DIONISO.-¿Dónde está? ¡Ea! Voy hacia ella. JANTIAS.- Mas, ya no es una mujer, sino un perro. DIONISO.- Entonces es Empusa. JANTIAS.- Al menos, todo su rostro resplandece con el fuego. DIONISO.-¿Y tiene una pierna de bronce? JANTIAS.- Sí, por Posidón. Y la otra de excrementos. Sábelo bien. DIONISO.-¿Adónde me dirigiré? JANTIAS.-¿Y yo, adónde? DIONISO.- (Dirigiéndose al sacerdote de DIONISO, que ocupa un asiento en la primera fila del teatro). Sacerdote, sálvame, para que pueda estar contigo en el banquete. JANTIAS.- Somos hombres muertos, ¡oh soberano Heracles! DIONISO.- No me llames, hombre, te lo ruego, ni pronuncies ese nombre. JANTIAS.- DIONISO, entonces. DIONISO.- Eso aún menos que lo otro. JANTIAS.- Sigue por donde vas. Aquí, aquí, amo. DIONISO.-¿Qué pasa? JANTIAS.- Ten ánimo. Todo va bien, y nos es posible decir, como Hegéloco: "Después de la tormenta, veo de nuevo la comadreja". Empusa se ha ido. DIONISO.- Júramelo. JANTIAS.- Por Zeus. DIONISO.- Júralo de nuevo. JANTIAS.- Por Zeus. DIONISO.- Júralo. JANTIAS.- Por Zeus. DIONISO.-¡Ay infeliz de mí! ¿cómo palidecí al verla? Y ése de ahí, (Señalando al sacerdote de Dioniso) de miedo, se puso rojo por ti. DIONISO.-¡Ay! ¿De dónde estos males que me asaltan? ¿A quién de los dioses haré responsable de mi muerte? "A Éter, moradita de Zeus", o "al pie del tiempo"? JANTIAS.- ¡Eh, tú! DIONISO.-¿Qué pasa? JANTIAS.-¿No has oído? DIONISO.-¿Qué? JANTIAS.- Un sonido de flautas. DIONISO.- Yo sí, y hasta mí ha llegado un perfume de antorchas, muy místico. Mas agazapándonos a un lado, escuchemos. (Se escucha a lo lejos el canto del coro de iniciados que empieza a entrar en la orquestra.) |
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La Párodo. Coro de iniciados ¡Yaco! ¡Oh, Yaco! ¡Yaco! ¡Oh, Yaco! JANTIAS.- Mi amo, éstos son aquéllos. Los iniciados, los que él nos decía, danzan allí, por alguna parte. Cantan, por cierto, a Yaco, al que cantaban por el ágora. DIONISO.- También a mí me lo parece. Por tanto, lo mejor es mantener la calma para que lo sepamos con claridad. CORO.-¡Yaco! ¡el más venerado!, que habitas en estas moradas, ¡Yaco! ¡oh, Yaco! Ven a bailar sobre esta pradera, junto a los miembros de tu santo tiaso, agitando alrededor de tu cabeza, abundante en frutos, una corona de mirtos, golpeando el suelo con atrevido pie el desenfrenado y divertido culto, que tiene el mayor número de Gracias, sagrada, santa danza para tus piadosos iniciados. JANTIAS.- ¡Oh soberana, muy venerada, hija de Deméter! ¡Qué dulce olor a carne de cerdo sopla sobre mí! DIONISO.-¿No te estarás quieto, para ver si agarras una tripa? CORO.- Mantente despierto, pues llega agitando en sus manos las resplandecientes antorchas. ¡Yaco! ¡Oh Yaco!, de la iniciación nocturna fúlgido astro. Con el fuego de las antorchas brilla la pradera; Se agita la rodilla de los ancianos, Ellos sacuden sus tristezas y los dilatados períodos de sus viejos años a causa de tu culto santo. Tú, brillando con tu antorcha, haz avanzar hacia la llanura florida, pantanosa, a la juventud, oh bienaventurado, que forma los coros. Es necesario que guarde religioso silencio y ceda el lugar a nuestros coros, el que desconozca esta clase de lenguaje o sea impuro en su espíritu, o no haya visto ni celebrado con danzas los cultos mistéricos de las nobles Musas; el que no haya sido iniciado en los usos báquicos de la lengua de Cratino el taurófago, o el que se alegra con palabras grotescas, que no vienen a cuento, o no pone fin a una revuelta enemiga ni es amable con sus conciudadanos, antes bien, atiza e incita la discordia, buscando la propia ganancia; quien, estando al frente de una ciudad azotada por las desgracias se deja sobornar o entrega una fortaleza o naves o, como Toricio, el miserable encargado de cobrar la vigésima parte, envía a Epidauro, desde Egina, mercancías prohibidas, como fundas de cuero, lino y pez; quien aconseja a cualquiera a que preste dinero para las naves de los enemigos o ensucia las imágenes de Hécate, componiendo canciones para los coros cíclicos, o el que, siendo orador, devora el sueldo de los poetas, por haber sido objeto de burla en las fiestas nacionales de Dioniso. A ésos les digo y les digo de nuevo y por tercera vez les digo, que cedan el lugar a los coros de iniciados. Y, vosotros elevad vuestro canto y celebrad nuestros cultos octurnos, los que convienen a esta fiesta. Avance ahora cada uno con resolución hacia los valles floridos de los prados, golpeando el suelo y bromeando y jugando y haciendo burlas. Hemos comido suficientemente ... En marcha y procura celebrar, cantando con tu voz, noblemente a la Salvadora, que nuestro país promete salvar para siempre, aunque un Toricio se oponga. ¡Ea!, entonad ahora otra clase de himnos en honor de la reina, que trae los frutos, la diosa Deméter, celebrándola con sacratísimas canciones. Deméter, de santos misterios soberana, preséntate y salva a tu propio coro. Que yo pueda, con total inmunidad, durante todo el día, jugar y danzar ...
Que pueda decir muchas cosas en tono de broma y cosas serias en igual cantidad, y que, después de haber jugado y bromeado, con la dignidad debida a tu fiesta, sea ceñido con las cintas del vencedor. ¡Ea! ¡Vamos! Invocad aquí también ahora con vuestros cantos al dios amable, al compañero de nuestra danza. Yaco, muy venerado, que la melodía de esta fiesta, la más dulce, descubriste, acompáñanos hasta allí, hasta el templo de la diosa, y muéstranos cómo, sin trabajo, puedes hacer un largo camino. Yaco, amigo de la danza, acompáñame. Pues tú desgarraste, por chanza y por ahorro, esta sandalita y los pobres vestidos, y hallaste un medio para que sin daño podamos jugar y danzar. Yaco, amigo de la danza, acompáñame. En efecto, mirando de reojo acabo de verle algo a una jovencita, muy hermosa, compañera de juegos, un pechito, que se había salido de de su pequeña túnica desgarrada. Yaco, amigo de la danza, acompáñame. JANTIAS.- Yo siempre estoy dispuesto a seguirte y, entre juegos, con ella quiero bailar. DIONISO.- Yo también. CORO.- ¿Queréis, ahora, que juntos nos burlemos de Arquedemo, que, cuando tenía siete años, no era aún miembro de una fratría? Ahora, en cambio, hace de demagogo entre los muertos de allá arriba, y es el más ilustre entre los malvados de allí. Y he oído que el hijo de Clístenes entre los sepulcros sus nalgas se depila y se araña la barbilla. Y se golpeaba inclinándose, y lloraba y gritaba Sebino, que es uno de Anaflisto. Se dice también que Calias aquel famoso hijo de Hipocino, cubierto con una vulva a manera de piel de león, libra una batalla naval. DIONISO.- ¿Podríais decirnos a nosotros dos dónde vive aquí Plutón? Somos dos extranjeros, que acabamos de llegar. CORO.- No vayas más lejos, ni me preguntes de nuevo, sino que sabe que has llegado hasta su misma puerta. DIONISO.-Esclavo, alza de nuevo el equipaje. JANTIAS .- ¿De qué se trata? DIONISO.-Y dale, ¿No será, que aquello de "Corinto, hijo de Zeus" se repite en el hato? CORO.- Marchad, ahora, en el círculo sagrado de la diosa, por el bosque florido, entre juegos, los que podéis participar en la fiesta, amada a los dioses. Yo, por mi parte, con estas muchachas y con las mujeres me voy adonde se celebra la velada en honor de la diosa, para llevar la antorcha sagrada. Marchemos a los prados floridos, llenos de rosas, a nuestro modo, recreándonos en el más hermoso coro, que dirigen las bienaventuradas Moiras. En efecto, para nosotros solos el sol y su alegre luz brillan, cuantos somos iniciados y tuvimos un piadoso comportamiento con los extranjeros y los conciudadanos. DIONISO.- Veamos, ¿Cómo llamaré a la puerta? ¿De qué modo? ¿Cómo llaman aquí los habitantes del lugar? JANTIAS .- No pierdas más el tiempo y golpea la puerta, a la manera de Heracles, con su figura y coraje. Episodio de Éaco DIONISO.- i Esclavo, esclavo! ÉACO.- ¿Quién es? DIONISO.- Heracles, el valeroso. ÉACO.- ¡Oh! tú, infame, sinvergüenza, atrevido, canalla, más que canalla, el más canalla de todos, que, persiguiendo, a nuestro perro Cerbero, al que yo guardaba, te lanzaste, retorciéndole el cuello, y saliste huyendo, llevándotelo. Pero ahora te tengo cogido por la cintura. Así te vigilan la piedra de corazón negro de la Éstige y el acantilado ensangrentado del Aqueronte y los perros que corren alrededor del Cocito y Equidna de cien cabezas, que te desgarrará tus entrañas; de tus pulmones se cogerá la murena tartesia y tus dos riñones ensangrentados, con tus intestinos, los destrozarán las Gorgonas titrasias, tras las que yo dirigiré mi veloz pie. JANTIAS .- ¡Eh! tú, ¿qué has hecho? DIONISO.- Me he cagado. Llama al dios. JANTIAS .-¡Grandísimo esperpento! ¿No te levantarás al punto antes de que te vea algún forastero? DIONISO.- Pero si estoy sin fuerzas. Coloca sobre mi corazón una esponja. JANTIAS .-Aquí la tienes. Aplícate1a.-¿Dónde está? ¡Oh dioses áureos! ¿Aquí tienes el corazón? DIONISO.- Temeroso, en efecto, se deslizó hasta el bajo vientre. JANTIAS .-¡Oh, tú, el más cobarde de dioses y hombres! DIONISO.-¿Yo? ¿Cómo soy cobarde yo, que te pedí una esponja? Ningún otro hombre hubiera hecho lo mismo. JANTIAS .-Pero, ¿qué dices? DIONISO.- Se hubiera quedado oliendo su propio excremento, si realmente era un cobarde. En cambio yo me levanté y, además, me limpié. JANTIAS .-Una hombrada, en verdad, ioh Posidón! DIONISO.- Así lo creo, por Zeus. ¿No te asustó el ruido de sus palabras y sus amenazas? JANTIAS .-No, por Zeus, ni siquiera me preocupé. DIONISO.- Ven, ahora, y, puesto que eres resuelto y valiente, haz mi papel, tomando esta clava y la piel de león, si, en verdad, eres de un corazón tan intrépido. Yo, a mi vez, seré para ti el portador del equipaje. JANTIAS .-¡Ea!, venga, dame al punto esas cosas. No queda sino obedecer. (Tras cambiarse) Y contempla a Heracles-Jantias, por ver si soy un cobarde y tengo, según tú, valor. DIONISO.- No, por Zeus, sino que, de verdaci, eres el pillo de Melita. ¡Ea! Ahora yo voy a levantar esos bagajes. (Sale una criada de la casa de Perséfone). Episodio de la criada CRIADA.- (A Jantias) ¿Has vuelto, oh queridísimo Heracles? Entra ahí, pues la diosa, cuando supo que habías venido, al punto mandó amasar panes, puso a cocer dos o tres ollas de trigo molido, hizo asar un buey entero y amasó pasteles y tartas. Pero entra. JANTIAS .-Muy bien, gracias CRIADA.- No, por Apolo, no permitiré que te vayas, pues ella ha cocido carne de ave, ha frito almendras y ha preparado, mezclándolo, un vino muy dulce. Vamos, entra conmigo. JANTIAS .-Gracias, eres muy gentil. CRIADA.- No digas tonterías. No te he de soltar. Además, hay dentro para ti una tocadora de flauta hermosísima y otras varias bailarinas JANTIAS .-¿Cómo dices? ¿Bailarinas? CRIADA.- Que están en la flor de la juventud y recién depiladas. Pero entra, pues el cocinero fue a retirar ya del fuego los trozos de pescado y la mesa está preparada. JANTIAS .-Vete ahora y dile en seguida a las bailarinas que están dentro que yo, en persona, entraré. (A Dioniso) Esclavo, sígueme hasta allí con el equipaje. DIONISO.- iEh! tú, detente. ¿No lo harás en serio, porque, de broma, te disfracé de Heracles? No seas tonto, Jantias, sino que, levantando los bagajes, cárgatelos de nuevo. JANTIAS .-¿Qué sucede? ¿No estarás pensando quizá quitarme lo que tú mismo me diste? DIONISO.- No rápidamente, sino que lo hago ya. Quítate la piel. JANTIAS .-Yo pongo por testigo estas cosas y me someto al arbitraje de los dioses. DIONISO.-¿De qué dioses? El que tú pienses que puedes ser hijo de Alcmena, siendo esclavo y mortal, ¿no es una insensatez y una necedad? JANTIAS .-No te preocupes, muy bien. Coge esas cosas. Quizá algún día me necesitarás, si un dios lo quiere. CORO.- Estas cosas son propias de un hombre que tiene juicio y conocimiento y que ha navegado mucho, situarse siempre a sí mismo sobre el costado del barco menos sumergido, más que, como una figura pintada, mantenerse de pie, conservando una sola postura. El volverse hacia el lado más agradable es propio de un hombre hábil, por naturaleza, como Teramenes. DIONISO.- ¿No sería ridículo, si Jantias, siendo un esclavo, en tapices milesios extendido, besando a una bailarina, me pidiera luego un orinal, y que yo, contemplándolo, me acariciara el miembro, y que éste, puesto que es un bribón, me viera y, golpeándome con el puño, me hiciera saltar de la mandíbula los dientes de la fila delantera.
Episodio de las despenseras DESPENSERA A.- (Señalando a Dioniso, de nuevo disfrazado de Heracles) Platane, Platane, ven aquí. Ése de ahí es el bribón, que, entrando una vez en nuestra despensa, se nos comió dieciséis panes ... DESPENSERA B.- Sí, por Zeus, es, en verdad, aquél mismo. JANTIAS.- (Aparte) A alguien le llega un mal. DESPENSERA A....y, además de eso, veinte trozos de carne cocida, de medio óbolo cada uno ... JANTIAS.- (Aparte) Alguien la va a pagar. DESPENSERA A.- ...y la mayor parte de los ajos. DIONISO.- Dices tonterías, mujer, y no sabes lo que dices. DESPENSERA A.- Esperabas que yo, porque llevas coturnos, no te iba ya a reconocer. ¿Y qué más? Todavía no he mencionado la gran cantidad de pescado en salazón. DESPENSERA B.- No, por Zeus, ni el queso fresco, pobrecita, que éste se comía con sus cestas. DESPENSERA A.- Más tarde, mientras le reclamaba el dinero, me lanzó una mirada terrible y comenzaba a mugir ... JANTIAS.- Es obra muy propia de éste. Éste es su comportamiento en todas partes. DESPENSERA A.- ...y desenvainaba la espada, dando la sensación de que estaba loco. DESPENSERA B.- Sí, por Zeus, desgraciada. DESPENSERA A.- Y nosotras dos, todavía asustadas, subimos de un salto al piso alto y él, arrojándose fuera, se marchaba con las esteras. JANTIAS.- Eso es obra de éste. DESPENSERA A.- Mas se debería hacer algo. Anda, llama a mi patrono Cleón ... DESPENSERA B.- Y tú al mío, a Hipérbolo, si es que lo encuentras. DESPENSERA A.- ...p ara que lo machaquemos. ¡Maldito gaznate!, en verdad que con gusto te rompería con una piedra las muelas, con las que te comiste mis provisiones. JANTIAS.- Yo te arrojaría al báratro. DESPENSERA B.- Y yo te cortaría con una hoz la garganta, con la que te tragaste mis tripas. DESPENSERA A.- Pero voy en busca de Cleón, para que, citándote a Juicio, solucione esto hoy mismo. (Se van las despenseras) DIONISO.- ¡Que yo muera de la peor manera posible, si no amo a Jantias! JANTIAS.- Conozco, conozco tus intenciones. Para, para de hablar. No haré de nuevo de Heracles. DIONISO.- No hables así, querido Jantias. JANTIAS.-¿Y cómo podría yo ser hijo de Alcmena, siendo a la vez esclavo y mortal? DIONISO.- Sé, sé que estas enfadado, y que con toda justicia obras así, y, aunque me golpearas, no te contestaría. Mas, si en el futuro, te vuelvo a quitar alguna vez el disfraz, que perezca yo de la peor manera posible, con toda mi familia, mi mujer, mis queridos hijos y el legañoso de Arquedemo. Tomo tu juramento y bajo esas condiciones acepto. CORO.- Ahora te toca, tras haber cogido el ropaje, que llevabas desde el principio, rejuvenecer de nuevo tú espíritu y mirar otra vez torvamente, recordando al dios, al que tú mismo representas. Pero, si eres sorprendido, diciendo tonterias, o sueltas alguna blandenguería de nuevo será necesario que tú cargues con el equipaje otra vez. JANTIAS.- No me aconsejáis mal, amigos, pero eso, casualmente, ya lo había pensado yo mismo hace un momento. Pero éste, si sucede algo favorable, intentará quitarme de nuevo esas cosas. Lo sé muy bien. Sin embargo, yo me mostraré valiente en mi espíritu y de mirada avinagrada. Es necesario, parece, pues oigo el ruido de la puerta. (Entra Éaco con dos esclavos) ÉACO.- Atad al punto a ese ladrón de perros, para que sea castigado. Hacedlo vosotros dos. DIONISO.- (Aparte) Alguno lo va a pasar mal. JANTIAS.-¿No os iréis a los cuervos? Vosotros dos no os acerquéis. ÉACO.-¿Qué?, ¿te resistes? Ditilas, Esceblias y Pardocas venid aquí y luchad con éste hombre. DIONISO.-¿Y no es indignante, que éste intente pegar a la gente, cuando roba, además, la ropa de los otros? ÉACO.-Más bien, extraordinario. DIONISO.-Insufrible, en efecto, e intolerable. JANTIAS.-Pues bien, por Zeus, si he venido alguna vez aquí, que me muera, o si he robado alguno de tus bienes por valor de un cabello. Yo me portaré muy noblemente contigo. En efecto, castiga, cogiéndolo, a ese esclavo mío, y si consigues probar que he faltado alguna vez, llevándome, ejecútame. ÉACO.-¿Y cómo lo someteré a la prueba? JANTIAS.-De todas las maneras. Atándolo a una escalera, colgándolo, azotándolo con un erizo, desollándolo, atornillándolo, echando, además, vinagre en sus narices, cargándolo con ladrillos y todos los otros castigos, pero no golpees a éste con ajo ni con puerro verde. ÉACO.-Justo discurso. Y por si te lesiono en algo a tu esclavo, al golpearlo, habrá depositado para ti un dinero. JANTIAS.-Para mí, al menos, no lo deposites. De ese modo, llevándotelo, somételo a prueba. ÉACO.-Aquí, por cierto, para que declare ante tus ojos. (A Dioniso) Tú, deposita en el suelo rápidamente los bagajes y cuídate de no decir aquí ninguna mentira. DIONISO.- Prohíbo a cualquiera que me someta a prueba, pues soy inmortal. Y, si no, yo mismo te acusaré a ti. ÉACO.-¿Qué dices? DIONISO.- Afirmo que soy inmortal, Dioniso, hijo de Zeus, y que éste es mi esclavo. ÉACO.- (A Jantias) ¿Oyes eso? JANTIAS.-Yo digo que sí, y, por ello, ha de ser azotado mucho más, pues, si es un dios, no sentirá nada. DIONISO.- (A Jantias) ¿Y por qué, puesto que tú afirmas ser un dios, no recibes los mismos golpes que yo? JANTIAS.- Tienes razón. A aquél de nosotros dos que veas que llora antes o que note algo, al ser castigado, piensa que ése no es un dios. ÉACO.- (A Jantias) No se puede decir que no eres un hombre generoso. Tú vas, en verdad, hacia lo que es justo. Desnudaos ahora mismo. Episodio de los golpes JANTIAS.-¿Cómo, entonces, nos probarás a los dos con justicia? ÉACO.-Sin dificultad. Un golpe alternativamente a cada uno. JANTIAS.-Hablas muy bien. Aquí estoy. (Éaco le pega). Observa ahora por si ves que me muevo. ÉACO.-¿Te he pegado ya? JANTIAS.-No, por Zeus, no me lo parece en absoluto. ÉACO.- Pues me voy a éste de aquí y le golpearé. (Golpea a Dioniso). DIONISO.- ¿Cuándo? ÉACO.- También te he golpeado ya. DIONISO.-¿Mas, cómo que ni siquiera estornudé? ÉACO.- No lo sé. De nuevo lo intentaré con éste de aquí. (Golpea a Jantias). JANTIAS.-¿No lo harás de una vez? (Lo golpea de nuevo). iOooooh! ÉACO.-¿Qué es ese oooooh? ¿No será que te duele? JANTIAS.-No, por Zeus, sino que pensé en las fiestas en honor de Heracles, las celebradas en Diomias. ÉACO.-¡El santo varón! De nuevo hay que ir allí. (Golpea a Dioniso). DIONISO.-¡Oh!, ¡Oh! ÉACO.-¡¿Qué es? DIONISO.-¿Veo unos caballeros. ÉACO.-¡Pues, ¿por qué lloras? DIONISO.-¿Estoy oliendo a cebollas. ÉACO.-¡¿Porque no sientes nada, verdad? DIONISO.-¿Nada me importa ÉACO.-¡Entonces, hay que ir de nuevo a éste de aquí. (Golpea a Jantias). JANTIAS.-¡Ay de mí! ÉACO.-¡¿Qué ocurre? JANTIAS.- (Levantando el pie) La espina, sácamela. ÉACO.-¿Qué historia es ésa? De nuevo hay que ir allí. DIONISO.- ¡Apolo!, que de alguna manera tienes a Delos o a Pitón. JANTIAS.- Se ha quejado. ¿No lo escuchaste? DIONISO.- Al menos yo, no, pues estaba recordando un yambo de Hiponacte. JANTIAS.- En efecto, no estás haciendo nada. Mas, pégale en los costados. ÉACO.-¡No, por Zeus, sino que ahora (a Dioniso) pon el vientre. (Le pega). DIONISO.- ¡Posidón!. JANTIAS.- Alguien se ha quejado. DIONISO.-¿...q ue gobiernas poderoso sobre el promontorio del Egeo o en los abismos del cerúleo mar. ÉACO.-¡Pues bien, por Deméter, yo no puedo saber quién de vosotros dos es un dios. Mas, entrad. El amo mismo, sin duda, y Perséfone os reconocerán, puesto que también ellos dos son dioses. DIONISO.-¿Hablas muy bien. Y hubiera querido que tú hubieras pensado en eso antes de haber recibido yo los golpes. |
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La Parábasis (Oda) CORO.- Musa, entra en los sagrados coros y ven para placer de mi canto, para contemplar a esta multitud de gente, donde sabidurías innumerables se asientan más dignos de honra que Cleofonte, sobre cuyos locuaces labios, brama terriblemente una golondrina tracia, sentada sobre un pétalo bárbaro. y gorjea un lastimero canto de ruiseñor, porque va a morir, aunque los votos resulten igualados.
(Epirrema) Es justo que el coro sagrado aconseje y enseñe a la ciudad cosas útiles. En primer lugar, sin duda, nos parece que hace falta hacer iguales a los ciudadanos y poner fin a sus temores. Y si alguno ha fallado en algo, engañado por los artificios de Frínico, afirmo que es preciso permitir a los que alguna vez han cometido una falta, tras explicar el por qué, liberarse de sus errores pasados. Después afirmo que es preciso que no haya nadie en la ciudad privado de sus derechos. Pues, en verdad, es vergonzoso que los que han participado en una batalla naval, como también los platenses, al punto sean amos en lugar de esclavos. Y yo, al menos, no podría decir que esas cosas no estén bien, sino que las alabo. Pues únicamente hicisteis éstas cosas con sensatez. Pero, además, es justo que vosotros a éstos y a sus padres, que con vosotros muchas veces pelearon en el mar y están unidos a vosotros por el linaje, les perdonéis ese único suceso, si os lo piden. Mas, dejando a un lado vuestra cólera, ioh los más sabios por naturaleza!, hagamos voluntariamente a todos los hombres parientes nuestros, de iguales derechos y ciudadanos; a cualquiera que haya combatido con nosotros en el mar. Si en esto nos hacemos engreídos y nos vanagloriamos, cuando tenemos a la ciudad en los brazos de las olas, alguna vez en el futuro, podrá parecer, de nuevo, que no somos sensatos.
(Antoda) Pero, si yo soy hábil para conocer la vida y el carácter de un hombre que, después, acabará gimiendo, tampoco este mono, que ahora nos molesta, el pequeño Clígenes, el peor patrón de baños de cuantos dominan el manejo de las falsas sosas, mezclándolas con cenizas, y la tierra cimolia, vivirá largo tiempo. Pues, al ver estas cosas, no está en paz, por miedo a ser despojado, en algún momento, de sus vestidos, mientras está bebido, al ir paseando sin su bastón.
(Antepirrema) Con frecuencia nos parece que a la ciudad le pasa con nuestros mejores ciudadanos lo mismo que con la moneda antigua y el oro nuevo. En efecto, de éstas monedas, que no son falsas, sino las más bellas de todas las monedas, según parece, y las únicas que están bien acuñadas y son de mejor sonido, entre los griegos y los bárbaros, en todas partes, de ésas no hacemos uso alguno, pero sí de estas detestables piezas de cobre, acuñadas ayer o anteayer con pésimo cuño. Del mismo modo, de los ciudadanos, aquéllos que sabemos que son personas nobles y prudentes, justas y honradas, educadas en la palestra, en los coros y en la música, los expulsamos. En cambio, utilizamos, para todo, las piezas de cobre, a los extranjeros, a los cabezas rojas, a los malvados y a los nacidos de malvados, a los recién llegados, a los que la ciudad, antes, ni siquiera hubiera utilizado, fácilmente y al azar, como víctimas expiatorias. Mas también ahora, ioh insensatos!, modificando vuestras costumbres, utilizad de nuevo a los mejores, pues si tenéis éxito, seréis elogiados, y si os equivocáis en algo, a los sabios parecerá que, si algo padecéis, al menos lo padecéis ciertamente desde un árboldigno. (Jantias sale de la casa con un servidor de Plutón) |
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Segundo prólogo SERVIDOR.- Sí, por Zeus Salvador, tu amo es un hombre noble. JANTIAS.- ¿Cómo no iba a ser noble, quien sólo sabe beber y hacer el amor? SERVIDOR.-¡Que no te haya castigado, después de haberse demostrado claramente que, siendo un esclavo, andabas diciendo que eras un amo! JANTIAS.- En verdad que lo hubiera lamentado. SERVIDOR.- Sin embargo, con franqueza, has hecho exactamente eso que es propio de un esclavo, y que yo, cuando lo hago, me divierto. JANTIAS.-¿Te diviertes? Te lo suplico, explícamelo. SERVIDOR.- Más aún, me parece que estoy en el grado más elevado de la iniciación mistérica, cuando, en secreto, puedo hablar mal de mi amo. JANTIAS.-¿Y qué pasa, cuando, murmurando, tras haber recibido muchos golpes, te sales fuera de la casa. SERVIDOR.- También eso me encanta. JANTIAS.-¿Y qué cuando metes las narices en todo? SERVIDOR.-¡Por Zeus, que no conozco nada igual! JANTIAS.- ¡Oh Zeus, protector de mi raza! ¿Y cuando escuchas a los amos las cosas que hablan? SERVIDOR.- No me digas. Me pongo más que loco. JANTIAS.-¿Y qué cuando le cuentas esas cosas a los de fuera? SERVIDOR.-¿Yo? No, por Zeus, pero cuando lo hago, también creo morir de placer. JANTIAS.- ¡Oh, Febo Apolo!, dame tu mano, y déjate besar y bésame ...y dime, en nombre de Zeus, que es nuestro protector de bribones. ¿Qué es ese ruido de ahí dentro, y los gritos y altercados? SERVIDOR.- Es cosa de Esquilo y Eurípides. JANTIAS.- ¡Ah! SERVIDOR.- Se ha suscitado una contienda, una gran contienda, grande entre los muertos y una total revolución. JANTIAS.-¿Por qué? SERVIDOR.- Hay aquí establecida una ley relativa a las artes, las que son mayores e importantes, según la cual el que es mejor entre sus compañeros de profesión, recibe su manutención en el pritaneo y un trono junto a Plutón. JANTIAS.- Entiendo. SERVIDOR.- Hasta que llega algún otro más hábil en su profesión que él.Entonces, debe cederle el puesto. JANTIAS.-¿Por qué ha perturbado eso a Esquilo? SERVIDOR.- El tenía el trono de los trágicos, ya que era el mejor en esearte. JANTIAS.- Y ahora, ¿quién es? SERVIDOR.- Cuando bajó Eurípides, comenzó a enseñar sus dotes oratorias a los rateros, a los cortadores de bolsas, a los parricidas y a los rompedores de paredes, de los que en el Hades existe una multitud, los cuales, al escuchar sus controversias, sus vueltas y revueltas y sus estrofas, enloquecieron y lo consideraron el más sabio. A continuación, enaltecido, ocupó el trono, donde Esquilo se sentaba. JANTIAS.-¿Y no fue dilapidado? SERVIDOR.- No, por Zeus, sino que la multitud gritaba que se hiciera un juicio sobre cuál de los dos era el más sabio en su arte. JANTIAS.-¿La multitud de bribones? SERVIDOR.- Sí, por Zeus, un clamor tan grande que subía al cielo. JANTIAS.-¿No había con Esquilo otros que lo defendieran? SERVIDOR.- Lo bueno es escaso, (Señalando a los espectadores) como aquí. JANTIAS.-¿Qué se dispone a hacer Plutón? SERVIDOR.- Hacer, al punto, un agón, un juicio y una prueba del arte de los dos. JANTIAS.-¿Y cómo Sófocles no había tratado de conseguir el trono? SERVIDOR.- No, por Zeus, él no; más bien, besó a Esquilo, cuando bajó, le tendió la mano y él le cedió el trono. Ahora, iba, como dice Clidemides, a sentarse colocado en la reserva. Y, si Esquilo vence, se quedará en su sitio, pero si no lo hace, afirmaba que combatirá con Eurípides, desde luego, por el arte. JANTIAS.-¿Tendrá lugar, entonces, el enfrentamiento? SERVIDOR.- Sí, por Zeus, dentro de poco. Y aquí se desarrollarán cosas admirables. En efecto, la poesía será pesada con una balanza ... JANTIAS.-¿Qué? Intentarán pesar la tragedia sisando? SERVIDOR.-...y traerán reglas y varas de medir los versos y moldes cuadriláteros. JANTIAS.-¿Entonces es que van a hacer ladrillos? SERVIDOR.-...y diámetros y cuñas. Pues Eurípides afirma que, verso a verso, va a someter a prueba a la tragedia. JANTIAS.- De seguro, creo que Esquilo, de alguna manera, lo está pasando muy mal. SERVIDOR.- En verdad lanzó una mirada de toro, inclinándose hacia bajo. JANTIAS.-¿Quién juzgará esto? SERVIDOR.- Eso era lo difícil, pues los dos se han encontrado con escasez de hombres sabios. En efecto, ni Esquilo se llevaba bien con los atenienses ... JANTIAS.- Probablemente pensaba que los ladrones eran muchos. SERVIDOR.- ...y al resto lo creía tonto para juzgar el ingenio de los poetas. Luego se dirigieron a tu amo, puesto que era un experto en el arte. Mas entremos. Pues, cuando los amos están preocupados por algo, para nosotros surgen lamentos CORO.- En verdad y de alguna manera, el poeta de voz tonante sentirá dentro de sí una terrible cólera, cuando vea a su rival afilando el diente de aguda palabra. Entonces a causa de una terrible locura sus ojos darán vueltas. Tendrán lugar combates impetuosos de discursos empenachados y sutilezas de artificios, zumbando como un eje, cuando el hombre, artífice de cinceladores, se defienda de las palabras audaces del varón, constructor de pensamientos. Erizando las crines, que cubren su velludo cuello, de su melena natural, frunciendo terriblemente el entrecejo, rugiendo, lanzará palabras atrevidas, arrancándolas a manera de tablones con su aliento de gigante. De la otra parte, una lengua artesana de palabras, probadora de versos, insinuante, que, desarrollándose y agitando los frenos de la envidia, dividiendo las palabras, destruirá con sus sutilezas el tremendo esfuerzo de sus pulmones. |
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Episodio preagonal EURÍPIDES.- No dejaré el trono, no me des consejos. Pues afirmo que soy superior a éste en este arte. DIONISO.- Esquilo, ¿por qué guardas silencio? ¿Oyes sus palabras? EURÍPIDES.- Al principio adoptará una postura solemne, como precisamente lo hacía en cada una de sus tragedias, mintiendo jactanciosamente. DIONISO.- iOh, diantre de hombre! No digas cosas demasiado arrogantes. EURÍPIDES.- Yo conozco y hace tiempo que he examinado a este hombre, artífice de caracteres feroces, de audaz lenguaje, con boca sin freno, incontrolable, sin barreras, invencible en el parloteo, chapucero de palabras pomposas. ESQUILO.- ¿De verdad, oh hijo de la diosa campesina? ¿A mí esas cosas tú, oh coleccionista de parloteos, poeta de mendigos y remendón de andrajos? Mas no te alegrarás diciendo esas cosas. DIONISO.-Detente, Esquilo y no enciendas, encolerizadamente, tus entrañas con la ira. ESQUILO.- De seguro que no antes de haber mostrado con claridad cómo es de insolente ese poeta de cojos. DIONISO.-Traed esclavos un cordero, un cordero negro. Pues se dispone a estallar una tormenta. ESQUILO.- ¡Oh, tú, coleccionador de monodias cretenses, que introduces en tu arte matrimonios incestuosos ... ! DIONISO.-¡Alto ahí, tú, oh muy venerado Esquilo! De esta granizada, ioh pobre Eurípides!, huye lejos, si eres prudente, para que, golpeándote encolerizado la sien con una palabra capital, no vaya a derramar tu Télefo. Y tú, no con ira, sino con calma, refútale y déjate refutar. No es conveniente que los poetas se injurien como panaderas. Tú gritas, en seguida, como una encina encendida. EURÍPIDES.- Yo, al menos, estoy dispuesto y no me retiro, a morder y ser mordido el primero, si a ése le parece, en lo relativo a los diálogos, las partes líricas, los nervios de la tragedia y, por Zeus, en lo relativo a Peleo, Eolo, Meleagro y, más aún, Télefo. DIONISO.-¡Y tú ¿qué piensas hacer? Habla, Esquilo. ESQUILO.- Yo no quisiera discutir aquí, pues el enfrentamiento no es igual para los dos. DIONISO.-¡¿Por qué? ESQUILO.- Porque mi poesía no ha muerto conmigo, en cambio la de éste ha muerto con él, de forma que podrá recitarla. Sin embargo, puesto que a ti te parece, preciso es hacer estas cosas. DIONISO.-Ea, pues, que alguien me traiga incienso y fuego, para que pueda orar antes de vuestros sutiles discursos, para juzgar este debate lo más acertadamente posible. Vosotros, (al coro) entonad un himno a las Musas. CORO.- iOh!, vosotras, las nueve vírgenes, hijas de Zeus, santas Musas, que observáis desde lo alto las mentes sutiles e ingeniosas de hombres acuñadores de pensamientos, cuando entren en la discusión, respondiéndose con recursos torcidos y muy cuidados. Venid a contemplar la fuerza de estas dos bocas tan hábiles para inventar palabras grandiosas y virutas de versos. El gran debate de ingenio se va a poner en marcha ahora mismo. DIONISO.-Orad también vosotros dos antes de recitar vuestros versos. ESQUILO.- Deméter, que has alimentado mi espíritu, haz que yo sea digno de tus misterios. DIONISO.-Tomándolo, pon, también tú, incienso sobre el fuego. EURÍPIDES.- No, gracias. Otros son los dioses a los que yo elevo mis plegarias. DIONISO.-¿Tuyos particulares y de nuevo cuño? EURÍPIDES.- Ciertamente. DIONISO.-Ea, pues, invoca a tus dioses particulares. EURÍPIDES.- Éter, mi alimento, y eje de mi lengua y entendimiento y narices husmeadoras, haced que yo sea capaz de refutar adecuadamente los razonamientos que trabe. |
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El llamado agón epirremático Oda CORO.- También nosotros deseamos escuchar de los dos hombres sabios, qué método de razonamiento, contra el enemigo, vais a adoptar. En efecto, la lengua está enfurecida, y vuestro corazón, el de los dos, no es tímido, y no carecen de agilidad vuestros espíritus. Por ello, es natural esperar que el uno recite algo pulido y limado, y que el otro, arrancando con sus propias raíces las palabras, atacando, esparza al viento muchos caracoleos de palabras. Katakeleusmós Mas, cuanto antes, es preciso hablar. Pero de forma que os expreséis con elegancia, y sin imágenes ni como otro hablaría. Epirrema EURÍPIDES.- Pues bien, de mi mismo y de lo que soy capaz en poesía, hablaré luego. En primer lugar, intentaré probar que éste era un charlatán y un mentiroso, y cómo engañaba a los espectadores, tomándolos por necios, educados en la escuela de Frínico. En efecto, al principio, hacía sentarse a un personaje cualquiera, cubierto, a un Aquiles, a una Níobe, sin mostrar su rostro, comparsa de la tragedia, que no murmuraban ni esto así. DIONISO.- No, por Zeus, nada en absoluto. EURÍPIDES.- El coro empujaba una a una cuatro series de cantos sin interrupción. Y ellos callaban. DIONISO.-Yo disfrutaba con su silencio, y me gustaba eso no menos que los charlatanes de ahora. EURÍPIDES.- Porque eras un necio, entérate bien. DIONISO.-También a mí me lo parece. ¿Por qué hacía esas cosas este individuo? EURÍPIDES.- Por fanfarronería, para que el espectador esperase sentado a que Níobe dijera algo. Y el drama seguía avanzando. DIONISO.-iOh, el malvado! ¡Cómo me dejaba engañar por él! (A Esquilo) Por qué te estiras e impacientas? EURÍPIDES.- Porque lo refuto. Y después, tras decir esas tonterías, y cuando el drama estaba ya en la mitad, soltaba una docena de palabras grandes como bueyes, con entrecejo y penachos, especie de terribles esperpentos, desconocidas para los espectadores. ESQUILO.-¡Ay de mí, desgraciado! DIONISO.-Calla. EURÍPIDES.- Pero, no decía ni una sola cosa clara ... DIONISO.- (A Esquilo) No hagas crujir los dientes. EURÍPIDES.-... sino, o Escamandros o fosas, o águilas-grifos de bronce sobre los escudos, y palabras altisonantes, que no eran fáciles de comprender. DIONISO.-Sí, por los dioses, yo ya una vez, hace mucho tiempo, me pasé despierto una noche, tratando de averiguar qué pájaro era el equigallo amarillo. ESQUILO.-¡Estaba grabado, ¡oh ignorantísimo!, como emblema en las naves. DIONISO.-¡Y yo que creía que era Erixis, hijo de Filóxeno! EURÍPIDES.- Además, ¿era necesario sacar también un gallo en las tragedias? ESQUILO.-¡Y tú, aborrecido por los dioses, ¿qué clase de cosas argüías? EURÍPIDES.- Ni equigallos, por Zeus, ni hircociervos, como tú, los que se representan en los tapices persas, sino que, desde el mismo momento que recibí de ti el arte de la tragedia, hinchada con términos jactanciosos y palabras pesadas, antes de todo, la hice adelgazar y le quité peso con epilios, digresiones y acelgas blancas, administrándole jugo de parloteos que extraía de los libros. Luego la alimentaba con monodias, metiendo a Cefisofonte. En fin, no decía necedades al azar ni lo embrollaba todo, según se me iba ocurriendo, sino que el que salía primero a escena exponía, al punto, en mi nombre, el origen del drama. DIONISO.-En efecto, para ti, por Zeus, era mejor ése que el tuyo. EURÍPIDES.- Después, desde los primeros versos, no dejaba nada sin acción, sino que me hablaban la mujer, el esclavo, igualmente, el amo, la doncella y la vieja. ESQUILO.-Por tanto, ¿no hubiera sido necesario que tu hubieras muerto por tu atrevimiento? EURÍPIDES.- No, por Apolo, pues hacía esas cosas democráticamente. DIONISO.-¡Deja eso, amigo, pues una digresión sobre ese tema, precisamente, no es lo mejor para ti. EURÍPIDES.- Después enseñé a ésos de ahí a hablar ... ESQUILO.-También yo lo afirmo. En efecto, ¡Ojalá que te hubieras partido por la mitad antes de haberles enseñado esas cosas! EURÍPIDES.-... los usos de reglas delicadas y medidas de versos en ángulo, a discurrir, ver, entender, amar el cambio, a intrigar, a sospechar el mal, a pensar en torno a todo ... ESQUILO.-También yo lo reconozco. EURÍPIDES.- Llevando a la escena los asuntos cotidianos, los que usamos y con los que tenemos trato, por los que, por cierto, podría haber sido criticado, pues éstos, por conocerlos, serían capaces de criticar mi arte. En cambio, no hacía uso de un estilo pomposo, apartándome de la prudencia, ni los asusté, creando Cicnos y Mernnones, conductores de corceles con testeras llenas de campanillas. Y vas a conocer los discípulos de cada uno de los dos, los de éste y los míos. Los de éste: Formisio y Megeneto el Manes, gentes con trompetas, lanzas y barbas, sarcásticos dobladores de pinos; los míos: Clitofonte y Terámenes, el elegante. DIONISO.- ¿Terámenes? Verdaderamente un hombre inteligente y hábil para todo. El cual, en el caso de que caiga en algunos males o se encuentre cerca, termina lejos de los mismos, como un hombre no de Quíos, sino de Ceos. |
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Pnigos EURÍPIDES.- En verdad yo he inducido a éstos a pensar en tales cosas, introduciendo en mi arte la racionalidad y la observación científica, de modo que ahora entienden y distinguen todas las cosas; las demás cosas y sus casas las administran y las controlan mejor que antes: ¿Cómo va esto? ¿Dónde, dime, está esto? ¿Quién cogió eso? DIONISO.- Sí, por los dioses, ahora, en efecto, todo ateniense, cuando entra en casa grita a los criados e investiga: ¿Dónde está la olla? ¿Quién se ha comido la cabeza del boquerón? ¿Ha desaparecido mi fuente del año pasado? ¿Dónde esta el ajo de ayer? ¿Quién ha mordisqueado la aceituna? Hasta entonces, como estúpidos, permanecían con la boca abierta, tontísimos e imbéciles. Antoda CORO.- Estás viendo estas cosas, ilustre Aquiles. Y tú, veamos, ¿qué podrás decir a esto? Procura sólo que, la pasión con el arrebato, no te vaya a llevar fuera de los olivos; en efecto, te ha acusado de cosas terribles. Pero, ioh noble espíritu!, mira de no contestar con ira, sino que, recogiendo las velas y, sirviéndote sólo de los extremos, las irás dejando luego poco a poco, y estarás en guardia, hasta que consigas un viento suave y apacible. Antikatakeleusmós Mas, ¡oh primero de los griegos en construir palabras solemnes y en adornar el estilo trágico!, deja correr animoso tu fuente. Antepirrema ESQUILO.- Me enfurece este encuentro y mis entrañas se irritan, si tengo que contestar a éste; pero, para que no diga que me pone en aprieto ..., contéstame, ¿por qué se debe admirar a un poeta? EURÍPIDES.- Por su inteligencia y sus consejos, porque hacemos mejores a los hombres en las ciudades. ESQUILO.- Entonces, si no has hecho eso, sino que de buenos y nobles los convertiste en los peores, ¿de qué castigo dirás que eres digno? DIONISO.- De morir. No le preguntes a ése. ESQUILO.- Examina, pues, ahora cómo los recibió de mí al principio, si eran nobles y de elevada estatura, y no ciudadanos, que no quieren contribuir a las cargas del Estado, ni charlatanes ni estafadores, como los de ahora, ni bribones, sino apasionados por las lanzas y las picas y los cascos de blanca cimera y los yelmos y las grebas, y corazones de siete pieles de buey. EURÍPIDES.- Y.,- sin duda, avanza ese mal. De nuevo me aplastará construyendo yelmos. DIONISO.- Y, tú, ¿haciendo qué cosa los representaste tan nobles? Esquilo, habla, y no te irrites osadamente poniéndote altanero. ESQUILO.- Componiendo un drama lleno de Ares. DIONISO.- Cuál? ESQUILO.-¿"Los siete contra Tebas". Todo hombre que lo contemplaba deseaba vivamente ser un guerrero. DIONISO.- Ese es el mal que tú has realizado. Pues has hecho a los tebanos más valientes para la guerra y, por eso, recibe un golpe (Hace el gesto de golpear a Esquilo). ESQUILO.- Mas, a vosotros os estaba permitido ejercitar esas cosas, pero a eso no le prestasteis atención alguna. Luego, después de eso, poniendo en escena "Los persas", intenté enseñaros a desear con ardor vencer siempre a los enemigos, al celebrar una hazaña hermosísima. DIONISO.- En efecto, me alegré cuando te lamentaste, hijo de Darío muerto, en cambio, el coro al punto, chocando así las manos, exclamó: "¡ay! ¡ay! ESQUILO.- En efecto, esas son las cosas que los poetas deben tratar. Examina, pues, cuán útiles, desde el principio, han sido los más nobles de los poetas. Así Orfeo nos enseñó los misterios y a evitar los homicidios; Museo los remedios a las enfermedades y los oráculos; Hesíodo el laboreo de la tierra y las estaciones de los frutos y las cosechas. Y el divino Homero, ¿cómo consiguió el honor y la gloria, sino porque enseñó cosas útiles, como el orden de las batallas, las virtudes de la guerra y el arte de ponerse las armas los hombres? DIONISO.- Sin embargo, no pudo enseñar a Pantaclés, el más necio. En efecto, recientemente, cuando marchaba en una procesión, habiéndose atado primero el casco, intentaba atarse la cimera. ESQUILO.- En cambio, sí a otros muchos valientes, entre los que estaba el héroe Lámaco. Mi genio, inspirándose en él, compuso muchas hazañas valerosas de Patroclos, Teucros, bravos como leones, para animar al ciudadano a rivalizar con ésos, cada vez que escuche la trompeta. Pero, por Zeus, yo no puse sobre la escena a Fedras prostituidas ni a Estenebeas, y nadie conoce a mujer alguna, a la que yo haya representado, alguna vez, enamorada. EURÍPIDES.- No, por Zeus, en ti no había nada de Afrodita. ESQUILO.- Ni ojalá lo haya nunca. En cambio, sobre ti y sobre los tuyos se asentaba a lo largo y a lo ancho, de tal forma que a ti mismo, en efecto, te dominó.. DIONISO.- Sí, por Zeus, eso es así. Pues, con las cosas con las que tú criticabas a las mujeres de los demás, con ésas fuiste tú mismo golpeado. EURÍPIDES.-¿Y qué mal hacen, oh el más miserable de los hombres, a la ciudad mis Estenebeas? ESQUILO.- Porque a esposas nobles de maridos nobles las arrastraste a beber la cicuta, avergonzadas por tus Belerofontes. EURÍPIDES.-¿Acaso no era verdad aquella historia que compuse sobre Fedra? ESQUILO.- Sí, por Zeus, era verdadera. Sin embargo es preciso que el poeta oculte el vicio y no lo saque a la luz ni lo ponga en escena. Pues a los pequeños es el maestro quien los educa, pero a los jóvenes son los poetas. En efecto, es absolutamente necesario que nosotros digamos cosas útiles. EURÍPIDES.-Entonces, cuando tú nos hablas de Licabetos y de las grandezas de Parnasos, ¿es eso enseñar cosas útiles, tú, que debías expresarte de manera humana? ESQUILO.- Pero, ¡oh desgraciado!, para sentencias y pensamientos grandes es preciso crear palabras equivalentes. Y, además, es natural que los semidioses usen expresiones más elevadas, pues también usan vestidos mucho más ostentosos que los nuestros. Habiendo hecho yo de la escena algo útil, tú la degradaste. EURÍPIDES.-¿Haciendo qué? ESQUILO.- En primer lugar, vistiendo con andrajos a los reyes, para que fueran dignos de compasión para los hombres. EURÍPIDES.-Haciendo eso, ¿qué mal cometí? ESQUILO.- Por causa de esas cosas ningún hombre rico quiere ser trierarca, sino que, cubriéndose de harapos, gime y dice que es pobre. DIONISO.- Sí, por Deméter, con una túnica de espesa lana debajo. Y, si logra engañaros, diciendo esas cosas, aparece después en el mercado de pescado. ESQUILO.- Además, tú les enseñaste a cultivar la charlatanería y el parloteo, que ha dejado vacías las palestras y endurecido los traseros de los jóvenes charlatanes e inducido a los marineros de la Páralos a contestar a sus jefes. Sin embargo, en otro tiempo, cuando yo vivía, no sabían sino reclamar el pan y decir: "Ripapai". DIONISO.- Sí, por Apolo, y soltar una ventosidad en la boca del talamita, embadurnar a su compañero y, al desembarcar, despojar a alguien de su vestido. Ahora, en cambio, contesta y no quiere remar. Y el barco navega sin rumbo de aquí para allá. Antipnigos ESQUILO.- ¿De qué males no es responsable? ¿No puso éste en escena a alcahuetas y mujeres dando a luz en los templos, y uniéndose a los hermanos y afirmando que la vida no es vida? Y, además, nuestra ciudad, por estas cosas, se ha llenado de escribanos y de bufones charlatanes, que engañan siempre al pueblo, y ya nadie es capaz de llevar una antorcha ahora por falta de ejercicio. DIONISO. No, por Zeus, no, de tal forma que yo me moría de risa en las Panateneas, cuando un hombre torpe corría inclinándose, pálido, lleno, quedándose atrás y haciendo esfuerzos terribles. Después, los del Cerámica, en las puertas, le golpeaban en su vientre, costados, riñones y nalgas, y él, lleno de golpes con las palmas de las manos, soltando ventosidades y apagando la antorcha, intentaba escapar. CORO.- Grande es el asunto, el debate grave, la lucha violenta avanza. En verdad es un trabajo difícil de resolver pues, cuando uno se lance con violencia, el otro podrá volverse para atacar y replicar con dureza. Pero, no os quedéis sentados en el mismo sitio; los ataques de vuestras habilidades son muchos y variados. En efecto, lo que tengáis los dos para disputar, decidlo. Atacad, despojad tanto lo antiguo como lo nuevo, y atreveos a decir algo sutil y sabio. Si los dos tenéis miedo de que a los espectadores. les falte formación, para comprender las sutilezas de vuestros discursos, desechad ese temor, pues esas cosas ya no son así. Ciertamente ellos han participado en campañas militares, y cada uno con su libro aprende cosas ingeniosas. Por otra parte, sus ingenios son por naturaleza superiores, y ahora se encuentran afilados. Así pues, no temáis nada, sino que, por los espectadores, abordadlo todo, pues son sabios.
Episodio de los prólogos
EURÍPIDES.- (A Esquilo) Pues bien, me volveré a tus mismos prólogos, para someter a prueba, antes de todo, de este habilidoso, la parte primera de la tragedia. En efecto, era oscuro en la descripción de los hechos. DIONISO.- ¿Y a cuál de los suyos someterás a prueba? EURÍPIDES.- A. muchos, sin duda. (A Esquilo) Primero, recítame el de la "Orestía". DIONISO.- Ea, callad todos. Recita, Esquilo. ESQUILO.- "Hermes ctónico, que proteges los dominios paternos, sé mi salvador y mi aliado, te lo suplico. Pues llego a esta tierra y regreso...". DIONISO.- ¿Puedes corregir alguna cosa de estos versos? EURÍPIDES.- Más de una docena. DIONISO.-¡Pero si ésos, todos, no son sino tres versos! EURÍPIDES.- Pero cada uno tiene veinte errores. DIONISO.- Esquilo, te aconsejo que guardes silencio, pues, si no, además de en esos tres yambos, parecerá que eres culpable en otros. ESQUILO.-¿Que guarde silencio yo ante éste? DIONISO.- Sí, si me quieres obedecer. EURÍPIDES.- En efecto, ya al principio ha cometido un error tan grande como el cielo. ESQUILO.-¿Ves las tonterías que dices? EURÍPIDES.- Pero me importa poco. ESQUILO.-¿Por qué dices que yo he cometido un error? EURÍPIDES.- Recítalo de nuevo desde el principio. ESQUILO.-"Hermes ctónico, que proteges los dominios paternos". EURÍPIDES.-¿No dice eso Orestes sobre la tumba de su padre muerto? ESQUILO.- No digo otra cosa. EURÍPIDES.-¿Acaso, entonces, dijo que Hermes, cuando murió su padre violentamente a manos de su mujer con pérfidos engaños, "protegía" esas cosas? ESQUILO.-¿En verdad, no a aquél Hermes, sino al Bienhechor llamaba ctónico, y lo mostraba, al decir que ha recibido ese honor de su padre. EURÍPIDES.- Entonces, cometiste un error aún mayor que el que yo pensaba. Pues si de su padre tiene ese honor ctónico ... DIONISO.- De ese modo, sería, por parte de padre, ladrón de tumbas. ESQUILO.- Dioniso, bebes vino sin aroma. DIONISO.- Recítale otro verso. Y tú observa la falta. ESQUILO.- "Sé mi salvador y mi aliado, te lo suplico. Pues llego a esta tierra y regreso...". EURÍPIDES.- Dos veces nos dijo lo mismo el sabio Esquilo. DIONISO.-¿Cómo dos veces? EURÍPIDES.- Observa la expresión; yo te la diré: "Pues llego a la tierra", dice, "y regreso". Llegar es lo mismo que "regreso". DIONISO.- Sí, por Zeus, como si uno le dijera al vecino : "Préstame una amasadera, o, si quieres, una artesa". ESQUILO.- No es eso, ¡oh el más charlatán de los hombres!, no es lo mismo, sino que, en cuanto a las palabras, el verso es muy bueno. EURÍPIDES.-¿Cómo? Enséñame, pues, en qué sentido lo dices. ESQUILO.- Venir a su tierra es posible para aquél que tiene una patria y ha venido sin ninguna otra desgracia. Pero un hombre que está exiliado "llega y regresa". DIONISO.- Muy bien, por Apolo. ¿Qué dices tú, Eurípides? EURÍPIDES.- Digo que Orestes no "regresa" a su casa, pues viene en secreto, sin permiso de las autoridades. DIONISO.- Muy bien, por Hermes. Pero no entiendo lo que dices. EURÍPIDES.- (A Esquilo). Pasa, entonces, a otro. DIONISO.- Ea, Esquilo, pasa de una vez. (A Eurípides) Y tú observa la falta. ESQUILO.- "Sobre el túmulo de esta tumba pido a mi padre que me escuche, que me oiga ...". EURÍPIDES.- Otra vez repite eso. "Escuchar, oír" son evidentemente lo mismo. ESQUILO.- Porque estaba hablando con muertos, ¡oh! tú, miserable, a los que, ni llamándoles tres veces, alcanzamos. Y tú, ¿cómo hacías los prólogos? EURÍPIDES.- Yo te lo diré. Y si digo dos veces la misma cosa o ves algún ripio que esté fuera del tema, escúpeme. ESQUILO.- Ea, recita ya, pues no tengo otra cosa que hacer que escuchar la propiedad de los versos de tus prólogos. EURÍPIDES.- "Era Edipo al principio un hombre feliz" ...No, por Zeus, ciertamente no, sino desgraciado por naturaleza. En efecto, aquél a quien antes de nacer dijo Apolo que mataría a su padre, incluso antes de venir al mundo, ¿de qué modo era ése, al principio, un hombre afortunado? EURÍPIDES.- "Después se convirtió a su vez en el más desdichado de los mortales". ESQUILO.- No, por Zeus, no es verdad; más bien no dejó de serlo. ¿Cómo? Apenas nacer, siendo invierno, lo expusieron en una vasija de barro, para que, al crecer, no se convirtiera en el asesino de su padre; luego con los pies hinchados llegó cojeando a la casa de Pólibo; después él, que era joven, se casó con una vieja, que era, además, su propia madre; más tarde se arrancó los ojos. DIONISO.- En verdad hubiera sido feliz, si hubiera sido estratega con Erasinides. EURÍPIDES.- Dices tonterias. Yo compongo muy bien los prólogos.
Episodio del frasquito ESQUILO.- Y, por Zeus, no voy a criticar cada expresión tuya verso por verso, sino que, con ayuda de los dioses, destruiré tus prólogos con un frasquito. EURÍPIDES.- ¿Con un frasquito, tú, mis prólogos? ESQUILO.- Con uno solo. En efecto, compones de tal forma que se puede adaptar cualquier cosa a tus yambos: un pequeño toisón y un frasquito y una bolsita. Te lo mostraré en seguida. EURÍPIDES. - ¿Lo mostrarás? Veamos. ESQUILO.- Lo afirmo. DIONISO.- (A Eurípides) Pues bien, es preciso que recites. EURÍPIDES.-"Egipto, como cuenta la leyenda más extendida, con sus cincuenta hijos, abordando las costas de Argos con una tabla marinera" ... ESQUILO.- Perdió un frasquito. DIONISO.- ¿Qué frasquito era ése? ¿No se lamentará? Recítale otro prólogo, para que yo lo sienta de nuevo. EURÍPIDES.-"Dioniso, que, vestido con tirsos y con pieles de cervatillo entre antorchas, salta danzando" ... ESQUILO.- Perdió un frasquito. DIONISO.- ¡Ay de mí! De nuevo hemos sido golpeados con el frasquito. EURÍPIDES.- Pero se acabará el asunto, pues a este prólogo no podrá añadir un frasquito. "No existe un hombre que sea feliz en todo, pues el que es noble de nacimiento no tiene medios de vida y el que es de baja cuna" ... ESQUILO.- Perdió un frasquito. DIONISO.- ¡Eurípides!.. EURÍPIDES.-¿ Qué hay? DIONISO.- Me parece que hay que recoger velas, pues este frasquito va a soplar mucho. EURÍPIDES.- No me importaría, por Deméter, pues ahora mismo se le va a hacer añicos. DIONISO.- Ea, recita otro y guárdate del frasquito. EURÍPIDES. -"Una vez, habiendo dejado Cadmo, hijo de Agenor, la ciudad de Sidón" ... ESQUILO.- Perdió un frasquito. DIONISO.- ¡Diantre de hombre!, cómprale el frasquito, para que no destroce nuestros prólogos. EURÍPIDES.- ¿Cómo? ¿Que yo se lo compre a éste? DIONISO.- Sí, si me obedeces. EURÍPIDES.- No, en modo alguno, pues podré recitar muchos prólogos, donde éste no podrá afiadir un frasquito."Pélope, hijo de Tántalo, habiendo venido a Pisa con veloces yeguas" ... ESQUILO.- Perdió un frasquito. DIONISO.- Lo estás viendo, otra vez añadió de nuevo el frasquito. Vamos, querido, todavía hay tiempo, págaselo de un modo o de otro, pues lo tendrás por un óbolo y es perfecto. EURÍPIDES.- No, por Zeus, en absoluto, pues aún tengo gran cantidad de prólogos. "En cierta ocasión Eneo de la tierra" ... ESQUILO.- Perdió un frasquito. EURÍPIDES.- Déjame recitar primero todo el verso. "En cierta ocasión Eneo, habiendo recogido de la tierra una cosecha abundante, al hacer las primicias del sacrificio" ... ESQUILO.- Perdió un frasquito. DIONISO.-¿En medio del sacrificio? ¿Y quién se lo quitó otra vez? EURÍPIDES.- Déjalo, amigo mío. Que replique a este verso: "Zeus, según es manifestado por la verdad" ... DIONISO.- Me matarás, pues dirá "perdió un frasquito". En efecto, el frasquito este es para tus prólogos lo que el orzuelo para los ojos. Mas, por los dioses, vuélvete a sus cantos. |
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Episodio de los cantos EURÍPIDES.- En verdad tengo medios con los que demostrar que él es un mal poeta lírico y que siempre compone las mismas cosas. CORO.- ¿Qué cosa va a suceder? Pues yo, en verdad, tengo que pensar qué reproche presentará, en efecto, contra este hombre, que, con mucho ha compuesto los cantos más numerosos y los más bellos de los escritos hasta ahora. [Así pues, me admiro yo de qué modo podrá censurar una vez a este maestro del arte báquico y temo por él.] EURÍPIDES. Ciertamente, ¡cantos muy admirables! Pronto quedará demostrado, pues voy a resumir todos sus cantos en uno solo. DIONISO.- Y yo los voy a contar con guijarros. (Suena dentro una flauta) EURÍPIDES".- Aquiles ptíota, ¿por qué al oír este homicida golpe, ¡ay!, no vienes en socorro? A Hermes, como fundador de nuestra raza, honramos los que vivimos alrededor del lago, golpe, ¡ay!, ¿no vienes en socorro?". DIONISO.- Estos dos golpes, Esquilo, son para ti. EURÍPIDES".- El más glorioso de los aqueos, hijo de Atreo, soberano de un pueblo numeroso, aprende de mí. golpe, ¡ay!, ¿no vienes en socorro?". DIONISO.- (Poniendo un tercer guijarro) Este tercer golpe, Esquilo, es para ti. EURÍPIDES.- " Guardad silencio. Las Melisas están a punto de abrir el templo de Ártemis golpe, ¡ay!, ¿no vienes en socorro? Soy dueño de proclamar la justa, feliz victoria de los hombres. golpe, ¡ay! ¿no vienes en socorro?" DIONISO.- ¡Oh Zeus soberano! El tema de los golpes, ¡cuán grande es! Yo quiero irme a los baños, pues a causa de los ataques tengo los riñones hinchados. EURÍPIDES.- No antes de que hayas escuchado otra estrofa lírica, compuesta de sus nomos citaródicos. DIONISO.- Ea, termina ya, y no añadas "golpe". EURÍPIDES.- Como el poder de doble trono de los aqueos, de la juventud de la Hélade", toflatotrat, toflatotrat, "envía a la Esfinge, perra prítane de funestos días", toflatotrat, toflatotrat, "con lanza y brazo vengador un pájaro funesto", toflatotrat, toflatotrat, "habiendo preparado encontrarse con las perras desvergonzadas que van y vienen por el aire". toflatotrat, tofaltotrat, "los partidarios de Ayante", toflatotrat, toflatotrat. DIONISO.- ¿Qué es ese toflatotrat? ¿Es de Maratón o de dónde has recogido tú esos cantos de tirador de cuerda de pozo? ESQUILO.-Mas bien yo los traje de un bello lugar a un bello fin, para no ser visto recolectando la misma pradera sagrada de las Musas que Frínico. Éste, en cambio, coge de todos los lugares, de las canciones cantadas por prostitutas, de las canciones de banquete de Meleto, de los aires de las flautas carias, de los cantos de dolor, de los cantos corales. Al momento quedará demostrado. Que alguien me traiga una pequeña lira. Mas, ¿qué falta hace una lira para esto? ¿Dónde está la tocadora de crótalos? Aquí, Musa de Eurípides, con la que conviene cantar estas canciones. DIONISO.-Esta Musa, nunca se comportó como las mujeres de Lesbos, no. ESQUILO.- "Alcíones, que junto a las sempiternas olas del mar gorjeáis, mojándoos la superficie de las alas con gotas húmedas, como de rocío. Y arañas que bajo los techos, en los rincones, hi-hi-hi-hi-hi-hi-hiláis con vuestros dedos tejidos tensados sobre el telar, ejercicios de la lanzadera cantarina, allí donde el delfín, amigo de la flauta, agitaba, junto a las proas de obscuros espolones, oráculos y estadios. Esplendor de la vid en flor, del racimo pámpano, que hace cesar las penas. Rodéame, oh hijo, con tus brazos". (A Eurípides) ¿Ves este pie? EURÍPIDES.- Lo veo. ESQUILO.- ¿Qué? ¿Lo ves? EURÍPIDES.- Lo veo. ESQUILO.- Sin embargo, a pesar de componer tales versos, ¿te atreves a criticar mis cantos, cuando tú, sobre las doce posturas de Cirene, compones los tuyos? Estos son tus cantos. Pero quiero, todavía, examinar el estilo de tus monodias. "¡Oh sombra obscura de la Noche!, ¿qué sueño desgraciado me envías, saliendo del Hades, invisible, con un alma inanimada, hijo de la negra Noche, visión terrible, estremecedora, de negro sudario, de asesina, asesina mirada, de largas garras? Mas, criados, encendedme la antorcha. y sacad con cántaros líquido puro de los ríos y calentad el agua, para librarme con un ablución de un sueño divino. ¡Oh dios de los mares!, Esto es aquello. iOh habitantes de la casa!, contemplad estos prodigios. Tras robarme el gallo, Glice se ha ido. Ninfas nacidas en las montañas, ¡oh Manía!, cógela. Yo, desgraciada, estaba ocupada casualmente en mis labores, el huso lleno de lino hi-hi-hilando con mis manos, haciendo un ovillo, para de mañana, al mercado llevándolo, venderlo. Y él volaba, volaba hacia el éter, con las puntas ligerísimas de sus alas, y a mí me dejó dolores, dolores, y lágrimas y lágrimas de mis ojos derramé, derramé, desgraciada. Mas, ioh cretenses!, hijos del Ida, con vuestros arcos venid a defenderme y agitad vuestros miembros, cercando la casa. Al mismo tiempo, la joven Dictina, la hermosa Ártemis, visite con sus pequeñas perras la casa, por todas partes. Y tú, hija de Zeus, portando en ambas manos antorchas de vivísima llama, Hécate, alúmbrame hasta la casa de Glice, para que, entrando, haga mis indagaciones". DIONISO.-Cesad ya con vuestros cantos. |
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Episodio de la balanza ESQUILO.- También para mí es suficiente, pues quiero conducirlo a la balanza, hecho, el solo, que pondrá a prueba la poesía de ambos, pues el peso de nuestras expresiones nos probará a los dos. DIONISO.-Venid aquí ahora, por si es preciso que yo venda el arte de los poetas como se vende el queso en el mercado. (Introducen en la escena una balanza y Dioniso se sitúa en el centro y uno a cada lado, Esquilo y Euripiides) CORO.- Laboriosos son los inteligentes. Pues he aquí, además, otro prodigio nuevo, lleno de extravagancia, ¿Qué otro poeta habría tenido esta idea? No, por los dioses, yo si alguno me hubiera contado lo ocurrido, no me lo hubiera creído, sino que hubiera pensado que decía tonterías. DIONISO.-Venga, colocaos junto a los platillos de la balanza. ESQ.Y EuR.- Aquí estamos. DIONISO.- Y mientras los dos los tenéis cogidos, recitad cada uno de vosotros una frase y no los soltéis hasta que yo os diga icucú! ESQ.Y EuR.- Los tenemos. DIONISO.- Ahora decid los dos el verso sobre la balanza. EURÍPIDES.- "Ojalá la nave de Argos no hubiera pasado volando". ESQUILO.- "¡Oh río Esperqueo y dehesas donde pacen los bueyes!". DIONISO.- ¡Cucú! ESQ.Y EuR.- Está dejado. DIONISO.- El de éste va mucho más abajo. EURÍPIDES.-¿-Y cuál es la causa? DIONISO.- ¿Cuál? Colocó un río, humedeciendo su verso a la manera de los vendedores de lana, en cambio tú colocaste un verso alado. EURÍPIDES.-Bien, que diga algún otro y que me lo ponga enfrente. DIONISO.- Cogedlos entonces de nuevo. ESQ.Y EuR.- Mira, ya está. DIONISO.- (A Eurípides) Recita. EURÍPIDES.-"No existe otro templo de la Persuasión que la Palabra". ESQUILO.- "Pues de los dioses sólo la Muerte no ama los dones". DIONISO.- Soltadlos. ESQ.Y EuR.- Está dejado. DIONISO.-De nuevo el de éste baja, pues colocó la muerte, el más pesado de los males. EURÍPIDES.-Y yo la persuasión, por cierto; un verso muy bien recitado. DIONISO.-Pero la persuasión es ligera y no tiene sentido. Ea, busca algún otro de los más pesados, que tire hacia abajo a tu favor, alguno fuerte y grande. EURÍPIDES.-Veamos, ¿dónde tengo uno de esa clase? ¿dónde? DIONISO.-Yo te lo diré. "Aquiles ha tirado dos ases y un cuatro". Podríais recitar, pues ésta es la prueba que os queda a los dos. EURÍPIDES.-"Cogió con su diestra un leño pesado como el hierro". ESQUILO.-"En efecto, carro sobre carro y cadáver sobre cadáver". DIONISO.-(A Eurípides) Te ha vuelto a engañar también ahora. EURÍPIDES.-¿De qué modo? DIONISO.-Colocó dos carros y dos cadáveres, que no podrían levantar ni cien egipcios. EURÍPIDES.-Ya no me juzgues más la poesía verso por verso, sino que, él, tras subirse a la balanza, se siente él mismo, sus hijos, su mujer, Cefisofonte, llevándose consigo sus libros. Yo recitaré sólo dos versos de los míos ... (Se llevan la balanza y sale Plutón). DIONISO.-Los hombres son amigos y yo no los voy a juzgar. Pues no quisiera enfadarme con ninguno de los dos. Al uno, en verdad, lo considero sabio, y con el otro me divierto. PLUTÓN.- ¿Entonces no harás ninguna de las cosas por las que viniste? DIONISO.-¿Y si me decido por el otro? (Señalando a Esquilo). PLUTÓN.-Te marchas con aquél por el que te decidas, para que no hayas venido en vano.
Episodio de la salvación de la ciudad DIONISO.- Muchas gracias. (A Esquilo y Euripides) Veamos, escuchadme estas cosas. Yo bajé por un poeta. EURÍPIDES.- ¿P ara qué? DIONISO.- Para que la ciudad, una vez salvada, conduzca sus coros. Por tanto, aquél de vosotros que vaya a aconsejar algo bueno a la ciudad, a ése pienso llevármelo. En primer lugar, ¿qué opinión tenéis cada uno de vosotros dos sobre Alcibíades? Pues la ciudad tiene dolores de parto. EURÍPIDES.- ¿Y qué opinión tiene de él? DIONISO.- ¿Qué opinión? Lo ama, lo aborrece y desea poseerlo. Mas, lo que los dos penséis sobre él, decidlo. EURÍPIDES.- .Odio al ciudadano, que se muestra lento en servir a su patria, rápido, en cambio, para ocasionarle grandes males, fértil en recursos para él, pero incapaz para ayudar a la ciudad. DIONISO.- Muy bien, por Posidón. Y tú, ¿qué opinión tienes? ESQUILO.- [No es conveniente criar a un cachorro de león en la ciudad.] Sobre todo, no criar a un león en la ciudad. Pero, si se ha criado, hay que adaptarse a sus maneras DIONISO.- Por Zeus Salvador, estoy, en verdad, lleno de dudas. El uno habló sabiamente y el otro con claridad. Mas, decidme aún, cada uno, una opinión sobre la ciudad: ¿qué medio de salvación tenéis para ella? EURÍPIDES.- Si , habiendo dotado uno, por medio de Cinesias, de alas a Cleócrito, los elevaran las brisas sobre la llanura marina ... DIONISO.- Parecería ridículo, pero, ¿qué sentido tiene eso? EURÍPIDES.- Si librasen una batalla naval y, después, cogiendo unas vinagreras, rociaran el contenido en los ojos de los enemigos. Yo conozco una y deseo exponerla. DIONISO.- Habla. EURÍPIDES.- Cada vez que las cosas increíbles de ahora las consideramos creíbles y las que son creíbles increíbles. DIONISO.- ¿Cómo? No comprendo. Dilo de una manera menos docta y con más claridad. EURÍPIDES.- Si de los ciudadanos en los que ahora confiamos, de ésos desconfiáramos, y si a los que no utilizamos, a ésos utilizáramos, estaríamos salvados. Pues, si ahora nos va mal con estas cosas, ¿cómo no nos salvaríamos, haciendo lo contrario? DIONISO.-Muy bien, ¡oh Palamedes!, ioh naturaleza sapientísima! ¿Estas cosas las descubriste tú mismo o Cefisofonte? EURÍPIDES.-Yo solo. Cefisofonte las vinagreras. DIONISO.-(A Esquilo). Y tú, ¿qué?, ¿qué dices? ESQUILO.- Dime, ahora mismo, de cuáles se sirve la ciudad. ¿Acaso de los buenos? DIONISO.-¿Cómo? Los odia de la peor manera posible, y disfruta con los malos. ESQUILO.-No, ella, al menos, no, sino que los usa a la fuerza. ¿Cómo se podría salvar una ciudad así, a la que no le va bien ni el manto de lana fina ni el tabardo de pelo? DIONISO.-Encuéntralo, por Zeus, si es que quieres subir allá arriba otra vez. ESQUILO.-Allí lo diría, pero aquí no quiero. DIONISO.-Tú no lo hagas, pero envíales desde aquí buenos consejos. ESQUILO.-Cuando ellos consideren que el país de los enemigos es el suyo y el suyo de los enemigos, una riqueza las naves y una ruina las tasas de guerra. DIONISO.-Muy bien, a no ser que el juez se las engulla él solo. PLUTÓN.-Decide. DIONISO.-Mi decisión sobre los dos será ésta. Elegiré, en verdad, a aquél a quien quiere mi corazón. EURÍPIDES.-Acordándote ahora de los dioses, a los que juraste que, con toda seguridad, me llevarías a casa, elige a los amigos. DIONISO.-La lengua ha jurado, pero elegiré a Esquilo. EURÍPIDES.-¿Qué has hecho, oh tú, el más infame de los hombres? DIONISO.-¿Yo? He decidido que Esquilo es el vencedor. Pues, ¿por qué no? EURÍPIDES.-¿Después de hacer la acción más vergonzosa, me miras de frente? DIONISO.-¿Qué hay vergonzoso, si no le parece a los espectadores? EURÍPIDES.-¡Oh miserable! ¿Permitirás, entonces, que yo esté muerto? DIONISO.-"¿Quién sabe si vivir es, en verdad, estar muerto", respirar comer y dormir un vellón? PLUTÓN.- Pasad, ahora, ioh Dioniso!, al interior. DIONISO.-¿Y para qué? PLUTÓN.- Para haceros los honores de la hospitalidad, antes de que emprendáis la navegación. DIONISO.- Hablas bien, por Zeus. En verdad, no me disgusta el asunto. CORO.- Feliz el hombre que posee una inteligencia exacta. Es capaz de enseñar con muchos argumentos. Pues éste, por mostrar que es sensato, volverá de nuevo, además, a su casa, para bien de sus conciudadanos, para bien de sus parientes y amigos, por ser inteligente. Es agradable, ciertamente, no parlotear sentado junto a Sócrates, rechazando el arte de las Musas. y descuidando lo más grande. del arte trágico. Pero, el perder el tiempo en discursos pomposos y en parloteos de bagatelas, es propio de un hombre insensato. |
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El Éxodo PLUTÓN.- ¡Ea!, salve, Esquilo, marcha y salva a nuestra ciudad con buenos consejos y educa a los insensatos, que son muchos. Llevándotelo, dale esto a Cleofonte (Le entrega una espada) y esto a los administradores. (Le da una cuerda) a Mirmex juntamente con Nicómaco y esto (Le da una copa con cicuta) a Arquenomo, y diles que vengan pronto aquí, a mi casa, y que no se demoren. Y si no llegan pronto, por Apolo, yo, marcándolos a fuego y atándoles los pies con Adimanto, el hijo de Leucolofo, los enviaré, al punto, bajo tierra. ESQUILO.- Haré esas cosas. Y tú, dale mi trono a Sófocles para que lo guarde y lo conserve, por si acaso yo, alguna vez, vuelvo aquí. Pues yo juzgo que en sabiduría él es el segundo. Mas, acuérdate de que ese hombre intrigante, impostor y bufón nunca se siente en mi trono, ni siquiera involuntariamente. PLUTÓN.- (Al coro) Así pues, encended vosotros para éste antorchas sagradas, y, a la vez, escoltadle en procesión, celebrándolo con sus propias canciones y melodías. (Plutón se mete en la casa y el coro con antorchas encendidas sigue, cantando, a Dioniso y a Esquilo, que se marchan). CORO.- En primer lugar, concededle un feliz viaje al poeta que se marcha, elevándose hasta la luz, divinidades subterráneas, ya la ciudad buenos pensamientos, fuente de grandes bienes. Pues, así, nos libraremos de grandes dolores y de lamentables encuentros con armas. Y que Cleofonte, y cualquier otro de éstos, que lo desee, vaya a luchar en los campos de su patria.
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