Una cena | |
Tres cosas me tienen preso... | |
Yo acuerdo... | |
Al Amor | |
Ana, decidle a nuestra hermana Dido... |
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E n Jaén, donde resido,vive del Lope de Sosa, y direte, Inés, la cosa más brava de él que has oído. Tenía este caballero un criado portugués... Pero cenemos, Inés, si te parece, primero. La mesa tenemos puesta, lo que se ha de cenar junto, las tazas de vino a punto: falta comenzar la fiesta. Comience el vinillo nuevo y échole la bendición; yo tengo por devoción de santiguar lo que bebo. Franco fue, Inés, este toque, pero arrójame la bota; vale un florín cada gota de aqueste vinillo aloque. ¿De qué taberna se traxo? Mas ya... de la del Castillo diez y seis vale el cuartillo, no tiene vino más baxo. Por nuestro Señor, que es mina la taberna de Alcocer; grande consuelo es tener la taberna por vecina. Si es o no invención moderna, vive Dios que no lo sé, pero delicada fue la invención de la taberna. Porque allí llego sediento, pido vino de lo nuevo, mídenlo, dánmelo, bebo, págolo y voyme contento. Esto, Inés, ello se alaba, no es menester alaballo; sólo una falta de hallo: que con la priesa se acaba. La ensalada y salpicón hizo fin: ¿qué viene ahora? |
La morcilla, ¡gran señora, digna de veneración! ¡Qué oronda viene y qué bella! ¡Qué través y enjundia tiene! Paréceme, Inés, que viene para que demos con ella. Pues, sus, encójase y entre que es algo estrecho el camino. No eches agua, Inés, al vino no se escandalice el vientre. Echa de lo trasañejo, porque con más gusto comas, Dios te guarde, que así tomas, como sabia mi consejo. Mas di ¿no adoras y precias la morcilla ilustre y rica? ¡Cómo la traidora pica; tal debe tener especias! ¡Qué llena está de piñones! Morcilla de cortesanos, y asada por esas manos hechas a cebar lechones. El corazón me revienta de placer; no sé de ti. ¿Cómo te va? Yo, por mí, sospecho que estás contenta. Alegre estoy, vive Dios; mas oye un punto sutil: ¿no pusiste allí un candil? ¿Cómo me parecen dos? Pero son preguntas viles; ya sé lo que puede ser: con este negro beber se acrecientan los candiles. Probemos lo del pichel, alto licor celestial; no es el aloquillo tal, ni tiene que ver con él. ¡Qué suavidad! ¡Qué clareza! ¡Qué paladar! ¡Qué color! ¡Qué rancio gusto y olor! ¡Todo con tanta fineza! Mas el queso sale a plaza, la moradilla va entrando, y ambos vienen preguntando por el pichel y la taza. Prueba el queso, que es extremo, el de Pinto no le iguala; pues la aceituna no es mala, bien puede bogar su remo. Haz, pues, Inés, lo que sueles, daca de la bota llena: seis tragos; hecha es la cena, levántense los manteles. Ya que, Inés, hemos cenado tan bien y con tanto gusto, parece que será justo volver al cuento pasado. Pues sabrás, Inés, hermana, que el portugués cayó enfermo... Las once dan, yo me duermo; quédese para mañana. |
TRES COSAS
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Al AmorDi, rapaz mentiroso, ¿es esto cuanto me prometiste presto y a pie quedo? ¿Andar mirlado entre esperanza y miedo, cercado de respetos, hecho un tanto? Sustos, celos, favores, risa y llanto dalos, Amor, a quien se lame el dedo; los que me diste a mí te vuelvo y cedo, no quiero tomar más cosa de espanto. Bien siento las heridas y que salgo de tu poder para ponerme en cura, porque tengo aún abiertas las primeras. Y juro por la fe de hijodalgo de si mi buen propósito me dura de no partir de hoy más contigo peras.
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Ana, decidle a vuestra hermana Dido que me acoja esta noche en su posada, porque soy de la sangre colorada de Porras y Negrete decendido; que le quiero contar cómo he venido huyendo aquí por cierta cuchillada; que concierte el negocio de callada por honra de Siqueo, su marido. Y que sólo al estruendo de mi nombre ningún Virgilio habrá que dello escriba; y que le mando un manto, aunque me empeñe. Demás, que doy la fe de gentilhombre de no pasar a Italia en cuanto viva ni de dalle ocasión que se despeñe. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DE TEMA MÍTICO |
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