Bartolomé José Gallardo

Diccionario
crítico
burlesco

ALMA.

¡L

 

o que somos!, cuentan que dijo uno contemplando la calavera de un jumento. Si es cierto lo que el autor del Diccionario razonado dice en este artículo, ¡lo que somos! podemos ya exclamar todos, cuando tropecemos algún hueso de aquellos,

que en el idioma paterno

suelen acá por donaire

llamar madera del aire,

o (hablando con perdón) cuerno

gracias (según el mismo autor) a nuestros filósofos que nos han hecho conocer que somos mucho menos que un cuerno»

     Alabado sea su nombre, y por siempre sea bendito el de quien así nos hace ver los desbarros de la filosofía. Para completar la buena obra, no faltaba mas sino que estampase juntamente el nombre de los filósofos que tal piensan, para que les diésemos una buena bufa. Pero esa no lo ha hecho sin duda por caridad: y a fe que lo siento, porque me queda el escrúpulo de que ningún filósofo nuestro ni ajeno ha dicho semejante sandez.

      «De ninguna cosa (añade nuestro sabio autor) se han escrito tantas como del alma.» _No seré yo quien diga lo contrario, cuando su merced escribe del alma definiéndola así: «El alma es un huesecillo o ternilla que hay en el cerebro, o según, otros en el diafragma, colocado así como el palitroquillo que se pone dentro de los violines.»

      Esta originalísima definición, aunque mas lo quiera recatar nuestro ingenioso autor, salió de su cabeza, y es toda ella como suya. Nadie antes que el diccionarista, había dicho que el alma es un hueso, y mucho menos un hueso que hay en el cerebro, o en el diafragma.

      ¿En el diafragma?, ¿en aquella como piltraca que esta en el carcavo o hueco del cuerpo, sirviendo de medianil entre el pecho y el vientre?, ¿y allí hay un hueso? Que me le claven a mí en la frente, aunque parezca otra cosa, sí tal hueso hay en tal parte: y apelo a todo el protomedicato (si es que a esta facultad, y no a una junta de teólogos, compete el definir este caso).

      Pues ¡en el cerebro!, ¿en el cerebro huesos? En el cerebro, que es lo que vulgarmente llamamos los sesos, no se sabe que hasta ahora nadie haya encontrado hueso ninguno, como no sea alguna raíz de aquella casta de huesos que arriba pusimos en consonante.

      Esto me acuerda un caso, que si el señor lector no esta de prisa, le tengo de contar punto por punto. _Y va de cuento.

      Érase un cierto novio novillo recién acabado de uncir al yugo del santo matrimonio, el cual con la nueva vida conyugal se sentía tan floxo, tan enclenque, y sobre todo, tan cargado de mollera, que al fin mandó llamar al doctor. Era este hombre agudo, festivo y chuzón; y visto que le hubo, después de pulsarle y las generales, le ordenó que explicase sus dolamas. El paciente dixo que todo el mal le parecía tenerle en la cabeza: por donde ya el físico empezó a barruntar de donde lo daba, é imaginó que su enfermo debía de ser un simple forrado de lo mismo. «En suma, señor doctor (concluyó el doliente), mi enfermedad esta reducida a que todo cuanto como me sabe a cuerno. _¿A que? _A cuerno, señor doctor. _A cuerno... a cuerno... a cuerno... (repuso el médico en ademán meditabundo dándose golpes en la frente); y ¿que estado tiene vmd. mi dueño? _Casado, para servir a vmd. _¡Acabáramos! pues entonces eso... eso no es nada más que la destilación que le baja del cerebro: el tiempo lo sana. Servidor.

ALTA POLÍTICA.

 S

 

inónimo de lo que Bonaparte llama ma politique à moi. En España, desde el tiempo de nuestro político monarca Felipe II, y acaso antes, siempre se ha llamado razón de Estado, aun en las cosas que no son de razón ni de Estado, sino conveniencia propia. No debiera ser sino la suprema ley del bien de la república (lo que los romanos liberales llamaban salus populi); pero en boca de ciertos políticos, la alta política no es mas que un comodín para saltar por lo mas alto de la razón y de la justicia, llevando las leyes do quieran reyes, para que estos o sus ministros logren las mas chocantes pretensiones.

      Los mismos galiparlistas que dicen alta-política, dicen también alta-policía: _locución del mismo, cuño que están empeñados en hacer moneda corriente. Hablando pues su jerigonza, dicen que tal o tal medida se ha tomado por alta policía; como en tiempo de Godoy se decía que tal o tal empleo se había dado por alto. Aunque todo el mundo se halla a bastante altura de polo para alcanzar lo que esto quiere decir, sin embargo creo que perderemos poco en ejemplificarlo para mayor claridad. _Ejemplo.

      La correspondencia epistolar que se fía a los correos ya se sabe que en España se ha mirado siempre como un sagrado a que no es lícito tocar; como que es un depósito en que esta sellada la fe pública. Se sabe asimismo cuán delicada y medida está la ordenanza en este punto.

      Pero lo que en los tiempos que llamamos de despotismo se tenía por un sacrilegio, en los tiempos que llamamos de libertad, se ha tenido por un escrúpulo de monja. En consecuencia, y pésele que le pese a la Ordenanza, hemos visto al superintendente dar una orden general para que todos los correos, en todas las administraciones, abran todas las cartas todos los empleados de la Renta desde el jefe superior, hasta el último estafetero.

     Algunos de los que se llaman patriotas han declamado furiosamente contra esta providencia, condenándola como un atentado escandaloso contra las leyes y la moral pública: providencia atroz (claman) que hace un espión de cada dependiente de correos, convirtiendo una de las más nobles instituciones sociales en una odiosa inquisición política.

      Otros, de los que tienen el prurito de averiguar el porqué de todas las cosas, se han empeñado en saber el porqué de la tal orden general.¿Por qué se abrirán ahora las cartas en los correos?, este fue el grande asunto, que agitó por algunos días a los oradores de la Calle Ancha, y ocupó muchos más a los de las Cortes. En las Cortes se trató solemnemente: hubo aquello de proposición, admisión discusión, votación.... y aun no sé si hubo resolución. (Entretanto las cartas se interceptaban, las cartas se abrían.) _Pero, señor, ¿para que, por que se abren las cartas? _¿Para que? Para saber su contenido. ¿Por que? Claro esta: por alta-policía.

      2.º Ejemplo._Vive, supongamos, en la corte un escritor arrojado, de estos que ni temen ni deben; y se sabe que va a publicar verdades algo duras de pelar. Entonces entra la alta-policía me coge al autor, y me le arroja al Ponto, como César al otro poeta narigón: y allí que plaña, endeche o invective como más rabia te dé. _Otro ejemplo, y concluyo.

      Hay alguna persona que, merced a algún manto de seda que rugió de por medio, da en facha a algún mandarín; como si dijéramos, a algún regente que fue. Aquí de la alta-policía. Venga acá el P. R...._«Padre, a Fulano que vive en tal parte._Basta, señor, sé mi oficio.»

      El P. R.... junta sus agarrantes toma su habano y su chafarote, y dice «¡Ha de mi gente!, tantos a vanguardia, «cuantos a retaguardia. A él.»

     Dicho y hecho: se da el golpe de mano: me pillan vivito a mi hombre, y me le llevan como un cristo: zámpanle en la trena, sin comunicación, porque no se sepa. _Que se sabe luego. _ Chillan los buenos: «¡Injusticia! ¡atentado! ¡despotismo!» Redimen al cautivo.

      ¿Por que estuvo preso el patriota tal?_No se sabe: por alta-policía.

 

ARITMÉTICA-DECIMAL.

S

i hubiera visto un dragón de siete cabezas, no hubiera hecho tantos visajes, como hizo al ver un libro con este título un santo sacerdote, revisor por el Santo oficio en cierta aduana del reino. Sonole esto de Aritmética-decimal a cosa de cuenta de diezmos; y encasquetósele sin mas ni mas que la tal Aritmética-decimal es una ciencia que trata de averiguar los diezmos y primicias que se pagan a la iglesia de Dios: en cuyo errado concepto desde luego la calificó de heretical y diabólica. «Estos modernos (voceaba), estos modernos mecánicos, ruines y cicateros, nos van a matar de hambre con sus filosofías, si no los exterminamos cuanto antes, condenándolos a todos por impíos. ¡Maldita sea su aritmética, su política, su económica, su estadística! ... ¡Empeñados en que la rica nave de la Iglesia se reduzca al la pobre barca del pescador: pues ya es empeño! No se hacen cargo de que estos tiempos son otros, muy otros; que allá lo dijo el sabio Salomón: omnia tempus habent. Si San Pedro fue pescador, y se mantenía con un zoquete y una cola de sardina, yo, por la gracia de Dios, soy canónigo (que no me lo puede quitar el rey), y es necesario que tenga una mesa como corresponde a mi clase, y a mi nacimiento. Pues, ¡no faltaba mas! _¡Herejazos!»

      Coma, buen canónigo, coma y regálese, mientras el infeliz rentero se quita el pan de la boca para mantener esa opípara mesa, y el parco economista le cuenta los bocados. Todo se sabe ya, al pesar de los impedimentos que se oponen al saber; se sabe por cálculo exacto que riquezas atesora el Estado eclesiástico: se sabe con que artes se han adquirido muchas: y se sabe en fin que en algunos pueblos de España, de la cosecha que el útil labrador recoge, con afan y sudor, entre clérigos y frailes se llevan para Dios el doble de lo que se tributa al César; ¡y al triste labrador le quedan apenas los granzones!!! [1]

 1. Et sermone opus est modo tristi, saepe jocoso. Horacio

CAMBIA-COLORE.

 «E

specie de magia que usan... (siendo cosa mala, ¿quien la había de usar sino...?) los filósofos, y a favor de la cual dicen hoy lo contrario de lo que dijeron ayer.__»

Este prurito de nuestro diccionarista de achacar esclusivamente a los filósofos toda mala fechoría, me voy temiendo que le ha de desconceptuar con el pueblo y con todos aquellos que no cierran los ojos para ver: porque es visto por todos los que no tienen los ojos por adorno, que los tales cambiantes, y los grandes pecadores contra la patria no son precisamente los filósofos, rara avís así en la tierra como en el cielo; sino principalmente las dignidades mas visibles de la Iglesia, y a vuelta de ellas (salvos algunos que son dignos de los altares) casi toda la familia clerical desde el chantre melifluo y exquisito, y el beneficiado simple, al mugriento aquitibi y al portamangas alquilon.

      En el catálogo de estos santos cambistas hay inquisidores, incluso el General; hay ilustrísimos que hacen bueno al traidor arzobispo Don Opas; y aun hay algún mitrado que usurpaba opinión de santo: (por que otro no pierda, el Padre Santander.) De aquí abajo se podía hacer una letanía perdurable de prevaricantes clérigos y frailes de todos colores: los cuales abusando de su augusto ministerio, nos quieren persuadir con el Evangelio en la mano que hoy es pecado nefando lo que ayer nos predicaban como obligación sagrada. Con efecto, ¿hay cosa mas frecuente en estos tiempos que ver un siervo del Señor subir ayer a la cátedra de la verdad a proclamar rey por la gracia de Dios a nuestro legítimo monarca el Señor Don Fernando VII, y subir hoy a proclamar al Napoleón en el nombre de mismo Dios Padre, Hijo, Espíritu_ Santo?

      Mas estos tales ya tienen su retrato hecho, y de muy buena mano, en aquel célebre coloquio de un patriota con un predicante de la ley de Napoleón, que le venía a tentar para hacerle prevaricar en la fé política. Véase aquí el prototipo de un cambia-colore en la persona del canónigo Morales; el cual redarguido por el buen patriota, le contesta en esta forma:

Pero ¡hombre! todo no ha de ser Numancia:
la constancia es virtud, pero algo rancia.
Yo siempre en este género de esgrima
me voy al lado del que se halla encima.
Cuando vi sublevarse al pueblo insano,
¡prorrumpí: ¡Viva el pueblo soberano!
Siguióse la Central; y yo, al encuentro
saliéndola, me hallé como en mi centro.
Vino José Primero; y sin gran pena
de su orden me colgué la berenjena.
Y si después, rodando mas la bola,
viene a mandarnos un bozal de Angola
veréis que con el negro me congracio,
y aun hundiré a estornudos el palacio.
Así se vive en puestos y en honores
con solo en la opinión cambiar colores.

 

CRISTIANISMO.

 E

 

l cristianismo de muchos cristianos es en el día como el patriotismo de algunos patriotas, en quienes el ponderado amor a la patria no es más que el puro amor a su conveniencia: esto ni más ni menos es el amor de la religión en ciertos cristianos taumaturgos. Bueno sería juntar estos cristianos con aquellos patriotas, y a las órdenes del diccionarista enviarlos todos al polo ártico con una propaganda, para que en aquellos helados desiertos desfogasen su ardiente celo.

      Para que se vea cuán semejantes son la hipocresía civil y la religiosa pongo aquí bajo el título de Cristianismo el artículo que el autor del Diccionario titula Patriotismo; y con las mismas líneas y rasgos que estaba dibujado el patriota aparente, con solo hacer un ligero retoque, me encuentro con un fariseo retratado al vivo. Véase la vera efigies.

      «Cristianismo.__Amor ardiente a las rentas, honores y mandos de la Iglesia de Cristo. Los que poseen este amor saben unir todos los extremos, y atar todos los cabos; y son tan diestros, que, a fuerza de amar a la esposa de Jesucristo, han logrado el tener a su disposición dos tesorerías que son la del arca-boba de la corte de España, y la de los tesoros de las gracias de la corte de Roma.» __Pero alla se lo dirán de misas y si los malos no se enmiendan, acá también se lo dirán de p-a-pa_.

FANATISMO.

Amor es duende ímportuno

que al mundo enredado tray;

todos dicen que le hay,

mas no le ha visto ninguno.

 S

i el diccionarista se conociera que había aburrido en leer retazos de poetas españoles, el tiempo que se le trasluce ha malogrado en leer párrafos sueltos de teologastros, heresiarcas, y filosofistas extranjeros; creería que había desatado en su prosa ramplona el concepto de estos cuatro versos de Solís, con el fin de sazonar el presente artículo que dice así:

      «Fanatismo. _Este es un duende que nadie da con él por mas diligencias que se hacen para ello, y solos los filósofos lo conocen: por lo que es preciso que nos lo describan, para que podamos conocerle, y precavernos de su influjo maligno.»

      Será vd. servido, señor mío. Y pues confiesa sin tormento que solos los filósofos lo entienden, yo pecador filósofo (aunque indigno) voy a explicárselo según lo permita mi rudeza.

      En primer lugar el fanatismo no es un duende, sino una enfermedad físico-moral, una enfermedad cruel y casi desesperada; porque los que la padecen, aborrecen más la medicina que la enfermedad. Es una como rabia canina que abrasa las entrañas, especialmente a los que arrastran hopalandas. Sus síntomas son bascas, convulsión, delirio, frenesí: en su último período degenera en licantropía y misantropía, en cuyo estado, verdaderamente lastimoso, el enfermo se siente con arranques de degollar a todos los que no sienten o piensan como él, aunque sean de su misma sangre, máxime si chocan con sus intereses y apetitos; y aun quisiera hacer una hoguera y quemar a medio linaje humano.

      Es mal contagioso que se introduce por el oído, por los ojos, y se pega principalmente por el trato y la concomitancia, por el uso de una misma ropa, etc.: a veces se hereda.

      Hay dos especies de fanatismo: religioso y político. Algunos fisiologistas añaden tercera especie, el filósofo; pero esta no está admitida por los sabios. Aquel es el más violento: y cuando el primero y el segundo prenden en una nación, hacen lilas estragos que la guerra, la hambre, la peste y la medicina: si una vez se llegan a arraigar, duran siglos.

      Los franceses, como tan súpitos y sanguinos, son muy ocasionados a todos los furores del fanatismo. Por fanatismo religioso hicieron en 1572 la horrible matanza de 24 de agosto, de donde tomó origen la frase atroz de hacer San Bartolomé. En solo León fueron degolladas dos mil personas: a raudales corrió por toda la Francia revuelta la sangre de padres, hijos y hermanos.

      Por fanatismo político, si no encendieron, atizaron frenéticos veinte años ha la revolución más bárbara acaso que ha afligido a pueblo alguno, y sin duda la más funesta a la libertad del mundo.

      ¿Que diré de la guerra inhumana e impía con que nos atormentan esos fanáticos rabiosos?

      Entre todos los perturbadores de la república, ninguno hay más díscolo e irrefrenable que el fanático religioso; porque con el entusiasmo de que Dios le dicta su ley suprema, desprecia como de menos valer todas las leyes humanas y endiosado así, se cree superior a todos los hombres, a todas las leyes, y a todos los gobiernos. ¿Qué se ha de hacer, dice un buen facultativo, con un espiritado que a título de que vale más obedecer a Dios que a los hombres, se imagina que del rey abajo inclusive está en obligación de degollar a cuantos no cumplen con lo que él se figura ser la ley de Dios? Una jaula es poco, y la horca no sé si es mucho.

      Séase lo que se quiera, los inspectores de salud pública deben velar diligentes contra, el fanatismo de cualquiera especie para luego que apunte el menor germen de infección, ahogarle antes que se desarrolle; porque, desarrollado, no hay fuerza que sea poderosa a atajar su furia.

      Era este pueblo se han sentido ya algunas rafagas de este mal. De él estaba intensamente aquejado el truculento autor del Apéndice a la Gaceta de Cádiz, cuando concitó al pueblo gaditano a que se armase de puñales, no para acometer a los enemigos que tiene al frente, sino para clavárselos al corazón a sus mismos hermanos.

¡Júpiter! lanza rayos y venablos.

si esto es ser santo, vale mas ser diablos.

 

FRAILES.

 «U

na especie de animales viles y despreciables que viven en la ociosidad y holganza, a costa de los sudores del vecino, en una especie de café_fondas (así llama a los conventos el diccionarista en el artículo MONASTERIO) donde se entregan a todo género de placeres y deleites, sin mas que hacer que rascarse la barriga.»

      A todos mis lectores, y en especial a alguna lectora si me favorece con pasar sus lindos ojos por estas toscas líneas, les pido mil perdones por el empeño en que me veo, en obsequio de la verdad, de sacrificar aquí la decencia a la exactitud: es preciso dar esta última muestra del estilo que gastan este y otros escritores del mismo estambre. Hecha esta salva, continuo diciendo que estas especies, mas no este piropo que va de bastardo, dice nuestro vocabulista que se les ha suministrado un «celebérrimo escritor» a quien no nombra, según lo tiene por flor, para hacer sus jugarretas a mansalva. Pero dígalo quien quiera; falta a los ápices de la verdad y con perjuicio de terceros, en no distinguir frailes de frailes. Efectivamente, no todos todos, o como decía un escolástico, toti totaliter toti totalitate totali, son «animales viles y despreciables»: ni todos todos «viven en la ociosidad y holganza.» De ellos hay tan ilustres como que han vestido la púrpura y la tiara: de ellos tambien trabajadores incansables en la viña del Señor (amen de su propio peculio), que han aumentado considerablemente la cristiandad. ¿Que de servicios no les debe la Iglesia? Si no hubiese habido frailes, todo el Flos_sanctorum no abultaria mas que un añalejo; ¡tantos son los santos, y sobre todo tantos los milagros hechos, de la mano y pluma de estos bienaventurados! y no se sabe todo. ¡Oh si se patentizasen por un momento los arcanos de los claustros!

      También es menester confesar que los buenos frailes; a quienes más propiamente llamamos religiosos, Apparent rari nantes in gurgite vasto pero tal poco más o menos anda todo lo bueno en este bellaco mundo. No así los malos: la especie de estos se subdivide en multitud de familias que últimamente se encierran en dos, pedigüeños y tomistas; pues el que no es pendingón, no escapa de tomajón.

      Siempre han sido la peste de la república (V. Capilla.) tanto en los pasados como en el presente siglo; si bien, por evitar quebraderos de cabeza, nunca se han tenido por del siglo hasta el presente, como ciertas castas de gente que claman y reclaman por la españolía en cuanto a los derechos, sin hablar jamás de obligaciones. Son animales inmundos que, no sé si por estar de ordinario encenagados en vicios, despiden de sí una hedentina o tufo que tiene un nombre particular, tomado de ellos mismos: llámase fraíluno. Sin embargo, este olor que tan inaguantable nos es a los hombres, diz que a las veces es muy apetecido del otro sexo, especialmente de las beatas, porque hace maravillas contra el mal de madre.

      Un doctor conozco yo, hombre de singular talento, que tenía escrita en romance una obra clásica en su línea sobre el instinto, industria, inclinaciones y costumbres de todos los animales buenos y malos del género frailesco que se crían en nuestro suelo. Si este libro apreciable, distinto de la Monacología latina, se hubiera publicado años ha en España, podría haber sido de suma utilidad para la religión y buenas costumbres; más ya cuando salga a luz, si de salir tiene, le considero inútil é impertinente, en no saliendo luego ; porque al paso que llevan, todas estas castas de alimañas van a perecer, sin que quede piante ni mamante; por la razón sin réplica de que les van quitando el cebo, y todo animal, sea el que fuere, vive de lo que come. Item: les van también quitando las guaridas, de suerte que se van quedando como gazapos en soto quemado. ¡Animalitos de Dios! es cosa de quebrar corazones el verlos andar arrastrando, soltando la camisa como la culebra, atortolados y sin saber donde abrigarse. _¡Oh tempora!

FRANCMASONES.

 A

quel célebre piscator Salmantino, almanaquista de por vida, filósofo y coplero, todo en una pieza, matemático además, y como tal tenido por brujo y delatado a la Inquisición (aunque era buen cristiano); el Dr. D. Diego de Torres, en fin, cuenta en la historia de su vida que trajo no sé que tantos años consigo una onza de oro, para dársela a la primera bruja que encontrase; y al cabo se fue al otro mundo sin desprenderse de la dichosa medalla. No quiero yo decir que tengo otra tal para el primer francmasón que encuentre; pues en el día por una onza, diablos encarnados, cuanto mas francmasones dirían mil que eran, aunque lo fuesen tanto como yo soy la papisa Juana. Ni menos digo que la existencia de los francmasones esta en igual predicamento que la de las brujas. Digo, empero, que los francmasones que diz que hay entre nosotros, deben de ser como los diablos de teatro, que travesean en las tablas, entre los interlocutores, sin ser de ellos vistos ni oídos.

      A muchas personas oigo hablar de francmasones; pero yo, aunque mas diligencias he hecho por ver que casta de pájaros son, jamas he columbrado ninguno. Dicen que son como los cáravos, aves nocturnas: serán todo lo que se quiera, menos cosa buena; que si buenos fueran, no se esconderían, ellos tanto de los hombres de bien.

      Por último, dicen que para conocerlos es menester ser de ellos: el autor del Diccionario razonado manual parece que lo es, según los pinta con pelos y señales. Los francmasones dice que son los hermanos de «una cofradía de hombres de todas naciones y lenguas, donde, aunque se admite indiferentemente toda casta de pájaros, se ha notado que solo se adscriben los reyes como Napoleón, los grandes como Campo-Alange, los ministros como Ofarril, los filósofos como Urquijo, los canónigos como Llorente, y los abates (no sino frailes-fraíles) como Estala.» _¡Hola, hola! ¿también danzáis vos en esa bella unión, buen escolapio? Extrañábalo yo que el P. Pedro... En fin, no hay función sin fraile.

GEOLOGÍA.

 «C

iencia moderna que demuestra las fabulas del Génesis y con la que se prueba hasta la evidencia que «Salomón por inspiración de Dios ha escrito lo mismo que Voltaire por sugestión del diablo.»

¿Tal jerigonza se podra dar? ¿Que tiene que ver Voltaire con la geología, ni Salomón con el Génesis? Esto es hablar de tolondro, y querer hacer el bu a los paparos con el espantajo de Voltaire, que viene aquí tan a cuento como por los cerros de Úbeda. Ni Voltaire ha escrito ninguna geología, ni Salomón ha escrito el Génesis, ni el Génesis le escribió Moisés (su único autor conocido, fuera sea de Dios) para enseñar geología.

      Esta es una voz nueva en castellano, compuesta de dos viejas del griego que quieren decir conocimiento de la tierra. Algunos filósofos antiguos y modernos, considerando que la tierra es obra del Criador, que nos destinó a morir en ella, y arrancarla nuestra subsistencia con afan y sudor de nuestra frente, quisieran que no dejásemos de escudriñar sus senos para sacarla los tesoros que encierra en sus entrañas. Mas esto no fue necesario que nos lo dijese la filosofía; antes nos lo había demostrado la que es madre de la industria, e inventora de todo, la necesidad.

     Desde luego hicieron los hombres sus tentativas; y a los primeros golpes brotaron fuentes, se cuajaron sales, y descubrieron los preciosos metales de la reja y la moneda... Pero todo esto es cieno vil y despreciable para ciertos siervos de Dios que comen y beben de bóbilisbóbilis, y se hallan vestidos y calzados sin saber si las cosas cuestan dinero, o si el dinero cuesta trabajo. Y como estos bienaventurados todo lo hallan en su breviario o antifonal, según aquella común expresión de «cantando lo ganan», creen buenamente que así como ellos tienen el pegujar en el breviario, los legos hemos de encontrar la piedra filosofal en la Biblia.

La Biblia es un libro muy santo y muy bueno; pero no es una enciclopedia o repertorio universal de ciencias, artes y oficios, donde haya de acudir el gañan para saber de arache y cavache, el minero para buscar la veta, y el médico para encontrar el remedio de nuestros males.

      Tractent fabrilia fabri, se dice muchos siglos ha. Si se hace lo contrario y se trastruecan los oficios, veremos un general trastorno en la república civil y literaria: el físico querrá sujetar la transubstanciación a las leyes químicas; y el teólogo interpretar la naturaleza como la Escritura, buscándola el sentido místico, acomodaticio, anagógico, tropológico, etc. Este continuo quid_-proquo que hacen algunos fieles, exaltados de un celo más fervoroso que discreto, ha dado motivo a procedimientos en que se han desairado las autoridades de primera jerarquía en la iglesia de Jesucristo. Y pues hablamos de la tierra, voy a referir un caso a propósito de geología, que si no viene bien a logía, vendrá a lo geo.

      Corría por el signo piscis el año de 1616, cuando la Congregación de cardenales inquisidores, con noticia de que un cierto Copérnico prusiano, un español llamado Zúñiga, y un tal Galileo, de feliz memoria, se habían empeñado en parar el sol, y hacer andar la tierra: hubo acaloradas sesiones sobre este punto delicado en que la potestad temporal cruza líneas con la espiritual. El resultado fue fulminar un terrible anatema contra semejante doctrina de terremoto, «como contraria a la fe, y absurda en filosofía;» fallando Ss. Ems. que la tierra se estuviese quieta, y no hiciese caso de gente revoltosa y levantisca.

      Yo no sé si se dio traslado a la tierra, ni si ella se dio por notificada. Lo que dice la Historia, es que el año de 33 se volvió a empeñar Galileo en que el sol se había de estar quedo, y la tierra había de andar; y el Santo_Tribunal se empeñó en que él no había de andar suelto. Encerráronle, y arguyéndole un día en la prisión el cardenal Belarmino, para desaferrarla de su tema: «¿Podéis dudar, querido Galileo (le decía), del movimiento del sol, cuando la Sagrada_Escritura dice terminantemente que Josué le dijo al sol: Sol, no te muevas; y el sol se paró en mitad de su carrera? [1] __Pues ved ahí, Em. Sr. (contestó con prontitud el preso), ved ahí por qué digo yo que el sol esta parado; porque Josué le paró. _A esto no tuvo a bien responder S. Em.

      Galileo persistió negativo y preso hasta que aburrido de cárcel, y movido de las instancias de sus amigos, se presentó a abjurar de su doctrina. Este paso se le resistió de tal manera, que en el acto mismo de la abjuración se le escapó del alma aquel dicho tan celebrado de los filósofos (e pur si move), que farfulló entre dientes al hacer la señal de la cruz.

      De allí a algunos años la corte romana tuvo por conveniente alzar a la tierra el entredicho, permitiéndola andar o pararse a su voluntad, con tal que no negase la asistencia a sus inquilinos.

      No digo más, y dejo al discreto lector que allá a sus solas.... soliloquie.

 1.  Sol, ne movearis... Stetit itaque Sol in medio caeli.
   JOSUÉ, C. X
.

 

JACOBINOS.

 V

oz tomada de la francesa jacobín, que tiene varios significados, a cual mas halagüeños. 1.º Así se llamaban en Francia los frailes dominicos, cuando los había. 2.º En el principio de la revolución transpirenaica se extendió este nombre a significar también los cofrades de una cierta congregación o club, que se reunía en el convento de padres jacobinos de Paris. 3.º Item, los demagogos terroristas Robespierrinos que... últimamente ¿para que es cansar? una palabra de tan ruin alcurnia, que principia significando franceses y frailes, no puede acabar en significado bueno.

     El más bellaco de todos es el que la dan el diccionarista irrazonado y demás sicofantas de su garulla, enriqueciendo con este mal término el vocabulario de los denuestos contra los filósofos. Jacobino es uno de los remoquetes más expresivos, con que los matacandelas de toda luz de razón, que no quisieran que alumbrase al mundo más luz que la de las hogueras inquisitoriales, apodan tan liberalmente (liberales solo en esto) a los propagadores de las luces y conocimientos útiles. Pero esta palabra de tan amargo sentido en la jerigonza de los susodichos, si se atiende a las personas a quienes la aplican, templa el rigor de la expresión hasta el extremo de sentirse una contradicción absoluta entre el significado y la cosa significada. Los que ellos llaman jacobinos son real y verdaderamente los que nuestros mayores llamaban repúblicos, y nosotros modernamente llamamos patriotas.

      A aquellos patriotas acérrimos, gente recia, recta, y de crispante fibra, que no reparan en barras, ni se ahorran con nadie ni aun con su padre, si a la madre patria la perjudica en lo mínimo; a estos (máxime si son filósofos) los llaman jacobinos.

      Jacobinos llaman a los que, cuando un obispo insulta a la majestad de la nación, con mitra, palio y demas arrequives obispales quisieran que se le subiese in excelsis, a que en penitencia echase al pueblo bendiciones con los pies. Jacobinos, a los que en perdiéndose una batalla por culpa, por la culpa, por la gravísima culpa de algún general, desearían que sobre la marcha se le pusiese la faja por corbata, y por ella se le guindase de la gaja de un arbol: que es un remedio exquisito (aunque no probado en España) para que el general que perdió una no vuelva a perder otra. Jacobinos, a los que, si un juez tuerce la vara de la justicia, incontinenti mandarían que se le retorciese a él la traquiarteria. Jacobinos, a todos los malaventurados que han hambre y sed de justicia: y jacobinos en suma apellidan a los patriotas rigoristas, como jansenistas a los cristianos rígidos.

JESUITAS

 N

o hay cosa tan desvalida que no tenga quien la defienda: la de los jesuitas, aunque pasada en autoridad de cosa juzgada, tiene su competente defensor en el diccionarista manual, que parece nació con signo de ser abogado de las causas perdidas. No le ha arredrado a este santo señor la consideración de que esta causa ha pasado ya por las Miliquinientas; y que no hay tribunal supremo en nación ninguna de Europa, donde no se haya visto y sentenciado siempre con costas y ecetéra contra sus Paternidades. Hasta el Vaticano ha fulminado contra ellos sus rayos exterminadores. Y nuestro lexicógrafo, no obstante erre que erre en defenderlos. ¡Singular humanidad es la que le anima en favor de los susodichos Padres! humanidad sin duda de aquella calaña que solo él conoce y él solo sabe definir. [1]

      Animado de estos píos sentimientos y haciendo de coronista de la opinión pública, dice «que si los jesuitas hubieran existido (en nuestros días), jamas se hubiera verificado este desorden general que agita la Europa, y que su resurrección cortaría los males que sufrimos.»

      Verdaderamente que si nosotros pudiéramos hacer este milagro, todo lo demás era menos. Si por un instante suponemos resucitados los PP. de la Compañía, cata trasmutado repentinamente, como en comedia de tramoya, todo el teatro del mundo. En enviando un jesuita al Paraguay, todos los paraguayos con sus castas atravesadas se irían al pío pío tras su Padre de su alma: otro a la Inglaterra, como una pólvora se moverían a favor nuestro aquellos friáticos isleños: otro a la Francia, Napoleón en la liga: otro a Portugal, digo ¿eh?... ¡la casa de Braganza! _Pues ¿que diremos de la conversión de pecadores y pecatrices? Si quedaba un soldado, una princesa, un mercader, una ramera, un traidor ni un filósofo que no fuese a comulgar en sus misiones, ¡que me quede a mí San Pedro fuerza de las puertas del cielo!

      De estos y otros mil primores nos vemos privados en el día tan solo por la patarata de no poder resucitar en cuerpo y alma a los PP. jesuitas. Y aun cuando se me quiera reponer que hasta para el caso resucitar la Compañía, y no precisamente sus miembros podridos, digo que tampoco esto es factible sin otro milagro: hacer que lo que fue no haya sido. Y como estos bienaventurados frailes sin fray fueron sus Paternidades tales cuales [2] fueron; mientras quede en el mundo memoria de lo que fueron, y de que lo fueron precisamente por obra y gracia del espíritu de su Regla, no hay que esperar que la llamada Compañía de Jesús renazca ni florezca. Mas como al diccionarista le veo tan interesado en que fructifique, le voy a señalar algunas flores históricas, y aun páginas enteras que tiene que arrancar de cuajo de la crónica de los jesuitas, para poder solamente dar principio a su intentona.

      Ante todas cosas es necesario quemar el tratado que se intitula De las enfermedades de la Compañía de Jesús, por el jesuita Mariana; y la Monarquía solipsorum (es decir, el Reino de los solipsos o egoístas), del jesuita Inchofert: porque estas son obras donde desde luego se ponen de manifiesto los vicios radicales del instituto de los jesuitas por los mismos jesuitas. (No hay peor cuña que la del mismo palo, y a fe que estas dos no son flojas.) Dejo a un lado toda la ranfla de otros escritos históricos, polémicos y satíricos que antes y después se han estampado en pro y en contra: los cuales, bien analizados, no les hacen buena pro a sus Paternidades: y prosigo.

      Hecha esta chamusquina, se hace absolutamente preciso raer de los libros y de la memoria de los que han leído, cuando menos los hechos siguientes.

      En 1581 fueron ajusticiados el P. Campian y compañeros mártires, por haber atentado a la vida de la reina Isabela de Inglaterra, contra la cual no cesaron de maquinar los jesuitas.

      En 593 induxo el P. Varade a que asesinase a Enrique IV de Francia a un marinero, que en efecto llegó a poner manos violentas en S. M.; y en efecto fue luego enforcado por ende. De allí a dos años repitió el mismo atentado (y se repitió la misma escena) el iluso Juan Chandel, acalorado por los jesuitas, so color de que el rey era un hereje, y todo fiel cristiano estaba muy obligado a matarle. De resultas fueron los jesuitas extrañados de los dominios de Francia; y si de allí a diez años se les volvió a admitir, fue con la condición de que siempre habían de tener en la Corte, como fiadores responsables de su buena conducta, dos jesuitas de los de mas grandes campanillas.

      En 597 con motivo del establecimiento de la Congregación de auxiliis contra la trisca-pedisca que armaron los jesuitas con su herejía del molinismo, les decía Clemente VIII que eran unos intrigantes que le tenían revuelta la iglesia de Dios.

      En 598 arman de un puñal bendecido a un asesino, y le envian en el nombre de Dios a que mate a Mauricio de Nasau. El muerto fue el matante, y desterrados los hijos de Jesús de toda la Holanda.

      En 1610 se lograron por fin los intentos de los jesuitas: el fanatico Ravaillac [3], hijo de confesion del P. Aubigni, asesina a Enrique el Grande: y la imprecación general recae sobre los jesuitas.

      En 618 fueron estos expulsados de Bohemia por perturbadores de la tranquilidad pública: en 19, de Moravia por las mismas causas: ídem de Riga por Gustavo-Adolfo en 21: en 43 Malta, indignada de su relajación y rapiñas, los ahuyenta de sí; y en 1723 tuvo el zar Pedro que echarlos del imperio de Rusia.

      Últimamente el año de 58 fueron tambien expelidos de Portugal a consecuencia del asesinato del rey, perpetrado por una infernal conjura de los jesuitas Malagrida, Matos y compañía.

      Esto sea dicho por lo que toca a las demás naciones; por lo que a la nuestra atañe, hasta citar los sucesos del Paraguay con la peregrina historia del rey Nicolao, y lo demás que sabrá el curioso lector. Por tanto, los referidos PP. fueron exterminados de España é Indias por el católico rey Don Carlos III el año del Señor de 1767; y posteriormente fue extinguida in totum la Compañía de Jesús por la Santidad de Clemente XIV, de feliz recordación.

      Estos son hechos. Por ellos se ve que de todos los reinos han sido echados los jesuitas por hombres vitandos, turbulentos y atentadores contra la vida de sus legítimos soberanos. De donde cayó en proverbio aquel dicho célebre: que los jesuitas eran una espada desnuda contra las testas coronadas, cuya empuñadura estaba en Roma.

      Si de los hechos pasamos a las opiniones y doctrinas, quedaremos horrorizados. La más atroz de todas es el regicidio; y una de las mas perniciosas la infalibilidad del papa, y su superioridad a los reyes, canones y concilios. No era, ciertamente, virtud ni pía veneración a los sumos pontífices lo que los inducía a esta opinión antisocial, sino una tendencia, cuando no coligación, para fundar una teocracía más tiranica que el despotismo de Oriente. [4]

      La doctrina del regicidio parece la divisa de los jesuitas; y la ejecución, su mayor regalo. Acúsaseles de tres regicidios consumados, sin contar los que se quedaron en intento, de los cuales el mas horrendo es el que se cuenta de un emperador de Alemania, a quien trataron de inmolar en la comunión, envenenando la hostia bendita.

      Los teólogos de la Compañía han sido los principales corruptores de la doctrina cristina. Apenas hay absurdo moral de que no haya sido autor o maestro algún jesuita; ni acción criminosa, que no haya encontrado en ellos agentes, incitadores, disculpa o absolución: la calumnia, el perjurio, el robo, la simonía, la compensación oculta, las reservas mentales, el fornicio, la sodomía, el asesinato...... cúmulo horrible de errores, torpezas y atrocidades que propenden a confundir la razón, a hacer dudosa la fe, y romper los vínculos de la sociedad civil.

      Las herejías de pura fabrica jesuítica son varias y noscivas sobremanera. Obra de ellos es el molinismo, que levantó en España el jesuita Molina; obra de ellos se dice que es la secta impúdica de los mamilarios; suscitada en Italia por el jesuita Benzi; y finalmente, obra de jesuitas es el probabilismo, u arte de trampear la ley de Dios. Pero la ley de Dios no quiere trampa.

      Tampoco quiero yo poner a este artículo el laus deo, sin presentar al señor vocabulista un testimonio auténtico de lo que eran los jesuitas aun en el tiempo de sus mayores glorias. Sírvase el señor mío pasar la vista por el adjunto poema, que no es producción de ningún filósofo moderno, sino de un eclesiástico respetable, celebrado 200 años ha por sujeto de calificada ciencia y conciencia: y vea por su vida cómo pinta las penitencias y ayunos con que los PP. Teatinos castigaban su pícara carne. Mas antes juzgo oportuno decir dos palabras sobre el poema y su autor.

      Este es el Dr. D. Juan Salinas de Castro, el cual nació en Sevilla el año de 1559, cursó leyes en Salamanca, fue canónigo de Segovia, y murió en su patria de muy avanzada edad. El erudito Rodrigo Caro en sus «CLAROS, VARONES en letras naturales de Sevilla» (que he visto MSS), dice de este ilustre ingenio sevillano «que fue agudísimo en sus conceptos, y muy conocido en España por muchas obras de poesía que compuso, que algunas andan impresas en el Romancero general; y muchas de las demás (añade) se han juntado ahora para dar a la estampa.»

      Yo no sé si sería tomada de esta colección una mala copia que yo he leído, hecha por un códice del siglo XVII, de la cual he trasladado este curioso poema. Sé que de ella consta que el Dr. Salinas estuvo en Roma, donde se dice expresamente que compuso un romance que principia:

Con reliquias todavía

de un frenesí de modorra....

y que de vuelta pasó por Burgos, y fue hospedado (dice el MS) por el canónigo Juan Alonso de Sanmartín, a quien dirigió otro romance que empieza

Canónigo fisgador....


      Finalmente este poema tiene la desgracia de que además de hallarse incorrectísimo en el manuscrito de donde le copié, se me ha hecho todo fragmentos de puro rodar en mi tragica maleta en una peregrinación patriótica que hice por la Serranía de Ronda, cuando no estaba en poder de infieles. He tenido, pues, que zurcir retales, dando tal vez alguna que otra puntada de mí o donde me ha faltado el original, o la memoria; y perdiendo al cabo una buena parte de los versos de que constaba esta preciosa obrita, resulta mi labor cual se la presento al señor diccionarista, mi venerado dueño.

      NOTA. Prevengo que no he señalado los zurcidos, por no desfigurar la impresión, y ofenderla vista del lector con continuos puntos suspensivos y letra bastarda.

 

1. El diccionarista define la humanidad en estos términos: «Amor a los malhechores, piedad con las prostitutas, etc.»

2.   Cuando los jesuitas solicitaron establecer casas en otros reinos, preguntandoles ¿si eran clérigos, si frailes ó que eran? respondían con su monita peculiar tales cuales.

3.   En el interrogatorio que se le hizo, confesó que lo que le decidió a quitar la vida al rey, fué haber sabido que S. M. iba a hacer la guerra al papa: «que haciendo la guerra al papa, se la hacia al mismo Dios porque el papa es Dios, y Dios es el papa.»

4.   ¡Ojo avisor, compatriotas! que aun hay entre nosotros mucho teócrata de esta mala ralea jesuítica.

Los ejercicios de S. Ignacio, o La penitencia de los Teatinos.


Poema jocoso DEL Dr. D. JUAN SALINAS DE CASTRO.


ARGUMENTO. « Estando el autor en Roma oía decir que muchos, iban a hacer ejercicios espirituales a la Compañía de Jesús; y cuenta cómo fue él; y lo que le sucedió en este tiempo.»

Al olor que esparcía
de virtud de Jesús la Compañía,
viendo en Roma que tantos
iban a hacer los ejercicios santos,
por no ser menos que ellos,
pedí licencia al Padre para hacellos.
Diómela, y muy contento
me subió de la mano a un aposento.
Pensaba, yo cuitado,
que había de ser allí muy regalado;
pues dicen que Teatinos
siempre beben decrépitos los vinos,
y tan buenos a veces
que se pueden beber hasta las heces.
Muy bien acomodados
tienen sus aposentos excusados:
Que ellos son a quien toca
el vivir al refrán: «¿que quieres boca?»
El pensamiento mío
me salió como siempre de vacío,
porque el hado importuno
me tuvo un día todo casi ayuno,
tanto que por mi gloria
comía muchas veces de memoria.
Pero en esta agonía,
como a S. Pablo un cuervo me traía
la cena tan sucinta,
que de otro ser podía esencia quinta
y en viendole decía:
«¡Salve, nuncio sagrado de alegría
del diluvio paloma,
Iris de paz que por el monte asoma!»
El vino de manera,
que el mismo Baco no lo conociera:
Poco, más bien aguado,
y en jarro con JESÚS de azul pintado,
que yo dije mil veces:
«Siempre fue más el ruido que las nueces.»
Mas el ver los hermanos
tan lucios, tan alegres, tan ufanos
con sustento tan poco,
me tenía confuso y casi loco:
Y así formé conceto
que allí había algún Jordan secreto.
Cuando a la misma hora
que en las hermanas siete el carro mora,
oí un manso instrumento
discurrir por los cuartos del convento.
Y en tanto que le hicieron,
en un tropel solícitos salieron
muy alegres y ufanos
los mozos juntamente y los ancianos,
Que con oído atento
aguardaban el santo tocamiento.
Iban cautando juntos
un prolijo responso de difuntos;
en cuya retarguarda
iba el Padre Rector con capa parda.
Mas con silencio sabio
el dedo puesto en el confuso labio.
Cuando todos pasaron
y el ángulo del tránsito doblaron,
viéndome ya en pos de ellos,
agarré la ocasion por los cabellos.
Salí muy cuidadoso
de mi oscuro aposento cavernoso;
y andando discurriendo,
oí de platos un notable estruendo.
No era tan indistinto
de Creta el intrincado laberinto,
como desconcertadas
las ciegas del convento encrucijadas.
Mas mi ciego sentido
fue sirviendo de perro al grato oído.
Después de un grande rato
oí quejarse de la hambre un gato
y dije con decoro:
«Estas cenizas son de un gran tesoro.
Donde hay juncos, hay agua:
y el aire lleva el fuego de la fragua.»
No fue tan sonorosa
en medio de la noche tenebrosa
al pobre peregrino,
incierto del lugar y del camino,
la voluble campana,
como oí yo el maullar de buena gana.
Por el hilo delgado
el ovillo saqué tan deseado.
Mis deslumbrados ojos
Alumbran de un fanal los rayos rojos:
y al entrar de una sala,
que a una gran plaza en lo anchuroso iguala
vi una tarjeta bella,
que apenas con su luz pude leella;
y en rubias letras de oro
decía claramente: AQUÍ ES EL CORO.
A una pequeña icia
acomodé la vista, y blanda oreja
al concierto suave
que se entonaba en este coro grave,
que era (porque me escuches)
en vez de sacabuches metebuches.
Y por ser más sonoras,
en vez de chirimias cantimploras.
Echaban contrapuntos
hasta verlas estrellas todos juntos.
Falsetes no tenían,
que todos los envites admitían.
Solo el compas faltaba,
que en su espléndida mesa no se hallaba.
Leía mesurado
Finéo en una cátedra sentado:
Y hacía tanto efecto
la razón deste médico perfecto,
y tanto en ellos obra,
que todo lo ponían por la obra.
Galeno en otra parte
de guardar la salud leía el arte.
Otros con nuevos textos
leían decretales sin digestos;
Y, porque así conviene,
lo del sexto... lugar secreto tiene.
Honraban esta cuadra
en cada esquina que por ella cuadra
muchos bellos pinceles,
milagrosas pinturas del de Apeles,
cuyo rico dibujo
el P. Ignacio de Venecia trujo.
Con artificio raro
entre rejas estaba un viejo avaro,
cuya hidrópica fragua
ee apaga con el oro en vez de agua,
cercado de montones
de gatos cuyas almas son doblones:
Y muchos padres destos
los agarraban y cogían prestos.
de aquesta enigma rara,
o por mejor decir enigma clara.
Para mayor ornato
declaraba una letra su retrato,
diciendo: No te espante,
que semejante quiere a semejante.
Estaba agonizando
con la confusa muerte peleando
otro que a su cabeza
tenía grande suma de riqueza.
Y a morir le ayudaba,
un padre de estos que se la quitaba.
Un infierno abreviado
estaba en otro lienzo dibujado
y de serpientes rufas
cuajadas las diabólicas estufas:
Y en una muy cerrada
estaba de Teatinos gran manada.
ya que buscaba atento
la causa de tan grande encerramiento.
En una piel marchita
de un pardo lobo vi esta letra escrita:
Porque en el lago Aberno
no se hagan señores del infierno.
Quejábase la Hambre,
vestida de sayal y tosco estambre,
en otro cuadro bello,
que ponía temor en solo vello,
porque con penas fieras
de allí la desterraban a galeras.
Dejo otros laberintos
que, por no estar tan claros y distintos
yo vi bien sus figuras,
peregrinos retratos y pinturas:
Que siempre en los extremos
comunmente lo mas priva lo menos.
Atónito callaba,
mirando cuan bien presto todo estaba,
pareciendo fingido,
hecho Tántalo mudo mi sentido,
con el agua a la boca,
que nunca su dulzura el labio toca.
Cuando llegó a la cena
a aumentar mi apetito con mi pena,
Heliogábalo fiero
no vido sacrificio tan entero.
Allí daba Neptuno,
sin perdonar de su región ninguno
cocidos los pescados,
en sus nativas conchas encerrados,
que la ostra severina
desde la puerta pasa a la cocina.
El dios Baco brindaba
y hundía la razón que le tocaba,
en trasparentes copas nada estrechas
a propósito hechas,
y en vasos muy costosos
antiguos vinos, limpios y olorosos.
La que de sus amores
tuvo por hijo el dios de los pastores
les daba en sus banquetes
más blancos que la leche los molletes:
Y el dios de las montañas
las avarientas nueces y castañas:
Y en limpios canastillos
la verde pera y ásperos membrillos,
la fructifera diosa
en suficiente copa y abundosa.
Y no se estaba Palas
escasa en alumbrar sus anchas salas,
y  al fin de la comida
les negaba la fruta apetecida
dada con larga mano
del suelo cordoves y sevillano.
Mas como en una fragua
la llama crece como crece el agua;
así la hambre mía.
más cercana del fuego, más crecía,
que por estar cerradas
Me eran las puertas rémoras pesadas.
Estando descuidado,
lamentando entre mí mi triste estado,
advertí que venía
con mucho desenfado y osadía
un hermano Teatino,
que en todo parecía el dios del vino,
y en los carrillos flavos
al dios de quien los vientos son esclavos.
Lienzo y rosario en cinta,
zapato de ramplón y gruesa cinta,
y la negra librea
hecha a puros pedazos taracea,
bonete de tres altos
que apenas se alcanzara de tres saltos.
Y aunque era Teatino,
tenía más de tea que de tino,
reluciente y sereno,
de rostro afable, cariharto y lleno.
Mas bien considerada
desta arpia visión la piel manchada
por noticia adivina
conocí que era el dios de la cocina.
Besé la tierra dura,
y dije el miserere con mesura.
Traía nuestro hermano
un plato encima de otro era una mano,
que de concha servía
a dos pintadas truchas que traía.
Iba con presto vuelo
(que era tambien San Pedro deste suelo).
Y hecho su cumplimiento
al padre provincial de su convento,
dándole el plato dijo
(el rostro entre temor y regocijo):
»Tome Su Reverencia.
»y perdone, que hacemos penitencia.»
Recibiólas suave
el padre, mas pesado que no grave;
y dióle por respuesta,
levantando la barba mas compuesta:
»Su voluntad le abona:
»mire por la salud de su persona.»
Yo que estaba a la puerta,
vi la del cielo en la ocasion abierta,
y con gran desenfado
me entré en la sala, y dije al gran prelado:
»Padre, aquí está presente
quien ha venido a ser gran penitente.
¡Por Dios, que es este un hecho
que me provoca a cólera y despecho:
Que de aquestos socorros
los que hacen ejercicios salgan horros!
Un bien tan estimable
de suyo había de ser comunicable.»
Quedáronse pasmados,
atónitos, confusos y admirados;
y no de otra manera
que si en algún delito los cogiera.
Mas con grande mohína
corrió el Padre al servicio la cortina.
«¿Quien, diga, le ha guiado
(me dijo) a un laberinto tan cerrado?
Ningun hombre nacido,
por más astuto, fuerte y atrevido,
con pasos desiguales
pisó deste edificio los umbrales,
desde que el sol da lumbre
al hondo valle y levantada cumbre.
La caridad conviene
criarse de aquel mesmo que la tiene:
Y en este santo ensayo
primero es la camisa que no el sayo.
Si ejercicios profesa,
ha de ser Cananea desta mesa;
y en lo que ha conseguido
ha de beber las aguas del olvido.»
Tener allí quisiera
más lenguas que la fama vocinglera;
y sin falta ninguna
para cada manjar al menos una.
Acepté la partida
mostrando voluntad agradecida;
y como caballero
hice pleito-homenaje verdadero
jurando de fielmente
guardar este secreto eternamente,
más que guarda el avaro
el oro rubio que costó tan caro,
y el sastre de la obra
guarda el poco retazo que le sobra.
Hecho mi juramento,
me volví muy alegre a mi aposento.
y puesto ya en mi casa,
esta es la vida que allá dentro pasa.
La tristeza enojosa
nunca vio aquella estancia deleitosa,
todo es gozo y holgura,
Chipre en jardines, céfiro en soltura;
y según matemática,
el compás de la tierra puesto en práctica,
esa apartada zona
debe ser la tierra de CHACONA.

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LIBERTAD.

 A

l pronunciar esta dulce voz, ¿que humano pecho no se siente animado de un espíritu casi celestial? Esta aura benigna era sin duda la que respiraba el inmortal Cervantes al proferir estas palabras de ambrosía: «la LIBERTAD es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, y el mar encubre: por la libertad, así como, por la honra, se puede y debe aventurar la vida.»

      Toda racional criatura, en tratandose de la libertad, habla con noble entusiasmo y de abundancia del corazón: solo el diccionarista manual y los de su gavilla hablan de ella ruin y amordazadamente. «La libertad en sentido filosófico (dice aquel) es el poder el hombre decir, hacer, pensar, escribir e imprimir libremente, sin freno ni sujeción a ley alguna, todo lo que le dé la gana.»

El sentido común y la filosofía reprueban igualmente esta definición monstruosa, la cual no hallándose en ningún filósofo antiguo ni moderno, ni en escritor alguno, sino en el del Diccionario, que se dice razonado, estamos autorizados a creer que es suya; y como suya es en efecto. La filosofía, esto es, la recta razón lo que enseña es lo siguiente: sirva de contraveneno a su este artículo ponzoñoso.

      La libertad es el derecho que tiene toda criatura racional de disponer de su persona y facultades conforme a razón y justicia. Hay tres especies: natural, civil, y política o séase, libertad del hombre, libertad del ciudadano, y libertad de la nación. Libertad natural es el derecho que por naturaleza goza el hombre, para disponer de sí a su albedrío, conforme al fin para que fue criado. Libertad civil es el derecho que afianza la sociedad a todo ciudadano para que pueda hacer cuanto no sea contrario a las leyes establecidas. Y últimamente, libertad política o nacional, es el derecho que tiene toda nación de obrar por si misma sin dependencia de otra, ni sujeción servil a ningún tirano. _He dicho.

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