Ésta es mi prisión delicada.
No me salvéis.
Aquí yacerá la que pudo haber sido Ophelia.
Inventadme un epitafio que se oculte bajo el musgo.
Tengo algo con que gozar.
Me he tatuado una
serpiente en mi pierna con tu nombre y a veces siento que está viva,
como tú,
y asciende mis muslos hipnotizada por algún Himno a la belleza,
y se desliza, pontífice de un rito que no suelo entender, pero me
sigue, como si de pronto mi voz fuera un salmo penitente,
y entonces tú me obedeces, mártir de tu fe en mi cuerpo,
y asciendes un poco más hasta llegar a la antesala de mi sexo,
allí donde esperas la vehemencia de tu nombre, el sentido de ser tú
el llamado y no otro, tú en comunión con tu nombre a la espera de
mí.
Doscientos años de vida tiene tu nombre y sin embargo,
tatuado en mi pierna se ha hecho serpiente y a tientas busca mi
cuerpo.
Cada vez que te nombro profano un instante tu reposo y te obligo a
que duermas junto a mí,
a que asciendas mis muslos tal y como ahora te digo,
así, lentamente, con la falsa detinencia del deseo que se retracta
por miedo a no verse ennoblecido,
con la imprecisión de una mano inexperta que finge un control que
sólo yo poseo.
El baile de la serpiente sobre mis nalgas es perpetuo.
La serpiente descalza baila en la antesala de mi cuerpo antes de
morir en mí.
La música que ahora emite mi mano bífida en un coro desentrañado.
La serpiente se arrodilla desnuda en la antesala de mi cuerpo antes
de morir en mí,
Y le grito que es ahora,
el instante de ahora y no un milímetro después que ahora dejas
conmigo, como si conocieras la estrategia de varias dosis de veneno
sobre mi sexo.
Ahora y sólo ahora, repito.
Pero la serpiente arrastra sus pies descalzos por la antesala de mi
cuerpo antes de morir en mí,
ahora y sólo ahora y no más tarde, repito,
Ahora,
en la tenue frontera de mi cuerpo dividido en dos mitades
reconciliadas.
Ahora,
con todos mis nombres, los que yo te doy y te pido que pongas sobre
mí.
Ahora,
con la blasfemia del último canto en la divina estampa de los
deleites.
Ahora bendigo mi nombre con tus dedos de mi mano.
(De
La prisión delicada
)
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