Beatriz Zuluaga

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Cómo quiero la grandeza...

Cuando llegues...

Déjame recostar mi sed...

Eres Eros

Esta piel que yo estrecho...

La carne hecha verdad

Cómo quiero la grandeza
de las cosas simples.
Por eso vuelvo hoy
al principio
en busca de ese génesis
con aroma de leche y estiércol.
Suavidad de la guama,
esbeltez de espartillo,
humedecidos pies de bosque,
complejidad amorosa de la noche
al calor de la leña,
paredes dibujadas con humo,
paseo de cocuyos,
tibio lecho con olor
de arrayanes.
Principio del amor,
alfabeto de sexo
aprendido
en el arrullo fresco de palomas,
en el relincho recio
de un caballo,
en el temblor de ancas,
soberbia de la sangre
en crines desbocadas.

Milagro de los cuentos
en la voz ancestral de los abuelos,
castillos y palacios,
duendes y hadas,
puente de los fantasmas,
musgo para los sueños,
armonía de un tiple
junto al pilón
tierno maíz,
dorada redondez de los buñuelos.
Implacable reloj
que me lanzó de pronto
a ser grande,
así sin previo aviso,
sin tiempo de ordenar
la valija
para ese itinerario de la vida.

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Cuando llegues...
habrá un florecimiento de amapolas.
Un himno nuevo entonará la sangre;
y al sentir el milagro de tus manos,
brotarán de mi canto lirios blancos.

Me vestiré los tules nupciales de la aurora.
Bañaré mis cabellos con reflejos de sol;
habré puesto a mi boca el dulzor de las mieles,
y a mis senos, arrullos con preludios de amor.

Cantarán los minutos mis arterias cansadas.
Ya mi espera se tiende con caminos de luz;
pon a tus pies sandalias tejidas de ilusiones,
que hallarán primavera cantando plenitud:

Cuando llegues...
habrá germinación en los vergeles
al abrirse mi carne en floración;
y en el dulce cansancio de la entrega,
se mecerá una cuna y una flor.

 

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Déjame recostar mi sed
junto a tu boca.
Deja la quietud de mis pies
al borde de tus poros
Déjame con esa voz que sólo yo conozco
descansa ya, detente
no es posible seguir
en busca de más llanto.
Sí, quiero una paz
que se levante diaria
junto a mi sombra,
que vuelvan a mi mesa
el vino, el pan
y a mi lecho el amor.
Desde ahora descansará mi arco,
no más flechas de guerra
en los atardeceres solos.
No más la inútil impaciencia
de rogar un verano,
ni las manos a tientas
buscando recelosa mi propia piel.
Devuélveme en tu rostro
la verdad de mis ojos
y empieza a recorrer mi sangre,
en un solo latido,
como cuando se piensa un hijo.
Dame el asombro renovado
de tu palabra y también
el silencio que clausura la angustia.
¡Levántame el milagro del olvido!

 

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Eres Eros

Estoy tan liviana sin ti
que necesito el peso de tu cuerpo
como la rama del puñado de plumas
para poder cantar.
Por eso frágil ahora, inicio el vuelo
del arrullo hacia el encuentro.
Necesito el peso de tu cuerpo
para la danza genital que hace crujir
la quilla de mis huesos y me desarticulo
porque sólo perdiéndome en ti
logro encontrarme.
Sí, eres el eco de mis nuevos deseos.
El más antiguo calendario del amor
se repite en nosotros
y por eso sabemos que esta muerte
es una resurrección ya padecida.
Sálvame de la fragilidad de mi cuerpo
con el huracanado acento de tus músculos.
Entre tanto tapo la boca a los relojes
y me ovillo a la orilla de tus sueños.

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Esta piel que yo estrecho
como mi propio nombre
tiene el sabor lejano
de las cosas sabidas.
Por eso me pregunto:
¿Dónde el cristal que siga
repitiendo el abrazo
hasta doblarme en dos, multiplicada?
Amar ya no es batalla
al filo de la noche.
Es juntar rosas
para que crezcan rosas
y después inventar un silencio
callando los relojes,
tapándole la voz a los murmullos,
una aurora desnuda
como la carne próxima al abrazo.
Dame tu piel como un vestido
para un viaje de amor.
Yo extenderé mi cuerpo
camino-piel para tu paso.
Toda soy
mi cintura y mi seno
un redondo equipaje de deseo.
El mundo puede ser
un pequeño lugar para los sueños
o un universo abierto para multiplicar
la vida.
No lo olvide,
lo recuerde mi sangre,
que oyó en un junio de manzanas:
¡esta es la luz!

 

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La carne hecha verdad

Como la araña hembra devora al macho
en la noche tejida,
así quisiera que cayeras
a la hora exacta del deseo.
Y así solos haremos el rito dionisíaco del amor
sin importarnos que las campanas callen,
que el viento gima con su quilla quebrada,
que las gaviotas pierdan su brújula en los mares
y la noche se estrelle en un alba imprevista.
Nosotros entre tanto
estaremos levantando un mundo tejido a besos
bebiendo a bocanadas tú mi azúcar
yo tu sal,
para después en la húmeda arena del placer
reinventar el deseo
porque siempre habrá una piel nueva,
otra saliva dulce para beber los labios
y la verdad de la carne hecha verbo
en la palabra amor.

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