DRAMA EN UN ACTO
PERSONAJES
LA DUQUESA ISABELA
CELIA
DON JUAN TENORIO
LEONELO
FABIO
(EN ITALIA SIGLO XV)
ACTO ÚNICO
(Calle. A un lado la fachada de un palacio señorial. )
ESCENA PRIMERA
FABIO Y LEONELO (Fabio se pasea por delante del palacio , embozado hasta los ojos en una capa roja.) LEONELO (saliendo.) ¡Señor! ¡Don Juan! FABIO No es Don Juan.
LEONELO ¡Fabio! FABIO A tiempo llegas. Desde esta mañana sin probar bocado... ¿Cómo tardaste tanto?
LEONELO Media ciudad he corrido trayendo y llevando cartas... ¿Pero Don Juan?...
FABIO La ciudad, toda, que no media, correrá de seguro llevando y trayendo su persona. ¡En mal hora entrámos a su servicio!
LEONELO ¿Y qué haces aquí disfrazado de esa suerte?
FABIO Representar lo mejor que puedo a nuestro Don Juan, suspirando ante las rejas de la duquesa Isabel.
LEONELO Nuestro Don Juan está loco de vanidad. La duquesa Isabel es una dama virtuosa y no cederá por más que él se obstine.
FABIO Ha jurado no apartarse ni de día ni de noche de este sitio, hasta que ella consienta en oirle... y ya ves cómo cumple su
juramento.
LEONELO ¡Con una farsa indigna de un caballero! Mucho es que los servidores de la duquesa no te han echado a palos de la calle.
FABIO No tardarán en ello. Por eso te aguardaba impaciente. Don Juan ha ordenado que apenas llegaras ocupases mi puesto... el
suyo quiero decir. Demos la vuelta a la esquina por si nos observan desde el palacio, y tomarás la capa y demás señales, que
han de presentarte hasta la hora de la paliza prometida... como al propio Don Juan.
LEONELO ¡Dura servidumbre!
FABIO ¡Dura como la necesidad! De tal madre, tal hija. (Salen.) |
CUADRO SEGUNDO
ESCENA II
Sala en el palacio de la duquesa Isabela.
LA DUQUESA Y CELIA
CELIA (Mirando por una ventana.) ¡Es increíble, señora! Dos días con dos noches lleva ese caballero delante de nuestras ventanas.
DUQUESA ¡Necio alarde! Si a tales medios debe su fama de seductor, a costa de mujeres bien fáciles
habrá sido lograda... ¿Y ese es Don Juan, el que cuenta sus conquistas amorosas por los días del año?
Allá en su tierra, en esa España feroz, de moros, de judíos y de fanáticos cristianos, de sangre impura
abrasada por tentaciones infernales, entredevociones supersticiosas y severidad hipócrita, podrá
parecer terrible como demonio tentador. Las italianas no tememos al diablo. Los príncipes de la Iglesia
romana nos envían de continuo indulgencias rimadas en dulces sonetos a lo Petrarca.
CELIA Pero confesad que el caballero es obstinado... y fuerte.
DUQUESA Es preciso terminar de una vez. No quiero ser fábula de la ciudad. Lleva recado a ese caballero,
de que las puertas de mi palacio y de mi estancia están francas para él. Aquí le aguardo, sola... La duquesa Isabela no ha nacido
para figurar como un número en la lista de Don Juan.
CELIA Señora, ved...
DUQUESA Conduce a Don Juan hasta aquí. No tardes. (Sale Celia.) |
ESCENA III
LA DUQUESA Y DESPUÉS LEONELO.
(La duquesa se sienta y espera con altivez
la entrada de Don Juan.)
LEONELO ¡Señora! DUQUESA ¿Quién? ¿No es Don Juan?... ¿No eráis vos el que rondaba mi palacio?
LEONELO Sí, yo era.
DUQUESA Dos días con dos noches.
LEONELO Algunas horas del día y algunas de noche.
DUQUESA ¡Ah! ¡Extremada burla! ¿Sois uno de los rufianes que acompañan a Don Juan?
LEONELO Soy criado suyo, señora. Le sirvo a mi pesar.
DUQUESA Mal empleáis vuestra juventud.
LEONELO ¡Dichosos los que pueden seguir en la vida la senda de sus sueños.
DUQUESA Camino muy bajo habéis emprendido. Salid.
LEONELO ¿Sin mensaje alguno de vuestra parte para Don Juan?
DUQUESA ¡Insolente!
LEONELO Supuesto que le habéis llamado...
DUQUESA Sí, le llamé para que por vez primera en su vida se hallare frente a frente de una mujer honrada, para que nunca pudiera
decir que una dama como yo no tuvo más defensa contra él que evitar su vista.
LEONELO Así, como a vos ahora, oí a muchas mujeres responder a Don Juan, y muchas le desafiaron como a vos y muchas como
vos le recibieron altivas...
DUQUESA ¿Y Don Juan no escarmienta?
LEONELO ¡Y no escarmientan las mujeres! La muerte, el remordimiento, la desolación son horribles y no pueden enamorarnos,
pero las precede un mensajero seductor, hermoso, juvenil... el peligro, eterno enamorador de las mujeres... Evitad el peligro,
creedme; no oigáis a Don Juan...
DUQUESA Me confundís con el vulgo de las mujeres. No en vano andáis al servicio de ese caballero de fortuna.
LEONELO No en vano llevo mi alma entristecida por tantas almas de nobles criaturas amantes de Don Juan. ¡Cuánto lloré por ellas!
Mi corazón fué recogiendo los amores destrozados en su locura por mi señor y en mis sueños terminaron felices tantos amores de
muerte y de llanto... ¡Un solo amor de Don Juan hubiera sido la eterna ventura de mi vida!... ¡Todo mi amor inmenso no hubiera
bastado a consolar a una sola de sus enamoradas!... ¡Riquísimo caudal de amor derrochado por Don Juan, junto a mí, pobre
mendigo de amor!...
DUQUESA ¿Sois poeta? Sólo un poeta se acomoda a vivir como vos, con el pensamiento y la conciencia en desacuerdo.
LEONELO Sabéis de los poetas, señora; no sabéis de los necesitados...
DUQUESA Sé... que no me pesa del engaño de Don Juan... al oíros... Ya me interesa saber de vuestra vida... Decidme qué os trajo
a tan dura necesidad... No habrá peligro en escucharos como en escuchar a Don Juan.. aunque seáis mensajero suyo, como vos
decís que el peligro es mensajero de la muerte... Hablad sin temor.
LEONELO ¡Señora!
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ESCENA IV
DICHOS, DON JUAN (con la espada desenvainada, entra con violencia.)
DUQUESA ¿Cómo llegáis hasta mí de esa manera? ¿Y mi gente?... ¡Hola!
DON JUAN Perdonad. Pero comprenderéis que no he de permitir que mi criado me sustituya tanto tiempo.
DUQUESA ¡Con ventaja!
DON JUAN No podéis apreciarlo todavía.
DUQUESA ¡Oh! ¡Basta ya!... (A Leonelo.) ¿No dices que la necesidad te llevó al indigno oficio de servir a este hombre? ¿Te pesa la servidumbre? ¿Ves cómo insultan a una dama en tus presencia y eres bien nacido? Ya eres libre... y rico...
DON JUAN ¿Le tomáis a vuestro servicio?
DUQUESA Quiero humillaros cuanto pueda... (A Leonelo.) Mi amor, imposible para Don Juan; mi amor es tuyo si sabes merecerlo...
LEONELO ¡Vuestro amor!
DON JUAN A mí te iguala. Eres noble por él.
LEONELO ¡Señora!
DUQUESA ¡Fuera la espada! Mi amor es tuyo... Lucha sin miedo. (Don Juan y Leonelo combaten. Cae muerto Leonelo.) LEONELO ¡Ay de mí!
DUQUESA ¡Dios mío!
DON JUAN ¡Noble señora! Ved lo que cuesta una porfía...
DUQUESA ¡Muerto! Por mí... ¡Favor!... ¡Dejadme salir! Tengo miedo, mucho miedo...
DON JUAN Estáis conmigo...
DUQUESA Se agolpa la gente ante las ventanas... ¡Una muerte en mi casa!
DON JUAN ¡No tembléis! Pasaron, oyeron ruido y se detuvieron... A mi cargo corre sacar de aquí el cadáver sin que nadie
sospeche...
DUQUESA ¡Oh! Sí, salvad mi honor... ¡Si supieran!
DON JUAN No saldré de aquí sin dejaros tranquila...
DUQUESA ¡Oh! No puedo miraros, me dais espanto.¡Dejadme salir!
DON JUAN No, aquí a mi lado... Yo también tengo miedo... de no veros... Por vos he dado muerte a un desdichado... No me
dejéis o saldré de aquí para siempre y suceda lo que suceda... vos explicaréis como podáis el lance...
DUQUESA ¡Oh, no me dejéis! Pero lejos de mí, no habléis, no os acerquéis a mí... (Queda en el mayor abatimiento.) DON JUAN Contemplándola aparte.) ¡Es mía! ¡Una más!... (Contemplando el cadáver de Leonelo.) ¡Pobre Leonelo! PULSA AQUÍ PARA LEER OTRAS RECREACIONES DEL MITO DE DON JUAN |
Sale el actor por delante del telón, pausadamente.
¡Qué compromiso ! Hay días en que se siente uno capaz de las mayores audacias, y nada le
parece imposible.
Y es que yo soy así; hay dos palabras que me sublevan, me encienden la sanare y me obligan
a sentirme capaz de todo : la palabra difícil y la palabra imposible. Basta que alguien diga de
alguna cosa delante de mí: es difícil, es imposible, para que yo conteste al punto: No hay nada difícil, no hay
nada imposible; yo hago eso; yo lo hago; se discute, se cruzan apuestas... yo me veo obligado a sostenerlas... y ya estoy metido en un lío... Y el de ahora es flojo.
Figúrense ustedes que alguien me dijo ayer: Tú que tienes tantas simpatías en el público, bastante autoridad
y mucho desparpajo, o sea desahogo; vamos a ver, ¿a que no te atreves a presentarte al público y contarle
un cuento... un cuento inmoral, uno de esos cuentos capaces, según frase consagrada, de ruborizar a un guardia
civil . ¡Yo no sé qué motivo puede haber para que la Guardia Civil sea más refractaria al rubor que cualquier otro Instituto armado; el caso es que la Guardia Civil y los Carabineros comparten este privilegio. Pero no divaguemos.
¿Un cuento inmoral? ¡Imposible!, exclamaron varios; ya dije antes que la palabra imposible tiene el privilegio de
encenderme la sangre. No hay nada imposible. Y quedo comprometido a contar el cuento. ¡Y qué cuento! Se
eligió por sufragio en un café de camareras; las camareras tomaron parte en la votación y su voto decidió del
resultado... ¡Valiente cuento! Las pobres chicas sólo le conocían por el título, y el título les engañó. (No es el primer título que las encaña.) Es un título tan inocente... parece de un cuento de niños... pero, sí, bueno está el
cuentecito... Ya me lo dirán ustedes; sólo de recordarlo se me sube el pavo... Pero no hay nada imposible.
Difícil, sí; a pesar mío debo confesar que hay algo difícil, y este es uno de los casos difíciles. Ya sé que ustedes
creen seguramente que yo no me atrevo a contar el cucntecito; por eso están ustedes tan tranquilos y tan sentados,
sin disponerse a despejar el teatro, no sin antes llamarme algo... Pero, ustedes no me conocen. Ustedes no saben
de qué modo la palabra imposible excita mis nervios; todo el azahar del mundo no bastaría a calmarlos, como todo
el azahar del mundo no bastaría a dar a mi cuento un aspecto inocente. Advierto que empiezan ustedes a ponerse
serios; empiezan ustedes a temer que yo sea capaz de todo. Tranquilícense ustedes; yo contaré el cuento, no lo duden ustedes; pero mi apuesta no sólo consiste en contarlo, sino en que ustedes lo escuchen; porque, claro está
que contarlo en el vacío no tendría dificultad ninguna, y ya dije que la palabra difícil me exaspera tanto como la
palabra imposible.
Para que ustedes me escuchen, debo contar el cuento de cierta manera... Eso es lo difícil; pero no imposible.
Advierto que ya están ustedes tranquilos; pensarán ustedes que, al fin y al cabo, el cuento no tendrá nada de
particular... ¡ Ah ! El cuento es tremendo; capaz de ruborizar (me horripilan las frases consagradas) capaz de
ruborizar a un acomodador del Salón de Actualidades, (¿Cómo contarlo sin que, al oirlo, las señoras no se
levanten como un solo hombre y los caballeros, por galantería, no se crean en el caso de acompañarlas... y yo me
quede solo, solo ante los acomodadores, que no serán tampoco tan ajenos al rubor como los del susodicho Salón,
avezados al tango con todos sus pormenores? Pues bien; contaré el cuento, y lo contaré de tal manera que de
ustedes exclusivamenle dependa su inmoralidad. Si observan usledes la actitud conveniente, si saben ustedes
protestar en el momento oportuno, la inmoralidad habrá desaparecido como por encanto y cualquier novela de la
Biblioteca Rosa será un cuento de Boccaccio comparada con mi cuento... Y va de cuento.
Este era un matrimonio, compuesto, como la mayor parte de los matrimonios, de una mujer, un marido y un... (ya se adelantan ustedes con malicia. ¿ No les advertí a ustedes que de ustedes depende todo?) De una mujer, un
marido y un niño de pocos meses, de muy pocos... Como en todos los matrimonios, la mujer no quería nada al
marido... ¿Encuentran ustedes demasiado categórica mi afirmación? Pues bien;yo la sostengo y me ratifico. No hay
matrimonio en que la mujer quiera al marido... ¿Se escandalizan usledes? ¿Necesitan ustedes una prueba?... En este
momento estoy seguro de que me escuchan infinidad de señoras casadas... Si hay una, una sola, que quiera a su
marido, yo la ruego que se levante y que lo diga en voz muy alta: «Yo quiero a mi marido.» (Pausa.) ¿Lo ven
ustedes? ¡Ni una sola! Ya dije a ustedes que de su actitud dependía la inmoralidad de mi cuento. ¿Puede darse nada
más inmoral que entre una porción de señoras casadas no encontrar ni una sola que quiera a su marido? Gané mi apuesta. Y ahora soy yo el que se retira escandalizado. |
NOCHEBUENA ARISTOCRÁTICA. Después
de la misa del Gallo celebrada en el oratorio y oída con más
recogimiento que una comedia de teatro antiguo en lunes clásico, los
invitados de la marquesa de San Severino pasaron al comedor. PULSA AQUÍ PARA LEER RELATOS AMBIENTADO EN NAVIDAD |
Historia De Un Día En Tres EsquelasI Vergüenza me cuesta, pero has de perdonarme. Hoy no asistiré a la Junta. El motivo es pecaminoso. Justamente de cinco a siete tengo que ir a probarme unos vestidos a casa de Laura. Ya sabes lo que es ella; si pierdo mi turno, me deja desnuda este invierno. ¿Estoy perdonada? Bien lo merece mi franqueza. Pude inventar otro pretexto. Otra junta piadosa, la jaqueca, el dentista; pues no, me entrego en pleno delito de coquetería. Así puedes decírselo a las amigas, segura de que todas me absuelven. Me has dicho que la marquesa está expirando. ¡Pobre señora! Esta noche te veré en el Real. Hasta luego. II Mucho siento la mala obra, pero hoy me es imposible ir a probarme los vestidos. Precisamente de cinco a siete se reúne la Junta de Damas de la Honradez y el Trabajo, de la que soy secretaria, y no puedo faltar. Iré mañana a primera hora. No retrase, por Dios, los vestidos, el negro sobre todo, nuestra presidenta está expirando; y si se muere, no sé cómo voy a ir a los funerales. III De cinco a siete. |
¡Quién retiene al amor cuando se aleja!
Tanto es mi
amor, por todos mis amores,
Cuanto más
encendidos sus colores
Triste fin de un
amor, cuando engañoso
¿Y qué logrará
la importuna queja |
Un Ídolo¡Bella
forma gentil, idolatrada; |