Jacinto Benavente

Índice

TEATRO

El criado de Don Juan

Juego de niñas

RELATOS

Cuento inmoral

Nochebuena aristocrática

Historia de un día en tres esquelas

POESÍA

¡Quién retiene el amor cuando se aleja!

Un ídolo

 
 
DRAMA EN UN ACTO 
 PERSONAJES 
 LA DUQUESA ISABELA
 CELIA
 DON JUAN  TENORIO 
LEONELO 
FABIO 
 
 (EN ITALIA SIGLO XV) 
 
 ACTO ÚNICO 
 
(Calle. A un lado la fachada de un palacio señorial. )
 
ESCENA PRIMERA 
 
FABIO Y LEONELO (Fabio se pasea por delante del palacio , embozado hasta los ojos en una capa roja.) 
 
LEONELO (saliendo.)  ¡Señor! ¡Don Juan! 
FABIO No es Don Juan. 
LEONELO ¡Fabio! 
FABIO A tiempo llegas. Desde esta mañana sin probar bocado... ¿Cómo tardaste tanto? 
LEONELO Media ciudad he corrido trayendo y llevando cartas... ¿Pero Don Juan?... 
FABIO La ciudad, toda, que no media, correrá de seguro llevando y trayendo su persona. ¡En mal hora entrámos a su servicio! 
LEONELO ¿Y qué haces aquí disfrazado de esa suerte? 
FABIO Representar lo mejor que puedo a nuestro Don Juan, suspirando ante las rejas de la duquesa Isabel. 
LEONELO Nuestro Don Juan está loco de vanidad. La duquesa Isabel es una dama virtuosa y no cederá por más que él se obstine.
FABIO Ha jurado no apartarse ni de día ni de noche de este sitio, hasta que ella consienta en oirle... y ya ves cómo cumple su 
juramento. 
LEONELO ¡Con una farsa indigna de un caballero! Mucho es que los servidores de la duquesa no te han echado a palos de la calle.  
FABIO No tardarán en ello. Por eso te aguardaba impaciente. Don Juan ha ordenado que  apenas llegaras ocupases mi puesto... el 
suyo quiero decir. Demos la vuelta a la esquina por si nos observan desde el palacio, y tomarás la capa y demás señales, que 
han de presentarte hasta la hora de la paliza prometida... como al propio Don Juan. 
LEONELO ¡Dura servidumbre! 
FABIO ¡Dura como la necesidad! De tal madre, tal hija. (Salen.) 
CUADRO SEGUNDO 
ESCENA II 
Sala en el palacio de la duquesa Isabela. 
LA DUQUESA Y CELIA 
 
CELIA (Mirando por una ventana.) ¡Es increíble, señora! Dos días con dos noches lleva ese caballero delante
 de nuestras ventanas. 
DUQUESA ¡Necio alarde! Si a tales medios debe su fama de seductor, a costa de mujeres bien fáciles 
habrá sido lograda... ¿Y ese es Don Juan, el que cuenta sus conquistas amorosas por los días del año?
 Allá en su tierra, en esa España  feroz, de moros, de judíos y de fanáticos cristianos, de sangre impura 
abrasada por tentaciones infernales, entredevociones supersticiosas y severidad hipócrita, podrá
 parecer terrible como demonio tentador. Las italianas no tememos al diablo. Los príncipes de la Iglesia 
romana nos envían de continuo indulgencias rimadas en dulces sonetos a lo Petrarca. 
CELIA Pero confesad que el caballero es obstinado... y fuerte. 
DUQUESA Es preciso terminar de una vez. No quiero ser fábula de la ciudad. Lleva recado a ese caballero, 
de que las puertas de mi palacio y de mi estancia están francas para  él. Aquí le aguardo, sola... La duquesa Isabela no ha nacido 
para figurar como un número en la lista de Don Juan.
CELIA Señora, ved... 
DUQUESA Conduce a Don Juan hasta aquí. No tardes. (Sale Celia.) 
 
ESCENA III 
 
LA DUQUESA Y DESPUÉS LEONELO. 
(La duquesa se sienta y espera con altivez 
la entrada de Don Juan.) 
 
 
LEONELO ¡Señora! 
DUQUESA ¿Quién? ¿No es Don Juan?... ¿No eráis vos el que rondaba mi palacio? 
LEONELO Sí, yo era. 
DUQUESA Dos días con dos noches. 
LEONELO Algunas horas del día y algunas de noche.
DUQUESA ¡Ah! ¡Extremada burla! ¿Sois uno de los rufianes que acompañan a Don Juan? 
LEONELO Soy criado suyo, señora. Le sirvo a mi pesar. 
DUQUESA Mal empleáis vuestra juventud. 
LEONELO ¡Dichosos los que pueden seguir en la vida la senda de sus sueños. 
DUQUESA Camino muy bajo habéis emprendido. Salid.  
LEONELO ¿Sin mensaje alguno de vuestra parte para Don Juan? 
DUQUESA ¡Insolente! 
LEONELO Supuesto que le habéis llamado... 
DUQUESA Sí, le llamé para que por vez primera en su vida se hallare frente a frente de una mujer honrada, para que nunca pudiera 
decir que una dama como yo no tuvo más defensa contra él que evitar su vista. 
LEONELO Así, como a vos ahora, oí a muchas mujeres responder a Don Juan, y muchas le desafiaron como a vos y muchas como 
vos le recibieron altivas... 
DUQUESA ¿Y Don Juan no escarmienta? 
LEONELO ¡Y no escarmientan las mujeres! La muerte, el remordimiento, la desolación son horribles y no pueden enamorarnos, 
pero las precede un mensajero seductor, hermoso, juvenil... el peligro, eterno enamorador de las mujeres... Evitad el peligro,
creedme; no oigáis a Don Juan... 
DUQUESA Me confundís con el vulgo de las mujeres. No en vano andáis al servicio de ese caballero de fortuna. 
LEONELO No en vano llevo mi alma entristecida por tantas almas de nobles criaturas amantes de Don Juan. ¡Cuánto lloré por ellas! 
Mi corazón fué recogiendo los amores destrozados en su locura por mi señor y en mis sueños terminaron felices tantos amores de 
muerte y de llanto... ¡Un solo amor de Don Juan hubiera sido la eterna ventura de mi vida!... ¡Todo mi amor inmenso no hubiera
bastado a consolar a una sola de sus enamoradas!... ¡Riquísimo caudal de amor derrochado por Don Juan, junto a mí, pobre 
mendigo de amor!... 
DUQUESA ¿Sois poeta? Sólo un poeta se acomoda a vivir como vos, con el pensamiento y la conciencia en desacuerdo.
LEONELO Sabéis de los poetas, señora; no sabéis de los necesitados...  
DUQUESA Sé... que no me pesa del engaño de Don Juan... al oíros... Ya me interesa saber de vuestra vida... Decidme qué os trajo 
a tan dura necesidad... No habrá peligro en escucharos como en escuchar a Don Juan.. aunque seáis mensajero suyo, como vos 
decís que el peligro es mensajero de la muerte... Hablad sin temor. 
LEONELO ¡Señora! 
 
ESCENA IV
 DICHOS, DON JUAN (con la espada desenvainada, entra con violencia.) 
 
DUQUESA ¿Cómo llegáis hasta mí de esa manera? ¿Y mi gente?... ¡Hola! 
DON JUAN  Perdonad. Pero comprenderéis que no he de permitir que mi criado me sustituya tanto tiempo. 
DUQUESA ¡Con ventaja!
DON JUAN No podéis apreciarlo todavía. 
DUQUESA ¡Oh! ¡Basta ya!... (A Leonelo.) ¿No dices que la necesidad te llevó al indigno oficio de servir a este hombre? 
¿Te pesa la servidumbre? ¿Ves cómo insultan a una dama en tus presencia y eres bien nacido? Ya eres libre... y rico... 
DON JUAN ¿Le tomáis a vuestro servicio? 
DUQUESA Quiero humillaros cuanto pueda... (A Leonelo.) Mi amor, imposible para Don Juan; mi amor es tuyo 
si sabes merecerlo...  
LEONELO ¡Vuestro amor!
DON JUAN A mí te iguala. Eres noble por él. 
LEONELO ¡Señora! 
DUQUESA ¡Fuera la espada! Mi amor es tuyo... Lucha sin miedo. (Don Juan y Leonelo combaten. Cae muerto Leonelo.) 
LEONELO ¡Ay de mí! 
DUQUESA ¡Dios mío! 
DON JUAN ¡Noble señora! Ved lo que cuesta una porfía... 
DUQUESA ¡Muerto! Por mí... ¡Favor!... ¡Dejadme salir! Tengo miedo, mucho miedo... 
DON JUAN Estáis conmigo... 
DUQUESA Se agolpa la gente ante las ventanas... ¡Una muerte en mi casa! 
DON JUAN ¡No tembléis! Pasaron, oyeron ruido y se detuvieron... A mi cargo corre sacar de aquí el cadáver sin que nadie 
sospeche... 
DUQUESA ¡Oh! Sí, salvad mi honor... ¡Si supieran! 
DON JUAN No saldré de aquí sin dejaros tranquila... 
DUQUESA ¡Oh! No puedo miraros, me dais espanto.¡Dejadme salir!  
DON JUAN No, aquí a mi lado... Yo también tengo miedo... de no veros... Por vos he dado muerte a un desdichado... No me 
dejéis o saldré de aquí para siempre y suceda lo que suceda... vos explicaréis como podáis el lance... 
DUQUESA ¡Oh, no me dejéis! Pero lejos de mí, no habléis, no os acerquéis a mí... (Queda en el mayor abatimiento.
DON JUAN Contemplándola aparte.) ¡Es mía! ¡Una más!... (Contemplando el cadáver de Leonelo.) ¡Pobre Leonelo! 
 
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CUENTO INMORAL

 

Sale el actor por delante del telón, pausadamente. 
 
    ¡Qué compromiso ! Hay días en que se siente uno capaz de las mayores audacias, y nada le 
parece imposible.
 Y es que yo soy así; hay dos palabras que me sublevan, me encienden la sanare y me obligan
a sentirme capaz de todo : la palabra difícil y la palabra imposible. Basta que alguien diga de 
alguna cosa delante de mí: es difícil, es imposible, para que yo conteste al punto: No hay nada difícil, no hay 
nada imposible; yo hago eso; yo lo hago; se discute, se cruzan apuestas... yo me veo obligado a sostenerlas... 
y ya estoy metido en un lío... Y el de ahora es flojo. 
    Figúrense ustedes que alguien me dijo ayer: Tú que tienes tantas simpatías en el público, bastante autoridad 
y mucho desparpajo, o sea desahogo; vamos a ver, ¿a que no te atreves a presentarte al público y contarle 
un cuento... un cuento inmoral, uno de esos cuentos capaces, según frase consagrada, de ruborizar a un guardia
civil . ¡Yo no sé qué motivo puede haber para que la Guardia Civil sea más refractaria al rubor que cualquier otro 
Instituto armado; el caso es que la Guardia Civil y los Carabineros comparten este privilegio. Pero no divaguemos.
¿Un cuento inmoral? ¡Imposible!, exclamaron varios; ya dije antes que la palabra imposible tiene el privilegio de
encenderme la sangre. No hay nada imposible. Y quedo comprometido a contar el cuento. ¡Y qué cuento! Se 
eligió por sufragio en un café de camareras; las camareras tomaron parte en la votación y su voto decidió del 
resultado... ¡Valiente cuento! Las pobres chicas sólo le conocían por el título, y el título les engañó. (No es el 
primer título que las encaña.) Es un título tan inocente... parece de un cuento de niños... pero, sí, bueno está el
cuentecito... Ya me lo dirán ustedes; sólo de recordarlo se me sube el pavo... Pero no hay nada imposible. 
Difícil, sí; a pesar mío debo confesar que hay algo difícil, y este es uno de los casos difíciles. Ya sé que ustedes
creen seguramente que yo no me atrevo a contar el cucntecito; por eso están ustedes tan tranquilos y tan sentados, 
sin disponerse a despejar el teatro, no sin antes llamarme algo... Pero, ustedes no me conocen. Ustedes no saben 
de qué modo la palabra imposible excita mis nervios; todo el azahar del mundo no bastaría a calmarlos, como todo 
el azahar del mundo no bastaría a dar a mi cuento un aspecto inocente. Advierto que empiezan ustedes a ponerse 
serios; empiezan ustedes a temer que yo sea capaz de todo. Tranquilícense ustedes; yo contaré el cuento, no lo
duden ustedes; pero mi apuesta no sólo consiste en contarlo, sino en que ustedes lo escuchen; porque, claro está
que contarlo en el vacío no tendría dificultad ninguna, y ya dije que la palabra difícil me exaspera tanto como la 
palabra imposible. 
     Para que ustedes me escuchen, debo contar el cuento de cierta manera... Eso es lo difícil; pero no imposible.
 Advierto que ya están ustedes tranquilos; pensarán ustedes que, al fin y al cabo, el cuento no tendrá nada de 
particular... ¡ Ah ! El cuento es tremendo; capaz de ruborizar (me horripilan las frases consagradas) capaz de
ruborizar a un acomodador del Salón de Actualidades, (¿Cómo contarlo sin que, al oirlo, las señoras no se 
levanten como un solo hombre y los caballeros, por galantería, no se crean en el caso de acompañarlas... y yo me 
quede solo, solo ante los acomodadores, que no serán tampoco tan ajenos al rubor como los del susodicho Salón,
avezados al tango con todos sus pormenores? Pues bien; contaré el cuento, y lo contaré de tal manera que de 
ustedes exclusivamenle dependa su inmoralidad. Si observan usledes la actitud conveniente, si saben ustedes 
protestar en el momento oportuno, la inmoralidad habrá desaparecido como por encanto y cualquier novela de la
Biblioteca Rosa será un cuento de Boccaccio comparada con mi cuento... Y va de cuento. 
     Este era un matrimonio, compuesto, como la mayor parte de los matrimonios, de una mujer, un marido y un... (ya 
se adelantan ustedes con malicia. ¿ No les advertí a ustedes que de ustedes depende todo?) De una mujer, un 
marido y un niño de pocos meses, de muy pocos... Como en todos los matrimonios, la mujer no quería nada al 
marido... ¿Encuentran ustedes demasiado categórica mi afirmación? Pues bien;yo la sostengo y me ratifico. No hay
matrimonio en que la mujer quiera al marido... ¿Se escandalizan usledes? ¿Necesitan ustedes una prueba?... En este 
momento estoy seguro de que me escuchan infinidad de señoras casadas... Si hay una, una sola, que quiera a su
marido, yo la ruego que se levante y que lo diga en voz muy alta: «Yo quiero a mi marido.» (Pausa.) ¿Lo ven
ustedes? ¡Ni una sola! Ya dije a ustedes que de su actitud dependía la inmoralidad de mi cuento. ¿Puede darse nada
más inmoral que entre una porción de señoras casadas no encontrar ni una sola que quiera a su marido? Gané mi
apuesta. Y ahora soy yo el que se retira escandalizado. 
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NOCHEBUENA ARISTOCRÁTICA.

     Después de la misa del Gallo celebrada en el oratorio y oída con más recogimiento que una comedia de teatro antiguo en lunes clásico, los invitados de la marquesa de San Severino pasaron al comedor.
     La fiesta era de pura intimidad; la marquesa había limitado la invitación a las personas más allegadas de su familia y a unos pocos amigos predilectos.
     Entre todos no pasaban de quince.
     —La Nochebuena es una fiesta de familia. Todo el año vive uno de esperanzas, abierto el corazón al primero que llega; hoy quiero recogerme en los recuerdos: sé que todos ustedes me acompañan esta noche porque me quieren de verdad, y yo a su lado me encuentro muy dichosa.
     Los invitados asintieron graciosamente al cumplido.
     —¡Ya lo creo! ¿Dónde mejor podía pasarse la señalada noche?
     —Así, así, pocos y buenos.
     —¡Ilfaut serrer les rangs, querida marquesa!
     —¡Home, sweet home!
     Y, rebosantes de expansiva satisfacción, dispusiéronse a celebrar con alegría la Noche que, según el poeta, «Envidia dar pudiera / al más luciente día».
     Pero, a pesar de tan propicia disposición, lo cierto es que todos parecían tristes y preocupados, como si estuvieran con el alma en donde quisieran estar en cuerpo y alma.
     El saque de la conversación correspondió, como siempre, al insigne Manolo Borines; pero perdió el tanto de salida, sin peloteo. Secundó con más fuerza, apuntando una historia escandalosa y tampoco le atendió nadie. Desalentado, desistió de su empeño y llamó a los criados para que le sirvieran por segunda vez de un exquisito turbot con salsa deppoise.
     La conversación desmayaba y caía a cada paso, mal sostenida por lugares comunes y frases de ocasión, sin espontaneidad y sin gracia. La risa no era franca ni sonora; parecían desgarraduras dolorosas y terminaban en un ¡ay! como aliviador suspiro. No había duda; neblina de tristeza nublaba el ambiente. Era como una obligación aparentar regocijo y nadie reflejaba siquiera cortés agrado. ¡Pobre marquesa! ¡Ella, que, según frase de revisteros, poseía como nadie el don encantador de que las horas parecieran minutos en su casa! Bien asegura la superstición vulgar que la noche del nacimiento del Hijo de Dios nada pueden maleficios y encantos. Porque no se hallaban encantados, ciertamente, los invitados de la marquesa. Ella, con su bondad confiada, había creído que pasarían una noche agradable a su lado, y ellos, por no desairarla estaban allí, forzados por los deberes sociales, estaban allí… y con el pensamiento muy lejos. Con quien y sin quien, porque cada uno, por su voluntad, por su gusto, habría pasado la Nochebuena en otra parte, donde le llamaban o el amor o el capricho, o la diversión, la virtud o el vicio, un móvil cualquiera, pero más atractivo, más fuerte que la cortesía social, y así pensaba cada uno, el marqués de San Severino, el dueño de la casa, esposo tranquilo de la bondadosa marquesa, el primero:
     —¡Qué ocurrencia la de mi mujer! ¡Me aburren estas fiestas de familia! Tener que estar aquí toda la noche, sentado entre mi tía, la venerable condesa de Encinar del Valle, y Josefina Montero, prima carnal, es decir, prima ósea de mi mujer. ¡Porque cuidado si está delgada! En cambio, mi tía… ¡Para cuándo son los empréstitos! ¡Qué aburrimiento! Mi tía sólo habla de comer y de beber, y la primita… de arder. La una dice que el escaparate de Lhardy está hermoso estos días; la otra dice que Paul Bourget se amanera, que prefiere a Paul Hervieu. ¡Me vuelven loco! A estas horas estarán cenando en casa de la Chipilina. ¡Allí sí que se divertirán! ¡Si esta gente tuviera la feliz ocurrencia de marcharse temprano!
     Así monologaba el dueño de la casa, el ilustre marqués de San Severino, y la primita espiritual, a su vez, pensaba:
     —¡Qué idea la de mi prima! ¡Noche más aburrida! Mi primo es un bárbaro, no se le puede hablar de nada. A estas horas estará Federico en casa de los Vivares. Allí sí que me hubiese ido yo de muy buena gana… ¡Pero la familia!… ¡Si Pilar hubiera sabido que yo no venía a su casa por ir a casa de los Vivares!
     La marquesa de Encinar del Valle, grosse gourmande, opinaba como el sacerdote de la Bella Helena que en la mesa de sus sobrinos había trop de fleurs y, en cambio, el menú dejaba mucho que desear. Muy artístico el espejo con marco de orquídeas, violetas y lilas blancas, muy caprichosa la góndola de porcelana de Sevres, y los pastorcitos de Watteau mirándose en el espejo como en un lago amoroso del país azul de citerea, pero los filets de volaille eran abominables.
     La verdad, hubiera sido mejor ir al réveillon de Mistress Bryan. Allí sí se comía.
     La condesita de Robledal, figura elegantísima, de una raza soñada, exótica en todas partes como una quimera de artista, pensaba… en lo imposible; en una cita misteriosa con un ser ideal, en poesía sin palabras y en música sin sonidos, como los amores que ella soñaba, sin caricias, sin besos, aroma purísimo de flores inaccesibles. ¡Triste condesita! ¡Cuántos tropezones había dado por ir mirando arriba! Aquella noche misma en que con qué poco hubiera forjado un ideal, como una niña que con un pedazo de trapo forma un muñeco y en él pone ternuras de madre. El trapo con que había formado su último muñeco dormiría a la hora aquella o quizás estaría de cena con sus compañeros, en el cuarto de oficiales de un cuartel de húsares, pero de húsares de Pavía, con uniforme de color de cielo…, y allí, allí estaba fijo el pensamiento de la marquesita soñadora mientras cenaba desentendida de cuanto la rodeaba.
     A su lado, Manolo Borines, con la cara congestionada y la expresión de vaguedad idiota del predestinado al reblandecimiento, pensaba, como el marqués en la Chipilina, en la juerga que habría en aquella casa y lo gustoso que se hallaría en ella. ¡Digo! ¡Qué mujeres! ¡La francesa había prometido bailarles un quadrille con el grand eccart; seis mil francos se había gastado en dessous para la circunstancia! ¡Y perder aquello por cumplir con la marquesa! De reojo miraba al marqués, como si quisiera decirle: si esto concluyera pronto, podríamos hacer una escapada; el marqués lo comprendía y miraba el reloj impaciente.
     Paco Noguera, literato de salón protegido de los marqueses, que le costeaban las ediciones de sus poesías, pensaba con tristeza en sus hermanas, dos pobres muchachas que sufrían en casa mil privaciones, mientras él brillaba en fiestas y en veladas aristocráticas. Dos tristes vidas sacrificadas para que él luciera; ellas planchaban con mil afanes las camisolas limpísimas del hermano; ellas vestían unas faldillas pardas y no podían salir a la calle bien abrigadas para que él vistiera un frac bien cortado y se abrigara con gabán de pieles, y el poeta, brillante luz sostenida por el pábilo consumido de dos existencias sacrificadas, pensaba en ellas con remordimiento, pensaba en la cena miserable de sus pobres hermanas.
     Lola Montero pensaba en que Isidoro Torres cenaría en casa de la condesa de Fondelvalle, y en que la condesa quería casarle a toda costa con su hija…, y en que ella debía estar allí o Isidoro en casa de los de San Severino, y los nervios desbocados no la dejaban sosegar ni atravesar bocado… Y así todos, con el pensamiento lejos y el alma donde quisieran haber estado en cuerpo y alma.
     Y la dueña de la casa, tan satisfecha de ver reunidas a su alrededor a las personas de su cariño. Sólo dos le faltaban: su hermana, la marquesa del Robledal, venerable señora, consagrada por entero a la devoción, una santa, una verdadera santa, y otra… de quien no quería acordarse, su cuñadito, el condesito de Santa Elena…, de quien más valía no hablar… Pasaría la Nochebuena rodeado de toreros y perdidos en algún colmado, ése estaba fuera de la sociedad… y de todo.
     La marquesa, en su bondad placentera, no podía pensar que las dos personas que faltaban a su mesa aquella noche eran las dos únicas personas felices. Una por sublime virtud, otra por los vicios más abyectos, eran las únicas que rompían la monotonía vulgar de la vida, las únicas que dejaban sobresalir su propia vida sobre la vida impuesta por los demás, sacrificada a las conveniencias sociales.

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Historia De Un Día En Tres Esquelas

 I

      Vergüenza me cuesta, pero has de perdonarme. Hoy no asistiré a la Junta. El motivo es pecaminoso. Justamente de cinco a siete tengo que ir a probarme unos vestidos a casa de Laura. Ya sabes lo que es ella; si pierdo mi turno, me deja desnuda este invierno. ¿Estoy perdonada? Bien lo merece mi franqueza. Pude inventar otro pretexto. Otra junta piadosa, la jaqueca, el dentista; pues no, me entrego en pleno delito de coquetería. Así puedes decírselo a las amigas, segura de que todas me absuelven. Me has dicho que la marquesa está expirando. ¡Pobre señora! Esta noche te veré en el Real. Hasta luego.

II

     Mucho siento la mala obra, pero hoy me es imposible ir a probarme los vestidos. Precisamente de cinco a siete se reúne la Junta de Damas de la Honradez y el Trabajo, de la que soy secretaria, y no puedo faltar. Iré mañana a primera hora. No retrase, por Dios, los vestidos, el negro sobre todo, nuestra presidenta está expirando; y si se muere, no sé cómo voy a ir a los funerales.

III

     De cinco a siete.

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¡Quién retiene al amor cuando se aleja!

Tanto es mi amor, por todos mis amores,
que en el jardín de la existencia mía
a verlas marchitarse día a día
preferí siempre deshojar sus flores.

Cuanto más encendidos sus colores
mueran en su triunfante lozanía,
más triste que la muerte es la agonía
de un amor entre dudas y temores.

Triste fin de un amor, cuando engañoso
quiere fingir que a su pesar nos deja,
y más ofende, cuanto más piadoso.

¿Y qué logrará la importuna queja
del ofendido corazón celoso?
¡Quién retiene al amor cuando se aleja!

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Un Ídolo

¡Bella forma gentil, idolatrada;
no animes de tu cuerpo la escultura
con el fuego de un alma enamorada!
¡Forma ideal, de lo ideal pagano!
pues que la forma es sólo tu hermosura,
y no es divino en ti sino lo humano.
Mi alma que a los sentidos se avasalla,
a ti se rinde con delirio insano;
y este amor desbordado que en mí estalla,
vivirá de sí mismo y tu belleza.
No muestres, pues, de tu alma la bajeza;
yo amaré por los dos. Tú, besa y calla.

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