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Un abrazo redondo por la mañana

Antes de mujer

Sombra que de mí se repite

Canción horizontal

Momento largo de tu pelo

Un abrazo redondo por la mañana,
mitad anillo resto mandato
me rodea y concluye en la espalda.
A la hora décima del mar,
de sexual olor de sal
y paisaje extenso que huye
para esconderse no en cajones.
Todo mar.
Me circunda un abrazo,
onda contraria
y sedición con envoltura,
circunferencia debe de agua
y latitud elegida también por el pez.
Es día líquido y suntuoso
de vasos y afecto,
miro el mar tumbado,
el aplauso en la roca,
el olor que se agarra en las costuras y en el pelo,
y aprieta como un país dulce.
 

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Antes te dudó el aire.
Antes de mujer
pudiste acabar en cifra o en árbol,
en celebración de agua,
en sustantivo vegetal.
Pero acuerdos de carne y oleaje
trataron la simetría de tu espalda
que dobla extensiones de olor.
Quedaron dichos tus dedos
matemáticamente flor,
repetidos en la mañana hasta quinta vez,
pulsando lo que oigo del aire.
Se hizo un retrato
de ojos no académicos
y pájaros espaciosos,
cayó la barbilla humana del árbol,
y pudieron entonces contarse los días impares.
Te nombras mujer,
y has abierto la lenta tarde
de la arboleda loca.
 

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Repites mi hueco y sus zapatos
exacta de cosas de hombre,
plagio sin esfuerzo,
fiel con mayor noche dentro.
La sombra con mi misma edad,
sale a la calle,
habla en voz baja,
sombra quizá de columna
o de día imposible,
que baja las escaleras,
y duda y respira.
Sombra mía:
escapa y vive
en el lado del volumen si lo prefieres,
desdícete del mandato de mis pies
y mis errores manoseados.
Corre sin peso

víscera del aire.

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El horizonte como sencillo trazo,
mezcla mar de antojo
y mezcla cielo contrario,
donde no habita nadie,
raya allí capaz de distancia
como en siesta lineal.
En ocasiones el pájaro o el ojo
alquilan un minuto de lejanía,
en el renglón gris
de los equilibrios.
Esta arquitectura delgada
tan lejos de hueso,
por donde quisiera andar descalzo
y congeniar con el oxígeno.
Allí se guardan
los jueves amaestrados,
la cereza del beso,
lo intangible del vino,
la luz del medio otoño,
todo ello guardado
en la línea aquella, extranjera.
 

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Fue lluvioso el momento de tu pelo
en vertical imparable,
fue sauce que huele,
no tan distinto a colección.
De longitud de mujer
caía suelto como al suicidio
suyo color de pelo.
Pelo era esconderme completo,
vegetación primera del amor,
bien pelo para atarme,
bien floración sin doce de mes,
bien Modigliani solo del pelo.
Junto a la ventana
la luz mandó luz,

y me invitaste a tu pelo,

 a tu ramo negro incontable.

 

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