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Berta García Faet

Veinte años

Procedencia: acrílicos

Deseo

VEINTE  AÑOS

La vida paga sus cuentas con tu sangre

y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor

Roque Dalton

 

Y a los veinte aún me atrevía a utilizar vocablos famosos

dije felicidad y dije alma y dije soledad y dije siempre

Félix Grande

I.

 

Extrañeza y cumpleaños.

La madrugada de los recuerdos.

Un manifiesto de poesía

o una lista de buenos propósitos.

Preguntas y respuestas en test

de embarazo

o una novela.

Sentirme, sentirlo todo

o tener hambre.

Echar de menos al amante

o a los padres y al hermano.

La noche de las tinieblas

o el corazón del fin del viaje.

Todo sea por ordenar,

por rendir homenaje mediocre,

por postergar la solución de no entender

nada: no sacar conclusiones

sino versos y tickets de compras.

He reflexionado y tengo veinte años

y he tenido veinte amantes (no recuerdo

dos nombres).

Reconozco mi vientre y mis labios

pero a veces (por las noches)

no tengo nada en que pensar

y sufro.

 

II.

 

A las tres de la mañana del día de tu cumpleaños

en la tele sólo hay porno

en el Messenger sólo resisten los raros

y no son horas para llamar al amante

(puesto que vive con sus padres y sería peligroso).

Es demasiado pronto para desayunar muesli

y demasiado tarde para pedir perdón.

O bien los perros ladran y los grillos tartamudean

o bien los gatos gimen y blasfeman (esto es insoportable).

La salvación está en las pastillas

pero lo estás dejando.

Como el problema es la extrañeza,

en este el milenio del aburrimiento y la cúspide de Maslow,

no lloras

(en todo caso te rascas la rodilla; justo en el centro

te ha besado un mosquito).

Así que lo que haces es leer o escribir,

pero ni Plath ni Strand ni Schopenhauer, el infalible,

pueden consolarte (esto te extraña: qué pozo

incognoscible somos, qué espirales).

En todo caso, así te lo ha indicado el psicólogo

de la revista

y además no hay nada mejor que hacer. Empiezas:

extrañeza y cumpleaños, la madrugada de los recuerdos.

Cuando despiertas a las doce

dormir se te ha pasado muy rápido

y ya no recuerdas todas esas cosas horribles

que pensaste (y que el lector por suerte

no imagina; tienen que ver con el vacío,

edificios altos, siluetas

que se ahuyentan).

Así que lo que haces es darte la bienvenida,

el lugar es negro y huele a flores

secas entre libros que ya no quieres,

pero todo puede cambiar, también

la piel, las pestañas, el camino.

Y opinas:

lo mejor sin duda es quejarse temprano,

teñir de oscuro todo, fingir ser depresiva;

así es como se escribe poesía, así es como

se triunfa. Así es como te acercas

al absurdo, así es como se vuelve.

Pero cuando recuerdas y planeas

(eres una ciudad que se financia con visitas

a los monumentos del pasado, pero no haces

más que construir nuevos templos cuadrados,

rosáceos jardines, le pides una cita a Mies van

der Hohe) sabes

que mientes, por escribir algo, sabes

que eres feliz, estrella feliz, labio feliz:

y ahora vas a desmayarte.

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PROCEDENCIA: ACRÍLICOS

 todo lo que alcanza el cuerpo a hacer en vida
BRODSKY

Formo parte de aquel selecto grupo de chicas
a las que Las Chinas han acariciado el pelo
¿es natural? ¿es natural? ¿es natural?
y los chicos comido concienzudamente
muslos y omoplatos en garajes y autocines.

Me casaré contigo. Verás. Me casaré contigo.

Desde sus cubitos-corazón, los inocentes
numerosos mirones supuestamente imparciales
(hoy, por sinestesia, físicos, aves y piedras,
un médico, un músico, un gestor de manías)
se empeñaron en proclamar el supuesto prodigio
de mis atributos visibles (los de todas las chicas)
(que, a los quince años, somos todas la misma:
un dibujo de Brenda, vulva-mirto-en-el-agua,
¡mirad los pellizcos!: violetas contra el mundo)

Hoy está claro:
el amor lo ve todo muy bello

muchas gracias a lo cual
formo parte de aquel selecto grupo de chicas
que, en la adolescencia,
no hicieron régimen.

¿Nos vamos a París? ¿Nos vamos a París?
Me casaré contigo. Verás. Me casaré contigo.

Los chicos (hoy la mayoría filósofos de la ciencia,
escultores de fresas, pintores de heridas, diplomáticos)
se atrevían,
se atrevían a sangrar por las rodillas
(su menstruo divertido),
se atrevían,
y nosotras −lógicamente vírgenes y drogadas−
creíamos muy importante
cerrar mucho los ojos al besarnos.
Hoy está claro:
fueron tiempos felices
muchas gracias a lo cual
formo parte de aquel selecto grupo de chicas
a las que acechaban por los mares los hombres excesivos
−nos moríamos de miedo, corríamos, sudábamos;
pero nos sentíamos bonitas: eso bastaba: eso entonces
bastaba−
y los chicos nos juraban apasionadamente
atrocidades y absurdos en cementerios y playas,
y los chicos exponían con notable entusiasmo
sus motivos:
es baratísimo, verás, te lo prometo,
y los chicos adoraban increíblemente subversivos
cada una de nuestras explosivas fotosíntesis.
Hoy está claro:
fuimos precoces en la exuberancia
muchas gracias a lo cual, más tarde, ésta
no pudo confundirme
y he sabido
que, si el criterio es la valentía,
todo es decadencia desde los trece.
Ya que formo parte de aquel selecto grupo de chicas
a las que Las Chinas Del Verano Inglés acariciaban el pelo
¿cómo lo haces? ¿cómo lo haces? ¿cómo lo haces?
y los chicos comían eruditamente
en literas y jardines vértebras y labios.
Me casaré contigo. Verás. Cuando cumplamos veinte.
Hoy todo está claro:
el amor lo ve todo muy bello,
fueron tiempos felices,
soy una coleccionista y,
celosa y sucia,
palpo
las páginas de mi acumulación.

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DESEO.

 Y mujeres que sólo se alimentan de pétalos de rosa

OLIVERIO GIRONDO

 

and the lovers

pass by, pass by

SYLVIA PLATH

 Padres, hermanos, amigos, profesores:

soy un ser de deseo.

No basta con contextualizarme

–yo en el salón, en la bañera, en el cine, en el despacho:

ocupada en las tareas que desubican el deseo–

para lograr acallar este hecho sin espacio:

que, especialmente,

soy un ser de deseo.

En el reino de la astenia y sus panfletos,

en este el milenio de la saturación y los cuerpos

bellísimos encerrados en patéticos frasquitos de fobias,

sin tocarse,

yo soy un ser de deseo: bocas entreabiertas, corazón-voluta.

En el mundo de los helados estanques

de unidades inconmensurables y aisladas del contacto

(cuerpos bellísimos perdidos-agarrados a maderas,

miedosos de rozar un tobillo, por si al final se enamoran),

os tan-solemne-y-tierna-y-felizmente anuncio

una pulpa de deseo: no puedo salir de Shostakovitch

y me alimento de trompetas y de amores de la infancia

que me encuentro en el metro y de señores-frutas.

Soy un ser de deseo:

1. Sé lo que es una revuelta de hormigas rojas africanas

por entre las piernas.

2. Sé lo que es llegar a morderse los labios.

3. Sé lo que es decirle, por ejemplo

oh sí qué interesante y qué pasó después, dime

mientras pienso

oh Dios lo que te haría

oh Dios oh Dios en cuanto te descuides

te planto un beso que te mueres de colores;

y,

luego,

impondré mi disciplina –y una cierta dulzura–

en tu cuarto ex-templo-de-ver-castamente-películas;

y,

luego,

montaré una fiesta con todos los que un día fueron míos,

y os haréis buenos amigos, y volveremos todos

a un cierto París básicamente de cuellos.

Porque,

sobre todo,

soy un ser de deseo;

y si me muevo por el mundo

es para que engorde, que engorde, que engorde

a mis expensas.

Constantemente paso hambre.

Soy un ser de deseo, caminamos juntos

por mi diagonal de cosas;

algún prodigio, alguna ventana.

Y sólo cuando mi deseo se ha convertido en una inmensa bola

o en un pichón o conejo obeso y planetario,

lleno de estrías por seguir creciendo

hasta llegar al límite abismal de su volumen posible,

sólo entonces,

cuando su tamaño ya nos resulta plenamente asqueroso,

socialmente nocivo, sentimentalmente molesto,

lo mato

y me lo como.

(Fresa y herida, 2010)

 

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