La vida paga sus cuentas con tu sangre y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor Roque Dalton
Y a los veinte aún me atrevía a utilizar vocablos famosos dije felicidad y dije alma y dije soledad y dije siempre Félix Grande I.
Extrañeza y cumpleaños. La madrugada de los recuerdos. Un manifiesto de poesía o una lista de buenos propósitos. Preguntas y respuestas en test de embarazo o una novela. Sentirme, sentirlo todo o tener hambre. Echar de menos al amante o a los padres y al hermano. La noche de las tinieblas o el corazón del fin del viaje. Todo sea por ordenar, por rendir homenaje mediocre, por postergar la solución de no entender nada: no sacar conclusiones sino versos y tickets de compras. He reflexionado y tengo veinte años y he tenido veinte amantes (no recuerdo dos nombres). Reconozco mi vientre y mis labios pero a veces (por las noches) no tengo nada en que pensar y sufro.
II.
A las tres de la mañana del día de tu cumpleaños en la tele sólo hay porno en el Messenger sólo resisten los raros y no son horas para llamar al amante (puesto que vive con sus padres y sería peligroso). Es demasiado pronto para desayunar muesli y demasiado tarde para pedir perdón. O bien los perros ladran y los grillos tartamudean o bien los gatos gimen y blasfeman (esto es insoportable). La salvación está en las pastillas pero lo estás dejando. Como el problema es la extrañeza, en este el milenio del aburrimiento y la cúspide de Maslow, no lloras (en todo caso te rascas la rodilla; justo en el centro te ha besado un mosquito). Así que lo que haces es leer o escribir, pero ni Plath ni Strand ni Schopenhauer, el infalible, pueden consolarte (esto te extraña: qué pozo incognoscible somos, qué espirales). En todo caso, así te lo ha indicado el psicólogo de la revista y además no hay nada mejor que hacer. Empiezas: extrañeza y cumpleaños, la madrugada de los recuerdos. Cuando despiertas a las doce dormir se te ha pasado muy rápido y ya no recuerdas todas esas cosas horribles que pensaste (y que el lector por suerte no imagina; tienen que ver con el vacío, edificios altos, siluetas que se ahuyentan). Así que lo que haces es darte la bienvenida, el lugar es negro y huele a flores secas entre libros que ya no quieres, pero todo puede cambiar, también la piel, las pestañas, el camino. Y opinas: lo mejor sin duda es quejarse temprano, teñir de oscuro todo, fingir ser depresiva; así es como se escribe poesía, así es como se triunfa. Así es como te acercas al absurdo, así es como se vuelve. Pero cuando recuerdas y planeas (eres una ciudad que se financia con visitas a los monumentos del pasado, pero no haces más que construir nuevos templos cuadrados, rosáceos jardines, le pides una cita a Mies van der Hohe) sabes que mientes, por escribir algo, sabes que eres feliz, estrella feliz, labio feliz: y ahora vas a desmayarte. |
todo
lo que alcanza el cuerpo a hacer en vida
Formo
parte de aquel selecto grupo de chicas Me casaré contigo. Verás. Me casaré contigo.
Desde
sus cubitos-corazón, los inocentes
Hoy
está claro:
muchas
gracias a lo cual
¿Nos
vamos a París? ¿Nos vamos a París?
Los
chicos (hoy la mayoría filósofos de la ciencia, |
Y mujeres que sólo se alimentan de pétalos de rosa OLIVERIO GIRONDO
and the lovers pass by, pass by SYLVIA PLATH Padres, hermanos, amigos, profesores: soy un ser de deseo. No basta con contextualizarme –yo en el salón, en la bañera, en el cine, en el despacho: ocupada en las tareas que desubican el deseo– para lograr acallar este hecho sin espacio: que, especialmente, soy un ser de deseo. En el reino de la astenia y sus panfletos, en este el milenio de la saturación y los cuerpos bellísimos encerrados en patéticos frasquitos de fobias, sin tocarse, yo soy un ser de deseo: bocas entreabiertas, corazón-voluta. En el mundo de los helados estanques de unidades inconmensurables y aisladas del contacto (cuerpos bellísimos perdidos-agarrados a maderas, miedosos de rozar un tobillo, por si al final se enamoran), os tan-solemne-y-tierna-y-felizmente anuncio una pulpa de deseo: no puedo salir de Shostakovitch y me alimento de trompetas y de amores de la infancia que me encuentro en el metro y de señores-frutas. Soy un ser de deseo: 1. Sé lo que es una revuelta de hormigas rojas africanas por entre las piernas. 2. Sé lo que es llegar a morderse los labios. 3. Sé lo que es decirle, por ejemplo oh sí qué interesante y qué pasó después, dime mientras pienso oh Dios lo que te haría oh Dios oh Dios en cuanto te descuides te planto un beso que te mueres de colores; y, luego, impondré mi disciplina –y una cierta dulzura– en tu cuarto ex-templo-de-ver-castamente-películas; y, luego, montaré una fiesta con todos los que un día fueron míos, y os haréis buenos amigos, y volveremos todos a un cierto París básicamente de cuellos. Porque, sobre todo, soy un ser de deseo; y si me muevo por el mundo es para que engorde, que engorde, que engorde a mis expensas. Constantemente paso hambre. Soy un ser de deseo, caminamos juntos por mi diagonal de cosas; algún prodigio, alguna ventana. Y sólo cuando mi deseo se ha convertido en una inmensa bola o en un pichón o conejo obeso y planetario, lleno de estrías por seguir creciendo hasta llegar al límite abismal de su volumen posible, sólo entonces, cuando su tamaño ya nos resulta plenamente asqueroso, socialmente nocivo, sentimentalmente molesto, lo mato y me lo como. (Fresa y herida, 2010) |