Blas de Otero

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Me llamarán

Pie para el Niño de Vallecas de Velázquez

Cuerpo de mujer; río de oro

Ritmo de ola

Un relámpago apenas

En en principio

Canción cinco

Es a la inmensa mayoría...

Su íntimo secreto

Cuánto Bilbao en la memoria. Días
colegiales. Atardeceres grises,
lluviosos. Reprimidas alegrías,
furtivo cine, cacahuey, anises.
Alta terraza, procesión de jueves
santo, e viernes santo, santo, santo.
Por Pagasarri las últimas nieves
y por Archanda helechos hechos llanto.
Vieja Bilbao, antigua plaza Nueva,
Barrencalle Barrena, soportales
junto al Nervión: mi villa despiadada.
y beata. (La virgen de la Cueva,
que llueva, llueva, llueva.) Barrizales
del alma niña y tierna y destrozada.

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Me llamarán

                         ... porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta

                                vida es dejarse morir, sin más ni más ...

                                      (SANCHO. Quijote, 11, cap. 74.)

Me llamarán, nos llamarán a todos.

Tú, y tú, y yo, nos turnaremos,

en tornos de cristal, ante la muerte.

Y te expondrán, nos expondremos todos

a ser trizados ¡zas! por una bala.

Bien lo sabéis. Vendrán

por ti, por ti, por mí, por todos

Y también

por ti.

(Aquí

no se salva ni dios. Lo asesinaron.)

Escrito está. Tu nombre está ya listo,

temblando en un papel. Aquel que dice:

abel, abel, abel ... o yo, tú, él ...

Pero tú, Sancho Pueblo,

pronuncias anchas sílabas,

permanentes palabras que no lleva el viento...

 

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PIE PARA EL NIÑO DE VALLECAS DE VELÁZQUEZ

Bacía, Yelmo, Halo,

                                                      Este es el orden Sancho

De aquí no se va nadie.

Mientras esta cabeza rota

del niño de Vallecas exista,

de aquí no se va nadie. Nadie.

Ni el místico ni el suicida.

Antes hay que deshacer este entuerto,

antes hay que resolver este enigma.

Y hay que resolverlo entre todos,

y hay que resolverlo sin cobardías,

sin huir

con unas alas de percalina

o haciendo un agujero

en la tarima.

De aquí no se va nadie. Nadie.

Ni el místico, ni el suicida.

Y es inútil,

inútil toda huida

(ni por abajo

ni por arriba).

Se vuelve siempre. Siempre.

Hasta que un día (¡un buen día!)

el yelmo de Mambrino

-halo ya, no yelmo ni bacía -

se acomode a las sienes de Sancho

y a las tuyas y a las mías

como pintiparado,

como hecho a la medida.

Entonces nos iremos Todos

por las bambalinas:

Tú y yo y Sancho y el niño de Vallecas

y el místico y el suicida.

 

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CUERPO DE MUJER; RÍO DE ORO

... Tántalo en fugitiva fuente de oro. (F. DE QUEVEDO)

           Cuerpo de la mujer, río de oro

       donde, hundidos los brazos, recibimos

        un relámpago azul, unos racimos

de luz rasgada en un frondor de oro.

Cuerpo de la mujer o mar de oro

donde, amando las manos, no sabemos,

si los senos son olas, si son remos

los brazos, si son alas solas de oro...

Cuerpo de la mujer, fuente de llanto

donde, después de tanta luz, de tanto

tacto sutil, de Tántalo es la pena.

Suena la soledad de Dios. Sentimos

la soledad de dos. Y una cadena

que no suena, ancla en Dios almas y limos.

 

 

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Ritmo de ola

Los senos son como palomas.
Hay algunos que vuelan.
La curva de los senos es el patrón para la línea del Ecuador.
El meneo de los senos sugiere el ritmo de la ola.
Los senos son dos, pero parecen uno repetido, jimaguas.
Dulces, leves senos de niñas de quince años.
(debieran llevar siempre una cintita rosa en el pezón.)
Senos directamente agresivos de las doncellas.
Senos llenos de las casadas, que colman la palma de la mano y la rebosan.
Si las mujeres no tuvieran senos, el mundo sería una leche.

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 UN RELÁMPAGO APENAS

Besas como si fueses a comerme.
Besas besos de mar, a dentelladas.
Las manos en mis sienes y abismadas
nuestras miradas. Yo, sin lucha, inerme,
me declaro vencido, si vencerme
es ver en ti mis manos maniatadas.
Besas besos de Dios. A bocanadas
bebes mi vida. Sorbes. Sin dolerme,
tiras de mi raíz, subes mi muerte
a flor de labio. Y luego, mimadora,
la brisas y la rozas con tu beso.
Oh Dios, oh Dios, oh Dios, si para verte
bastara un beso, un beso que se llora
después, porque, ¡oh, por qué!, no basta eso.

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EN EL PRINCIPIO

Si he perdido la vida, el tiempo,
todo lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la, voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los ojos para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

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Es a la inmensa mayoría, fronda

de turbias frentes y sufrientes pechos,

a los que luchan contra Dios, deshechos

de un solo golpe en su tiniebla honda.

A ti, y a ti, y a ti, tapia redonda

de un sol con sed, famélicos barbechos,

a todos, oh sí, a todos van, derechos,

estos poemas hechos carne y ronda.

Oídlos cual al mar. Muerden la mano

de quien la pasa por su hirviente lomo.

Restalla al margen su bramar cercano

y se derrumban como un mar de plomo.

¡Ay, ese ángel fieramente humano

corre a salvarnos, y no sabe cómo!

 

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SU ÍNTIMO SECRETO

El soneto es el rey de los decires.

Hermoso como un príncipe encantado,

como una banda azul, cuadriculado

para que dentro de él ardas, delires.

Es preciso que bogues raudo y gires

entre sus olas y su muelle alzado:

quede tu pensamiento destrozado

cuando te lances de cabeza y vires.

Yo tengo en cada mano un buen soneto,

como dos remos de marfil y oro.

Yo conozco su íntimo secreto.

Es un silencio pronunciado a coro

por un labio desnudo, blanco, inquieto

y otro labio sereno, abril, sonoro.

 

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Canción cinco

Por los puentes de Zamora,
sola y lenta, iba mi alma.
No por el puente de hierro,
el de piedra es el que amaba.
A ratos miraba al cielo,
a ratos miraba al agua.
Por los puentes de Zamora,
sola y lenta, iba mi alma.

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