Sobre
la alfombra
La fragancia del vaso |
Cada acción conlleva una responsabilidad. SLAVOJ ZIZEK Sobre la alfombra que decora el suelo enlosado se elevan altas dunas que el sol poniente vuelve anaranjadas, crecen profundas sombras que convierten, a vista de pájaro, el arenal desierto, en piel de tigre desteñida surcada por errantes manadas de bisontes, sanguinarios felinos que la sed ha vuelto dóciles, exhaustos paquidermos que la mano del niño inmoviliza o desplaza al compás que su albedrío le dicta. Sí, procede con frecuencia como un voluble dios que juguetea con el destino de los seres vivos. Sin saber, con intuir los siente suyos, porque aún no es consciente del alcance que entrañan sus acciones y no entiende las leyes naturales que gobiernan el mundo, pero la práctica indiscriminada del soborno o la angustia del castigo mitigan su dominio, la aparente aflicción que muestra ante los accesos de violencia infundada.
Acaso su franca temeridad, su falta de experiencia determinan las proporciones incorrectas de hombres y animales, la desafortunada orientación con que una blanda luz artificial señala el camino de vuelta hacia la negra paz del envoltorio.
Quienes permanecen a la intemperie, esas desorientadas muchedumbres de plástico que esperan cerca de los motores inservibles que el cielo vierta sobre sus rostros secos la miel mirífica del aire de marzo, restablecen la secreta correspondencia con la realidad, responden a las formas que los sueños multiplican y su presencia, rota la inmaculada red de la virtud, consuma el triunfo de lo imaginario.
Quien aprende a mirar, aprende a ser. |
De pronto está claro. El amor es la victoria que me ha de destruir. Joan Margarit Como la delación o el arrepentimiento, las historias de amor adquieren con el paso de los años el brillo oliváceo de la bisutería. Porque el tiempo es una voz inaudible que desoyen por igual amantes y traidores y es otra la mirada que se asoma al abismo interior de la conciencia. Muchas veces hablamos del férreo vínculo que procura la amistad cuando el amor se termina, de las ascuas de un fuego inextinguible, pero ambos sabíamos que eran sólo palabras sin sentido que producen vértigo al recordarlas, mentiras piadosas que no consiguen negar lo inevitable. Sé que es inútil invocar tu nombre, pedirte que aletargues como un somnífero salvador el veneno que deslee la memoria, pero ya nada importa porque la distancia -esa enfermedad que se alimenta de las bayas negras que florecen dentro de uno mismo- me ha enseñado a adjudicar a cada cuerpo amado no su nombre exacto, sino el dolor del vacío que sobre mi piel marca su permanente tránsito. |
Orientada al sudeste, en las primeras
horas de la mañana repta el sol
por la ventana de la cocina entre
setos anormalmente verdecidos,
depositando sobre la encimera
invadida por restos de la cena
y vajilla grasienta el esplendor
de un cielo anaranjado que comienzan
a surcar nubes y tempranos pájaros.
Tú duermes, contrariada por esa adversidad
que no crees merecer, con las extremidades
enmarañadas sobre la sumisa
almohada esponjosa en el balasto
del sueño y escucho tu respiración
irregular, profunda igual que si surgiera
del subsuelo arenoso
y contemplo la luz reciente acariciando
el cristal fileteado con la delicadeza
de una mariposa, su sigiloso
tránsito, la osadía de su triunfo
diurno que se prolonga
por las frías paredes hasta llenar el vaso
antes vacío de una sustancia inmaterial,
mientras en la terraza se disipa
como una emanación el insano
rocío mañanero y en la eucaristía
de su deslumbramiento, detenida
en un instante eterno, se dispensan
los favores del gozo, la gracia de la ausencia
que me empuja a confiar en lo que no
veo, porque el recipiente dio forma
a lo impalpable, y sólo cuando vuelve
la noche a su dominio, soy capaz
de perseguir el rastro de orín, de óxido
que tras de sí deja la luz ya ida. |