Carlos Alcorta

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Sobre la alfombra

Como la delación

La fragancia del vaso

SOBRE LA ALFOMBRA

Cada acción conlleva una responsabilidad.

 SLAVOJ ZIZEK

 Sobre la alfombra que decora el suelo

enlosado se elevan altas dunas

que el sol poniente vuelve anaranjadas,

crecen profundas sombras que convierten,

a vista de pájaro, el arenal

desierto, en piel de tigre desteñida

surcada por errantes

manadas de bisontes, sanguinarios

felinos que la sed ha vuelto dóciles,

exhaustos paquidermos que la mano

del niño inmoviliza

o desplaza al compás que su albedrío

le dicta.

Sí, procede con frecuencia

como un voluble dios que juguetea

con el destino de los seres vivos.

Sin saber, con intuir los siente suyos,

porque aún no es consciente

del alcance que entrañan sus acciones

y no entiende las leyes naturales

que gobiernan el mundo,

pero la práctica indiscriminada

del soborno o la angustia del castigo

mitigan su dominio, la aparente

aflicción que muestra ante los accesos

de violencia infundada.

 

Acaso su franca temeridad,

su falta de experiencia determinan

las proporciones incorrectas de hombres

y animales, la desafortunada

orientación con que una blanda luz

artificial señala el camino de vuelta

hacia la negra paz del envoltorio.

 

Quienes permanecen a la intemperie,

esas desorientadas muchedumbres

de plástico que esperan cerca de los motores

inservibles que el cielo

vierta sobre sus rostros

secos la miel mirífica del aire

de marzo, restablecen la secreta

correspondencia con la realidad,

responden a las formas que los sueños

multiplican y su presencia, rota

la inmaculada red de la virtud,

consuma el triunfo de lo imaginario.

 

 Quien aprende a mirar, aprende a ser.

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COMO LA DELACIÓN

De pronto está claro. El

amor es la victoria

que me ha de destruir.

Joan Margarit

 Como la delación

o el arrepentimiento,

las historias de amor

adquieren con el paso de los años

el brillo oliváceo de la bisutería.

Porque el tiempo es una voz inaudible

que desoyen por igual amantes y traidores

y es otra la mirada que se asoma

al abismo interior de la conciencia.

Muchas veces hablamos

del férreo vínculo que procura

la amistad cuando el amor se termina,

de las ascuas de un fuego inextinguible,

pero ambos sabíamos que eran sólo

palabras sin sentido que producen

vértigo al recordarlas,

mentiras piadosas que no consiguen

negar lo inevitable.

Sé que es inútil invocar tu nombre,

pedirte que aletargues

como un somnífero

salvador el veneno que deslee

la memoria, pero ya nada importa

porque la distancia -esa enfermedad

que se alimenta de las bayas negras

que florecen dentro de uno

mismo- me ha enseñado a adjudicar

a cada cuerpo amado no su nombre

exacto, sino el dolor del vacío

que sobre mi piel marca su permanente tránsito.

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LA FRAGANCIA DEL VASO

 

Orientada al sudeste, en las primeras

 

horas de la mañana repta el sol

 

por la ventana de la cocina entre

 

setos anormalmente verdecidos,

 

depositando sobre la encimera

 

invadida por restos de la cena

 

y vajilla grasienta el esplendor

 

de un cielo anaranjado que comienzan

 

a surcar nubes y tempranos pájaros.

  

 

Tú duermes, contrariada por esa adversidad

 

que no crees merecer, con las extremidades

 

enmarañadas sobre la sumisa

 

almohada esponjosa en el balasto

 

del sueño y escucho tu respiración

 

irregular, profunda igual que si surgiera

 

del subsuelo arenoso

 

y contemplo la luz reciente acariciando

 

el cristal fileteado con la delicadeza

 

de una mariposa, su sigiloso

 

tránsito, la osadía de su triunfo

 

diurno que se prolonga

 

por las frías paredes hasta llenar el vaso

 

antes vacío de una sustancia inmaterial,

 

mientras en la terraza se disipa

 

como una emanación el insano

 

rocío mañanero y en la eucaristía

 

de su deslumbramiento, detenida

 

en un instante eterno, se dispensan

 

los favores del gozo, la gracia de la ausencia

 

que me empuja a confiar en lo que no

 

veo, porque el recipiente dio forma

 

a lo impalpable, y sólo cuando vuelve

 

la noche a su dominio, soy capaz

 

de perseguir el rastro de orín, de óxido

 

que tras de sí deja la luz ya ida.

 

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