Cuando era joven, y me embriagaba con ilusiones de que hoy me río, soñé ser dueño de grandes tierras... ¡Ya tengo un trozo de tierra mío! Luego la vida, que enseña tanto, calmó del todo mi desvarío, mas no el cariño perdí a la tierra... ¡Y hoy tengo un trozo de tierra mío! Pero: ¡ay! que el trozo de tierra ingrata, al pie de un bajo ciprés, sombrío, ¡es el que llena la sepultura donde enterraron al hijo mío! Con él descansan todos mis sueños de amor, de gloria, de poderío... y ante los cielos y ante los hombres, ¡aquel pedazo de tierra es mío! |
La tarde es de vientos volubles y locos, la tarde es de vientos, de lluvia, de rayos.. De pronto, descargan sus lóbregos senos, y llueven, y llueven, los densos nublados.... De pronto, los vence, con vivos fulgores, el sol que sus velos apenas rasgaba, con tales impulsos que, a veces, ¡partiendo sus dardos las nubes!, parece que estallan... Y tornan mas grandes, mas densas, mas torvas, las cardenas nubes, y llueven, y llueven; y tornan los rayos del sol a vencerlas... ¡y en otras el iris sus franjas enciende! Por todo el paisaje que abarcan mis ojos suscitan batallas la luz y la sombra; no bien, un momento, las luces dominan, las sombras, que llegan, al punto las borran. Hay valles alegres; hay cumbres ceñudas, tocadas con velos de grises vapores. A poco, los valles se vuelven sombríos, y el sol, que los deja, corona los montes. Y es todo por obra del rapido viento, que lleva, que agrupa, que rasga las nubes; así como cambia la frivola Suerte la suerte del hombre que goza..., que sufre... ¡Qué duros contrastes! En pocos momentos, el sol y la lluvia...; dolor y alegría ..; la tarde doliente..., la tarde que ríe... ¡Qué tarde tan loca! Parece mi vida. |
Amor de mis amores; en el jardín de Amor, flor de las flores: conviértase mi voz en un murmullo, para que llegue a ti como un arrullo. Como arrullo quisiera que mi acento sonara, de ritmo dulce, de cadencia clara; caricia de los céfiros, ligera; caricia temblorosa, que pasara como pluma de cisne por tu cara; ¡pluma de cisne, leve, blanca y fina a la par; pluma de nieve! Arrullo, si mi arrullo te conmueve, que llegara a tu oído sólo de ti sentido; con halagos de aroma, con el latir de un pecho de paloma. Deja que al fin me mire en los claros espejos de tus ojos; que entre tus labios rojos tu puro aliento sin cesar respire; para que pueda el alma conmovida beber tu aliento, respirar tu vida. ...Y en tanto prendo y ciño tu talle virginal, languidamente, —mariposa de amor, toda cariño,— deja que en tu alba frente se pose un beso de mi amor vehemente. Si entre tus labios se posara, fuera como una mariposa que el grato filtro del amor bebiera sobre un capullo de encendida rosa. Deja que mi suspiro feliz se enrede, con liviano giro, por el sutil y ensortijado vello, niebla sutil en tu divino cuello... Vuelve a mirarme ahora, y espire yo a tus pies, ¡oh encantadora viviente imagen de la estatua griega!, como la Noche que, al morir, se entrega a los pies sonrosados de la Aurora. ¡Qué hermosa estás! En languida postura; con gesto amable de infantil audacia... Es una flor tu cuerpo, bella y pura, con la doble hermosura de la belleza corporal: su hechura, y del aroma embriagador: tu gracia. ¡Qué hermosa estás! Con nimbo de inocencia; destacando tu cuerpo de Sibila sobre la vaga y dulce transparencia de la tarde tranquila... Mírame así, mi encanto. Mírame así, y en la adorable calma de estas horas de amor suene mi canto... Mirémonos: besémonos, en tanto, ¡con un beso de luz!; ¡alma con alma! |