Carlos Germán Belli

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Segregación

Villanela

El olvidadizo

Nuestro amor

Las cosas de la casa

 

Segregación

 (a modo de un pintor primitivo culto)

Yo, mamá, mis dos hermanos
y muchos peruanitos
abrimos un hueco hondo, hondo,
donde nos guarecemos,
porque arriba todo tiene dueño,
todo está cerrado con llave,
sellado firmemente,
porque arriba todo tiene reserva:
la sombra del árbol, las flores,
los frutos, el techo, las ruedas,
el agua, los lápices,
y optamos por hundirnos
en el fondo de la tierra,
más abajo que nunca,
lejos, muy lejos de los dueños,
entre las patas de os animalitos,
porque arriba
hay algunos que manejan todo,
que escriben, que cantan, que bailan,
que hablan hermosamente
y nosotros rojos de vergüenza
tan sólo deseamos desaparecer
en pedacitos.

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Villanela

 Llevarte quiero dentro de mi piel,
si bien en la lontananza aún te acecho,
para rescatar la perdida miel.

Contemplándote como un perro fiel,
en el día te sigo trecho a trecho,
que haberte quiero dentro de mi piel.

No más el sabor de la cruda hiel,
y en paz quedar conmigo y ya rehecho,
rescatando así la perdida miel.

Ni viva aurora, ni oro, ni clavel,
y en cambio por primera vez el hecho
de llevarte yo dentro de mi piel.

Verte de lejos no es asunto cruel,
sino el raro camino que he hecho,
para rescatar la perdida miel.

El ojo mío nunca te es infiel,
aún estando ya distante de tu pecho,
que haberte quiero dentro de mi piel,
y así rescatar la perdida miel.

 

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El olvidadizo

Yo cuánto olvidadizo soy ahora
con el rocín, la acémila, el pollino,
a cuyo lado pata a pata vivo;

pues pese a nuestros lazos quiere ser
un miembro de la ajena grey contigua,
la que sólo se jacta, ríe y manda.

Disculpadme, cuadrúpedos, os pido,
por pretender abandonaros pronto,
librándome del látigo que arrea;

que a fe por mi remota sangre humana,
la erial ingratitud mal grado porto,
y terminaré dándoos las espaldas.

 

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Nuestro amor

Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca, ni en las manos:
todo nuestro amor guárdase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña,
esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos,
mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.

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Las cosas de la casa

He aquí la casa bien oculta
tras las nubes de la celeste bóveda,
preservándola de los fieros cacos
terrenales que alrededor acechan;
y así poder vivir metido en ella
en medio de una tibia paz siquiera,
aferrándose a las calladas cosas
que no dejan de estar a cada rato
acompañando como dulces seres;
porque al paso del día y de la noche
todo aquello que inerte y fiel yace
en las proximidades de uno siempre,
en el templado seno de la casa,
resulta parte de la invisible alma.

Ya una sola naturaleza exacta.

 

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