DONDE EL AMOR MUY DULCE LE REQUIERE Ese anhelo tan suave que me invade. Esa queja tan honda en mi desvelo. Ese dulce estallido derramado, desde el aire hasta el vientre enmudecido.
Cuando en mi huida al suelo, la gran verdad final es ese beso que no alcanzan los párpados a darse.
Cuando al girar entorna ojos tiernos, con sus cejas temblando en desnudez, se desvanecen dudas y quimeras: la tarde se hace dulce como un pecho.
Cuando susurra "amor suyo no quiero" y son tan delicadas sus caricias, ese beso prendido en el aire se diluye entre sílabas de niebla.
Y si sus labios mienten fantasías para arrullarse en mí tan dulcemente, ¿será que el aire prometido sólo es vana ilusión, sueño de nada?
Es el beso la muerte de mis miedos, y me rindo sin lágrimas ni plumas.
Más tarde, así rendida entre sus brazos, dejo a la risa tierna que me invada, pues el dolor desnudo no conozco, cuando amanece el cuerpo limpio, puro. Donde el Amor inventa su infinito. |
Tu risa es una desbandada de aves azules.
Tu cuerpo es la selva del universo, y en tu vientre duerme un pájaro blanco. Por tu espalda está bajando una bandada tierna de palomas.
Eres todo de espuma como los niños muertos a las orillas del mar.
Te pertenezco tanto que en mi pecho tu ausencia es sólo herida |
Una lámpara tenue en la penumbra un minuto olvidado de los dioses un sueldo miserable a las palomas una yegua de lluvia enloquecida una oreja de toro ensangrentada un manojo de truenos tartamudos y un puñado de deudas a la luna. ++ Un hombre de color llega sin alas a la meta del hambre y de la muerte. Es un ángel desnudo que desafía la velocidad de las balas. Selva de África para turistas boquiabiertos. Dos niños, nenúfares de tres años, parece que duermen en la selva del desierto. Un hacha les ofrendó la eternidad del sueño.
Una mujer, sentada en su trono de polvo, ofrece su pecho a un niño hinchado de metralla. Todo muy europeo.
Burundi es un cementerio vivo de ángeles mutilados, de cadáveres de color amatista
Dionisos le quitó a Orlando las riendas del carro de los vientos, por eso Orlando no cuenta fábulas en el mes de julio.
En Asia, no hay violetas ni álamos de primavera. Sólo una mujer que ofrece su niña de once años a los corsarios, a la orilla del mar, a cambio de trigo y agua.
Que no quede el rostro de la miseria.
(Las montañas cantan como un órgano de ojos acuchillados.) |