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Cayo Valerio Catulo

Pajarillo, delicia de mi niña...

Vivamos, Lesbia mía...

Veranio, de entre todos mis amigos...

Te suplico, si no es mucho pedir...

Me prometes, vida mía...

Pajarillo, delicia de mi niña,

con quien juega, al que en su seno tiene,

al que acerca la yema de su dedo

e incita a picotear ardientemente,

cuando, añorante de mi amor, se entrega

a un juego encantador que desconozco,

buscando algún consuelo a su dolor

para calmar, supongo, un grave fuego:

poder jugar contigo como ella

y aliviar las tristezas de mi alma

me sería tan grato como dicen

que fue para la rápida doncella

la manzana de oro que deshizo

el cinturón ceñido tanto tiempo.

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Vivamos, Lesbia mía, y amemos;

los rumores severos de los viejos

que no valgan ni un duro todos juntos.

Se pone y sale el sol, mas a nosotros,

apenas se nos pone la luz breve,

sola noche sin fin dormir nos toca.

Pero dame mil besos, luego ciento,

después mil otra vez, de nuevo ciento,

luego otros mil aún, y luego ciento...

Después, cuando sumemos muchos miles,

confundamos la cuenta hasta perderla,

que hechizarnos no pueda el envidioso

al saber el total de nuestros besos.

 

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Veranio, de entre todos mis amigos

el primero aunque fueran muchos miles,

¿has vuelto a casa junto a tus penates,

tu anciana madre y tus buenos hermanos?

Has vuelto. ¡Para mí qué gran noticia!,

pues sano te veré y oiré de Iberia

contar historias, pueblos y lugares,

como haces siempre, y tomándote el cuello,

tu alegre boca besaré y tus ojos.

Oh, de todos los hombres más felices

¿quién más feliz que yo? ¿quién más dichoso?

 

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Te suplico, si no es mucho pedir,

que muestres las tinieblas que te esconden.

Por ti pregunto en el Campo Menor,

por ti en el Circo y en las librerías,

por ti en el templo sagrado de Júpiter.

Amigo, en el paseo de Pompeyo

paré a la vez a todas las muchachas

aunque había en sus rostros mucha calma,

mas, con todo, ay, así te reclamaba:

« ¡Devolvedme a Camerio, mujerzuelas! ».

Y desnudando el seno dijo una:

«En mi pezón de rosa, ¡aquí se esconde!».

... Pero aguantar es ya labor de Hércules.

¿Con tal soberbia, amigo, me desdeñas?

Dime dónde has de estar, sal ya sin miedo,

entrégate a la luz con confianza.

¿Te retienen quizás niñas de leche?

Si en la boca tu lengua has sepultado

perderás del amor todos los frutos,

pues a Venus le alegran las palabras.

Aunque cierra la boca, si eso quieres,

mas dame parte al menos en tu amor.

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Me prometes, vida mía, que este amor será feliz

y perpetuo entre nosotros.

Grandes dioses, haced que pueda prometer con verdad

y que lo diga sinceramente y de corazón,

para que toda nuestra vida podamos mantener

ese sagrado lazo de cariño eterno.

 

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