Mi mano está sobre el desnudo
papel de la mesa
y yo a kilómetros de distancia
en tu túnica de tela real finísima,
transparentes ambos cuando al estar mojados
de tinta o mar se dejan ver preformes,
voluptuosos por la oblicuidad del oleaje.
Mis días están plenos en el
resollar fatídico del océano.
La sal, la nube, la amarga espuma, el cielo brocado
boya en el adiós.
El poema y tú estáis en la otra
orilla.
Una extensión líquida media entre nosotros
y un cocodrilo aguarda en la playa
como tintero, ojo, ombligo, áspid fosfórico
que guía la sed de mañana.
Mi mano aspira al encuentro.
Todo en ella está preparado,
jaula y cebo,
para las garras
llenas de bálsamo.
Mi noche es ahora día,
mi día es ahora noche.
¿Quién nos caza?
Mi mano está sobre el desnudo
papel de la mesa,
y mi deseo a kilómetros de distancia
te sale al encuentro.
Tu cabellera ondula la escribanía como una vegetación.
Rueda humeante en las mareas,
desea morir y renacer.
Sus pies son un torbellino y su cuerpo está aéreo
como mi mano de cazador que sigue pasos,
aquella huella alzada contra las frondas.
La voz del poema clama como el
ánsar o la llama cogida en su celo
y es tu imagen quien me aprisiona en el mismo vibrar.
Mi mano está sobre la desnuda
piel de la tuya,
el ámbito interior crea un espacio de silencio,
en la línea de papel,
por donde el viento seca esta tinta simpática.
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