Alguien, cuando pase el tiempo |
Algas te nacen en la carne muerta húmeda de esperar que te despierte un milagro los muslos de esa muerte que el llano inútil finge que despierta. Lo mismo da que dejes bien abierta la ventana a la noche, que por verte compadecida plata de tu suerte sólo la Luna con tu cuerpo acierta. Desde la boca al vientre va tu aliento como una cuchillada desangrando tu afán de amor y viudo desconsuelo y sola, sólo amante jadeando, loco de torres, violador el viento
te rapta y lleva sin camisa al cielo.
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Tus muslos sobre el aire tiernamente escriben con su tiza enamorada mi nombre y mi apellido en la cansada hoguera de la tarde y el cielo ardiente.
Viento de piedra secular de frente
cincela a golpe el llanto en tu mirada, que para ver mi casa en ti inundada lloras tú sobre el río tercamente. El clavel de tu vientre inútil arde, brasas salen del ciego y mudo hielo por tus dos pechos rubios conmovido. Yo durmiendo en la almohada de otro pelo, variable junco sordo a tu gemido,
sin ver tu sangre en la pared, cobarde.
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Atónito, tu cuerpo, clavel duro, azogue y cirio para mí encendido, estaba en el sofá sobrecogido limpio pez en un mar de seda impuro. Apenas si tu rizo más seguro, cuerpo ondulado para mí prohibido, el céfiro de angustia estremecido tembló, junco y carbón de incendio oscuro. La soledad, gritando caridades en vano para ti de la espesura híbrida dueña, auxilio reclamaba. Entreabierta en jazmín se desmayaba, con un rasgar de telas sin edades,
rodando en su volumen, tu hermosura.
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