«¿Y
donde está escondido tu tesoro, Hainuwele?»
me
pregunta, burlona, la más anciana del poblado. Se refiere, lo sé, a lo que siempre buscan los hombres cuando vuelven del combate. Mi tesoro, contesto, es suave como el musgo, dulce como leche de almendras, tiene el frescor de los helechos y sangra sin dolor hasta teñir de púrpura el crepúsculo o para alimentar los cachorros de un tigre.
Mi
tesoro no está escondido: resplandece en el bosque como el oro, mas sólo un hombre ciego pudo hallar el camino que a él conduce.
(De
Hainuwele)
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