Es ésta mi
ciudad,
éste su río
como mar abierto.
Más que habitar la vivo.
Integro sus espumas,
su carne,
su pampero,
su desatado amor en mi cintura.
Estoy viva
en su tiempo
hasta los tuétanos metida.
Tiempo de estar
y de no estar,
sin tiempo.
Y de entrar en el polvo
que sus calles precipitan.
La pierdo
en la esperanza,
la encuentro en el olvido.
Me llama,
me rechaza
entre gritos, papeles, transistores,
su suplemento de tensión y alambre.
Su gesto de clamor,
huecograbado.
Va delante
mí,
yo voy delante.
En una encuesta de sucesos ciegos,
voy detrás de su sombra,
que es la mía,
en torno al muro
de un jardín de sombras.
Crece en gris,
en antenas,
en vacíos.
La construye el cemento,
la destruye el cemento.
Sobre el aroma antiguo de sus quintas,
sobre sus solitarios miradores.
El arrabal la llora
en un tango,
y sale al aire
con una cara nueva cada día
su cabellera de sonidos
nueva.
Es su hora,
mi hora,
la de ahora y la de antes.
Su lucha por el pan
y por el vino,
y su destino
que no alcanzo.
Es ésta mi
ciudad,
ésta mi vida,
beso la boca que parió su nombre.
Su “Monte vide eu”,
grito lejano
desde un mástil fantasma,
marinero.