CUENTOS ANÓNIMOS

Los duendes

El rey árabe y el poeta

Modas

Una tunda a las modistas

Escena patética

 

LOS DUENDES

M

uy válida es aún en el día la opinión de la existencia de los duendes; la tendencia del hombre a lo maravilloso puede haber sido la causa creadora de estos entes; las emociones fuertes que imprime el terror habrá ayudado a corroborar esta idea. Difícil será probar que la ilustración ha hecho un beneficio con desterrar las creencias de los duendes, porque, si con ello traficaba cierta clase de personas interesadas en mantener esta opinión, como los amantes para habitar los desvanes de sus queridas, ciertas mujeres para ejercer libremente su benéfica industria, los bandidos para separar a los curiosos de sus queridas; también al desterrar una creencia, se ponen en duda todas las demás; el pueblo no conoce la razón de todo, y al verse desengañado en un orden de cosas maravilloso todo lo que tiene este carácter lo cree igual, y peligro corre por cierto la fe de naufragar en el mar de la incredulidad. No es una virtud innecesaria para embellecer el mundo que con ella se ve espiritual, y bajo la férula de la razón todo es materia.

La necesidad de dar causas a muchos efectos desconocidos creó esta fe de los duendes y las brujas;  cosas bien naturales en sí sólo se vieron con los ojos de aumento de la imaginación, y como estos hablan al corazón, porque le interesan, el corazón creyó todo lo que decía la vista de su fantasía. El ruido monótono de un bosque estremecido por el viento, el de un impetuoso torrente, quisieron verlos mejor producido por las pisadas de seres fantásticos e invisibles, o por sus quejas y lamentos, que producido por causas naturales. La impresión de estos espectáculos majestuosos y solemnes ayudaba mucho a esta creencia, porque la impresión era grande y la razón quedaba suspensa, la imaginación obraba, y siempre nos deleitamos más en admirar que en raciocinar. La vista humana no puede penetrar tampoco, ni bajo la corteza de un vegetal, la piel de un animal, ni en las sombras, y como el deseo de saber es innato y vehemente, a falta de datos, suplieron las ilusiones. Como necesidad y creación suya el hombre creyó todo cuanto se le figuró ver.

Siempre tienen influencia las causas exteriores sobre lo físico, y como lo físico es el instrumento de que el alma se vale, sucede que, sin saberlo, empleamos instrumentos diversos para el objeto que queremos investigar; nuestra vista natural nos presentaría los objetos en su estado, pero anonadada debajo de una impresión grande, los ojos que arquea la admiración al aumentar su superficie visual, aumentan el objeto.

Era noche muy lluviosa del diciembre; el viento silbaba con estruendo al azotar las paredes de la casa en que se hallaban reunidos varios individuos de tan diferentes géneros como cataduras, y que se agrupaban alrededor de una chimenea, cuya campana se extendía a larga distancia de la pared. La gran cantidad de leña que ardía en el hogar, arrojaba muchas llamas que el viento agrupaba, dividía, alzaba y aplastaba con suma movilidad y violencia. La cantidad considerable de humo que tanto combustible despedía al ascender, el viento, que silbaba remolinándose en el tubo de la chimenea, lo desparramaba por la habitación, la que pronto quedó velada entre el opaco crespón de humo que ondulaba en mil caprichosas formas. La llama doraba los cortes de sus ondas; pronto nada se descubría en su forma verdadera, y sólo las fisonomías de los que en la habitación estaban, fueron únicamente lo que se distinguía de cuanto en ella se hallaba; la llama doraba los rostros que en medio del humo parecían globos de fuego, configurados en forma de humanos semblantes; el ruido de los vientos se aumentaba; los truenos y la lluvia ensordecían. Mudos de terror empezaron a llamarse; la voz se perdía entre el estruendo de la tempestad; una vieja que más cerca del fuego estaba empezó a rogar a los santos, en quienes más confianza  tenía buscaba alguno de los que la acompañaban. El humo velaba sus ojos; asustada empezó a arrugar su semblante, y al comprimir sus músculos para exprimir el llanto por sus hundidos ojos, su perfil tomó una forma tan angulosa y diabólica que uno, que enfrente la miraba, santiguóse violentamente, creyendo que era algún mal espíritu que entre la tempestad había descendido; la admiración y devotos pensamientos de éste redondearon su rostro que, iluminado por la rojiza llama, apareció como un globo de pasta en el cual un pintor malamente hubiera dibujado el asombro estúpido a otro de los concurrentes, que como era tuerto torció el rostro para observar bien su fisonomía que creía que rodaba entre el humo; este último presentó al otro el rostro más raro y fantástico que el sueño de un delirante puede presentar: cortábase esta extraña figura en unos ángulos tan irregulares, formados por las narices gruesas y remangadas, por su boca hundida, labios separados, barba puntiaguda, frente abultada, orejas grandes que parecía una rueda dentada irregularmente; su ojo abierto parecía el punto sobre lo que rodaba en su eje invisible. Mirábalo una mujer, su terror se exhaló en chillidos agudos que aumentando su confusión todos creyeron que se exhalaban de las llamas. La oscuridad se aumentó, pero la impresión de las fantasmas que habían visto salir de la llama duraba aún en todos, y cada uno las veía rodar y agitarse haciendo contorsiones ridículas; sus votos, plegarias, maldiciones, se confundieron formando una orquesta diabólica; unos de otros huían despavoridos; y cuando la tempestad cesó, el humo se desvaneció; todos se preguntaban lo que les parecía el horroroso conciliábulo que habían presenciado; el alma, preocupada fuertemente por el terror, vio duendes donde sólo había hombres, y al comunicar sus relaciones que parafraseaban, cada vez que se figuran con mil peregrinos detalles crecían los duendes, porque las creencias populares al correr de boca en boca son como los arroyos, que recogiendo todas las aguas de los cerros y valles se convierten en caudalosos ríos.

La casa se abandonó, y en días de tempestad ninguno  osó acercarse a la habitación donde aquellos hombres se congregaron.

 

ir al índice

EL REY ÁRABE Y EL POETA

U

n rey árabe tenía una memoria tan prodigiosa, que le bastaba oír recitar una vez una oda o cualquier composición en verso para que se le quedase impresa en la memoria. Tenía a su servicio dos personas dotadas de esta facultad hasta un grado casi igual al suyo. Uno de sus mamelucos podía repetir sin vacilar cualquier tirada de versos con oírlos un par de veces; y una de sus esclavas con sólo leerlos u oírlos otra.

Cuando un poeta se presentaba en el palacio pidiendo ofrecer al trono su homenaje manifestándole su arte, el rey tenía costumbre de prometerles a todos, si conocía que su composición era enteramente nueva y original, una  recompensa que consistía en darle una cantidad de oro igual a lo que pesase el manuscrito. Seguro el poeta de no haber confiado a nadie sus versos, los leía lleno de confianza; pero apenas había concluido, le decía el rey: “Esta composición no es nueva; la conozco hace algunos años, y hasta la sé de memoria”: y le repetía verso por verso con gran sorpresa del poeta. Añadiendo después: este mameluco la conoce también, y la va a recitar. El mameluco que le había oído ya dos veces, la repetía sin omitir una sílaba. También tengo una esclava, continuaba el rey, que debe saberla como nosotros; que la conduzcan aquí. Y la esclava se presentaba, después de haber estado oculta detrás de una cortina, donde había oído recitar los versos tres veces, repitiéndolos a una indicación hecha por el rey. El poeta se quedaba petrificado de admiración, sin poder comprender cómo había otras personas que supiesen sus versos, cuando nadie los había leído. Y después de mil inconexas conjeturas tenían todos los trovadores que retirarse desconsolados sin atinar con la causa de aquel fenómeno, y lo que es peor sin la recompensa prometida.

Un célebre poeta, El Asmeo, perseguido por el infortunio inherente a todos los de su profesión, sospechando la astucia del rey, se resolvió a sufrir la prueba, lisonjeado de salir victorioso de su empeño. Para el efecto compuso una oda, en la que sin sacrificar los pensamientos introdujo con gran paciencia y erudición, palabras poéticas del idioma árabe sumamente difíciles de pronunciar y retener en la memoria. Terminada su obra se disfrazó con un traje extranjero, cubriéndose el rostro con un lithman (especie de paño) según la usanza de los árabes del desierto. Disfrazado de esta suerte se dirigió al palacio y se hizo presentar al rey.

_ ¿De dónde vienes, y qué solicitas de mí? _le dijo el rey.

_ Dios aumente el poder del rey _contestó el árabe_. Yo soy un poeta de la tribu de... y vengo a leeros una oda que he compuesto en honor de nuestro señor el Sultán.

_ ¿Sabes cuáles son las condiciones para merecer la recompensa e tu trabajo?

_ Las ignoro _dijo el poeta.

_ Si la oda que vas a recitar no es composición tuya  ninguna será la recompensa. Pero si es nueva y eres tú realmente su autor, te daré tanto oro como pesa el manuscrito en donde hayas confiado tus inspiraciones.

_ ¿Cómo había yo de atreverme a prodigar versos que no fueron compuestos por mí? Todos los súbditos sabemos que mentir en presencia de un rey es una de las acciones más viles que pueden cometerse. Los versos que voy a recitar son enteramente míos y me someto sin vacilar a las condiciones que queráis imponerme.

El Asmeo recitó su oda, y el rey turbado al ver que no conservaba en la imaginación ni un solo verso, hizo señal al mameluco; pero éste estaba en igual caso que el rey, y apelando por último a la esclava halló en ella la misma dificultad.

_ En efecto, _dijo el rey, comprimiendo su despecho_ la oda es original y nueva; es la primera vez que la he oído. Manifiéstanos tu manuscrito para darte la recompensa ofrecida.

_ Dignaos, señor _dijo el poeta_, mandar a cuatro de vuestros esclavos para que conduzcan a los pies de vuestro trono el manuscrito que me pedís.

_ ¿Cómo? _exclamó el rey, ¿no la traes contigo? ¿Pues no es papiro?

_ No señor. Yo soy pobre, y cuando compuse mi oda no teniendo dinero para comprar papiro, me vi obligado a grabarla en un trozo de columna que mi padre me había dejado por herencia. Esa columna de mármol la ha conducido mi camello hasta la puerta del palacio.

El rey había caído en un lazo y para dar al poeta el oro que pesaba su manuscrito tuvo que hacer un desembolso de consideración que le curó del gusto que tenía en burlarse de los pobres poetas valiéndose de su portentosa memoria.

ir al índice

MODAS

Y

a hace tiempo que los redactores de La Risa teníamos cierto desasosiego, cierta zozobra, cierta impresión inexplicadle, sin que pudiéramos dar con el por qué o sea la causa de estos efectos, ni más ni menos que cuando sale uno de casa dejándose algo olvidado, ni se determina a volver, ni acierta á andar, sabe que le falta algo, pero no sabe lo que le falta y suele caer en la cuenta á la mitad del camino, cuando la urgencia de su comisión no le permite retrogradar, he dicho mal, retroceder, que viene a ser lo mismo, sin que pueda darse interpretación política. Afortunadamente para nosotros y para nuestros suscritores, aunque hemos recordado tarde, no hemos llegado tarde, y por aquello de que más vale tarde que nunca y lo de que nunca es tarde si la dicha es buena; queriendo además cumplir con la misión clásica de deleitar instruyendo y viceversa; deseosos de unir lo útil a lo agradable, y en una palabra dispuestos a hacer cuantas mejoras nos sea posible establecer, hemos resuelto crear una sección con el epígrafe de este artículo, que tendrá a nuestros elegantes lectores y lectoras al corriente de los adelantos, noticias, figurines y demás concerniente al indispensable arte de currutaquería. Nuestros suscritores sin corresponsales franceses, ni ingleses, ni portugueses, ni rusos (porque aquí lo que queremos es independencia nacional) sabrán no solo la moda presente y la pasada, sino la futura, que es cuanta ventaja podemos ofrecerles y cuyas noticias, como es de inferir, no podríamos recoger nosotros sin cuantiosos desembolsos de correspondencia.

Moda corriente.

Como la estación no consiente mucha ropa que digamos, así el traje de señora como el de caballero están puramente reducidos a lo exterior. Las señoras van sin camisa, ni refajo, ni enaguas, ni corsé. Llevan solo un vestido de tafetán sumamente fino con mucho vuelo bajo, sin ser palomino, dos esclavinas de vuelo también proporcionado con sus correspondientes guarniciones; birutas por tirabuzones y un sombrero de forma piramidal que con el resto del traje viene a presentar exactamente la figura de un embudo o de un cubilete.

Un alfiler con el retrato al óleo del novio o del marido, sombrilla enana que apenas da sombra al pico del sombrero y guante blanco.

El traje de caballero es más sencillo todavía. Consiste en un sombrero de tela, vulgo jibus. Saco blanco, brochado todo el verano para no constiparse, y sobre todo cuidando de llevar las manos bien abrigaditas en los bolsillos. Botones grandes como tomates y pantalón ajustado hasta la oprimida bota. El que no rompa el pantalón a la segunda vez de ponérselo no es elegante, y lo mismo el que no quede cojo por las mordeduras del calzado.

Moda venidera.

Traje de corte. Para caballero: papalina, corbatín de suela con un letrero que diga «viva mi dueño», saca de verano con un pañuelo largo en el bolsillo, calzón corto blanco, medias negras caladas, alpargatas con espolines, y una vara de medir por bastón. Unos llevarán el saco cerrado con lacre, otros con oblea, y algunos con cerrojos y candados.

Para señora: zapatos de aguador atados con tomiza, medias coloradas, casulla, collar de pinchos, guantes de caballería, bigotes postizos la que no los tenga naturales, y sombrero calañés.

Traje de paseo.

Para caballero: descalzo de pie y pierna, en calzoncillos, frac verde con caponas, babero y bonete.

Para señora: Chanclos, calzón de maragato, sobrepelliz y canana, paraguas colorado, melenas trenzadas y chacó.

Traje de camino.

Para caballero: botas de montar y enaguas con guarniciones; faja encarnada, chaqueta de alamares y montera gallega.

Para señora: calzón de ante, estribos de madera con galgas, coraza y carabina, guante blanco, pulseras, ferroñé y sombrero de teja con escarapela tricolor.

Traje de montar á la inglesa. Pantalón de papel blanco; sombrero y caballo de castor, frac de hule, y una ballenita en vez de látigo. Las espuelas están mandadas recoger.

Estamos esperando unos figurines de que daremos inmediatamente cuenta a nuestros elegantes.

 

ir al índice

UNA TUNDA A LAS MODISTAS

¿H

asta cuándo, señor, hasta cuándo la ilustración del siglo XIX ha de tolerar la maldita invención del corsé? ¿Cómo en esta nación, católica por excelencia, se consiente un ente que insolente y torpemente intente enmendar la plana al Omnipotente? ¡Oh obcecación y ceguedad humana! ¡Oh modistas rebeldes y tenaces, y qué cuenta habréis de dar en el tremendo día del valle aquel! Dios en el principio de los tiempos dijo: «sea Juana jorobada»; y vosotras, pronunciadas contra este decreto del Altísimo, dijisteis en vuestra in sensatez: «hagamos un corsé a Juana, y sea con él más derecha que un huso.» Y también quiso el señor Dios que Juana fuese un vástago de la familia de Ñuño Rasura: mas vosotras con impiedad inaudita dijisteis: «toma este corsé, Juana, y exclamen los que con él te vean: meliora sunt libera tua vino.» Y el Señor, que sin duda quiso hacer un semidiablo, ordenó también que Juana no tuviese en donde ajustarse sus ropas, a no colgárselas de los hombros: pero vosotras dijisteis con insolencia: «ánimo, Juana, que ahí tienes un corsé que te dará caderas y cintura a pedir de boca.»

Y ¿sabéis, modistas fatales, lo que habéis hecho? Oíd, oíd! Me habéis puesto en un insufrible potro, me habéis sacrificado, soy vuestra inocente víctima. ¡Yo vi por mi mal a esa Juana, yo la creí un semi-Dios, yo la idolatré, yo (y esta es la más negra) me casé con ella! ... ¡Una noche, no: un día, día para mí fatal, día desgraciado, día de doscientos mil demonios! Un día, digo, hallándome en la plenitud de mis derechos maritales, quise considerar en ropas menores a mi consorte, para alabar en sus perfecciones la sabiduría y omnipotencia divina. Pero ¡ah! se había despojado del malhadado corsé, y su espalda asemejábase al dorso de un dromedario.

Quedaron invisibles sus caderas apareciendo en lo demás tanquam tabula rasa in qua nihil est depictum. En aquel instante mi ilusión se desvaneció juntamente con midicha. Lloré y maldije mi estrella; y abismado por el recuerdo del ego vos conjungo, falté para volverme loco.

Cuento a esta fecha diez años de martirio, y en ellos me ha regalado Juana tres hijas raquíticas y cuatro zambas. Ved ahí los perniciosos efectos de vuestra obra. Mas si creéis continuar siendo el azote del género humano, si pensáis que se ha de consentir mas la plaga de vuestros corsés, os engañáis ¡voto á brios ! Pasaron ya los tiempos del oscurantismo, y vino un siglo de las luces.

ir al índice

ESCENA PATÉTICA

ENTREGA DE UN CUCHARON DE HONOR A DON ABUNDIO ESTOFADO.

S

e ha presentado en el Ambigú de La Risa una comisión de notabilidades, compuesta de un ciudadano sin defecto físico, de un ciego, de un tuerto, de un bizco, de un mudo, de un tartamudo, de un jorobado, de un sordo, de un gangoso, de un narigudo, de un chato, de un cojo, de un manco, de un perlático, de un flaco, de un gordo, de un gigante, de un enano, de un vivo y de un difunto, en representación de todas las clases de la sociedad; y avanzándose el mudo hacia nuestro nunca bien celebrado Don Abundio Estofado, ha tomado la palabra y presentándole un hermoso cucharón de palo, le ha dicho:

«Excmo. Señorón: Esta comisión en representación de los sabios de la nación que tienen hecha suscrición a La Risa en cuestión, tiene la satisfacción de rendir en oblación a vuestra veneración este insigne cucharón como justo galardón de vuestra aplicación, y como demostración de la grata sensación que siente en su corazón. Bien conoce la comisión la pequeñez de este don; pero basta en conclusión que exprese la estimación en que os tiene la nación, por la docta discreción con que guisáis el salmón.»

El patriarca de la gastronomía no ha podido menos de afectarse al oír el acento de gratitud, y se ha dignado  contestar en los términos siguientes:

«Con un contento sin fin acepto este regalín , grato como el violín de celestial querubín, que en el etéreo confín, delante de San Fermín, toca alejando el esplín de cualquiera mallorquín. Y si se alzan en motín las masas de gente ruin, caballero en un rocín, con corbata y peluquín o peluca y corbatín, saldré con el cucharín como si fuese espadín, y sabrá todo malsín que a cada puerco a la fin llega su San Martín; y a vosotros un pudín os haré de rechupín, grande como un bergantín, con sesos de puerco espín, bizcocho, arroz, langostín y cuanto invente el magín de un cocinero arlequín, que sabe aunque chiquitín, donde le aprieta el chapín.» Estas breves pero sentidas y elocuentes palabras enternecieron a todos los concurrentes que prorrumpieron en los más afectuosos vivas, y la comisión se retiró satisfecha de la amabilidad y talento del docto Don Abundio, inapreciable joya de las cocinas españolas.

PULSA AQUÍ PARA LEER TEXTOS SATÍRICO-BURLESCOS

Y AQUÍ PARA LEER TEXTOS DE AYGUALS DE IZCO (DON ABUNDIO)

ir al índice

 

IR AL ÍNDICE GENERAL