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Damaris Calderón

Parloteo de sombra

Tus pechos

Fiebre de caballo

Gozosas islas

La intensidad

Duro de roer

 

 

PARLOTEO DE SOMBRA

Señor Principal de Pica
calavera emplumada
camisón de colores
con que la muerte te viste
vasija de barro,
(tus cuencas vacías ya no contemplan
las visiones de este mundo).
Señor de los oasis piqueños
del Valle de Quiasma
(alrededor de 1000 d. C.)
que organizabas el tráfico de las caravanas
y la explotación de recursos
en Bajo Molle,
ya no inhalas el soplo de los dioses
y el hueco de tu nariz
(que ahora me conmueve)
alguna vez será mío.

En esta habitación mínima pieza
puedo por fin tumbarme sobre ti:
una mujer brutalmente desnuda,
no un pájaro ni una gacela.
 

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TUS PECHOS

Se empinan
ágiles
ramas
de
ciruelo.
Se tienden
como perros
junto a mí.

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FIEBRE DE CABALLOS

Cuando te quedas,
Rita,
más desnuda que estas paredes
yo siento miedo
de ser una mujer.
Tengo feroces dientes carniceros.
Comíerame tus ojos
tus rodillas.

Cuando veo un sauce que se agita
no me acuerdo de Safo,
pienso en mí.

 

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Gozosas islas las tuyas, Bilitis,
donde Safo es la lengua común,
donde al decir de Alceo,
las muchachas de Lesbos,
compitiendo en hermosura van y vienen.
Toda la noche en vilo acecho esas imágenes
en espera de que algún día
me sea revelado el principio de la creación:
cuando las mujeres frotan sus vientres
y la madera estalla en haces luminosos
y un líquido espeso, agridulce,
hace caer borrachas a las gaviotas.

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LA INTENSIDAD

  E

va Kruger tenía un nombre y unas tetas indudablemente alemanas. Un cuerpo, unos dientes fuertes y una cabeza y unas manos que gesticulaban con vehemencia. Un nombre para el amor (o para el pecado), sin embargo, su rostro mostraba siempre la impasibilidad de un asceta o un idiota. No era ninguna de las dos cosas, pero algo le faltaba: la intensidad.
......... La había visto en los ojos de los otros: los hombres y las bestias, y se sentía un monstruo, un animal sin especie definida.
......... Cuando se acostaba con su marido, a cuatro patas, como veía hacerlo a los caballos en el establo, resoplaba como una yegua. Pero era el dolor. No la intensidad.
......... ¿Sería la intensidad tragarse el cielo a bocanadas, acostada en la yerba, mirando el techo de su cuarto como si las cuatro paredes no existieran?
......... Y cuando se cortaba un dedo y aparecía la sangre, pensaba: La intensidad, pero tampoco.
......... Ni siquiera cuando estuvo en el hospital y las agujas entraban y salían de su cuerpo como las enfermeras de las habitaciones. Ni cuando le dijo a su marido: "Ponme la mano en el cuello" y le dio un ataque de asfasia, y vinieron los doctores y el oxígeno, y ella pensaba: "¡Qué alegría, me muero. Nunca hasta hoy respiré, nunca hasta hoy tuve pulmones!". Pero era un placidez, una vehemencia alucinada, no la intensidad.
........ .De tanto buscarla, de tanto convocarla con gestos premeditados, Eva Kruger se había vuelto insensible. Lo que era peor que lisiada o anorgásmica.
........ _Dios mío, quítamelo todo, pero déjame sentir, déjame sentirme.
........ Cuando leía a los místicos perdía literalmente la cabeza: Santa Teresa y San Juan eran casi obscenos. Y Santa Hildergarda, con sus visiones. ¿Pero era la intensidad, o era literatura?
........ Se le secaron las palabras, se le secó el gusto por la vida, se le secaron las tetas, al punto que ya no era reconocible su nacionalidad.
........ Cuando la encontraron con los ojos en blanco, echando espuma por la boca, todavía no había alcanzado a comprender la ambicionada (y detestada) frase de Santa Catalina de Génova: "Si una gota de lo que yo siento cayera en el infierno, lo transformaría en el paraíso".

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  DURO DE ROER

           Hasta la quebradura de las rodillas, sus huesos habían sido siempre domésticos. Como los huesos de pollo que habia visto en el caldo, en la sopa, cloqueando en el corral, antes de terminar triturados en los dientes del padre.
         _Guárdame este hueso como hueso santo.
         Y se sentaba en el portal, a chuparlos, comparándolos con las propias falanges. Y si le salía un orzuelo, el tío milagrero lo curaba con una peseta caliente o con un mate, y si una verruga, con la cruz de un hueso, que había que enterrar en el patio para que se pudriera. Como los otros.
         La abuela se pudrió y quiso verlos a todos. Un racimo de plátanos para consuelo de una vieja: una familia.
        Hasta que las rodillas se volvieron locas o se enfermaron de rabia y empezaron a morder lo que se les pusiera por delante.Y hubo que quitarle el bozal al perro y ponérselo en las piernas.
        Luego los huesos escaparon de casa, cogieron su propio rumbo. Y su vida fue simple, descarnada. Como una articulación.
 

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