Cuando
digo la palabra...
He construido un jardín... |
Cuando digo la palabra
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Estábamos tomando mate en su rancho bajo un mediodía de oro en las riberas, San Pedro era y ella doña Aurorita López Iban y venían tramos de vida con el amargo Los vecinos, la miseria, el que está en el río come, dijo, Dios y Evita y qué ojos tiene m'hijita hasta que el relato ancló en su hombre escuchando manso mientras hacía el estofado Supe ser buenamoza dijo y aquí amarró su barco un hijo del gringo Ford. Me propuso matrimonio Consulté a mi padre y él que sabía yo esperaba al que hoy es mi marido sirviendo de soldado allá en el sur, me miró de frente y dijo: "Sepa usted y para siempre, el corazón es una achura que no se vende" |
¿Lleva cerrojo la boca del sueño? Seguir es fatigoso, voluntad vuelta deseo no es lo mismo, creo, que el aire incandescente donde ver vuelve al deseo anhelo, compromiso solamente de no caer, grosera gravedad del pensamiento que empuja a tierra la manzana, ¿la ves allí?, en la punta de su rama, cintila la sustancia plena y modelada en su peso justo orlada del brillo que le da la pertenencia. Decir: copa del manzano, brazos donde ir sin transición del sueño a la página, abolida intemperie de la imagen que reclama, siempre, una coherencia como precio del peaje, soñar en vigilia es tejer el hilo roto, ver la boca del hambre, el mordisco, la manzana y trasladar el abrazo a nuestros brazos, compromiso en despertar temprano. Pertenencia. |
He construido un jardín como quien hace los gestos correctos en el lugar errado. Errado, no de error, sino de lugar otro, como hablar con el reflejo del espejo y no con quien se mira en él. He construido un jardín para dialogar allí, codo a codo con la belleza, con la siempre muda pero activa muerte trabajando el corazón. Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo atisba las dos orillas, no hay nada, más que los gestos precisos _dejarse ir_ para cuidarlo y ser, el jardín. Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte hablando en perfecto y distanciado castellano. Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía que te allega, a la orilla lejana de la muerte, Ahora la lengua puede desatarse para hablar. Ella que nunca pudo el escalpelo del horror provista de herramientas para hacer, maravilloso de ominoso. Sólo digerible al ojo del terror si la belleza la sostiene. Mira el agujero ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo en el espejo frente al cual, la operatoria carece de sentido. Tener un jardín, es dejarse tener por él y su eterno movimiento de partida. Flores, semillas y plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una tarde de verano, para verlo excediéndose de sí, mientras la sombra de su caída anuncia en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir sin sueño del sujeto cuando muere, mientras la especie que lo contiene no cesa de forjarse. El jardín exige, a su jardinera verlo morir. Demanda su mano que recorte y modifique la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros bajo la noche helada. El jardín mata y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer gestos correctos en el lugar errado, disuelve la ecuación, descubre el páramo. Amor reclamado en diferencia como cielo azul oscuro contra la pena. Gota regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas a la orilla más lejana. I wish you were here, amor, pero sos, jardinera y no jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.
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