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Diego de Silva y Mendoza

Nunca ofendía la fe con la esperanza

De tu muerte, que fue un breve suspiro

Una, dos, tres estrellas, veinte, ciento

Ni el corazón, ni el alma, ni la vida...

 Nunca ofendí la fe con la esperanza;

vivo presente en olvidada ausencia;

después de eternidades de paciencia

no merezco quejarme de tardanza.

   Soy sacrificio que arde en tu alabanza

(fuera morir no arder sin resistencia);

¡oh puro amor, oh nueva quintaesencia!,

de infierno sacas bienaventuranza.

   Cerca de visto y lejos de mirado,

ni de agravios me vi favorecido,

ni tu olvido alcanzó de qué olvidarse;

   tu descuido encarece mi cuidado;

quererte más no puedo, ni he podido,

que esto es amarte y lo demás amarse.

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  De tu muerte, que fue un breve suspiro,

¡que largo suspirar se ha comenzado!

Es cílicio en el alma mi cuidado

que le estrecha y aprieta cuanto miro.

   Si hay vez en que esforzándome respiro,

más me ahoga un aliento procurado:

ni sé si trueco o si renuevo estado

cuando a escuchar el alma me retiro.

   Cual gusano que va de sí tejiendo

su cárcel y su eterna sepultura,

así me enredo yo en mi pensamiento;

  si es morir acabar de estar muriendo,

lo que nunca esperé de la ventura

esperaré del mal de un bien violento.

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Una, dos, tres estrellas, veinte, ciento,

mil, un millón, millares de millares;

¡válgame Dios, que tienen mis pesares

su retrato en el alto firmamento!

   Tú, Norte, siempre firme en un asiento,

a mi fe será bien que te compares;

tú, Bocina, con vueltas circulares.

y todas a un nivel, con mi tormento.

   Las estrellas errantes son mis dichas,

las siempre fijas son los males míos,

los luceros los ojos que yo adoro,

   las nubes, en su efecto, mis desdichas,

que lloviendo, crecer hacen los ríos,

como yo con las lágrimas que lloro.

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Ni el corazón, ni el alma, ni la vida
os entregué, señora, enteramente,
lo que de esto padece y lo que siente
quiso dejar conmigo la partida.
Parte es del fuego a vos restituida
lo tímido, lo hermoso y lo luciente;
lo claro, vivo, puro y más ardiente,
¡no hay partir que del alma lo divida!
Los asombros, congojas y cuidados,
ardientes ansias y encogidos hielos
con que continuamente me persigo,
esto no va con vos, em mí ha quedado;
lágrimas tristes que penetran cielos,
éstas corren tras vos, de mí y conmigo.

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